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Polis

On-line version ISSN 2594-0686Print version ISSN 1870-2333

Polis vol.3 n.2 México Jul./Dec. 2007

 

Reseñas

 

La otra mundialización

 

Mario Zaragoza Ramírez*

 

Dominique Wolton, Barcelona, Gedisa, 2004, 194 pp.

 

* Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México, con especialidad en comunicación política. Correo electrónico: <zaragozaramirez@gmail.com>.

 

La comunicación es inherente a las personas; es el proceso que le ha permitido a la humanidad crear sus bases sociales; es el elemento primigenio de la vida en común, de la convivencia, de la posibilidad de establecer un contacto con el otro, reconocer las semejanzas y señalar las diferencias. Para Dominique Wolton, la comunicación en general -y la comunicación política en particular- representa la opción para la convivencia mundial en un contexto donde los avances tecnológicos abren la posibilidad de que las personas intercambien información en un instante, sin importar si están ubicadas en sitios distantes, donde la diversidad cultural se hace presente en todo momento, y cuando las exigencias de cada ser humano representan una forma de agotamiento de los modelos tradicionales predicados por Occidente.

De esta forma se presenta la obra La otra mundialización, en la cual se subraya el enorme alcance que tiene la comunicación para tratar los asuntos sociales, políticos y económicos actuales con el propósito de permitir el reconocimiento de una sociedad multicultural y resolver los conflictos contemporáneos derivados de la intolerancia hacia lo diferente y de la idea que prevalece en Occidente de que los problemas se resuelven por medio de la libertad comercial, factor que sólo acrecienta la desigualdad. Estas necesidades se pueden subsanar mediante el diálogo político.

En este sentido, Wolton señala: "Considerada durante largo tiempo como factor de emancipación y progreso, la información puede transformarse en factor de incomprensión y hasta de odio. La información ya no es suficiente para crear comunicación, sucede incluso lo contrario. Al hacer visibles las desigualdades, obliga a un gigantesco esfuerzo de comprensión" (p. 13). La difusión de la información nada garantiza; los estereotipos e imágenes controladas no representan a todos los espectadores, aunque hay quienes defienden esa idea; sin embargo, la realidad corrobora que las diferencias son notables y la enorme cantidad de información que recibe a diario una persona promedio es sólo la muestra de que la "fábrica de sueños" se quedó en puros intentos.

Quien no tiene los suficientes recursos económicos para pagar su entretenimiento, puede observar todos y cada uno de los modelos provistos por los medios de difusión sin que le provoquen efecto alguno, porque la mundialización de la información, es decir, la posibilidad de que todo individuo tenga acceso a los mensajes difundidos, no implica que los mensajes se interpreten de la misma forma y que todos los receptores tengan los mismos anhelos.

De ahí surge la propuesta de Wolton, quien desde la sociología francesa plantea que la comunicación es, precisamente, la forma que emplean las personas para entenderse, dadas la apertura y alcances de la mundialización de la información. Una es parte de la otra, pero no son sinónimos. El proceso de información, como diría Antonio Pasquali, es unidireccional, desde un emisor institucional -en este caso los medios masivos- hacia un receptor, el cual no posee las mismas condiciones que aquél y, por tanto, no puede emitir una respuesta, e incluso si respondiera, este hecho no repercutirá en las acciones del emisor. En contraparte, el proceso de comunicación implica el diálogo entre personas con la voluntad de entenderse mutuamente, que se afanan por estar en las mismas condiciones y con el propósito de que ese intercambio sea libre y sin condicionamientos.

La obra de Wolton plantea ese intercambio de información para concretar el proceso de comunicación en la actualidad; propone un diálogo sobre los asuntos de interés general para encontrar propuestas y soluciones en común. Explica: "pensar las condiciones de la mundialización en materia de información y comunicación de modo que no se convierta en una especie de bomba de efecto retardado" (p. 14), sino en un posible intercambio de ideas con la mutua voluntad de hacerse entender.

Si así resultara, la humanidad encontraría en las diferencias culturales, de lenguaje y de forma de entender el mundo, los puntos de coincidencia, ya que para el autor éstos constituirían un modo de comprender las diferencias del otro a partir de la igualdad de circunstancias; es decir, somos iguales porque tenemos diferencias.

El planteamiento general de Wolton gira en torno a esta idea: hacer de la comunicación en materia política el principal elemento de convivencia gracias a los avances en este campo, a través del aprovechamiento de las capacidades de los medios de difusión en la era digital, echando mano de la Internet, la televisión digital y la radio en sus versiones digital y de frecuencia.

El sociólogo francés distingue tres etapas, al menos para Europa, en el proceso de mundialización; la última es precisamente la de la información y la comunicación. La primera -la fase política- se da con la creación de la Organización de las Naciones Unidas, que marcó el inicio del respeto entre los países en un contexto de convivencia internacional democrática y pacífica. La segunda -la económica- se presenta luego de lo que el autor llama el periodo de los Treinta Gloriosos,1 de gran crecimiento económico europeo, sobre todo de los países centrales (Francia y Alemania), además de Inglaterra, y que también se extiende a Estados Unidos y, de forma paulatina, a Japón. La tercera fase se establece en el ámbito cultural; corresponde a la convivencia entre diferentes modos de vida, en el encuentro constante de culturas de todo el mundo. De ahí la importancia del término convivencia cultural, formado por la triada identidad, cultura y comunicación.

Esta obra surge del interés de Wolton por explicar y hacer notar las relaciones de Francia con sus periferias; es decir, los vínculos de una nación desarrollada tecnológicamente con sus ex colonias, países de menor envergadura económica, pero que comparten la lengua y un intercambio relevante en los aspectos social, económico y político con el gobierno francés. De esta interacción, el autor subraya la trascendencia de los estudios para buscar el entendimiento de las relaciones actuales y proponer nuevas formas que establezcan parámetros de convivencia. Ésta es una condición urgente en la política interna del país galo, pues la presencia de diferentes culturas en su territorio ha dado lugar a relaciones ríspidas.

Muchas naciones del mundo desarrollado -entre ellas, por supuesto, Francia- tienen entre sus objetivos de corto plazo remediar las diferencias sociales que surgen de su multiculturalidad, mediante lo que Alain Touraine llama el reconocimiento del otro. En Europa crecen los intentos por explicar la multiculturalidad con el único propósito de fomentar convivencias amenas y tolerables en sus territorios. En el viejo continente saben de las dificultades que hay para frenar la inmigración, por lo cual buscan opciones que permitan la coexistencia entre culturas diferentes. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas; en Francia, las comunidades de inmigrantes y la situación de los suburbios parisinos demuestran que la idea de Wolton todavía necesita madurar.

La publicación de una obra con estas características también obedece a las preocupaciones de los países centrales por entender, explicar y remediar los flujos migratorios, atemperar las diferencias culturales en las metrópolis y lograr la convivencia cordial en un mundo donde las fronteras cada vez son más endebles y constantemente libradas por los medios de información masiva.

Wolton afirma:

Nos percatamos, en cambio, de la diversidad de valores y evaluamos con exactitud todo cuanto nos separa a unos y otros en los planos religioso, político y cultural. Así fue como, en la mañana del 11 de septiembre, Occidente despertó de 'su gran sueño' y comprendió, no sin estupor, que muchos países no comparten los valores de la cultura democrática, pero, sobre todo, que cuanto más penetran estos países en el mercado mundial de la información, más afirman sus diferencias y hasta su hostilidad hacia Occidente (p. 23).

Esto indica la preocupación que comparten algunos teóricos europeos y estadounidenses acerca de los fenómenos sociales que hoy muestran un mundo de culturas diferentes que no hacen, ni de cerca, la misma lectura de la misma información.

Ejemplos sobran. Uno de ellos es la Internet, que en un principio se concibió como la panacea para el flujo de información y la homogeneidad de los receptores. Se pensaba que todos aquellos que tuvieran al alcance una computadora podrían acceder a los mismos contenidos. De esta manera, se difundirían los mismos mensajes a todos, y los estereotipos y modelos imperantes harían el resto en el proceso de homogeneización. Empero, se subestimaron las capacidades de la red de redes: la cantidad de información que circula por ella es enorme y cada cual la emplea de diversa manera. Desde otro punto de vista, la red constituye el medio de difusión idóneo para grupos disidentes que no tienen posibilidad de acceso a los medios tradicionales, aunque esta acción está al alcance tanto de agrupaciones terroristas como de todo aquel que desee difundir alguna información por esta vía.

Los avances en materia tecnológica permiten que en casi todos los rincones del mundo las personas tengan alcance a la comunicación vía Internet. Este elemento permea el desarrollo del texto de Wolton: el debate gira en torno a las posibilidades de la información, pues los medios masivos actuales muestran que la variedad de culturas es un elemento que no se puede discutir; la diversidad de interpretaciones y de manifestaciones es lo que rompe con el antiguo modo de considerar las relaciones sociales.

Medios audiovisuales, como la televisora árabe Al Jazeera, dan voz a los que no estaban acostumbrados a tenerla, y propagan las imágenes de una parte del mundo que Occidente tenía relegada, no sólo por sus condiciones geográficas, sino también por razones ideológicas y culturales.

En el mundo actual, la comunicación entre personas se puede dar desde cualquier punto del orbe mediante el empleo de una computadora, televisión o radio; de ahí la importancia de señalarla como uno de los factores clave de la convivencia, junto con la identidad y la cultura.

La mundialización de la comunicación no es sencilla y tampoco garantiza la solución a todos los conflictos; sin embargo, sí representa una posibilidad -poco explorada- para intentar dar cabida a las opiniones y formas de ser divergentes. La apuesta de Wolton va por la triada antes mencionada, donde propone privilegiar la comunicación política, la multiculturalidad y las distintas identidades.

La apuesta por la comunicación no se reduce a los medios masivos de difusión. El autor explica: "Las industrias culturales no son como las demás. Son industrias, sin duda, pero su objeto -la información, la comunicación, la cultura- les otorga una condición específica que desborda a la lógica económica" (p. 36). Y pese a que señala las diferencias que tienen las industrias culturales en relación con las de otras ramas económicas, no se puede olvidar que como empresas su principal objetivo es el lucro. Aunque su materia prima sea la información, ésta también se ve forzada y vulgarizada por las industrias culturales para su consumo masivo. Basta con recordar los principales señalamientos de los estudiosos de la Escuela de Frankfurt -Adorno, Horkheimer y Marcuse- referentes a la masificación de la cultura a través de las industrias mediáticas con el objetivo de la reproducción ideológica y la ganancia.

De esta forma, se evita la confusión entre las exigencias legítimas por la libertad de expresión y los intentos de los empresarios de la industria informativa por difundir sólo un aspecto de la realidad, con claros intereses comerciales y políticos. Wolton afirma: "En Occidente, la libertad de información está tan ligada a la lucha política por la democracia, que cualquier idea de regulación en este sector es considerada todavía como un atentado a la libertad. Sin embargo, dicha idea no traduce por fuerza una postura liberticida sino que, por el contrario, es signo de la voluntad de proteger la libertad de comunicación" (pp. 37-38). Este esfuerzo le correspondería a la sociedad y al gobierno: proteger la libertad de informarse e informar como un contrapeso a la información obsoleta o perjudicial que día a día se difunde.

Si se concibe una sociedad informada, se puede deducir que sus miembros estarán medianamente preparados para establecer un proceso de diálogo que les permita discutir, buscar consensos, acuerdos y soluciones a los conflictos. En el mundo actual, donde las sociedades son heterogéneas, la comunicación es un proceso que requiere igualdad de condiciones, y no precisamente económicas o sociales, sino de conocimientos. Esto se obtiene sólo gracias al acceso a la información; una sociedad no está completamente desarrollada si sus integrantes no tienen la posibilidad de difundir y acceder a la materia prima, en este caso, a la información.

Será, entonces, un camino difícil, pero con la esperanza de que se convierta en la opción para la convivencia; al menos así lo plantea Wolton: privilegiar la comunicación entre las partes brinda la posibilidad de lograr el entendimiento, tomar medidas que no perjudiquen a unos en beneficio de otros. Desde un punto de vista cultural, representaría el paso más relevante hacia una sana y plena convivencia; sin embargo, las condiciones presentes sólo ayudan en materia tecnológica, pues los intereses, finalmente, son los mismos de siempre. Así pues, la idea del libro que aquí se comenta debe verse reforzada por una intención educativa que facilite el flujo de la información y, por tanto, de la comunicación.

La apuesta del autor es:

Sólo el surgimiento progresivo de una comunicación política contradictoria [incluyente, contradictoria de la idea tradicional que la considera una herramienta para difundir la imagen de un candidato a algún cargo público] permitirá esclarecer un poco más esta cuestión de la identidad 194 cultural colectiva que en cierto modo condensa todas las aspiraciones de nuestras sociedades: libertad e igualdad, individualismo y adhesión a una pertenencia colectiva, apertura y necesidad de raíces. Modernidad y miedo a no formar parte de la tradición, mundialización y deseo de identidad nacional (p. 62).

El diálogo político representa, para Wolton, la posibilidad más clara para el mutuo entendimiento.

Si bien el concepto de comunicación política no es un término totalmente acabado y puede tener distintas acepciones, a partir de un acercamiento teórico al concepto de comunicación como un proceso entre iguales para lograr el con-saber, y al término política como los asuntos de la vida pública en común, se puede afirmar que el diálogo sobre lo político tiene como finalidad la voluntad de entenderse para consolidar la amena coexistencia social.

En este ámbito, Wolton aporta la siguiente definición:

Puede decirse incluso que, en el futuro, la comunicación política tendrá tres dimensiones: una clásica, de marketing político; otra, de motor del espacio público nacional; la tercera, por último, de motor de la convivencia cultural en el plano internacional. La comunicación política será el medio para hacer vivir el triángulo identidad-cultura-comunicación tanto en el plano nacional como en el regional e internacional (pp. 88-89).

La mundialización de la comunicación busca que la convivencia armónica se sustente en la cultura, el intercambio de convicciones, valores e identidades diferentes e incluso contrarias; pretende establecer en la comunicación -como proceso único de las personas- la concordia de las relaciones, sin negar jamás las diferencias, sino a través de reconocerlas para crear así la paridad de condiciones. Todos somos iguales porque compartimos un rasgo común: todos somos diferentes.

 

Nota

1 Les Trente Glorieuses, en referencia a los 30 años posteriores a la conclusión de la segunda Guerra Mundial (1945-1975).

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