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Revista de El Colegio de San Luis

On-line version ISSN 2007-8846Print version ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.11 n.22 San Luis Potosí Jan./Dec. 2021  Epub Feb 16, 2024

https://doi.org/10.21696/rcsl112220211295 

Reseñas

Luz rebelde: mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario

María Fernanda Galindo Ruiz* 

1Universidad de Quebec en Montreal. Correo electrónico: mfgalindor@gmail.com

Rashkin, Elissa; Hernández Palacios, Ester. 2019. Luz rebelde: mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario, Universidad Veracruzana, 232p. 10.21696/rcsl112220211295,


A partir de la década de 1920 hubo una ola renovadora de la cultura mexicana, ligada estrechamente a la consolidación del Estado posrevolucionario. En el auge mundial de las vanguardias, México participó del sentimiento de ruptura y renovación al emular tendencias, a la vez que propuso nuevas interpretaciones de la identidad nacional con aportaciones originales.

En ese margen se ubican generaciones de literatos, pensadores y artistas que debatieron y expusieron las principales corrientes estéticas y políticas del país. En esos grupos, de vez en cuando, la historiografía ha señalado la existencia de algunas actoras y su aportación social, como si hubiesen sido pocas las integrantes de dicho proceso. Recientemente ha habido un justificado rescate de la presencia femenina en ese mundo ilustrado, más allá de los clásicos nombres de Frida Kahlo, Tina Modotti o Nahui Olin. El libro Luz Rebelde: mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario, coordinado por Ester Hernández Palacios y Elissa Rashkin, se inserta en esa sintonía al mostrar mujeres que tuvieron una participación directa en el espíritu renovador de la cultura mexicana.

Si bien ya nadie pondría en tela de juicio la relevancia de los estudios de género, es preciso seguir fomentando esta clase de análisis interdisciplinarios para consolidar las reflexiones sobre el rol femenil en el entramado histórico y en la construcción de este, especialmente porque la ruta de lo artístico e intelectual sigue siendo vista, en gran medida, desde personajes masculinos. De vez en cuando se encuentran algunas escritoras, artistas o mecenas de relevancia, pero siempre se les localiza entre un grupo de varones que las supera en número. Sin mencionar que algunas fueron esposas o compañeras sentimentales de estos mismos hombres (afortunada o desafortunadamente, por ello se les reconoce más o con mayor facilidad).

El libro aborda seis figuras poco conocidas y estudiadas. Ninguna ha sido catalogada como protagonista de alguna rama de las bellas artes. A pesar de ello, como demuestran las autoras del compendio, fueron casos importantes y emblemáticos, los cuales representan varias formas de ser mujer en los ámbitos sociales, estéticos y estatales. Cada una, desde su estilo de expresión, permite tener un conocimiento más completo del pasado, a la vez que refrenda una lectura extensiva de la cultura política durante la primera mitad del siglo xx.

Algunas de estas mujeres habrían coincidido en amistad, ideas o eventos, pues frecuentaban los mismos espacios. Todas revelan versatilidad artística, lo que deja ver el talento, la facilidad de interrelación y la creatividad que envolvió el “ambiente femenino” de esos años. Como era común en ese entonces, las y los intelectuales se comprometían con diversas labores, desde teóricas hasta prácticas, para reformar las sociedades; lo mismo desde principios políticos (comunismo, obrerismo, feminismo, etcétera), estrategias pedagógicas o con la creación de vanguardia. En ese sentido, estas protagonistas de luz rebelde también guardaron un amplio perfil erudito como creadoras y divulgadoras del cambio en el saber, la sociedad y la política.

Tal cual señalan las coordinadoras, el objetivo del libro no es implantar un solo concepto de artista, sino dar cuenta de las muchas realidades que se vivieron en el proceso de cambio. Como no es posible dar seguimiento a una vanguardia unificada, ni a un colectivo cohesionado, se abordan personajes aisladas o marginadas; cada una de ellas luchó y buscó una manera de expresarse frente a su contexto.

Se inicia con Concha Michel, cantadora, musicóloga, escritora prolífica y comunista. Como menciona Ester Hernández, la autora, las experiencias de vida de Michel (un embarazo extramarital y la muerte de su hija a los pocos meses; un matrimonio con un hombre veinte años mayor que ella y un posterior divorcio, que la obligó a llevar a su hijo en sus viajes de trabajo) no limitaron su vocación. En la música siempre prefirió lo popular; se trasladaba de pueblo en pueblo con su guitarra, cantando composiciones de su autoría (del entramado rural e indígena impactado por la Revolución), mientras recopilaba canciones tradicionales. En su obra escrita hizo una original conceptualización de la divinidad que puso de manifiesto sus reivindicaciones feministas. Como militante de izquierda, fue “rebelde y constructiva”, no siguió la ortodoxia del Partido Comunista Mexicano, del cual se desligó porque consideraba necesaria la diferencia sexual y la reivindicación de espacios únicamente para la mujer, cosa que el partido no permitía. Ello la impulsó a volcarse en movimientos campesinos, en los que sobresale su liderazgo en el intento de tomar la hacienda Santa Bárbara (propiedad del expresidente Plutarco Elías Calles) para transformarla en una escuela para mujeres especializada en formación política.

Enseguida está Aurora Reyes, pintora, maestra de arte, sindicalista y poetisa; en este apartado, Karla Marrufo analiza este último papel. La vida personal de Reyes enuncia las convulsiones y renovaciones políticas. Al ser nieta del general Bernardo Reyes (actor clave del poder en el porfiriato) vivió de cerca los estragos de la Revolución, lo cual marcó su labor. En su adultez mantuvo cercanía con círculos artísticos reconocidos y se incorporó al Partido Comunista. Si nunca se declaró feminista, tuvo una participación activa en pro de los derechos femeninos. Desde su poesía aportó un estilo erudito, de tendencia decimonónica, que buscaba generar una nueva visión de la nación desde espacios alegóricos. Estos fueron planteamientos originales, al estar cargados de un imaginario divino proveniente del panteón azteca y de la naturaleza en conjunto con la reflexión sobre el proceso de reconfiguración social mexicano.

Sigue el capítulo de Margarita León sobre Concha Urquiza, educadora y artista michoacana que sobresale en poesía y guion cinematográfico. Se trató de una trayectoria llena de virajes, que la llevaron del socialismo y el comunismo a conciliarse con el catolicismo; igualmente, de vivir en una metrópoli como Nueva York a radicarse en San Luis Potosí. Se le ha catalogado como conservadora para el mundo revolucionario, pero, desde otra perspectiva, mantuvo una actitud de ruptura para el ámbito católico. Este apartado estudia su desempeño en el periodismo cultural a través de la revista Saber, en concreto desde su artículo “Los problemas modernos hace 2,500 años”. Dicho texto es sumamente revelador, pues, como solía usarse en la época, un pasaje podía dar pie a debatir varias cuestiones. Tal es el caso en el que, a través de Aristófanes, Urquiza aborda los derechos de la mujer (donde se le puede apreciar como una feminista liberal de corte moderado), una crítica al ateísmo, promoción del antiimperialismo y del latinoamericanismo. Esto lo hace sin plegarse a una doctrina o ideología política específica. Con ello se muestra su inquietud por participar en las querellas del periodo y contribuir al ensanchamiento de la modernidad, lo que en la actualidad ayuda a vislumbrar las contribuciones de escritoras en prensa.

Posteriormente se encuentra a Leonor Llanch, quien fue esencialmente una burócrata. Se desempeñó como secretaria, gracias a lo cual debutó en periódicos y revistas, luego publicó libros y terminó por ser jefa de bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública. Su vida presenta dos vertientes. Por una parte, rompió el molde de ama de casa y madre, pues se preparó para una carrera profesional que ejerció como individua moderna, educada e inserta en el mundo laboral con autonomía. Por otra parte, exhibe el interés que existía entre las trabajadoras públicas por el entramado social de la época. Colaboró de cerca con el Partido Nacional Revolucionario (pnr), promovió el voto universal, participó en otros espacios como el Ateneo Mexicano de Mujeres (órgano apolítico cuyo propósito fue fortalecer la inserción femenina en la cultura). Se le ha señalado como conservadora por su cercanía al partido oficialista y por rechazar al comunismo, pero, como señala Susie Porter, en su momento Llach cuestionó las normas sociales: los roles de género (en tanto madres y esposas), el derecho a elegir su vestimenta, seguir las modas con libertad y la inserción en espacios laborales mayoritariamente masculinos. Ello representa a la trabajadora estatal en el paradigma de mujer creadora.

El apartado sobre Asunción Izquierdo Albiñana, escrito por Emily Hind, expone a una literata que ha pasado prácticamente inadvertida en la historia literaria; no obstante, igual dejó su huella para que se puedan conocer otras tipologías de escritoras. Fue de la pobreza de los años insurgentes a integrar la adinerada élite de Chapultepec, construyendo un perfil letrado entre sus momentos como ama de casa. A través de artículos y novelas, Izquierdo muestra la transición del canon decimonónico de dama (recatada, nerviosa, sensible) a la entrada de la joven moderna, quien se libera, fuma y es una ávida consumidora de las costumbres metropolitanas. Según Hind, en las obras escritas de Izquierdo se percibe un estilo barroco: sobrecargado de trama, lleno de toda clase de detalles y emociones. Ello permite percibir, tanto en sus ficciones como en su cotidianidad, una constante ambivalencia, pues gustó de ejercer la escritura como medio de emancipación (a escondidas del marido, quien lo prohibía por recelo a que dañase su imagen como servidor público), a la vez que sus textos marcaron cómo lo innovador limitaba o arruinaba a las jóvenes. Eso, en conjunto con su rechazo al feminismo o al aborto, la ha catalogado como conservadora, aunque también debe ser vista como una persona de su tiempo.

Para cerrar, Elissa Rashkin narra la vida y obra de Lola Cueto, una artista, educadora y “estridentista por circunstancia” (el movimiento la reconoce, aunque ella nunca clamó una participación ceñida a este). Se ha considerado que su principal legado es el teatro guiñol, pero Rashkin señala su manejo de tapices y papel picado. Quizá el primero es en el que se manifiesta con claridad su espíritu vanguardista, tanto en la técnica como en la aportación pedagógica. Cueto, al contrario de otros tipos de artista, ejecutó su proceso creativo en un contexto doméstico al lado de sus hijas y su esposo. Es relevante señalar que su trabajo tiene ciertas connotaciones femeninas en lo religioso con alegorías a la virgen María y una serie de elementos mexicanos tradicionales (los bordados, el uso del papel), mas corrobora primordialmente una tendencia cultural modernizante a través del arte democratizador, multifacético y nacionalista.

En una lectura amena y sugestiva, los seis capítulos no solo llegan a conocimientos específicos, sino que también hacen posible la reflexión sobre diversos asuntos, englobados en una propuesta temática simple, como la cultura posrevolucionaria. Los lazos entre el mundo de las ideas, el entorno social y la praxis artística componen un punto fundamental para repensar, desde la actualidad, la presencia de las mujeres en la época clave del nacionalismo y la modernidad mexicana. La actitud crítica de Michel, Reyes, Urquiza, Llanch, Izquierdo o Cueto con respecto a la izquierda partidista, al trabajo o al matrimonio rompe con las estigmatizaciones de apatía social o de limitación que se vivían por la falta de voto femenino, por ejemplo.

Aunque el libro solo presenta estudios de caso, y desde cierto aislacionismo por falta de un grupo clave, es necesario recordar que queda una multiplicidad de vidas, de mujeres, con otros argumentos y otras expresividades frente a esta formación identitaria. Lo cual respalda la amplia categoría, de las coordinadoras y autoras, sobre lo que significa haber sido una productora cultural e intelectual durante la primera mitad del siglo xx.

Por otra parte, la participación de estas mujeres en el oficialismo estatal recuerda el espíritu reformista de aquellos años, aunque igual evoque los vacíos políticos, que se vislumbran hasta nuestros días. Finalmente, esta lectura nos ayuda a concebir que en ese entonces la cultura política reclamaba, directa o indirectamente, la participación activa de varios sectores sociales para ser más plural, aunque no por ello más inclusiva o equitativa.

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