SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.15 issue36Ethnography of Conviviality and Superdiversity: methodological reflections author indexsubject indexsearch form
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.15 n.36 Ciudad de México Jan./Apr. 2018

https://doi.org/10.29092/uacm.v15i36.599 

Presentación

Presentación. Repensando la etnicidad en las metrópolis del siglo XXI

Eduardo Zárate Hernández* 

Olivia Leal Sorcia** 

* Investigador de El Colegio de Michoacán. Correo electrónico: zarate@colmich.edu.mx

** Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Correo electrónico: olivia.leal@uacm.edu.mx


Sin duda la ciudad moderna se ha convertido en uno de los ámbitos privilegiados para pensar la diversidad y sus manifestaciones. Las metrópolis contemporáneas representan ordenamientos dinámicos, que, por lo mismo, frecuentemente dan la impresión de ser caóticos, en constante reinvención y generando sus propios procesos de inclusión y exclusión, de integración y segregación. Produciendo, además, sujetos que se autoexcluyen o se invisibilizan, mientras otros, aunque pretenden integrarse plenamente a la vida urbana, son estigmatizados y excluidos de ella. Y muchos más (quizá la mayoría) que logran una integración bastante particular o limitada a ciertos espacios. Atrás han quedado las ideas de que el proceso de urbanización sólo tiende a la homogeneización de los sujetos sociales. En la actualidad nadie duda de la extrema fragmentación social que representa la vida urbana. No obstante, las interconexiones e interdependencias que una urbe mantiene con su entorno inmediato, e incluso puede abarcar toda una región, es lo que la define como metrópoli.

Aun cuando muchas ciudades latinoamericanas muestren una traza colonial y mantengan ciertas jerarquías espaciales, han estado sometidas a profundos procesos de urbanización, generalmente basados en intereses comerciales, relaciones informales y clientelistas. En este abigarrado universo de jerarquías, redes, espacialidades diversas y dinámicas, múltiples maneras de relacionarse, vivir, imaginarse y apropiarse de los espacios públicos, se insertan las poblaciones étnicamente diferenciadas. Sea porque ocupen espacios ancestrales, mantengan y reivindiquen formas de vida propias a pesar del avasallamiento de la modernidad, o porque ahí se han instalado en su búsqueda por seguirse reproduciendo como colectivos viables en esta caótica y frecuentemente violenta contemporaneidad.

La presencia de minorías étnicas y culturales en las ciudades es tan añeja como las ciudades mismas a pesar de los diversos y constantes proyectos de modernización. Lo que ha cambiado es la forma de relacionarse y de ser reconocidos por el “otro” urbano. En ciudades de origen colonial, como la ciudad de México, la presencia indígena ha sido permanente. Desde los asentamientos fundantes de la ciudad, hasta los ahora llamados “pueblos originarios”, aparecen voces que reivindican su reconocimiento como grupos diversos con derecho a poblar de forma digna los rincones y áreas centrales de la urbe modernizada. Pero hay otras ciudades “criollas” o que fueron fundadas por elites coloniales, que con el paso del tiempo y del fortalecimiento del Estado nacional se fueron conformando como ciudades plurales.

Sin embargo, es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el tema étnico se hace visible a nivel mundial. Por una parte, debido a que los efectos de los procesos de industrialización se manifiestan en toda su crudeza (descampesinización, migración del campo a la ciudad, formación de nuevos vecindarios y mercados de trabajo segregados, entre otros); por otra, el surgimiento con gran fuerza de los movimientos de descolonización de múltiples naciones de África, Asia y en menor medida de América Latina.

En la era de los Estados nacionales modernos, que surgen de los arreglos posteriores a la segunda guerra mundial, podemos distinguir dos grandes momentos históricos. En el primero, el Estado mantiene una gran presencia, al aparecer como el gran promotor del bienestar social y de la igualdad. En general hay una estabilidad política, las ciudades crecen y se fortalecen con base en la industrialización que los estados promueven, a la vez que controlan los impulsos desequilibradores del mercado, cuyo avance es limitado sobre todo por el impulso de ciertas políticas públicas. Además, al ser el Estado el gran promotor de la urbanización / modernización, también representa la instancia suprema que niega la existencia de una población excluida y que reconoce a todos sus habitantes como ciudadanos. El Estado evitaba así, la expresión organizativa o reivindicativa de las minorías y solo permitía su expresión a través de las organizaciones corporativas.

Por lo mismo, las primeras reflexiones sobre lo urbano aparecieron vinculadas al problema de la integración tanto de los recién llegados a las grandes ciudades, como de aquellos “otros” que ahí asentados no se asimilaban completamente a la identidad nacional ni a la moderna vida urbana despersonalizada. Por el contrario en el nuevo contexto, mostraban una clara tendencia a reproducir sus identidades nacionales o étnicas previas. N. Glazer y D. Moynihan (1963), en su obra Beyond the Melting Pot, plantean como problema político y teórico el tema de la integración / segregación de los diferentes grupos étnicos y culturales que se asentaban en las grandes ciudades norteamericanas y que podían llegar a conformarse como verdaderas comunidades políticas al interior del sistema estadounidense y de la vida pública de las ciudades. Para varios politólogos inmersos en este debate, dicho comportamiento presentaba problemas particulares a la democracia participativa, en términos de que no se lograba una redistribución igualitaria de la riqueza y el bienestar.

El Estado benefactor que surge de la segunda guerra mundial, omnipresente en todas las naciones capitalistas (confrontadas con los Estados socialistas), hizo que el ámbito político prevaleciera sobre el económico o sobre el mercado. De ahí que durante varias décadas se considerara al Estado y sus políticas públicas como el referente necesario para discutir las dinámicas de la etnicidad. Pues el mercado incluso en las naciones capitalistas (por no hablar de las socialistas, como Yugoeslavia), tenía un papel secundario. No se consideraba preponderante, aún cuando no dejaba de tener importancia. Es más, naciones como México consideraban que el papel del Estado era impulsar el desarrollo y la integración de los grupos étnicos marginados al mercado capitalista. Ese era el fin principal de las políticas indigenistas y del avance de la educación técnica (y de la educación en general en el país).

La situación cambió con la adopción de políticas neoliberales (o del credo neoliberal) y la liberación del mercado en grandes áreas de la vida pública, dando como resultado el consiguiente desmantelamiento del Estado social y de su reducción a sus funciones mínimas. Aquí ubicamos el segundo momento del Estado nacional, cuando emerge un vínculo directo con la industria, el cual ya no es unívoco. Al reducirse significativamente la inversión pública, lo que ha crecido de manera exorbitante son el sector de los servicios (ahora sobre todo privados o provenientes de la iniciativa privada), además de la informalidad, anclados en las grandes ciudades. La flexibilización de las leyes laborales y del empleo en general, el desmantelamiento de las empresas públicas y el impulso y surgimiento de pequeños empresarios o de iniciativas comerciales es lo que ha permitido soportar los grandes volúmenes de población que ya vivían en las ciudades y, de alguna manera, dar cabida a los nuevos contingentes que se sumaron a la población de las metrópolis.

Desde fines de los años ochenta y sobre todo en la década de los noventa del siglo XX, aparecen con fuerza los reclamos por el reconocimiento y los movimientos étnicos. Se trató de una época de reacomodos y redefiniciones. Por ejemplo, se visibilizan los indígenas urbanos, tanto los “pueblos originarios” como los inmigrados a las ciudades. También se diferencian entre campesinos indígenas y no indígenas, redefiniendo así el destino de las grandes organizaciones campesinas que habían surgido en la década de los años setenta. El tema de la constante violación de los derechos humanos y la exclusión que se traduce en violencia física y simbólica, será un fuerte impulsor de los reclamos de reconocimiento e igualdad.

Partiendo de las anteriores consideraciones, en este dossier se incluyen reflexiones que no se circunscriben a presentar un caso de estudio, sino que se avanza en el análisis de las condiciones locales de integración y de formas de convivencia e interacciones entre grupos avecindados y autóctonos en diversas urbes contemporáneas. Los casos de inmigrantes nacionales o de indígenas en las ciudades de Lisboa y Granada en Europa, y de San Cristóbal de las Casas en México respectivamente, ponen el acento en caracterizar relaciones de convivencia e interacciones tanto solidarias como conflictivas entre actores sociales, lo cual redunda en la visibilización de procesos culturales y de reconocimiento de la alteridad anclados desde los barrios locales y las periferias metropolitanas. Asimismo, se adentran en proponer abordajes metodológicos que privilegian las etnografías multisituadas para desentrañar la vida cotidiana de los sujetos y las familias, cuya explicación queda claramente caracterizada en el artículo que aborda las categorías de convivialidad y súperdiversidad aplicadas a los casos de Lisboa y Granada. En el mismo sentido, en otro artículo se destacan los procesos de asentamiento en la ciudad de San Cristóbal de las Casas de indígenas tsotsiles y tseltales, quienes desde hace tres décadas han construido procesos identitarios y de reconocimiento étnico de una forma dinámica y diferenciada de sus propios patrones tradicionales.

En los restantes artículos se reflexiona principalmente sobre sujetos étnicos, grupos, familias, mujeres y colectivos que impulsan formas plurales de reivindicar el origen, pero generando vínculos significativos con lo urbano, construyendo, por lo tanto, nuevos significados sobre las experiencias laborales, familiares, pero sobre todo de organización política y de demanda de derechos, entre otros. Aquí ubicamos el caso de familias rarámuris en la ciudad de Chihuahua, México, adaptados a un patrón residencial radicalmente diferente a sus lugares de origen; aunque el núcleo central del análisis aborda el caso de las mujeres rarámuri, quienes intervienen en espacios de participación de la vida colectiva con cargos políticos y rituales que tradicionalmente sólo podían ocupar los hombres.

Asimismo, en otros trabajos ubicamos lazos estrechos de negociación entre grupos locales e instituciones, autoridades o partidos políticos locales y federales. Aquí resaltan los artículos centrados en las ciudades de Santiago de Chile con el caso de los mapuches; la ciudad media de San Luis Potosí, localizada en la zona centro de la república mexicana, y de nuevo la ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas ubicada en la zona sur de México. Para el caso de los mapuches en Santiago se analizan sus formas asociativas formales e informales, que les han posibilitado procesos de institucionalización de sus demandas ante diversos órdenes de gobierno; mientras que para la ciudad de San Luis Potosí se trata el caso de indígenas mixtecos (oriundos del estado de Oaxaca), quienes han desplegado estrategias de gestión ante las autoridades locales para el acceso a mejores viviendas y en general servicios de salud, educación y trabajo. En lo referente, de nuevo, a la ciudad de San Cristóbal, se destacan los procesos de reivindicación del derecho a la ciudad por parte de indígenas tsotsiles y tseltales, principalmente vinculados a cargos de representación popular.

Todos los artículos referidos dan cuenta, de alguna manera, de la nunca alcanzada modernización del Estado nacional, lo cual ha llevado a situaciones particulares como la reproducción de prácticas clientelares, sustentadas ahora en el uso político por ejemplo de programas sociales para el caso mexicano. En especial, y esto es bastante visible también en las ciudades latinoamericanas, en la relación que establecen los gobiernos locales con las minorías étnicas. Así, las formas en que los actores en diferentes contextos sociales, definen lo étnico y se definen como étnicos, cambian dinámicamente. Lo que sobresale por lo tanto de la lectura de los artículos incluidos en este dossier es que en los actuales escenarios urbanos multiétnicos no hay formas unívocas de ser indígenas, de reconocerse como miembro de una minoría cultural, o de reivindicarse o negociar su presencia en las ciudades.

Por otro lado, en la época contemporánea, así como existen nuevos procesos y formas de exclusión y de no aceptación de las diferencias, también se generan procesos de reconocimiento subordinado, como la obligada folklorización de las minorías culturales a fin de hacerse visibles. La imagen que se tiene del indio, por ejemplo en América Latina, está vinculada muy frecuentemente a sus manifestaciones tradicionales o folklóricas. De ahí que algunos gobernantes o la misma población urbana en general exijan que para ser reconocidos como minoría se muestren según sus atuendos o prácticas tradicionales, como su música o sus danzas. Ello también lo utilizan los gobiernos locales y nacionales para legitimarse y presentarse como promotores del multiculturalismo y defensores de la diversidad. Aquí aparece claramente la manipulación de la identidad, tanto por los mismos actores como por otros que están en posición de dominio y exigen, en ocasiones para legitimarse, la manifestación intencional de estas formas de expresión. En las urbes, la mimetización de los sujetos étnicos en las masas de trabajadores, sus espacios laborales y recreativos, ha sido una constante que prevalece, además de ir a la par de la conformación de los estados nacionales y del surgimiento de las identidades políticas. En la medida que el mercado avanza e interviene en la regulación de las identidades políticas y de orden púbico, se mantendrá la tendencia hacia la negación pública de la identidad étnica, que se expresará de acuerdo a los modelos promovidos por los medios masivos y por las industrias culturales, quienes preferentemente reproducen estereotipos sobre ciertas ocupaciones como las empleadas domésticas o los trabajadores de la construcción, sobresaliendo el caso de las ciudades mexicanas. Lo anterior a pesar de que diversos estudios han documentado una diversidad de nichos laborales a los que están accediendo los indígenas urbanos tanto en ciudades medias como en grandes metrópolis.

En la actualidad y luego de las reformas constitucionales que han adoptado casi todas las naciones en que se reconoce la composición multiétnica y multicultural de la nación, también han aparecido múltiples organizaciones étnicas o de minorías sociales o culturales que están incidiendo en la reconfiguración del espacio urbano. Algunas de esas organizaciones con reivindicaciones laborales y otras de carácter cívico demandan espacios de participación y reconocimiento. En muchas ciudades, la organización de los sujetos étnicamente diferenciados, se relaciona directamente con la aplicación de ciertas políticas sociales, sin embargo, en otras ha llegado a la representación política, principalmente en los órganos de gobierno local.

Aquí el tema de las fronteras étnicas y su continua redefinición es central. Ahora se reconoce al multiculturalismo y la fragmentación cultural, incluso como constituyentes de la democracia moderna, que pueden y deben expresarse en el marco del sistema democrático participativo. Sin embargo, no deja de existir un claro resquemor por ciertas manifestaciones particulares “del otro”, como sucede en la vida cotidiana, principalmente en vecindarios que albergan la presencia de diferentes minorías culturales, religiosas o lingüísticas. Por ejemplo, en las ciudades de Europa del norte, donde se han asentado grandes contingentes de población proveniente del medio oriente, Asia y África, los defensores a ultranza de los valores occidentales cuestionan que se les otorguen derechos. Si estas poblaciones, de alguna manera, al conservar sus propios sistemas de valores rechazan, o peor, para estos defensores de los derechos occidentales, desprecian o no reconocen los valores de “su” democracia, consideran que no deberían otorgarles derechos. Sobre este tema ha corrido mucha tinta no solo en textos académicos, sino en periódicos, revistas e incluso novelas. En este caso, da la impresión de que se trata de un tema irresoluble, sobre todo porque la democracia que conocemos recoge los valores de la cultura occidental, que además se han presentado como universales. Por lo mismo se debe reconocer la irremediable pluralidad y, por consiguiente, la creación de instituciones / arreglos sociales que permitan la convivencia y la representación de distintos sujetos y, a la vez, ofrecer el espacio para la manifestación de las distintas expresiones. El reto consiste entonces, en ofrecer espacios abiertos a la interacción igualitaria y al diálogo intercultural. En torno a la problematización de estos últimos aspectos, en el dossier se incluye una entrevista al doctor Guillermo de la Peña, reconocido antropólogo mexicano, quien a lo largo de su larga y fructífera trayectoria de investigación, ha generado un corpus novedoso de conocimientos sobre la vinculación entre etnicidad, ciudadanía y espacios urbanos, destacando el estudio de grupos indígenas en México.

Por último se presenta la traducción del artículo “Desigualdades e segregaçao residencial por raça e clase”, de Danilo França. Su inclusión responde a dos inquietudes. La primera para conocer los recientes procesos de asentamiento por parte de negros y blancos en una de las urbes más importantes de Brasil: la región metropolitana de São Paulo, visibilizando así al público hispanohablante la articulación entre raza y clase social como una dimensión nueva en los estudios sobre segregación residencial al cambio de milenio. La segunda razón remite a la importancia de ponderar las categorías de raza y clase social en los estudios sobre etnicidad urbana, sobre todo para el caso latinoamericano, donde dichas dimensiones de análisis han quedado subsumidas ante otras propuestas de análisis.

Fuentes consultadas

Glazer, N., y Moynihan, D. (1963). Beyond the Melting Pot: The Negroes, Puerto Ricans, Jews, Italians and Irish of New York City. Cambridge: The Massachusetts Institute of Techonology Press. [ Links ]

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons