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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.10 n.23 Ciudad de México Sep./Dec. 2013

 

Reseñas

 

Las reglas del libre albedrío

 

Paola Vázquez Almanza*

 

Bartra, R. (2012), Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo, México: Fondo de Cultura Económica.

 

* Estudiante del doctorado en Estudios Políticos y Sociales de la UNAM. Dirección electrónica: paovaal@gmail.com

 

En el año 2006 Roger Bartra se acercó a los debates más recientes en la filosofía y la neurociencia con su libro Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos. Ahí planteó la provocativa idea de que la conciencia no se encuentra encerrada en el cerebro, sino extendida en una red simbólica de naturaleza cultural. Bartra llamó a esta prótesis externa de la conciencia, esa especie de circuito neuronal externo al cráneo: exocerebro. Ahora, en Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo, Bartra retoma su idea del exocerebro y de las redes simbólicas y, a partir de ello, coloca los problemas de la libertad y de la moral en el terreno de la conciencia.

Si uno sigue los debates que provocan entre neurocientíficos y filósofos los temas del libre albedrío, la conciencia y el cerebro, rápidamente se puede percatar de las muchas incógnitas que siguen atribulando a los científicos. Tanto filósofos como neurocientíficos y físicos desmenuzan y estudian el problema del libre albedrío y la conciencia, pero sin reconocer que las pistas para entender el fenómeno no yacen dentro de su propia disciplina únicamente. La exigüidad de diálogo entre disciplinas lleva a conclusiones deterministas que niegan la libertad, a dualismos o a visiones que abrazan el azar y el caos. Menciono el que hasta ahora ha sido el tono en el que se han desarrollado las discusiones en torno a la conciencia, el cerebro y la libertad, para advertir la magnitud, el valor, la actualidad y la originalidad de las propuestas de Bartra.

La finalidad de Cerebro y libertad, como el mismo autor escribe, es hallar pistas para "enfrentar los grandes retos a los que nos confrontamos cuando tratamos de entender el sentido de la libertad humana" (p. 16). Bartra nos invita e introduce a la cuestión con un relato de la clásica película del expresionismo alemán: Las manos de Orlac. Al seguir la síntesis que se hace de la historia del protagonista, un pianista que lucha por el control de sus acciones, el lector es enfrentado al problema de la oposición entre determinismo y libertad. Sin notarlo siquiera, los lectores nos sumergimos en el tema y seguimos atentamente las provocativas preguntas que Bartra plantea: "¿Hasta qué punto el cuerpo —y especialmente el cerebro— permite que la conciencia decida libremente? ¿Qué límites impone la materia cerebral al libre albedrío de los individuos?" (p. 9).

En un primer capítulo, el autor se sirve de la discusión entre Albert Einstein y Rabindranath Tagore para ilustrar dos formas opuestas de abordar el problema de la libertad y exponer cómo desde estos enfoques la libertad se expresa como la "contraposición entre mente y cuerpo, libre albedrío y determinismo, causalidad mental y física o entre razón y causa" (p. 20). Grosso modo, se puede decir que Tagore intentó filtrar en la discusión la idea de la indeterminación, considerándola una escapatoria de la cadena causal. En cambio para Einstein el libre albedrío, como propiedad de la conciencia, vendría a ser una mera ilusión. Estas primeras reflexiones nos permiten ubicar en un panorama amplio la postura del autor y comprender cuáles son los extremos de los que intenta escapar. Pero si Bartra no comparte estas visiones hegemónicas, ¿cómo propone analizar la libertad? Cuando el autor afirma que existen explicaciones claramente materialistas y no metafísicas para comprender que la autoconciencia es un proceso que no ocurre totalmente dentro del cerebro, está sugiriendo que se ubique en un contexto más extenso nuestro problema, es decir, recomienda que se incluya en el análisis el contorno social y cultural.

En el apartado Un experimento con la libertad se mencionan los famosos experimentos que Benjamin Libet realizó en la década de I960. El autor nos explica que Libet llegó a la conclusión de que la acción intencional se inicia inconscientemente, pero que también observó que la conciencia puede controlar el resultado del proceso; existe pues, un "poder de veto". Aunque Libet creyó en la existencia de algo que los deterministas no suelen mencionar, "un 'campo mental consciente' capaz de actuar sin conexiones neuronales que funcionasen como mediadoras" (p. 35), su idea en lugar de esclarecer las cosas abrió la puerta al dualismo y a instancias misteriosas no materiales como las que solía sugerir Descartes. De ahí que Bartra insista en que tanto el dualismo como el determinismo provocan malentendidos igualmente dañinos, y sugiera colocar en su lugar el tema en un nivel más alto de complejidad, es decir, acercarse a las estructuras sociales y culturales, sin olvidar, claro, las estructuras químicas, neuronales y físicas. Cabe mencionar que en este giro Bartra evita escapar de un determinismo físico a un determinismo social.

A través de algunos ejemplos, Bartra ilumina el vínculo existente entre la responsabilidad que tienen los individuos por sus acciones, los castigos y recompensas conducentes, y la moral. Para adentrarse en este tema tan espinoso, el autor retoma y señala los puntos endebles de las ideas de Marc D. Hauser y de Paul Churchland. Hauser planteaba, adosando su teoría a las ideas de John Rawls y Noam Chomsky, que existe un "módulo cerebral innato responsable del proceso inconsciente y automático que genera juicios sobre lo justo y lo incorrecto" (p. 47). Aquí, Hauser lleva a los terrenos de la ética los postulados de Noam Chomsky que Bartra criticó duramente en Antropología del cerebro. Por su parte, Churchland se mueve en dirección contraria a Hauser y entiende el cerebro como un procesador que puede hacer uso de andamios sociales exteriores al cráneo. Pero tanto a Hauser como a Churchland se les escapa, explica Bartra, que el proceso de toma de decisiones no sólo se da dentro de la cabeza, sino que ocurre en la relación entre cerebro y contorno social. Antes de plantear una propuesta para compensar las deficiencias de las perspectivas anteriores, Bartra se detiene en las ideas de David Hume y Antonio Damasio sobre las emociones sociales para comprobar que éstas son un ejemplo de lo que sucede en los circuitos híbridos de la conciencia, en las redes que unen el exocerebro con el cerebro.

Después de Hume, Damasio y las emociones sociales, Bartra dedica un capítulo a la exploración de los textos sobre el juego escritos por Johan Huizinga, Roger Caillois y Jean Piaget con dos propósitos principales.

El primero es pensar el juego como una prótesis que estimula procesos simbólicos de sustitución de un cerebro incompleto, es decir, ver en el juego posiblemente la expresión primigenia de la presencia de redes exocerebrales. El segundo consiste en acercarse al juego entendiéndolo como una actividad que mezcla orden y libertad, un espacio en el que conviven reglas escritas con la expresión de la libertad de acción y que por tanto "implica la expresión de alguna forma de voluntad libre de determinantes funcionales, pero al mismo tiempo regulada" (p. 85). No está de más recordar que esta coexistencia de la espontaneidad con la determinación fue tratada ya por Bartra en su trabajo Las redes imaginarias del poder político, aunque por supuesto en otro terreno.

Al igual que en Antropología del cerebro se estudió el habla, las artes, la música y las memorias artificiales, en este libro se exploran otras manifestaciones simbólicas del medio cultural que nos rodean y que se cristalizan en el hogar, el sistema de parentesco, la comida y el vestido. El viaje que en estas páginas se realiza por "el pequeño mundo de la familia, el hogar, la comida y el vestido, nos ayuda a entender la inmediatez del enjambre de símbolos que nos envuelve" (p.127). El hogar, el vestido, la comida y las relaciones de parentesco pueden ser entendidas entonces como prótesis cognitivas. La trascendencia de la noción de entorno se hace más clara aun cuando Bartra nos comenta la interesantísima idea del Umwelt, desarrollada por Jakob von Uexküll y de la que deriva la hipótesis de que la conciencia no es únicamente un "yo" alojado en el cerebro, sino que incluye al entorno. En este sentido el planteamiento del entorno social será clave, primero, porque en él se aprecia la necesidad generalizada que han tenido los humanos de clasificar, codificar, marcar, señalizar y decorar mediante símbolos las partes de un sistema. Y segundo, porque la idea del mundo circundante permite plantear el problema del libre albedrío de los humanos de una forma en que puede tener una solución. ¿Por qué el problema del libre albedrío puede entenderse mejor a partir este punto de vista? Básicamente porque los sistemas simbólicos son estructuras que se han ido construyendo, "no sólo como expresión social de módulos cerebrales, sino como fruto de la interacción entre los sistemas neuronales sociodependientes y las texturas culturales que rodean a las personas. Se trata de un proceso de autorregulación" (p. 124). Y en este paisaje la toma de decisiones vendría a ser un proceso, una especie de juego, que incluye tanto las ideas que fluyen del cerebro como las sensaciones y señales que proceden de los sistemas simbólicos que nos rodean.

Llegado a este punto Bartra se pregunta si esta meditación deliberada, este juego divagante nos permite tomar decisiones voluntarias y libres. Él responde que sí, que ese juego que une la actividad cerebral con los circuitos simbólicos del entorno permite la toma de decisiones voluntarias y rompe las cadenas deterministas. La toma de decisiones es "gracias precisamente a las redes exocerebrales que permiten la existencia de una singularidad presente solamente entre los humanos. Esta singularidad asegura la coexistencia del indeterminismo y la deliberación. Con ello se abre la puerta a comportamientos que no son azarosos pero que tampoco se encuentran determinados por una cadena de causas y efectos anclada en el cerebro" (p. 149).

Después de concluir que el libre albedrío es posible, Roger Bartra nos da un último capítulo y unas reflexiones finales en las que traza un hilo conductor y seductor entre personajes tan diversos como José Ortega y Gasset, Henry James, William James, Edmund Husserl, Martin Heidegger, Ernst Cassirer, Maurice Merleau-Ponty, Friederich Hayek, Douglass North y Antonio Damasio. Especialmente resulta fascinante el seguimiento y el recuento que se hace del pensamiento de Jakob von Uexküll a través de los diversos pensadores a los que influyó.

Cerebro y libertad toca así problemas sumamente complejos y profundiza en temas que no están del todo resueltos y que incluyen discusiones filosóficas y políticas de la moral. Bartra encuentra los insumos para sus argumentos en lugares tan diversos como la literatura, la neurociencia, la filosofía y la antropología, y se dirige de un campo de conocimiento a otro para finalmente establecer un vínculo firme y coherente entre éstos. Esta facilidad de esbozar de manera sencilla y crítica el complejo pensamiento científico sólo reafirma la sensibilidad e inteligencia del autor para hacer confluir lo que usualmente se disocia. Además de ser un excelente ensayo, éste es un verdadero ejercicio interdisciplinario que procura borrar la tradicional frontera entre las humanidades y las ciencias, así como evita trazar una frontera entre el cerebro y el exocerebro, entre circuitos neuronales y las prótesis culturales.

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