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Revista pueblos y fronteras digital

On-line version ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.18  San Cristóbal de Las Casas  2023  Epub June 30, 2023

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2023.v18.664 

Artículos

Presencias centroamericanas en la costa de Chiapas. Tres viñetas etnográficas sobre pesca y migración

The Presence of Central Americans on the Coast of Chiapas: Three Ethnographic Vignettes on Fishing and Migration

Giovanny Castillo Figueroa1 
http://orcid.org/0000-0001-5253-8812

1Becario del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, Universidad Nacional Autónoma de México (CIMSUR-UNAM), México gcastillo23d@gmail.com


Resumen

Este texto tiene por objeto describir y analizar la participación de población centroamericana en el ámbito de la pesca a pequeña escala en la costa de Chiapas. En cuanto a metodología, se adopta un enfoque etnográfico que acentúa las voces de actores locales y se nutre de información empírica obtenida mediante observaciones y entrevistas in situ. En primer lugar, se brinda un panorama de la relación entre migración y pesca en el área de estudio y posteriormente se desarrollan tres escenas que muestran diferentes trayectorias de movilidad y experiencias de trabajo en el sector pesquero: 1) habitantes de localidades costeras guatemaltecas que pescan por períodos cortos en aguas mexicanas y después retornan a sus lugares de origen; 2) migrantes en tránsito que se emplean por tiempo indefinido en la descarga, almacenaje y venta de pescado, mientras reúnen recursos suficientes para seguir su viaje, y 3) migrantes que han decidido radicar definitivamente en localidades costeras mexicanas y se insertan en varias tareas del proceso pesquero, desde la confección y reparación de redes de pesca hasta la captura y procesamiento del producto. Para finalizar, el artículo enfatiza la heterogeneidad de los procesos migratorios-laborales y la relevancia que en ellos adquieren las presencias centroamericanas.

Palabras clave: movilidad humana; trayectorias laborales; pesca a pequeña escala; frontera sur de México

Abstract

This paper aims to describe and analyze the contribution that Central Americans have made to small-scale fishing along the coast of Chiapas. Methodologically, an ethnographic approach was adopted highlighting the voices of local stakeholders and draws on empirical data obtained through observations and on-site interviews. It first provides an overview of the relationship between migration and fishing in the study area. It then proceeds to develop three scenarios representing different mobility trajectories and work experiences in the fishing sector: 1) inhabitants from villages along the coast of Guatemala who fish for short periods in Mexican waters and then return to their places of origin; 2) migrants in transit who find indefinite employment unloading, storing, and selling fish while they pull together enough resources to continue their journey; and 3) migrants who have decided to settle permanently in Mexican coastal villages and engage in various tasks of the fishing process, from making and repairing fishing nets to catching and processing fish. Finally, the paper emphasizes the heterogeneity of migratory-labor processes and the relevance of the presence of Central Americans.

Key words: human mobility; labor trajectories; small-scale fishing; southern border of Mexico

Introducción

Uno de los ejes en los que se ha venido avanzando en los estudios sobre la frontera sur de México es el de la relación entre trabajo y movilidad internacional. Investigaciones como las de Guillén (2021), Nájera (2014, 2017, 2020) o Rivera (2020), por ejemplo, dan cuenta de las dinámicas del mercado laboral transfronterizo Guatemala-Chiapas, donde predomina la presencia guatemalteca en el sector agrícola, el comercio informal, la albañilería y otros servicios. De igual forma, hay interesantes pesquisas sobre las trayectorias migratorias y las condiciones laborales de personas extranjeras -en su mayoría centroamericanas- en actividades como el cultivo y la recolección de café (Rojas, 2017, 2018), el corte de caña de azúcar (García, 2021; Wilson, 2014), el servicio doméstico (Blanco, 2014; Kuromiya, 2019) o el trabajo en bares (Fernández, 2009), por mencionar algunas. Otras aproximaciones han documentado experiencias laborales de grupos específicos de población migrante como la hondureña (Fernández, 2014), la salvadoreña (Rivas, 2013, 2014) y, más recientemente, la cubana y haitiana (Porraz, 2020).

Aunque es mucho lo que hoy sabemos acerca del rol que juegan las personas migrantes en diferentes ámbitos económicos de la frontera sur, todavía persisten ciertos vacíos. Uno de ellos tiene que ver con la presencia centroamericana en la pesca a pequeña escala, cuestión que, pese a ser advertida hace tres décadas por Graciela Alcalá (1992, 1993) y Carlos Ortiz (1993), no ha sido tan explorada en la actualidad. En ese sentido, surgen varias interrogantes: ¿de dónde vienen estas personas y por qué motivos se insertan en la dinámica pesquera?, ¿cuáles son las tareas que realizan y bajo qué condiciones?, ¿cómo influyen sus trayectorias de movilidad en la experiencia de trabajo? En este artículo pretendo abordar estas preguntas tomando como base algunos hallazgos del proyecto de investigación posdoctoral «Etnografía de los espacios transfronterizos marítimos. Migración y pesca en la franja costera Chiapas-Guatemala», elaborado con el objetivo de dar cuenta de la participación migrante en el día a día de la actividad pesquera de dicha región.

Ciertamente, la costa de Chiapas es una zona fronteriza impactada por la migración internacional, vista aquí como movimientos poblacionales que implican el establecimiento y la estancia prolongada (de tres meses en adelante) en un país diferente al de residencia habitual, con miras al asiento definitivo (Tapia, Contreras y Liberona, 2019:105). Ahora bien, en esta región también se advierten cruces fronterizos que no necesariamente tienen por objetivo el asentamiento en México; en unos casos, son habitantes de Guatemala que cruzan la frontera a diario o periódicamente y permanecen por lapsos cortos (de menos de 24 horas y hasta tres o cuatro semanas) para luego volver al punto de partida; en otros casos, se trata de personas de distintas procedencias que pretenden llegar a Estados Unidos (o a entidades federativas ubicadas más al norte de Chiapas) y transitan en el territorio nacional por tiempos indeterminados. Estos movimientos no corresponden a las dinámicas de migración referidas arriba, sino a procesos de movilidad definidos en función del espacio, el tiempo y los motivos del desplazamiento (Tapia, 2017; Tapia, Contreras y Liberona, 2019). De ahí la importancia de no ver la migración como la única forma de movilidad humana internacional, sino como una de sus posibles manifestaciones; en esa medida, al analizar los flujos humanos es clave considerar aspectos tales como la relación existente entre los lugares de origen y destino, el tiempo que duran las estancias y los porqués de los movimientos (es decir, si obedecen a motivaciones laborales, comerciales, recreativas, de acceso a servicios sociales, etcétera).

Como mencioné antes, el estudio se enfocó en la pesca a pequeña escala, también denominada artesanal o ribereña en la literatura especializada. Se trata, a grandes rasgos, de actividades que se desarrollan mayormente en áreas costeras y aguas interiores y tiene las siguientes características; operan a través de embarcaciones menores (cayucos, lanchas con motor fuera de borda) y tecnologías de pesca de uso manual (redes, líneas de anzuelos, trampas); requieren menos inversión de capital y sus montos de captura son más bajos en comparación con la pesca industrial o de gran escala; tienden a diversificar la producción conforme a los ciclos meteorológicos, los patrones de comportamiento y reproducción de las especies que se extraen y los múltiples mercados a los que se dirigen en la escena local, regional y nacional, y suelen ser realizadas por pescadores autónomos que organizan sus propias jornadas en tanto dueños de los medios de trabajo, o bien, por pescadores empleados por inversionistas que financian las faenas al disponer de capital, embarcaciones y artes de pesca (Gatti, 1986; Alcalá, 1999; Marín, 2007; Delgado, 2014; Morán, 2014; Zamora, 2014; López, 2015).

La investigación, de índole cualitativa y sustentada en trabajo etnográfico, siguió la senda trazada en un proyecto de 2021 cuyo propósito era describir los impactos y reacomodos de la pesca a pequeña escala en la costa del Soconusco,1 a raíz de la emergencia sanitaria generada por el COVID-19. De esta manera, en octubre de ese año realicé trabajo de terreno en Puerto Madero, localidad del municipio de Tapachula y centro de producción pesquera en la zona; la estancia permitió, entre otras cosas, notar los estrechos e históricos lazos que unen dicho lugar (y los pueblos de la costa chiapaneca en general) con municipalidades costeras del suroccidente de Guatemala como Ocós (departamento de San Marcos) y Champerico (departamento de Retalhuleu). Para comprender a detalle esos vínculos, en el marco de la presente investigación el acercamiento in situ se extendió a los municipios guatemaltecos antedichos, así como a las aldeas de Almendrales (municipio La Blanca, San Marcos) y Tulate (municipio San Andrés Villa Seca, Retalhuleu), con estancias efectuadas en abril-mayo y julio-agosto de 2022. Metodológicamente, ello se tradujo en ejercicios diarios de observación en embarcaderos y palapas (sitios de almacenamiento y venta de pescado), y en entrevistas a pescadores, trabajadores de palapas y armadores.2 En ese tenor, el grueso de la información que presentaré a lo largo del documento proviene de notas de campo y diálogos con interlocutores cuyos nombres he modificado para proteger su anonimato.

El texto se divide en cuatro apartados. En el primero hago un recuento histórico de la relación entre migración y pesca en Puerto Madero, evidente a partir del último cuarto del siglo pasado; para ello, retomo la obra pionera de Alcalá (1992, 1993, 1999) y Ortiz (1993) e incluyo fragmentos de narrativa oral recopila- dos en campo. En las tres secciones siguientes intento retratar, con base en el material empírico recabado, cómo se vinculan las presencias centroamericanas en la actual dinámica pesquera de Chiapas; en cada apartado se describen y analizan procesos concretos de movilidad y trabajo en ese ámbito: 1) pescadores de localidades costeras guatemaltecas próximas a la frontera, que faenan por períodos cortos en aguas mexicanas y después retornan a sus sitios habituales de residencia; 2) migrantes en tránsito que se emplean por tiempo indefinido en la descarga, almacenaje y venta de pescado, mientras reúnen recursos suficientes para reanudar su camino, y 3) migrantes que han decidido radicar definitivamente y se insertan en varias tareas del proceso, desde la confección y reparación de redes de enmalle hasta la captura y procesamiento del producto. Al final se presentan una recapitulación de los hallazgos y una nota de cierre que invita a continuar las pesquisas sobre movilidad y trabajo en otros nichos productivos de la frontera sur.

Pesca y migración en una zona de frontera

La historia de Puerto Madero se remonta a finales del siglo XIX e inicios del XX. San Benito, como se llamaba por entonces, surgió alrededor de un puerto de cabotaje para la exportación de productos agropecuarios, principalmente café, y en su poblamiento temprano no sólo participaron personas originarias de otros municipios del Soconusco, sino también de entidades federativas como Guerrero y Oaxaca, e incluso de Guatemala. Hasta mediados del siglo pasado, la pesca allí era esencialmente una práctica de subsistencia complementaria a la crianza de ganado y a las labores agrícolas (frijol, arroz, maíz), orientada al autoconsumo o al trueque con rancherías vecinas, y efectuada más que todo en esteros y a orilla de mar con atarrayas de ixtle, anzuelos de mangle y cayucos de cedro, ceiba o huanacaxtle (Ortiz, 1993:10-15). Aun a principios de la década de 1960, según recuerda una antigua habitante del puerto, «No había pesca todavía, le digo que todo esto era montaña, puras caras ganaderas, puro ganado había, potreros, no había nada, era pura montaña. Tenía yo como seis años, ahora tengo 67» (Lupe, entrevista, 13 de octubre de 2021).

A mediados de la década de 1960 la actividad pesquera empezó a cobrar relevancia con la explotación de un producto hasta entonces poco aprovechado: el tiburón. La bonanza seguiría en el decenio siguiente gracias a las rutas seguras de comercialización a Tapachula y sobre todo a la Ciudad de México, lo que a su vez propició la renovación del aparato tecnológico a fin de aumentar la productividad: lanchas de fibra de vidrio, motores fuera de borda y cimbras o palangres para la captura efectiva de escualos (Ortiz, 1993; Alcalá, 1999).3 De estos se aprovechaba: su carne, que por lo general se comercializaba seca; su piel, para la confección de cinturones y zapatos; y sus aletas, que eran altamente demandadas en los ochenta. A ese respecto, una propietaria de palapa pesquera recordaba lo siguiente:

La aleta es la que nos levantó a nosotros en esos tiempos [mediados de los ochenta], el que no hizo bien es porque no quiso. Nosotros teníamos muchos camiones acá… Oro negro le decían así los chamacos, a la aleta negra; oro negro le pusieron. Sí, había mucho tiburón, la verdad eso dejó mucho dinero, mucha aleta pues… hasta el cuero lo compraban, ya lo mandaban a México, todo, a [el antiguo mercado de] La Viga (Tania, entrevista, 27 de octubre de 2021).

La bonanza tiburonera de las décadas de 1970 y 1980 motivó la llegada de comerciantes procedentes de Puebla, Oaxaca, Veracruz y la Ciudad de México, que vieron una oportunidad de oro ante un mercado en expansión (Ortiz, 1993:19) y devinieron en permisionarios que, como su nombre indica, contaban con el permiso de la autoridad pesquera para extraer y comercializar esta clase de productos. Empero, el mayor flujo poblacional provino de países centroamericanos como Guatemala y El Salvador, donde los conflictos políticos habían desatado la salida de miles de personas hacia territorio mexicano; algunas de estas personas desplazadas vieron en la pesca un modo de rehacer sus vidas, bien fuera en las faenas de captura en el mar o en las palapas donde se cargaba, destripaba, destazaba, fileteaba y secaba la carne de tiburón. De esta manera, se erigieron en un componente nodal del auge de una dinámica productiva que, valga insistir, apenas despuntaba en la segunda mitad del siglo pasado (Alcalá, 1992, 1993; Ortiz, 1993).

La inserción de migrantes de origen guatemalteco y salvadoreño en la actividad pesquera de Puerto Madero fue posibilitada por factores económicos y sociales. Entre los primeros cabe destacar la necesidad de incorporar fuerza de trabajo a un sector que todavía disponía de abundantes recursos por explotar, no requería altos gastos de operación -pues se recorrían distancias cortas- ni era acaparado por grandes inversionistas (Alcalá, 1992:164-165). En ese marco, tales presencias extranjeras no supusieron una competencia para la mano de obra local: «El centroamericano no desplaza al pescador mexicano, simplemente completa la fuerza de trabajo necesaria a la actividad» (Ortiz, 1993:30). Sumado a ello, a principios de los noventa aún era «libre» el acceso a especies como el tiburón o los peces de escama en tanto no estaban vedadas en ningún mes del año (Alcalá, 1993:109); dicho de otra forma, los migrantes centroamericanos encontraron un ámbito en el cual podían laborar día con día y sin tener que competir por recursos escasos.

Además de los motivos económicos, la participación de migrantes de Centroamérica en la pesca fue viabilizada por factores sociales. Por un lado, quienes eran dueños de las lanchas y palapas tiburoneras comenzaron a percibir positivamente su labor, y llegaron a considerarlos más «dedicados» y menos «conflictivos» que la mano de obra local; a su vez, ello favoreció su integración en el puerto, pues en muchos casos fueron los mismos patrones quienes les brindaron alojamiento, alimentación y crédito para sostenerse durante las primeras semanas, a la vez que también eran agentes mediadores ante las autoridades migratorias a la hora de conceder permisos formales de trabajo, apoyar la legalización de su estancia y evitar deportaciones (Alcalá, 1992, 1993). Por otro lado, los migrantes -en su mayoría hombres jóvenes y solteros- forjaron lazos matrimoniales o vínculos sexoafectivos con mujeres del puerto a quienes conocieron ya fuera porque les ofrecían servicios de comida y lavado de ropa o porque eran familiares de sus compañeros de embarcación o conocidas de otros pescadores extranjeros (Alcalá, 1993:111). En suma,

En Puerto Madero, la mujer nativa cumple una función importante respecto a los pescadores extranjeros: integra a los migrantes a la vida social del poblado y hace posible la posesión de los medios de producción de aquél (embarcación y artes de pesca) en el caso en el que su buena fortuna como pescador le permitiera adquirirlos (Alcalá, 1993:112).

Otro elemento que pudo incidir en la integración de personas centroamericanas en la dinámica pesquera del Soconusco fue la proximidad física y social entre los lugares de origen y destino, sobre todo para quienes provenían de la costa del suroccidente guatemalteco: «Quien inicia este proceso algo tiene a su favor si el nuevo ambiente es semejante a aquél que conocen bien. En esta latitud mexicana el ambiente físico -y el social también, en cierto modo- al que llegan los migrantes no les es ajeno» (Alcalá, 1999:146). De acuerdo con esta autora, la cercanía a los sitios de nacimiento facilitaba el contacto con familiares y amistades que se habían dejado al partir, haciendo menos difícil el proceso de adaptación; asimismo, el que muchos de los recién llegados tuvieran experiencia en el trabajo del mar les permitía hasta cierto punto reproducir un estilo de vida similar al que tenían antes de emigrar (Alcalá, 1992:163-164). En definitiva, la relativa continuidad sociocultural entre la población migrante y la receptora propició un escenario que, sin estar exento de tensiones ni conflictos, fue clave para que se produjera el involucramiento de personas centroamericanas en diversos ámbitos; en cuanto a la pesca, Ortiz observó que: «Los pescadores mexicanos aceptan como a sus iguales a los centroamericanos; la comunidad los acoge. El centroamericano se mimetiza en territorio mexicano, y en Puerto Madero es un pescador más» (1993:30).

Los estudios etnográficos arriba referidos resaltan el protagonismo de la presencia guatemalteca y salvadoreña en el devenir de la pesca en la costa soconusquense, especialmente durante las décadas de 1970 a 1990. Don Bayardo, pescador de Champerico, conoció de primera mano esa «etapa dorada» de la producción pesquera en Puerto Madero:

La gran experiencia que tuve la tuve en Puerto Madero, en ese momento [a principios de los noventa] yo estuve pescando durante cinco años. O un poco más, porque como en el 2000 o 2001 ya me encontraba otra vez acá [en Champerico]… De verdad que en ese momento Puerto Madero era un puerto de bastante afluencia, un puerto marino porque se pescaba en ese momento en grandes cantidades lo que es la pesca del tiburón y la pesca, por el otro lado, del pargo o del huachinango (Bayardo, entrevista, 23 de mayo de 2022).

Ahora bien, el panorama de esta zona fronteriza ha cambiado en lo que va del siglo. La pesca ya no es ese sector por explorar que era hace 40 o más años, cuando abundaban los recursos y había un menor número de embarcaciones dedicadas a la captura. A juicio de pescadores y permisionarios, la producción ha ido menguando con el tiempo y en ello incidieron varios factores: el cambio climático global, que altera los patrones migratorios de las especies a capturar; la sobrepesca, en especial por causa de barcos atuneros y camaroneros cuyas redes arrastran todo tipo de fauna a su paso; la falta de apoyo estatal, por ejemplo para renovar el equipo tecnológico o costear la operación de las lanchas, y la contaminación industrial, que afecta la disponibilidad de los recursos pesqueros. Bien lo anotaba Rivas 10 años atrás: «La pesca, hay que decirlo, no es tan rentable en la actualidad, dado que la especie se ha alejado demasiado de las costas y el sector se encuentra en crisis debido a los altos costos de operación» (2013:238).

Otro asunto crucial tiene que ver con las dinámicas contemporáneas de movilidad humana. Siguiendo los planteamientos de Rivas (2014), las «fracturas» económicas, políticas, sociales y ambientales -evidenciadas en la pobreza y desigualdad estructurales, la informalidad y el desempleo, los altos índices de violencia e inseguridad, la corrupción generalizada y el impacto de desastres naturales como los ocasionados por los huracanes Mitch en 1998 y Stan en 2005- han precipitado desde finales del siglo pasado el éxodo de población hondureña, guatemalteca, salvadoreña y nicaragüense que transita por la frontera sur de México y que, en muchos casos, termina emplazándose de forma definitiva en el Soconusco y su franja costera. A ello hay que añadir la movilidad transfronteriza que ha unido históricamente el Soconusco con el suroccidente de Guatemala (Nájera, 2020; Guillén, 2021), así como la prominencia adquirida desde 2016 por los flujos migratorios de origen haitiano que circulan en la región soconusquense (Rojas, 2019; Porraz, 2020; Miranda, 2021). Como puede verse, son procesos heterogéneos de movilidad que hoy día transcurren en el marco de férreas políticas de control migratorio que se traducen en una creciente militarización de la frontera y en la criminalización de la migración (Castillo, 2017; Lerma, 2020).

Considerando el actual contexto pesquero y migratorio en la costa de Chiapas, enseguida reflexionaré en torno a tres procesos de movilidad y trabajo asociados con la pesca a pequeña escala. Me interesa retratar casos que permitan apreciar diferentes aspectos de cada proceso, verbigracia, el lugar de procedencia de los trabajadores, la motivación de su movilidad, la modalidad del cruce fronterizo, la duración de la estancia y las características de la experiencia de trabajo -tareas que desempeñan, formas de contratación y condiciones laborales, ingresos, vínculos con actores locales-. La descripción de estas escenas, que acentúan las voces de sus protagonistas, ilustrará la relevancia que aún tienen las presencias centroamericanas en la escena pesquera de Puerto Madero y en el litoral chiapaneco en general.

Pescar en aguas mexicanas: movilidad laboral temporal de trabajadores fronterizos

Benjamín es un joven pescador guatemalteco de 24 años que reside en la aldea Almendrales (municipio La Blanca, San Marcos). Cada cierto tiempo, cuando está por terminar la veda de camarón en la costa chiapaneca,4 un dueño de lancha de Costa Azul (Pijijiapan, Chiapas) le llama para que vaya a la captura de este crustáceo, cuyo precio de venta por kilogramo oscila entre $120-140 MXN (si es del tipo botalón o pacotilla) y $280-300 MXN (si es del tipo jumbo).5 Tratándose de un producto de importancia comercial, Benjamín ve allí la oportunidad de obtener ingresos adicionales a los que gana al pescar en las aguas de su país: «Nos vamos pa allá y me pongo a pescar allá, por ratos así. O sea que me llaman, no hay nada aquí, me llaman ‘Fíjate que hay chamba aquí, ¿quieres venir?’. Allá voy» (entrevista, 7 de agosto de 2022).

Hoy día Benjamín cruza la frontera con México, cuyo límite natural es el río Suchiate, por el Puente Internacional Rodolfo Robles que comunica a Tecún Umán (municipio Ayutla, San Marcos) con Ciudad Hidalgo (municipio Suchiate, Chiapas), usando una Tarjeta de Visitante Regional (TVR) que le expidió el Instituto Nacional de Migración (INM) a finales de 2018. Este documento, con cinco años de vigencia, le permite entrar a suelo mexicano y permanecer hasta por siete días en cualquiera de los cinco estados de la frontera sur (Campeche, Chiapas, Tabasco, Quintana Roo, Yucatán). Como ha sido señalado en otros estudios (Nájera, 2014; Guillén, 2021), la TVR se tramita para atravesar la frontera de forma regular, y si bien no concede permiso para trabajar, no es extraño que quienes la tengan se empleen en alguna actividad que genere ingresos. Esa es justamente la situación de Benjamín, que después de llegar a Ciudad Hidalgo toma un camión a Tapachula y de ahí a Pijijiapan, para luego arribar a su destino laboral: Costa Azul. No siempre fue esta su ruta habitual, pues la primera vez que trabajó en ese lugar se desplazó como lo hacen muchos pescadores de su pueblo: por lancha a través del mar, preferentemente de noche y lejos de la ribera:

La primera vez que fui ya tiene como cuatro años. Sin papeles me fui. Cuando yo me fui, o sea que el papá de mi mujer aquí andaba, él aquí andaba. Entonces, se fue pa’ allá y en ese tiempo me invitó a ir y yo me fui con él. Pero nos fuimos por mar. Una lancha iba pa’ allá, y nos pasó dejando allá… siempre anda la patrulla ahí en el mar, pues, la Marina [de México], pero mientras no lo tope a uno no hay problema. Es un riesgo, pues, por eso me dijeron que sacara esto [la TVR] y ya con eso me vengo por acá [por tierra vía Tecún Umán] (Benjamín, entrevista, 7 de agosto de 2022).

Como se colige del anterior relato, el tránsito de Guatemala al Soconusco no sólo se hace a través del río Suchiate. Para pescadores de sitios próximos a la frontera mexicana como Ocós o Almendrales, el mar es otro medio por el cual se alcanzan las costas chiapanecas. Se trata, por supuesto, de un cruce indocumentado que, según refiere Benjamín, no está libre del riesgo de encontrar a elementos de la Armada de México, con todo lo que eso implica: «Yendo de aquí pa’ allá es un peligro, porque nosotros somos de acá, no hay papeles, no hay matrícula [de la embarcación] allá. Allá usted perdió su lancha, perdió su motor, su equipo, todo» (Benjamín, entrevista, 7 de agosto de 2022).

A pesar de los riesgos, los viajes ocurren porque para los pescadores guatemaltecos el mar territorial mexicano es una fuente de ingresos. Así, hay quienes avanzan a la costa de Chiapas y, sin llegar a tocar tierra, faenan de dos a cinco días consecutivos hasta conseguir un monto de captura que les permita recuperar los gastos y generar alguna ganancia; en estos casos, hablamos de pescadores independientes o asociados con inversionistas guatemaltecos, que al término de su labor regresan a las localidades de origen a comercializar el producto obtenido en aguas mexicanas.6 Pero también sobresale la situación de quienes, como Benjamín, laboran en la costa chiapaneca para armadores mexicanos que les proporcionan hospedaje, un sitio para cocinar y medios de trabajo -lanchas, redes, palangres-. Óscar, padre de aquél, comentaba al respecto: «El amigo ese les da dónde estar ahí, tiene su palapa ahí que le dicen, su embarcadero, ahí tiene su lancha. Ahí les ha dado casa pa’ estar y cocina, pa’ todo. Ahí mismo les van a comprar el producto y lo llevan» (entrevista, 9 de agosto de 2022).

Además de camarón, este grupo de pescadores guatemaltecos se moviliza al otro lado de la frontera marítima con México para extraer productos de importancia comercial como cabrillas (Epinephelus spp.) y pargos (Lutjanus spp.), cuyo precio de venta en sitio oscila entre $120 y $140 MXN por kilo. Sus ingresos dependerán del arreglo al que hayan llegado con el permisionario. Este puede asumir todo el gasto de operación de la lancha -carnada, combustible, hielo para mantener fresco el producto- y entonces fijar un pago por cada kilo de producto que reciba. Ello es lo común en localidades chiapanecas como Puerto Madero, en donde un dueño de embarcación, por ejemplo, paga a los pescadores $80 MXN por kilo de camarón para luego venderlo en su palapa a razón de $250-260 MXN. Otra modalidad, típica de localidades de Guatemala como Almendrales o Tulate, consiste en descontar los gastos a partir de las ventas generadas y dividir el ingreso neto en cuatro partes: dos para el inversionista y una para cada trabajador. Algunos pescadores guatemaltecos logran este tipo de acuerdos con sus empleadores de Chiapas, pero lo común es que sean estos últimos quienes estipulen de antemano el pago.

Como sucede en otros ramos de la economía regional, la actividad de estas personas extranjeras transcurre en el ámbito de la informalidad, pues no hay contrato formal de trabajo -y lo que ello supone en cuanto a prestaciones y seguridad social- ni mucho menos permiso del INM para llevar a cabo labores en territorio mexicano. Por otra parte, aunque la normativa oficial exige a los pescadores una credencial vigente que les identifique en cuanto tales, sólo en Puerto Chiapas -como fue renombrado oficialmente Puerto Madero en 2005- opera una base de la Armada en donde se ejerce un control más estricto a ese respecto; en otros poblados del litoral chiapaneco la vigilancia es menor, y por tanto es más factible la participación de pescadores extranjeros que no tienen documentación. Sin embargo, para que ello suceda es imprescindible que los trabajadores tengan amistades o personas conocidas que faciliten el contacto con los posibles empleadores:

Conocieron al señor por medio de otro amigo... Por medio de otro cuate, le dijo «conseguíme gente que venga a trabajar aquí». «Ta’ bueno». Entonces aquel los invitó y se fueron. Y ahí ya se hicieron cuates del señor. Y ahorita ya no le llaman al señor a que le lleve la gente porque va con estos directo: «Vénganse pa’ acá». Les da casa, donde dormir, cama, cocina, wifi pa’ que estén mensajeando […] O la otra vez mi hijo mayor. De aquí se fueron cuatro, en una lancha. Pero él llevó los otros dos pa’ que trabajaran con un amigo allá, el otro tiene lancha, pero lo que no tiene es gente pa’ trabajar […] Entonces aquel lo que le dijo [al hijo] es que le consiguiera gente para trabajar allá. «Ta bueno», le dijo, y sí, ahí se los llevó (Óscar, entrevista, 9 de agosto de 2022).

Siguiendo la narración de Óscar, la movilidad laboral de los pescadores es viabilizada por la existencia de algún vínculo social con el lugar de destino: amistades, compadres o parientes que puedan conectarles con los dueños de las lanchas para así entablar la relación de trabajo. Un pescador de Almendrales, Ocós o Champerico va a la costa de Chiapas y trabaja con un propietario de embarcación local bien sea porque ya le conoce personalmente o porque su acompañante ha tratado con esa persona en ocasiones previas. Así, el capital social resulta fundamental para favorecer una primera vinculación que, valga decir, puede perdurar en el tiempo si acaso el trabajador satisface las expectativas del empleador en términos de productividad -qué tanto producto pesquero obtiene- y dedicación -qué tanto tiempo destina a las faenas del mar-. Sobre este último punto, los pescadores guatemaltecos tienden a valorar sobremanera su esfuerzo y aducen que es justamente el buen rendimiento la razón por la que los patrones mexicanos suelen contratar sus servicios:

En ese sentido es de que muchos nos buscan a nosotros, porque no le arrugamos la cara al trabajo. Allá [los pescadores de México] son más flojos, son más haraganes, pues. Allá nomás van una vez a la semana, hay veces que dicen «No» y los sacan […] están acostumbrados al día, sólo al ratito, sólo al ratito. En cambio nosotros no, nosotros estamos acostumbrados a quedar si es posible hasta la semana [pescando en el mar]. De allá siempre nos llaman… Allá voy. Y llevo mi ayudante, yo llevo mi ayudante. De acá me lo llevo, porque de allá no aguantan. Llevo mi ayudante porque no nos ahuevamos [acobardamos] de nada (Benjamín, entrevista, 7 de agosto de 2022).

El relato de Benjamín recuerda los hallazgos de Jania Wilson (2014) en su pesquisa sobre las experiencias laborales de jóvenes guatemaltecos en el ingenio azucarero de Huixtla. Para estos actores, la población local era incapaz o poco hábil en el corte de caña, contrario a la mano de obra guatemalteca, que se caracterizaba por la destreza y el ímpetu puestos en la realización de tan ardua labor. De modo análogo, los pescadores de Guatemala con quienes conversé consideran que su grado de involucramiento en las faenas marítimas es mayor comparado con el de sus pares de México, pues pueden durar varios días en el mar hasta tanto alcancen montos de captura que justifiquen la inversión y generen ganancias; al hacer esto no sólo llaman la atención de empleadores deseosos de contar con sus servicios, sino que «prueban» su valor en un oficio donde «la vida se pone en juego» (Gatti, 1986:64).7

En línea con lo anterior, los pescadores evidentemente se enfrentan a numerosos riesgos en el ejercicio de su actividad, siendo el principal de ellos perder la vida en un naufragio. En este contexto específico, otro desafío que afrontan es la posibilidad de un encuentro con la Armada de México y lo que eso conlleva tratándose de trabajadores extranjeros que, si bien tripulan lanchas con matrícula mexicana, no tienen documentos que acrediten su legal estancia en territorio nacional ni permisos para la extracción de sus recursos pesqueros -así sean para beneficio de inversionistas mexicanos-:

Hay veces que nos topan los de la Marina y de una vez nos guardan, pues. Nos llevan hasta siete, ocho días a guardar. Ya el dueño de lancha tiene que ir a pelear su lancha. Si tiene papeles, la saca, y si no ya la perdió […] Nos arremolcan hasta Puerto Chiapas y nos guardan. Ahí si el patrón es pilas, nos pelea, y si no, nos lleva la chingada (Benjamín, entrevista, 7 de agosto de 2022).

Cuando ocurren escenas como la descrita en el relato anterior, los empleado- res se ven obligados a pagar una multa (situación que se agrava si en la lancha hay especies prohibidas por los tiempos de veda), mientras los trabajadores son retenidos algunos días y posteriormente devueltos a su país de procedencia.

Por lo regular, las estancias laborales de Benjamín en Costa Azul oscilan entre una semana y un mes. Ello responde a un proceso de migración laboral temporal: «trabajadores que no cambian su residencia habitual y regresan a localidades de origen en Guatemala después de un periodo de trabajo fuera» (Rivera, 2020:252). La breve duración de la estancia está determinada, en este caso, por los ciclos de oferta y demanda de los productos que los pescadores van a capturar. Por una parte, la disponibilidad de los recursos varía acorde a los tiempos meteoro- lógicos; hay meses en que un cierto producto puede abundar y otros en los que está escaso -o en los que, como ocurre con el camarón, la legislación nacional prohíbe su pesca-; pero incluso en las temporadas que a priori son idóneas para la obtención de determinadas especies, no siempre se logran altos montos de producción -de hecho, lo común es que una buena racha en el mar sea seguida por semanas de baja productividad, de tal suerte que nunca se garantizan volúmenes fijos de captura-. Por otra parte, las dinámicas del mercado afectan los precios de venta e inciden en la paga a los pescadores; por ejemplo, cuando hay abarrotamiento de algún producto, es frecuente que los dueños de las palapas empiecen a pagar un menor precio por kilo aduciendo que hay pocos compradores y, por supuesto, dicha situación no resulta conveniente a los trabajadores. En suma, todos estos factores explican que las estancias laborales rara vez excedan los 30 días:

Se están si mucho 15 días, dos semanas, y regresan a dejar dinero, pero luego vuelven otra vez. Como a veces deja de haber cuatro, cinco días producto, ya cuando sacan sus ocho, 10 kilos [de camarón] ya no van. Se vienen mejor pa acá. Ya después les llaman [los armadores]: «Mirá, comenzó a haber. Fulano sacó 20, 30 kilos en el día. Allá van de regreso, pa’ lograr ese tiempecito que pega» (Óscar, entrevista, 9 de agosto de 2022).

La experiencia laboral de Benjamín ejemplifica la «circularidad del trabajo» (Guillén, 2021) tan característica de la población guatemalteca que vive en las zonas fronterizas con México. En principio, los actores de este tipo no pretenden emigrar definitivamente de su país; laborar en territorio mexicano es, sobre todo, una estrategia orientada a complementar las actividades económicas que realizan en su lugar usual de residencia. Por consiguiente, los tiempos de estancia fuera de Guatemala son relativamente cortos, no hay expectativas de permanecer en Chiapas por largos períodos ni mucho menos de transitar hacia otros destinos, pues el principal motor de la vida económica y social se encuentra, todavía, en el lugar de procedencia. En ese orden de ideas, cobra fuerza el análisis planteado por Guillén:

Desde la perspectiva de las personas en Guatemala, la actividad laboral en México en realidad es complementaria de sus actividades económicas en el lugar de residencia. La principal actividad se encuentra en Guatemala, efectivamente […] De la misma manera que cruzar la frontera no significa salir del espacio conocido -en especial para quienes residen en las cercanías- haciendo que el traslado no equivalga a salir de tu lugar, tampoco realizar alguna actividad de trabajo temporal en México equivale necesariamente a disociarse de la actividad laboral en el lugar de origen. La actividad en el origen sigue siendo la dominante, para decirlo en una palabra (Guillén, 2021:160, cursivas en el original).

La captura del producto es una fase fundamental de la dinámica pesquera, pero no la única. Hay otras labores que son necesarias en la cadena productiva y en las que adquiere relevancia la participación de personas con orígenes y trayectorias de movilidad distintas a las retratadas hasta el momento. Tal es el caso de migrantes centroamericanos en tránsito que trabajan en la descarga, el almacenamiento y la venta local de pescado.

Equipar lanchas, descargar pescado: inserción laboral de migrantes en tránsito

Chinandega es el nombre de un departamento situado al noroeste de Nicaragua, en la frontera con Honduras. De allí son originarios Javier y Saulo, a quienes conocí en octubre de 2021 en una palapa pesquera de Puerto Madero en la que laboraban como «pordiyeros» -trabajadores por día- en tareas concernientes al procesamiento, almacenaje y venta de pescado. Salieron de su país natal por la pobreza y la falta de oportunidades; ciertamente, la historia de sus vidas ilustra las «fracturas sociales» que, como arguye Rivas (2013, 2014), han agudizado la migración de población centroamericana hacia el norte:

Fíjate que mi vida ha sido algo golpeada, yo empecé a trabajar a la edad de ocho años. A la edad de ocho años ya caminaba en las calles vendiendo cebolla, tomate, chilto [tomate de árbol]. Iba a tramos de venta que venden a por mayor, ya para que uno gane. Me lo vendían a un precio y yo iba a venderlo a la calle a otro precio. Buscando siempre la comidita […] Yo dejé de estudiar como a los… 16, 17años, me comenzó a gustar más el trabajo que el estudio […] he trabajado en autolavado, haciendo bloques, reparando bicicletas, en esto que es de pesca, en rastros donde descuartizan vacas. He trabajado así comerciante, vendiendo. He trabajado de ayudante de albañil, en oficina, así en bodega, he trabajado de mesero en restaurante. Le he hecho de todo un poco (Saulo, entrevista, 30 de octubre de 2021).

En la narración de Saulo se advierten elementos que en gran parte explican su decisión de buscar mejores opciones de vida fuera de Nicaragua: trabajo desde temprana edad, escolaridad incompleta, inestabilidad e informalidad laboral, bajos ingresos. Javier, pareja sentimental de la hermana de Saulo, de igual modo decidió migrar pensando en dar un mejor futuro a su prole -tres niñas, dos niños-. La idea inicial de ambos era llegar a Nueva York, en donde reside un hermano mayor de Javier que podía recibirlos y ayudarles a encontrar trabajo. Con todo, la partida no fue fácil puesto que iban a dejar de ver a sus seres queridos y estar con ellos:

Cuando nosotros nos vinimos nadie sabía. Es que, por lo menos, yo sentía que si lo decía, no me iban a dejar salir. Es que la familia, si uno quiere las personas, es más duro [partir]. Entonces, por eso tomamos la decisión de que cuando nos fuéramos a ir nos fuéramos callados, si no, al rato iba a ser que por qué tomamos esa decisión, que por qué no les dijimos nada. Así que si lo hubiéramos hecho así, no hubiera salido (Javier, entrevista, 30 de octubre de 2021).

Antes de emprender el viaje juntaron dinero para sufragar gastos de transporte y alimentación. Javier, quien por entonces tenía 35 años, vendió su motocicleta y otros enseres personales, mientras que Saulo, siete años menor que aquél, pidió prestado a sus amigos. El cruce por Honduras no supuso mayor inconveniente; los problemas comenzaron a llegar en El Salvador, donde primero fueron hostigados por las autoridades migratorias y, después, asaltados por la delincuencia. De ahí en adelante su camino se tornó sinuoso. Gran parte del recorrido debieron hacerlo a pie, casi sin comer ni dormir y dependiendo de la solidaridad de quienes encontraban a su paso. A veces, daban con gente que les regalaba comida o les transportaba por algunos tramos de la carretera sin cobrar nada a cambio. También tuvieron la fortuna de conocer personas que les asignaron tareas para que reunieran dinero y así poder continuar el viaje:

Bueno, allá en Guatemala estuvimos en un lugar donde compran diésel y venden a los camiones. Ahí le ayudábamos al señor, nos daba la comida, a veces le hacíamos chambitas así en la casa. Cinco días estuvimos ahí. De ahí nos venimos en camión hasta Escuintla. De ahí empezamos a caminar. Caminar, caminar… caminamos desde la mañana hasta las siete de la noche, ocho. Ahí dormimos enfrente de una gasolinera y salimos a las cinco de la mañana; de ahí, nos dio raid un señor hasta la frontera, hasta Tecún. Es la frontera, sólo que ahí divide el río. Hasta ahí. Y de ahí cruzamos en una balsa (Javier, entrevista, 30 de octubre de 2021).

Después de cruzar el Suchiate y arribar a Ciudad Hidalgo, Saulo y Javier caminaron por la carretera que conduce a Tapachula; gracias a recomendaciones de personas del lugar, lograron evadir retenes del INM tomando atajos y evitando el paso por zonas de alto tránsito. A esa altura, no tenían una ruta clara a seguir pues iban con recursos económicos muy limitados y desconocían por completo la geografía que a tientas empezaban a explorar; al igual que ha ocurrido con tantos migrantes centroamericanos, su tránsito por el Soconusco no estuvo exento de imprevisibilidad e incertidumbre (Fernández, 2014; Rivas, 2014). En ese tenor, la llegada a Puerto Madero incluso fue circunstancial y en gran medida se debió al azar de hallar gente que, lejos de aprovecharse de su condición de in- documentados, les facilitó información y dinero para que continuaran su tránsito:

«Ustedes van sobre carretera, los van a parar, los van a agarrar», me dice un señor.

«Váyanse a la playa, váyanse a la playa, por la playa hay más chance de que alguien te ayude, váyanse sobre el mar. Váyanse aquí recto, váyanse a la combi y le dicen ‘me lleva al puerto’. Ahí pueden agarrar trabajo para mientras. Pero si se van por carretera los paran». No teníamos plata, sólo teníamos 24 pesos. Pero así caminando, se paró la combi que viene pa’ acá y yo le dije al chofer: «mira, sólo tengo tanto, vamos hasta el puerto». «Súbanse pues». Y nos trajo. Vino una muchacha, nicaragüense también, pero ella tiene rato de vivir acá. Nos regaló 70 pesos: «Tengan, pa’ que coman». Sin decirle nada, sin preguntarnos nada. Nos dio la dirección de aquí, nos dijo: «Vayan ahí, busquen trabajo que ahí les van a dar» (Javier, entrevista, 30 de octubre de 2021).

En la tercera semana de octubre de 2021, estos dos nicaragüenses arribaron a Puerto Madero, lugar del que no sabían nada cuando dejaron atrás Chinandega. Dispuestos a ganar dinero para proseguir su ruta hacia Estados Unidos, empezaron a buscar trabajo en las palapas pesqueras. Una vez lograron este propósito, y tras varios días de dormir mayormente en el monte, se dieron a la tarea de hallar un lugar para descansar. Ambos hombres recordaban vívidamente cómo fue ese primer día en el puerto:

Saulo: Nosotros primero llegamos a otra [palapa] por acá, nos dijeron que estaban completos, que no necesitaban. Entonces nos venimos aquí, le dijimos que si nos daba trabajo, que veníamos migrando, que si nos daba un chance. «A ver, muéstrenme sus caras, a ver si son migrantes… Bien, vénganse mañana a las 7 de la mañana».

Javier: Y en la noche, así en la tardecita vimos a unos muchachos y les preguntamos dónde podíamos pagar cuarto. «¿Quiere el mes o quiere por días?». Y así fue, nos consiguió un cuarto. Sí, gracias a Dios podemos decir hay trabajo y hay la casa (30 de octubre de 2021).

En sentido estricto, ni Saulo ni Javier eran pescadores; empero, las tareas que desempeñaban eran importantes para mantener el correcto funcionamiento de la dinámica productiva. Junto con otros seis empleados de distintas procedencias -Chiapas, Veracruz, Sinaloa, Guatemala- se encargaban de: a) equipar las lanchas que estuvieran próximas a zarpar con los insumos requeridos por los pescadores para desarrollar sus faenas marítimas (bidones de gasolina, costales de hielo, cajas de carnada); b) descargar el producto pesquero de las embarcaciones que volvían al varadero y clasificarlo según su valor comercial; c) ayudar en la evisceración (extracción de vísceras) y destace de peces como el dorado (Coryphaena hippurus) o el tiburón;8d) mantener fresco el pescado a lo largo del día mediante la aplicación periódica de capas de hielo; e) limpiar las instalaciones del lugar cuando fuera necesario; f) atender a la clientela que se acercara a adquirir producto, y g) cargar camiones con producto que iba a ser despachado a otras palapas o hacia mercados de Tapachula y la Ciudad de México, por mencionar sólo algunas tareas.

A diferencia de los pescadores, cuyo ingreso depende del tipo y la cantidad de producto que obtienen del mar, quienes trabajan como empleados de palapa reciben una paga semanal fija que generalmente se entrega los sábados. En esa medida, Javier y Saulo comenzaron a ganar cada uno $1 200 MXN por semana. No había un contrato formal de por medio, pero sí un horario de trabajo establecido: lunes a sábado de 7 de la mañana a 6 de la tarde y domingos hasta las 5 de la tarde, con una hora de receso para comer. Adicionalmente, cada cierto tiempo -por lo regular una o hasta dos veces por mes- podían solicitar al permisionario un día de descanso. El ritmo de trabajo en la palapa era más intenso por las mañanas, sobre todo entre las 8 y las 11. En dicho lapso normalmente regresaban las lanchas del mar y se acercaban personas deseosas de comprar pescado fresco; por ende, Saulo y Javier debían coordinarse con los demás pordiyeros para llevar a cabo las múltiples tareas que se requerían -en especial las relativas a la descarga, clasificación y venta del producto-. Después del mediodía bajaba la intensidad de la labor, pero no por ello se desentendían de obligaciones como enhielar con frecuencia el pescado, secar al sol las aletas de tiburón o vender producto pesquero a quien lo demandara. Casi toda su jornada transcurría en la palapa y sólo al caer la tarde se iban al lugar que rentaban, una habitación con servicio de agua pero sin energía eléctrica; aun así, para Saulo era mejor dormir en una cama y bajo un techo «a como venía durmiendo en el camino, en el monte, aguantando frío, zancudos… hambre» (entrevista, 28 de octubre de 2021).

A pesar de haber arribado juntos a Puerto Madero, las expectativas migratorias de estos dos jóvenes divergieron. Javier, aferrado al plan original, pensaba en trabajar en la palapa por un par de meses para juntar algo de dinero y así seguir su camino hacia el norte: «honestamente te digo que no me pienso ir. Mientras pues no tenga problemas en el trabajo, ahí pienso dilatar […] Ahorita mi meta es recoger plata y si me puedo ir así, por la costa, ir subiendo» (entrevista, 30 de octubre de 2021). Saulo, por su parte, estaba más dubitativo y contemplaba regresar a su país; si bien fueron la pobreza y los bajos ingresos los que lo incitaron a emigrar, los fuertes lazos emocionales que lo vinculaban con su familia eran una poderosa razón para plantearse el retorno:

Yo voy a estar en este trabajo defendiéndome mientras mando reales, le dije, y después nos ubicamos mejor. Él [Javier] quiere que salgamos ahorita en diciembre, pero yo le dije que en diciembre no […] Sí, yo digo, yo me hago unos seis meses recogiendo los reales, y después quiero irme para mi país porque me hace falta. Me voy a regresar. Es que ella es muy enfermosa, mi mamá, yo no puedo andar largo, o sea, mi papá ya se me murió, y yo ya pasé el primer susto y vos sabés que estando largo no sabes qué le pueda pasar a ella, mejor de cerca, la estoy viendo mejor, y puedo trabajar. Aunque es menos el salario allá, pero la estoy viendo a ella diario (Saulo, 30 de octubre de 2021).

De esta manera, en casos de migrantes en tránsito como Saulo y Javier el tiempo de estancia laboral es indefinido. Podría ser de dos o tres meses, como en el caso de Javier, quien al acabar 2021 retomó su rumbo hacia el norte; podría ser de seis meses, como ocurrió con Saulo, quien no soportó la ausencia de sus seres queridos y optó por volver a Nicaragua; o incluso podría ser más tiempo, como sucede con migrantes de origen haitiano que, mientras resuelven su situación migratoria, se dedican a comprar pescado fresco en las palapas para consumir- lo, repartirlo y revenderlo en mercados y zonas populares de Tapachula.9 Así, la experiencia migratoria de Saulo y Javier difiere de la movilidad temporal de Benjamín, quien pesca en la costa chiapaneca sabiendo que al cabo de un par de semanas volverá a su lugar acostumbrado de residencia en donde tiene la principal fuente de empleo. Sus casos reflejan, más bien, la situación de personas indocumentadas que migran con la mente puesta en otro destino, y en su recorrido deben hallar trabajos informales y no calificados que les permitan sobrevivir -y, con suerte, avanzar en su propósito-. Al llegar a Puerto Madero, ninguno de ellos podía ser pescador, pues no sólo no tenían el conocimiento empírico y la destreza técnica que dicho oficio precisa, sino que además, y por obvias razones, carecían de la credencial exigida por la Armada de México para abordar embarcaciones y efectuar labores pesqueras; no obstante, sí podían involucrarse en tareas no calificadas y sobre las que no hay tanto control por parte de las instituciones, como equipar lanchas o descargar pescado. De esta forma, quizás sin buscarlo ni pensarlo, aportaron su mano de obra a un sector en el que históricamente ha estado presente población migrante proveniente de Centroamérica.

Versatilidad en el oficio pesquero: los trabajos de migrantes de larga duración

Federico es un guatemalteco de 37 años oriundo de Champerico y residente en Puerto Madero desde el año 2012. En esencia, conoce a la perfección todas las fases del proceso productivo; actualmente se ocupa en la confección y remiendo de redes para la captura del producto, y en las épocas en que empieza a haber abundancia de determinados peces -berrugata (Menticirrhus spp.), huachinango (Lutjanus peru), sierra (Scomberomorus sierra), tacazonte (Bagre panamensis) o chato, entre otros-, se anima a las faenas del mar, pues tiene experticia tanto en el manejo de las lanchas, como en el uso de las tecnologías de pesca. De igual modo, hay ocasiones en las que, a pedido del patrón, apoya a los pordiyeros de palapa en la descarga y almacenamiento del pescado.

A diferencia de Benjamín, Federico no salió de su pueblo natal con la intención de encontrar otras fuentes de empleo e ingresos; su motivación inicial era salvar la vida, pues la resistencia que opuso a las extorsiones de grupos de crimen organizado que operaban en Champerico le valió serias amenazas hacia su persona: «Por eso me vine de allá, mucha delincuencia, y como uno también tiene su carácter, no iba a dejar que estuvieran abusando, me quitaran lo que ganaba con mi trabajo» (Federico, entrevista, 31 de julio de 2022). En ese orden de ideas, para él tampoco era opción volver a su lugar de nacimiento; desde que llegó a Puerto Madero se propuso rehacer su vida apelando a las destrezas y saberes pesqueros aprendidos en Champerico.

La razón por la cual Federico escogió Puerto Madero como su nuevo destino era semejante a la que llevó a Benjamín a pescar con un armador de Costa Azul: una persona conocida facilitó el contacto con los futuros empleadores. En el caso de Federico, fue un coterráneo que ya vivía en el puerto y se desempeñaba como pescador de palapas tiburoneras:

Eso es lo más duro, cuando no conoces a nadie. Cuando llegué no conocía a nadie más que a un cuate que conocía acá y fue el que me recomendó acá. Él ya estaba acá, se vino de allá y tenía años de estar acá. Y ya cuando me vine, lo vine a buscar a él y ya él me vino a recomendar, ya fue que me quedé aquí (Federico, entrevista, 31 de julio de 2022).

Cabe reiterar que la presencia de champericanos en Puerto Madero no es un fenómeno nuevo; en las etnografías de Alcalá (1999) y Ortiz (1993) incluso se hacía mención del barrio «Champeriquito», así nombrado debido a la afluencia de pescadores procedentes de dicho municipio guatemalteco durante las décadas de 1980 y 1990. Hoy por hoy no existe oficialmente una colonia llamada de tal forma y la cantidad de gente originaria de ese lugar no es tan grande como lo recuerdan los habitantes veteranos del puerto; empero, ello no quiere decir que hayan cesado los movimientos migratorios, y prueba de eso es la presencia de Federico y los connacionales que le precedieron y ayudaron a instalarse:

Hay que ser agradecido. También con los que a uno le echan la mano. Yo ni tenía dónde vivir, en ese tiempo este cuate estaba construyendo su casa, ya la había hecho, ya sólo era cosa de pintarla. «Cuando se te ofrezca ahí está mi casa», dice, «pa’ que vivas». Ya me prestó su casa dos meses. Por eso también tiene uno que ser agradecido, me echó la mano, imagínate, dos meses no pagué renta, me acomodé […] (Federico, entrevista, 4 de agosto de 2022).

Antes de conseguir trabajo de pescador, Federico mostró aptitudes en la elaboración y reparación de trasmallos.10 Su buen hacer llamó la atención del empleador, quien poco a poco le fue asignando otras responsabilidades como descargar y enhielar pescado. Cimentada la confianza, el dueño de palapa no sólo le permitió probarse como pescador y motorista en una de sus embarcaciones, sino que, además, le dio la oportunidad de habitar en una de sus propiedades con un bajo precio de alquiler y facilidades de pago:

Remendaba, eso hacía al comienzo. Ya después me fui a pescar. Hay que darse a conocer primero. Así que primero comencé a remendar, y ya después fue que me dijo él que le echara la mano en la palapa, a descargar pues. Ya después le dije que si iba a pescar y todo. De a poquito, no de la noche a la mañana tienes todo […] Luego le dije al patrón que me alquilara un cuarto para rentar. Me alquiló un cuarto. 500 pesos al mes. Y a la semana le iba pagando, le daba 200, 150, así como orita, estoy trabajan- do, y me pagaba pues, aquí pagan los sábados, pero de ahí se cobraba lo de la renta (Federico, entrevista, 4 de agosto de 2022).

Los lazos sociales que inmigrantes como Federico afianzan en el lugar de destino son de capital importancia en el proceso de adaptación; en ello entran en juego tanto los vínculos previos al desplazamiento como los que se tejen con empleadores o colegas que ayudan, entre otras cosas, a solventar cuestiones básicas de alojamiento, alimentación y trabajo. Por otro lado, pese a llevar una década en Puerto Madero, Federico no ha regularizado su estancia en el país. Sin embargo, haber formado una familia le ha evitado problemas mayores con las autoridades migratorias: «Sí me han parado en Tapachula, pero como voy con mis nenas no me dicen nada. O si preguntan ‘¿Pa dónde va?’. ‘Pal puerto, allá vivo con mi esposa y mis hijas’. Como tengo hijos me dejan seguir» (entrevista, 4 de agosto de 2022).

Como mencioné antes, la principal actividad de Federico es la confección de redes pesqueras. En Puerto Madero hay de dos tipos en función del producto que se busca obtener: sierreras, para la captura del pez sierra, y pescaditeras, para la del «pescadito popular» (categoría que abarca una miríada de especies de bajo valor comercial que son demandadas constantemente por las familias de escasos recursos). La composición de unas y otras varía en diferentes aspectos: las primeras son altas (100 mallas de caída), su luz de malla es grande (tres a cuatro pulgadas de diámetro), tienen mayor grosor (nylon monofilamento de 0.55 a 0.7 centímetros) y operan en la superficie o a media agua (por ende cuentan con más flotadores que plomos); entretanto, las segundas son pequeñas (33 mallas de caída), su luz de malla es chica (2 ½ pulgadas de diámetro), no son tan gruesas (nylon monofilamento de 0.20 a 0.26 centímetros) y operan en el fondo (por ende hay más plomos que flotadores). En cualquiera de los dos casos, el empleador provee los materiales necesarios para su fabricación y los trabajadores reciben $350 MXN por cada unidad que logren confeccionar. Federico puede elaborar tres redes pescaditeras en dos días de trabajo de 6 de la mañana a 3 de la tarde; es decir, cada dos jornadas gana algo más de $1,000 MXN, lo cual supone un mejor ingreso al que obtienen los pordiyeros de palapa por los mismos días de labor o los pescadores sin suerte que regresan del mar con poco producto.

No obstante, la hechura de redes es una ocupación en la que pocos se involucran puesto que implica un alto esfuerzo visual y manual: «Se cansa uno de estar parado, la vista, el hombro, acá en la mano por el movimiento que hay que hacer con la aguja. A pesar de que uso [dedales de] goma, tengo todos los dedos cortados» (Federico, entrevista, 3 de agosto de 2022). Dificultades similares se presentan en la reparación de los artefactos, tarea que demandan los inversionistas cuando aquellos se agujerean por el uso pero aún resisten algunos lances más. En este caso, la paga es por jornal ($180 MXN) y sólo aplica para los sierreros, pues los otros tienden a presentar mayores averías al trabarse continuamente con las rocas del lecho marino -y, por consiguiente, al armador le resulta más conveniente mandar a hacer unos nuevos en vez de gastar varios jornales en el remiendo de uno solo-. Por lo regular, Federico emplea entre uno y dos días en la reparación de una red sierrera, dependiendo del tamaño y la cantidad de agujeros.

En cuanto a las faenas marítimas, este migrante champericano tuvo la ventaja de ser instruido desde una edad temprana en la navegación, así como en la pesca: «Yo empecé a pescar desde los 12 años, con mi jefe [su padre], y veía cómo movía la lancha. Él era capitán [motorista] entonces yo miraba y veía cómo le hacía» (31 de julio de 2022). Sin embargo, en Puerto Madero sus viajes al mar sólo ocurrieron luego de haberse ganado la confianza del dueño de palapa y de capitanes con mayor tiempo en la zona; primero fue a pescar como «chalán» de distintos motoristas y años después pudo asumir la responsabilidad de pescar como capitán de las embarcaciones del patrón.

Un problema con el que Federico ha debido lidiar es la falta de documentos para ejercer la actividad pesquera. Como anoté en apartados anteriores, en Puerto Madero existe un mayor control en ese sentido y ello le ha forzado a ser recursivo a la hora de eludir la vigilancia de la Armada:

Yo pesco con uno de acá [un mexicano] pero por las circunstancias, como yo no tengo papeles, no me dejan ir como extranjero. No pueden andar dos extranjeros en una lancha, van un guatemalteco y un mexicano, por si cualquier cosa. Pero ellos [de la Armada] no saben que no tengo papeles, me los piden, me los piden, pero le sacamos la vuelta, la necesidad te lleva a ser pícaro [risas]. Sí, eso es lo que pasa. Ya le prestan a uno una credencial o les dice uno que se le perdió y le muestran alguna copia… o también salimos antes de que se ponga el retén en la mañana. La necesidad te obliga a buscarle la forma (Federico, entrevista, 31 de julio de 2022).

Contrario a la intención de muchos migrantes centroamericanos -recuérdese aquí a Javier y a Saulo-, Federico no se proyecta en Estados Unidos ni en ningún otro sitio que no sea Puerto Madero. Al menos no por el momento. A lo largo de 10 años ha construido su destino en el lugar donde logró una relativa estabilidad laboral gracias, por una parte, a las redes sociales previamente existentes y a las que tejió con el pasar del tiempo, y por la otra, a su capacidad para trabajar tanto en oficios especializados -remiendo de trasmallos, manejo de embarcaciones menores, pesca-, como no especializados -avituallamiento de lanchas, descarga de producto, limpieza de palapa-, sin los peligros de recibir amenazas hacia su vida y con el arraigo que genera haber formado familia. Su experiencia no es, pues, igual a la de quienes transitan por la costa chiapaneca con miras a otro rumbo ni a la de quienes van por estancias breves pensando en retornar al sitio de residencia acostumbrado; en cierto modo, la suya es una trayectoria laboral-migratoria que reivindica la posibilidad de hacer vida en el «sur global»:

Aquí hay vida, hay vida. Muchos compañeros andan con su tal sueño americano, muchos. De Honduras, de Guatemala, [El] Salvador, con su sueño americano, de irse pa’ Estados Unidos. A mí eso nunca me emocionó, y hasta me han dicho ya dos veces que pa’ ir allá, pero no. Acá hay vida. Hay que ser inteligente, pues. Hay mucha gente que quiere vivir bien, quiere comer bien pero no se esfuerza. Hay unos que se ganan sus 500 pesos y ya no van a pescar mañana. Así no es. Chambeando te das a conocer, trabajas y quedas bien. Puedes quedar bien (Federico, entrevista, 4 de agosto de 2022).

Consideraciones finales

Las tres viñetas presentadas a lo largo del artículo permiten ver la heterogeneidad de los procesos de movilidad y trabajo de personas centroamericanas que se involucran en la pesca a pequeña escala en la costa chiapaneca. Los casos de Benjamín, Saulo, Javier y Federico ejemplifican algunas trayectorias migratorias-laborales en un ámbito muy poco indagado en los estudios antropológicos sobre Chiapas y la frontera sur en general. En ese sentido, cabría hacer las siguientes anotaciones a guisa de recapitulación.

En primer lugar, como ya se ha advertido en otras investigaciones, es preciso recalcar que no hay un solo factor que motive la salida del país de origen. Hay quienes lo hacen con el propósito explícito de trabajar al otro lado de la frontera para obtener ingresos adicionales a los que perciben en el espacio habitual de residencia. Otros, tal vez en situaciones más apremiantes de pobreza y desempleo, emigran para hacer realidad un «sueño americano» que mejore sustancialmente su nivel de vida. También están aquellos que se marchan no tanto por la búsqueda de empleo e ingresos, como por la violencia e inseguridad que afecta el diario vivir. Así, muchas personas de Centroamérica convergen en la dinámica pesquera de Chiapas sin haber tenido idénticas motivaciones de inicio; no en todos los casos es gente que haya salido de su país buscando trabajo en este sector económico específico.

En segundo lugar, las trayectorias de movilidad no son homogéneas, como tampoco lo es el destino final que se pretende. Para algunos, especialmente quienes habitan en zonas próximas al límite fronterizo, no existe de momento un destino diferente al que ya tienen en sus casas, y en esa medida su desplazamiento a las costas chiapanecas es circular, con estancias breves en México y frecuentes regresos a Guatemala. Para otros, en cambio, el objetivo está ubicado mucho más hacia el norte, de tal suerte que su tránsito por Chiapas, que en principio esperan sea corto, es en realidad indefinido y puede dilatarse -e incluso modificar de rumbo- conforme a las contingencias que se van presentando y los cambios de sus perspectivas de migración. Finalmente, están quienes desde el primer instante apuestan por asentarse en la costa del Soconusco, no aspiran a avanzar hacia las ilusiones de un norte que ven distante, pero tampoco retroceder a una Centroamérica de la que justamente han querido escapar.

En tercer lugar, y asociado con el punto precedente, la duración de la estancia genera diversos perfiles laborales, verbigracia: trabajadores que se emplean periódicamente y de modo intenso por breves temporadas; trabajadores que se emplean por tiempo indeterminado, que podría demorarse unos días o varios meses, o trabajadores que también se emplean por tiempo indefinido pero con la plena intención de permanecer.

En cuarto lugar, y esto es una generalidad del trabajo migrante en el Soconusco y la frontera sur en su conjunto, la inserción de personas centroamericanas en el sector pesquero es informal, aunque variada en cuanto a formas de contratación y horarios de trabajo. Según la labor a desempeñar, los trabajadores reciben su paga por jornal o a destajo, y tienen horarios bien establecidos o jornadas que se alargan o acortan en función de las incidencias del día. Quienes se dedican a elaborar trasmallos ganan por cada artefacto que hagan y establecen sus propios tiempos de trabajo, pero quienes hacen tareas de almacenamiento y venta local de pescado tienen una rutina definida de antemano por el propietario y ganan por día de labor. Los pescadores, por su parte, obtienen su ingreso conforme a la cantidad y tipo de producto que extraen del mar y adecúan sus horarios (a veces diurnos, a veces nocturnos) según el recurso pesquero que a priori persiguen; asimismo, sus jornadas duran más o menos en razón a varios factores, como éxito en los lances de las cimbras o trasmallos, advenimiento de tormentas o malos aires, o percances con el uso del motor.

En quinto lugar, los grados de participación en la actividad pesquera son di- símiles y varían de acuerdo con la existencia de lazos sociales en la localidad de trabajo y la experticia en determinados oficios. Quienes tienen un saber-hacer en las tareas de pesca y cuentan con contactos que faciliten el acercamiento con los permisionarios seguramente podrán tripular las embarcaciones e ir de pescadores. Quienes, por otra parte, no tienen conocimiento del oficio pesquero ni disponen de vínculos sociales pueden hallar un nicho en las tareas no calificadas de carga y descarga o en la clasificación y conservación del producto que se ofrece a la venta. Por supuesto, también están quienes dominan diferentes facetas de la labor pesquera (sean o no especializadas) y aprovechan esa versatilidad para afianzar su posición y ampliar el capital social que pudieran tener al llegar.

En últimas, la fuerza de trabajo centroamericana es un componente que en su heterogeneidad dinamiza la economía pesquera en zonas como la costa de Chiapas. Pese al endurecimiento de las políticas de control migratorio y la creciente «securitización» de la frontera sur (Lerma, 2020), la población migrante sigue estando presente de distintas maneras, como lo ilustran las historias de Benjamín, Javier, Saulo y Federico. Es menester seguir visibilizando las contribuciones que hacen estas personas al devenir económico y social de regiones fronterizas como el Soconusco y para ello valdría la pena indagar nichos productivos que no se hayan explorado a cabalidad, sin perder de vista la diversidad de orígenes, trayectorias de movilidad y experiencias laborales.

Agradecimientos

Agradezco al Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pues siendo becario del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), bajo la asesoría del Dr. Luis Rodríguez Castillo, me fue posible llevar a cabo el proyecto de investigación del cual deriva el presente artículo.

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1 El Soconusco es una de las 15 regiones socioeconómicas del estado de Chiapas y está conformado por 15 municipios, de los cuales tienen acceso al mar Acapetahua, Huixtla, Mazatán, Suchiate y Tapachula; este último es uno de los polos de migración internacional en la frontera sur de México.

2Los armadores son inversionistas y comerciantes que tienen medios de producción —embarcaciones, artes de captura— y disponen de capital para costear las faenas de los pescadores y pagar- les por el producto pesquero que obtienen. Asimismo, cuentan con instalaciones para acopiar el pescado y emplean mano de obra que se encarga de procesarlo, preservarlo, venderlo en el sitio y, si es el caso, transportarlo para su comercialización a un mayor precio en los mercados extralocales.

3Las cimbras o palangres son artes de pesca que consisten en una línea principal que se ex- tiende horizontalmente bajo la superficie del agua y de la cual caen reinales o líneas menores re- matados por un anzuelo con carnada. De acuerdo con Ortiz (1993:17), las que se usaban en Puerto Madero durante los setenta tenían hasta 30 anzuelos noruegos de 20 centímetros cada uno, con carnada de delfín y la línea principal la componían toscas cadenas de fierro.

4En México hay especies sobre las cuales el Estado, a través de la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (CONAPESCA), impone vedas temporales para evitar su sobreexplotación y así asegurar la continuidad misma de la actividad pesquera. En el caso del camarón en el litoral Pacífico, los períodos suelen extenderse por seis meses, usualmente entre los últimos 10 días de marzo y los últimos 10 días de septiembre.

5El camarón botalón (Trachypenaeus pacificus), cuya longitud oscila entre dos y 10 centímetros, tiene menor valor comercial; en tiendas y supermercados también suele llamarse pacotilla y por lo general se destina al consumo en ceviche o coctel. Por su parte, el camarón jumbo engloba ejemplares de talla adulta y mayor precio de venta; en la costa chiapaneca sobresale la pesca de especies de camarón como el blanco (Litopenaeus occidentalis) y el cristal (Farfantepenaeus brevirostris).

6Lo inverso también ocurre: pescadores de Chiapas que laboran en aguas del suroccidente de Guatemala y luego venden el producto en Puerto Madero u otras localidades costeras del estado. Indudablemente, el límite marítimo entre ambos países es franqueado de manera cotidiana por pescadores artesanales de lado y lado, pues siendo el mar un espacio tan extenso e inasible resulta difícil asegurar su total vigilancia y control. Este asunto, que sin duda amerita un tratamiento más profuso, da pie para pensar en esa área binacional en términos de un «espacio transfronterizo marítimo», cuyos actores y dinámicas es preciso caracterizar y analizar a cabalidad.

7Este tema era recurrente en las pláticas con los pescadores, cuya idea de masculinidad la aso- ciaban en gran parte al coraje y arrojo de sortear los peligros que corren cuando zarpan al mar. En esa medida, su énfasis en el tiempo destinado a la labor pesquera también puede leerse desde un enfoque de género, veta investigativa sobre la cual valdría la pena ahondar a futuro.

8En Puerto Madero se aprovechan comercialmente varias especies de tiburón, en especial, el aleta de cartón (Carcharhinus falciformis) y la cornuda (Sphyrna lewini). También se explotan la cornuda prieta (Sphyrna zygaena), el cazón picudo (Rhizoprionodon longurio), el cazón tripa (Mustelus dorsalis), el mamón (Mustelus lunulatus), el volador o puntas negras (Carcharhinus limbatus) y el zorro (Alopias pelagicus), entre otros.

9Durante la estancia etnográfica en Puerto Madero registré varias escenas en las que personas de origen haitiano se acercaban a comprar pequeñas cantidades de pescado en las palapas. En una de esas ocasiones, una mujer adquirió 30 kilos de «pescadito popular» (jureles, mojarras, robalitos) para revender en el mercado Sebastián Escobar de Tapachula; en otra oportunidad, tres hombres se llevaron alrededor de cinco kilos de pescado para consumir y repartir con familiares y compañeros de habitación en Tapachula. Ciertamente, la creciente presencia haitiana en la zona empezaba a influir en la pesca al convertirse en un nuevo frente de consumo directo de pescado, así como de circulación y redistribución a escala local. Estos temas sin duda precisan mayor indagación posterior.

10Los trasmallos, también conocidos como redes de enmalle, son artes de pesca de forma rectangular que se disponen verticalmente en el agua mediante una relinga con flotadores en su parte superior y otra relinga con plomadas en su parte inferior. La altura, grosor de hilo y tamaño o luz de malla de estas redes presentan diferentes dimensiones dependiendo de la especie que se quiera atrapar.

Cómo citar este artículo: Castillo Figueroa, Giovanny. (2023), «Presencias centroamericanas en la costa de Chiapas. Tres viñetas etnográficas sobre pesca y migración». Revista Pueblos y fronteras digital, 18, pp. 1-31, doi: 10.22201/cimsur.18704115e.2023.v18.664

Recibido: 10 de Abril de 2023; Aprobado: 09 de Junio de 2023

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