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Región y sociedad

On-line version ISSN 2448-4849Print version ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.21 n.45 Hermosillo May./Aug. 2009

 

Artículos

 

El impacto de la reestructuración económica en los procesos migratorios en Sinaloa, 1985–2005

 

José Aurelio Granados Alcantar*

 

* Profesor–investigador del Área de Sociología y Demografía, del Instituto de Ciencias y Humanidades, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Teléfono: (777) 172 000, extensión 5206. Correo electrónico: joseg@uaeh.reduaeh.mx.

 

Recibido en junio de 2008
Revisado en noviembre de 2008

 

Resumen

Las transformaciones económicas en los sectores productivos de México desde la década de 1980 han ocasionado que Sinaloa se convierta en un estado expulsor de población calificada, y al mismo tiempo en una entidad con fuerte atracción de indígenas. Los protagonistas de la inmigración y la emigración son trabajadores de distintos tipos; la primera está compuesta sobre todo por grupos de campesinos indígenas de escasos recursos del sur del país, mientras que una parte de la emigración está formada por sinaloenses con un alto nivel educativo, que al no encontrar perspectivas de vida mejores, optan por irse a los estados del norte del país y a Estados Unidos.

Palabras clave: transformación económica, Sinaloa, migración, indígenas, educación, trabajadores agrícolas, flujos migratorios.

 

Abstract

The economic changes in Mexico's productive sectors since the 1980s have caused the state of Sinaloa to become an ejector of qualified population, while at the same time attracting indigenous population. The protagonists of immigration and emigration in Sinaloa are different types of workers; the former consists mostly of underprivileged indigenous peasant groups from the southern part of the country, while the latter is made up of the state's educated endemic population, who choose to leave and move to the northern states of the country and to the United States in search of better prospects.

Key words: economic changes, Sinaloa, migration, indigenous population, education, farm workers, migration flows.

 

Introducción

A partir de la transición de un modelo de sustitución de importaciones a uno exportador, en México se emprende una reestructuración económica que reorienta la dinámica de los sectores productivos hacia el mercado externo, como una estrategia para que el comercio exterior constituya la base generadora de desarrollo económico y social. Este proceso altera la estructura productiva nacional, pero sus efectos e impactos también alcanzan a la dinámica poblacional, en particular en su distribución espacial. En Sinaloa, dicho proceso se refleja en una intensificación en la atracción de mano de obra agrícola a la entidad, y en un aumento de la salida de sinaloenses hacia los estados fronterizos del país y a Estados Unidos.

La aparente paradoja planteada por este movimiento migratorio de atracción traza una serie de interrogantes sobre el proceso y los trabajadores involucrados en los flujos: ¿de qué manera influyó la reestructuración económica en los patrones migratorios de Sinaloa?; ¿por qué un estado de economía agrícola fuerte, y que atrae mano de obra migrante, es al mismo tiempo expulsor de población?; ¿quiénes son los trabajadores involucrados en ambos tipos de flujos migratorios? y ¿qué transformaciones sufre la migración interna en cuanto a sus características sociodemográficas o de lugar de origen?

En este trabajo se pretende responder estos interrogantes. El objetivo es analizar la repercusión de la transición del modelo económico de sustitución de importaciones a otro orientado a la exportación, sobre el patrón de la migración interna e internacional en Sinaloa. Las hipótesis subyacentes son: el cambio del modelo de sustitución de importaciones al exportador consolida la atracción de población a Sinaloa, y al mismo tiempo la salida de personas hacia otras entidades. Los protagonistas de la inmigración y emigración en Sinaloa son distintos tipos de trabajadores, la primera integrada por grupos de campesinos indígenas de escasos recursos del sur del país, la segunda se caracteriza porque una parte de los emigrantes cuenta con un alto nivel educativo, que al no encontrar perspectivas mejores de vida, debido al efecto de los ajustes económicos implementados en el estado, opta por salir a las entidades del norte y a EE UU.

La relevancia del presente estudio reside en la escasa bibliografía sobre los procesos migratorios en Sinaloa. Si bien, la literatura se ha enfocado a estudiar a los jornaleros agrícolas desde la perspectiva de sus condiciones de vida y organización sindical (Posadas 1985), derechos laborales y humanos (Guerra 1998); no se han analizado lo suficiente las repercusiones demográficas que tiene la gran cantidad de jornaleros que llega anualmente, tal vez porque Sinaloa se había caracterizado, hasta la década de 1980, por su gran atracción migratoria. Por otro lado, la emigración de sinaloenses hacia las entidades vecinas y fronterizas se ha intensificado en fecha reciente, sus cambios en cuanto a características sociodemográficas y lugares de origen son poco conocidos.

 

Metodología

Para analizar los cambios socioeconómicos ocurridos en el estado en las últimas décadas, se utilizaron fuentes de datos disponibles y usuales del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), por ejemplo, para la parte del comportamiento del producto interno bruto (PIB) de Sinaloa como del resto de los estados, se tomó como referencia la información del Sistema de Cuentas Nacionales elaborado por el INEGI. Para observar la estructura del empleo en Sinaloa y estados vecinos se analizó la Encuesta nacional de empleo para los años seleccionados (1995, 2000 y 2005). La información sobre los montos de migrantes se obtuvo de los censos de población y vivienda de 1990 y 2000 y el II Conteo de población y vivienda 2005. Sólo se examinó la pregunta del lugar de residencia en una fecha fija previa, pues permite conocer y medir los movimientos más recientes de los individuos. Fijar claramente una fecha de referencia implica ventajas en el cálculo de las tasas de migración y en el saldo migratorio.

 

La quiebra del modelo de sustitución de importaciones y su repercusión en el proceso migratorio interno

El deterioro del modelo de sustitución de importaciones empezó a mediados de la década de 1970, pero fue a principios de la siguiente cuando se replanteó su eficacia para generar el desarrollo económico del país, su incapacidad para impulsar el crecimiento precipitó la transición hacia un modelo económico nuevo orientado a reducir el gasto del Estado, promovió la liberalización de los mercados mediante la eliminación de subsidios y precios tope, pero con el control del salario y la liberalización del comercio exterior suprimió los obstáculos arancelarios y no arancelarios a las importaciones (Villarreal 1989).

En el periodo de transición en el país se agudizó la desarticulación económica y social, a consecuencia de las transformaciones estructurales importantes derivadas de la política de liberalización comercial, la desregulación económica y la privatización de segmentos primordiales de la economía, así como un cambio en la legislación para promover la inversión extranjera.

La crisis fue precedida por una reestructuración de los sectores productivos, con el fin de lograr un crecimiento en la economía, pero tal efecto produjo cambios en la estructura económica. Una de estas medidas fue la modificación del patrón de localización industrial, que redefinió la relación industrialización–urbanización–migración, al menos de dos maneras distintas y complementarias. Por un lado, a través de la desindustrialización en las ramas y sectores orientados al mercado interno, históricamente localizados en las grandes metrópolis (Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey y Puebla). Por otro, mediante el auge industrial de ciertas regiones y ciudades medias (en especial algunas de la frontera norte como Tijuana, Ciudad Juárez, Nogales, Piedras Negras, etcétera), sustentado en procesos de maquila de alta y mediana tecnología y un capital transnacional considerable (Canales 1997). Estos cambios provocaron el traslado de la población de los grandes centros urbanos hacia las ciudades fronterizas. Por lo tanto, en la década de los años ochenta la migración interna se transformó, y si bien continuó la tendencia de movilizaciones de las zonas rurales hacia las urbanas, éstas ya no iban a las grandes ciudades que habían perdido su atractivo, sino a las medias y pequeñas, en especial a las fronterizas, es decir, que la migración de unas zonas urbanas a otras cobró más fuerza.

Según datos de la Encuesta de la dinámica demográfica (ENADID) , entre 1987 y 1992, sólo 852 mil individuos emigraron del campo a la ciudad, mientras que más de dos millones lo hacían entre áreas urbanas. Asimismo, la tasa de migración rural no rebasó los 33 por mil habitantes, mientras que la urbana llegó a ser de 57 por cada mil (Lozano 1997).

 

Las crisis y la reestructuración económica en los años ochenta y noventa en Sinaloa

De 1982 a 1995 se suscitaron una serie de crisis económicas en México, que trastocaron la estructura económica del país. La repercusión de las medidas implantadas para superarlas no fue igual para todas las entidades federativas, algunas enfrentaron con éxito las dificultades apostando por actividades productivas muy ligadas a la inversión extranjera, como las manufactureras o maquiladoras; en cambio, en otras el impacto de las crisis fue más severo, como en Sinaloa, cuyo crecimiento económico fue lento en estos últimos años, hecho reflejado en la disminución de su participación porcentual en el PIB nacional; en contraste, otros estados del noroeste la aumentaron (véase gráfica 1).

Otra forma de ver la pérdida de competitividad de la economía de Sinaloa es observando el desempeño de su menor crecimiento económico promedio anual en los últimos 13 años, que fue de 1.66 por ciento, como se muestra en el cuadro 1; sólo superó a Nayarit, Guerrero, el Distrito Federal y Oaxaca. Por el contrario, Sonora, Chihuahua, Baja California y Baja California Sur muestran un crecimiento más elevado que el promedio nacional, y mucho mayor que el de Sinaloa (véase cuadro 1).

Quizá los sectores sinaloenses más perjudicados por la reestructuración emprendida para enfrentar las crisis fueron el agrícola e industrial, subordinados a las agroindustrias. En el marco de la apertura comercial, la reestructuración al sector agropecuario implicó la alineación de los precios nacionales a los internacionales, hecho que se tradujo en el fin de los precios de garantía para todos los productos agrícolas, excepto maíz y frijol. Por otro lado, la desregulación significó el fin de los subsidios a la maquinaria y equipo, a los insumos y semillas. Además, hubo cambios jurídicos para promover accesos a los mercados de tierra, como estrategia para abrir espacios a la inversión privada nacional y extranjera.

La consecuencia del nuevo modelo de desarrollo agrícola fue la reducción en la superficie sembrada, principalmente en los cultivos de arroz, soya, cártamo y algodón, por ende el cierre de empresas agroindustriales ligadas a esta producción. Pero al mismo tiempo se incrementó la siembra de maíz y de manera paulatina la de hortalizas, cultivo vinculado al mercado exterior. Fue la industria azucarera la más golpeada por la crisis, en 1970 esta rama representaba 31 por ciento de toda la producción industrial de la entidad; es decir, cuatro ingenios azucareros abarcaban casi un tercio del producto manufacturero del estado. En 1980 hubo un descenso notable de éste al ubicarse en 20 por ciento; en 1990 la caída continuó y llegó a 10, y el año siguiente se redujo todavía más, al registrar sólo 7.4 por ciento del total (Brito 1994). En 1991, el gobierno federal privatizó la industria azucarera. Una de las primeras medidas de los ingenios locales, como empresas privadas, fue tomar el control de la producción de la materia prima a través del arrendamiento de tierras, tanto ejidales como de pequeña propiedad.

La década de los años ochenta también significó la desaparición de la industria arrocera de Sinaloa, como lo indica su reducción en el peso industrial; en 1970 representaba 17 por ciento del producto manufacturero, para 1980 se redujo a 12.6 y en 1991 se desplomó hasta 3.82. El impacto de la crisis también puede verse desde otra perspectiva: en 1985 había 25 empresas dedicadas a esta actividad y en 1994 se redujeron a cinco, las cuales trabajaban fundamentalmente con arroz importado (Ibid.). El cierre de empresas arroceras implicó una disminución de este cultivo en el estado, pues de más de 110 mil hectáreas sembradas en 1985 pasó a 11 mil en el ciclo agrícola 1995, y en la actualidad casi ha desaparecido (véase gráfica 2).

Debido a la apertura comercial, la importación de aceites y grasas vegetales propició la desaparición de la industria ligada al cultivo de la soya en la entidad, pues de las siete empresas que existían en 1994, no queda ninguna. Sin embargo, su importancia no era muy significativa en el producto industrial estatal, en virtud de que en 1970 apenas representaba 1.38 por ciento, mientras que en 1991 su aporte se había reducido a 0.02. El dinamismo se centraba en la cantidad de hectáreas sembradas anualmente, 250 mil, cuya importancia se puede cuantificar a partir de las cifras siguientes: en la temporada primavera–verano de 1988, este cultivo generaba 2 100 000 jornales. La derrama económica de la preparación de tierras era de casi 90 mil millones de pesos y las labores de siembra, cultivo, fertilización y control de plagas demandaban insumos con valor superior a los 200 mil millones. Los conceptos de trilla y flete de la cosecha generaban cerca de 40 mil millones de pesos; y el pago de impuestos, seguro social, intereses bancarios y diversas cuotas a organismos contribuían con 173 millones a la sociedad sinaloense (Granados et al. 1992). Como se observa en la gráfica 2, a partir de 1990 la siembra de la soya empezó a declinar, y en menos de una década casi desapareció del patrón de cultivos.

Al mismo tiempo, las medidas de política económica impulsadas por el gobierno federal, como la devaluación de la moneda, volvió más competitivo el cultivo de hortalizas1 en la entidad, debido a ello se incrementó la superficie sembrada de estos productos (véase gráfica 2). En Sinaloa se puede decir que existen unas 100 empresas hortícolas localizadas en Culiacán, Navolato, Elota, Guasave y Ahorne, que concentran la mayor parte de las exportaciones de legumbres a Estados Unidos, y abastecen una parte del mercado nacional. La siembra y cosecha de hortalizas demanda gran cantidad de mano de obra; se calcula que anualmente se contrata a unos 160 mil trabajadores en el campo durante los seis meses de la cosecha, mientras que en los empaques se considera que puede ser hasta un millón de personas (De Garmmont y Lara 2003).

Por otro lado, la decisión gubernamental de subsidiar sólo los cultivos de maíz y frijol provocó en Sinaloa un incremento en la siembra de maíz (que es más viable) y la casi desaparición de la soya, cártamo y arroz. El maíz, que en 1985 había rebasado las 140 mil hectáreas, diez años después había aumentado la superficie en más de 200 mil, en detrimento de los otros cultivos.

A pesar del panorama descrito, la participación porcentual del sector agropecuario en el PIB de Sinaloa no ha variado mucho; es decir, su economía ha dependido y continúa haciéndolo de la actividad agropecuaria para su crecimiento. Ésta genera más de 20 por ciento del PIB, pero sus efectos se reflejan en el comercio, los servicios y la manufactura. Como se puede observar en el cuadro 2, la industria manufacturera, que en Sinaloa está muy ligada a la actividad agrícola, ha disminuido su participación en los últimos años. También el comercio y la construcción han caído en el mismo lapso. El único sector que ha mostrado dinamismo es el terciario, de servicios, ya que ha aumentado su participación en el PIB estatal en este periodo.

La gran presencia de la agricultura en la economía de Sinaloa también condiciona el mercado laboral, pues en 1996 le daba trabajo a 27 por ciento del total de personas empleadas en él, para 2005 esta proporción era de 23.4. En cambio, en las entidades vecinas o fronterizas estos porcentajes son más bajos, en Baja California sólo 3.6 por ciento de la población ocupada labora en el sector agropecuario, en Chihuahua 5.7, en Baja California Sur 7.6 y en Sonora 11.8.

Esta situación se refleja a la vez en la calidad del empleo de los sinaloenses respecto a los estados vecinos. En el cuadro 3 se muestra que Sinaloa contaba con la tasa de condiciones críticas de ocupación (TCCO)2 más elevada en 2005, que abarcaba a diez trabajadores; en cambio los porcentajes de los otros estados del noroeste eran muy bajos, incluso Baja California Sur en 1996 tenía una TCCO de casi 20 por ciento; la calidad del empleo ha mejorado en este periodo, en 2005 su tasa fue de 7.9. Asimismo, entre los estados analizados, Sinaloa tiene el mayor porcentaje de personas ocupadas que ganan menos del salario mínimo o están desempleadas; en 1996, 13.3 por ciento de la población ocupada ganaba menos de un salario mínimo; para 2005 este porcentaje fue de 18.9,3 en cambio en los demás el valor de esta tasa ha disminuido (véase cuadro 3).

 

Los efectos de la reestructuración económica en el proceso migratorio en Sinaloa

Uno de los síntomas del crecimiento lento de la economía sinaloense es la pérdida continua de su población en estos años. Sin embargo, las políticas de ajuste, traducidas en un estancamiento en las actividades agropecuarias y una desaceleración en factores clave como el comercio, la industria de la construcción y la manufacturera, influyeron de forma contradictoria en el proceso. Por un lado, la agricultura, como la actividad económica principal en Sinaloa, condiciona al mercado laboral, pues las faenas agrícolas (sobre todo la siembra hortícola) ofertan un empleo por lo regular de remuneración baja y precaria, en gran medida temporal y ocupado principalmente por inmigrantes indígenas. En cambio, la población calificada encuentra muy pocas opciones de trabajo, pues las tareas productivas que requieren en mayor medida a personal calificado han estado estancadas, por tanto su alternativa será buscar opciones fuera de la entidad.

En el censo de 1970 en Sinaloa se observa un equilibrio migratorio de población (INEGI 2003). Sin embargo, la expulsión de personas empezó a partir de los años ochenta, hecho reflejado en los datos del censo de 1990, cuando Sinaloa se convirtió en expulsor de población. La consecuencia principal de la contracción de la economía fue su transformación de un lugar de atracción a uno de fuerte expulsión. Desde 1990,4 el estado ha presentado un saldo neto migratorio negativo (véase gráfica 3).

De 1995 a 2000 salieron 122 258 personas de Sinaloa, pero llegaron 96 899, así que la pérdida fue de 25 365 lo que la ubicó como la octava entidad expulsora de población con categoría de expulsión débil. A la cifra de emigración se deben agregar los 35 572 sinaloenses que se fueron a EE UU en estos cinco años, es decir, en realidad en dicho periodo censal hubo una pérdida de 60 93 7 habitantes. Fue a Baja California a donde más sinaloenses se trasladaron en los años noventa, después a Sonora, Jalisco y Baja California Sur. A su vez, quienes llegaron procedían de Guerrero, Oaxaca, Baja California y Sonora.

Los datos del Conteo de población de 2005 ubicaron a Sinaloa como el quinto expulsor de población hacia otros estados del país; ya que de 2000 a 2005 salieron 92 667 personas, y en ese mismo periodo llegaron 52 921; hubo una diferencia negativa entre los que entraron y quienes se fueron, esto significa que Sinaloa perdió 39 746 habitantes, sin contar a los que emigraron a EE UU, ya que en este conteo de población inexplicablemente no se incluyó ninguna pregunta para captar este tipo de flujo. Del total de personas que salió del estado de 2000 a 2005, 71.4 por ciento llegó a Baja California (37 861), a Sonora (16 414), a Baja California Sur (8 853) y a Chihuahua (3 039). Así, Sinaloa se convirtió en el principal expulsor de población hacia los tres primeros estados: en Baja California Sur una de cada tres personas que llegaron recientemente es originario de Sinaloa, mientras que en Baja California y Sonora es uno de cada cinco. Aquí la novedad es que Baja California Sur se convirtió en el destino de los sinaloenses, desplazó a Jalisco y Durango, que por tradición habían sido receptores importantes.

Los municipios donde la presencia de dichos migrantes recientes es notoria son Tijuana (21 238), Mexicali ( 9 345), Ensenada (2 778) y Tecate (1 434), en Baja California; Nogales (5 280), Hermosillo (3 363) y San Luis Río Colorado (2 125), en Sonora; Los Cabos (5 038), La Paz (2 209) y Mulegé (1 245), en Baja California Sur. Como puede observarse, se trata de los municipios fronterizos con Estados Unidos, en donde se encuentra la industria maquiladora del país; aunque surgen como lugares emergentes los de Baja California Sur, cuya actividad económica principal es el turismo. En suma, los sinaloenses se van a donde hay más ofertas laborales, con mejor calidad de empleo.5

Es indudable que el mejor desarrollo económico de los estados vecinos o cercanos ha provocado más movilidad de sinaloenses hacia esos territorios. Sin embargo, su escolaridad es más elevada que en las entidades tradicionalmente expulsoras de población como Oaxaca y Guerrero.

La Oficina de Población de las Naciones Unidas en México realizó un análisis para conocer el efecto de la migración interna sobre el desarrollo humano, mediante el esquema de entidades federativas "virtuales", donde los inmigrantes regresan al estado de origen conservando su nivel de alfabetización y su pertenencia al sistema escolar (o la falta de éste). Los cambios en los indicadores de educación cuando se elimina el efecto de la migración interna son los siguientes: aumentos en las tasas de alfabetización de Sinaloa, Veracruz, Baja California Sur, Tabasco y Oaxaca, y disminuciones en Quintana Roo, Guerrero, Chihuahua, Guanajuato y Aguascalientes. Un incremento de la asistencia escolar en ausencia de migración en Quintana Roo, Baja California, Baja California Sur, Chihuahua y Tamaulipas, y una disminución en Veracruz, Oaxaca, Guerrero, San Luis Potosí e Hidalgo (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD 2008).

En los censos de 1990, 2000 y el Conteo de población de 2005, Sinaloa ocupa la segunda posición como expulsor de profesionistas, sólo superada por el Distrito Federal (véase cuadro 4). Pero la emigración del Distrito Federal es sobre todo hacia los municipios del Estado de México, es decir, en realidad los migrantes no dejan de residir en la misma ciudad. Los estados más beneficiados con la salida de personas con educación universitaria, que en 2000 vivían en Sinaloa, fueron: Baja California (4 095), Jalisco (2 533), Sonora (1 950) y Baja California Sur (1 447). En cambio, llegaron 874 profesionistas que en 1995 vivían en Sonora, 695 procedentes del Distrito Federal, 808 de Jalisco, 776 de Baja California y 225 de Baja California Sur.6

Por otro lado, la importancia del sector agropecuario sinaloense en la economía estatal y la nacional,7 condiciona el tipo de personas que llegan.

La población que arriba a Sinaloa trabaja sobre todo en el sector agropecuario, se asienta en localidades rurales y su característica principal es su origen indígena. El flujo de personas hablantes de lengua autóctona ha convertido al estado en una de las regiones primordiales de atracción de esta población del país (véase cuadro 5), sólo superada por la zona metropolitana de la Ciudad de México y el estado de Quintana Roo, aunque estos lugares ofrezcan mercados de trabajo diferentes (Granados 2005).

Esto trae como consecuencia que el flujo migratorio que llega a Sinaloa se transforme; en cuanto al lugar de origen, la variación estriba en que las personas no sólo provienen de los estados vecinos (Durango, Chihuahua, Nayarit y Sonora), sino de los que tienen más indígenas, como Oaxaca y Guerrero; que antes no tenían peso en esta corriente, pero su asentamiento aumentó a partir de la década de 1980 (véase gráfica 4).8 Y sin duda debido al alza de las actividades hortícolas, como lo prueba el hecho de que la mayor parte de la población de origen oaxaqueño y guerrerense se estableció en Culiacán, Elota, Guasave y Navolato; donde se localizan dichos cultivos (véase cuadro 6); 86 por ciento de ella se asienta en localidades de menos de 2 500 habitantes.

La importancia de la mano de obra femenina en esta corriente migratoria se refleja en que constituye casi la mitad de esta población. La edad de los inmigrantes muestra que tienen gran potencial físico, ya que son jóvenes, pues 50 por ciento del total tenía entre 10 y 29 años. Por otro lado, casi la tercera parte son niños menores de diez.9 La escolaridad del migrante oaxaqueño y guerrerense de cinco años y más que llega a Sinaloa no es muy alta, pues más de 30 por ciento de ellos no tiene estudios; otro 30 ha cursado uno o tres años de primaria y cerca de 25 cuenta con cuatro a seis años de primaria y sólo 3 ha cursado la secundaria y menos de 1 por ciento la preparatoria.

 

La emigración de sinaloenses hacia Estados Unidos

A la par de los procesos migratorios internos, Sinaloa también envía población a EE UU, aunque no en grandes cantidades. Según el Consejo Nacional de Población (CONAPO), la intensidad migratoria del estado es media, ya que sólo de 3.58 por ciento del total de hogares hubo un miembro de la familia que emigró en el quinquenio 1995–2000 y 4.6 de los hogares recibía remesas en el año 2000.

Según cifras del XII Censo de población y vivienda, en dicho lapso, 35 531 personas residentes en Sinaloa se fueron a EE UU. Esta cifra debe considerarse como una cota inferior de los emigrantes internacionales sinaloenses, ya que a este monto habría que añadirle una modalidad nueva referida a la migración de familias completas, cuyo registro es objeto de los países de destino (INEGI 2000). De acuerdo con este dato, 60 por ciento de las personas sale de Culiacán, Guasave y Ahorne (véase cuadro 7), municipios donde se concentra la actividad agrícola, además en los dos primeros se asienta la población guerrerense y oxaqueña, que llega a trabajar en los campos agrícolas. Por lo tanto, es ahí donde ocurre el proceso de expulsión y atracción de población.

Las características sociodemográficas de los migrantes sinaloenses concuerdan con los patrones señalados en otros estudios de entidades con mayor tradición migratoria, como Guanajuato e Hidalgo. Sin embargo, a diferencia de éstos con alta intensidad, la participación femenina es mayor, ya que suma 30 por ciento del total de emigrantes sinaloenses, en cambio para Guanajuato e Hidalgo eran 16 y 17, respectivamente; esta cifra coincide con la tesis de que ha aumentado el flujo migratorio de mujeres de manera paulatina, proceso impulsado por los deseos de reunificación familiar y un aumento de tareas relacionadas con trabajo femenil, como recamareras, niñeras, etcétera.

La distribución por edades no muestra diferencias entre hombres y mujeres, en ambos casos destacan los jóvenes ya que casi 60 por ciento del total de migrantes tenía entre 15 y 24 años de edad. En un análisis por edad desplegada, se encontró que 40 por ciento de los migrantes sinaloenses tenía entre 16 y 20 años en la fecha de su partida hacia EE UU.

El fenómeno migratorio y las remesas son aspectos presentes en los hogares sinaloenses, pese a que son pocos los que reciben remesas, representan una fuente de ingresos importante para las familias. Al igual que en otras regiones del país, las remesas son un ingreso extra que les permite aumentar su calidad de vida y en algunos casos invertirlo en la actividad productiva (Montoya 2004).

 

Conclusiones

La reestructuración económica en Sinaloa redefine el patrón inmigratorio en el estado, influido principalmente por los ajustes al sector agrícola. El cambio en el patrón de cultivos causado por las medidas económicas provocó una reestructuración del mercado laboral agrícola, traducido en una segmentación étnica en el empleo de dicho ramo, pues se pasó de contratar mestizos a indígenas. Tal proceso modificó la procedencia de los jornaleros agrícolas que llegan a Sinaloa; antes la gente provenía sobre todo de Durango, Sonora y Chihuahua. En la actualidad, se puede decir que si bien continúa la inmigración de esas entidades, su flujo ha disminuido de manera considerable, al que existía antes de la década de 1980. Hoy en día la corriente inmigratoria viene de zonas indígenas de Guerrero y Oaxaca.

Dicha reestructuración económica también modificó el patrón emigratorio en Sinaloa. Si bien, a lo largo del siglo pasado de la entidad salían personas primordialmente a Sonora y Baja California, a partir de los años ochenta el estancamiento de la economía sinaloense puede considerarse como el motivo principal de la intensificación de la emigración.

Las personas involucradas en los flujos migratorios son diversas; los inmigrantes constituyen un grupo de campesinos en pobreza extrema, que por sus precarias condiciones de vida necesitan un ingreso para asegurar su subsistencia, y debido a las pocas opciones aceptan el salario ofrecido por jornadas extenuantes. Estos trabajadores cuentan con educación y calificación laboral escasa; su origen es rural, en gran medida provienen de comunidades indígenas de Oaxaca y Guerrero. En cambio, los emigrantes constituyen un flujo mixto, es decir no hay una preponderancia de lo rural o lo urbano en cuanto al lugar de origen. Esto se explica en parte por el colapso de los mercados laborales, tanto urbanos como rurales.

El nuevo modelo de desarrollo agrícola también redefine los asentamientos en los estados del noroeste del país,10 al igual que el proceso de localización industrial en las zonas fronterizas. Si bien, en este evento no interviene un gran número de personas como en el movimiento migratorio originado por el proceso de industrialización en las ciudades fronterizas, su importancia radica en que es un suceso que está transformando las comunidades rurales de esos estados, con la llegada de indígenas.

Por último, existen varios motivos para migrar: económicos, familiares, residenciales, educativos y de seguridad, entre otros. Por lo tanto, la llegada o salida de personas de Sinaloa no obedece a una sola razón. Sin embargo, se cree que el proceso migratorio actual está influido, en gran medida, por las condiciones económicas, es decir la mayor parte de quienes llegan o salen lo hacen por cuestiones laborales. En las circunstancias actuales, la mayoría de las personas que llegan a trabajar a Sinaloa son las que su economía necesita; con escolaridad baja o nula que se encargan de las labores agrícolas. Los profesionistas que salen, son las que por su nivel educativo tienen una expectativa de trabajo y remuneración mucho mayores de las que actualmente les ofrece el mercado laboral. Esto es así, y proseguirá en el futuro, porque la economía sinaloense continuará dependiendo del sector agrícola para su dinamismo. En caso de que los otros sectores comenzaran a dinamizarse al punto de desplazar a la agricultura como motor de desarrollo, estas transformaciones no serían en un plazo corto.

 

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Notas

1 Éste se remonta a principios de siglo XX. Pero fue a partir de los años cuarenta, con la construcción de un vasto sistema de riego, que se crearon las condiciones necesarias para convertir a Sinaloa en un estado de gran relevancia en la exportación de productos hortícolas (tomate, calabaza, chile, pepino, etcétera) . El cultivo de hortalizas requiere mucha fuerza de trabajo. Tareas como planteo y replanteo, deshierbe, desbrote, instalación de estacón, hilo y alambres, poda y corte, selección, empaque, estiba, etcétera, que se realizan manualmente y tareas como barbecho, rastreo, nivelación, incubación de la semilla, trasplante, aplicación de fertilizante, fumigación, refrigeración y transporte, donde la fuerza de trabajo se combina con la de la maquinaria y tecnología sofisticada (Posadas 1985).

2 La proporción de la población ocupada que trabaja menos de 35 horas a la semana por razones de mercado; que trabaja más de 35 horas semanales con ingresos mensuales inferiores al salario mínimo o que labora más de 48 horas semanales ganando menos de dos salarios mínimos.

3 Mide el porcentaje que representa la población desocupada y la ocupada, con ingresos inferiores al salario mínimo.

4 Por primera vez en 1990 se incluyó en el cuestionario censal la pregunta referente a cuál era el lugar de residencia cinco años antes, para saber la intensidad migratoria reciente.

5 Jaime Sobrino señala que entre 1990 y 2000 las ciudades con mayor dinamismo económico se concentraban en los estados de la frontera norte y centro del país. Así, en la última década del siglo pasado, las localidades con mayor ritmo de crecimiento fueron las fronterizas, tal como se vaticinaba con la apertura comercial, y las del centro, que favorecieron la consolidación del espectro megalopolitano en torno a la Ciudad de México. Al comparar el crecimiento industrial por entidad federativa según el PIB con la competitividad industrial de las ciudades según el valor bruto de la producción (VBP) , se concluye que hay una relación general entre la ciudad competitiva y la competitividad de la entidad federativa a la que pertenece; las de mejor desempeño industrial fueron Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Chihuahua, Hidalgo, Querétaro, Sonora y Tamaulipas. En cambio, el polo opuesto fueron Campeche, Chiapas, Nayarit, Oaxaca, Tabasco, Durango, Guanajuato, Jalisco, Sinaloa y Veracruz. En tanto las ciudades de las cinco últimas entidades obtuvieron un rango competitivo inferior (2004, 449–464).

6 De los emigrantes sinaloenses recientes con estudios profesionales, 13.5 por ciento cursó la carrera de contaduría, 13.1 de administración, 8.6 de derecho, 5.6 de ingeniería en computación o en informática, 5 en ingeniería civil, 3.9 en ciencias de la comunicación, 3.6 en ingeniería industrial, 3.3 en agronomía, con ese mismo porcentaje están quienes estudiaron enfermería, y 3.2 por ciento los de medicina.

7 En cuanto al monto del PIB agropecuario, Sinaloa ocupa el tercer lugar nacional, sólo superado por Jalisco y Veracruz. Además, en 2000 su aportación fue de 14.81 al PIB estatal, cuando en ese mismo año la de Sonora al PIB agropecuario fue de 6.78, la de Baja California de 1.55, la de Chihuahua 4.1 7 y la de Baja California Sur de 4.87.

8 Los resultados de la gráfica abarcan hasta el año 2000, porque la pregunta sobre el lugar de nacimiento no se aplicó en el Conteo de población y vivienda 2005.

9 En una investigación de Teresa Guerra se encontró que en los campos agrícolas sinaloenses se contratan niños a partir de los ocho años. Según la autora, se usa el trabajo infantil porque su estatura facilita el rendimiento en la recolección de hortalizas; ser menor no les otorga cierta complacencia laboral, pues se le exige trabajar como un adulto (1998).

10 El modelo de desarrollo agrícola adoptado en Sinaloa se reproduce en Baja California (valle de San Quintín) o en Baja California Sur (Villa Constitución), incrementando la inmigración de grupos indígenas.

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