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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 n.50 Ciudad de México Sep./Dec. 2022  Epub Sep 29, 2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i50.989 

Reseñas

La palabra, el testimonio y la supervivencia

Pablo Tepichín* 

*Profesor-Investigador en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral “Rodolfo Usigli” (CITRU) en el CENART, México. También es profesor de asignatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana. Correo electrónico: pablotep@hotmail.com

Diaz, E. 2021. La palabra que aparece. El testimonio como acto de supervivencia. Ciudad de México: Anagrama


El libro La palabra que aparece. El testimonio como acto de supervivencia de Enrique Díaz Álvarez, Premio Anagrama de Ensayo 2021, es una profunda reflexión motivada por un clamor: la lucha por la supervivencia en un contexto de vulnerabilidad colectiva. La apuesta del autor es trazar cómo se narra la supervivencia, pero primeramente es menester sustraer esta noción de un relato heroico que la ha hegemonizado bajo la lógica, según la cual, unos sobreviven y otros caen.

Enrique Díaz sitúa su análisis en el pulso de la guerra y los múltiples recuerdos y punto de vista sobre un mismo acontecimiento. Los testimonios, empero, no de soldados victoriosos inhalando el gozo de los cuerpos inertes semblante del método histórico tradicional, sino, antes bien, de los “sin rango”, aparentemente marginales de protagonistas secundarios. Con base en la historia oral de Studs Terkel, Díaz Álvarez irá armando a lo largo de su itinerario ensayístico el rompecabezas de la historia de los sin nombre.

El desarrollo de la técnica, la inteligencia militar y el fenómeno de la guerra ha sido un tema tramitado desde varios enfoques, pero sin duda destaca aquel de la asepsia de los conflictos en tanto cada vez más las hostilidades entre naciones se dirimen con aviones no tripulados, proyectiles teledirigidos desde miles de kilómetros para encontrar sus objetivos con pericia robotizada, drones, pantallas e imágenes en vivo que transmiten en tiempo real, como periodismo incorporado, intervenciones, explosiones y asesinatos selectivos para matar algún líder militar. En efecto, las nuevas guerras sin relato carecen de las batallas cuerpo a cuerpo, el código ético que implicaban cierta narración épica. En todo caso, Díaz Álvarez problematiza sobre dos cuestiones torales para una cierta teoría y política contemporánea, a saber, el estatuto de un significante “guerra”, contaminado de múltiples significados, y, el significante “enemigo”, también un término que ha sido excesivamente utilizado pero que muchas veces la realidad que señala tiene poca o nada relación con una definición mínima del concepto. En este sentido, una de las preguntas que el autor plantea es a quién favorece este devenir a una guerra sin relato, sin héroes, sin grandes lamentos ni víctimas. Esta es a su juicio, parte de las narrativas que nos hacen creer que la tecnología militar ha adquirido tintes quirúrgicos y evita tanto el dolor propio como el ajeno. Que si hay bajas civiles son daños colaterales.

En la palabra que aparece, Díaz Álvarez evoca desde la Iliada de Homero, el poder del duelo, en tanto el poeta explora la fuerza reparadora de la literatura sobre los derrotados, a quienes se les negó el testimonio. Destaca con el escritor albanés Ismail Kadaré la ambivalencia y la imparcialidad de aquella obra de Homero. Particularmente en un punto central para la exposición de Enrique Díaz, esto es, que el poeta evita caer en el elogio o la aclamación de los vencedores, e incluso se decanta a favor de los vencidos. A juicio de Díaz, hay una potente resignificación en la deriva homérica, pues más allá de ser un violento canto a la guerra, ha inspirado narraciones contra el agravio y la pérdida. Asimismo, en referencia a Hannah Arendt, el escritor evoca la idea de la filósofa alemana, según la cual para los griegos la figura del poeta y la del historiador poseen una función pública en tanto garantizan que las palabras y las acciones no se perderán en el olvido. Duelo y política en la tragedia troyana y desde allá legándonos la permanente fusión de comunidad política con la memoria.

En el libro en cuestión, hay varias constelaciones a las que alude el autor entre estas “Hiroshima” y “La conquista en disputa”. En cuanto a la primera constelación, Díaz trae Hiroshima de John Hersey para evocar una interesante expresión del testimonio alejado del relato oficial en torno a la bomba atómica, para desplazarse hacia las heridas, la desnudez, las cicatrices, como expresión de una contranarrativa afuera del marco de guerra que ante todo condiciona la opinión y el recuerdo hegemónico. Hibakushas son los seis hombres y mujeres japoneses sobrevivientes al horror de la lluvia de fuego provocada por la bomba lanzada por los Estados Unidos en un gesto poco comparable de soberbia, victoria y aplastamiento del vencedor sobre el vencido. Entre las virtudes que encontró el texto de Hersey, ineludible para entender la reflexión de Enrique Díaz, está la de romper las fronteras entre la literatura y el periodismo para dar forma al testimonio de los Hibakushas.

En cuanto a “La conquista en disputa”, el apartado plantea las narraciones de dos soldados, Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Por supuesto, la narración de Cortés cae en la estructura épica de legitimación de una conquista y en el marco de una guerra justa que aniquila al otro codificado como enemigo. Mientras, en el caso de Bernal Díaz del Castillo, a juicio de Enrique Díaz, estaríamos ante un cronista soldado narrador que tiene un olfato para contar y que entiende las licencias literarias como una especie de eslabones que conectan algo de lo real y algo de lo verdadero, imposibles de darles cuenta. Enrique Díaz subraya que si las Cartas de Cortés inauguran una saga épica, Bernal lleva ese relato heroico a una categoría nueva y superior: por momentos su crónica deviene epopeya, relato de viaje o novela de caballería. En este caso, se vuelve a presentar la tensión entre lo verdadero y lo verosímil, la cual, a juicio del autor, terminó por romper la frontera entre historia y literatura en América.

Cuestión aparte es la referencia a la arqueóloga Ximena Chávez la cual actualmente lleva más de una década explorando la zona del Templo Mayor rastreando restos óseos accediendo al Huey Tzompantli. “Hace hablar a los restos”, dice Enrique Díaz, cráneos, vertebras, costillas las reúne y clasifica para hacer una historia fosilizada para ser contada y plantear una hermenéutica y así elucidar cómo aquellos sacrificados por los mexicas nos revelan los detalles de su muerte. Resulta perturbadora la mirada forense de la arqueóloga pues puede llegar a conocer las intenciones del sacrificador, es decir, el modo y el lugar donde los huesos están rotos o la provocación de fracturas intencionales. Quizás lo más elocuente en esta mirada sea esa conexión que subraya Díaz y que resuena en el México actual, tema que nuestro autor desarrolla en el apartado “México forense”. Antes ya anuncia las secuelas de la guerra contra el narco en México de 2006-2012 y los miles de asesinados y desaparecidos. Es de desatacar las y los colectivos de buscadores en distintas entidades federativas que han creado bases de datos para clasificar algo encontrado de un desaparecido, huesos, ropa, dientes, brazos, piernas, miembros tatuados, etc. Como si estuviéramos en la práctica in situ de una siniestra nueva forma de arqueología y los nuevos tecnicismos que se mencionan “ante mortem”, “post mortem”, por ejemplo.

“México forense” es un recorrido por las voces de Marisela Escobedo o de Javier Sicilia y el dolor y el duelo hecho públicos, pero también es el testimonio de un activismo conocido por las caravanas que atravesaron el país con el clamor de justicia. También el autor nos hace pensar sobre el país de fosas en el que vivimos. Acá encontramos los puntos de encuentro entre la necropolítica de Achille Mbembe y Roberto Bolaño en 2666 para pensar los crímenes en Ciudad Juárez, las formas de la muerte, la brutalidad, los cadáveres. Díaz plantea la lógica de la militarización en México a partir de su construcción como relato heroico y por lo tanto la lógica de exterminio de los narcos ya tramitados por una ficción que por cierto a llegado a las series de televisión y en la llamada cultura del narco.

Lo que llama el autor del libro “la expropiación de lo forense” es el comentario a los estudios de Eyal Weizman para develar mecanismos de control y vigilancia en este caso en Gaza. Es una suerte de “activismo estético-político” que creó Weizman a partir de un organismo de investigación independiente compuesto por arquitectos, artistas, periodistas, cineastas, científicos y abogados bajo el nombre de Forensic Architecture. Su forma de trabajo es a partir de maquetas, cartografías y recreación de espacios 3D y de esta manera la apropiación de los estudios forenses. En este caso, los estudios van de la mano de los testimonios de los supervivientes de algún acontecimiento y de a la reconstrucción visual de los escenarios. Por supuesto, el tema de esta cartografía lleva a pensar, como lo hace el autor, en el caso de la noche de Iguala y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. El grupo de Forensic Architecture elaboró una plataforma interactiva donde se pudiera mapear y analizar las diferentes explicaciones sobre lo sucedido la noche del 26 de septiembre de 2014 en Guerrero. Igualmente, el ensayo nos hace reflexionar sobre la actividad artística de Teresa Margolles centrada en la práctica forense. El colectivo SEMEFO se caracterizó por el estudio de las muertes violentas de personas no identificadas. La morgue como el sitio de exploración estético-política. Se intuye el análisis de lo putrefacto, del cadáver y de un estatuto mortuorio en el México actual. Este capítulo va escalando al ir pensando en el sicariato, en la lógica de los desechables, el protagonismo de los líderes del narcotráfico, la espectacularidad de las ejecuciones y el magnetismo que trae la pulsión de muerte tramitada por Freud. En efecto, Díaz tiene razón cuando sostiene que la pobreza por si sola no explica el deseo y la crueldad desplegada por los grupos del crimen organizado. Quizá también tenga que ver años y años de humillación, exclusión social. Lo que sí es cierto es que ascendimos un escalón en las formas de crueldad en México.

Enrique Díaz Álvarez plantea la política del testimonio después de repensar con Didi-Huberman y Claude Lanzmann, considerar de alguna manera la evolución de “la era del testigo” y pensar en nuestra vulnerabilidad común y ampliar las posibilidades de la escucha en cuanto seres colectivos. En palabras del autor de este libro: “[E]l hecho de enfocarnos en el testimonio que nos sobrevive permite rastrear y visibilizar toda una serie de contranarrativas y contraimágenes que son producidas a lo largo del planeta para exponer las violencias y asimetrías del poder bajo las nuevas formas de guerra y muerte.” (p. 239)

Finalmente, a la política del testimonio no le interesa la institucionalización de la memoria, los monumentos, las efemérides. En una palabra, se sustrae de la historia de bronce que ensalza individuos convertidos en héroes y se enorgullece de la catástrofe convertida en relatos memorables. La palabra que aparece es una referencia obligada para alumbrar aquello oscurecido u omitido por el discurso del poder y considerar nuevas perspectivas narrativas de los negados, de los silenciados y de los supervivientes para que nos vuelvan a colocar urgentemente en un riel ético-político.

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