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Signos históricos

Print version ISSN 1665-4420

Sig. his vol.15 n.30 México Jul./Dec. 2013

 

Reseñas

 

Ignacio Gutiérrez Ruvalcaba, Una mirada estadounidense sobre México. William Henry Jackson. Empresa fotográfica.

 

Rogelio Jiménez Marce*

 

México, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Sistema Nacional de Fototecas-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2012, 202 p., Colección Testimonios del Archivo, 7.

 

*Universidad Iberoamericana-Puebla. rojimar@yahoo.com.mx.

 

La mayor parte de los estudios sobre los viajeros extranjeros que visitaron el México decimonónico, sea por motivos comerciales, científicos o por simple curiosidad, han centrado su atención en los escritos que produjeron, mismos que describían el paisaje, las ciudades, las comidas y la población, entre otros temas que resultaban de su interés y que, en algunas ocasiones, venían acompañados de ilustraciones. Los avances tecnológicos permitieron que en las últimas décadas del siglo XIX, las descripciones estuvieran acompañadas de fotografías que contribuyeron a configurar una realidad distinta, en tanto que a la fotografía se le consideraba como un testimonio directo de la realidad tangible. De hecho, se llegó a estimar que la fotografía era una constatación de la existencia del objeto, pues los medios tecnológicos garantizaban dicha objetividad. En este sentido, las imágenes fotográficas se convertían en testimonios oculares que permitían la observación directa de la realidad, libre de prejuicios o de manipulaciones.1 En Una mirada estadounidense sobre México, Ignacio Gutiérrez Ruvalcaba rescata la producción fotográfica que William Henry Jackson realizó sobre los diversos lugares que visitó en nuestro país. El libro se compone de cuatro capítulos.

En el primero, el autor desarrolla una interesante biografía de un hombre que nació el 4 de abril de 1843 en Keeseville, Nueva York. Los negocios de su padre ocasionaron que la familia tuviera que trasladarse a Petersburg, Virginia y después a Filadelfia, donde los sorprendió la Guerra Civil y los obligó a regresar a Nueva York, donde el joven William se vinculó con el negocio de fotografía que pertenecía a uno de sus tíos. A partir de esta experiencia, se desempeñó como asistente de otros fotógrafos, logrando así el dominio de las artes en el laboratorio, al mismo tiempo que conoció el quehacer del fotógrafo de retrato. En 1866 instaló un estudio fotográfico en Omaha, Nebraska, donde realizó series fotográficas de los indios de la reservación que se encontraba en ese lugar, pero lo que ayudó a incentivar su trabajo fue el contrato que consiguió para fotografiar la construcción de la vía férrea de la compañía Union Pacific. Este contrato fue fundamental para el posterior desarrollo de su carrera fotográfica.

En 1869 se unió a la expedición de Ferdinand Hayden que tenía el objetivo de efectuar la exploración geológica, la cuantificación de los recursos naturales, el levantamiento topográfico y el mapeo de una parte de la cordillera de las Rocallosas. Fruto de esta investigación fueron las mas de 4 000 fotografías que se tomaron, aunque el autor aclara que no todas las realizó Jackson. Años después, el fotógrafo emprendió el mismo trabajo en Colorado y Nuevo México, aunque en estos casos no sólo enfocó su atención en las ciencias naturales, sino también en las poblaciones autóctonas. La importancia de sus fotografías descansa en el retrato al ciclorama y la fotografía descriptiva.

En 1879 Jackson se trasladó a Denver, donde firmó un contrato con diversas empresas ferroviarias para registrar la construcción de las vías férreas. Esta vinculación fue fundamental para que la compañía ferrocarrilera Atchison, Topeka y Santa Fe (ATSF) le solicitara una serie fotográfica del Ferrocarril Central Mexicano. Con las numerosas imágenes conseguidas de los ferrocarriles, Jackson se dedicó a elaborar tarjetas postales y estereotópicas, situación que le permitió viajar por Estados Unidos, Canadá, México y Europa. Sin embargo, Ignacio Gutiérrez considera que su trabajo posterior a 1891 resulta pobre, debido a que su afán comercial lo llevó a repetir el modelo que le había dado éxito, lo que derivó en imágenes carentes de importancia y originalidad.

En el segundo capítulo, el autor presenta un panorama general del país al que llegó Jackson en 1883. Tras el ascenso de Porfirio Díaz al poder en 1876, las relaciones entre México y Estados Unidos sufrieron una modificación como consecuencia de la necesidad de las élites de sacar al país adelante. En este sentido, la política de comercio exterior se convirtió en un elemento central del Estado. México no sólo necesitaba de capitales externos que incentivaran su economía, sino de un cambio de perspectiva con respecto a los países en los que podría encontrar inversionistas. A partir de 1880, el peso comenzó a ganar estabilidad, lo que favoreció un cambio completo en el desarrollo geopolítico de la nación.

Ignacio Gutierrez refiere que la visión de Estados Unidos sobre México estaba plagada de prejuicios, visiones románticas, imágenes idealizadas y juicios mesurados. En lo visual, se hizo énfasis en los paisajes exóticos y en aquello que se denominó la naturaleza misteriosa de las ciudades prehispánicas, situadas, muchas de ellas, en la profundidad del bosque húmedo. En 1873, Kilburn Brothers elaboró la primera serie fotográfica sobre México, que tuvo una amplia difusión en Estados Unidos. Al mismo tiempo, se construyó una imagen visual de un pasado majestuoso que era capaz de crear un arte original, pero que a la vez era monstruosa por los sacrificios humanos que hacían. En el caso de las ciudades, se reconocía que Puebla, México y Zacatecas eran únicas, originales y diametralmente distintas al mundo anglosajón. La vida cotidiana también causaba admiración, sobre todo por la apropiación que la gente hacía de la calle —lugar que se convertía en escenario de las más diversas actividades.

Entre los fotógrafos que visitaron México se encontraban Robert H. Lomborn y Hopkinson Smith, quienes coincidían en mencionar que la arquitectura colonial de las iglesias, palacios y casonas, así como la arquitectura popular urbana de las vecindades, eran los espacios donde se podía apreciar la vida social y cultural del país. Si bien es cierto que se pensaba en México como un país formado por indígenas y mestizos, también se difundió la imagen del ranchero o charro que llamaba la atención por su peculiar indumentaria, por su trato y su alegría festiva. Así, el charro se convirtió en la imagen del México rural. La difusión de estas imágenes fue consecuencia de un cambio de visión respecto a México, pues se comenzó a valorar, a partir de la década de 1880, lo distinto, lo diverso y lo original. En este marco se desenvolvió Jackson, quien no sólo atestiguó los cambios que se produjeron en México, sino que también fortaleció las ideas que los estadounidenses tenían de la nación.

El tercer capítulo se enfoca en una amplia descripción de los tres viajes que Jackson realizó por México en 1883, 1884 y 1891, aunque el autor señala que en el primero efectuó la mayor parte de su producción fotográfica sobre nuestro país. Como ya se dijo antes, su llegada a México fue consecuencia de la encomienda, hecha por la ATSF, de realizar una serie fotográfica del Ferrocarril Central Mexicano, filial de la empresa estadounidense. Jackson hizo tomas fotográficas de todos los lugares por los que pasó: Ciudad Juárez, Chihuahua, Zacatecas, Salamanca, Querétaro, la Ciudad de México, San Luis Potosí, Guanajuato, Irapuato, Teotihuacán, Cuautitlán, Cuautla, Amecameca, Puebla, Orizaba, Tampico, Tamasopa, Ciudad Valles, Guadalajara, Lagos de Moreno, Atequiza y El Salto. No obstante tener un contrato con atsf para efectuar el trabajo, se le permitió vender sus producciones en las estaciones ferroviarias de ambos países.

A diferencia de las publicaciones estadounidenses que construían una imagen de México sustentada en prejuicios, Jackson legó un conjunto de fotografías que, a decir de Ignacio Gutiérrez, constituyen un documento visual de suma riqueza gracias a la diversidad temática y complejidad. Un aspecto a destacar es que sus imágenes no fueron producto de una meditación o reflexión, sino que nacieron de su experiencia. El autor analizó 595 fotografías que se encuentran en diversos fondos nacionales e internacionales, las cuales se agrupan en seis grandes divisiones temáticas: arquitectura y urbanismo (156), vida urbana (161), paisaje (116), vida rural (77), ferrocarril (66) y museos y arqueología (19).

Como se puede apreciar, la encomienda que lo condujo a México se convirtió en un asunto secundario, aunque sus fotografías de los ferrocarriles buscaban dar cuenta de la vinculación que existía entre este medio de transporte y su entorno. Por otro lado, sus imágenes del paisaje no buscaban una apreciación lírica y emocional de la naturaleza, sino crear un registro puntual de una bitácora de fenómenos terrestres. La fotografía de paisaje se volvió una necesidad, pues, al igual que los fotógrafos de la época, creía que las imágenes eran una forma de definir a la nación.

Aunque existen tres grandes temáticas en estas fotografías (los panoramas montañosos, los desiertos y la mirada al horizonte), la combinación cordillera-selva-río despertó en él un gran entusiasmo, pues evidenciaba que el exotismo era el principal protagonista de su mirada. En términos generales, Ignacio Gutiérrez considera que la producción fotográfica de Jackson era espontánea y natural.

En el cuarto capítulo se menciona que la obra de Jackson, pese a los atributos positivos que tiene, estaba determinada por una finalidad comercial, lo cual se podía observar tanto en la planificación de sus viajes como en los materiales usados y las fotografías producidas. Si bien es cierto que la producción mexicana implicaba la generación de una temática nueva, no lo eran sus productos ni la técnica empleada. No obstante, la comercialización de sus fotografías ayudó a construir una mirada colectiva respecto a la cultura mexicana, su gente y sus paisajes. El autor ha logrado identificar que Jackson utilizó cinco tipos de cámaras y diversos formatos de película. Sin embargo, la identificación total de su obra resulta complicada, pues no acostumbraba firmar.

Desde mi perspectiva, el trabajo de Ignacio Gutiérrez constituye una importante contribución a los estudios históricos que enfocan su atención en la imagen. Su profundo conocimiento de la obra del fotógrafo estadounidense, tanto de la producida en su propio país como en el nuestro, así como el acucioso trabajo de identificación de las fotos en diversos fondos fotográficos, le permiten evidenciar la mirada que ese hombre construyó sobre México. Pese a que es un libro dirigido a especialistas, no cabe la menor duda de que lo podrá disfrutar cualquier lector ajeno a la historia, pues el autor, quien es un apasionado de la fotografía, logra captar, por utilizar una metáfora, el instante preciso de su personaje.

 

Nota

1 Susan Sontag, Sobre la fotografía, Barcelona, Edhasa, 1996, p. 31;         [ Links ] Joan Fontcuberta, El beso de Judas. Fotografía y verdad, Barcelona, Gustavo Gili, 2002, pp. 121 y 125-126.         [ Links ]

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