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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

Print version ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.18 n.35 Monterrey Aug./Dec. 2022  Epub Jan 19, 2024

https://doi.org/10.46530/cf.vi35/cnfns.n35.p.79-103 

Artículos

Corea del Norte en el siglo XXI: mitos, discurso y pragmatismo de uno de los regímenes más totalitarios del mundo

North Korea in the 21st Century: Myths, Discourse and Pragmatism of One of the Most Totalitarian Regimes in the World

Gabriela Guadalupe Márdero Jiménez* 

*Miembro del Servicio Exterior Mexicano.


Resumen

El desarrollo nuclear y de misiles de Corea del Norte ha preocupado por décadas. La personalidad aparentemente inestable de su liderazgo ha sido crucial para que este sea percibido como una amenaza a la seguridad mundial. Sin embargo, sus líderes políticos han argumentado que Pyongyang se armó como medida defensiva para garantizar su supervivencia. Esta aclaración no ha sido creíble para la comunidad internacional, quien ha intentado desarmarlo a través de diversos mecanismos. Ahora que Corea del Norte argumenta poseer un arsenal nuclear considerable en lo que diversos analistas y expertos coinciden, un enfoque más útil podría ser reconocerlo como un Estado nuclear y, a partir de ello, retomar las negociaciones internacionales que lo vinculen al mundo y eventualmente lo conlleven al levantamiento de las sanciones internacionales, a fin de mejorar la calidad de la vida diaria de la población norcoreana, principal víctima del aislamiento internacional del régimen.

Palabras clave: seguridad de la península coreana; desnuclearización; lanzamientos de misiles; diplomacia nuclear; mitos norcoreanos

Abstract

North Korea's nuclear and missile development has been a concern for decades. The apparently unstable personality of its leadership has been crucial for this to be perceived as a threat to world security. However, its political leaders have argued that Pyongyang has armed itself as a defensive measure to ensure its survival. This clarification has not been credible for the international community, which has been trying to disarm it through diverse mechanisms. Now that North Korea argues to own a large nuclear arsenal, an argument in which diverse analysts and experts agree, a more useful approach would be to recognize it as a nuclear state and, from that stance, resume international negotiations that link up the country to the world and eventually lead to the lifting of the international sanctions to improve the quality of the daily life of its citizens, main victims of regime’s international isolation.

Keywords: security of the Korean peninsula; denuclearization; missile launches; nuclear diplomacy; North Korean myths

Introducción

Desde el establecimiento del régimen norcoreano en 1948, la creación de mitos ha sido uno de sus pilares fundacionales. Se ha basado en ellos para sostener su legitimidad y control internos, así como para amenazar y confundir al exterior. A simple vista pareciera, además, que cada uno de los tres líderes que Corea del Norte ha tenido desde entonces, todos ellos descendientes en línea directa, ha sido más estrafalario e impredecible que el anterior.

El discurso de la disnastía Kim ha sido consistentemente beligerante desde su creación. Con frases incendiarias ha amenazado reiteradamente con destruir a sus vecinos, Corea del Sur y Japón, así como a su principal enemigo, los Estados Unidos de América y esta narrativa no se ha quedado en meras bravatas. Lleva décadas construyendo un arsenal nuclear y de misiles balísticos de proporciones considerables, aun en medio de la condena mundial y de uno de los sistemas de sanciones económicas internacionales más estricto que haya existido sobre país alguno.

Corea del Norte ha llevado a cabo seis ensayos nucleares a la fecha y lanzado más de cien misiles balísticos, los más recientes con la capacidad de transportar ojivas nucleares. En sus desfiles militares, el régimen muestra por las calles de Pyongyang armamento pesado, rodeado de un número considerable de efectivos militares (Council of Foreign Relations, 2022). Su flota aérea, si bien avejentada y procedente sobre todo de la desaparecida Unión Soviética, es también numerosa.

A nivel de política interna, se ha afianzado en sus mitos y en un régimen de terror en el que no se tolera el disenso o la crítica. Son conocidas las historias de juicios sumarios, fusilamientos y asesinatos, incluso de familiares y allegados.

Sin embargo, más allá del discurso impetuoso al exterior y de las excentricidades de su liderazgo, el régimen ha mostrado ser pragmático en sus relaciones internacionales, vinculando el desarrollo y la posesión de armamento a su propia supervivencia -no con fines ofensivos- y dispuesto a negociar lo anterior si se le garantiza su seguridad: ha aceptado inspecciones por parte de organismos internacionales y, en todos estos años, no ha atacado directamente a sus vecinos con su arsenal ni iniciado un conflicto armado binacional o regional. El presente trabajo analizará este aspecto, el del pragmatismo en medio de lo que parece ser un régimen dirigido por hombres viscerales, dispuestos a aniquilar a sus oponentes con armas nucleares transportadas en misiles. Vale la pena aclarar que en este artículo no se abordan las condiciones de vida al interior del país; no por que no sea de la mayor relevancia, sino porque en este tema la evidencia es escasa y, porque en ese ámbito, simplemente no hay nada justificable o pragmático en las acciones del régimen.

El papel de los mitos y de la ideología en la construcción del poder del Estado en Corea del Norte

1. El abuelo

La República Popular Democrática de Corea (RPDC o Corea del Norte) es una autocracia. Lo ha sido desde su creación, manteniéndose por la fuerza de las armas y por un mito fundacional: los hombres que la han regido son descendientes de un volcán, el mítico Monte Paetku, localizado en la frontera con China. Se dice que el gran patriarca de la dinastía, Kim II-Sung, dirigió desde una humilde cabaña, con apoyo chino, la liberación de Corea de las fuerzas imperialistas japonesas. De acuerdo con la narrativa oficial, Kim II-sung engendró a su primer su hijo, Kim Jong-il, en la misma cabaña. El mito cuenta que la llegada al mundo, en 1941, de quien posteriormente dirigiría el país de 1994 a 2011, fue adornada con arcoíris dobles, curiosas formaciones de nubes e, incluso, el nacimiento de una nueva estrella.

Tanto la victoria final sobre los ocupantes japoneses, como el bien aspectado nacimiento del primogénito, fueron atribuidos por el discurso oficial a la energía y el poder del volcán. Así comenzó a tejerse una cosmología revolucionaría que les conferiría a los hombres del clan Kim un estatus de semidioses: el propio Kim Il-sung creó y fue alimentando su imagen de Líder Supremo, como hasta ahora se le conoce, convirtiéndose en el novelista, filósofo, historiador, educador, diseñador, arquitecto, militar, crítico literario y campesino norcoreano por excelencia. Gozaba también de características sobrehumanas, como ser “el sol, las estrellas, el libertador, no sólo de la ocupación japonesa, sino del espíritu del pueblo coreano” (Lee, 2013, p. 62), naciendo así el culto a su personalidad, la herramienta más útil del régimen para su legitimidad y estabilidad internas.

Uno de los más curiosos mitos diseminados en los primeros años de la RPDC, aunque posteriormente desmentido por la prensa oficial (apenas recientemente, en 2020), fue que el Líder Supremo poseía chukjibop, literalmente un “método para encoger la tierra”, que se refiere a la capacidad de moverse rápidamente hacia el punto ciego de un enemigo a una velocidad tan rápida que el atacante parece desaparecer temporalmente.

La versión mítica de un concepto de las artes marciales de Asia oriental se ha atribuido a varias figuras de la mitología china y japonesa y, más recientemente, se ha representado en la animación japonesa o mediante el uso de efectos especiales en las películas chinas de kung-fu. Según el mito, Kim Il-sung habría usado la técnica chukjibop para ganar las batallas contra los soldados imperiales japoneses y liberar Corea (Radio Free Asia, 2020)

Además de fundar un país -con la ayuda soviética y china, valga decir-, Kim Il-sung lo dotó de un marco político y filosófico de referencia, que permea hasta nuestros días y que se encuentra en la base de las acciones estatales: la filosofía política conocida como juche, que se convirtió en la ideología oficial de la RPDC en 1972 (Oberdorfer y Carlin, 1997, p. 401). Descrito a menudo como “autosuficiencia”, juche significa, en pocas palabras, ser uno mismo el motor de la reconstrucción de su propio país, aferrarse a una posición de independencia rechazando la dependencia de los demás, creer en la propia fuerza, haciendo gala del espíritu revolucionario de autosuficiencia, y resolviendo así los problemas uno mismo, en todas las circunstancias (Kim Jong, 1982, p. 386). La literatura oficial afirma que el juche de Kim Il-Sung es “la aplicación creativa de los principios marxista-leninistas a las realidades políticas modernas en Corea del Norte”.

Kim Il-sung imaginó tres aplicaciones de la filosofía juche: independencia política e independencia, especialmente de la Unión Soviética y de la República Popular China; autosuficiencia económica; y un sistema de-ensa nacional viable (Li, 1972, p. 157).

Estas son las estructuras sobre las cuales se comenzó a edificar la ortodoxia cultural y política norcoreana, que serían fortalecidas con la llegada de cada nuevo Kim al poder, como veremos a continuación con Kim Jong-il, el primogénito, presuntamente nacido en las faldas de Monte Paetku, quien llegó al poder en 1994, tras la muerte de su padre, a la edad de 82 años.

2. El padre

Si bien asumió el poder hasta la 1994, Kim Jong-il ya había sido designado oficialmente sucesor de su padre desde finales de 1980 y recibió el mando de las fuerzas armadas el 24 de diciembre de 1991. En los años posteriores, ocupó puestos importantes en el Comité Central, en el Politburó y en la Secretaría del Partido, de modo que cuando su padre murió, se convirtió en el líder de facto de Corea del Norte. Dado que el cargo de presidente había sido eliminado por la Asamblea Popular Suprema, que reservó para Kim Il-sung el título póstumo de “presidente eterno”, el segundo Kim fue reelecto presidente de la Comisión de Defensa Nacional, con poderes ampliados. Si bien formalmente era el líder político de Corea del Norte, internamente se le conocía como “Querido Líder”, pues el título de “Líder Supremo” es usado, hasta la fecha, para referirse a su padre.

Durante su gobierno, el segundo Kim mantuvo el misterio que rodeó al primero, circulando información contradictoria sobre su vida personal y generado sus propios mitos, consistentes sobre todo en tener, desde la más tierna edad, una portentosa inteligencia, que rayaba en la clarividencia y otros poderes “sobrenaturales” conferidos por el volcán. De cierto se interesó por las artes, particularmente en la literatura y el cine, aunque sus productos siguieron siendo principalmente herramientas de propaganda. Ávido cinéfilo, Kim Jong-il dirigió cientos de películas e, incluso, fraguó el secuestro de un director de cine de Corea del Sur, Shin Sang-Ok, y su esposa, la actriz Choi Eun-Hee (Kim, 2008, p. 95), quienes fueron llevados al Norte y obligados a trabajar para Kim Il-sung, hasta que lograron escapar en 1986.

Fue también, a decir de la prensa oficial, un “ícono” de la moda: su característico atuendo, consistente en una especie de overol verde militar o gris; sus eternos lentes de enorme armazón ligeramente oscurecidos y su cabello alborotado fueron, según la prensa estatal norcoreana, celebrados por los diseñadores de moda más famosos del mundo; la misma prensa que en más de una ocasión citó a un diseñador francés anónimo diciendo que “el estilo de Kim Jong-il, que ahora se expande rápidamente por el mundo, es algo sin precedente en la historia de la moda” (Agence France-Press, 2010). Por lo que muchos más lo recuerdan es por haber sido un hombre de excesos en la comida y la bebida, en un país que entonces padecía la más espantosa hambruna en Asia -desde la que sufrió la China de Mao a finales de los sesenta-, en la que se cree que murieron de hambre tres millones de personas entre 1996 y 1999 (Haggard y Nolan, 2007, p. 40).

Kim Il-sung creó para Corea del Norte un marco de pensamiento político -la ideología juche-, que sería complementado por su hijo con la enunciación del segundo pilar de la filosofía estatal de ese país: “lo militar primero” (sŏngun), en fortalecimiento del sector que es el soporte del régimen, destinatario de la mayoría de los escasos recursos nacionales, y política que impregna de militarismo todos los aspectos del Estado y la vida diaria. Si bien desde las épocas de lucha antijaponesa de su padre, la noción de que el ejército era prioritario era ya un componente esencial en la conformación del nuevo país, es justo tras la muerte de su padre, que Kim Jong-il lo adopta como ideología de Estado, incluso por encima de la política juche. Se puede pensar en dos razones de lo anterior. Un primer aspecto apuntaría a la necesidad del régimen de aumentar su fuerza militar debido a su precaria posición internacional (Cumings, 2003, p. 102). En este sentido, sŏngun se percibe como un conjunto de acciones para aumentar la fuerza del ejército, a expensas de otros sectores sociales y en un entorno interno y regional particularmente complicado a raíz de la desaparición de su antiguo aliado y protector: la Unión Soviética, desde 1991. La segunda línea se centra en la política interna; cuando murió Kim Il-sung y dejó el liderazgo a su hijo, el cargo más importante que este ocupaba era militar, concretamente el segundo al mando del ejército. Para mantener el control del gobierno, Kim Jong-il necesitaba asegurar su base de apoyo dentro del Ejército Popular de Corea; a esta razón habría que añadir la hambruna de los noventas, que sin un férreo control hubiera podido generar brotes sociales. Estos hechos, la caída de la URSS y la precariedad de la vida de los habitantes, pudieron haber supuesto el fin del régimen norcoreano, que, sin embargo, sobrevivió y las instituciones estatales se adaptaron y lograron el salto más complicado del modelo: traspasar exitosamente el poder a la tercera generación de la familia Kim, a finales de 2011.

El legado de estos dos personajes y la imposición a sangre y fuego de estos principios y mitos, aceitados por la maquinaria de propaganda, han generado que actualmente cada rincón del país destile devoción hacia ellos: estatuas gigantes de ambos en las plazas centrales, con flores frescas permanentemente; imponentes mausoleos de granito; museos donde se da cuenta de sus hazañas militares; enormes fotografías de padre e hijo; escuela, oficinas de gobierno, fábricas, hogares; y, altavoces en las calles de Pyongyan difundiendo día y noche canciones patrióticas donde se ensalzan sus virtudes. En Corea del Norte, además de los Kim, no hay otros héroes y, como dice el experto en cuestiones norcoreanas Andrei Lankov “nadie en Corea se atrevería llevar la contraria cuando se trata de afirmaciones sobre las cualidades sobrehumanas de la familia de Kim, ya sea por temor a represalias o por espera de retribución” (Lankov, 2013, pp. 52-53).

3. El hijo

Cuando en 2011 falleció Kim Jong-il, era el turno de su hijo, Kim Jong-un, de ascender al poder. Si bien no había sido la primera opción de su padre, el otro posible candidato, su hermano Kim Jong-nam, fue detenido por las autoridades japonesas en febrero de 2001, intentando ingresar al país con un pasaporte brasileño falso, motivo que aparentemente lo descartó como sucesor, al avergonzar al régimen cuando se supo que el motivo de su fallido viaje era visitar Disneyland Tokio (Panda, 2020, p.11).

Pese a formar parte del clan Kim, la llegada del tercero de ellos al poder no sería una tarea tan sencilla: carecía de las credenciales revolucionarias y militares de su abuelo y de su padre; había pasado la mayor parte, de sus escasos 29 años, estudiando y viajando en el extranjero; eran inocultables sus aficiones occidentales, el básquetbol de la NBA, las hamburguesas y la música pop; no existían mitos fabulosos que lo vincularan con una llegada auspiciosa al mundo, y tampoco tenía experiencia en asuntos del gobierno o del ejército.

Analistas internacionales, políticos, y estudiosos sobre Corea del Norte, desde Seúl hasta Washington, auguraban en aquellos tiempos una permanencia breve del joven Kim en el gobierno y la caída de la dinastía como consecuencia inmediata (Fifield, 2019, p. 3). Es justo mencionar que otros expertos en el tema, como John Delury (2018), abogaban por concederle un posible afán reformista y una apertura al mundo, parecido a lo hecho por Deng Xiaoping en China, a finales de los años setenta.

El joven Kim resolvió pronto el inconveniente de su falta de “credenciales”, y terminó con las especulaciones sobre su manera de gobernar: la maquinaria propagandística se dio a la tarea de confeccionar un molde en el que él es, simplemente, tan maravilloso como su padre. De acuerdo con un manual que se enseña en las escuelas norcoreanas (Ryall, 2015), Kim Jong-un fue desde muy joven un gran marinero, quien además conducía automóviles desde los tres años de edad; es un celebrado compositor musical y artista, de renombre mundial -ante los ojos norcoreanos, que no tienen un punto de contraste con el exterior- y como cereza en el pastel, uno de sus primeros actos públicos fue, suceso por demás simbólico, escalar el Monte Paetku hasta la cima, en el aniversario del nacimiento de su difunto padre (BBC News, 2019).

El joven Kim llegó al poder implementando purgas políticas nunca antes vistas. Dudando de la lealtad de ciertos militares, cientos de ellos fueron encarcelados o asesinados, incluyendo familiares suyos. Pronto quedó claro que aquello que la mitología no le había concedido, lo obtendría a través de la intimidación, persecución y eliminación física de aquellos que dudaran de su capacidad para guiar los destinos del país.

En paralelo, el joven Kim delineó las prioridades de su gobierno: elevar la calidad de vida de la gente, con la construcción de talleres de las más diversas manufacturas, y fortalecer los programas nuclear y de misiles, para garantizar la seguridad del pueblo.

Desde el inicio de su gestión, Kim Jong-un comenzó a dar señales de que sería más elusivo que sus antecesores. Prolongadas ausencias de actos oficiales fomentaban los rumores de que padecía una enfermedad incurable; que había sido víctima de un golpe de Estado o, incluso, que había muerto. Hasta la fecha, Kim desaparece por semanas y luego reaparece, normalmente para supervisar una prueba de lanzamiento de misil o presumir algún armamento nuevo.

De su vida privada, al igual que de sus antecesores, se ha ido sabiendo a cuentagotas, aunque ha mostrado una mayor apertura. Se sabe de su gusto por el K-Pop y los deportes, tanto como por las armas nucleares y los misiles y, recientemente a principios de 2023, se ha dejado ver en distintos eventos con su primogénita, Kim Ju-ae, de 10 años de edad.

“Un camarón en medio de ballenas”

La frase que titula este apartado es viejo un adagio coreano, que ambas Coreas han usado para lamentarse por su posición geográfica, al ser una península situada entre los intereses geopolíticos que grandes potencias -la República Popular China, la antigua URSS y los Estados Unidos de América- han mantenido en el área, en distintos momentos de la historia reciente. En el caso del Norte, el régimen ha utilizado esta figura para referirse a su pequeñez ante estados fuertes, que mantienen alianzas defensivas entre sí, incluyendo a Japón, justificando con ello su necesidad de contar con mecanismos defensivos que le permitan evitar ser devorado por “peces” más grandes.

Hasta ahora se han revisado los principales mitos creados por el clan Kim para sostenerse en el poder y convertirse en uno de los países más armados del mundo, a pesar de ser uno de los países más pobres que existen. En el apartado anterior se revisó la influencia de la propaganda en la formación del régimen político que ha mantenido el poder en la RPDC desde su creación; en las siguientes líneas se expondrá que la supervivencia del mismo reside en el incremento progresivo de su armamento.

Antes de eso, un pequeño paréntesis: es necesario tener en cuenta que poco después de su fundación, Corea del Norte fue amenazada de un ataque nuclear por parte de Estados Unidos, durante la guerra de Corea a principios de los años cincuenta. El presidente de ese país, Harry Truman, dijo a periodistas en una conferencia de prensa en noviembre de 1950 (Posey, 2015), que “tomaría las medidas necesarias para ganar en Corea, incluso hacer uso de bombas nucleares”, lo cual reafirmó en abril siguiente, cuando ordenó el traslado de nueve bombas con núcleos fisionables al Comando Aéreo Estratégico de los Estados Unidos en Tokio. Viniendo de un gobierno que cinco años atrás había usado armas nucleares en Nagasaki e Hiroshima, no era una amenaza difícil de creer.

Poco después, el siguiente presidente norteamericano, Dwight D. Eisenhower, volvió a amenazar con ello, incluso después de haberse firmado el armisticio entre las partes en guerra, en julio de 1953.

Es así que la primera y más importante razón por la que Corea del Norte buscó hacerse de poder nuclear fue, y argumentativamente sigue siendo, la autopreservación. Puede discutirse si la preservación del propio régimen o del país en general, pero este es el elemento clave para comprender el proceder, casi obsesivo del régimen, con el desarrollo nuclear y de misiles balísticos.

El programa nuclear norcoreano surgió en 1960, cuando Pyongyang decidió que ya no podía dejar su seguridad en manos de sus aliados, la República Popular China y la URSS. A esta última ya se le había visto abandonando a Cuba durante la Crisis de los misiles y, por su parte, Beijing se negaba a compartir con Pyongyang información científica nuclear.

En esta etapa inicial, con el apoyo de científicos iraníes, se puso en operación el primer Centro de Investigación Nuclear en Yongbyon, 100 kilómetros al norte de la capital norcoreana (Chanlett-Avery y Nanto, 2010, p. 12), que continúa siendo la mayor instalación nuclear del país y proporcionaría, años después, el material fisionable para el primer ensayo nuclear, llevado a cabo en 2006.

Además de lo anterior, poco se sabe sobre el desarrollo del programa nuclear de la RPDC en sus primeras etapas hasta que, en 1986, los servicios satelitales de Estados Unidos detectaron que el país realizaba pruebas con materiales altamente explosivos y desarrollaba una planta de reprocesamiento de plutonio, a pesar de que en ese entonces Corea del Norte era un estado parte del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) (ElBaradei, 2011, p. 37).

Impactada, la comunidad internacional presionó a Pyongyang al respecto, logrando que en 1994 permitiera el ingreso de inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (AIEA, por sus siglas en inglés) a las instalaciones de la planta de plutonio. El AIEA encontró diferencias importantes entre la información oficial proporcionada por el gobierno norcoreano y sus hallazgos científicos in situ, lo que sugería que el país podría tener, no solo plutonio escondido, sino un programa en marcha para utilizarlo en la producción de armamento nuclear.

Tras intentos fallidos de la AIEA para obtener de parte del gobierno norcoreano mayor acceso para comprobar las sospechas, el organismo decidió convocar la realización de “inspecciones especiales”, procedimiento pocas veces iniciado; Corea del Norte se negó a permitirlas; el AIEA determinó que el país no cumplía con sus obligaciones en el marco del TNP y envió el asunto al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (CSONU).

Los norcoreanos amenazaron con retirarse del tratado, generándose así lo que se conoce como la primera crisis nuclear norcoreana. Esta crisis fue controlada temporalmente mediante un acuerdo entre Estados Unidos y Corea del Norte en 1994, conocido como Acuerdo Marco, bajo el cual el primero accedía a proporcionar a la segunda dos reactores de agua ligera e insumos de combustible, así como a normalizar sus relaciones diplomáticas. A cambio, Corea del Norte se comprometió a suspender y luego desmantelar su programa nuclear (Ballón de Amézaga, 2007, p. 302). El acuerdo sirvió para que Corea del Norte frenara de 1994 a 2002 su programa de reprocesamiento de plutonio.

La situación estuvo en general bajo control, hasta que en 2002 dio un giro. A partir de un reporte no verificado, conocido como el informe Kelly (ElBaradei, 2011, p. 90), el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush acusó a Corea del Norte de estar desarrollando, en secreto, un programa de enriquecimiento de uranio, la otra vía para poder desarrollar una bomba atómica, además de la ruta del reprocesamiento de plutonio.

El presidente Bush incluyó a Corea del Norte en el “eje del mal” junto con Irak e Irán en noviembre de ese mismo año y suspendió el programa de entrega de combustible y la construcción de los reactores de agua ligera. En respuesta, Corea del Norte expulsó de su territorio a los inspectores de la AEIA, anunció su retiro del TNP -primer país en tomar tal decisión- y reanudó las operaciones de reactores y plantas de reprocesamiento, detenidas desde hacía ocho años (Davenport, 2002).

La inclusión de Corea del Norte en el “eje del mal”, con la subsiguiente invasión de Irak, por parte de una coalición de países liderada por Estados Unidos en 2003, y las consecuencias que ello tuvo, tanto para el país como para su entonces dirigente, Sadam Hussein, sirvió al régimen norcoreano para justificar el reforzamiento de sus capacidades defensivas, con el propósito de la autopreservación del Estado en caso de una invasión similar.

Aún estaba fresco en la memoria el acontecimiento que marcó el principio del fin del régimen de Muammar Gaddafi en Libia -que en 2003 aceptó destruir su arsenal nuclear, a cambio de obtener el levantamiento de las sanciones internacionales en su contra- cuando, en 2006, Corea del Norte llevó a cabo su primer ensayo nuclear.

El ensayo fue de dimensiones modestas, pero expuso una sombría realidad (Márdero, 2017, p. 852): una nación empobrecida y aislada, pero desafiante, pretendía ingresar al club nuclear.

En 2009 Corea del Norte explotaría otro artefacto nuclear, con una potencia de 2 kilotones (como comparativo, la bomba estadounidense soltada sobre Hiroshima en agosto de 1945 tuvo una fuerza de 15 kilotones); y otro en 2013, con una potencia de 8 kilotones.

El cuarto ensayo nuclear, ya con Kim Jong-un como líder, se realizó en febrero de 2016, habiéndose tratado, a decir de Corea del Norte, de una bomba de hidrógeno. En septiembre de 2016, el quinto ensayo nuclear fue conducido con mucha mayor potencia que ensayos anteriores, equivalente a 10 kilotones (Jackson, 2016). En 2017 Kim Jong-un llevó a cabo el sexto ensayo nuclear, el más grande por su capacidad e importante, pues se trató de una bomba pequeña capaz de ser montada sobre un misil. La lectura fue de unos 100 a 150 kilotones, 10 veces más potente que el ensayo previo (Center for Strategic and International Studies, 2017).

Si bien la mayor preocupación de la comunidad internacional con relación a Corea del Norte es el programa de armas nucleares y el de misiles, preocupa también el tamaño de su ejército convencional (compuesto por 1.2 millones de soldados y unos 600 000 reservistas, el ejército norcoreano es el cuarto más grande del mundo) y la producción de armas biológicas y químicas (Council of Foreign Relations, 2022).

El programa de misiles de mediano y largo alcance es igualmente peligroso para la estabilidad regional, pues Corea del Norte ha probado ya su capacidad de impactar con misiles a Japón y Corea del Sur, siendo su meta lograr atacar la costa oeste de Estados Unidos. Asimismo, se sabe que va avanzando en sus intentos por miniaturizar una ojiva nuclear que pueda montar sobre un misil submarino.

La discusión internacional sobre la imposición de sanciones económicas internacionales para presionar a Kim para frenar su programa nuclear y de misiles inició a principios de la década de los noventas, en el marco de la primera crisis nuclear norcoreana, a la cual se ha hecho referencia. La imposición de este tipo de medidas multilaterales debe ser aprobada por el CSONU, donde por años la República Popular China amenazó con hacer uso de su derecho de veto en caso de que alguna resolución, condenando directa o indirectamente ambos programas, implicara castigos de esa índole. Durante ese periodo, China se mantuvo firme en la postura de que la única manera de resolver el asunto era mediante la negociación y el diálogo, reiterando su escepticismo sobre la efectividad de las sanciones. Por ello fue tan significativo su apoyo a la Resolución 2270 del CSONU, adoptada en marzo de 2016, que establece finalmente un severo sistema de sanciones comerciales, financieras y marítimas sobre Corea del Norte.

Ese mismo año, el CSONU aprobó una resolución adicional, la 2321, que aprieta aún más a Pyongyang, al prohibir todas las exportaciones norcoreanas de cobre, plata níquel y zinc, y limita las de carbón; pide a los miembros de la ONU que reduzcan el número funcionarios de las misiones diplomáticas y oficinas consulares de Corea del Norte acreditados ante sus países (una de las principales fuentes de financiamiento del régimen); establece inspecciones de los cargamentos por mar, tierra o aire, entre otras sanciones que se suman a las aprobadas en marzo del mismo año. De acuerdo al entonces Secretario General de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, se trataba del régimen de sanciones más severo que el Consejo de Seguridad había impuesto desde su creación.

Además de la oposición a las sanciones que China mantuvo durante muchos años, la forma en que ha lidiado con el programa nuclear de la RDPC, ha sido desde la diplomacia. En buena medida gracias a las gestiones chinas comenzaron en 2003, en Beijing, las Conversaciones entre las Seis Partes, esquema de negociaciones en el que además de China y Corea del Norte participaron Rusia, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.

Tras cuatro rondas de conversaciones, sostenidas todas en la capital china, las partes emitieron en 2006 un comunicado conjunto. En ese documento Estados Unidos y Japón se comprometían a normalizar sus relaciones con Corea del Norte y, junto con Rusia y Corea del Sur, a proporcionarle suministros de energía. A cambio, Pyongyang detendría y desmantelaría su programa nuclear, regresaría al TNP y permitiría el reingreso de inspectores de la AIEA.

Las conversaciones fueron abandonadas por Corea del Norte en 2009, denunciando actitudes hostiles y dilaciones por parte de Estados Unidos. Desde el rompimiento, China ha insistido a las partes que regresen a la mesa de negociaciones. Estados Unidos y Corea del Sur han dicho que el requisito mínimo para retomarlas es que Corea del Norte abandone su programa nuclear. Kim Jong-un por su parte, no se ha pronunciado en ningún sentido, pero a modo de respuesta ha continuado realizando ensayos nucleares y pruebas de misiles balísticos.

Más allá de que el régimen realmente piense hacer uso de sus armas nucleares o misiles, estas acciones le sirven para disuadir ataques en su contra; además de serle útiles como fuente de orgullo nacional y legitimidad al interior. Esta conducta ha sido promocionada por la propaganda estatal: Corea del Norte ha amenazado con frecuencia con usar sus armas nucleares para convertir a Washington en un “mar de fuego”; ha anunciado también que con sus lanzamientos de misiles está practicando para alcanzar bases estadounidenses en Corea del Sur y Japón. Estas amenazas usualmente son proferidas en un contexto condicionado, generalmente durante los ejercicios militares conjuntos entre estos tres países, a pocos kilómetros de las costas de Corea del Norte, como los llevados a cabo entre Estados Unidos y Corea el Sur y entre el primero y Japón, a finales del año 2022. Kim ha insistido en que un eventual ataque contra ellos sería en respuesta a un ataque previo de Estados Unidos o sus aliados.

En 2017, Kim Jong-un declaró a su país ser “un Estado nuclear responsable, que no hará uso de sus armas nucleares a menos de que su soberanía esté bajo ataque por parte de agresivas fuerzas hostiles con capacidades nucleares.” (Panda, 2020, p. 1). Esta sería la primera vez que el dirigente norcoreano se referiría a su país como estado nuclear y, desde entonces, no ha dejado de advertirlo.

Pragmatismo a la norcoreana

Que los dos últimos Kim han tenido tecnología nuclear y desarrollado un programa de misiles con capacidad de atacar a sus vecinos Corea del Sur y Japón e, incluso, alcanzar los Estados Unidos de América, no es un mito. Ellos mismos lo han demostrado, con seis detonaciones nucleares ya realizadas y cientos de ensayos de lanzamiento de misiles.

Lo que es exagerado y ampliamente difundido por los adversarios históricos de la dinastía Kim, es que se trata de un liderazgo irracional, de líderes mercuriales e impredecibles, quienes buscan saciar un apetito de destrucción.

Como bien apunta Denny Roy (1994, p. 310) si bien estos países, que han sido el blanco directo de las amenazas nucleares de Corea del Norte por décadas, históricamente tienen suficientes razones para fortalecer una mala imagen internacional de Corea del Norte, la reputación de irracionalidad de Corea del Norte es en parte el resultado de un mito egoísta creado por los enemigos de Pyongyang, y en parte del resultado de su peculiar sistema político.

Sin embargo, en la supuesta falta de cordura de Pyongyang, hay un evidente pragmatismo en función de las metas de su liderazgo y de sus capacidades reales, que se evidencia en su política exterior cuando todo el conjunto es analizado tomando distancia de las declaraciones sensacionalistas de algunos políticos y de las notas internacionales de prensa del mismo calado. Pyongyang no deja pasar la oportunidad de enfatizar que su capacidad nuclear tiene como objetivo garantizar la supervivencia del régimen, y que cualquier intento por reemplazarlo o invadir el país, podría derivar en un desastre nuclear. Como señala Ankit Panda (2020), experto en asuntos norcoreanos:

Para el paranoico y perenemente inseguro régimen de Pyongyang, las armas nucleares han sido consideradas como su última garantía de supervivencia. (…) Para los tres Kim, el objetivo de estas armas ha sido disuadir a sus adversarios de intentar un cambio de régimen por la fuerza. (p. 2)

Es importante tener presente también que, desde finales de la Guerra de Corea en 1953, aproximadamente 40 000 efectivos militares estadounidenses permanecen estacionados en una base militar de Estados Unidos en Corea del Sur, elemento de tensión persistente con el Norte (León Manríquez, 2009, p. 238) al saberse tan cerca geográficamente del ejército de quien considera su principal enemigo.

Por otra parte, Pyongyang ha buscado durante mucho tiempo el reconocimiento formal como un Estado con armas nucleares con la intención de tratar con Washington desde una posición más equitativa. Esta búsqueda tiene que ver con lograr un mayor apalancamiento a la hora de sentarse a la mesa de negociaciones con Estados Unidos, incidiendo en una agenda que refleje sus prioridades políticas y extraiga los máximos beneficios, haciendo mínimas concesiones.

Efectivamente, Pyongyang se ha retirado de diversas negociaciones, pero siempre ha mantenido la propuesta de regresar a las conversaciones en otro momento, en lugar de cerrar la puerta por completo. La RPDC ha mantenido una estrategia de dos vías: la amenaza de usar sus armas de destrucción masiva, sin hacerlo; y los acercamientos a un marco de negociación internacional, con la condicionante de que la destrucción de su arsenal debe ser al mismo tiempo que el levantamiento de las sanciones en su contra. Esta estrategia ha chocado reiteradamente con la posición de Estados Unidos, que insiste en que debe deshacerse de su arsenal primero y de las sanciones hablar después; y ha sido también la razón del fracaso de las rondas de negociaciones multilaterales llevadas a cabo hasta el momento.

Asimismo, a diferencia de las estrategias de su padre, de escalar las tensiones a un ritmo lento para permitir a Estados Unidos y sus aliados tiempo suficiente para hacer nuevas ofertas diplomáticas o acuerdo económicos, dejando pasar varios meses de calma después de alguna prueba nuclear o de misiles, para que los países se acostumbraran a un nuevo status quo, Kim Jong-un ha echado mano de otras medidas. Lo mismo ha intensificado, como nunca antes, las pruebas bélicas, que ha echado a andar la “diplomacia del encanto”, periodo de tiempo al que nos referiremos para reseñar lo que para Kim Jong-un fue su mejor época en el escenario internacional.

Cuando la amenaza nuclear fue lo suficientemente creíble, tras la detonación de la bomba de hidrógeno en septiembre de 2017, Kim decidió que era el momento de relacionarse con el mundo, desde la posición que le brindaban sus armas atómicas y su muy avanzado programa de misiles. Es así como implementa una estrategia diplomática para obtener ganancias políticas.

La ofensiva del carisma -como fue conocida por la prensa occidental-comenzó con un discurso de Kim Jong-un con motivo del Año Nuevo en 2018 (The National Committee on North Korea, 2018), durante el cual extendió una rama de olivo a Seúl, lo que rápidamente fue aprovechada por el entonces presidente Moon Jae-in para desescalar las tensiones en la península. Las conversaciones bilaterales entre las Coreas llevaron a un histórico acuerdo para que un equipo de atletas de Corea del Norte se uniera a los Juegos Olímpicos en Corea del Sur, que se celebraron ese año.

Lo que sucedió en los Juegos Olímpicos con la delegación norcoreana -la marcha conjunta con los atletas del Sur bajo una misma bandera; los eventos culturales protagonizados por sus artistas; el encanto de la hermana Kim Yo-jong, quien acudió en representación oficial de su hermano y su invitación al presidente de Corea del Sur a visitar Pyongyang- acalló el lenguaje belicista que, como fuego y furia, asolaba la región desde enero de 2017 (Márdero y Barradas, 2018).

Esta estrategia no pudo ser más oportuna para la proyección internacional de Kim. El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, había dicho en la red social Twitter, el 3 de enero de 2018, que tenía un botón nuclear “mucho más grande y más poderoso” que el del líder norcoreano, en respuesta al aludido mensaje de Año Nuevo de Kim, en donde señaló que “el entero territorio continental de EE. UU. estaba en el rango su alcance”. Ese fue el inicio de una rápida secuencia de inesperados acontecimientos: de las amenazas, ambos líderes pasaron a largas cartas con parabienes, abriendo un canal de comunicación directa. La paciencia estratégica de la administración Obama hacia Corea del Norte dio paso a un rápido deshielo que culminó con Trump y Kim reunidos cara a cara en Singapur, en junio de 2018. Se volverían a reunir en Hanoi en febrero de 2019 y en Panmunjon, frontera de facto entre las Coreas, en junio de ese mismo año.

Antes de esos encuentros con el presidente de los Estados Unidos, Kim Jong-Un realizó su primera salida al exterior, desde que ocupaba el puesto de líder, a Beijing, China en marzo de 2018, cumpliendo con la tradición de cercanía de los previos líderes norcoreanos; visita a la que siguieron tres encuentros más con el presidente chino Xi Jinping: el 7 de mayo de ese mismo año en Dalian y, el 7 de enero de 2019 nuevamente en Beijing; y la visita oficial a la capital china, el 20 de junio de ese mismo año. Para Corea del Norte representó el debut de su joven líder en la sociedad internacional, de la mano de uno de los hombres más poderosos del orbe; para Xi Jinping, representó la restitución de su papel de interlocutor obligado en los asuntos de la península coreana (Márdero Jiménez, 2018).

En abril de 2018, poco después de reunirse por primera vez con el presidente chino, Kim sostuvo el que tal vez sea uno de los más emotivos encuentros de la historia contemporánea de las relaciones internacionales, con el entonces presidente surcoreano, Moon Jae-in. Ambos líderes se tomaron de la mano y cruzaron juntos y sonrientes, el mítico paralelo 38, frontera de facto entre ambas Coreas desde 1953. Primero juntos al lado Norte, para después adentrarse a la parte sur en Panmunjom y sostener la primera Cumbre Intercoreana desde 2007, que rápidamente fue seguida por otra Cumbre en mayo siguiente en Seúl, y una tercera en la capital norcoreana a finales de 2018.

Resalta el hecho de que para la concertación de esos encuentros, Kim no tuvo más que extender la invitación a sus homólogos surcoreano y estadounidense -en el caso de la reunión con Xi Jinping en Beijing se sigue debatiendo quién dio el primer paso-, sin haber prometido plazos para detener ni desmantelar su programa nuclear, reclamo mundial indiscutible pero aparentemente relegado en aquellas reuniones, en las cuales se le dio el mismo trato que a cualquier otro líder de un país que visita otro o se reúne con sus pares.

Previsiblemente, al no haberse seguido una agenda concreta de pasos a seguir y resultados esperados por ambas partes, en el segundo encuentro entre Donald Trump y Kim Jong-un, en febrero de 2019 en Hanoi, Vietnam, se dieron por terminadas las conversaciones de forma abrupta, sin haberse llegado a ningún acuerdo. Se tenía la intención de firmar un comunicado conjunto, en el cual se reflejaran los trabajos realizados a lo largo de los ocho meses transcurridos entre el primer e histórico encuentro en Singapur; sin embargo, lo que ocurrió es que, al no lograrse acuerdos en esos ocho meses, ambas partes consideraron que esa situación se solventaría al volver a tener un encuentro de alto nivel entre los líderes (Center for Strategic and International Studies, 2019), lo cual no sucedió.

El presidente estadounidense sostuvo esos acercamientos de manera incondicional, arriesgándose para obtener lo que hubiera sido un éxito de su política exterior -ser el presidente que logró desarmar al régimen de Pyongyang-, aunque este no se comprometiera a un calendario concreto para desmantelar su arsenal nuclear. Pese a que, tras cada encuentro con Kim, Trump anunciara que, gracias a él, Corea del Norte ya no era una amenaza, en realidad no se avanzó un ápice en lo que, en teoría, eran los objetivos centrales de cada una de las partes: para Estados Unidos, la desnuclearización; para Corea del Norte, el levantamiento de las sanciones económicas internacionales. Lo que sí logró el líder norcoreano gracias a esos acercamientos, fue su segundo objetivo: el reconocimiento, por parte de otras naciones, como líder de su país.

Tras el fin de la presidencia de Trump y el arribo de Joe Biden a la Casa Blanca, las amenazas, descalificaciones e insultos mutuos han vuelto, aunque Biden ha dicho que aceptaría reunirse con Kim si este accediera a deshacerse de su arsenal nuclear (Reuters, 2021). Del otro lado, Kim ha dicho que, si bien sigue considerando a los Estados Unidos el mayor enemigo de su país, “no descarta la diplomacia” (Bicker, 2011).

Durante la presidencia de Biden, los Estados Unidos han estado más concentrados en otros asuntos domésticos e internacionales, desde la gestión de la pandemia por el COVID-19, hasta la invasión de Rusia a Ucrania. En lo que respecta a la península coreana, el diálogo entre las Coreas está roto desde el triunfo de Yoon Suk-yeol como presidente, en mayo de 2022, considerado de línea dura hacia su vecino del norte, en sustitución del mucho más proclive a negociar, Moon Jae-in, quien incluso nació en una familia norcoreana, refugiada en el Sur por la guerra de 1950 a 1953.

Sin embargo, todo parece indicar que Kim Jong-un no volverá al aislacionismo en el que estuvo durante los últimos años; su reaparición la ha hecho muy a su estilo: los últimos meses del año 2022 fueron la etapa de mayor actividad misilística de que se tenga registro.

Desde septiembre de ese año Corea del Norte ha cruzado, con el lanzamiento de misiles de distinto alcance, varias líneas rojas consideradas vitales para la estabilidad de la zona, aunque evitar realizarlos mientras se llevan a cabo los rutinarios ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos y Corea del Sur, y del primero con Japón, para reducir la posibilidad de errores que pudieran desembocar en enfrentamientos abiertos. Entre los diversos tipos de misiles lanzados entre finales de 2022, y principios de 2023, ha estado un misil balístico intercontinental, capaz de alcanzar territorio estadounidense -aunque fracasó tras volar únicamente 756 kilómetros y después caer al mar- y un misil de mediano alcance sobre Japón, cuya inesperada presencia en los cielos nipones obligó a los ciudadanos de ese país a buscar guarecerse en refugios antimisiles (Bae y Jozuka, 2023).

Con esto, Kim Jong-un salió de su exilio autoimpuesto, en el que se encerró desde que fracasaron las negociaciones directas de alto nivel con Donald Trump. Actualmente, se habla abiertamente de una escalada, que ha colocado a la península en su momento más tenso en los últimos cinco años; se considera incluso de la posibilidad, alertada por los propios servicios de inteligencia estadounidenses y surcoreanos, de que Pyongyang conduzca su séptimo ensayo nuclear en cualquier momento (Johnson, 2022).

Este recrudecimiento no ha sido únicamente por la vía de las acciones militares; también en septiembre de 2022, Kim Jong-un desveló su nueva doctrina nuclear, al promulgar una ley en la que reiteró que su país es un estado con armas nucleares, añadiendo que ese estatus es irreversible (Korean Central News Agency, 2022). Al hacer el anuncio de varios cambios legales, Kim añadió cláusulas preocupantes a la constitución, señalando expresamente que su país “nunca renunciará a su arsenal nuclear ni participará en negociaciones nucleares”. La ley además contiene una innovación que no debe pasarse por alto: permite a Corea del Norte disparar primero ante una serie de situaciones; hasta antes de esa ley, por décadas, la dinastía Kim siempre habían dicho que sus armas eran disuasivas, como se ha resaltado en el presente artículo. Estos últimos cambios son los que deben conducir a un replanteamiento de la estrategia para acercarse, negociar y acordar con Corea del Norte desde una perspectiva diferente a las adoptadas hasta el momento.

La retórica amenazante de todos los actores implicados está aumentando sensiblemente, al ritmo del lanzamiento de los misiles. Y con las conversaciones de paz estancadas por años, no existe un marco interinstitucional que contenga a las partes.

Puede ser que una de las razones de este reforzado militarismo y una renovada retórica agresiva por parte de Pyongyang, se deba a la llegada de Yoon Suk-yeol a la Casa Rosada de Seúl, en mayo pasado de 2022. Yoon es percibido más como halcón que como la paloma pacifista que fue su antecesor y se ha centrado en reforzar la alianza con Estados Unidos para atajar la amenaza que supone Corea del Norte. El propio Yoon ha dicho que el avance nuclear de Corea del Norte es una amenaza no solo para su país, sino para la humanidad en su totalidad (Europa Press, octubre de 2022).

Por el momento parecen claras las siguientes tres razones para la renovada agresividad de Kim. La primera es que estos lanzamientos le sirven al régimen para probar y mejorar su tecnología armamentista, en un año por demás importante: se cumple una década de la ascensión de Kim Jong-un al poder; es el 80 aniversario del nacimiento de su padre y el 110 del nacimiento de su abuelo, y es muy conocida la costumbre de que los aniversarios relacionados con el clan Kim se festejen de forma militar. El segundo motivo es que envía un mensaje político: aún existe en el mapa y quiere que el mundo note su progreso, en un contexto mundial centrado en el tema de la invasión rusa a Ucrania, en una China más autoritaria o en la crisis migratoria en América Latina. La tercera es una razón interna: impresionar a su población y reforzar la lealtad de esta, legitimando su gestión en un entorno interno en el que aumenta la pobreza y presumiblemente la desesperación de las personas.

Kim sabe que, tarde o temprano, deberá volver a la mesa de negociaciones con Estados Unidos, si quiere algún día lograr el aligeramiento de las sanciones en contra de su país. El entorno es complejo para él pues, a diferencia de la política ambivalente de Trump hacia Japón y Corea del Sur, Biden ha reforzado sus relaciones con ambos países y retomado los ejercicios militares conjuntos, que se habían reducido considerablemente durante la era Trump.

En ese contexto, es posible que Kim piense que si demuestra que sigue avanzando en sus programas nucleares y de misiles podría llevar al gobierno de Estados Unidos a sostener negociaciones y obtener de manera más rápida una solución, en las Naciones Unidas, al tema de las sanciones. Aunque haya jurado que no renunciará a su programa nuclear, Kim no ha dicho que no está dispuesto a pausarlo por un tiempo.

Conclusiones

Pretender la inexistencia o irrelevancia de Corea del Norte no funciona. Tampoco lo ha han hecho las aproximaciones aplicadas hasta ahora: la paciencia estratégica de Obama, la política cara a cara de Trump, o las Conversaciones de las Seis Partes.

Eso ha llevado a que cada vez sean más las voces expertas -Jeffrey Lewis (2022), Gearoid Reidy (2022), Ankit Panda y Vipin Narang (2018), Andrei Lankov (2013), Victor Cha y David Kang, (2018)- que sugieren que lo único que queda por intentar es reconocer a Corea del Norte como un Estado nuclear y partir de ahí para mejorar las relaciones en distintos ámbitos, que garanticen la seguridad en el área, eleven las condiciones de vida de la población norcoreana y acerquen el régimen a la gobernanza global.

Joe Biden ha rechazado esta idea, con el argumento de que podría incentivar a otras naciones a desarrollar sus propios programas nucleares, y porque tampoco se brinda la certeza de que al hacer ese reconocimiento, Corea del Norte detendría sus provocaciones. A la actual administración Biden no le queda mucho tiempo, de forma que este tema podría formar parte de la agenda del nuevo gobierno estadounidense.

Siegfried Hecker (38 North, 2021), científico nuclear de la Universidad de Stanford, quien ha visitado Corea del Norte en múltiples ocasiones, estima que el país posee suficiente material nuclear para 45 ojivas, posiblemente 60. Esto es un gran incremento en comparación con las 20 que se decía que tenía durante la era Obama. Si bien esto es una realidad, demonizar al clan Kim complica los esfuerzos de trabajar en un acuerdo con ellos, lo cual resulta indispensable hoy por hoy si se busca garantizar la seguridad asiática y, posiblemente, la del propio Estados Unidos.

Por otra parte, Estados Unidos trata con Israel, India y Pakistán, todos ellos Estados nucleares, sin mayor dilema, en el marco de una postura que parece ser “mientras no hagas un problema político de eso ni amenaces a nadie, podemos tener relaciones bilaterales”.

Consideremos también que Estados Unidos tiene cada vez menos cartas que jugar. Los efectos colaterales de la situación en Ucrania han alejado cada vez más a Rusia y China de Estados Unidos, por lo que pensar en más sanciones a Corea del Norte tampoco es una opción, como quedó de manifiesto en octubre de 2022, cuando ambos países ejercieron su derecho de veto en el Consejo de Seguridad, ante una propuesta presentada por Estados Unidos en ese sentido.

Apostar por la caída de Kim Jong-un es cada vez menos realista. Se encuentra firmemente posicionado en el poder, gracias a una combinación de medidas poco éticas, pero efectivas. Kim ha visto ya tomar y dejar el poder a cuatro presidentes surcoreanos y tres estadounidenses y sigue dirigiendo su país. Las presiones en su contra no han hecho más que ganarle tiempo para seguir desarrollando sus capacidades nucleares, a la vez que lo han acercado a China e, incluso, a Rusia, con cuyo presidente, Vladimir Putin, se reunió en Vladivostok en abril de 2019.

Lo cierto es que ha llegado el momento de repensar a Corea del Norte, tanto desde la academia como a nivel de toma de decisiones y de las deliberaciones en los organismos internacionales y aceptar lo que se ha considerado un tema tabú, pero es una creciente realidad. Tal vez es hora de reconocer a Corea del Norte como miembro del club nuclear, reconocimiento que parece serle de la mayor importancia a Kim Jong-un y que podría enviarle el mensaje de que se negociará con él desde una perspectiva más equilibrada y, sobre todo, de que no se pretende la destrucción de su régimen y puede dejar de enfocarse en protegerse de una amenaza a su seguridad.

Reanudar negociaciones con Pyongyang es apremiante pues los riesgos de una confrontación accidental con Seúl, Tokio o Estados Unidos son muy grandes y podrían derivar en una guerra nuclear.

Por otro lado, no puede seguirse apostando a que las sanciones cumplan con el propósito de desarman al régimen: Kim continúa armándose y quien paga el costo son las veinticinco millones de personas norcoreanas, que viven en pobreza y bajo un sistema que los mantiene aislados del mundo y castigados por intentar huir.

Las amenazas que enfrenta el mundo actualmente son tantas y tan diversas, que darle una oportunidad a la paz en una región que por décadas ha sido considerada un peligro a la seguridad mundial, bien vale la pena, aunque la vía para ello parezca un contrasentido.

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Recibido: 08 de Diciembre de 2022; Aprobado: 20 de Diciembre de 2022

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