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Revista de El Colegio de San Luis

versión On-line ISSN 2007-8846versión impresa ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.10 no.21 San Luis Potosí ene./abr. 2020  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.21696/rcsl102120201137 

Artículos

La ciudad en expansión. Desigualdades urbanas en el acceso al agua en la Tercera Chica, San Luis Potosí, México

The expanding city. Urban inequalities in water access at the Tercera Chica, San Luis Potosi, Mexico

Aquiles Omar Ávila Quijas* 

Claudia Teresa Gasca Moreno** 

* Universidad de Guanajuato. Correo electrónico: avilaquijas@ugto.mx

** Universidad de Guanajuato. Correo electrónico: ct.gasca@ugto.mx


Resumen

Este artículo presenta un acercamiento a la colonia Tercera Chica, ubicada en la ciudad de San Luis Potosí, en el estado del mismo nombre, en México. El objetivo es analizar las desigualdades en el acceso al agua como resultado de la expansión de la ciudad. En este sentido, discutimos cómo estas se crean inherentes al conjunto de conceptos asociados a lo urbano y mostramos la adecuación de prácticas culturales en una comunidad periurbana que permiten hacerse del recurso a través de la implementación de estrategias diversas.

Palabras clave: agua; ciudad; escasez; marginación; rural

Abstract

This article presents an approach to the colonia Tercera Chica located at the city of San Luis Potosi, in the state of the same name, in Mexico. The objective is to analyze the inequalities in water access due to the city expansion. In this sense, we discuss how, related to the concept of urban, some inequalities are created and show the way cultural practices are adapted by inhabitants to design and put on practice different strategies to get the resource.

Keywords: water; city; scarcity; marginalization; rural

Presentación1

En el caso mexicano, es común que los estudios sobre las relaciones sociales que se gestan alrededor del agua se enfoquen en las áreas rurales; sin embargo, las reflexiones acerca de los núcleos urbanos comenzaron a ganar terreno en la última década, debido al acelerado crecimiento de las ciudades y sus efectos sobre este recurso (Castañeda González, 1995; Kauffer, 2006). En los primeros, la historiografía ha demostrado que la idea de “lo marginal” es una construcción conceptual que funciona para explicar la otredad, pero que no necesariamente revela la realidad del uso, el manejo y la defensa de los recursos que tiene lugar en comunidades campesinas (Birrichaga y Neri-Guarneros, 2009; Leonard, 2017). Ya se ha explicado que los campesinos generaron estrategias que les permitieron resistir los ímpetus privatizadores del liberalismo decimonónico y lograron frenarlo al consolidar un esquema de manejo comunal de estos a través del ejido (Stauffer, 2013). En este mismo sentido, la ecología cultural ha mostrado las formas de adaptación sobre el entorno para el mejor aprovechamiento de la riqueza natural. Ello conlleva, por un lado, la generación de nuevas formas culturales de acercarse a esta y, por el otro, la adecuación de las prácticas aprendidas para empatarlas con el entorno y mantener formas de cohesión social desarrolladas hasta ese momento.

Sobre los núcleos urbanos se ha dicho que en estos crece continuamente la demanda del agua, por lo que los esfuerzos académicos se han concentrado en la gestión sobre el uso y el aprovechamiento de esta (De Alba y Amaya, 2014). Así, se ha explicado que en México se transitó hacia un modelo de explotación de las aguas subterráneas que derivó en una sobreexplotación de los mantos freáticos para satisfacer la creciente demanda ocasionada por la expansión de la ciudad a partir del proceso de industrialización que se detonó en la década de 1940. Tal sobreexplotación tuvo como consecuencia no solo el abatimiento de los acuíferos, sino también formas distintas de relacionarse con el agua a partir de la escasez de su disponibilidad; por ejemplo, cortes y tandeos que, según esta literatura, generan zonas y poblaciones urbanas excluidas del servicio (Tagle, Caldera y Rodríguez, 2017).

Aunado a lo anterior, la expansión de la ciudad ha suscitado, por el modelo de crecimiento horizontal que ha seguido, la urbanización de tierras otrora agrícolas y de recarga de acuíferos. De tal modo, al constituirse como un espacio en la periferia de las ciudades, ha provocado fenómenos de desigualdad urbana, entendida esta como aquellos procesos que inscriben y mantienen a grupos poblacionales marginados de la distribución de los recursos materiales y simbólicos de una sociedad, dimanados de políticas de crecimiento insular y fragmentado (Dammert et al., 2019, p. 10), que se manifiestan en las características de la urbanización, el tipo de vivienda al que anteriormente la población rural tenía acceso y una reformulación de las formas de relacionarse con el agua.

Algunos trabajos han explorado estos temas desde las particularidades de cada caso. Burguete Cal y Mayor (2000) aborda el abastecimiento del recurso en asentamientos urbanos de la periferia de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ocupados desde la década de los ochenta por decenas de familias indígenas. Ese trabajo revela aspectos de la gestión y el abasto del agua urbana; analiza el aprovisionamiento de estos asentamientos en su calidad de “irregulares” y, posteriormente, los problemas de desabasto asociados a una infraestructura deficiente y a la ausencia de mantenimiento. Dilucida cómo los procesos de organización y gestión del agua urbana en asentamientos precarizados y el desabasto están relacionados no solo con el aforo de manantiales, sino también con la ausencia de políticas y programas regulares de mantenimiento.

Otro trabajo que encontramos sobre el tema es el de Ávila (2002) sobre Morelia. Esta autora documenta experiencias inéditas de gestión social del servicio de agua en colonias populares, entendidas como desarrollos urbanos con deterioro social (Coulomb, 1992; Duhau, 1998, cit. en Ávila, 2000). Consiste en un análisis de las formas organizativas de colonos y su demanda de gestión del servicio de abasto de agua. Documenta cómo estos actores impulsaron buena parte de las obras para llevar agua a sus colonias proveyendo la mano de obra y recursos económicos para financiar la infraestructura. Este estudio evidencia mecanismos efectivos de participación social, pero con cierta carga de conflicto, derivado de la generación de procesos de apropiación social de las obras realizadas, que limitaba el acceso a otros en condiciones similares. Retrata el conflicto por la gestión del recurso y la confrontación de dos proyectos: uno autogestivo, con una base de participación social, y otro estatista (Ávila, 2002, p. 280). Un aspecto que resalta en este análisis es la presencia de mujeres como factor decisivo en la lucha urbana en defensa del agua.

Los estudios en otros países sobre las formas participativas surgidas en torno al abasto de agua en las ciudades nos brindan también elementos para el análisis de la situación que guardan las periferias y las zonas donde habitan poblaciones que afrontan dificultades para acceder a servicios urbanos de calidad. Barrios (2007) examina y documenta el caso de los sistemas condominales de agua potable y alcantarillado en Lima, Perú, tomando como referente las experiencias aplicadas en Bolivia. Reseña la puesta en marcha de una tecnología de bajo costo, desarrollada en Brasil en la década de los ochenta, para proveer servicios de saneamiento a zonas de expansión de las ciudades donde viven familias de bajos ingresos. Esta revisión brinda un panorama acerca de los mecanismos de abasto en las zonas periurbanas de estos países del sur de América. Dicho análisis revela que no solo es sustancial la asequibilidad, ahí no termina el ejercicio de mejora de la calidad de vida de los habitantes pobres; la cobertura, la cantidad, la continuidad, la calidad y el costo son elementos que implican un cambio de paradigma en el tema. Asimismo, destaca la manera en que el soporte técnico y social brindado a las familias que participan en proyectos de esta naturaleza puede asegurar o demeritar el éxito de una intervención (Barrios, 2006, p. 9).

Para el caso peruano, un diagnóstico del Banco Mundial (2006) detalla las condiciones de los sistemas autónomos de abastecimiento de agua de Perú (depósito, piletas, reservorio). Este trabajo revela que, aunque se había resuelto el problema de abasto, la pandemia de cólera ocurrida en 1991 dejó ver que era importante no solo contar con el recurso, sino también verificar las fuentes, el manejo y la calidad del agua (Banco Mundial 2006). Esta exploración y la Barrios (2007) concluyen que, aunque los sistemas de abastecimiento hacen frente a problemas de diversos tipos (infraestructura, mantenimiento, localización), el problema base de todos es la gestión. Sin una población organizada con capacidad técnica y administrativa, difícilmente se asegurará la sostenibilidad de los mismos sistemas y, por ende, la oportunidad de brindar el servicio de abasto a quienes más lo necesitan.

Destacan otros trabajos más recientes como el de Gómez-Valdez y Palerm-Viqueira (2015) que explora la distribución de agua con camiones cisterna en cinco municipios del Estado de México. Siguiendo la ruta de los “piperos”, examinan los usos del agua y construyen una tipología de los consumidores. Uno de sus hallazgos es que el agua distribuida por estos camiones no solo es consumida por poblaciones sin conexión a la red, e identifican otras causas: percepción de la calidad del agua, seguridad del abasto (en el caso del sector servicios), fallas en la red o descomposturas en los pozos y elusión de responsabilidades con la comunidad. Sobresale, en particular, esta última porque abre la posibilidad de iniciar debates sobre la participación comunitaria, que en los trabajos anteriormente citados figura como un elemento central de la asequibilidad del recurso. Este trabajo explora los usos y la reutilización del agua en contextos de alta marginación que conducen a la población a implementar estrategias para “hacerla rendir”. Algunas de estas estrategias coinciden con las que identificamos en nuestra investigación, lo que nos conduce a pensar que estas experiencias compartidas revelan que los problemas de diferentes poblaciones a lo largo y ancho del territorio mexicano dejan ver las deficientes políticas públicas y medidas que solo alivian o aminoran por un tiempo las problemáticas del abasto, sin ser resueltas de origen.

Todas estas experiencias, que enmarcan nuestra exploración, hacen visibles distintas dinámicas de participación social y de tratamiento de los problemas y conflictos por el recurso hídrico. Cada caso responde a una lógica local, pero también a procesos políticos y sociales en los que va teniendo distintos niveles la participación e intervención de las autoridades, la comunidad y otros grupos, por lo que no hay una fórmula de tratamiento y resolución de los problemas asociados al abasto de agua en contextos de desigualdad urbana. No obstante, la revisión de estas experiencias nos permite nutrir el análisis para obtener un panorama más amplio del fenómeno.

Aquí resulta pertinente señalar que el objetivo de este texto es discutir la emergencia de nuevos usos y prácticas de acceso al agua que caracterizan la dinámica en los asentamientos, fraccionamientos y colonias de la periferia urbana etiquetadas como marginales a medida que su población tiene un acceso diferencial a los beneficios del “desarrollo” (Cortés, 2002, p. 11). Este acceso irregular y esporádico a los bienes y servicios básicos es normalizado e impulsa estrategias que son adoptadas como habituales en estas localidades, como parte de una rutina.

Con base en lo anterior, este trabajo intentará responder las siguientes preguntas: ¿cómo las poblaciones que, en el proceso de expansión de la ciudad, han quedado en los márgenes de esta han modificado la relación con el agua?, ¿cuáles efectos producen estos cambios y cómo se advierten en el entorno urbano?, ¿cómo se aprovechan, manejan y defienden los recursos en una dinámica en la que la construcción de acuerdos involucra de manera directa e indirecta a un conjunto de actores sociales que legitiman o no esos mecanismos de usufructo de los bienes naturales a su disposición?, ¿cuál es la lógica del cambio cultural sobre el uso del agua frente a la expansión de la ciudad y a la conversión de zonas otrora agrícolas en urbanas? En este trabajo nos centramos en las particularidades de una colonia de la ciudad de San Luis Potosí, México, la Tercera Chica, con el fin de abonar a los estudios sobre las poblaciones periurbanas que emprenden acciones desinstitucionalizadas para hacer asequibles los recursos necesarios para su supervivencia; en el caso de este texto, el agua (Gómez-Valdez y Palerm-Viqueira, 2015).

Estrategia metodológica

La metodología utilizada es principalmente etnográfica; realizamos trabajo de campo, recorrimos la colonia y entrevistamos a vecinos y trabajadores de la Tercera Chica y fraccionamientos aledaños de reciente creación.2 Durante semanas realizamos recorridos y tuvimos encuentros con habitantes de la colonia, que nos recibieron en sus hogares para conversar, a partir de sus experiencias, sobre el abasto y el aprovechamiento del agua en la Tercera Chica. Para esta exploración, visitamos viviendas, canales de agua, ladrilleras y zonas de cultivo. También nos entrevistamos con policías, comerciantes y responsables de los pozos de agua, con un visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de San Luis Potosí (CEDH-SLP) encargado de atender las quejas de la ciudadanía en contra del Organismo Intermunicipal Metropolitano de Agua Potable, Alcantarillado, Saneamiento y Servicios (INTERAPAS)3 y con un médico general, cuyo consultorio se localiza en la colonia, quien atiende a pobladores de esta zona y sus alrededores.

Agua en las ciudades

Hablar del agua en la ciudad es también discutir sobre la “escasez” de esta. En la historia de este recurso en México hay dos discursos diferenciados entre el campo y la ciudad. El primero versa sobre el conflicto por el líquido; es decir, no se ocupa de la disponibilidad del recurso, sino de los acuerdos que se tejen para el acceso a este. En el otro, el tema es la carencia del agua y la manera en que la gestión de esta resuelve los puntos de controversia por la vía del acuerdo entre los actores sociales involucrados o, bien, de manera unilateral. Esto podría tener una explicación histórica: el proyecto económico de la Revolución Mexicana pasaba fundamentalmente por el tamiz del desarrollo agropecuario, para lo cual se promovió el reparto agrario, que fue acompañado de obras de irrigación las cuales derivaron en la construcción de infraestructura como presas y canales de riego.

A partir de la década de 1940, los gobiernos de México promovieron un tránsito económico del campo a la ciudad. Se pasó de una economía agrícola a una industrial, con efectos como el crecimiento de las ciudades, la migración del campo, la presión sobre la demanda de servicios, la construcción de infraestructura, aunados a la pauperización de los gobiernos locales. En conjunto, el proceso de crecimiento económico-industrial tuvo fundamentalmente un matiz federal. El resultado fue un modelo de sustitución de importaciones y, cuando este se agotó, un esquema neoliberal en el que se privilegió la inversión extranjera, lo que tuvo consecuencias en el crecimiento de las urbes (Monserrat y Chávez, 2003). Aunado a lo anterior, el crecimiento demográfico en México ha privilegiado el desarrollo horizontal de viviendas en las zonas periféricas, gracias al menor costo de la tierra. Esto ha provocado presión sobre los servicios públicos (Correa, 2014) y la expansión de la ciudad hacia tierras de usos agropecuarios.

Si bien es cierto que en la historiografía no hay una distinción palpable entre lo que se considera “urbano” y “rural”, es preciso anotar que hay una tendencia a analizarlos como un continuum en el que las diferenciaciones son establecidas por la infraestructura y no por el uso que se da al espacio. Lo que sí se ha hecho desde otras disciplinas, a pesar de la validación del supuesto del continuum campo-ciudad, es dar cuenta de esta particularidad en términos del intercambio de mercancías, del papel que supone la frontera entre un espacio y otro, los distintos usos del suelo y la dinámica en la producción agrícola (Galindo y Delgado, 2006, pp. 189-194; Villafañe, 2000; Zuluaga, 2008). En este sentido, debe decirse que se generan dinámicas campo-ciudad en las que se forman espacios híbridos en los cuales se ensamblan prácticas rurales en ambientes urbanos que condicionan la forma en que estos habitantes se relacionan con el agua (Serna, 2010).

Hay que apuntar que existen tendencias en la urbanización de las antiguas zonas agrícolas que, como explica Patricia Arias (2002), son producto del cambio económico en el que las sociedades agrarias se ven obligadas a insertarse. Dado lo cual, con el fin de la Reforma Agraria en 1992 se tendió al fraccionamiento de ejidos y parcelas que hizo posible la enajenación de los primeros.4 Ello derivó, por un lado, en la venta de lotes ejidales a las clases medias y altas, que intentaron reproducir el modelo de suburbios estadounidense; por otro, en la lotificación de los predios para el reparto entre miembros de la propia familia nuclear que no podrían aspirar a la compra de vivienda en otro sitio, y, finalmente, en la lotificación de ejidos que fueron vendidos a bajos costos a familias que no encontraban un lugar en la ciudad, a pesar de las implicaciones en el acceso a los servicios (Errázuris, 2016). Todo lo anterior produjo un cambio más o menos inmediato en la forma de relacionarse con los recursos disponibles; en el caso que aquí interesa, con el agua. Por ejemplo, la Tercera Chica concuerda con esta última situación descrita. La relación con el agua en esta colonia se ha modificado en función de nuevos requerimientos como los usos no agrícolas del agua, el incremento de la demanda de esta a causa del poblamiento de la zona, el entubamiento del recurso y el consumo con costo de este. Estos requerimientos han tendido hacia lo urbano en yuxtaposición con lo rural, como se verá a continuación.

La Tercera Chica

A partir de 1950, en los que en otro tiempo fueron campos de cultivo, principalmente de forrajes para la alimentación del ganado, se inició un proceso de urbanización en dos sentidos, a saber: el primero, como consecuencia del crecimiento de la ciudad, consistió en el fraccionamiento para la construcción de vivienda; el segundo, como parte de un proceso “natural” de crecimiento de las familias, en la lotificación de la tierra y el abandono de las prácticas agrícolas para construir casas habitación en esa tierra.

Desde finales de los cincuenta hasta mediados de los setenta, la introducción de servicios urbanos básicos como energía eléctrica, agua corriente y sistema de drenaje detonó la transformación del espacio agrícola de la Tercera Chica, que, hasta antes de ese periodo, era considerado zona rural y configuraba la periferia norte de la capital potosina. A partir de los años setenta, esta zona dejó de ser el límite de la ciudad. Aunque no encontramos un registro sobre el cambio del uso de suelo, tomamos como referencia la información del censo de 1990 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el que esta fracción de la ciudad se reconoce como asentamiento urbano (Reyna, 2017, p. 66). Asimismo, en varios de los testimonios de los habitantes se menciona que este cambio fue gradual y ocurrió entre 1960 y 1975, periodo en el que se produjeron las transformaciones más sustantivas en el paisaje y cambiaron las prácticas en torno al uso del agua y la relación cotidiana con este recurso.

Los campos de cultivo fueron rodeándose de vecindarios, conocidos también como colonias y fraccionamientos,5 de casas habitación destinadas a sectores de la población de bajos ingresos, por lo cual se reemplazaron importantes extensiones de cultivo por viviendas precarizadas y comercios populares.

En la actualidad, la Tercera Chica es considerada una colonia de la ciudad, está comprendida en el área geoestadística básica (AGEB) 091-46 y tiene 2 136 habitantes en total. De acuerdo con la base de datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO), hasta el último censo, que tuvo lugar en 2010, esta localidad presentaba un nivel muy alto de marginación, que se traduce en un bajo nivel de ingresos, educación limitada, vivienda y servicios precarios: 62.69 por ciento de la población no cuenta con servicios de salud, 13.05 por ciento de niños entre 6 y 9 años no asiste a la escuela, 62.90 por ciento de la población de 15 años en adelante no cuenta con educación básica. El 27.16 por ciento de las viviendas particulares no tiene drenaje, 50 por ciento de las viviendas carece de agua entubada, 10.66 por ciento de las mismas viviendas tiene techos y paredes de materiales ligeros, naturales o precarios. El 40.10 por ciento de la población vive en hacinamiento y 63.90 por ciento tiene un ingreso de apenas dos salarios mínimos (4.7 dólares)7 (Domínguez, 2009, p. 56).

Calles sin pavimento, ladrilleras,8 camiones de basura, vivienda diversa, desde la autoconstruida y la de interés social hasta las viejas casonas de adobe, componen el paisaje de esta zona cuyo proceso de urbanización ha sido discontinuo. Entre las casas se advierten grandes extensiones de terreno; en algunas partes de estas se observan cultivos, en otras hay ladrilleras, negocios de reciclaje de basura y otras tantas permanecen abandonadas debido a procesos de litigio.

En la zona hay más de cien ladrilleras, cuya presencia se remonta al hecho de que, hasta antes de los noventa, la Tercera Chica era considerada la periferia de la ciudad. La existencia de pozos de agua, tierra arcillosa, estiércol de animales y el paso de los camiones rumbo al relleno sanitario la han convertido en un área idónea para esta actividad, que en la actualidad es remunerativa para cientos de personas, incluyendo mujeres y menores de edad. Con la construcción de nuevos fraccionamientos y la lotificación de los antiguos campos de cultivo, las ladrilleras han sido rodeadas de viviendas y comercios que hoy padecen la contaminación que estas producen.

En este marco no es extraño que se haya modificado la relación con el agua. Por una parte, los habitantes de esta colonia han dejado de lado las prácticas agrícolas; por otra, se integraron a un espacio (la ciudad) en el que, de entrada, son clasificados como marginales, categoría que determina, como se verá, la manera de tejer alianzas en torno al uso del recurso hídrico y las formas de aprovecharlo.

Los usos del agua

Algunos habitantes recuerdan que desde mediados de la década de los sesenta se intensificó el aprovechamiento de aguas residuales, principalmente en los cultivos de alfalfa, cebada y avena destinados como forraje. Este aprovechamiento se asocia a la expansión de la ciudad y, en consecuencia, a una importante producción de aguas negras en diferentes puntos de esta (Cirelli, 2004, p. 93). Esto estimuló que se retomaran las prácticas de riego ya conocidas, pues hay registros del uso de aguas negras con fines agrícolas desde 1937, cuando se otorgó una concesión de este tipo de líquido para el riego de productos forrajeros (Archivo Histórico del Agua, Aguas Nacionales, caja 3373, exp. 51392, leg. 1, f. 1). En esta zona de la ciudad, algunos productores dejaron de solicitar agua “limpia” de la presa de San José porque resultaba más costosa, y aprovecharon el paso de aguas residuales (canales Moctezuma y Pedroza) provenientes de colonias del norte de la capital potosina.9 Este flujo de agua hizo posible la disminución de los costos de producción y se convirtió en un bien que promovió, en los setenta, la conformación de distintas cooperativas, al mismo tiempo que detonaba disputas en torno al recurso (Cirelli, 2004; Reyna, 2017).

En la actualidad, los canales de aguas negras atraviesan a cielo abierto la colonia Tercera Chica; estos son parte del escenario cotidiano y no han dejado de estar presentes en las prácticas agrícolas remanentes. Los habitantes saben que, para productos destinados al consumo humano, no debe regarse con estas aguas, por lo que, de acuerdo con los discursos higienistas, han interiorizado que solo se riega el forraje. No obstante, en la visita a campo vimos que había coliflor y repollo regado con este tipo de líquido.

Las aguas negras, de manera velada pero intensiva, se utilizan también en la actividad ladrillera. Esto es importante señalarlo porque la manufactura del ladrillo es artesanal. La arcilla y el agua se mezclan con los pies descalzos; el uso de aguas negras en esta acción expone a los ladrilleros a enfermedades cutáneas y gastrointestinales. Reyna (2017), con base en las entrevistas con extrabajadores de la zona, confirma el aprovechamiento de aguas negras para la fabricación de ladrillos, pese a los riesgos que esta práctica conlleva.

Otras fuentes para el abastecimiento del agua eran los pozos excavados por los propios habitantes y las norias localizados en los terrenos propiedad de las familias. Este líquido se usaba para el riego de las siembras para el consumo de las mismas familias y para actividades cotidianas como preparar los alimentos, bañarse, lavar la ropa y los enseres de cocina. A mediados de los ochenta se produjo un cambio en las prácticas relacionadas con estas fuentes de agua: dejaron de utilizarse en las actividades domésticas debido a la percepción de que estaban contaminadas por las aguas negras cuyos canales pasaban por ahí. Como evidencia de lo anterior, los habitantes mencionan el padecimiento frecuente de enfermedades dérmicas y gastrointestinales que afectaban a la población infantil principalmente. Estudios más recientes (Domínguez, 2009; Torres-Nerio et al., 2010) revelan parasitosis en un importante número de niños residentes. En entrevista, un médico de la localidad confirmó que ahora se manifiestan reiteradamente padecimientos gastrointestinales relacionados con el almacenamiento inadecuado de agua en las viviendas, y afecciones respiratorias causadas por la exposición a agentes contaminantes de las ladrilleras.10

Los propios habitantes revelan que el abasto del agua por medio de la red municipal contribuyó a que, en un primer momento, dejara de extraerse agua de los pozos y las norias, que entonces presentaban signos de contaminación. A la par de este proceso, con el propósito de crear un censo y tener un control, organismos estatales instaron a los pobladores a registrar los pozos existentes, pero hubo quienes omitieron el trámite bajo la idea de que les serían “cancelados” o les implicaría un costo extra, por lo que quedaron sin documentos que avalaran la legalidad de su uso; aunado a esto, la colonia comenzó a tener agua entubada.

En la Tercera Chica, el fraccionamiento de parcelas para vivienda de bajo costo atrajo a nuevos habitantes, cuya demanda de agua modificó de nuevo las formas de relacionarse con esta: de manera oficial, originó el establecimiento de programas de tandeo11 y racionamiento, y, en las unidades familiares, favoreció el almacenamiento en contenedores poco adecuados para garantizar la sanidad. En algunas viviendas se retomó el uso del agua de pozos no registrados para complementar las necesidades domésticas como lavar la ropa o el aseo diario. En los nuevos fraccionamientos es usual el abasto mediante carros cisterna o pipas. En ocasiones, el agua es enviada por el organismo administrador y, en otras, es cubierta por los mismos habitantes, entre quienes hay morosos que se niegan a cubrir las cuotas por el suministro de agua por considerarlo insuficiente y, en consecuencia, injusto. Aunado a esto, algunas organizaciones vecinales fomentan la cultura del “no pago,” una práctica común en diversas zonas de la ciudad, que ha generado desfalcos en el órgano administrador del agua que, además de lidiar con problemáticas y fallas internas, debe hacer frente a la negativa vecinal de pago, lo que se traduce en poca inversión en infraestructura, lo cual dificulta la mejora del servicio.

Los humos producidos por las ladrilleras, los canales de aguas negras, las calles polvorientas sin pavimento, el paso continuo de camiones de desechos cuyo destino final es el relleno sanitario de la ciudad contrastan con las pocas huertas y casonas de adobe que aún se advierten en la Tercera Chica. Asentamientos irregulares con población indígena en condiciones poco favorables para su bienestar, fraccionamientos de viviendas de dimensiones reducidas y construidas con materiales de baja calidad que propician el hacinamiento, así como la presencia de pandillas y grupos de migrantes sudamericanos que en su trayecto hacia el norte se ven obligados a atravesar por esta colonia, forman parte de un escenario complejo en el que el abasto irregular del agua no es el único problema afrontado por los habitantes de esta fracción, que desdibuja progresivamente sus rasgos de comunidad agrícola y es absorbida por una urbe que la estigmatiza y suma como una localidad marginada.

Los habitantes de la Tercera Chica y sus inmediaciones han encontrado formas de hacer frente a las dificultades para abastecerse de agua: quienes tienen posibilidades económicas construyen aljibes, pero la mayoría almacena el agua en botes, tinas y otros recipientes, lo que dificulta guardar la necesaria para el gasto diario. En busca del rendimiento, algunas familias reciclan el agua que emplean en el lavado de ropa o de utensilios para otras actividades como el aseo de patios o del sanitario. Los asentamientos más nuevos presentan dificultades para el abasto, por lo que algunos habitantes se trasladan al pozo de la Tercera Chica para llenar depósitos de hasta mil litros, que son entregados sin costo alguno por el cuidador del pozo. Hay vecinos que realizan “viajes de agua”, es decir, abastecen a otros que no la reciben de manera regular y que han montado en camionetas grandes depósitos donde llevar el agua; el costo por viaje es de ochenta pesos (cuatro dólares), y se realiza hasta dos veces por semana para cubrir las necesidades diarias. En las avenidas principales de la Tercera Chica transitan continuamente vehículos que han sido adaptados como pipas, cuyo destino son los asentamientos donde el abasto por medio de la red pública es insuficiente por diferentes razones; por ejemplo, son fraccionamientos que no han sido entregados por las constructoras al ayuntamiento, sus habitantes presentan atrasos en el pago del servicio. Las viviendas carecen de infraestructura para el almacenamiento del agua, por lo que dependen del caudal y la presión en la tubería para hacerse de esta; sin embargo, el crecimiento poblacional ha provocado que ni el caudal ni la presión sean suficientes para la creciente demanda.

El abasto irregular ha sido un detonante de la organización vecinal para la defensa y el reclamo de agua. Por ejemplo, el movimiento de un grupo de habitantes de la Tercera Chica para exigir al organismo administrador la suspensión del suministro de uno de los pozos de la colonia a camiones cisterna de bomberos, del ejército y del ayuntamiento, bajo el argumento de que podría acabarse el recurso. En la actualidad, este pozo, que solo brinda a particulares agua para uso doméstico, es frecuentado por los habitantes de las inmediaciones en época de estiaje (abril, mayo y junio), cuando se advierten largas filas para abastecerse, tanto para los viajes de agua como para el llenado de garrafones, tambos y cubetas que transportan a pie, en bicicleta y, algunos, en auto:

Aquí antes se surtían las pipas de otras colonias, las del ejército y las del ayuntamiento, pero luego los vecinos de por aquí se organizaron y ya no dejaron, decían que se iba a terminar. Eso no es cierto, el agua es la misma, lo que pasa es que de aquí la mandan para otras colonias nuevas, por ejemplo, Matamoritos, la Tuna, Pedroza, Peñasquito y Tercera Grande. En todas esas colonias se batalla porque ya hay más gente; todos quieren agua y no alcanza a llegar por la red. Muchos no pagan y si se descomponen los pozos de Pedroza o la Angostura solo queda este pozo para surtir a todos. Por eso muchos vienen hasta acá. Aquí el agua es gratis; yo vivo aquí y les abro a la hora que vengan. En temporada de calor hay filas para surtir sus botes; mucha gente viene a formarse cuando sale de trabajar, y me dan hasta las tres o cuatro de la mañana atendiendo gentes. El agua de aquí no se cobra, pero hay que venir por ella y tener donde almacenarla. Los de por aquí se quejan, pero aquí siempre tienen. Los que la tienen difícil son los de los nuevos fraccionamientos; a esos no les llega y son los que vienen hasta dos o tres veces a la semana (Secundino, encargado del pozo principal de la Tercera Chica, empleado de INTERAPAS. Trabajo de campo, 2017).

La irregularidad en el suministro del agua que experimentan los habitantes de los fraccionamientos aledaños también propició la participación colectiva para realizar gestiones ante el organismo administrador y asegurar el abasto gratuito de agua para las viviendas. En el periodo 2014-2015, Reyna (2017) identificó cuatro organizaciones en favor de la defensa del agua en la Tercera Chica conformadas por vecinos. Dos de estas terminaron siendo instrumento de políticos locales para la obtención de votos en los procesos electorales. Estas manifestaciones fueron consentidas por los habitantes hasta que se convirtieron en grupos clientelares que intentaron condicionar el recurso a cambio de apoyo político y la adscripción partidista. Lo anterior debilitó la participación y provocó que una buena parte de los vecinos involucrados emprendieran de manera individual estrategias como el acopio en recipientes caseros, el acarreo desde el pozo que gestiona INTERAPAS y la formulación de solicitudes directas de abasto por pipas al organismo municipal proveedor de agua.

De esos cuatro grupos identificados para hacer frente al desabasto del agua, se mantiene el de Villa Esperanza (uno de los fraccionamientos de reciente creación en los terrenos de la Tercera Chica), aunque con frecuencia se ha enfrentado a la negativa de participación de los habitantes, como lo relata uno de los vecinos:

Aquí batallamos mucho con el agua desde el principio; no hay agua, llega poca o turbia. Llegan los recibos por 150 pesos [7.5 dólares]. INTERAPAS sí nos cobra, pero el servicio es malo; con la presión no se alcanzan a llenar las cisternas y hay que bombear el agua. Si no llega, hay que pedir pipas; total que pagamos hasta 500 pesos por pipa [25 dólares]. Yo soy el encargado de revisar que el agua suba a los tinacos de los edificios; en ocasiones llego a bombear hasta tres veces al día. También hay vecinos que juntan agua en tinas y botes y se ganan el agua de los demás; no se vale que lo hagan. Esos que lo hacen son los mismos que luego no quieren cooperar. Estar subiendo el agua cuesta; luego nos llegan los recibos de luz con pagos de hasta 800 pesos [40 dólares]. Pagamos mucho por el agua; haga cuentas. La bomba es vieja y gasta más. Aquí nos organizamos, pero luego salen de pleito porque hay gente que no quiere cooperar. La organización ha funcionado porque el pago que hacen por el departamento ya viene incluido el mantenimiento, por eso es que hemos seguido teniendo fondos para pagar (Alfredo, portero del edificio de Villa Esperanza, Tercera Chica. Trabajo de campo, 2017).

La dinámica socioambiental en la Tercera Chica es compleja; concentra problemáticas que ponen en riesgo latente la salud de la población de esta localidad y de los fraccionamientos aledaños. Las prácticas asociadas al abasto del agua revelan distintos grados de marginación del entorno, lo que dificulta la adscripción de los habitantes en un segmento social determinado. En esta localidad habitan también pequeños comerciantes y profesionistas en condiciones menos precarizadas, cuyas prácticas asociadas al agua varían en función de los recursos de los que disponen para almacenarla o abastecerse de ella; pero el resto de las dificultades de esta fracción son compartidas. El abasto, la calidad, los usos y las prácticas en torno al agua permanecen asociados principalmente al despliegue de recursos individuales de los habitantes; las prácticas solidarias son intermitentes y solo se presentan en momentos de crisis.

Por su vocación agrícola, la Tercera Chica era un centro hídrico para otras colonias; no obstante, el proceso de urbanización detonó una degradación de las fuentes de agua: algunos pozos y norias fueron contaminados con aguas negras, se multiplicaron las tomas clandestinas para evadir el pago al organismo administrador del agua y la falta de mantenimiento de la red ocasionó un desabasto que se resiente con mayor frecuencia en los asentamientos de nueva creación o por quienes tienen menos posibilidades de almacenar el líquido. La problemática en torno al agua en la Tercera Chica ha sido el móvil para que algunos grupos aprovechen tal problemática a su favor. Así como han surgido y se han debilitado colectivos organizados para exigir el suministro y otros han peleado los derechos sobre las aguas negras para continuar la actividad agrícola, hay quienes ocultan el aprovechamiento y uso de afluentes residuales para actividades lucrativas. Recientemente se han multiplicado las purificadoras de agua, patrocinadas por un político local con el propósito de brindar a los habitantes de esta localidad agua potable para beber y cocinar. Se trata de un recurso en constante negociación, que determina un despliegue de estrategias para la obtención de este, al tiempo que revela las desventajas de los habitantes de esta fracción con respecto de otros grupos de la ciudad. Es decir, el agua funciona como eje simbólico de lo marginal en la narrativa del continuum rural-urbano, que se interseca con la idea del “otro” dentro de la urbe misma (Zuluaga, 2008).

Desigualdad urbana y el discurso del agua como derecho humano

En el mundo occidental contemporáneo se dice que el agua es un derecho humano. Esto ha causado argumentaciones en contra de la mercantilización de este recurso y una postura que sostiene que tal mercantilización es inevitable porque llevar el agua a los hogares tiene un costo. En otras palabras, el planteamiento de que es un derecho humano parte de la idea de que los individuos, para su supervivencia, tienen derecho al acceso a fuentes de agua limpia para satisfacer sus necesidades básicas, es decir, salud, higiene, alimentación y bienestar, en cuotas mínimas (Arconada, 2006; Molinares-Hassan y Echeverría-Molina, 2011; Postigo de la Motta, 2006). En contraposición, una corriente de pensamiento señala que el agua supone un conjunto de costos que no son exclusivamente monetarios, pero que le dan valor al recurso y, por lo tanto, son las razones por las que se debe pagar: costo económico (el bienestar del consumidor por su volumen de consumo), costo ecológico (el valor que se asigna al daño ambiental que se genera) y costo de sustentabilidad (un valor determinado por la relación humano-naturaleza que interseca consumo con valor cultural del recurso) (Delgado, 2015). En este orden de ideas, los habitantes de la Tercera Chica, ¿cómo reivindican estos discursos?, ¿cómo los usan a su favor?

El organismo INTERAPAS afronta una seria dificultad en la recaudación por los servicios de agua y drenaje. Se trata de una problemática que no solo involucra a los habitantes de esta localidad: existe una “cultura del no pago” entre los potosinos de distintos sectores que aqueja al organismo. Los habitantes entrevistados admiten que no pagan el agua bajo el razonamiento “de todas formas no llega”, por lo que consideran injusto realizar pagos por un servicio que no tienen. Las quejas más frecuentes de los habitantes de esta localidad presentadas ante el departamento jurídico del INTERAPAS son por la falta de suministro de agua y por cobros excesivos, además de reportes de fugas y arreglos inacabados. Algunas de estas quejas son llevadas a la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) como parte de una estrategia empleada por algunos líderes para gestionar el agua en nombre de otros habitantes, argumentando que se trata de un recurso asequible que debe ser potable y de acceso gratuito.12 Los organismos mencionados aclaran que, si bien el acceso al agua es un derecho humano, el suministro mediante una red implica costos que deben ser asumidos por los usuarios del servicio. Los habitantes de los fraccionamientos estudiados presentan importantes atrasos en los pagos del servicio;13 no obstante, se mantiene el suministro de un mínimo vital y, en el caso de viviendas en las que habitan niños lactantes, personas con discapacidad o mayores de 60 años, es posible solicitar camiones cisterna o abastecerse en los pozos antes mencionados.

Breve discusión

La literatura sobre el agua pone atención en temas relacionados con la seguridad hídrica, la contaminación de los mantos freáticos, la viabilidad de la infraestructura planeada o llevada a cabo. En buena medida se ha planteado que la exclusión social es un concepto que tiene una historicidad particular y específica en cada comunidad (Enríquez, 2007, pp. 71-72), pero dicha exclusión es producto de las políticas públicas; es decir, los excluidos son un subproducto de la administración gubernamental. En el caso del agua, este fenómeno opera a partir de las dificultades para hacerse del líquido en los términos que la idea de progreso establece: agua entubada y con tomas directas a las casas.

La transformación urbana de la Tercera Chica trajo consigo un cambio en la manera de relacionarse con el agua, como un efecto residual de la expansión de la ciudad: por un lado, la explotación intensiva de aguas negras y los medios inadecuados para hacer convivir esos canales con los pozos y las norias de agua limpia generaron la contaminación y el paulatino abandono de los segundos; por otro lado, se llevó el líquido a cada predio a través de la red de agua potable, sin que ello significara un cambio drástico en la forma de utilizarla; es decir, no estaba disponible para cuando fuera necesaria porque el caudal no era suficiente para satisfacer la demanda que se estableció.

Por ello, fue preciso adecuarse a la nueva realidad. El tandeo y la ausencia de presión suficiente obligaron a crear estrategias para garantizar el acceso al agua para lo mínimo indispensable; resurgió el uso de aguas de los pozos que ya se tenían, aunque estuviesen contaminadas. Además, se adoptaron dos prácticas ajenas a la comunidad: el almacenamiento y la búsqueda del recurso por medio de los “viajes de agua” y las pipas. En cuanto a la relación con lo institucional, hay una resistencia abierta contra el organismo administrador, que se traduce en la falta de pago. La urbanización de la Tercera Chica, por otra parte, significó sumarse al discurso sobre la escasez del agua en las ciudades.

En este marco, ¿es la Tercera Chica una población excluida del agua? Intentar responder esta pregunta nos lleva inevitablemente a la definición del concepto de exclusión. Como ya se dijo arriba, la versión institucionalista la refiere como un producto de la administración, pues es excluido todo aquel a quien no le llegan los beneficios del desarrollo por una falla en el diseño, la implementación o la evaluación de las políticas públicas.

Sin embargo, desde nuestro punto de vista, la realidad de la exclusión es más compleja. En la dinámica social de la Tercera Chica hay población con acceso al agua de manera “correcta” según los parámetros del desarrollo (entubada y potable), hay núcleos a los que les llega en cantidades insuficientes, grupos que tienen que echar mano de medios de almacenamiento y otros a los que no les llega. Es decir, hay diferenciaciones internas que no coinciden con el planteamiento institucionalista. Sin embargo, hay una sensación social generalizada de que el agua es insuficiente y que pelear por el recurso es preciso. En este sentido, la exclusión es una condición social en la que está un núcleo poblacional que se percibe a sí mismo en desventaja institucional frente a otro.

Como lo dijimos al principio del texto, la narrativa sobre los usos del agua en las zonas rurales es de búsqueda de acuerdos y en las ciudades es de escasez y conflicto. En el caso estudiado, el discurso sobre la insuficiencia del agua no es el motivo de la exclusión; los habitantes de la Tercera Chica no asumen esa insuficiencia como algo que ellos deben resolver, pero sí provoca un conflicto entre quienes ahí habitan, así como de estos con las colonias y asentamientos vecinos y con la autoridad. La exclusión no se manifiesta a través de la petición de asistencialismo (que lo hay y aceptan), sino de una conflictividad evidente y latente. El agua, como motivo de conflicto en una zona urbana, es el símbolo de la exclusión, contiene la historicidad de una comunidad rural y su relación con el agua, trasladada ahora a un ámbito urbanizado, que, en un marco general de las relaciones socioeconómicas y socioculturales que hemos denominado neoliberal, exhibe una capacidad de agencia insuficiente, y entra en el juego de suma cero de la comunidad versus el sujeto. En este juego, el discurso político de la época carga la balanza hacia el sujeto, lo que mengua las posibilidades de articulación en torno al acceso al recurso y, por lo tanto, los habitantes se ven en la necesidad de reinventar, como hemos explicado, su relación con el agua (Gershon, 2011).

Consideraciones finales

En la colonia estudiada observamos un proceso de paulatina integración al entorno urbano. Su marginalidad está condicionada por el origen rural de esta y por el tránsito hacia ser parte de la ciudad, sobre los que aún pesan hábitos del pasado que no caben en la clasificación de las prácticas que hemos entendido como citadinas. Por ejemplo, el uso de las aguas negras, que en otro tiempo fue un medio para sostener los cultivos, hoy es una forma de hacerse de recursos económicos a través de la manufactura de ladrillos; pero, en la dinámica urbana, tal uso es considerado un riesgo para la salud. Esto nos permite llamar la atención sobre la normalización del uso de este tipo de aguas para actividades económicas; es decir, solo cambiaron de cultivos forrajeros a piezas para construir casas, pero mantienen -porque lo hacían desde décadas atrás- su aprovechamiento.

Debido a la expansión de la ciudad, en la Tercera Chica se ha modificado la relación población-agua. El trabajo etnográfico revela que tal modificación, entre otras cosas, ha inhibido la organización social comunitaria en pos de un objetivo común; por el contrario, la capacidad del sujeto per se determina las relaciones sociales de la comunidad.

No todos tienen las mismas posibilidades de acceder al recurso. Aunque los pozos públicos funcionan como fuente de abasto para la población, la capacidad de almacenamiento y traslado varía significativamente de una familia a otra. De acuerdo con la información recogida en campo, los habitantes hacen frente a la irregularidad del abasto mediante el despliegue de estrategias individuales y limitadas al entorno familiar y, con menor frecuencia, colectivas. El crecimiento acelerado y desordenado de la ciudad ha provocado importantes transformaciones del paisaje de esta zona, donde los campos de cultivo han sido reemplazados por viviendas de dimensiones reducidas en las que apenas pueden cohabitar los integrantes de una familia pequeña.

La incompatibilidad de viejas prácticas asociadas al uso de aguas negras o a la actividad ladrillera y el arribo de cientos de habitantes a la zona han convertido a la Tercera Chica en un área vulnerable en términos ambientales y sociales, lo que incide en la calidad de vida tanto de los habitantes de esta como de las colonias aledañas.

La marginalidad se vive y se afronta. Hay desabasto de agua y la calidad de esta, aunque se cuestiona, no se examina. Se advierte un deterioro paulatino de la salud y una espacialización de enfermedades asociadas al manejo del agua y a los agentes contaminantes del entorno, como lo refirió el médico que trabaja en la zona y que nos concedió una entrevista. Aunque la irregularidad del abasto es compartida con otras colonias de la capital potosina, es más palpable en esta fracción de la periferia, debido a la exclusión de esta en otros planos sociales como el educativo, el acceso a la salud y las oportunidades laborales. La calidad diferenciada de los bienes y servicios es una constante. No obstante, observamos que, a pesar de estas desventajas, los individuos han generado estrategias claras para hacerse del recurso hídrico, aunque no sea en las mejores condiciones higiénicas. Encontramos que, si bien hay una exclusión social que podríamos calificar como estructural, son recurrentes las acciones cotidianas para garantizarse el acceso al agua, más allá de las prácticas institucionalizadas al respecto para una ciudad.

Concluimos que la ciudad, mediante la agencia del gobierno y de los organismos administradores de los recursos, no ha logrado producir estrategias que atiendan las particularidades de colonias del tipo de la Tercera Chica en lo relativo a la relación cultural con el agua: los usos, las prácticas detonadas y las percepciones de sus habitantes sobre este recurso, que son clave para entender por qué para algunos de ellos es un derecho por el que incluso no deberían pagar, mientras que para otros es un recurso limitado que no debe compartirse con los nuevos habitantes.

Entender la ciudad como un ente homogéneo ha originado, para el caso de esta colonia, mitos alrededor del servicio como la mala calidad del recurso hídrico, el sentimiento de pertenencia y exclusividad del pozo que surte a la colonia, la ausencia de pago y la generación de mecanismos físicos para evadir las sanciones que se imponen (cortar el servicio hasta el mínimo vital) por la falta de este. En suma, hay una periferia urbanizada, fraccionamientos de clase media, con una dinámica cultural netamente citadina, y hay otra en proceso de urbanización a la cual la ciudad aún le adeuda su integración.

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1Agradecemos el apoyo de Fabiola Abigail Afanador Rojas, becaria de nuestro proyecto de investigación, en la corrección del texto.

2El trabajo de campo realizado es complementario a la información recabada por Catalina Reyna López, habitante e investigadora de esta zona de la ciudad, quien obtuvo el grado de maestra en Antropología Social con la tesis titulada La Tercera Chica: los usos y prácticas del agua entre cultivos, ladrillos y viviendas (2017), cuya riqueza etnográfica (producto de dos periodos de campo de tres meses, de octubre de 2014 a junio de 2015) nos sirve como punto de partida para plantear en este artículo algunas de las interrogantes, que, además, condujeron al trabajo de campo complementario que lo nutre.

3Es la instancia encargada del suministro del agua en San Luis Potosí, Cerro de San Pedro y Soledad de Graciano Sánchez, así como del cobro por el servicio. Las tarifas varían en función de la zona residencial, el uso (comercial o habitacional) y los metros cúbicos gastados. Esto último es cuestionable si se considera que no todas las viviendas de los tres municipios han completado la instalación de medidores en los domicilios; en tal caso, se establece el pago de una tarifa única, que oscila entre los doscientos y quinientos pesos.

4El ejido posrevolucionario es un pedazo de tierra que se le otorga (“dota”, en la letra de la ley) a un núcleo poblacional que tenía cierta libertad de organizarse para el reparto de lotes bajo la premisa de tres tipos de derechos: tierras de cultivo, tierras de acceso comunal y tierras para habitación. Este otorgamiento ocurría en una burocracia que partía de la organización de ese núcleo poblacional (la “junta ejidal”), continuaba con el gobierno federal en distintos apartados, hasta la entonces Secretaría de la Reforma Agraria. Esa tierra podía heredarse, pero no venderse (en la reforma de 1991 se permitió su enajenación), y debía, en síntesis, incentivar la productividad agraria y detonar el crecimiento económico del país (Morett-Sánchez y Cosío-Ruiz, 2017, pp. 128-129; Romero, 2015, pp. 218-219).

5Es el nombre que reciben en México los asentamientos urbanos que comparten un código postal específico. Dentro de los desarrollos de vivienda modernos puede recibir el nombre de colonia, fraccionamiento, privada o residencial; estos dos últimos tienen una valorización distinta porque se asocia a viviendas para segmentos de la población más acomodados o con otras características que asignan estatus.

6Un área geoestadística básica (AGEB) es la extensión territorial correspondiente a la subdivisión de las áreas geoestadísticas municipales. Dependiendo de sus características, se clasifican en dos tipos: AGEB urbana o AGEB rural (INEGI, 2017).

7Todas las cifras en dólares serán expresadas al tipo de cambio de mayo de 2019. En el caso del salario mínimo corresponde al establecido para 2018.

8En la zona existen más de cien fábricas artesanales de ladrillos, las cuales cuentan con hornos de adobe empleados para el cocimiento de las piezas, que se efectúa con la quema de algunos combustibles como el aserrín de madera, basura, neumáticos y aceites usados, insumos altamente contaminantes.

9El destino final de estas aguas es el ejido de Milpillas, perteneciente al Municipio de Mexquitic de Carmona, San Luis Potosí.

10El impacto ambiental de la producción de ladrillos se debe a los tipos de combustible empleados; entre los que regularmente figuran el aserrín de madera, leña, basura con plásticos, retazos de madera, llantas, así como combustóleo y aceites lubricantes. Estudios de la calidad del aire revelan que la quema de estos combustibles produce monóxido de carbono, dióxido de azufre, hidrocarburos aromáticos policíclicos, plomo, entre otros elementos (Torres Nerio et al., 2010).

11Esta situación no es exclusiva de la Tercera Chica. Diversas colonias de la capital potosina tienen un abasto irregular condicionado al suministro en ciertos días y horarios establecidos por el órgano administrador del agua en la ciudad.

12Argumentos que se desprenden del reconocimiento por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas del derecho humano al agua y al saneamiento, declarado en julio de 2010. La Asamblea reconoció el derecho de todos los seres humanos a tener acceso a una cantidad mínima de agua para el uso doméstico y personal, segura, aceptable y asequible, pues el costo no debería superar el tres por ciento de los ingresos del hogar y la fuente no debería superar los 30 minutos de distancia para su recolección (ONU-AGUA, 2016).

13INTERAPAS implementó en 2016 el programa “Borrón y cuenta nueva”, con el propósito de eliminar los adeudos de la población siempre y cuando esta se comprometa a continuar regularmente el pago del servicio. Aquellos usuarios que resultaron beneficiados con el programa y no cumplieron con el pago puntual de sus recibos, les fue “devuelta” la deuda, ya que el programa solo podía ser solicitado una vez.

Recibido: 19 de Febrero de 2019; Revisado: 15 de Noviembre de 2019; Revisado: 06 de Diciembre de 2019

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