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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.6 n.3 Tijuana Jan./Jun. 2012

 

Artículos

 

"Tuvimos que estar allá pa'hacer algo aquí": Formas de vida transnacional y trabajo femenino, realidades en Michoacán

 

"We Had to Be there to Be Able to Do Something here": Forms of Transnational Life and Female Work, Realities in Michoacán

 

Angélica Navarro Ochoa

 

Universidad de Guadalajara. Dirección electrónica: angelica.ochoa@profesores.valles.udg.mx.

 

Fecha de recepción: 29 de junio de 2010.
Fecha de aceptación: 25 de octubre de 2010.

 

Resumen

Este trabajo centra el interés en aspectos particulares de las relaciones y dinámicas que los habitantes de dos localidades michoacanas establecen para mantener una forma de vida que desarrolla prácticas que articulan, de manera simultánea, varios lugares dentro de una dimensión espacial transnacional. Ahí, las actividades laborales, la cultura, las relaciones conyugales y familiares son producidas, transportadas y reinscritas por aquellos que se ven involucrados en los flujos migratorios. De esta forma se muestra cómo la familia –y sobre todo las esposas– responden y se reorganizan para sobrevivir ante la migración de uno o varios de sus miembros o de ellas mismas. Estas mujeres construyen formas de vida donde la conyugalidad a distancia, el trabajo femenino y una mayor toma de decisiones se vuelven algo común para la reproducción familiar.

Palabras clave: formas de vida transnacional, relaciones de género, trabajo femenino, familias transnacionales, Michoacán.

 

Abstract

This paper focuses on specific aspects of the relationships and dynamics used by the habitants of two Michoacán localities to maintain a way of life that engages in practices that links several places within a transnational space dimension. Th ere, work activities, culture, marital and familial relations are produced, transported and transformed by those involved immigratory fl ows. They show how families, particularly wives, respond and reorganize to survive the migration of one or more of their members, or their own migration. They construct ways of life in which long distance married life, female work and a greater role in decision-making become commonplace infamily reproduction.

Keywords: forms of transnational life, gender relations, female work, transnational families, Michoacán.

 

Introducción1

La intensificación y cambio de los patrones migratorios en las últimas décadas ha llevado al surgimiento de una serie de enfoques y nociones conceptuales que intentan explicar las relaciones y razones que mantienen los vínculos entre las localidades de origen y las de destino. Este es el caso del transnacionalismo, enfoque bastante discutido que ha permitido explicar una serie de prácticas, formas y redes entre migrantes y no migrantes, entre quienes se van y quienes permanecen en el lugar de origen (Courtney, 2006; Moctezuma, 2008; Portes, Guarnizo y Landolt, 2003, entre otros). Este trabajo intenta abonar evidencias empíricas que apoyen el debate teórico para entender el fenómeno migratorio y los significados de las formas de vida transnacional y, a su vez, mostrar cómo los actores sociales –mujeres y hombres– construyen los fenómenos migratorios y participan en ellos, así como los significados que les dan, las prácticas que realizan, las relaciones que establecen, los proyectos de vida que imaginan e intentan seguir, pero también las tensiones y conflictos familiares que pueden estar presentes entre migrantes y no migrantes. De esta manera, resulta necesario explorar vertientes de análisis que ayuden a conocer la complejidad del fenómeno migratorio y, sobre todo, sus impactos en las relaciones de pareja y familiares.

El trabajo aquí presentado se basó en entrevistas a profundidad realizadas a mujeres de tres generaciones –abuelas, madres e hijas– para reconstruir las trayectorias de vida, laborales y migratorias de mujeres y hombres de las localidades de estudio.2 Mediante estas entrevistas se profundizó en las relaciones entre los cónyuges, se identificó los conflictos y tensiones de género e identitarias y se indagó en las decisiones tomadas por ellos para la organización familiar, el trabajo, los salarios, gastos, educación de los hijos, etcétera.

El estudio se divide en cuatro apartados: en el primero se hace un acercamiento a las nociones teóricas que sustentan el artículo; en el segundo se ubican las localidades de estudio en relación con su historia migratoria; en el tercero se muestra cómo la familia –y sobre todo las esposas– responde y se reorganiza para sobrevivir ante la migración de uno o varios de sus miembros; en el cuarto se examina la transformación de identidades femeninas a raíz del impacto laboral, migratorio y de participación comunitaria en la vida de algunas mujeres de Telonzo y El Saucillo, y se concluye con una pequeña reflexión sobre lo presentado.

 

Migración y formas de vida transnacional

La migración México-Estados Unidos es un proceso complejo que se sustenta en la conformación de redes sociales, familiares, comunitarias y culturales, mediante las cuales se construye un sistema de intercambio y circulación de gente, dinero, bienes e información entre individuos de dos o más países (Courtney, 2006; Portes, Guarnizo y Landolt, 2003; Herrera, 2005). En este proceso, mujeres y hombres –como actores sociales– construyen, definen y redefinen su vida en un contexto que difícilmente desarticula las relaciones entre las localidades de origen y las de destino. Contrario a las ideas de aculturación y asimilacionistas que proponían la integración de los migrantes a la sociedad receptora y el olvido de sus raíces, costumbres y valores culturales, hoy construyen, mantienen e imaginan relaciones que los unen a sus localidades de origen pese a la distancia geográfica. Así conforman espacios extraterritoriales que van más allá de las fronteras nacionales.

Esto originó que, desde los años ochenta, varias disciplinas de las ciencias sociales resaltaran diversos factores que contribuían a la creación de espacios sociales caracterizados por las actividades de los migrantes3 y se empezó a debatir sobre la creación de espacios sociales transnacionales donde ellos llevan a cabo acciones, toman decisiones, tienen preocupaciones y desarrollan identidades inscritas dentro de redes sociales que los conectan con dos o más sociedades simultáneamente (Basch, Glick y Szanton, 1994).

Las innovaciones tecnológicas, la reducción de los costos de los viajes, la facilidad de la comunicación (telefónica y electrónica) y el desarrollo de fuerzas económicas y sociales facilitaron que los migrantes y sus relaciones se extendiesen más allá de las fronteras geográficas. Así, los migrantes construyeron formas de vida transnacional donde propician el surgimiento de nuevas historias y relaciones que se entremezclan con las historias que venían protagonizando; siguen siendo parte de una familia, de un pueblo, de una historia; practican costumbres tradicionales, pero también adoptan nuevos hábitos, costumbres y modos de vida que van transformando su identidad o identidades (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003).

Retomando la propuesta de estos autores, el término vida transnacional incluye aquellas prácticas y relaciones que vinculan a los migrantes con su país de origen, donde tales prácticas tienen una importancia significativa y se dan con regularidad. Pero también, como afirma Courtney (2006:17), la vida transnacional está encarnada en las identidades y estructuras sociales que ayudan a formar el modo de vida de los migrantes y sus relaciones con otras personas, instituciones y lugares. Entonces, hablar de vida transnacional es hablar de aquella forma de vida que puede desarrollarse entre migrantes en el lugar de destino, y que viajan al de origen, pero también la que se da entre los que residen en el lugar de origen y que están estrechamente relacionados con los que viajan.

Los contornos de la vida transnacional en el ámbito local surgen por vía de la repetición de ciertas prácticas sociales, de género y culturales que gradualmente se tornan en normativas y estructurales. Esta forma de vida transforma y orienta la existencia de los lugareños hacia lo visto y hecho en el norte; mientras, para los que viven en California se ve dominada por las luchas cotidianas por sobrevivir, ahorrar y regresar como un triunfador a México, un retorno que, aunque es por poco tiempo, los llena de energía para soportar la vida que llevan allá durante todo el año. Además de que gracias a estas visitas y el cultivo de relaciones se recrea la identificación con su gente, pueblo y cultura. En este sentido, el proceso migratorio no implica una desarticulación de los migrantes con las comunidades de origen, sino más bien una construcción de relaciones que tienden a una forma de vida transnacional con miembros aquí y al otro lado de la frontera.

El surgimiento de esta forma de vida comenzó a evidenciarse con mayor fuerza desde finales de los años setenta en Telonzo y El Saucillo, dos localidades michoacanas que fueron objeto de estudio. Esto sucedió cuando la primera generación de hombres migrantes promovió relaciones más estables con las localidades de origen y las siguientes generaciones de migrantes. Esa primera generación fue la facilitadora de la migración y el establecimiento de los "nuevos" migrantes –segunda y tercera generación– en Estados Unidos, pero también de mantener los lazos con las localidades de origen de distintas maneras, como son: las múltiples relaciones familiares (esposo-esposa, padres-hijos, abuelos-nietos), económicas (remesas), organizacionales (comités pro servicios) y religiosas (festividades).

Estas relaciones, sumadas a factores estructurales, alentaron la reproducción de circuitos migratorios4 en los que hombres y mujeres protagonizan intercambios y construyen relaciones transnacionales, pero donde también están presentes intereses dispares, tensiones y negociaciones que subyacen en la producción de estos vínculos, de los que así mismo emanan obligaciones y derechos establecidos con los que permanecen en la localidad de origen y los que emigran (D'Aubeterre, 2000b). Esto no quiere decir que todos los habitantes de las comunidades afectadas por la migración vivan bajo relaciones sociales transnacionales, porque existen aquellos que las han roto, otros las restablecen y algunos más nunca participan en ellas.

En este contexto se generan una serie de cambios que resignifican ciertos contenidos culturales, familiares, laborales y sociales. Los resultados del trabajo de campo, los testimonios recabados y la observación etnográfica realizada, por ejemplo, permitieron reconocer el importante papel que juegan las mujeres en el establecimiento de redes migratorias transnacionales, la autorreproducción del proceso migratorio, la reproducción social de las familias a pesar de una conyugalidad a distancia,5 el establecimiento de redes laborales tanto regionales como en el exterior, el logro de servicios y obras de bien común, pero también en la conservación de festividades y tradiciones entre quienes emigran y quienes permanecen en las localidades de origen.

 

Las localidades de estudio

Telonzo y El Saucillo se encuentran dentro de la jurisdicción territorial del municipio de Tangamandapio, Michoacán. La primera localidad cuenta con una población de 1 011 habitantes, y la segunda, con 557, según la Secretaría de Salud (2004). Las principales ocupaciones en ambos lugares son la agricultura de subsistencia entre pequeños propietarios, ejidatarios y campesinos que cultivan sus pequeñas extensiones de tierra, solicitan ecuaros6 o arriendan tierras, así como una ganadería extensiva en El Saucillo y la cría de cerdos en Telonzo. En esta última, en los últimos años ha despuntado la venta de enseres domésticos en abonos (pago en mensualidades) en toda la región de Zamora y pueblos de la cañada y la sierra michoacanas. Son negocios impulsados por ciertas familias del lugar que contratan hombres bajo comisiones por venta.

Estas localidades son parte de la región zamorana, que históricamente ha expulsado migrantes a Estados Unidos, no obstante el desarrollo agroindustrial (Verduzco, 1992).7 En Michoacán, como en otros estados del país, la migración de sus habitantes respondió a la realidad económica y política vivida tanto en México como en Estados Unidos. En México, las continuas crisis económicas y sociales han llevado a miles de mexicanos allende la frontera en búsqueda de mejorar las condiciones de vida de sus familias. En Estados Unidos, la necesidad de mano de obra barata ha sido un continuo y ni las recesiones económicas ni la ofensiva legal, cultural y social antiinmigrante han impedido que el flujo de mexicanos continúe, como es el caso de las localidades estudiadas en este trabajo.

Los habitantes de Telonzo y El Saucillo iniciaron su historia migratoria como una manera de mejorar sus condiciones de pobreza y marginalidad, y hoy representa una de las opciones en torno de las cuales se estructuran la vida y el porvenir de mucha gente. El proceso migratorio hacia Estados Unidos en ambas localidades comienza en un momento histórico semejante. Los programas Bracero ofrecieron una oportunidad de trabajo, principalmente agrícola, a los campesinos mexicanos. Fue entonces cuando algunos vecinos de las localidades estudiadas viajaron a Estados Unidos con la idea de ganar dólares para mejorar sus condiciones de vida. Fue una migración masculina y temporal hacia el valle central de California.

Una vez concluidos los programas Bracero, continuó el flujo de migrantes indocumentados –principalmente telonceños–, pero también de algunos braceros que habían logrado "arreglar" documentos para entrar sin mayores problemas en Estados Unidos –como los saucillenses–, además de que las redes sociales que desarrollaron permitieron la migración de las generaciones venideras.

Así, mientras los esposos iban al norte y venían de allá una y otra vez, las esposas permanecían en la localidad de origen. En estas circunstancias, las mujeres se vieron en la necesidad de convertirse en jefas de familia de facto durante la ausencia del marido, situación estudiada por Mummert (1988). Y no sólo tuvieron que hacerse cargo de sus actividades cotidianas en el hogar y el cui-dado de los hijos, sino también de las labores del esposo. Otras dependieron del "favor" paterno o de los suegros para mantener a su familia y, cuando no fue así, tuvieron que ocuparse en actividades fuera del hogar para mantenerlo mientras que las remesas del marido llegaban o escaseaban. Este fue el caso de las telonceñas, que criaron puercos y gallinas o trabajaron en los jornales en el campo o el despate de fresa en las congeladoras de Jacona y Zamora, mientras que las saucillenses, aunque dependían de las remesas, cuando fueron insuficientes se ocuparon en casas, vendieron alimentos, bordaron y tejieron artículos cuya venta les proporcionó ciertos ingresos. De esta manera, el trabajo extradoméstico comenzó a ser común entre las mujeres, y en la actualidad se ha diversificado y ampliado no sólo en contextos locales sino también en Estados Unidos.

En el caso de las telonceñas prevalecen realizando los trabajos tradicionales en la región, pero últimamente aquéllas con mayor preparación –sobre todo las generaciones jóvenes– están incursionando en el sector de servicios, trabajan en consultorios, tiendas de diversa índole y oficinas en las ciudades cercanas. Su incursión en el flujo migratorio fue escasa hasta los años ochenta, pues los migrantes preferían dejar a sus esposas en casa por diversas razones: mayor ahorro, ya que él podía viajar solo y obtener ingresos que tendrían mayor fruto en México; evitar una posible "contaminación" de la familia por la sociedad estadounidense, pero también el migrante temía a los "derechos asegurados" a la mujer por las leyes de Estados Unidos y probablemente terminar en la cárcel por un abuso de su parte. Sin embargo, este patrón se modificó paulatinamente gracias a los cambios en la legislación estadounidense y a la transformación de los flujos migratorios. Con la IRCA o Ley Simpson-Rodino en 1986, muchos migrantes pudieron arreglar la documentación de sus esposas e hijos. Así, a ellas les fue posible integrarse al flujo migratorio.

En el caso de El Saucillo, las mujeres, a diferencia de las de Telonzo, no han incursionado en el mercado laboral regional, pero sí lo hacen en el de Estados Unidos. La falta de incorporación de las saucillenses en el mercado laboral regional puede deberse a varias razones, entre ellas el hecho de que hasta hace poco contaran con una vía de comunicación que les facilitara su traslado. Paradójicamente, sin un servicio de transporte regional ni un camino adecuado, ellas fueron más lejos que las telonceñas. Esto lleva a cuestionar cuáles fueron los motivos que impidieron su participación laboral en la región y sí lo permitieron en el otro lado, y por qué una saucillense, que usualmente no se desplaza laboralmente en la región, sí cruza la frontera México-Estados Unidos para ocuparse del otro lado de la frontera, establecerse ahí o retornar a su localidad. Las respuestas a estas interrogantes probablemente tienen que ver con un proceso determinado por factores de orden histórico, cultural y socioeconómico que así lo han permitido. Según Marroni (2006:668), existen cuatro elementos para ello:

1. Socialización de las personas en un proyecto de vida que implica desplazarse de sus lugares de origen y la información de cómo pueden hacerlo.

2. Autorreproducción del proceso.

3. Existencia de regiones de origen y de destino definidas.

4. Redes que se forman para vincular ambas.

Estos elementos nos llevan a explicar el flujo migratorio y laboral de las saucillenses, pero también a considerar la idea de vida transnacional y globalidad, que implica una serie de relaciones –familiares, económicas, culturales y políticas– que articulan los lugares de origen y de destino, lo que es facilitado por las vías de comunicación. Las telonceñas y saucillenses han desarrollado una serie de prácticas y relaciones que vinculan a los que emigran con los que se quedan, y que se dan con importancia significativa y regularidad. Entonces, la vida transnacional se generó gracias a la facilidad para comunicarse y viajar regularmente entre el lugar de origen y el de destino, por lo que para los saucillenses es más fácil movilizarse una vez, aunque más lejos, que padecer todos los días las incomodidades de un mal camino y la insuficiencia del transporte público. Además existe una serie de conductas y comportamientos locales que han facilitado esta situación (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003).

Las saucillenses emigraron cuando contaron con la documentación para cruzar la frontera, viajaron con familiares y difícilmente se les permitió que lo hicieran solas y, sobre todo, que entraran de manera indocumentada, pues corrían una serie de peligros. En caso de tener hijos pequeños, los dejaban en la localidad al cuidado de los abuelos o hijas mayores; así, ellas se dedicaron a trabajar y no a cuidarlos –lo que hasta la fecha prevalece–, o bien, las abuelas van a atenderlos para que las madres laboren. Hasta los años ochenta, sus incursiones en el norte fueron temporales, emigraban en la temporada alta de trabajo en California y, una vez que disminuía, regresaban al rancho. En la actualidad, aunque este patrón se mantiene, existe un gran número de familias que radican y tienen fincada su vida en el otro lado de la frontera. Pero son familias que regresan a la localidad de origen a pasar las vacaciones decembrinas y celebrar las fiestas familiares y patronales, que precisamente se cambiaron a estas fechas cuando ellos regresan.

De esta forma, el proceso migratorio de los habitantes de Telonzo y El Saucillo, como tantos de Michoacán y México, no sólo ha sido una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de los que se van, sino también de los que se quedan. Además, este proceso también genera transformaciones importantes en la vida familiar, en las relaciones de género y, sobre todo, en la vida personal de aquellos que conviven en contextos migratorios. Así que vayamos a examinar esas transformaciones en el caso de los habitantes de Telonzo y El Saucillo.

 

El escenario familiar y migratorio

A partir de los años ochenta se desarrolló un proceso migratorio acelerado en México, que estuvo influido por las condiciones socioeconómicas estatales y locales. Las redes sociales formadas desde un par de décadas atrás permitieron alcanzar un grado de extensión y complejidad del fenómeno migratorio nunca antes visto en las localidades afectadas por los flujos migratorios, como los casos aquí estudiados. Los viajes de ida y vuelta, las actividades de las/los migrantes y las de los que permanecen en las localidades de origen llevaron a conformar un imaginario y un modo de vida entre Telonzo y El Saucillo y los lugares de destino: Ceres, Merced, Modesto y Stakton, California.

En este ir y venir, las familias fomentan los vínculos con la localidad de origen y mantienen movimientos circulares entre dos países, en los que el retorno (temporal o definitivo) siempre es una posibilidad latente. Difícilmente se concibe el establecimiento definitivo en Estados Unidos, aunque, en ocasiones, las circunstancias los llevan a permanecer en los lugares de destino, pero sin romper los vínculos con la localidad de origen. El tipo de migrante que salió y sale no parece ser de los que se van y nunca regresan, sino que viajan estacionalmente o de manera más o menos regular cada año o cada dos años –aunque con esto no se quiere afirmar que no existan "aquellos que se van y nunca jamás vuelven", porque sí los hay–. Así que resulta normal el establecimiento de una comunicación constante entre los migrantes y sus familias –nucleares o extensas– que permanecen en la localidad de origen. El uso del teléfono y el envío de cartas, fotografías y videos permiten mantener conexiones importantes entre los que se van y los que permanecen.

Esta comunicación consiente el intercambio de todo tipo de información y, sobre todo, alimenta las redes sociales desarrolladas. Es bien sabido que estas redes fomentan la continuidad de la migración, la instalación de paisanos en un mismo lugar, así como la búsqueda de trabajo en Estados Unidos, pero también el intercambio de mercancías y noticias de la familia, los amigos y las localidades donde se encuentran los migrantes –allá o aquí–. Gracias al intercambio de la información y los beneficios que se pueden obtener de ella, los habitantes de Telonzo y El Saucillo construyeron una forma de vida donde la migración se convierte en un evento con profundas repercusiones en el ámbito personal; representa una oportunidad que lleva implícita "una promesa" de conseguir algo para alguien. Este fue el caso de doña Agripina, de 73 años, una de las pioneras en el flujo migratorio internacional en los años setenta, quien narró así su experiencia:

Él ya tenía rato por allá y yo aquí con todos los chiquillos y la carga de cuidarlos. Además tenía que estar al pendiente de la parcela, del ganado y de una tienda que teníamos. Una vez que nos arregló [documentos para entrar legalmente en Estados Unidos], me fui pa'ayudarle. Aquí la mayor de mis hijas se quedó cuidando a sus demás hermanos. Allá les preparaba el lonche a él y a los muchachos grandes, pero después yo también trabajé. Vivíamos bien aquí, no nos faltaba qué comer, pero uno no podía hacer más y los hijos estaban creciendo y uno siempre quiere darles a ellos lo mejor. Estando allá, nos organizamos con las tareas de la casa y todos nos íbamos al field. Sólo así, trabajando los dos, pudimos sacar adelante a diez hijos; tuvimos que estar allá pa'hacer algo aquí (Agripina V., El Saucillo, Michoacán, noviembre de 2004).

En este caso, la intención de proporcionar mejores condiciones de vida para la familia se antepone a un sentido personal e individual por buscar algo para sí misma. Como doña Agripina, otras mujeres de su generación incursionaron en el flujo migratorio internacional, primero acompañando a sus esposos para cumplir con su "deber" de esposas, pero posteriormente estas ideas comenzarían a transformarse, sobre todo con las nuevas generaciones (hijas y nietas). Conforme ellas fueron integrándose al campo laboral, la dimensión personal ganó terreno y las relaciones de género en la pareja llegaron a sufrir cambios. La experiencia de Cleotilde, de 35 años, es un caso representativo. Ella cuenta:

Me casé y me fui a vivir con mi suegra, pues él [su esposo] se fue pa'allá. Él mandó para construir la casa, pero mi suegra fue quien administró el dinero; yo nunca vi nada de ese dinero y lo que me mandó a mí, pues yo pensé que ese dinero era para mis cosas. Y ese fue el problema, porque me gasté todo el dinero y no ahorré nada. Él me reclamó y eso me enojó mucho, discutíamos siempre por teléfono, por carta, y ya no se diga cuando vino. Yo le dije que necesitaba dinero para mis cosas y que si no me quería dar, me iba a ir a trabajar. Eso lo puso peor y me dijo que si eso quería que mejor me fuera, porque mientras viviera con él nunca me iba a dejar trabajar. Y esto no ha cambiado mucho, pero ahora, aunque no quiera, lo hago [trabaja] pues quiero tener mis cosas (Cleotilde O., Ceres, California, julio de 2006).

El dinero se convierte en un factor de tensión constante en la relación conyugal a distancia. En Estados Unidos, como jefe de familia, el esposo de Cleotilde decidió cómo distribuirlo y quién debería administrarlo: su madre; mientras que su esposa, en la localidad de origen, no tuvo voz ni voto, no fue considerada su opinión y mucho menos se le otorgó la facultad de administrar y decidir en qué gastar los recursos. Una vez que ella emigró y comenzó a trabajar y percibir una remuneración, al parecer fue otra persona con "voz" y decisión para continuar trabajando, gastar el dinero obtenido en lo que le pareciera y, sobre todo, enfrentar a su pareja para que respetara sus decisiones. Esto no sucedió sino hasta que llegó a Estados Unidos. El emigrar a este país fue un parteaguas en la vida familiar y personal de Cleotilde. Allá, lejos de las presiones familiares y sociales locales, representó "una oportunidad" para superar la situación de subordinación de que era objeto por parte de su pareja. Así se establecieron nuevas relaciones de convivencia en el matrimonio. Ella explica:

Acá hay cosas que cambiaron totalmente; otras siguen igual. Me hago cargo de los niños y de la casa, aunque él me ayuda mucho. Al principio no me dejaba trabajar [...] pero le dije que yo necesitaba dinero y que él no me [lo] daba [...] Él nomás pa'la casa de allá [la que tienen en El Saucillo] tiene [dinero] y sí está muy bonita con lo que le ha hecho, pero no estoy de acuerdo en que tenga más preferencia por las cosas materiales y no le compre sus gustos a sus hijos. Y eso ha sido otra de las cosas por las que tenemos problemas, porque para él está primero la casa, terrenos o camionetas, que su familia.

Pero reconozco que él ha cambiado mucho con los niños. Con los dos primeros él no supo lo que era cuidar niños, aguantar berrinches y llantos, enfermedades y todo lo demás. Ahora con el más pequeño [tiene un poco menos de dos años] ha sido otra cosa: lo cuidó por casi seis meses mientras yo tomé un curso de inglés por la tarde; está más al pendiente y se nota más afecto entre él y los demás niños. Ha sido un tiempo difícil donde han tenido que cambiar muchas cosas y quizá tengan que cambiar más porque, como te decía, tengo toda la intención de seguir trabajando aunque él se enoje; ya se contentará y si no ni modo [...] pues quiero tener mi propio dinero para mis cosas.

Y sí reconozco que han cambiado las cosas, pero no tanto como yo quisiera. Y por eso estoy duro y duro con él; ya no me quedo callada como antes; todo lo que hace mal se lo refriego en la cara y hasta lo amenazo que si no cambia lo voy a largar [...] Cuando no me hace caso en lo que le digo, me quedo callada y en días le retiro el habla y sobre todo en la noche no hay nada. No aguanta mucho; al ratito ya anda a ver con qué me contenta. Nos lleva a comer o platica conmigo [...] Yo lo quiero mucho, pero no por esto estoy dispuesta a seguir aguantándole sus cosas y así se lo digo (Cleotilde O., Ceres, California, julio de 2006).

El caso de Cleotilde muestra cómo las relaciones conyugales entran en crisis y conflictos continuamente. Y es cuando observamos que la sexualidad, el trabajo y la maternidad se entrecruzan con la conyugalidad y constituyen ejes de conflicto, a la vez que de armonía, entre hombres y mujeres. Éstas constantemente están luchando y confrontando a sus maridos para conformar relaciones de pareja más igualitarias y equitativas para cumplir no sólo con los deberes económicos en la familia, sino también con la obligación de compartir las tareas del hogar, de educar juntos a los hijos y, sobre todo, mantener lazos de fraternidad y amor con su pareja y familia. Al parecer, aquellas mujeres que incursionan en el flujo migratorio y se ocupan de actividades productivas tienen mayores posibilidades de lograr esto a diferencia de las que permanecen en los lugares de origen. Así lo considera doña Marina, de 63 años, migrante desde finales de los años setenta:

Paso mucho tiempo en el norte [en Estados Unidos] y me gusta la forma de vida de allá. Se vive mejor, bueno, eso si le echas ganas. Allá es otra cosa, sobre todo con él [su esposo]. Me ayuda en la casa. Ya cuando llego del trabajo tiene la comida y el lonche para el día siguiente. También [coopera] con la limpieza y todo lo que se necesita en la casa, y aquí [en El Saucillo] parece que se le van a caer las manos: no quiere hacer nada. Pero le digo: "no, m'ijo, si no me echas la mano no alcanzo a ir contigo a la parcela". Allá, como trabajas y aportas dinero al igual que ellos, puedes hablar y aquí no creas, es más difícil (Marina Y., El Saucillo, Michoacán, enero de 2005).

Así, la migración y el trabajo remunerado parecen tener impacto en la dimensión personal que puede asociarse con la idea de mayor ejercicio de poder e independencia femeninos, que muchas veces sólo se obtienen en oposición con el mundo familiar (Ariza, 2006:416). Entre las saucillenses y telonceñas es evidente que, al involucrarse en el fenómeno migratorio o mantener una separación conyugal por la emigración del esposo, desarrollan actividades (trabajo extradoméstico y participación comunitaria) que les permiten mayor realización personal y la obtención de ingresos, pero también tener una experiencia general de transformación y cuestionamiento de las relaciones de género en que participan.

No son raras las veces en que esto las lleva a enfrentar la autoridad del marido cuando toman decisiones en contra de la voluntad de este último. Este es el caso de Amelia, de 48 años, cuyo esposo emigró a Estados Unidos dejándola al frente del hogar y la familia. Ante la escasez de remesas, ella tuvo que buscar ingresos para satisfacer las necesidades de su familia; desde vender dulces, fruta y cena en la puerta de su casa, hasta ofrecer productos cosméticos y artículos para el hogar entre sus amigas y conocidas, fueron actividades en que se ocupó hasta llegar a ser funcionaria del sector de salud y participar con gran dinamismo en la construcción de la clínica de salud local. Esta participación le generó diferencias con su esposo y, en cierto momento, su matrimonio entró en crisis. Señaló ella:

Gracias a mi trabajo y petición conseguí para aquí un centro de salud [...] tuve que moverme en oficinas, entre funcionarios del gobierno municipal y de la jurisdicción de salubridad [...] y empezaron los problemas con él, pues me inventaron que lo había conseguido porque andaba con un doctor. Él estaba en Estados Unidos y hasta allá le llegaron los chismes, pero yo tenía mi conciencia tranquila y nunca los rehuí, sino que los enfrenté. Hablé con él sin tapujos, le expliqué las cosas y gracias a Dios me creyó y no pasó a mayores, porque uno de estos chismes por poco hacía que se acabara mi matrimonio (Amelia Hernández, Telonzo, Michoacán, diciembre de 2005).

Además de su habilidad para manejar la situación, también negoció, aclaró y se mantuvo firme para continuar con sus actividades fuera del hogar, pese a los reproches del esposo de que por sus constantes salidas del seno familiar desatendía la casa y a los hijos. Hizo uso de una capacidad de agencia cuando ignoró las órdenes y reproches del esposo y decidió apoyar a sus hijas cuando "dieron su mal paso" y las aceptó en su casa, aun en contra de la opinión del esposo.8 Amelia expresó:

Mi esposo estaba allá y le hablé. Le dije lo que pasaba y me dijo que no la quería así en la casa –embarazada, pues–. Le dije: "¡No, cómo la voy a echar a la calle! No puedes decirme que no la quieres en la casa porque ni siquiera estás aquí. Espérate a que vengas y entonces hablamos; pero por lo pronto aquí está en la casa y aquí se va a quedar porque tiene tantos meses de embarazo y no la voy dejar en la calle". Ya cuando vino llegó con otra mentalidad y me dijo: "Ni modo, vamos a luchar por sacar adelante las cosas" (Amelia Hernández, Telonzo, Michoacán, noviembre de 2004).

En casos como el de Amelia, los conflictos conyugales están muy vinculados con su participación laboral y comunitaria, pero también con una autoafirmación ganada, según ella: "porque él se va, porque si aquí estuviera quizá nunca hubiera sido la mujer que soy ahora". La relación con su esposo no sólo se enfrenta a una convivencia a distancia, sino también a una serie de elementos como el rumor o el chisme. Además se perfilan cambios importantes en los patrones de autoridad. Estas mujeres, como Amelia, comienzan a cuestionar la imagen del marido como el jefe exclusivo del hogar y la familia. Ellas perciben que tienen autoridad en la casa y que participan activamente, junto con sus cónyuges, en las decisiones importantes de la familia.

Con base en las experiencias de las entrevistadas, planteamos que las mujeres, al salir de su encierro en el ámbito privado, entran en contacto con otras mujeres (compañeras de trabajo, empleadoras y demás) e intercambian experiencias en su espacio laboral. También, mediante su participación en organizaciones gubernamentales o comunitarias, se "dan cuenta" de la situación de subordinación que tienen. Y aunque este "darse cuenta" no significa un cambio de su situación, sí es un principio que posibilita sustituirla tanto en términos ideales como materiales, como bien afirma Godelier (1989).

Así mismo, algunas mujeres llevan a cabo acciones específicas para defender su nueva posición en la familia. Ellas luchan por un proyecto personal –pero sobre todo familiar– que les permita mejorar sus condiciones de vida y así ofrecer a sus hijos otras oportunidades. Esta es la justificación para emplearse fuera del hogar y por ello defienden derechos de diversa índole: salir a trabajar, contribuir al gasto familiar, ser bien tratadas (física y emocionalmente) y tener el apoyo de los maridos en las tareas domésticas.

Varios son los estudios que se han dedicado a desentrañar los cambios en las relaciones familiares y de género en contextos migratorios (Rouse, 1989; Espinosa, 1998; D'Aubeterre, 2000b; Mummert, 2003; Woo, 2001, entre otros). En ellos se coincide en que los cambios son producidos por los sujetos que actúan en los procesos sociales y que tienen la capacidad de decidir dependiendo de las necesidades propias o del contexto en el que se encuentren. Por ello se hace necesario replantear el análisis de las relaciones de género, colocándolas en el proceso de interrelación dinámica entre individuo, familia y localidad; pero también, en los procesos sociales –migratorios transnacionales, laborales y culturales–, demográficos, económicos, políticos y sociales que intervienen en la interacción del grupo familiar y en la construcción de las condiciones de la vida conyugal y doméstica que marcan simbólicamente las transiciones en el curso de vida de los individuos. Y si queremos evaluar los cambios en las relaciones de género, es preciso tener en cuenta estas transiciones y un modelo analítico que permita conocer la situación de las mujeres antes y después de verse involucradas –directa o indirectamente– en la migración y en los procesos en que se ven implicadas, como los laborales.

 

Quehaceres, prácticas e identidades femeninas

Como parte de las relaciones y razones que mantienen y refuerzan la articulación entre las localidades de origen y de destino, se encuentran las identidades y estructuras sociales que ayudan a formar el modo de vida de los migrantes y no migrantes, sus relaciones con otras personas, instituciones y lugares. La recreación y construcción de estas identidades permiten al migrante identificarse con su localidad de origen, y a los lugareños, con los migrantes y las localidades de destino.

Si bien las evidencias sugieren que existen mayores dificultades y situaciones que están impidiendo el flujo de personas –como son los procesos de legalización y naturalización, la mayor dificultad de cruce debida a la fuerte vigilancia, las continuas crisis económicas tanto en Estados Unidos como en México, y el aumento de leyes antiinmigrantes–, los migrantes y las familias de los lugares de origen y los de destino han intensificado el flujo y la circulación de recursos materiales, simbólicos, religiosos y nostálgicos. Esto permite la permanencia de lazos de pertenencia y la recreación de identidades. En este sentido, el proceso migratorio no implica una desarticulación de los migrantes con las localidades de origen, sino más bien una construcción de relaciones que tienden a una forma de vida transnacional con miembros aquí y al otro lado de la frontera.

Este mismo proceso genera la transformación de las identidades femeninas. A principios del último tercio del siglo pasado, pocas mujeres en las localidades rurales tenían otras perspectivas de vida que organizar su identidad –o identidades– desde su contexto familiar y su rol de madre-esposa. Pero a partir de estos años comienza a operarse un cambio con el ingreso de las mujeres en los mercados de trabajo –local y extralocal– y el mejoramiento de las condiciones de vida, donde la migración, las remesas e ingresos femeninos tuvieron mucho que ver.

Así mismo comienza a darse en México una articulación de género y clase (trabajadora) que impulsa una concientización del sentido de género y, especialmente, de las diferencias según el sexo. Esto dio pie a una reconstrucción de identidades en la que la resignificación de papeles tradicionales llevó a la formación de nuevas representaciones simbólicas de lo que es la mujer. Ella ya no sólo es madre-esposa o hija; ahora es pública, activa, asalariada, informada, no sumisa y, sobre todo, protagonista de sus proyectos de vida. Así mismo, los roles y posiciones de las mujeres cambian y pueden llegar a expresar las formas en que ellas ejercen poder y autoridad sobre los integrantes de sus familias o demás miembros de la localidad.9

Las pantallas discursivas que se construyen en relación con el orden de género parecen cubrir esta realidad, presentando una exterioridad clara respecto de los mundos separados de hombres y mujeres. Sin embargo, en el decir de la gente encontramos ambigüedades, contradicciones, chistes y otras señales que permiten advertir discursos en donde aparece otro orden de cosas: un orden donde las mujeres se distancian del estereotipo tradicional y asumen papeles de mucha más actividad y participación. Esto puede observarse en los siguientes fragmentos de entrevistas:

Mi mamá, desde que yo estaba chiquilla, ha trabajado. Me dejó de meses de edad con mi hermana la mayor y cuando regresó yo ni la quería, pero nos acostumbramos a vivir así, pues mi mamá siempre [estaba] lejos. Yo le decía mamá a mi hermana la mayor. Ahora veo bien que haya sido así, aunque por mucho tiempo le guardé resentimiento porque salió de aquí y conoció otro modo de vida, ganó dinero y se compró lo que quiso [...] Ya cuando no pudo trabajar, entre las dos pusimos la tiendita. Mi papá no quería, pero le dije que eso nos iba a servir de distracción y no íbamos a estar todo el día metidas en el quehacer de la casa (María O., El Saucillo, Michoacán, enero de 2006).

Otra joven dijo:

Mi mamá no está acostumbrada a estar sin hacer nada. Como toda su vida ha trabajado, apenas sí tiene un tiempecito libre y se anda metiendo en otras cosas. 'Ora le dio por meterse de catequista. Le digo: "¡Ay, 'amá!, tú no tienes traza. Mira nomás en la pura cay [calle] te la pasas". Y me dice: "¿Pu's qué quieres?, si ya no me hallo estando encerrada". Ella llega de trabajar, come, limpia la cocina y le corre a dar las pláticas de la Biblia o al catecismo, o que ya anda en esto o en aquello. El viernes es único día que la hallo aquí en la casa. Lo bueno que mi papá no está aquí, que si no ya era una de pleitos para que ella dejara sus cosas (Lilia H., Telonzo, Michoacán, enero de 2005).

A partir de estos testimonios puede interpretarse que las telonceñas y saucillenses, lejos de corresponder a los estereotipos de género de pasividad y sometimiento a voluntades ajenas que suelen presentarse en algunos discursos, son personas trabajadoras, emprendedoras y decididas, capaces de realizar labores sociales por la comunidad o de trabajar por el bienestar de sus familias. Y si bien el trabajo aparece como "una distracción" (del quehacer doméstico), también se concibe como algo deseable. No obstante, encontramos que se mantiene una responsabilidad de una doble jornada de trabajo, porque a final de cuentas siguen siendo su responsabilidad las tareas del hogar.

Por otro lado, en estos mismos testimonios se habla de maternidades y paternidades transnacionales, relaciones entre madres y padres a la distancia, donde las dificultades y recelos por la falta de cercanía son justificadas por lograr mejores condiciones de vida en la familia. También queda entre líneas la idea de que si las mujeres trabajan y logran algo es porque el esposo no está presente; la "libertad" y "la poca vigilancia"10 que tuvieron les permitieron incursionar en otras actividades que difícilmente hubieran realizado con el esposo a su lado. Y para aquellas que emigraron junto con el esposo, el trabajo, en un primer momento, se volvió una necesidad para sobrevivir en Estados Unidos y, posteriormente, se conformó como un mecanismo no sólo para desempeñarse laboralmente sino como una forma de lograr proyectos personales y familiares.

El trabajo femenino entre algunos hombres se toca en tono de broma, pues parece que es algo que produce incomodidad y se hace necesario convertirlo en motivo de risa. En una ocasión en que la autora entrevistó a Sergio Ochoa –encargado del orden en El Saucillo– y a su esposa, les comentó que era una sorpresa encontrar tanta mujer sola –por estar el esposo en Estados Unidos– que se encargara del trabajo no sólo de la casa sino también de la parcela y del ganado como el mismo esposo. Riéndose irónicamente, él responde: "es que son bien chingonas. Yo no sé pa'qué se casan si ellas pueden solas [...] Por eso creo que mejor nos vamos a quedar en la casa y que ellas hagan todo. ¿Verdad, vieja?" Fue una respuesta que molestó a su esposa, quien contestó: "P'os nomás hablen y ya verán cómo les seguimos tapando la bocota. Nosotras sí trabajamos y no nos hacemos tarugas como otros que se van supuestamente a trabajar". El señor vuelve a reír y dice nuevamente: "Ya ve, le digo que son bien chingonas".11

En otra ocasión se cuestionó sobre el mismo tema a Jesús, esposo de Anita, después de terminar de entrevistar a su esposa. En son de alabar a ella y a otras mujeres del lugar por sus múltiples actividades, se le hizo el mismo comentario y respondió:

Sí, aquí trabajan más ellas que nosotros, pues pa'nosotros no hay mucho trabajo. Por eso todos se van para allá. Yo aquí hago de todo un poco, lo que caiga, porque te digo que no hay. Hay meses que no hay nada de chamba, pues no llegan dólares. Los pocos hombres que no se atreven a irse o que no tienen papeles, nomás los ves ahí en la placita platicando la mayor parte del día, porque al campo nomás van un rato en la mañana y cuando es temporada [...] Ellas tienen más en qué ocuparse. Bueno, la mía no para en todo el día aquí y allí con el trabajo de la casa, su tienda, haciendo sus informes de la clínica o que ya tiene que irse a la clínica, a tal o cual oficina, o que tiene que ir a una reunión con el cura, o a las pláticas [...] y así siempre (Jesús Y., El Saucillo, Michoacán, junio de 2006).

El comentario de Jesús nos remite a considerar la falta de empleo para los hombres y la creación y permanencia de tareas femeninas que pueden ser redituables (recolección de estiércol, frutas silvestres, bordado de utensilios del hogar, preparación de alimentos que pueden vender a lugareños o paisanos que radican en Estados Unidos). Sin embargo, el argumento de Jesús también da cierto reconocimiento a la creatividad cultural y la iniciativa de la mujer no sólo para emplearse y obtener algún beneficio, sino también para tratar con funcionarios públicos y representantes eclesiásticos. De esta manera, en estos discursos se entremezcla el desempeño de una mujer casada-madre-ama de casa, pero también se introducen el elemento trabajo y el desarrollo profesional.

Otro aspecto notable es la participación, casi generalizada, de las saucillenses en las organizaciones religiosas, lo que no es muy diferente en Telonzo. El catolicismo en el municipio –como en la región zamorana– tiene tintes muy particulares, así como distintos movimientos seglares tales como la acción católica (cursillos, lectura bíblica, Caritas, Vela Perpetua, Jóvenes para Cristo, Aguiluchos, etc.) y el apostolado de la oración. La participación en diferentes grupos es una señal del ánimo colaborador con el que la población vive la religión católica. Y en esta forma de vivir su religiosidad surgen diferencias con quien se atreve a querer cambiar sus "tradiciones".

Estos grupos religiosos son encabezados por mujeres que no sólo se ocupan de los rituales de la fe sino también de actividades en bien de la localidad, en las que la participación de los migrantes es muy esencial. Por ejemplo, desde finales de los ochenta, en El Saucillo se organizó un comité para construir la capilla del lugar, la cual ahora luce en todo su esplendor. La influencia de la arquitectura estadounidense se deja ver en ella y en sus instalaciones (salón de reuniones, baños, estacionamiento, etc.). No existió medida cuando se pidió para este tipo de obras y aquellas que persiguen un servicio para la localidad. Varios saucillenses dijeron: "nomás digan cuánto y rápido", "por dinero no queda, lo que nos detiene son los permisos de la presidencia o del padre", o aquellos que dicen: "aquí está el dinero. ¿Cuándo empezamos?".

Las remesas que llegan del exterior son importantes no sólo para el sostenimiento de los vecinos del lugar, sino también para el financiamiento de obras de relevancia en la localidad: asfaltado del camino, empedrado de calles y acondicionamiento de brechas de terracería, teléfono, agua potable, plaza pública y capilla del lugar, entre otras. Así mismo han financiado con gran generosidad las fiestas de la comunidad. Este tipo de obras y la organización de la fiesta patronal son un motivo para captar la forma de vida transnacional que siguen los saucillenses. Y son las mujeres que permanecen en la localidad las encargadas de solicitar la cooperación y ponerla a disposición del responsable de la obra o actividad por realizarse. Sin embargo, este quehacer no es ajeno a crear dificultades que dividen a la población, específicamente en los dos últimos años. De entre estos encargados de las celebraciones religiosas, varias mujeres se han opuesto a las disposiciones del cura de la parroquia, quien trata de cambiar sus "tradiciones". Sin temor a la investidura se enfrentan y negocian sus ideas, las cuales se mantienen hasta la fecha. Así lo afirmó María Elena, migrante y presidenta del comité de las fiestas patronales:

Sí, me puse al tú por tú con él [con el párroco], pues cómo iba a dejar que me insultara. Si él me faltó al respeto, yo también a él; llegué a decirle que valían más mis faldas que las de él, porque las mías sí tenían palabra y las de él no. Temí que me diera un golpe, pero me dije: "Si me lo da se lo respondo" [...] él temblaba de coraje, pero yo también. Me dijo que era una burra testaruda que no entendía nada y que lo único que quería era que se hicieran mis calzones [...] "no son mis calzones", le dije. "Es lo que la gente de aquí ha hecho por años y no va a venir usted a cambiarnos lo que nuestros padres y el padre Enrique nos inculcaron (María Elena Y., El Saucillo, Michoacán, febrero de 2006).

Cabe aclarar que estos actos de rebeldía no están encaminados a cambiar o acabar con la estructura social o la religiosa, aun en estos casos de abierto y directo desafío o desobediencia, sino que son acciones en que las mujeres muestran su capacidad de agencia y el acervo de conocimientos que poseen, además de que pueden involucrar la red de relaciones que han conformado tanto en la localidad como en aquellos lugares donde radican los saucillenses en Estados Unidos. Esta es la forma en que actúan las mujeres y, como señala Giddens (1995), las afirma como agentes inteligentes que registran reflexivamente sus acciones y las de aquéllos con los que conviven en sus interacciones cotidianas, así como las pautas normativas que las rigen. En ocasiones, esta reflexión las lleva a contradecir y enfrentar las ideas de sus confesores, como lo demuestra el siguiente testimonio:

Se valen de su investidura y de que están arriba del altar para ofendernos y decirnos cosas. A ver, ¿por qué cuando están acá abajo no nos dicen lo mismo? Nunca me imaginé ver en mi vida algo así. Uno a ellos [párrocos] les guardaba mucho respeto, pero ahorita es otra cosa. Y nuestros pleitos no son por la religión, porque ahí no hay duda, sino por sus ideas. ¿Tú crees que nos íbamos a dejar que nos quitaran nuestra fiesta o de ir con nuestra peregrinación a Santiago? No, son meses que los que están allá ahorran pa'venir esos días. Vienen a la fiesta y a estar con su familia. ¿Y ahora qué? [...] Me dicen que a qué vienen ya [...] No, de mi cuenta corre que no nos quiten nuestras fiestas (Irma H., El Saucillo, Michoacán, febrero de 2006).

En este fragmento del discurso se vislumbra cómo los eventos cívico-religiosos se convierten en una arena de negociación y conflicto donde se lucha por redefinir identidades individuales en un contexto que se ha transnacionalizado a causa de la migración. La devoción a la Virgen de Guadalupe entre los saucillenses –como en muchos de los mexicanos que emigran a Estados Unidos– muestra cómo la práctica y la creencia religiosas contribuyen a crear y sostener la vida transnacional, lo que nos permite saber no sólo la forma en que ésta opera sino también por qué la gente participa en ella (Espinosa, 1997; Hernández, 2002; Courtney, 2006). Este es el caso de María Elena, quien encabeza un grupo de muchachas y señoras que desde mediados de año comienzan a planear tanto la fiesta patronal de la Virgen de Guadalupe como la participación en la peregrinación anual a la iglesia parroquial de Santiago y a la Villa de Guadalupe en la ciudad de México, en diciembre y enero de cada año. El diálogo de ella y demás organizadores locales con los que están allá es constante; sondean opiniones sobre recaudación de fondos para contratar música, fuegos artificiales, arreglos de la capilla, comidas, viaje, etcétera.

Para las celebraciones de diciembre de 2005 se fijó una cuota de 50 dólares por familia, migrante o no migrante. Las desavenencias con los representantes de la fe estaban en su máxima expresión; varias familias se negaron a participar por no contradecir las ideas de los curas, y el financiamiento para las fiestas no se completaba. Algunos migrantes "salieron al rescate" y aumentaron su donativo, pues querían que la fiesta a su retorno no desmereciera en esplendor. Así lo declaró un migrante:

Por dinero no va a quedar. Esto nunca va impedir que hagamos la fiesta del rancho y, si se puede, cada vez va a ser más grande. Apenas nos vamos y lo primero en que estamos pensando es en regresar a la fiesta. Eso es lo que nos mantiene allá y aguantar lo duro del trabajo. De nueve años que tengo viviendo allá, sólo un año no pude venir porque me enfermé, pero todos los demás no he faltado y mientras tenga vida y trabajo, no voy a dejar de hacerlo. ¿Tú crees que vamos a dejar que nos quiten nuestras fiestas? No, por supuesto que no (Jesús Y., El Saucillo, Michoacán, enero de 2006).

La fiesta o "función" –como es llamada localmente– para los migrantes, entre otros motivos, es la razón de regresar cada año; es un elemento que une a los hijos y nietos de las primeras generaciones de migrantes a la localidad de sus padres y abuelos. La participación de los jóvenes en los rituales y festividades religiosas en El Saucillo los ayuda a redefinir su pertenencia al pueblo de donde salieron sus padres, pero también los impulsa a confrontarla en el sentido de que se sienten extraños en él. Aunque, sin duda, se encuentran en una lucha con un doble frente: en torno de la pertenencia a la localidad de sus padres y abuelos y respecto de los términos de la asimilación estadounidense. Se sienten simultáneamente incluidos y rechazados, pero esto sucede tanto en el lugar de origen como en el de destino.

Mientras, para los representantes de la Iglesia, estas celebraciones son la ocasión para fomentar vicios y malos comportamientos: alcohol, drogas, prostitución, pleitos, envidias, etcétera, comportamientos que se agravan, según ellos, con el retorno de migrantes, pues ellos influyen de manera negativa al fomentarlos, sobre todo entre los jóvenes. Por ello, el señor cura y el vicario de la parroquia se dieron a la tarea de intentar "desfanatizar" y purificar todas aquellas fiestas que ellos consideran más de goce mundano que de fe. Pero para los migrantes son parte de su identidad, ya que les permiten reforzar lazos de pertenencia en un sentido de comunidad en un contexto social transnacional marcado por intensos cambios culturales, situación estudiada por Víctor Espinosa (1997) en un pueblo de Jalisco. Y es en esta lucha donde algunas mujeres toman la batuta y comienzan a mover conciencias. Ellas asumen discursos sobre sus derechos como católicos, sus logros como tales, así como una autodeterminación y voluntarismo para lograr objetivos en bien la comunidad. Leticia, de 41 años, comentó:

¿Que nos quiere quitar nuestras fiestas? Pu's ni crea que nos vamos a dejar. Acá todos nos estamos organizando para hacer nuestra fiesta como cada año y si el padre no quiere ir a darnos la misa, allá él, porque nosotros tenemos los nuestros [los oriundos del lugar]. Ya hablamos con ellos y nos dijeron que nomás les avisáramos. Y si no, hasta uno de acá nos llevamos. Yo aquí me confesé con el padre del templo [al] que vamos y él no entiende qué le pasa a este padre que tenemos allá, si aquí ellos mismos organizan toda la fiesta. Me dijo que tuviéramos paciencia porque seguramente es un padrecito muy ruquito. Y pu's sí, ya ves cómo está [...] pero también me dijo que no dejáramos perder nuestras fiestas, que es lo que nos mantiene unidos con nuestro pueblo [...] y por eso te digo que no vamos a dejar que este padre nos quite nuestras costumbres (Leticia V., Ceres, California, julio de 2006).

De esta manera, los vecinos de El Saucillo logran poner, paralelamente a las declaraciones más tradicionales respecto de sus papeles como católicos, una visión más liberal sobre lo deseable, que es escapar a una rígida identidad religiosa, sumisa y obediente. De esta forma están abriendo vías para contemplar el despliegue de agencia de mujeres y hombres en la normativa no sólo religiosa sino también de género.

Sin embargo, estas acciones seguidas por algunas mujeres en El Saucillo son criticadas por algunos hombres del lugar, quienes consideran que estas protestas son hechas por mujeres que no tienen que hacer en sus casas o "no saben lo que hacen, nomás por andar de revoltosas". Sin embargo, las mujeres reaccionan y responden a estas aseveraciones argumentando que su único interés es conseguir beneficios para su gente y el lugar.

Esta situación se da también en los terrenos de la política. La participación de las mujeres en actividades sociopolíticas es un fenómeno de las últimas décadas tanto en Telonzo como en El Saucillo, pues anteriormente eran los hombres los únicos que se involucraban y participaban en las actividades públicas. Ahora, el cambio es notable. A ello se refería un telonceño: "sí, 'ora ellas participan más, pero es que uno tiene que trabajar todo el día y no hay tiempo; llega uno todo cansado y lo único que quiere es descansar". Al responderle que ellas también trabajan, contestó: "Sí, pero ellas son más aguantadoras que uno y tienen, pues, ganas de andar en eso". Estas frases de "luchona", "jaladora", "chingona" o "aguantadora" fueron términos con los que en ocasiones se calificó la acción de las mujeres tanto en el campo laboral como en el político. Ellas mismas así lo reconocen: "ahora ya no es como antes que éramos las primeras en decir que pa'eso no servíamos, que no podíamos o no sabíamos, pero 'ora nos aventamos, y si no sabemos, en el camino aprendemos" (Guadalupe S., Telonzo, Michoacán, 30 de mayo de 2006).12

Ellas, a primera vista, parecen mujeres dedicadas únicamente a los roles de madres, esposas y amantes, pero descubrimos que también experimentaban en sus vidas un excedente de recursos que les permitían moverse en los límites de la condición femenina y que por momentos los superaban. Por otro lado, al parecer, los líderes de antaño murieron o envejecieron, mientras que los hombres de las siguientes generaciones mantenían gran parte de su vida en Estados Unidos, por lo que ellas tuvieron que involucrarse en la organización social y en la participación política en la localidad, como ha ocurrido en otros contextos del país (Arias, 1992; Marroni, 2000; D'Aubeterre, 2000b; Hondagneu-Sotelo, 1994, entre otros). La ausencia física del marido fue, al parecer, uno de los principales elementos que impulsaron a las mujeres a participar políticamente, aunque también estaba la intención de lograr metas personales y colectivas. No obstante, la independencia y libertad que ellas tienen, a diferencia de aquéllas cuyos esposos no emigran, les permiten participar más activamente.

 

Reflexión final

Como pudimos examinar, los contextos migratorios permiten confrontar distintos órdenes morales, laborales, políticos y económicos que no sólo afectan a las personas que físicamente se desplazan sino también a sus familiares y vecinos que permanecen en las localidades de origen. En consecuencia, se incrementan las posibilidades de tensiones y enfrentamientos entre miembros de grupos familiares involucrados en procesos migratorios al invocar e interpretar sus derechos y deberes al posicionarse unos frente a otros.

En este trabajo hubo un acercamiento a familias de mujeres que forjan sus proyectos de vida en dos espacios separados físicamente, pero que simbólica y prácticamente están unidos en un espacio social transnacional, construido por redes y procesos migratorios de individuos que están en constante movilización, donde la comunicación y el intercambio entre familias que se van y que se quedan mantienen ese espacio pese a la distancia geográfica (Pries, 1997). Insistiendo, como afirma Herrera (2005), no es un espacio que resulte de la suma de dos subespacios relacionados entre sí (las localidades de origen y las multilocalidades de destino), sino un espacio social que existe tanto en las localidades de origen como en las de California, pero también entre ambos lugares.13

Las mujeres, al no encontrarse presentes los hombres, se vieron en la necesidad de asumir tareas que anteriormente no realizaban, y con ello cruzaron las fronteras de los roles asignados a hombres y mujeres. Pero también aquellas que emigraron tuvieron que ocuparse en actividades salariales además del ámbito doméstico. Esto estimuló su capacidad de responsabilidad y autoridad en el hogar; desarrollaron una capacidad de agencia que les permitió tomar decisiones para modificar el ámbito de la vida privada y quizá también influir en la vida pública de su localidad.

Los testimonios presentados en este trabajo ayudan a comprender algunas dinámicas de las relaciones de género implicadas en el proceso migratorio entre México y Estados Unidos. Por ejemplo, se describe la manera como los migrantes y sus familias construyen lazos, relaciones sociales, sueños, ilusiones y proyectos de vida en dos localidades geográficamente distantes. Pero también muestran cómo este proceso ha originado fuertes tensiones y conflictos en las parejas, de tal manera que se ven obligadas a redefinir sus identidades de género y la organización del grupo familiar. Por esto, los conflictos culturales y de género están a la orden del día, y la negociación y el acuerdo se vuelven fundamentales para la convivencia en pareja, ya sea a distancia o in situ.

 

Referencias

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Notas

1 Este trabajo es parte de la investigación que dio origen a la tesis doctoral de la autora, titulada "Relaciones de género y trabajo femenino en dos localidades del municipio de Santiago Tangamandapio, Mich." (Navarro, 2007).

2 El trabajo etnográfico se realizó tanto en las localidades de estudio como en algunas a donde se dirigían sus habitantes en Estados Unidos (Ceres, Modesto y Merced, California). Se logró realizar 51 entrevistas y 16 historias de vida. Para guardar el anonimato de los entrevistados, sus nombres fueron cambiados; sólo se mantuvo el original en aquellos personajes que son funcionarios públicos o en los casos en que fueron expresamente autorizados.

3 Actividades que a su vez respondían a las condiciones estructurales de los países involucrados y a los procesos capitalistas transnacionales.

4 Este concepto permite explicar los vínculos que se establecen entre individuos o grupos, ya sea con migrantes de retorno o permanentes, y entre hombres y mujeres (Goldring, 1992:41).

5 La conyugalidad a distancia se vive gracias a la facilidad de las comunicaciones, sobre todo por teléfono, ya que permiten que cualquier eventualidad, decisión o percance en la familia, en el hogar, con los hijos, sobre las actividades productivas, entre otras, se discuta, acuerde u ordene indistintamente aquí o allá, según vivan los cónyuges a la distancia o in situ. D'Aubeterre afirma: "la conyugalidad a distancia no supone la corresidencia, pero sí una continua negociación entre marido y mujer en la toma de decisiones relacionadas a los procesos de producción y reproducción de la familia; también tiene que ver con la fidelidad femenina y manutención y cuidado de los hijos y bienes del hogar" (2000a:71).

6 Se le llama ecuaro a una fracción de tierra –principalmente cerril– concedida a un campesino para el cultivo de maíz de temporal. El campesino siembra y después de la cosecha deja los rastrojos para el ganado del propietario de la tierra o para que este último los venda a terceros.

7 La migración es una constante en muchas localidades michoacanas, como lo es en otras del país. Los patrones del flujo pueden repetirse y contar con similitudes, pero en cada uno de ellos aparecen particularidades que hacen que el proceso sea único.

8 Amelia ha hecho muchas cosas sin el consentimiento de su esposo. Entre ellas, apoyó la carrera de medicina de su segunda hija y recibió también a las dos menores que "fracasaron" en su primera relación de pareja (en diferentes momentos). Las dificultades con su esposo han sido constantes por el comportamiento de sus hijas, por el cual él la culpa a ella y la acusa de la libertad que les dio y de la poca atención que les prestó por trabajar fuera de su casa y andar en tanto asunto. Pero Amelia, pese al "mal" comportamiento de sus hijas, las apoya económica y moralmente.

9 No se quiere afirmar que esto sea generalizado entre las mujeres y que esas transformaciones sean para adquirir mayor autonomía, pues si bien ellas aportan recursos que satisfacen las necesidades familiares, mejoran la vivienda, compran bienes, mantienen a los hijos, con ello también están reafirmando un rol de madre-esposa y resaltando su papel como proveedoras; aunque no se descarta que logren una mayor autonomía, pues están ampliando sus márgenes de maniobra en los procesos de toma de decisiones tanto en el ámbito familiar como fuera de él.

10 Las comillas son utilizadas con el fin de tomar con cuidado estas palabras, porque en ocasiones, ante la ausencia del esposo, la esposa fue mayormente vigilada y presionada por la familia extensa para que su comportamiento no incurriese en la "deshonra" del cónyuge.

11 Sergio ha impedido que su esposa vaya a Estados Unidos, no obstante que cuenta con los papeles para hacerlo. La razón, según su esposa, es porque: "él tiene la idea de que allá la mujer tiene mayor poder que el hombre. Y él, como es un macho, no lo soportaría. Ha de pensar que me le subiré a las barbas". Esta falta de "permiso" para viajar tiene muy resentida a Elena y es causa continua de fricciones con su esposo, sobre todo ahora que sus hijos están allá y ella quisiera ir a visitarlos.

12 Lupita, de 30 años, está casada y es madre de dos niños. Ella atiende una pequeña tienda de abarrotes que es de su propiedad y de la cual, según sus palabras, "sale para todo, pues con lo que él gana, no creas, no nos alcanza".

13 Incluso el autor va más allá al plantear que este nuevo espacio social existe al margen de México y Estados Unidos, como un estado formal y culturalmente diferenciado.

 

Información sobre la autora

Angélica Navarro Ochoa es doctora y maestra en ciencias sociales con especialidad en estudios rurales por El Colegio de Michoacán y licenciada en historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Fue becada por el Centro Regional Universitario Centro Occidente de la Universidad Autónoma Chapingo en Morelia (1998-2000) y trabajó como auxiliar de investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UMSNH (2000-2002). Cursó el diplomado en estudios migratorios en el Colegio de Michoacán (2005-2006). Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores desde enero de 2008. Es autora de varios artículos relacionados con temas de género, migración internacional, guerra cristera y conformación de ejidos. Desde noviembre de 2007 labora como profesora de tiempo completo en el Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades del Centro Universitario de los Valles de la Universidad de Guadalajara.

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