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 issue45Mario Magallón Anaya y Roberto Mora Martínez [coords.], Historia de las ideas: repensar la América Latina, México, CCYDEL-DGAPA-UNAM, 2006, 252 pp. author indexsubject indexsearch form
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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

On-line version ISSN 2448-6914Print version ISSN 1665-8574

Latinoamérica  n.45 Ciudad de México Jul./Dec. 2007

 

Reseñas

Liliana Weinberg, Situación del ensayo, México, CCYDEL-UNAM, 2006, 346 pp. (Col. Literatura y ensayo en América Latina y el Caribe, 1)

Ana Rosa Domenella* 

* UAM-Iztapalapa, México

Weinberg, Liliana. Situación del ensayo. México: CCYDEL-UNAM, 2006. 346p. Col. Literatura y ensayo en América Latina y el Caribe, 1,


De ese modo gira la palabra en torno al libro:

[leer al libro]: leer, escribir: toda la literatura

transcurre entre estos dos deseo.

Roland Barthes.

Los lectores son viajeros, circulan por tierras

ajenas, nómades dedicados a la caza furtiva en

campos que no han escrito.

Michel De Certeau

I

En una presentación anterior de otro libro de Liliana Weinberg sobre el ensayo en América Latina Descolonizar la imaginación, UNAM, 2004 iniciamos con una afirmación de Ricardo Piglia ―autor cercano a Liliana en amistad y estudio― que hoy retomo. Afirma el escritor argentino que la “crítica es una de las formas de la autobiografía” y que el crítico es aquel que reconstruye su vida en el interior de los libros que lee. Estas reflexiones pueden aplicarse al ya largo camino recorrido por nuestra autora en su trabajo de investigación en torno al género literario del ensayo; ese peculiar discurso narrativo que parte de un “yo-aquí-ahora” (p. 79), como se propone en el tercer capítulo del libro que aquí presentamos Situación del ensayo. En el citado capítulo, titulado “Presente en el ensayo” se exponen las premisas de un “contrato de lectura” del género: “el que piensa, escribe” (p. 57), que se continúa en otra afirmación consecuente con ésta: “El que escribe es el que piensa” (p. 61). Nuestra autora propone que es el “acto mismo de pensar, desdoblado en el plano del conocimiento y en el plano comunicativo: un ir reflexionando, un irse desplegando el proceso de las ideas y del examen, a la vez que un ir exponiendo y participando aquello que se piensa a los otros, lectores y miembros de una comunidad simbólica con que se quiere entrar en diálogo” (p. 65) ¿Cuál sería esa comunidad simbólica con la que debemos entrar en diálogo?, ¿los que nos dedicamos a investigar sobre la teoría y la crítica literaria?, ¿o los que enseñamos a leer, comprender y gustar de nuestra literatura latinoamericana, en particular, y la Literatura en general? Podemos proponer que esa comunidad simbólica de lectores sean los asistentes asiduos y novatos de la Feria del Libro que anualmente se da cita en un Palacio de Minería que une la belleza arquitectónica con la contundencia de los meteoros y la pasión, siempre renovada, por los libros. La autora cita en ese mismo capítulo a una de sus fuentes críticas, Nelson Goodman, quien dice que “el símbolo obedece a una ley cultural y social que él ejemplifica”; por lo tanto formamos parte de esta comunidad de lectura y de lectores.

II

¿Cómo abordar la presentación de un texto tan denso, voluminoso ―340 páginas―, propositivo y deslumbrante como éste, con el que se inicia la colección de “Literatura y ensayo en América Latina”?

Quizá ateniéndonos a las palabras del poeta y narrador José Lezama Lima en el inicio de otro ensayo fundamental para nuestras letras La expresión americana. Las palabras con las que se inicia son citadas por la propia Liliana y las recupero para hablar de su libro: “Sólo lo difícil es estimulante” (p. 103).

Retomando las preocupaciones propias del quehacer literario latinoamericano, que Liliana ha bebido desde su niñez en diálogo fecundo con su padre, el escritor Gregorio Weinberg, figura imprescindible en el programa cultural argentino de las segunda mitad del siglo XX, de su tío, el historiador Félix Weinberg y luego, en su formación universitaria con algunos de sus maestros de la Universidad de Buenos Aires y de El Colegio de México, como el antropólogo Rex González, el crítico Noé Jitrik y el poeta Tomás Segovia, entre otros, “la obsesiva preocupación” de “pensar lo político como moral” (p. 124), que se inscribe en la herencia filosófica de Sócrates y Montaigne ―el iniciador del ensayo como género literario―, a quien también la autora le dedica un espléndido apartado dentro del capítulo titulado “Fundación del ensayo”. Pero esta preocupación ética y estética entre moral, política y cultura es parte de nuestra tradición ensayística latinoamericana y tiene como antecedentes a escritores y pensadores del siglo XIX, forjadores de nuestras literaturas nacionales, y también en ensayistas más cercanos a la formación académica de la autora, como son Ángel Rama, Alfonso Reyes o Antonio Candido. Es necesario, afirma Liliana Weinberg, en torno al tema de la representatividad del ensayo que se “repiense y se renegocie el lugar de la inteligencia” en nuestras sociedades, donde el vínculo entre “los intelectuales y la población queda obstaculizado por problemas endémicos de acceso de las masas a la cultura” ya que en muchas regiones geográficas y sociales de nuestros continentes, como dice Antonio Candido y cita Liliana Weinberg, nos encontramos con una “literatura sin lectores”, y en ese contexto el ensayo es “una continua dramatización, una continua perfomación del diálogo entre formaciones culturales[…] de un espacio público compartido. Y eso a su vez nos conduce a las exigencias de sinceridad, responsabilidad que conlleva a la firma del ensayo” (p. 125).

Más adelante, en el mismo capítulo, se afirma que el ensayo es de algún modo “hijo de la lectura”, y a la vez “hijo de la escritura de lenguas vernáculas” (p. 125); es además, “un libro hecho mundo y un mundo hecho libro. El ensayo vive entre libros y su ejercicio de libertad es muchas veces un alzar vuelo a partir de otras lecturas” (p. 127), que es lo que pretendemos hacer los que nos dedicamos a la crítica literaria. En resumen, “se trata de una permanente interpretación, de una permanente puesta en valor de los objetos culturales” y también es el ensayo en su más alta expresión “trabajo artístico, sobre el lenguaje, voluntad de estilo, poética del pensar: una poética de la interpretación” (p. 150).

III

El libro está conformado por ocho capítulos de dispar extensión, algunos breves, como los dos del inicio: “Situación del ensayo”(que da título a todo el volumen) y “La esencial heterogeneidad del ensayo” y el que sirve de cierre: “Ensayar el ensayo”. Los más extensos son: “Presente del ensayo”, ya comentado, y “El ensayo en una nuez”, donde se analiza los aportes sobre el género de Roland Barthes, Michel Foucault, Marc Argenot y Edward Said, aunque la referencia anterior a los trabajos de George Lukacs sobre el ensayo es constante; así como algunos aspectos del género expuestos por la propia autora en libros anteriores ―como el muy conocido de El ensayo, entre el paraíso y el infierno―, ya que el trabajo teórico es un camino de avances y aportes, pero también de regresos y relecturas. Dentro de esta “nuez” ensayística, Weinberg propone un listado de rasgos mínimos que invita a completar o discutir desde la propia experiencia de los lectores interesados en el tema. Entre estas características se encuentran: “prosa no ficcional y de ideas”, “poética del pensar”, “carácter dialógico, escéptico, portador de libertad expositiva”, junto al “tono polémico” o el carácter interpretativo y no acabado. Un reexamen del mundo a partir de una dimensión valorativa y con una estrategia discursiva que pasa por una “retórica del yo” (p. 191), de modo que podría incluirse a ciertos ensayos en las muy estudiadas “escrituras del yo” (que incluyen diarios, memorias y literatura epistolar).

IV

El quinto capítulo titulado “Fundación del ensayo” comenta sus orígenes y presenta a los iniciadores del género, desde el siglo XVI al XIX, con la irrupción del periodismo y los relatos de viajes. Junto a los Ensayos de Michel de Montaigne, se analizan las aportaciones realizadas por Francis Bacon, John Locke, Voltaire, y el barón de Humboldt, entre otros.

En el capítulo sexto, “Primeros pasos del ensayo en nuestra América” se presenta a Bernardo de Monteagudo, en el Río de la Plata, como el autor del primer ensayo a partir de los movimientos de Independencia de nuestros países; también se cita el sugerente título que Germán Arciniegas elige para un texto publicado en 1956: “Nuestra América es un ensayo”.

El ensayo político es fundamental para escritores como Domingo Faustino Sarmiento o para Ignacio Ramírez, el Nigromante, dentro de una prosa beligerante que se inicia con los movimientos insurgentes y continúa con las guerras civiles y la lucha antiintervencionista.

Los géneros literarios híbridos que se inician en el Romanticismo continúan, con la forma ensayística y la práctica de la conversación, del debate público y de las proclamas, a lo largo de nuestra narrativa costumbrista y naturalista.

Estas reflexiones sobre la historia cultural y política de nuestra América, culminan en un capítulo dedicado a la colección “Tierra Firme” del Fondo de Cultura Económica, que se inicia en la década del cuarenta del siglo pasado. Nuestra autora analiza las valiosas colaboraciones realizadas por destacados intelectuales, entre los que se mencionan al cubano Medardo Vitier, con “Del ensayo americano”(1945); el dominicano Pedro Henríquez Ureña, con uno de los estudios seminales de nuestra literatura: De la conquista a la independencia; el venezolano Mariano Picón Salas con “Y va el ensayo” de 1955; el uruguayo Alberto Zum Felde, con su inclusión de los ensayistas en su Índice crítico de la Literatura Hispanoamericana (1954). Junto a ellos, y antes de ensayistas posteriores como el peruano Antonio Cornejo Polar con Escribir en el aire, está el análisis de la obra del mexicano más universal, don Alfonso Reyes, representante de “la americanería andante”, según Gutiérrez Girardot. Reyes es el autor de la tan citada y polémica definición del ensayo como “ese centauro de los géneros”, que cabalga entre el modelo aristotélico y el topos modernista, como lo han estudiado críticos como Miguel Gomes y es retomado para su análisis por Liliana Weinberg, quien propone que además del ser mitológico que simboliza “el vínculo y la frágil sutura entre dos orbes: el de la naturaleza y el de la cultura, el caos y el orden” (p. 297), entre lo humano y lo divino…, la imagen puede ser, según nuestra autora, una alusión no sólo a Montaigne, como se ha visto, sino a una lectura que de las imágenes de éste propone Aldous Huxley, en sus” notas y ensayos desde el margen”, que posiblemente habría conocido Reyes en sus viajes.

A manera de coda están escritas las breves páginas de “Ensayar el ensayo” con la que culmina este espléndido ensayo sobre el ensayo donde se reivindica el derecho de los seres humanos al “sentido” en épocas de banales globalizaciones y mercadotecnias. El ensayo, según Liliana, es “una isla de significado y valor que nos permite sobrevivir en un mar de incomprensión y sinsentido” (p. 329). Situación del ensayo sirve de puente para el siguiente libro escrito por la autora ―o quizá escrito de forma paralela a éste― y que recibió, en la Feria del Libro de la UNAM, el Premio de la editorial Siglo XXI: Pensar el ensayo.

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