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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.7 n.1 Tijuana Jan./Jun. 2013

 

Artículos

 

Los significados de vivir múltiples presencias: Mujeres bolivianas en Argentina

 

The Meanings of Experiencing Multiple Presences: Bolivian Women in Argentina

 

María José Magliano

 

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Universidad Nacional de Córdoba. Dirección electrónica: majomagliano@gmail.com.

 

Fecha de recepción: 10 de junio de 2011.
Fecha de aceptación: 16 de diciembre de 2011.

 

Resumen

En este trabajo se analiza la migración contemporánea de mujeres bolivianas hacia Córdoba, Argentina. En particular, se busca reconstruir los diversos fragmentos que componen las trayectorias de vida de estas mujeres y los roles que asumen en el proyecto migratorio, a partir de las imágenes, prácticas y representaciones que recuperan y reafirman su propia condición de mujeres, de bolivianas y de migrantes. Se mostrará que a partir de recuperar la experiencia migratoria de las mujeres bolivianas migrantes es posible identificar las estrategias que las familias bolivianas despliegan en el marco del desarrollo y consolidación del proyecto migratorio hacia Córdoba. Para ello se opta por una metodología cualitativa que combina observación participante y entrevistas a profundidad con migrantes bolivianos, mujeres y varones, que llegaron a Córdoba desde mediados del siglo XX hasta la actualidad.

Palabras clave: mujeres migrantes, roles de género, relaciones de poder, Argentina, Bolivia.

 

Abstract

This paper analyzes the contemporary migration of Bolivian women to Cordoba, Argentina. It seeks to reconstruct the fragments that constitute the personal trajectories of these women and the roles they assume in the migration process, taking into account the images, practices and representations that Bolivian women elaborate and express in regard to their condition as Bolivians, women and migrants. It will show that by recovering the migratory experiences of those women it is possible to identify the strategies that Bolivian families implement in the development and consolidation of the migration project to Córdoba. To this end, a qualitative methodology is chosen, combining participant observation and in-depth interviews with Bolivian migrants, both women and men, who arrived in Córdoba between the second half of the 20th century and the present.

Keywords: migrant women, gender roles, power relationships, Argentina, Bolivia.

 

Introducción1

En los últimos años se advierte una preocupación cada vez mayor por el estudio de los procesos migratorios en clave de género, en un contexto de aceleración femenina en las migraciones internacionales, en especial hacia los países centrales, y de mayor visibilidad social y política de la figura de la mujer migrante. Este creciente interés en los flujos migratorios femeninos no significa que la presencia de las mujeres en las migraciones internacionales sea un fenómeno reciente. En el caso específico de la migración boliviana hacia Córdoba, Argentina, la intervención de la mujer es histórica, siendo el carácter familiar de este proceso migratorio una de sus características principales.

En este trabajo se busca reconstruir los diversos fragmentos que componen las trayectorias de vida de las mujeres bolivianas adultas y los roles que asumen en el proyecto migratorio hacia Córdoba, a partir de las imágenes, prácticas y representaciones que recuperan y reafirman acerca de su propia condición de mujeres, de bolivianas y de migrantes. Así mismo, se intenta dilucidar los significados de vivir las múltiples presencias para estas mujeres.2 A partir de situar la mirada en esas imágenes, prácticas y representaciones, este estudio procura desenmascarar relaciones de poder, su reproducción y/o disputa.3 Para esto, se ha optado por una metodología cualitativa que combina entrevistas a profundidad y observación participante. En este estudio se privilegian los testimonios de las mujeres y varones de origen boliviano que arribaron a Córdoba a partir de la segunda mitad del siglo XX. La información aquí presentada es parte del trabajo de campo realizado en la ciudad de Córdoba durante los períodos 2005-2007 y 2009-2010. Se realizaron 30 entrevistas en total, en las que se buscó que las/os entrevistadas/os reconstruyeran su historia personal a partir de lo que consideraban más significativo.

En las investigaciones clásicas sobre migraciones internacionales, la migración de mujeres era concebida como parte de la migración familiar, por lo general, ausente de la primera etapa del proceso migratorio, que aparecía encabezado por el varón.4 Las primeras referencias a las mujeres en los movimientos internacionales de población estuvieron determinadas por la dicotomía público/privado y, en este marco, la mujer aparecía como un ser social y privado, mientras que el varón, como un ser económico y público (Gregorio, 1998:23), fortaleciendo la concepción de la mujer como dependiente del marido o de la familia, a la hora de explicar su trayectoria migratoria (Magliano, 2009:355).5 La noción múltiples presencias, que se desprende del concepto doble presencia, acuñado por sociólogas italianas en los años setenta y ochenta del siglo XX, a la vez que problematiza aquella dicotomía, coloca en el centro del debate la cuestión del trabajo de cuidados y su impacto en la organización del tiempo de las mujeres. La doble presencia se refiere a un cuadro conceptual de análisis del trabajo de las mujeres en dos ámbitos específicos de la producción femenina: el trabajo de la reproducción y el trabajo para el mercado productivo (Bimbi, 1985:20-21). Esa doble presencia deviene múltiple en tanto los espacios y los tiempos se multiplican, intersectan, entrecruzan y superponen. En este sentido, referirse a las múltiples presencias implica pensar la experiencia de vivir en ámbitos y roles tradicionalmente definidos como diferentes y separados –familia y trabajo, privado y público, productivo y reproductivo, doméstico y extradoméstico– y, así mismo, las estrategias destinadas a combinar, negociar, reproducir, inventar y/o trascender esos ámbitos y roles (Balbo, 2008:62).

En el caso de las migrantes bolivianas se plantea una manera particular de articulación/combinación/negociación de esos ámbitos y roles que responde a trayectorias sociales, familiares y laborales específicas, a contextos sociohistóricos particulares y al despliegue de diferentes estrategias de subsistencia. Si bien no existe un único modo de vivir las múltiples presencias, de los relatos de las/os migrantes emergen un conjunto de imágenes y representaciones sobre la migrante boliviana que destaca su condición de luchadora, defensora de la unidad familiar, custodia de los afectos, sostén de la familia a partir del rol que cumple en el mundo productivo y reproductivo, y mediadora entre las culturas de origen y de destino. La reconstrucción de esas imágenes y representaciones permite inferir los sentidos de esas presencias en las trayectorias migratorias de las mujeres bolivianas.

En cuanto a la organización del artículo, en la primera parte se resumen algunos de los principales aportes de los estudios de género al campo de las migraciones internacionales. Luego, se describen las llegadas de las mujeres bolivianas a Córdoba, tratando de encontrar, en la diversidad de experiencias, puntos de encuentro que permitan desentrañar las motivaciones existentes en la decisión de migrar, las formas de migrar y la elección de Córdoba como lugar de destino. En los próximos apartados se analizan los roles que las mujeres bolivianas desempeñan en el proyecto migratorio, la articulación que se establece entre el ámbito productivo y el reproductivo, y los significados de vivir las múltiples presencias, a partir de recuperar las imágenes, prácticas y representaciones que reconstruyen sobre sus experiencias migratorias.

 

Las migraciones internacionales en clave de género

Si bien la intervención femenina en las migraciones internacionales data de una larga historia, fue a partir de los años setenta del siglo pasado cuando la mujer migrante comenzó a ser considerada, desde diversos ámbitos sociales, académicos y políticos, como una protagonista relevante de los movimientos poblacionales en la esfera mundial. América Latina y Argentina, en particular, no permanecieron al margen de estas transformaciones y desde las últimas décadas se multiplicaron los trabajos que, sustentados en distintas perspectivas teóricas y metodológicas, se dedicaron a estudiar aspectos vinculados a las migraciones de las mujeres.6

El estudio de las migraciones internacionales desde un enfoque crítico de género ha permitido, por un lado, establecer que la migración nunca es un proceso asexuado (Juliano, 2006), contrariamente, las dinámicas migratorias se hallan condicionadas, entre otros factores, por las relaciones de género y por romper con los modelos teóricos tradicionales sobre migraciones internacionales, comúnmente pensados en clave masculina. El hecho de recuperar la perspectiva de género para abordar las migraciones internacionales brinda herramientas para cuestionar las categorías binarias clásicas, donde la visión de autonomía se cristalizaba en la imagen de un varón adulto trabajador, mientras que las mujeres se supusieron más afectadas por los patrones asociativos, categorías que obturan una comprensión más compleja del movimiento de las mujeres y los varones (Mallimaci, 2011:2). En este marco, la consideración de actores sociales históricamente ignorados y estereotipados en los fenómenos migratorios, como las mujeres, posibilita no sólo disputar aquellas categorías binarias sino también reconocer nuevas formas de dominación, explotación y desigualdad, ya sean de género, etnia o clase social. Así, un importante conjunto de las investigaciones sobre migraciones internacionales coinciden en señalar el carácter estructurante de la dimensión de género (Ariza, 2000; Grieco y Boyd, 1998; Donato et al., 2006; Gregorio, 1998; Juliano, 2006; Pedone, 2006) y la necesidad de abordar esta problemática desde una perspectiva que tenga en cuenta la interseccionalidad entre el género, la etnicidad y la clase social (Anthias, 2006). Desde estos estudios se concibe el género como una dimensión central para analizar la configuración de diversas formas de dominación social y, a la vez, se considera que ésta no es una dimensión aislada sino que es uno de los diversos procesos, en intersección con la etnicidad y la clase social, entre otros, que crean y perpetúan desigualdades sociales (Pessar y Mahler, 2003).

De este modo, el estudio de los procesos migratorios en clave de género permite repensar los modelos teóricos y metodológicos existentes debido a que develan, tal como lo indica Maquiera (2001:128), una dimensión fundamental de las relaciones de poder inscritas en las elaboraciones teóricas, al plantear que el sujeto de conocimiento había sido siempre masculino, que desde esa situación de poder se constituyó discursivamente el lugar atribuido a varones y mujeres en la vida social y, además, que desde el modelo de comportamiento hegemónico se proyectaron, con carácter universal, determinados conceptos y categorías que invisibilizaron la situación real de las mujeres –como conjunto heterogéneo– y los mecanismos de desigualdad. En este sentido, este trabajo asume el desafío de reflexionar sobre el proceso migratorio de mujeres bolivianas hacia Córdoba, recuperando la voz de los actores para así llegar a comprender con mayor profundidad las maneras en que las/os migrantes gestionan su propia experiencia migratoria y las relaciones de poder que atraviesan esa experiencia.

 

Las llegadas a Córdoba

Elena llega a Córdoba desde Cochabamba a comienzos de los años noventa del siglo XX, con 29 años de edad y dos hijos, un tiempo después de que lo hiciera su marido, quien había arribado a la ciudad para trabajar en la construcción, pues tenía un hermano que se dedicaba a esta actividad y lo llamó para que viniera. El recorrido de Irma y Natalia es similar al de Elena. Ambas vinieron con sus familias a Córdoba desde Sucre y Cochabamba, respectivamente, durante la década de los noventa, intentando encontrar una alternativa a la situación económica imperante en Bolivia.7 Ana, por su parte, acompañada por su esposo y sus tres hijos, llega a Córdoba desde Potosí en los años setenta, en principio buscando solución a un problema de salud de su marido. Estos testimonios se reiteran en un amplio conjunto de los relatos que las/os migrantes bolivianas/os describen acerca de su arribo a la ciudad. Si bien los motivos que expresan a la hora de hablar de esa llegada son diversos y varían de acuerdo con la pertenencia de clase, el momento histórico de arribo a la ciudad, el origen étnico y regional, la edad y el estado civil, entre otros, la migración boliviana hacia Córdoba se ha caracterizado fundamentalmente por ser un fenómeno familiar y laboral, siendo los departamentos de Cochabamba, Potosí y Tarija los principales orígenes de quienes llegan a la ciudad de Córdoba, seguidos por Oruro, La Paz, Sucre y Santa Cruz.

La migración boliviana hacia Argentina es un proceso que viene registrándose históricamente desde el primer Censo nacional de población de 1869 (Comisión Directiva del Censo, 1872) en adelante. Desde el siglo XIX, la población de origen limítrofe en Argentina representa entre dos y cuatro por ciento del total de la población. A partir de la segunda mitad del siglo XX, aunque este porcentaje se mantuvo, se produjo un incremento de la proporción de migrantes de esta procedencia en relación con el total de la población extranjera, alcanzando 68 por ciento, según datos del Censo nacional de población, hogares y viviendas de 2010 (INDEC, 2010). El proceso migratorio boliviano hacia Córdoba, en particular, manifiesta una continuidad en el tiempo, siendo un fenómeno sociohistórico que se viene desarrollando desde mediados del siglo XX (e incluso desde antes). Pese a esta continuidad, se establecen diferencias entre aquellos que se movilizaron hacia mediados del siglo XX y los que lo hicieron desde los años ochenta y noventa en adelante. De acuerdo con los relatos de las/os migrantes, a mediados del siglo XX, además de la siempre presente cuestión laboral, un amplio porcentaje de los migrantes bolivianos que llegaban a la ciudad de Córdoba poseían un perfil orientado a las necesidades de formación profesional, especialmente los varones; mientras que aquellos que arribaron en las últimas décadas del siglo XX se circunscriben a una migración principalmente de carácter laboral, que se ha movilizado en busca de mejores condiciones de vida. Esta diferenciación distingue, en términos simbólicos, la migración de mediados de siglo y la denominada migración nueva o reciente, que adquiere mayor dinamismo desde la década de los noventa en adelante.

Los testimonios ponen de relieve que la elección de Córdoba como destino se debe a diversos factores sociales, históricos y económicos. Entre ellos, se destaca la ubicación geográfica de la ciudad (y también de la provincia), que en la década de los sesenta se convirtió en un nudo neurálgico del intercambio comercial del país y que además posibilitó que para muchos migrantes bolivianos la ciudad de Córdoba fuera un lugar de paso para luego dirigirse a Buenos Aires o continuar el recorrido hacia el sur del país (Domenach y Celton, 1998). La tradición educativa cordobesa, en especial su universidad, ha funcionado también como un motor de atracción a la hora de elegir esta ciudad. Además de estos factores, las redes sociales entre origen y destino han jugado un rol significativo en el arribo a Córdoba, pues, como se desprende de los relatos, muchos/as migrantes tenían familiares, amigos y vecinos viviendo en la ciudad previamente a su llegada.

Como parte del proyecto migratorio hacia Córdoba, la presencia de la mujer ha sido constante, en el marco de una migración histórica principalmente de tipo familiar. Si bien desde finales del siglo XX aumentó el número de mujeres bolivianas que se movilizaron solas, el conjunto mayoritario de estas mujeres ha migrado en contextos familiares. En la gran mayoría de los casos, la intención de migrar emerge a partir de un proyecto familiar, en el marco de la búsqueda de oportunidades. Así, la familia, como espacio de negociación y conflicto, influye en las elecciones, estrategias y roles de los migrantes en este proceso migratorio.

Los espacios cotidianos en los que las mujeres bolivianas desarrollan sus vidas en Córdoba –la familia, el barrio, las ferias, la escuela, la iglesia y los lugares de recreación propios de la comunidad– están atravesados por relaciones sociales que se establecen entre los miembros de la comunidad, marcadas por criterios de re cono cimiento identitario y atribuciones de prestigio (Decimo, 2005:142). Entre los integrantes de la comunidad boliviana –la cual está conformada por los migrantes y también por los hijos/ as y nietos/as, quienes bajo determinadas circunstancias se identifican, a la vez que son identificados, como bolivianos/as– estas atribuciones de prestigio se constituyen a partir de la articulación de distintas formas de identificación social, como la pertenencia de clase, la condición de género, la etnicidad, el origen rural/ urbano de la migración, el nivel educativo alcanzado y el trabajo obtenido. Estas formas de identificación social no son fijas e inmutables sino que se redefinen en el transcurso del proyecto migratorio a partir de los diversos contextos sociohistóricos en los que transcurren las vidas de los migrantes. Esto hace que ciertas imágenes y representaciones mediante las cuales la mujer boliviana se constituye y es constituida en su país de origen se reelaboren y resignifiquen en el lugar de destino, en un marco de despliegue de distintas estrategias de supervivencia.

Las distinciones y atribuciones de prestigio comienzan a materializarse desde el primer acercamiento al trabajo de campo. A lo largo de éste ha sido posible observar que las mujeres que hace más tiempo están en Córdoba y que poseen mayor estabilidad económica acceden a una mayor visibilidad social y política dentro de la comunidad; son las que primero hablan, tienen voz y dan voz a los demás miembros. Este conjunto de mujeres no sólo narran sus vidas sino que también incorporan, en el relato que reconstruyen, un análisis de la situación de la comunidad boliviana en general. La participación en organizaciones de migrantes, en eventos vinculados a lo boliviano en Córdoba, grupos de danzas folclóricas bolivianas y medios de comunicación en representación de la comunidad, ya sean radiales o gráficos, estimulan esa visibilidad. Es fundamentalmente desde la condición de bolivianas como se habla, reproduciendo ciertas metáforas étnicas –las cuales funcionan como un recurso político que mediante la alterización es utilizado para alcanzar satisfacciones políticas, económicas y simbólicas, así como reivindicar lugares de poder o consolidar posiciones (Lurbe, 2008:104)– con el propósito de obtener visibilidad y reconocimiento.

La vinculación entre el tiempo de permanencia, la estabilidad socioeconómica y la mayor presencia pública en la sociedad de llegada parece relacionarse –recuperando palabras de Sayad (1989:85)– con la necesidad de implicarse de modo más activo en todas las esferas de la vida nacional, con emprender una nueva relación con la sociedad de inmigración y, por tanto, con su propia condición de migrante. Esta necesidad de implicarse cada vez más no supone un abandono de su propia historia como nacional de otro país y migrante sino, al contrario, se asienta justamente en esa historia y en la propia condición migrante.

En la reproducción de ciertas metáforas étnicas priman ciertas imágenes imaginadas sobre la mujer boliviana, las cuales se construyen no sólo en relación con el lugar de origen, su historia y las representaciones y símbolos de esa historia, sino también en relación con –y en contraposición con– ciertas imágenes imaginadas sobre la mujer argentina. Son las imágenes, prácticas y representaciones de la mujer boliviana como defensora de la unidad familiar, sostén de la familia a partir de su intervención tanto en la esfera productiva como en la reproductiva, y mediadora entre el origen y el destino, las que les confieren un lugar central en el proceso migratorio.

 

La mujer boliviana como fuerte y luchadora

En Córdoba, cada mes de mayo se celebra el Día de la Madre boliviana.8 En el transcurso de ese mes, las diferentes organizaciones de bolivianos colocan en el centro de la celebración a la madre, recordando, en ese día, "la resistencia heroica de las mujeres cochabambinas", cuando "cientos de ellas murieron defendiendo sus 'hogares sagrados' en manos de fuerzas realistas" (Vargas, 2010). Por ello se subraya que "en Bolivia es ley este día, indica organizar festividades tendientes a resaltar la virtud del sentimiento materno" (Vargas, 2010). Se festeja ese día en honor a las mujeres que "tomaron las armas" en Cochabamba y expulsaron a los conquistadores españoles (Vargas, 2010). Las significaciones que posee el Día de la Madre boliviana para la propia comunidad se articulan con uno de los roles centrales que asumen las mujeres bolivianas en el proyecto migratorio: ser el sostén del hogar, en términos de estabilidad familiar, organización del trabajo doméstico y custodia de los afectos, el cual resulta central para el desarrollo y consolidación de ese proyecto. De acuerdo con los testimonios, la valoración de ese sentimiento materno les otorga un papel central en la migración, a la vez que legitima la salida del hogar para luchar en pos de los suyos desde un mercado, un taller, hasta un campo de batalla.

En este sentido, la imagen de las mujeres bolivianas como sujetos fuertes y luchadores aparece en los distintos testimonios de los/as migrantes:

La mujer lleva la lucha desde la época de la Colonia. Juana Azurduy de Padilla ha sido coronela de mi ciudad, Sucre. Yo tengo sangre de ella. Después tenemos a Bartolina Sisa, la esposa de Tupac Katari, que ha sido protagonista también. Tenemos a Josefa Gandarilla, que ha sido la líder que se enfrentó a los españoles el 27 de abril de 1810. La mujer es protagonista fundamental de estos hechos en Bolivia y entonces ya venimos con esa sangre nosotras. Eso es histórico (María, boliviana, 53 años, llega en 1966, Córdoba, octubre de 2006).

El papel de la mujer boliviana en todo aspecto es muy importante. Podemos irnos un poquito atrás en la historia de Bolivia. En el año 1810, más o menos, hubo una revolución: la batalla de Oronda, y todos los varones, especialmente en la ciudad de Cochabamba, se fueron a la guerra contra los realistas y se quedaron mujeres solas, vinieron los españoles cuando no estaban los varones, y salieron las mujeres a defender sus tierras, sus familias, sus hijos. Salieron sin armamentos, salieron con palos, con piedras, con lo que tenían salieron a defenderse. De esa batalla, todos los años se festeja el 27 de mayo el Día de la Madre boliviana, por lo que hicieron estas mujeres al enfrentarse al enemigo. Por eso te digo que la mujer boliviana no es pasiva. En un momento es pasiva porque el hombre boliviano es un poco machista; cuando la mujer toma sus obligaciones de madre, de esposa, de pareja, al hombre le gusta que esté ahí, pero cuando la mujer tiene que defender lo que es de ella, sale a defenderlo con todo. Cuando sale del país y emigra hacia otros lugares, se pone a la par de su hombre, trabajando con él, haciendo no sólo los quehaceres de la casa, sino trabajando a la par del marido, y si tienen que levantar una construcción de una pieza, por ejemplo, ella lo hace junto con él (Elena, boliviana, 52 años, llega en 1990, Córdoba, mayo de 2006).

El modo en que la mujer boliviana se percibe, aunque se asemeje a construcciones históricas estáticas y ancestrales, se transforma continuamente a partir de su resignificación en distintos marcos espaciales y temporales (Restrepo, 2007:26). El pasado y el presente se entrelazan en los testimonios de las migrantes, poniendo de relieve las presencias que históricamente han asumido las mujeres bolivianas, en especial aquellas pertenecientes a los sectores sociales bajos.

Este conjunto de imágenes y representaciones que las mujeres bolivianas construyen sobre sí mismas y también sobre sus roles en la migración –en donde subyace la imagen de un sujeto fuerte, encargado de la defensa y estabilidad de la unidad familiar (Agrela, 2006)–, se relaciona principalmente con las funciones de reproducción social, biológica y cultural que tradicionalmente se les ha asignado a las mujeres. El hecho de que se definan como las más idóneas para realizar tareas vinculadas al espacio de la reproducción –en donde el manejo del ámbito doméstico y de la dieta, la inserción en actividades étnicamente características y el uso de su vestimenta son funciones concebidas por la comunidad boliviana como fundamentalmente "femeninas" (Benencia y Karasik, 1995:38)– se apoya en la naturalización de prácticas y conductas construidas social y culturalmente basadas en la diferenciación sexual. Así, pues, son las propias mujeres las que desempeñan un papel de importancia en la preservación de determinados roles de género, resultando no sólo las reproductoras biológicas de un grupo étnico, sino que al mismo tiempo se constituyen en la piedra angular de la transmisión étnica y la reproducción cultural (Anthias, 2006:50).

No obstante lo anterior, la reconstrucción de las prácticas cotidianas de las mujeres bolivianas migrantes en contextos locales específicos –en este caso, la ciudad de Córdoba– manifiesta que si bien la visión de la mujer boliviana como fuerte y luchadora a partir de su presencia histórica en los espacios público y privado responde a imágenes y prácticas consolidadas sobre ciertos roles de género, disputa, al mismo tiempo, determinadas concepciones hegemónicas sobre la "debilidad" y "fragilidad" de las mujeres (Femenías, 2007:95). Aunque de los relatos se desprende el peso de los paradigmas de género dominantes que reproducen la clásica división sexual del trabajo, también denotan las estrategias desplegadas por las mujeres en sus prácticas y acciones cotidianas, cuestionando, en ocasiones, aquellas concepciones que confinaron a muchas de ellas a funciones social y culturalmente definidas. Esto revela la conexión problemática que se establece entre las mujeres como sujetos históricos y las representaciones en torno de la mujer producidas por los discursos hegemónicos, la cual no es una relación de identidad directa ni de correspondencia, sino una relación arbitraria construida por culturas particulares (Mohanty, 2008). Por ello, desde el feminismo y los estudios de género se ha remarcado la necesidad de concebir a las mujeres como conjunto heterogéneo e históricamente situado.

Cuando la migrante boliviana se presenta y es presentada como fuerte y luchadora está presentando y nombrando a un conjunto de mujeres, quienes a partir de su origen étnico y su pertenencia de clase construyen determinadas trayectorias migratorias. Estas imágenes –las cuales se resignifican en el marco del proyecto migratorio como una forma de legitimar ciertos roles y relaciones sociales– se encuentran atravesadas por distintas formas de identificación social: es el hecho de ser mujeres, bolivianas, de pertenecer a ciertas clases sociales, lo que las hace fuertes y luchadoras y las convierte en sostén de la familia, en guardianas de tradiciones y prácticas culturales. Dicho en otras palabras, esas representaciones no abarcan al conjunto de las mujeres bolivianas ni tampoco a la totalidad de las migrantes. Antes bien, hacen referencia a ciertas construcciones establecidas sobre la figura de la mujer boliviana de acuerdo con criterios de género, regionales, étnicos y de clase.

Así mismo, las imágenes y representaciones que las migrantes bolivianas expresan sobre ellas mismas no sólo ponen de manifiesto la reproducción de formas de naturalización de roles y prácticas sociales a partir de la condición de género, la pertenencia de clase y el origen étnico, sino también procesos de negociación, redefinición, cuestionamiento y selección de rasgos de diferenciación frente a otros grupos (Maquiera, 1998:183). Por ello, estas imágenes y representaciones se legitiman también en relación con las mujeres nativas, en este caso, argentinas:

La mujer boliviana, tal como yo capto aquí en Argentina, es trabajadora. La mujer argentina es trabajadora, dinámica, movediza y la mujer boliviana también, de la misma manera o quizás con más empeño porque la mujer boliviana se dedica a atender a la familia, la casa, al esposo y a trabajar. Y trabaja de la madrugada hasta la noche. Puede estar con los hijos al lado, pero no deja el trabajo. Y su trabajo es un aporte directo a la familia [...] La mujer argentina me parece un poco más independiente en ese sentido, porque si yo trabajo, mi plata me pertenece, yo gasto como quiero, dispongo como quiero y mi marido es el principal encargado de mantener la familia. En cambio, [en el caso de] las mujeres bolivianas, ambos trabajamos, ambos aportamos a la familia y a todas las inversiones que se hacen por la familia (Ana, boliviana, 68 años, llega en 1974, Córdoba, junio de 2006).

Entre los rasgos de diferenciación que emergen, se remarca principalmente la relación que la mujer boliviana establece con el trabajo, haciendo referencia exclusiva a la dimensión productiva de éste9 en el marco de las necesidades familiares. De hecho, las imágenes que predominan sobre la migrante boliviana se activan especialmente cuando la familia se encuentra amenazada (en términos simbólicos). Es ahí cuando "sale a defenderlo con todo".

 

Los trabajos de las mujeres bolivianas

La relación de las mujeres bolivianas con el trabajo atraviesa los recorridos de sus vidas, experiencias y decisiones, siendo un factor clave del proyecto migratorio. Si bien hablar de trabajo implica considerar sus múltiples dimensiones, cuando las migrantes bolivianas –y también los varones– hablan acerca de su trabajo hacen referencia fundamentalmente a la dimensión productiva de éste, es decir, aquella ocupación por la cual se recibe algún tipo de remuneración a cambio. El trabajo reproductivo, por su parte, aparece invisibilizado como tal, siendo parte de las tareas femeninas a realizar a partir de la condición de género.

Si bien ha sido principalmente el trabajo del varón el que ha orientado el proceso migratorio hacia Córdoba –el cual resulta especialmente valorado en términos simbólicos y monetarios por la propia comunidad–, la intervención productiva de la mujer es reconocida como central para el éxito del proyecto, aun cuando no haya sido el factor determinante para el inicio de éste:

Las mujeres de mi país son muy admirables. Honestamente te digo, diría que son las mujeres [las] que llevan prácticamente el hogar; hacen aportes con su trabajo para la economía, para prosperar su hogar; hacen aportes en la educación de sus hijos y a la vez son esposas. Como te digo, manejan el hogar, esperan a los maridos con la comida, llevan el hogar en pleno y también aportan a la economía de su hogar. Todas trabajan, la mayoría sí. Algunas de mis compatriotas están en el mercado; otras de mis compatriotas ponen un puestito en su casa y, bueno, tratan de ayudar a su economía. Creo que es genético en nosotras ayudar a la economía del hogar y encargarse de la educación de los hijos [...] En el hogar manda el hombre. Si bien la mujer cumple un papel importante en la educación de los hijos o con el trabajo, el que manda es el hombre. Y acá en Córdoba el hombre boliviano sigue siendo machista. Es que sabes que nosotros los bolivianos no nos damos a la colectividad cordobesa, no salimos de nuestro entorno; nuestro círculo somos nosotros acá; somos un país dentro de un país. Entonces la costumbre de ser machista la mantienen; raro es el boliviano que salga de eso (María, boliviana, 53 años, llega en 1966, Córdoba, octubre de 2006).

En Bolivia la mujer trabaja. No hay mujer que no trabaje. Es realmente la que sostiene la familia [...] La mujer boliviana es el sostén de la familia en Bolivia y acá, y trabaja a la par del hombre. Si usted ha visto los cortaderos de ladrillos, trabaja a la par del hombre, encima cumple con su rol de mujer, de madre. Entonces es un esfuerzo doble de la mujer (Luciano, boliviano, 55 años, llega en 1983, Córdoba, septiembre de 2007).

La familia ocupa un lugar central para los bolivianos y la mujer juega un papel fundamental, dedicándose a la crianza y educación de los hijos. También aporta en la economía, trabajando a la par del hombre (Julio, boliviano, 55 años, llega en 1988, Córdoba, septiembre de 2005).

Es justamente cuando las/os migrantes bolivianas/os hablan del trabajo productivo de las mujeres cuando se expresa con mayor contundencia el significado de vivir las múltiples presencias. Un amplio conjunto de las migrantes bolivianas, por su condición de mujeres y migrantes, su pertenencia de clase y su origen étnico, se han incorporado tradicionalmente en sectores específicos del mercado laboral cordobés, en especial el mercado informal, como las ventas ambulantes, el servicio doméstico, las tareas agrícolas, los cortaderos de ladrillos y las actividades textiles. Sin embargo, la gran mayoría de los relatos expresan que para las mujeres que migran en edades económicamente productivas y que pertenecen a sectores sociales bajos, la participación laboral no se activa con la migración ni es tampoco un fenómeno reciente. Por el contrario, muchas de ellas han intervenido en el mercado laboral boliviano asumiendo un rol central en el mantenimiento de la unidad familiar desde muy temprana edad (Balan, 1990; Dandler y Medeiros, 1991; Rivera, 2004).

En sus testimonios, las mujeres bolivianas –y también los varones– ponen de relieve la relación histórica que se establece entre el trabajo pagado y aquel que no lo es (referido a las tareas de cuidado, gestión y organización del hogar), y las estrategias que despliegan en pos de combinar las esferas productiva y reproductiva. El éxito del proyecto migratorio responde, en buena medida, a la articulación entre ambas esferas, no sólo debido a que de su existencia depende la disponibilidad laboral de la población ocupada (Torns, 2008:59), sino también al bienestar, en términos emocionales, que proporciona en las vidas cotidianas de las personas migrantes. De ahí la importancia de reconocer el papel que desempeña la familia como espacio reproductor de los modelos tradicionales de división del trabajo y orientador de las actividades de las mujeres (De la O y Guadarrama, 2006:167), en la forma de participación misma en el proceso migratorio y en los roles que cada miembro cumple dentro de éste.

Los sentidos que las migrantes bolivianas le atribuyen a sus presencias –en el hogar, el ámbito productivo, el espacio comunitario, etcétera– indican el peso que adquieren ciertas representaciones sociales sobre lo público y lo privado, sobre la actividad y la inactividad. Mientras que las funciones asociadas a la reproducción se relacionan con la idea de pasividad, aquellas que involucran algún tipo de presencia en el espacio público se vinculan a la idea de actividad. La no pasividad de la mujer boliviana vendría de la mano de su involucramiento en el espacio público. Es esa capacidad para entrar en ese espacio (cuando son requeridas, en especial por las necesidades familiares) lo que las convierte en sujetos activos, fuertes y luchadores, puesto que además de lo que tienen que hacer por ser mujeres –esto es, el trabajo reproductivo familiar– intervienen en el ámbito productivo "a la par del hombre" y "salen a defender" a sus familias en el espacio público.10 Asumen roles públicos tanto en el espacio productivo como en el campo de batalla (en términos simbólicos), ya sea en el barrio, la escuela o la comunidad en general, a partir de su responsabilidad en el universo familiar, dado que son mujeres y madres. En este marco, la centralidad de la mujer boliviana en el proyecto migratorio se plantea directamente vinculada a su función reproductiva, a partir de la cual se justifica su participación en el mundo de la producción en relación con la gestión del sistema de cuidados.

La valoración diferenciada que recibe el trabajo productivo que realizan varones y mujeres se despliega en las percepciones sobre la contribución social que unos y otros han realizado en Córdoba, en especial los varones que se dedican a la construcción, actividad que reúne a un número importante de miembros de la comunidad boliviana, como una forma de legitimar su presencia histórica en la ciudad capital y la provincia:

En la construcción, la mano de obra es muy calificada y muy solicitada, especialmente en todo lo que se refiere a las molduras, al trabajo sobre yeso y, aparte de eso, la particularidad que tiene un trabajador boliviano es que es completo; es decir, que si lo convocamos para construir una casa, sabe de plomería, sabe de colocar pisos, sabe de revoque fino y revoque grueso. En cambio tropezamos acá con una especie de especialización: yo le coloco el piso, yo le coloco los sanitarios [...] Hubo mano de obra boliviana a raíz de que estos eran conocedores del manejo de los explosivos para la voladura de los cerros en la construcción de los diques (Rodolfo, boliviano, 73 años, llega en 1955, Córdoba, agosto de 2005).

En Córdoba, todos los diques que se construyeron en los cuarenta, cincuenta, sesenta, tienen mano de obra boliviana: el dique Los Molinos, el San Roque, Cruz del Eje, todos, porque el boliviano tiene una condición especial que no tiene mal de altura, no tiene vértigo, entonces puede andar en los andamios sin problemas; tenían un desplazamiento perfecto sin riesgos laborales. Por otro lado, acá en Córdoba, todos los grandes edificios han sido construidos por bolivianos. El caso Torre Ángela, por ejemplo [uno de los edificios más tradicionales de la ciudad de Córdoba], allí más del 50 por ciento fue mano de obra boliviana. Después acá, todo lo que es el área peatonal también tiene mano de obra boliviana (Luciano, boliviano, 55 años, llega en 1983, Córdoba, septiembre de 2007).

Esta valoración del trabajador boliviano en relación con el aporte llevado a cabo en el lugar de destino se reproduce también en términos monetarios: dentro de la propia comunidad se percibe que los varones ganan más que las mujeres. Así lo expresaba Natalia en una reunión de un grupo de danzas caporales con el propósito de reunir fondos para la organización de la celebración de la Virgen de Urkupiña, que tiene lugar cada mes de agosto en la ciudad de Córdoba: "De la parte más cara se ocupan los hombres porque ganan más dinero. Nosotras las mujeres nos ocupamos de preparar la comida y venderla" (Natalia, boliviana, 40 años, llega en 1994, Córdoba, junio de 2010).

De esto se infiere que mientras la mujer es valorada en el marco del proyecto migratorio especialmente por su rol reproductor –asociado a la estabilidad, cuidado y defensa de la familia–, el varón boliviano es valorado principalmente por su rol productor, ya sea en términos materiales o simbólicos, siendo exonerados de las funciones reproductivas. Ahora bien, a pesar de que en torno de aquellos roles se organiza la vida cotidiana de las/os migrantes, esto no implica considerar que entre los migrantes bolivianos ha existido un contrato de género tradicional en donde el varón ha sido el responsable exclusivo del espacio productivo mientras que las tareas domésticas y de cuidados han sido patrimonio femenino, pues las mujeres bolivianas han participado desde siempre en el mundo del trabajo productivo. Es más, en ocasiones, el aporte económico de las mujeres para la subsistencia familiar ha sido tan importante como el de los varones o incluso mayor.

Dicha valoración diferenciada puede deberse también a las principales trayectorias laborales de las mujeres bolivianas en Córdoba, las cuales se caracterizan, de manera fundamental, por ser informales, precarias, feminizadas e incluso invisibles. Dentro de este universo, las actividades productivas que estas mujeres desempeñan se van modificando de acuerdo con la edad de las mujeres, el estado civil, la pertenencia de clase y el tiempo de permanencia en la ciudad. Recuperando los testimonios de las migrantes, se infiere que mientras que el servicio doméstico ocupa especialmente a mujeres solteras, el trabajo por cuenta propia (el cuentapropismo) es la aspiración principal de un porcentaje importante de las familias bolivianas.11

Los modos de incorporación de las migrantes bolivianas en el mercado de trabajo y los cambios en las trayectorias laborales van transformando, a la vez, el modo de vivir las múltiples presencias, esto es, las diferentes formas de combinación y articulación de los espacios productivo y reproductivo, doméstico y extradoméstico. En sus narraciones, las mujeres bolivianas –y también los varones– manifiestan la relación que se establece entre ambos espacios y las estrategias que ponen en juego con el propósito de combinarlos en distintos momentos de sus vidas, en el marco de diferentes iniciativas destinadas a la consolidación del proyecto migratorio.

 

La migrante boliviana como mediadora entre origen y destino

Entre los distintos roles que asumen las migrantes bolivianas en el desarrollo del proyecto migratorio, el papel de intermediarias entre la cultura de origen y de destino resulta central para el éxito de ese proyecto. Esto se articula principalmente con el significa do que se le otorga a la mujer boliviana en la organización del ámbito simbólico de la comunidad, quedando ubicadas en el espacio intermedio de la división que se establece entre el nosotros-autóctonos y el otros-extranjeros (Agrela, 2006:16). Las mujeres bolivianas actúan como mediadoras entre dos culturas imaginadas: la del país de origen y la del país de destino (Agrela, 2006). A la vez que reelaboran y resignifican símbolos, imágenes y prácticas de su cultura de origen –siendo guardianas de esa cultura como mujeres y madres–, impulsan la reproducción de estos elementos en la cultura de destino, siendo garantes de la integración a partir de esa reproducción. La idea de culturas imaginadas se desprende de la noción de comunidad imaginada de Benedict Anderson (1993), en su intento por explicar los mecanismos de pertenencia a un grupo determinado. La concepción de una cultura imaginada permite establecer marcas identitarias colectivas, a la vez que hace posible avanzar en el estudio de los procesos de inclusión/exclusión/apropiación/transformación que se producen en contextos migratorios (Nash, 2008:14). Ahora bien, la noción de cultura es compleja y problemática; no es algo estático ni homogéneo sino que atraviesa procesos constantes de resignificación de acuerdo con contextos sociohistóricos específicos. Las migrantes bolivianas, en sus re latos recuperan una concepción de cultura que se sostiene en los hábitos, las creencias y las tradiciones que organizan su vida cotidiana.

A partir del rol de mediadoras, las mujeres bolivianas se constituyen y son constituidas como garantes y guardianas de la preservación de la cultura de origen en el nuevo contexto de residencia (Gregorio, 2002) y de la integración en el lugar de destino. Ambas garantías se sostienen en las funciones que se les adjudican en la esfera de la reproducción social. Al ser considerada y considerarse la encargada natural del ámbito de la reproducción como símbolo de la comunidad, la mujer boliviana es concebida como portadora de la colectividad, llevando consigo la carga de la representación (Yuval-Davis, 1997). En este sentido, al mismo tiempo que se (re)presentan y son (re)presentadas como agentes relevantes para la reproducción social de la cultura del lugar de origen –dado que "la mujer boliviana es la transmisora de los valores culturales" (Ester, argentina hija de migrantes bolivianos, 44 años, Córdoba, septiembre de 2007)–, recae sobre ellas la reproducción social y cultural en el lugar de llegada:

Tenemos que actuar como tiene que ser. Nos adaptamos y, como dice el refrán: "en el país donde estés harás lo que ves". Pero no cambiamos nuestra esencia y mantenemos todas nuestras tradiciones. Por ejemplo, en este punto, el papel de la mujer es muy importante porque en realidad es la mujer la que trabaja en todos los actos donde se manifiesta la cultura boliviana: los días festivos, de la religión, inclusive los días patrióticos. La mujer, en general, es la que se ocupa de preparar todos esos actos [...] Por eso también pensé en El Reporter [una publicación cultural sobre la comunidad boliviana en Córdoba], una revista para mostrar nuestras costumbres, valores y tradiciones, para mantenerlas vivas en Córdoba, para que nuestros hijos y nietos las conozcan y no se pierdan, para que se sientan también un poco bolivianos (Ana, boliviana, 68 años, llega en 1974, Córdoba, junio de 2006).

Como garantes de la integración, dado su papel de reproductoras de la cultura del país de destino, las migrantes bolivianas se proponen "actuar como tiene que ser", y como guardianas de la cultura del país de origen "no cambian su esencia, mantienen todas sus tradiciones y transmiten los valores culturales". Este papel de mediadoras es relevante para la estabilidad familiar y un factor clave para el desarrollo del proyecto migratorio.

Esto pone de relieve que ambos procesos –la reproducción de prácticas asociadas a las comunidades de origen y la incorporación en la sociedad de destino– no son contradictorios. La selección de aquello que se reproduce como cultura de origen y como cultura de destino constituye un posicionamiento político y también una forma de resistencia. En este sentido, como garante de la preservación de la cultura de origen, mantienen y reelaboran ciertas actividades, prácticas y tradiciones: "[Las mujeres] se ponen al frente de sus familias para sus hijos. La alimentación a sus hijos, todos los pasos que tienen que tener nutricionalmente. Saben, por sus antecesores, que les tienen que dar mucho cereal, muchas vitaminas.

Hacen productos caseros para poderlos curar si se enferman. Eso se ha ido heredando" (Elena, boliviana, 52 años, llega en 1990, Córdoba, mayo de 2006).

El caso de los grupos de danzas folclóricas bolivianas, donde intervienen varones y mujeres de la comunidad, es otro ejemplo de ello. Las danzas regionales, recuperadas y reproducidas por los migrantes en el lugar de destino, han constituido una específica identidad a partir de la selección, utilización y proyección de ciertos elementos culturales en el marco de procesos identitarios (Grimson, 2010:63). Irma –migrante boliviana de Sucre que junto con su marido, también boliviano, trabaja en un pequeño taller de costura– relató la importancia que le otorga al hecho de que sus hijos, ambos nacidos en Córdoba, participen en un grupo de baile de caporales bolivianos:12 "Que mis hijos argentinos bailen caporales es un orgullo. Para mí es muy importante mantener las costumbres de allá; es como estar más cerca y poder pasárselo a mis hijos [...] Para la última fiesta de la Virgen de Urkupiña estuve toda la noche anterior cosiendo los trajes. Casi no dormí" (Irma, boliviana, 37 años, llega en 1996, Córdoba, diciembre de 2009).

La identificación nacional –que incluye diversos dispositivos institucionales como fiestas, ferias, ligas de futbol y organizaciones civiles que luchan por los derechos de sus compatriotas (Grimson, 2006:87)– ha sido un mecanismo para reunirse y hacerse visible en la nueva sociedad, lo cual no supone la ausencia de conflictos, distinciones y tensiones al interior de estos dispositivos institucionales debido a la heterogeneidad que caracteriza a la comunidad boliviana. Las migrantes bolivianas coinciden en que la recreación de las fiestas es parte de la reconstrucción de una cultura nacional, de una tradición que los agrupa en el lugar de llegada, dirimiendo las diferencias del mapa étnico boliviano bajo una misma marca identitaria que, en determinados contextos, resume lo étnico y lo nacional. Como garantes de la reproducción en el lugar de destino de lo que consideran su cultura de origen, alientan la preservación de una serie de prácticas. Esto, a su vez, pone de manifiesto la relación que se establece con el lugar de origen, no sólo con el espacio físico sino también, y especialmente, con el espacio social y simbólico (Sayad, 1998:16).

Entre las acciones que las mujeres migrantes promueven en la ciudad de destino está el acceso a la educación de los hijos, la cual se torna fundamental para la estabilidad y consolidación del proyecto migratorio. El rol de las mujeres bolivianas adultas como impulsoras principales para que sus hijos estudien, las coloca en un lugar relevante frente a las necesidades de integración:

Yo siempre digo que nosotros nos vinimos con una valija llena de ilusiones, de proyectos para poder salir adelante, con muchas expectativas de seguir estudiando. Según lo que nos decían, lo que nos llamaba mucho la atención era la Universidad de Córdoba. Entonces, con todo eso vinimos nosotros, primero mi marido, después yo con mis hijos chiquitos, pero llegamos acá y era otra la realidad. Con lo que primero chocamos fue con el documento, que no lo teníamos y no podíamos trabajar, no podíamos inscribir a los chicos al colegio porque no teníamos la documentación necesaria, o sea que fue terrible lo que hemos sufrido. Pero ahora ya tengo a mi hija, que ese era el sueño que yo quería cumplir, que mis hijos lleguen a la universidad en Córdoba. Mi hija ya es profesional, y mi hijo se está preparando para entrar a la universidad (Elena, boliviana, 52 años, llega en 1990, Córdoba, mayo de 2006).

El relato de Amalia –quien nació en Argentina pero que a los pocos meses de vida se volvió a Bolivia con sus padres (ambos eran de origen boliviano y trabajaban en las cosechas en el norte argentino) hasta los 13 años– también expresa la importancia otorgada a la educación de sus descendientes: "Yo tengo dos hijos. A mi hijo casualmente ahora le han dado la bandera, porque era primera escolta el año pasado; está en sexto año, pero ahora le han dado la bandera porque siempre han estado empatados. Ahora subió a la bandera en julio. El otro día fui a sacar fotos. Va a seguir abogacía; tiene unas notas hermosas. Para mí es muy importante que estudien" (Amalia, argentina hija de migrantes bolivianos, 43 años, Córdoba, octubre de 2007).

En el marco de la comunidad boliviana en Córdoba, la educación funciona como un factor de diferenciación a la vez que como expresión de éxito del proyecto migratorio, en tanto se la vincula directamente a la posibilidad de movilidad social ascendente. Así lo explicaba Irma cuando sostenía: "Para nosotros lo más importante es que nuestros hijos estudien; siempre buscamos que estudien [...] que vayan a la escuela, si es posible a la universidad, y a veces la familia se sacrifica para que puedan estudiar" (Irma, boliviana, 37 años, llega en 1996, Córdoba, diciembre de 2009).

En los testimonios de las migrantes bolivianas se plantea indistintamente el hecho de ser varón o mujer a la hora de pensar en la inversión en educación. Teniendo en cuenta el lugar central que ocupan los hijos en el proyecto migratorio, el valor otorgado a la educación se articula a ciertas decisiones que se van tomando en pos de facilitar su acceso a los niños. El apoyo de los padres para que los hijos permanezcan el mayor tiempo posible dentro del sistema educativo formal no necesariamente se vincula con su nivel de formación. En el trabajo de campo realizado en Córdoba, se constata que la pertenencia de clase de las familias no supone una valoración diferenciada respecto de la educación como factor de ascenso social. Al contrario, en todos los estratos sociales la educación aparece como un factor clave. No obstante ello, la pertenencia de clase de los padres puede determinar, en muchos casos, el tiempo de permanencia de los hijos en el sistema escolar formal.

En tal sentido, las mujeres bolivianas asumen, por una parte, la función de productoras-mantenedoras y expertas en su cultura; y, por otra, la capacidad para recoger y amplificar el testigo de la otra cultura como encargadas de la educación-socialización del grupo (Agrela, 2006:17). Son las mujeres las que se ocupan de mantener viva la cultura de origen a partir del rol que poseen en la reproducción de determinados ritos, celebraciones y prácticas y, a la vez, se ocupan de mantener viva la cultura de destino a partir de su papel de garantes de la integración. En la medida en que son (re)presentadas y se (re)presentan como responsables del mantenimiento de la cultura de origen y, además, como instrumentos privilegiados para la socialización y adaptación al nuevo contexto, pueden ser definidas como mediadoras entre la cultura del país de origen y la cultura del lugar de acogida (Agrela, 2006). El rol de mediadoras, vinculado a la función de reproducción social a partir de la condición de género, se sustenta en la percepción de que la mujer boliviana migrante es la que transmite la cultura de la comunidad de partida, ya que posee un capital simbólico y acerca a la cultura del país de destino, sobre todo debido a que es el nexo entre la familia y las distintas esferas sociales encargadas de recrear la cultura nacional, como la escuela.

Así pues, las migrantes bolivianas actúan como factor de estabilidad del proceso de movilidad y asentamiento en el lugar de llegada, y a la vez como responsables del mantenimiento del legado del país de origen, actuando como aglutinadoras entre los ámbitos público y privado, productivo y reproductivo, entre el origen y el destino, siendo éste uno de los roles centrales que asumen –y se les asigna– en la consolidación del proyecto migratorio hacia Córdoba.

 

A modo de conclusión

Una de las preguntas más frecuentes de los estudios sobre las migraciones en clave de género gira en torno del papel de las mujeres en este proceso. La reconstrucción de las trayectorias migratorias y de los roles sociales que las migrantes bolivianas elaboran sobre sí mismas y sobre el papel que cada miembro de la familia desempeña en el proceso migratorio contemporáneo hacia Córdoba ofrece elementos para reflexionar acerca de esta interrogante.

En términos generales, la mujer boliviana se representa y es representada como símbolo: de lucha, estabilidad familiar, integración, continuidad y trabajo. Estas imágenes, que remiten a procesos identitarios y se plasman en ciertos roles y relaciones sociales, expresan las presencias de las migrantes bolivianas, las cuales son múltiples y se sustentan en procesos de configuración y reconfiguración de determinadas relaciones de poder a partir de la condición de género. De tales procesos surgen maneras particulares de combinación y articulación de los espacios productivo y reproductivo, público y privado, que no sólo dan muestra de formas de dominación y exclusión social a partir del género, el origen étnico y regional y la pertenencia de clase, sino que también revelan la propia agencia de los actores –en este caso, de las mujeres migrantes–, quienes despliegan distintas estrategias que, en determinados contextos, disputan y cuestionan prácticas socialmente instituidas vinculadas a ciertos mandatos de género.

A través de los modos en que la mujer boliviana migrante se representa y es representada es posible identificar no sólo el papel que ésta desempeña en el proyecto migratorio, sino también la articulación que se establece entre las esferas productiva y reproductiva, entre los espacios público y privado, entre la familia y el mercado de trabajo; los mecanismos mediante los cuales esa articulación se legitima; la intersección de esas esferas y espacios, y cómo eso se expresa en el despliegue de distintas estrategias en el marco del desarrollo y consolidación del proyecto migratorio hacia Córdoba.

 

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Notas

1 Este estudio se llevó a cabo como parte del trabajo realizado como investigadora asistente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y como parte de la estancia posdoctoral en la Universitá degli Studi di Padova, a partir de la obtención de una beca Erasmus Mundus (2010-2011). Agradezco a las profesoras Laura Balbo y Franca Bimbi, de la Universitá degli Studi di Padova, por la bibliografía sugerida y las conversaciones mantenidas sobre estos temas.

2 Se entiende por vida adulta una fase de la vida y un rol social fuertemente definido (Balbo, 2008:54).

3 La noción de representaciones sociales es concebida por Mato (1999:153) como enunciados verbales, imágenes y otras formulaciones de sentido, descriptibles y diferenciables, producidas por actores sociales como formas de percepción o simbolización de aspectos clave de la experiencia social, orientando y dando sentido a las prácticas que esos actores desarrollan.

4 Entre las investigaciones clásicas sobre migraciones internacionales es posible citar los trabajos de Ravenstein (1885), Stouffer (1940), Lee (1966), Harris y Todaro (1970). En la década del ochenta, una investigación sobre migrantes yugoslavas en Alemania, Francia y Suiza (Morokvasic, 1984) cuestionó algunos de los presupuestos que se desprendían de aquellas investigaciones: en primer lugar, reveló que la mujer estaba presente en la primera etapa de la migración y que incluso en muchas ocasiones era la iniciadora del proceso; en segundo lugar, determinó que los motivos de la migración no se reducían sólo a vínculos familiares o estrategias económicas de la familia, sino que también podían ser resultado de la propia decisión de la mujer de movilizarse.

5 Las dicotomías público/privado, productivo/reproductivo, doméstico/extradoméstico han sido ejes centrales en la discusión de los estudios de género. Desde estos estudios, se ha señalado que las fronteras entre las esferas de lo público y lo privado, lo productivo y lo reproductivo, lo doméstico y lo extradoméstico no son algo natural ni dado sino construcciones sociales que responden a proyectos políticos e ideológicos específicos (Carrasquer et al., 1998; Maquiera, 2001; Torns, 2008).

6 Específicamente, algunos de los trabajos que se ocupan de la migración de mujeres bolivianas hacia Argentina son los de Balan (1990), Benencia y Karasik (1995), Dandler y Medeiros (1991), Magliano (2007, 2009) y Mallimaci (2011).

7 Históricamente, la sociedad boliviana se ha caracterizado por la existencia de profundas asimetrías sociales. En 1985, el gobierno del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) implementó un plan de ajuste estructural, adhiriendo las principales recetas neoliberales. Este plan ocasionó importantes tensiones socioeconómicas, siendo la aceleración de la migración –tanto al interior como al exterior del país– un efecto de esas tensiones.

8 Y no sólo en Córdoba: en Bolivia, la celebración del Día de la Madre, cada 27 de mayo, también adquiere gran trascendencia.

9 Desde los estudios de género se ha remarcado la necesidad de complejizar lo que se entiende por trabajo, incorporando en su definición aquellas actividades por las cuales no se recibe una remuneración a cambio, esto es, el trabajo reproductivo. Este último comprende las actividades destinadas a atender el cuidado del hogar y la familia, siendo sus características principales el no estar remunerado, ser un trabajo eminentemente femenino y permanecer invisible incluso a los ojos de las personas que lo llevan a cabo (Carrasquer et al., 1998:96).

10 En Córdoba, por ejemplo, son las mujeres bolivianas quienes mayormente han estado al frente de las protestas y demandas de acceso a derechos, como en el caso de la vivienda, una de las principales necesidades de la comunidad boliviana en esta ciudad.

11 Esta tendencia forma parte también de los procesos de incorporación laboral de las mujeres en Bolivia, donde el empleo doméstico reviste mayoritariamente el rango de un empleo transitorio, propio de un momento del ciclo de la vida (la soltería), una manera tanto de ayudar al mantenimiento de la familia como de supervivencia de la mujer joven. Por lo general, el abandono de esta ocupación coincide con el matrimonio (Rivera, 2004:168).

12 No se desarrolla en este trabajo el significado que la reproducción de estas expresiones culturales posee para los hijos argentinos de migrantes bolivianos. Un número importante de los integrantes de los grupos de danza son hijas/os e incluso nietas/os de migrantes bolivianos, muchos de los cuales nunca han estado en Bolivia.

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA

MARÍA JOSÉ MAGLIANO es doctora y licenciada en historia por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en Argentina. Es investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Es cocoordinadora del programa de investigación "Multiculturalismo, migraciones y desigualdad en América Latina", del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS-Conicet/UNC) y del Centro de Estudios Avanzados (CEA-UNC). Entre sus publicaciones destacan los artículos: "Migración de mujeres bolivianas hacia Argentina: Cambios y continuidades en las relaciones de género", en Les Cahiers Alhim. Amérique Latine Histoire et Mémoire (núm. 14, 2007); "Migración, género y desigualdad social. La migración de mujeres bolivianas hacia Argentina", en Estudios Feministas (vol. 17, núm. 2, 2009); y (en coautoría con Janneth Clavijo) "La trata de personas en la agenda política sudamericana sobre migraciones: La securitización del debate migratorio", en Análisis Político (núm. 71, 2011).

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