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Signos históricos

Print version ISSN 1665-4420

Sig. his vol.10 n.20 México Jul./Dec. 2008

 

Artículo

 

La formación de los sectores populares urbanos en la historiografía argentina. Una mirada sobre el núcleo1

 

Diego P. Roldán*

 

Universidad Nacional de Rosario/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Investigaciones Socio–Históricas Regionales–Centro de Estudios Regionales. *diegrol@hotmail.com.

 

Recepción: 01/03/08
Aceptación: 02/09/08

 

RESUMEN

Este estudio parte de la renovación del campo historiográfico argentino a mediados de la década de 1950, describiendo las alternativas de la disciplina en el inestable contexto político y enfocándose en las problemáticas atinentes a la formación de la historiografía de los sectores populares urbanos. El objetivo es hacer un balance de los aportes que han realizado las investigaciones acerca de los sectores populares, dirigidas fundamentalmente por los miembros del grupo del Programa de Estudios de Historia Económica y Social de Argentina (PEHESA).

Palabras clave: cultura, política, popular, sociología, conflicto.

 

ABSTRACT

This study part of the renewal of the Argentine hitoriographical field in the decade of 1950, describing the alternatives of the discipline in the unstable political context and focused centrally in the problematic of the making of the urban popular sectors in the Argentine historiography. The objective is to carry out a balance of them contribute that they have carried out the investigations on the popular sectors, directed fundamentally by the members of the pehesa. The forms in which this current has presented a break with the paradigm of the histories of the Argentine workers' movement, to the time that tries to show the deep continuities between the historiography and the sociology Argentine decade of the 1950 and the designed production to the study and the analysis of the Argentine urban popular sectors from the decade of 1980 and 1990. Finally, it is concluded with a critical balance on its contributions and perspectives.

Key words: culture, political, popular, sociology, conflict.

 

Abierta y resistente a la vez, la identidad popular es ella misma
un campo de conflicto cruzado por influencias, presiones,
resistencias, imágenes propias y ajenas, que se superponen,
integran o rechazan [...] Allí se constituye la hegemonía pero
también la sorda resistencia, a veces manifiesta apenas en una
tozuda afirmación de las formas tradicionales, que unos y
otros quieren modificar, o en un sorpresivo cambio de sentido
de los mensajes recibidos [.] la identidad popular es un
campo conflictivo [.] una de las manifestaciones del
conflicto sobre el que se constituye una sociedad.

Luis Alberto Romero2

 

Yo creo que existen las clases sociales desde el momento en que la sociedad se
divide en clases, lo cual significa sostener que no siempre existieron estos
agrupamientos que denominamos "clases". Son, han sido, un producto histórico.
A partir de allí y hasta hoy se pueden estudiar distintas sociedades de clase.

Alberto J. Pla3

 

[...] no recogía ninguno de los hilos que separados de la trama que su amigo
debió anudar a los suyos para tejer la conversación. Optaba, debido quizá a lo
lejos que espiritualmente estaba del otro, por establecer líneas de palabras
paralelas a las suyas y que en consecuencia no facilitaban,
sino que, al contrario, evitaban el encuentro.

Eduardo Mallea4

 

INTRODUCCIÓN

¿Cómo caracterizar y analizar la cultura popular en Argentina pre–peronista? Parece ser la pregunta central que ordena otros problemas subsecuentes. Clasificar y entender el orden de las prácticas y las representaciones que orientaban las acciones de ese entramado popular; pensar las modalidades de constitución de los sujetos sociales de extracción popular, en una ciudad de escaso desarrollo industrial, como Buenos Aires, antes de 1945; evitar el fantasma o el atajo de las definiciones tradicionales, las teorías estáticas y las deducciones automáticas; afirmar la necesidad de comprender de manera más compleja y profunda, empleando variables de largo plazo, la emergencia y las transformaciones de una cultura política popular tendencialmente democrática; explicar, una vez más, desde la sensibilidad de las bases, la génesis y perdurabilidad del peronismo; son algunos de los problemas fundamentales de la actividad de un grupo de investigadores e intelectuales argentinos, mayoritariamente relacionados con la historiografía, que se agruparon en el Programa de Estudios de Historia Económica y Social Argentina (PEHESA), radicado en el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA), y aún en funcionamiento dentro del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.

La labor y los resultados académicos de sus miembros fundadores: Leandro Gutiérrez, Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Juan Carlos Korol, Ricardo González y, desde otra perspectiva, Beatriz Sarlo, son conocidos y, bajo cualquier punto de vista, innegables. Sin embargo, poco se sabe respecto a la génesis de estas investigaciones que inauguraron una línea de estudios sobre la cultura popular en Argentina, utilizando el concepto de sectores populares y recurriendo a la interdisciplinariedad tanto en el plano teórico como en el metodológico.

Este artículo pretende establecer una historia posible, con la expectativa de hacer una revisión y balance, sobre algunos de los estudios elaborados en Argentina en torno de los denominados sectores populares urbanos, especialmente aquellos realizados por los miembros de este grupo inicial.

El recorrido comienza con un escueto análisis de las historias tradicionales del movimiento obrero, contra las que se construyó la tendencia historiográfica adoptada por Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero. En este apartado la atención se concentra sobre las críticas y los usos que la historiografía profesional, después de 1983, efectuó acerca de este corpus. También se establecen los vasos comunicantes que se tienden entre los modos de escribir la historia de los sectores populares y la renovación historiográfica de la segunda mitad del siglo pasado, máxime cuando uno de los impulsores del concepto de sectores populares está directamente ligado a la figura más relevante de aquel proceso. En ese marco, se intenta demostrar que, pese a las declaraciones de principios orientadas a complejizar las explicaciones de Gino Germani a los orígenes del peronismo, existen vínculos, tanto políticos como teóricos, que concuerdan con las afirmaciones de este sociólogo italiano, tan estrechamente unido al trabajo de José Luis Romero, y a las indagaciones sobre el pasado de los sectores populares.

En seguida, se considera el contexto de emergencia de los análisis sobre los sectores populares en el marco de la historiografía argentina y la aparición de las primeras interrogaciones lanzadas en una atmósfera política extremadamente adversa a la producción crítica de las ciencias sociales: la última dictadura militar (1976–1983). Posteriormente, la recuperación de las garantías constitucionales amplió la agenda de estas investigaciones, nutriéndose la historiografía de los sectores populares con un conjunto de problemas relacionados con la democracia. Asimismo, el trabajo reseña el debate, producido a finales de la década de 1980, alrededor de los usos del concepto de clase social entre la historiografía de los sectores populares y la de raigambre marxista, representada por las formulaciones, al mismo tiempo críticas y programáticas, de Alberto J. Pla.

Por último, este trabajo recupera los aportes teóricos y metodológicos que los estudios acerca de los sectores populares han realizado a lo largo de un cuarto de siglo en la historiografía argentina, intentando propiciar un debate sobre sus aciertos y lagunas. Sin duda, estos trabajos significaron una renovación respecto de las historias del movimiento obrero, transformación en aras de actualizar las formas de analizar el pasado de los trabajadores argentinos. Sin intentar soslayar los méritos de este aporte fundamental, se intentará mostrar que la ruptura que dichos estudios propusieron acerca de la renovación historiográfica de la década de 1950 y con la sociología germaniana, distó mucho de ser notoria.

 

EL MOVIMIENTO OBRERO RECONSTRUYE SU PASADO O HISTORIA MAGISTRA VITAE

Desde 1930 y hasta 1960, los trabajadores fueron objeto de varias obras clásicas. A lo largo de esas tres décadas, historiadores–militantes diseñaron las plataformas y establecieron las temáticas centrales y obligatorias de las llamadas historias del movimiento obrero argentino. Esas producciones intentaron construir efectivas imágenes del pasado capaces de proyectarse sobre el presente y el futuro. Por un lado, su eje central estaba colocado en la dinámica de la vida política y sindical de los obreros y, por otro, en la justificación, condena y redefinición de las acciones políticas más cercanas al momento culminante de la redacción del texto.5 Basta decir que estas historias del movimiento obrero adolecían de importantes defectos que rápidamente pueden detectarse en su estructura argumental: el soporte teórico y las decisiones metodológicas casi siempre estaban ausentes, la inspiración de la inmediata coyuntura política era determinante en la composición, los juicios se basaban en lo que debía ser y hacer la clase obrera, los relatos eran construidos linealmente y se hallaban plagados de datos irrelevantes para la argumentación.

Las historias tradicionales del movimiento obrero contribuyeron a gestar un modelo cuyos trazos de esquematismo son actualmente inocultables y fueron la matriz de una línea de interpretación sobre el pasado de los trabajadores argentinos. Ciertamente, semejante prototipo tampoco resultó demasiado original a la luz de sus congéneres europeos. A la hora de escribir la historia del pasado de los obreros argentinos, algunos de los más prolíficos cultores de esa historia obrera y autores de numerosas y variadas enciclopedias hicieron gala de una tendencia tributaria y hasta mimética respecto a la tradición europea que inspiró la redacción de gran parte de sus obras.6

Asimismo, las historias del movimiento obrero contenían notables componentes ideológicos, manifiestos en las declaraciones explícitas de un compromiso militante. Sus autores trataban de reflejar los avatares del proceso de institucionalización de las luchas y sus fracasos, concentrándose en una historia política événementielle configurada a partir de liderazgos sindicales significativos. Recurrentemente, los dirigentes fueron caracterizados por su especial habilidad para cometer errores de conducción táctica y estratégica, cuya consecuencia más sentida fue el reiterado freno que aportaron a las posibilidades de desarrollo de una sociedad socialista o libertaria, fin último del proletariado en dichas versiones historiográficas.

Por otra parte, el pasado fue presa de una distorsión por parte de la historiografía que aplicaba irreflexivamente categorías políticas de carácter ahistórico y del desmedido papel que se adjudicaba a las —frecuentemente conjeturables— vanguardias revolucionarias. En este sentido, se convertían en clichés los constantes ajustes de cuentas con los dirigentes políticos del movimiento, cuando los resultados no fueron los ansiados y merecidos por la fatigosa lucha del proletariado. Así, los autores parecían bastante conformes con una interpretación simplificadora y, al menos, superficial de la problemática obrera. Una vez más el socialismo, ciertas vertientes del marxismo y el anarco–sindicalismo se regodeaban en ese perpetuo enamoramiento que embarga su mirada cuando ésta se dirige sobre el propio pasado. Una fascinación narrada con poca ventaja respecto al historicismo tradicional y poco reflexivo. La disolución sociológica del materialismo queda suspendida, una lógica binaria hecha de apologías y rechazos gana las páginas. La voluntad de conformar una cultura política se superpone a la consideración de los procesos históricos de una manera demasiado rígida y poco reflexiva.

En definitiva, las historias del movimiento obrero versaban sobre los líderes sindicales y las diversas instancias institucionales y enmarcaban, en una concepción lineal, el progreso de las luchas obreras, una evolución determinada por fuerzas extrañas a la voluntad, pero que, ocasionalmente, era ralentizada por las intrigas y traiciones de los dirigentes políticos. Las vidas evanescentes de los explotados eran sepultadas bajo el peso de las trayectorias institucionales. Las preguntas respecto a las posibles articulaciones y mediaciones entre dirigentes y bases, o bien quedaban sistemáticamente fuera de la agenda de problemáticas, o la conciencia de las bases eran atribuidas a partir de una identificación mecánica (refleja) con las ideologías de los cuadros superiores del movimiento. La clase obrera, en sentido amplio, se escabullía entre las vastas mallas diseñadas por estas historiografías para comprender el mundo del trabajo, amén de las consabidas afirmaciones en torno a la explotación y las desigualdades sociales.

A juicio de Leandro Gutiérrez, Luis Alberto Romero y Juan Carlos Torre, una línea historiográfica académica se convirtió en heredera de dichos planteamientos, aunque los matices que introdujo a esas historias fueron notables.7 Es lamentable la escueta mención de obras y autores que los trabajos citados se permiten en relación con tales enunciados.8 A pesar de los refinamientos teóricos y metodológicos presentes en estos estudios, sus esfuerzos no lograron apartar los pesados sedimentos interpretativos heredados de las historias del movimiento obrero, adheridos y enmarañados con sus objetos de análisis.9

En acuerdo con una suerte de cronología, Romero y Gutiérrez insisten en que la escritura de las obras extra–académicas dedicadas al pasado del movimiento obrero tuvo lugar antes de 1955, excepto la producción de Rubens Iscaro. Este planteamiento permite pensar que las investigaciones producidas en las instituciones académicas, bajo la égida de la historia social, fueron realizadas en una secuencia posterior. Sin embargo, las reediciones de las historias del movimiento obrero exhiben la coexistencia de dos interpretaciones sobre el pasado de los trabajadores, apuntaladas por proyectos editoriales específicos y dirigidas a públicos diversos.

Tan rotunda afirmación merece matizarse. La historiografía académica ha considerado, durante gran parte de su trayectoria —y aún en la actualidad— a las historias del movimiento obrero como parte de un material que debe ser ineludiblemente consultado, atendiendo a ciertos recaudos críticos, por los investigadores interesados en la historia de los trabajadores.10

 

LA "RENOVACIÓN HISTORIOGRAFO" Y LA "HISTORIA SOCIAL"

En 1938, Gino Germani, un exiliado italiano, iniciaba sus estudios e investigaciones en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Su actividad universitaria se prolongó hasta 1946. Durante ese tiempo, el sociólogo italiano se vinculó al grupo dirigido por Ricardo Levene y realizó trabajos de demografía, relativamente marginales para las líneas, en ese entonces centrales de la investigación histórica. Su producción intelectual en instituciones oficiales fue abandonada a partir de la llegada de Juan Domingo Perón al poder, retomándose en los centros de la universidad alternativa que intentaba conformarse en torno al Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES) y a la revista Imago Mundi, instituciones que congregaban a las figuras desplazadas de la universidad por la gestión peronista. En esos círculos, Germani se hizo del capital simbólico que le permitió convertirse en la encarnación del sociólogo científico argentino. Así, un año después del golpe de Estado de 1955 —conocido como Revolución Libertadora— logró acceder a la dirección del primer Departamento de Sociología de la Argentina, situado en la Universidad de Buenos Aires (UBA).11

Después de 1955, un grupo de intelectuales vinculados por una serie de preocupaciones y la apelación a un marcado eclecticismo teórico para resolverlas, ocuparon nuevamente sus puestos en la universidad. Entre ellos era frecuente la hibridación y las combinaciones: las postulaciones económicas en torno al desarrollo, institucionalmente sostenidas por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la teoría sociológica de la modernización y ciertos fragmentos del marxismo, que en la década siguiente confirieron vida a la teoría de la dependencia, cimentaron sus estudios.

Es un hecho aceptado que en el periodo post–peronista se produjo la renovación de la práctica historiográfica en Argentina, favorecida por instancias institucionales universitarias apoyadas activamente por el Estado, por el clima de intercambio que rotuló las relaciones entre las nuevas ciencias sociales, en particular la sociología y la economía, y las humanidades de más larga trayectoria, la historia y la geografía.12

Germani, profundamente influenciado por el estructural–funcionalismo parsoniano y por la teoría de la modernización, comenzó a interesarse por el desarrollo de una sociedad de masas en Argentina. Sus indagaciones roturaron dos periodos de gran influencia en la historiografía argentina, los cuales se interesaban en algunos problemas en particular. El primero, entre 1890 y 1930, en el que se consagran la cuestión inmigratoria y el proceso de nacionalización de las masas. El segundo se ocupa del proceso de integración de las masas a la política, que derivó en una forma totalitaria encarnada por el peronismo. Ambos momentos de la reflexión germaniana resultaron cruciales para las ciencias sociales que emergieron en Argentina a partir de 1955, cuyo desarrollo, en reiteradas oportunidades, fue interrumpido por las inestables condiciones del sistema político del país.

Los dos nudos temáticos propuestos por los estudios de Germani pueden apreciarse claramente en su clásico libro Política y Sociedad de masas en una época de transición.13 Ambos han delineado la periodización de algunas de las más importantes contribuciones en los campos de la historia y la sociología. Las preocupaciones de la producción historiográfica comenzaron a transitar el periodo de surgimiento de la Argentina moderna utilizando las categorías y conceptos de Germani.14 La interpretación del peronismo, fenómeno excepcional y enigmático, revistió una importancia crucial para la sociología, a tal punto que, según Federico Neiburg, fue capaz de operar como hito fundacional de esta disciplina.15 Efectivamente, la obsesión por comprender el fenómeno peronista y explicar los mecanismos de adhesión inquebrantables de su base social (clase obrera), atraviesan buena parte de la producción sociológica argentina hasta nuestros días.16

El periodo de irrupción de la Argentina moderna capturó parcialmente la atención de Germani, pero sus repercusiones fueron quizá más poderosas en la ulterior historiografía sobre los trabajadores. Una aproximación pionera a esta problemática fue la tesis doctoral de José Panettieri, publicada por primera vez con el sello Jorge Álvarez en 1966, e intitulada Los trabajadores;17 donde el autor presenta los años de formación de la Argentina moderna empleando como variable de análisis a la inmigración. A diferencia de las historias del movimiento obrero, en Los trabajadores se analiza, precisamente, este sujeto histórico, pero estudiándolo fuera de las estructuras de encuadramiento institucional (sindicales), concentrándose en despejar algunas interrogantes sobre sus niveles de vida. El enfoque cualitativo que atraviesa la investigación, condujo a Panettieri a sustentar posiciones pesimistas respecto a la situación de los trabajadores en Argentina antes y después de 1910, momento en que el autor introduce una cisura en la periodización. Las inquietudes de Panettieri se enfocan a los niveles de vida y, especialmente, a las condiciones de habitación; ambas problemáticas constituyeron antecedentes sólidos para nutridas indagaciones.18

Por su parte, Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo debatieron con estas visiones referidas a los costos de la transformación de Argentina en una sociedad moderna.19 Desde un punto de vista cuantitativo, impugnaban la posición pesimista de Panettieri, ubicándose en una visión optimista del progreso argentino. Cortés Conde y Ezequiel Gallo destacaron la influencia positiva de la modernización, aun entre los grupos más vulnerables de la sociedad argentina.20 Este debate, que en Argentina se produjo con notables desfases, reconoce antecedentes en las discusiones entre optimistas y pesimistas acaecidas en la historiografía británica, en torno al tópico de la Revolución industrial. Entre las décadas de 1950 y 1960, los historiadores ingleses debatieron sobre los niveles de vida de la clase obrera antes y después de dicha revolución. Los llamados historiadores marxistas británicos, básicamente Hobsbawm y Thompson, se agruparon en defensa del pesimismo cualitativo, subrayando los efectos negativos que el advenimiento del capitalismo y la industrialización ocasionaron en de las tradiciones y experiencias de la clase obrera inglesa.21 Se trataba de una refutación de los argumentos —harto difundidos en la época de la modernización y el desarrollo— que concebían a la industrialización como una etapa necesaria y beneficiosa para la sociedad entendida como un conjunto indivisible y libre de contradicciones.22

En Argentina, esta discusión fue completada, años después, por los aportes de Leandro Gutiérrez sobre las condiciones de vida de los sectores populares.23 En la senda abierta por los marxistas ingleses, Gutiérrez señaló nuevos problemas respecto a los periodos de desocupación cíclica producidos por la estacionalidad de la demanda de mano de obra. Así, se puso en la mesa de discusión un rasgo estructural de la Argentina agroexportadora con las condiciones materiales de existencia de los sectores populares. La inestabilidad laboral, la capacidad de acceso al consumo y las esperanzas de los trabajadores depositadas en el ascenso social modificaron sensiblemente tanto las imágenes arrojadas por el pesimismo de Panettieri como las del optimismo de Cortés Conde y Gallo. Asimismo, Leandro Gutiérrez, quien fuera el fundador de casi todo el grupo de investigadores ligados al PEHESA, remarcó los límites de una apreciación puramente cuantitativa, basada en la observación y mensura de los salarios reales.24

Este debate entre optimistas y pesimistas respecto a los niveles, o más precisamente condiciones de vida de los sectores populares, fue constreñido por las cambiantes condiciones políticas que incidían sobre la comunidad de los historiadores. En definitiva, la discusión quedó inconclusa apenas iniciada, debido al inestable marco institucional en el que se desenvolvió la actividad universitaria argentina después de 1966.25 El cerco ideológico y material que la fragilidad democrática impuso a la universidad fue uno de los flamantes productos de la autodenominada Revolución argentina. El golpe de Estado de 1966, puso fin a la renovación historiográfica y de las ciencias sociales en su fase ligada a las instituciones estatales y públicas. Los profesores que habían formado pequeños departamentos de Historia Social —como fue el caso de José Luis Romero en la UBA o el Departamento de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional de Rosario, bajo la dirección de Nicolás Sánchez Albornoz—, fueron separados de sus cargos junto con sus equipos de investigación. Esta circunstancia definió la clausura de aquella experiencia de diez años caracterizada por la apertura y el buen nivel de la producción intelectual, a la que siempre se le dedica una sentida evocación bajo el rótulo de edad dorada, en el marco de los usos selectivos de la tradición académica.26

Según Tulio Halperín Donghi, partícipe y analista de ese periodo de la historiografía argentina, esta imagen dorada merece numerosos matices.27 Ante todo, Halperin Donghi destaca la incipiente implantación institucional de los tópicos de la renovación historiográfica en el interior de las universidades argentinas.

No obstante, esta circunstancia no fue obstáculo para que algunas de sus figuras alcanzaran lugares de privilegio, aunque ellos en pocas ocasiones ponían en evidencia sus relaciones con la historia social. A modo de ejemplo puede mencionarse el cargo de decano normalizador que ocupó José Luis Romero en la UBA luego de 1955; paralelamente, el Centro de Estudios de Historia Social que presidía Romero —donde se formaron historiadores de la talla de Tulio Halperín Donghi, Reyna Pastor y Alberto J. Pla— se ubicaba en un espacio marginal dentro de la mencionada unidad académica.28 Por su parte, el Centro de Estudios Americanistas, situado en la Universidad Nacional de Córdoba y a cargo de Ceferino Garzón Maceda, si bien tuvo una crucial importancia en la formación de investigadores —entre los que se encuentra Carlos Sempat Assadourian—, mostró un impacto desdeñable en el interior de la carrera de Historia.

En Córdoba, baluarte del pasado, los programas y los equipos docentes respetaron las tradicionales orientaciones de la historiografía argentina. El espacio universitario que acogió con mayor entusiasmo los temas de la renovación y los incluyó en sus currículas, así como en los programas de las materias y en la plantilla docente, fue la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación, perteneciente en ese entonces a la Universidad Nacional del Litoral. Eduardo Hourcade ha sugerido que la alta receptividad de esta unidad académica, creada en Rosario el 9 de agosto de 1947, fue consecuencia de la novedad del espacio. Al parecer, en Rosario la renovación historiográfica no debió competir con tradición alguna; aunque fue necesario esperar hasta el derrocamiento del gobierno peronista, tras el golpe de 1955, para que se introdujera en los ambientes académicos.29

Otra de las limitaciones adjudicadas por Halperín a la renovación es la relación que los profesionales mantenían con la profunda crisis política–económica que los circundaba.30 Los historiadores que impulsaban la práctica de una historia social carecían de certezas respecto a la forma en que se desenvolvería y resolvería la crisis abierta tras la caída y proscripción del peronismo. Este terreno de incertidumbre resistía los análisis realizados desde la especificidad de la disciplina. El compromiso político antiperonista y las dificultades de la historiografía para pensar ese presente postperonista, provocaron que los historiadores, a la hora de ensayar algunas respuestas, utilizaran la economía cepalina y la teoría de la modernización. Semejante relación con el presente, mediatizada por las nuevas ciencias sociales, restó vigor a ciertos aspectos de la renovación historiográfica, cuyo punto más débil fue el abandono de toda intención de problematizar el peronismo a la luz de los desarrollos de la historia social. En ese entonces, se trataba de un fenómeno demasiado reciente y problemático, que impedía el distanciamiento necesario para encarar un análisis que no desmereciera la teoría y metodología en formación de esa historia social.31

Como se ha señalado, el golpe de 1966 arrasó con esta experiencia cuyos rasgos de implantación, según Halperín Donghi, distaron mucho de ser hegemónicos. La producción y la discusión continuaron para muchos de los miembros y discípulos de este grupo inicial, pero el contexto se había transformado brutalmente. Algunos se exiliaron completando estudios de posgrado, otros decidieron abandonar la universidad para ejercer su profesión en espacios donde el peso del control ideológico era menor, y sólo unos cuantos continuaron en sus cargos resistiendo el onganiato.32

El periodo 1966–1973 fue peculiarmente oscuro para la historiografía y, en particular, para la historia social. En 1973, el gobierno de Cámpora, y meses después el de Perón, devolvieron oxígeno al mundo intelectual. Sin embargo —según Halperín Donghi— la politización de las posiciones era demasiado profunda como para cualquier ensayo duradero de institucionalización de la profesión.33 Cabe destacar las discusiones suscitadas en los primeros años de 1970, en torno a las postulaciones de André Günder Frank. A la categoría de modo de producción en América Latina estuvo consagrado el número 40 de la revista cordobesa Pasado y Presente, edición que contó con las destacadas intervenciones de Ernesto Laclau y José Carlos Chiaramonte.34

Paralelamente a esos trabajos, la revisionista Historia argentina de José María Rosa se transformaba en un notable éxito de ventas, con una enorme capacidad para instalar efectivas imágenes del pasado entre un público masivo.35

Los años que siguieron a 1976 mostraron la marca indeleble del exilio externo e interno de los investigadores relacionados con la historia social, quienes para las fuerzas represivas del Estado tenían un marcado carácter subversivo. Sólo algunas experiencias, aunque de menor compromiso político, lograron persistir: Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), aunque ésta última por poco tiempo. No obstante, en el exterior surgieron algunos de los proyectos historiográficos que fueron diseñados en el contexto de la renovación, gestado durante la década anterior.36

 

LOS SECTORES POPULARES EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA

Los entonces jóvenes investigadores, desplazados de los núcleos académicos a consecuencia de la permanente inestabilidad política que dominaba en el país, se vieron obligados a discutir y producir en las sombras. Grupos de investigación asociados a instituciones preferentemente privadas, como el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA), el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y el Instituto Di Tella, fueron los sitios indicados para reiniciar las discusiones académicas aplazadas por el golpe. Allí comenzó la lectura del marxismo inglés y el interés por sus debates. En esa época, circulaban fundamentalmente las obras de Edward P. Thompson, Eric Hobsbawm y Ralph Samuel.37

En 1963, uno de estos autores (E. P. Thompson) publicó un texto seminal: La formación de la clase obrera en Inglaterra.38 En los dos volúmenes de la obra, Thompson tomaba distancia de la concepción que hacía hincapié en la historia de las vanguardias políticas y sus dirigentes (historia del movimiento obrero). El primer tomo, en particular, se focalizó en la atención de la clase obrera en sentido amplio. El proceso de construcción de la clase, en la concepción del autor, no estaba determinado por la relación subordinada que establecía en las relaciones de propiedad de los medios de producción; por el contrario, el historiador inglés enfatizó los conceptos de experiencia y conciencia atinentes a problemáticas culturales. La obra de Thompson se inscribía en el debate sobre la caducidad de la antigua división de estructura y superestructura, que era planteada en el interior del marxismo británico y cuyo más destacado exponente fue el crítico literario Raymond Williams.39

El grupo de investigadores argentinos integrado por Leandro Gutiérrez, Hilda Sábato, Luis Alberto Romero, Ricardo González y Juan Suriano, entre otros, fue más allá de las discusiones formuladas por el marxismo inglés, atacando un presupuesto que subyacía a esta tradición historiográfica: la existencia de las clases sociales.40 A juicio de los historiadores que conformaban el PEHESA, la existencia de las clases sociales no podía derivarse del estudio de la estructura productiva, puesto que tal definición resultaría notoriamente incompleta al no detenerse en un análisis de la cultura, los valores y las prácticas, elementos constituyentes y constitutivos de la identidad de las clases sociales. Los investigadores argentinos creyeron que el concepto de clase obrera integraba también ciertos atributos de la misma, especialmente su carácter contestatario y revolucionario, hecho que no necesariamente es así y puede corroborarse en algunos de los estudios de la segunda generación de historiadores marxistas ingleses.41

En tal sentido, el grupo del PEHESA resguardaba su argumento en la idea que señala que en el uso de la categoría de clase social se oculta una suerte de deber ser. En la matriz marxista, según Romero y Gutiérrez, la clase obrera —por el hecho de ser el sujeto de la transformación del sistema o del modo de producción capitalista—, debe revestir necesariamente una conciencia revolucionaria o, en su defecto, una falsa conciencia, para cumplir con mayor efectividad su objetivo históricamente asignado, o bien, para desviarse del mismo. En definitiva, el concepto de clase social fue rechazado por los investigadores argentinos porque los actores sociales no pueden ser clasificados ni sus conductas asignadas a través de categorías que incluyan presupuestos exdefinitione, o que finalmente contribuyan a la reificación o substancialización de la realidad por la vía de una conceptualización estática y un realismo, si no dogmático al menos metafísico.42 Inteligentemente, Luis Alberto Romero ha planteado este dilema en los términos de la discusión inaugural de la filosofía occidental entre Parménides y Heráclito.43

Los investigadores argentinos prefirieron utilizar el más ambiguo concepto de sectores populares frente a la rigidez y limitaciones que ofrecía el de clase obrera. Luis Alberto Romero sostiene que en el campo de los sectores populares se forjan sujetos con identidades de bordes imprecisos, que abarcan desde los marginales urbanos (pasando por los trabajadores) hasta llegar a la pequeña burguesía. Sin embargo, este concepto, semánticamente menos estable que el de clase obrera, resulta más pertinente en el contexto de investigaciones en las que se despliega. Su mayor plasticidad a la hora de comprender el universo social argentino de 1880 y 1930 —conmovido por una sostenida movilidad social ascendente— le otorgaba una ventaja relativa frente a la conceptualización de clase. En Buenos Aires, una ciudad ajena a una industrialización vasta, resulta difícil imaginar a la clase obrera como el grupo hegemónico dentro del campo popular. Del mismo modo, la poderosa movilidad social haría infructuoso cualquier ensayo de estabilizar una conciencia social de rasgos clasistas, antes bien las identidades se presentaban en un estado de permanente fluidez. Por lo demás, Gutiérrez y Romero afirman que los procesos históricos comportan un movimiento constante y que la cristalización de las identidades no es algo que pudiera resolverse exclusivamente desde el punto de vista teórico.

Las características de los ámbitos de circulación y producción intelectual que utilizaban el concepto de sectores populares, la dificultad para generar cualquier suerte de espacio de debate convocante, sumado al exilio de muchos profesores, disminuyeron las condiciones de ampliación del intercambio de puntos de vista: planteamientos historiográficos y avances de investigación. Este hecho determinó que la inminente polémica entre los historiadores marxistas y aquellos que proponían el concepto de sectores populares se produjera varios años después.

El retorno de las garantías constitucionales fue una de las condiciones de posibilidad para este debate, también, la ocupación de posiciones destacadas para historiadores hasta entonces marginados del marco institucional. Luis Alberto Romero argumenta que la llegada a la universidad de un grupo de investigadores preocupados por problemas de índole profesional y académica, redundó en la constitución de un campo historiográfico relativamente sólido y estable (léase autónomo),44 donde, está de más decirlo, los participantes del grupo PEHESA ocuparon lugares preeminentes. La estabilización académica de dicho grupo, la multiplicación de estudios sobre los sectores populares entre 1985 y 1995, la crisis de fin de siglo de los paradigmas historiográficos dominantes, el consiguiente giro hacia la historia cultural y, más recientemente, hacia la nueva historia política provocó la agilización de la producción en torno a los sectores populares. Así, surgieron investigaciones que profundizaron sobre las condiciones de vida de los sectores populares, sus lugares de habitación, su participación política, las experiencias del fomentismo, la vida en el barrio, las bibliotecas populares, el acceso a la cultura a través de la literatura de folletín, el mundo del trabajo, las representaciones de la vida cotidiana, la cultura política, la cultura católica, el universo de los libros y las lecturas, las fantasías motorizadas por una modernidad técnica y periférica, etcétera.

Este auge en la producción y circulación de investigaciones que estudia diversas problemáticas, pero que se aglutinaban bajo un mismo concepto con el que apelaban a un sujeto histórico, o mejor, a un campo donde se formaban los sujetos históricos (sectores populares), permitió la existencia de algunos debates. De esta manera, apareció un artículo de Alberto J. Pla como la respuesta crítica formal a estas producciones por parte de la historiografía argentina de tradición marxista.45 Pese a su corta duración, el debate que se había iniciado en las Primeras Jornadas Interescuelas–Departamentos de Historia de las Universidades Nacionales (La Plata, 1988), produce aún algunos ecos entre quienes continúan estimulando la producción en este campo problemático.46 En aquella oportunidad, como en el Anuario de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario —donde un año después apareció, a modo de secuela, la reflexión de Pla—, sectores populares y movimiento obrero se hallaban unidos en un mismo espacio que hacía viable la polémica.47 Posteriormente, ambas temáticas fueron derivadas a lugares de circulación específicos (mesas y simposios)quedando trunco el intercambio de ideas y puntos de vista que por momentos adoptaba cierto tono de querella.

El mencionado artículo de Pla no aporta demasiado a la discusión, puesto que elude o desdeña toda confrontación con los autores que investigaban a los sectores populares en Argentina, y en una operación intelectual un tanto dudosa deja fuera de su atención sus intenciones argumentales a esta producción.48 Ciertamente, la operación intelectual puede ser así calificada debido a que, más tarde, Pla dedica mucho espacio al pensamiento de otros autores y a su discusión o elucidación, aunque los protagonistas ya no son Luis Alberto Romero, Leandro Gutiérrez o Ricardo Falcón, sino Aron, Mallet, Touraine y Offe. Es posible que este gesto se deba a que considere a la última serie de autores como inspiradores del concepto de sectores populares, lo cual, por cierto, jamás es explicitado. Parece que sólo es condición algún tipo de eclecticismo frente a la categoría de clase obrera —que el Marx (Engels) maduro planteó en El Capital— y contar con cierta repercusión internacional para ingresar al debate. El artículo contiene centralmente una defensa del método marxista de investigación histórica, de la existencia de las clases sociales en general y de la clase obrera en la sociedad capitalista y de la utilidad de tal concepto; tanto para producir conocimientos como para generar transformaciones sociales y políticas de envergadura.

Al margen de esta publicación, la discusión que hoy muchos historiadores califican de bizantina, siguió su curso como una especie de diálogo de sordos. Por un lado, los defensores del concepto de sectores populares decían respetar más estrictamente las formulaciones de Thompson que sus colegas marxistas, al no definir a la clase obrera por su ubicación en la estructura productiva y pensar efectivamente que la clase no es un dato establecido, sino una construcción histórica atravesada por el proceso de hacerse en la experiencia y el conflicto. Por el otro, los marxistas impugnaron la validez del concepto de sectores populares en tanto extraía de Thompson herramientas heurísticas y hermenéuticas, pero dejaba de lado, a juicio de ellos, la fundamental: la categoría de clase obrera y, sobre todo, al extraer su potencial político apto para explicar y transformar el mundo al mismo tiempo.

Más allá de este debate, las investigaciones acerca de los sectores populares en Argentina prosperaron en cada una de las ediciones de las Jornadas Interescuela/ Departamentos de Historia y en diversas publicaciones especializadas. Quizá los rasgos más característicos de esta producción sean una persistente pregunta en torno a los aspectos culturales y políticos de estos grupos urbanos, un interés particular por reconstruir su universo de prácticas desde el punto de vista microsocial y del estudio de caso, y un notorio carácter fragmentario, puesto que sólo se cuenta con algunas compilaciones publicadas, tesis doctorales difundidas como libros y el resto se encuentra disperso en artículos editados, en el curso de las últimas décadas, por revistas relacionadas con la historia y las ciencias sociales.49

 

CULTURA, IDENTIDAD Y AGENCIA EN LOS SECTORES POPULARES

Luis Alberto Romero afirmó que el trabajo que emprendió con Leandro Gutiérrez y otros investigadores, en torno a los sectores populares, tenía por finalidad responder a una pregunta que se transformó en clásica para su generación: ¿cuáles son los orígenes del peronismo? Esta cuestión, a su vez, pertenecía a la tradición de la sociología científica inaugurada por Gino Germani. La intención de estos historiadores argentinos —que comenzaron a transitar elaboraciones del marxismo inglés durante la década de 1970— era más rebatir la interpretación germaniana de los orígenes del peronismo que discutir las categorías del marxismo clásico. La propuesta era revisar los altos índices de pasividad que Germani adjudicaba a los sectores populares al calificarlos como masas en disponibilidad, presas idóneas para la manipulación, del líder, por lo que el recurso a la obra de Thompson, en este sentido, se revela estratégico y extremadamente adecuado.

Con esa finalidad, intentaron reformular la noción de cultura popular, evitando los tópicos de la manipulación y la inminencia. Del primero formaba parte la interpretación de Germani sobre la relación de la clase obrera argentina con el peronismo; el segundo cimentaba las inquebrantables virtudes del mundo popular en visiones folklóricas y ahistóricas.50 En cambio, proponían concebir de manera más compleja la cultura de los sectores populares, la cual estaría abierta a múltiples influencias y atravesada por su imbricación en los procesos históricos. En esta interpretación, la cultura de los sectores populares era gestada a través de largos procesos de experiencia, en el sentido thompsoniano del término. Al mismo tiempo, esa matriz cultural articulaba la experiencia simbólica y material que los sectores populares tenían de sí mismos en su vida cotidiana y las caracterizaciones que la elite producía e importaba hacia ellos paternalista o despectivamente, dependiendo de las distintas configuraciones históricas. Estas imágenes de los otros eran difundidas a través de aparatos o dispositivos ideológicos,51 de los que la clase dominante se servía para imponer su cultura hegemónica.52 Finalmente, la constitución de la cultura de los sectores populares también estaba atravesada por el accionar de los mediadores culturales, activistas ideológicos, intelectuales orgánicos y reformistas, tanto de una izquierda socialista como de una derecha católica.53

La definición de cultura que exponían Romero y Gutiérrez contenía tanto experiencias que integraban el complejo de la materialidad como el universo simbólico, entendiendo a ambos como componentes indivisibles de una realidad, siguiendo las sugerencias teóricas de Raymond Williams y Pierre Bourdieu. Asimismo, adicionaban a este concepto los mensajes producidos en ámbitos diversos, asociados a regímenes de prácticas específicos, y la decodificación de los mismos mediante un tamiz o retícula cultural estructurada por las experiencias y los mensajes previamente asimilados.54

Este conjunto de aportaciones y vías para acceder al conocimiento de los sectores populares contribuyó a un importante avance en los resultados de investigaciones destinadas a descifrar los valores y el universo simbólico de este grupo social. La combinación de los distintos factores que confluyen en la formación de la cultura de los sectores populares se expresa acabadamente en el trabajo sobre la experiencia de las bibliotecas populares durante la entreguerra porteña, firmado por Romero y Gutiérrez.55 En dicho artículo se consigna la actividad de las bibliotecas populares entre 1920 y 1945, periodo que coincide con la redefinición de la identidad de los sectores populares que de contestataria, antisistema y anarquista (1880–1920) pasa a ser conformista y reformista. Tal proceso de transformación cultural es lo que en última instancia intenta esclarecer el estudio.

La cristalización de esta identidad conformista y reformista, abierto frente a la apelación del discurso peronista, es confirmada por la indagación basándose en las tesis germanianas de movilidad social ascendente y de argentinización de las masas. Éstas, a partir de las leyes de educación común, se tornaron más idóneas para la recepción de toda suerte de mensajes culturales. Otras claves explicativas, ofrecidas por Gutiérrez y Romero, son la descentralización urbana de Buenos Aires que desvinculó el ámbito del trabajo de la vivienda,56 este proceso fue completado por la modernización técnica ínsita en el tranvía eléctrico de pasajes económicos y los remates de lotes periféricos pagaderos en pequeñas mensualidades. Asimismo, la sanción del descanso dominical (1905), el establecimiento de la jornada legal de ocho horas (1929) y la paulatina difusión del sábado inglés (1932), contribuyeron a generar grupos sociales con una identidad más centrada en el tiempo libre que en el trabajo. Paralelamente se extendieron nuevas experiencias y ámbitos de sociabilidad en los que se consolidó, al ritmo de las prácticas y las relaciones sociales, esta redefinición identitaria. En este campo, la historia barrial fue una de las principales vías para emprender la desestimación definitiva de la categoría de clase social y escribir una historia alternativa tanto a las tradicionales historias barriales como a las marxistas.57

A pesar de estas innovaciones, en definitiva se trataba de dar solución al viejo enigma de la sociología argentina y, al mismo tiempo, inscribirse en una línea renovadora. Ambas operaciones no presuponían desdeñar de plano las propuestas de Germani. Para los estudios sobre sectores populares el peronismo habría logrado una base de apoyo tan considerable y perdurable, a partir de un discurso que se encajaba casi a la perfección con esta retícula de decodificación de los sectores populares que incluían experiencias pasadas, necesidades presentes y esperanzas futuras.

Hasta aquí, si bien la interpretación no logra dar cuenta de la pregunta por los orígenes del fenómeno peronista, la propuesta parece atractiva, complejizante y con importantes puntos de acierto. Lamentablemente, en general, los estudios de base se detienen frente al annus miriabilis 1945, explicando el origen por sus antecedentes y sólo mentando fragmentariamente las articulaciones del régimen con esos antecedentes. En ocasiones dicha actitud está acompañada de ciertos vicios teleológicos, puesto que al constituir al periodo posterior a 1945, en horizonte histórico de las décadas precedentes, desestiman un análisis pormenorizado e independiente del surgimiento del peronismo de la cultura popular de las décadas de 1920 y 1930. Además, sus expectativas de generalización son ciertamente holgadas. Algunos trabajos sobre los sectores populares mantienen la premisa de estudiar un ámbito particular a partir de una pregunta general, obteniendo por consiguiente respuestas a un proceso amplio. Ahora bien, la duda que siempre se impone tras estas operaciones historiográficas es si la respuesta a la pregunta general está en el locus particular sobre el que se despliega el análisis o se encuentra ya contenida en la pregunta misma y los supuestos que la construyen.

Todos quienes estudian la constitución del peronismo parten hoy de la hipótesis de la complejidad del proceso y de la escasa linealidad del comportamiento de los actores, como los sindicatos, el Ejército, la iglesia o los empresarios. En este texto quiero concluir esbozando una explicación orientada en el mismo sentido, partiendo de un ámbito más acotado de la sociedad: el mundo barrial de la ciudad de Buenos Aires en la entreguerra y dos de sus instituciones más típicas, la biblioteca popular y la parroquia católica.58

En primer término, cabe destacar que las investigaciones de los sectores populares en las bibliotecas de fomento barriales toman unos pocos casos: la Biblioteca Popular Barracas, la Corporación Mitre de Villa Nazca,59 analizados desde una perspectiva microsocial. A partir de esas muestras se induce una generalización de las experiencias de los sectores populares en esos ámbitos que tuvieron propagación abundante en Buenos Aires durante el periodo de entreguerras. Además, se produce una cierta sobrevaloración de las experiencias vinculadas a la cultura escrita o la lectura, haciendo a un lado fenómenos ciertamente más complejos, pero no por ello menos trascendentales, como los deportes, la radio y el cinematógrafo.

En segundo lugar, la experiencia de los sectores populares no puede ser reconstruida —salvo excepcionalmente—, sino por vía indirecta, es decir por los testimonios de aquellos que contribuyeron a modelar su cultura: los medios estatales, las clases dominantes, los activistas de diferente signo político.60 Los discursos de estos actores no son transparentes y tienen una intencionalidad definida. Quizás este hecho, sumado a la exploración de la apropiación diferencial que los sectores populares hacen de estos discursos, merecería algunas consideraciones más profundas por parte de los trabajos acerca de los sectores populares. Esos discursos son portadores de cierta opacidad que merece la aplicación de la crítica textual y la deconstrucción,61 así podría evitarse la excesiva asignación de niveles de transparencia que se refleja en algunos ensayos.62 En síntesis, la interpretación de las condiciones para la emergencia de una cultura política peronista, que se desprende de la conformación de una nueva identidad de los sectores populares, necesita más amplias demostraciones y un profundo análisis para adecuarse a niveles de generalización.

Los estudios acerca de los sectores populares aún no han logrado avanzar de manera convincente sobre el análisis del fenómeno peronista, y cuando intentan hacerlo los resultados no son los más alentadores. Por ejemplo, en el ensayo que Luis Alberto Romero realizó sobre la participación política desde 1880 hasta 1984, y en especial la consideración que efectúa sobre el peronismo, una vez que ha llegado al poder, autolimita sus potencialidades analíticas.63 La aproximación de Romero se funda en toda aquella tradición germaniana que presenta a la clase obrera con muy altos índices de pasividad durante el peronismo, y no logra una interpretación novedosa del fenómeno en cuestión. Las sofisticaciones de los procedimientos indagatorios sobre la identidad y la cultura de los sectores populares se esfuman, en su reemplazo emerge una interpretación que tributa, sin demasiadas restricciones, a las miradas sobre el totalitarismo clásico. Romero explica la movilización bajo el peronismo con un sesgo que contradice en mucho sus inquietudes por analizar la cultura de los sectores populares más allá de la manipulación. Transcribo algunos de los pasajes más significativos en este sentido:

La eficacia del apoyo dependía en parte de la capacidad de estimular permanentemente la movilización popular, dándole un carácter cada vez más faccioso; también de la posibilidad de controlar esa movilización, poniéndola al servicio del Estado haciéndola golpear allí donde se quería que golpeara [...] el Estado, que metió las narices y la mano en los más recónditos rincones de la sociedad y controló toda forma de movilización espontánea [.] una propaganda apoyada en el uso sistemático de los medios masivos de comunicación monopolizados por el Estado [.] también contribuyo a expandir los mecanismos de control ideológico. En este contexto deben ser explicadas las nuevas formas de participación política centradas en la movilización.64

En estos términos se hace realmente complejo hallar notorias diferencias entre esta interpretación y la de Germani, que emparentaba al peronismo con una forma de totalitarismo. Quizá la crítica debería matizarse dado que Romero considera al peronismo como un momento de expansión de la democracia, en tanto fomentó la participación (subordinada) de los sectores populares y la obtención de los derechos sociales, que les permitió el acceso a bienes materiales a través de un consumo ampliado. Sin embargo, la idea de que el peronismo con este discurso omnipresente y manipulador, que bajaba desde el Estado y penetraba a la sociedad por todos sus rincones, destruyó las formas de participación directa en los ámbitos celulares de la sociedad y, por tanto, recortó la democracia en sus nidos, es controvertible. Semejante afirmación descansa sobre una concepción de la democracia demasiado restringida que sólo contempla como válidas las instancias de participación directa.

En resumen, los análisis sobre la cultura de los sectores populares han complejizado enormemente las vías para comprender las modalidades sociales y culturales de estos grupos urbanos en las décadas de 1920 y 1930; pero si el centro de sus preocupaciones ha sido explicar los orígenes del peronismo, es justo afirmar que esta búsqueda no ha cosechado iguales éxitos. Este argumento conduce a interrogarse sobre la validez de la pregunta inicial en torno a los orígenes del peronismo, las dificultades para transformar esa interrogación primigenia a la luz de los estudios de caso y las formas en que el conocimiento historiográfico establece las relaciones entre el análisis de caso y el contexto general. Quizá responder estas preguntas ayude a comprender los fuertes lazos que atan a las historiografías de los sectores populares con la renovación historiográfica de la década de 1950 y con la sociología germaniana. Seguramente en esas elaboraciones se encontrará la clave para explicar por qué las indagaciones históricas sobre la cultura de los sectores populares intentan constituirse como vanguardia historiográfica respecto a la historia del movimiento obrero, pero, al mismo tiempo, se ofrecen como fieles guardianes de la tradición en relación con la historia social de José Luis Romero.

 

CONCLUSIONES

Los estudios acerca de los sectores populares han contribuido con una novedosa aproximación a la sensibilidad y a la cultura de sujetos sociales genéricamente vinculados con el universo popular, evidenciando con su trabajo el carácter extemporáneo de las historias del movimiento obrero. Sin embargo, en el momento de responder a las interrogantes heredadas por la sociología germaniana, los estudios sobre los sectores populares precisan de miradas más agudas, que ayuden a superar ciertas fórmulas trilladas mediante mayor número de estudios de caso, capaces de incidir sobre la reconstrucción de las perspectivas generales. En este plano, la sociología argentina sigue cosechando éxitos más notables. A modo de ejemplo, puede citarse el estudio de Juan Carlos Torre que pretende combinar los planteamientos de Murmis y Portantiero, los de Germani y la teoría de los actores sociales de Alain Touraine. De este modo, Torre ha intentado restituir en el lugar de actor social y político a la clase obrera durante el periodo peronista.

En la historiografía la excepción a la regla es el historiador anglosajón Daniel James, cuyo clásico Resistencia e Integración,65 ha sido recientemente completado por Doña María.66 La distancia que el historiador establece con su objeto y con la tradición de las ciencias sociales argentinas, y el análisis que realiza sobre la clase obrera y el sindicalismo, así como acerca de la historia de vida de la militante María Roldán, son una muestra de la aplicación de las inspiraciones que reclaman para sí los estudios sobre los sectores populares,67 adicionando las inquietudes de historiadores británicos sensibles al giro lingüístico.68 Es cierto que, recientemente, un innumerable conjunto de trabajos ha sido publicado intentando revertir algunas de estas imágenes con más éxito que sus predecesores.

Otra de las dificultades que encuentran los primeros trabajos sobre los sectores populares —muy frecuente en la década de 1980 y casi salvada alrededor de 1990— se expresaba en la preocupación por la restitución de la democracia. En los primeros años de la década de 1980, los investigadores del PEHESA se mostraron particularmente preocupados por descubrir los "nidos de la democracia" y hallaron, todavía hipotéticamente, su localización en las experiencias del asociacionismo barrial, las bibliotecas populares y el fomentismo de 1920 y 1930.69 Esta marca de nacimiento y la pregunta por la democracia, resultan axiales en la obra de Luis Alberto Romero, quién escribió un libro de síntesis acerca de la historia argentina contemporánea considerando este concepto como eje de articulación.70

Ahora bien, esta aproximación basada en la suposición del carácter democrático de la cultura de los sectores populares, además de comportar premisas inmanentistas e ilustradas, es casi tan objetable como la atribución a la clase obrera de una conciencia revolucionaria, mencionada críticamente en los apartados anteriores. Aunque en favor de la historiografía de los sectores populares debe señalarse su capacidad de autocrítia en este punto. La presunta idiosincrasia democrática de los sectores populares puede ser probada en casos y periodos acotados, aunque no conviene extenderla demasiado. La identidad de los sectores populares no sólo se alimentó de los mensajes provenientes del progresismo social, antes bien adoptó como elementos simbólicos relevantes los sedimentos de experiencias poco proclives a la democracia o decididamente autoritarias. Los sectores relacionados con la Acción Católica —que desplegó todo su atractivo luego del Congreso Eucarístico Internacional (Buenos Aires, 1934)— tuvieron una gran incidencia en la cultura de los sectores populares. Este conjunto de prácticas y representaciones, hasta hace algunos años desatendido, ha comenzado a ganar un espacio considerable en las investigaciones hasta ocupar actualmente un rango prioritario.71

De este modo, parece estar de acuerdo la práctica profesional y los diagnósticos que Luis Alberto Romero ha vertido sobre el campo historiográfico argentino al promediar la década pasada. Como el autor señala, la historiografía es una disciplina estrictamente científica y su campo, a partir de la llegada de profesionales políticamente asépticos (si es que esto es posible), goza de una creciente autonomía relativa, en términos bourdesianos,72 es lógico que la reconstrucción del pasado de los sectores populares no obedezca a presupuestos y se atenga a las observaciones teóricamente cargadas de la prueba empírica aportada, a su vez, por un minucioso trabajo de archivo.73

La lucha por dominar el sentido de la cultura popular, por establecer la hegemonía cultural y conquistar la cultura de los sectores populares es intensa e interminable. En estos combates participan numerosas agencias sociales, en perpetuo movimiento y redefinición de tácticas y estrategias, en el sentido que dichos términos tienen para Michel de Certeau.74 El conflicto aún latente, de manera larvada y sintomática, ofrece indicios de su existencia. Esa conflictividad cultural resulta del enfrentamiento de los intereses de los agentes dominantes y dominados y atraviesa la configuración y el entramado de toda la sociedad. Sin embargo, los estudios sobre los sectores populares no parecen reparar particularmente en ello. Aunque hay excepciones, una sociología del equilibrio, heredera de las formulaciones germanianas, parece ser más idónea para pensar la empresa analítica desplegada sobre los sectores populares, que las inspiraciones prestadas por el marxismo británico.

Allende la invención de las tradiciones teóricas, la renuncia a explorar el conflicto es uno de los dilemas contenidos por los estudios de los sectores populares. Especialmente, la ausencia de una perspectiva del conflicto es ofrecida por los estudios que intentan interpretar la cultura de los sectores populares en función del peronismo; es decir, en vísperas o en correlación con la creación de la identidad de trabajadores, sobreimpresa por el discurso peronista a la cultura de los sectores populares. Ausencia paradójica puesto que el conflicto es asumido, tal como lo muestra el epígrafe que inaugura este artículo, como uno de los lineamentos programáticos y fundadores de esta historiografía.75 Seguramente nuevos trabajos desdibujarán estas afirmaciones y pondrán en el centro del análisis la conflictividad social y cultural del campo popular, en su perpetuo hacerse y rehacerse, adaptándose, resistiéndose y trastocando el sentido de las regulaciones exteriores e interiores.

 

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NOTAS

1 Agradezco los comentarios de los dictaminadores anónimos de Signos Históricos que me han ayudado a delinear mi trabajo. Una vieja versión de este texto ha sido comentada por Nicolás Quiroga y Darío G. Barriera, a cuyas sugerencias seguramente obedecen los aciertos que este trabajo pueda contener.

2 Luis Alberto Romero, "Los sectores populares en las ciudades latinoamericanas del siglo XIX: la cuestión de la identidad", en Desarrollo Económico, vol. 27, núm. 106, julio–septiembre, 1989, p. 222.

3 Alberto J. Pla, "Apuntes para una discusión metodológica. Clases sociales o sectores populares. Pertinencia de las categorías analíticas de 'clase social' y 'clase obrera'", en Anuario de la Escuela de Historia, núm. 14, 1989–1990, p. 11.

4 Eduardo Mallea, El Vínculo, Navarra, Salvat, 1970, pp. 57–58.

5 Diego Abad de Santillán, El movimiento obrero argentino (desde sus comienzo hasta 1910), Buenos Aires, Argonauta, 1930; y La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero argentino, Buenos Aires, Proyección, 1971; Jacinto Oddone, Gremialismo proletario en la Argentina, Buenos Aires, La Vanguardia, 1949; Sebastián Marotta, El movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Lacio, 1960; y Rubens Iscaro, Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Ateneo, 1973.

6 La obra del militante anarquista Diego Abad de Santillán, op. cit., 1971, muestra una notable similitud con la Historia del Movimiento Obrero de Edouard Dolleans. La abrumadora facilidad con que el texto de Santillán se amolda, en cuanto a sus temáticas y razonamientos, a las historias del movimiento obrero producidas en Europa se debe, en una medida no despreciable, a que el propio Abad tradujo algunos de esos textos del francés. La obra de Dolleans fue traducida al castellano por Diego Abad de Santillan, publicada bajo el sello editorial Eudeba en 1961. Su versión final acusa una corrección técnica de Alberto J. Pla; además, las ideas anarquistas, caras al exiliado republicano Sinesio Baudolino García Fernández —quien se ocultaba tras el seudónimo de Diego Abad de Santillán— encastraban perfectamente con aquella labor de traducción, puesto que Dolleans había sido uno de los primeros historiadores del movimiento obrero que emprendía esa labor de reconstrucción histórica desde una perspectiva próxima al anarquismo.

7 Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1994a; y Juan Carlos Torre, "Acerca de los estudios sobre la historia de los trabajadores en la Argentina", en Anuario del IHES, núm. 5, 1990, pp. 111–130.

8 Llama la atención que las referencias a esta corriente, a la que todos los autores reconocen entidad, sean notoriamente escasas y colaterales, y que se confundían, como en el presente trabajo, con la historia tradicional del movimiento obrero. Se apela recurrentemente a los resultados de dos investigaciones producidas durante el exilio y publicadas en el mismo año. VéanseEdgardo Bilsky, La Semana trágica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984; y Ricardo Falcón, Los orígenes del movimiento obrero (1857–1899), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984. Sin embargo, no es objetivo de este trabajo reconstruir el origen y la trayectoria de dichas investigaciones.

9 Recientemente pueden consignar las postulaciones del historiador, para quien el concepto de sectores populares resulta operativo en su capacidad explicativa sólo hasta principios del siglo XX, momento en el cual comienza el proceso de formación de clases. Su último estudio de marcada inspiración thompsoniana, narra la formación de la clase obrera en Rosario. Véase Ricardo Falcón, La Barcelona Argentina. Migrantes, obreros y militantes en Rosario (1870–1912), Rosario, Laborde, 2005.

10 Las historias clásicas del movimiento obrero aparecen encabezando el apartado titulado "Fuentes para estudiar la clase obrera" en el texto introductorio preparado por Mirta Lobato y Juan Suriano, "Acerca de la historia de los trabajadores", en Mirta Lobato (dir.), La historia de los trabajadores argentinos (Guía bibliográfica), Buenos Aires, Grupo de Trabajo Movimiento Obrero y Sectores Populares/Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de Córdoba/Universidad Nacional de Rosario, 2000 [Formato CD].

11 Alejandro Blanco, Razón y Modernidad. Gino Germani y la sociología Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.

12 Diego P. Roldán, "La construcción de la urbe y la ciudad en la historiografía. Un vistazo del último medio siglo", en Darío Barriera y Diego P. Roldán (comps.), Territorios, espacios y sociedades. Agenda de problemas y tendencias de análisis, Rosario, Universidad Nacional de Rosario, 2004, pp. 257–298.

13 Gino Germani, Política y Sociedad de masas en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1966; y "El surgimiento del peronismo. El rol de los obreros y de los migrantes internos", en Desarrollo Económico, vol. 13, núm. 51, 1973, pp. 435–488.

14 Las ideas de inmigración aluvional y movilidad social ascendente, entre otras, fueron las que más han pervivido en el utillaje conceptual de la historiografía moderna.

15 Federico Neiburg ha señalado que la sociología en Argentina surgió como disciplina científica a partir de su pretensión de explicar el peronismo. Véase Federico Neiburg, "Ciencias sociales y mitologías nacionales. La constitución de la sociología argentina y la invención del peronismo", en Desarrollo Económico, vol. 24, núm. 136, enero–marzo, 1996, pp. 535–556; Los intelectuales y la invención del peronismo, Buenos Aires, Alianza, 1998; y Federico Neiburg y Mariano Plotkin (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2005.

16 Al menos existen cuatro trabajos centrales que merecen ser mencionados: Gino Germani, "La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo", en Política y Sociedad de masas en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1966, pp. 233–252. No ignoro que la lista de trabajos de Germani abocados a esta temática podría prolongarse considerablemente, pero por razones de extensión sólo menciono los de: Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971; Ricardo Sidicaro, "Consideraciones sociológicas sobre las relaciones entre el peronismo y la clase obrera argentina, 1943–1945", en Boletín de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, núm. 31, 1985, pp. 43–60; y Juan Carlos Torre, "Interpretando una vez más los orígenes del peronismo", en Desarrollo Económico, vol. 28, núm. 112, enero–marzo, 1989, pp. 525–548.

17 José Panettieri, Los trabajadores, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.

18 Óscar Yujnovsky, "Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1880–1914", en Desarrollo Económico, vol. 14, núm. 54, julio–septiembre, 1974, pp. 327–372; Jorge Enrique Hardoy, "La vivienda popular en el municipio de Rosario a fines del s. XIX. Censo de Conventillos de 1895", en Diego Armus (comp.), Sectores populares y vida urbana, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 1984, pp. 138–151; y Francis Korn y Lidia de la Torre, "La vivienda en Buenos Aires, 1887–1914", en Desarrollo Económico, vol. 25, núm. 98, julio–septiembre, 1985, pp. 245–258.

19 Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo, La formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Paidós, 1967; y Roberto Cortés Conde, El Progreso Argentino, 1880–1914, Buenos Aires, Sudamericana, 1979.

20 Para ilustrar este debate desde la perspectiva de la historia urbana, véase Diego P. Roldán, op. cit, 2004.

21 Eric Hobsbawm, "Niveles de vida, 1850–1914", en Industria e imperio, Barcelona, Ariel, 1982; Edward P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1985, en particular los capítulos "Explotación" y "Niveles y experiencias". Para una síntesis de este debate véase Arthur J. Taylor, El nivel de vida en Gran Bretaña durante la Revolución industrial, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1985.

22 Esta proposición fue sustentada especialmente por un libro que acuñó el sonado concepto de take off (despegue). Walt Withman Rostow, Las etapas del desarrollo económico: un manifiesto anticomunista, Madrid, Siglo XXI, 1973. Para revisar la perspectiva optimista en la historiografía en dos momentos de producción diversos véase T. S. Ashton, La Revolución Industrial, México, Fondo de Cultura Económica, 1950; y AA. VV., Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Madrid, Alianza, 1989.

23 Leandro Gutiérrez, "Condiciones materiales de vida de los sectores populares en el Buenos Aires finisecular", en De historia e historiadores: homenaje a José Luis Romero, México, Siglo XXI, 1982, pp. 425–436.

24 Para una visión más extensa sobre este debate, véase Mirta Lobato y Juan Suriano, "Trabajadores y movimiento obrero: entre la crisis y la profesionalización del historiador", en Entrepasados, núms. 4–5, 1993, pp. 41–64.

25 Parcialmente, a este contexto deben atribuirse el retraso y la asincronía que, en ocasiones, presenta la reformación de los tópicos de la obra de Panettieri, que sólo serán rebatidos con contundencia y sistemáticamente a finales de la década de 1970 y comienzos de la siguiente.

26 Acerca del concepto de tradición véase Raymond Williams, Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1980.

27 Tulio Halperín Donghi, "Un cuarto de siglo en la historiografía argentina (1960–1985)", en Desarrollo Económico, vol. 25, núm. 100, 1986, pp. 487–520.

28 Para una estimulante recapitulación de la trayectoria de J. L. Romero, véase Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, Buenos Aires, Imago Mundi, 2005; y Luis Alberto Romero, "Prólogo", en José Luis Romero, Latinoamérica las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.

29 Eduardo Hourcade, "La historia como ciencia social en Rosario entre 1955 y 1966", en Fernando Devoto (comp.), La historiografía argentina en el Siglo XXX, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1994.

30 En cambio, los sociólogos de inspiración gramsciana encontraron en este campo un fértil terreno para la reformulación de sus posiciones. Véase José Aricó, "Los gramscianos argentinos", en Punto de Vista, año X, núm. 29, abril–junio, 1987.

31 A pesar de esta constatación, algunos de los historiadores más notables de la renovación realizaron intervenciones políticas acerca del peronismo tras su caída, desde las páginas de las revistas culturales, véase por ejemplo a Tulio Halperín Donghi, "Del fascismo al peronismo", en Contorno, núms. 7–8, julio, 1956, pp. 15–21.

32 En este último sentido, es destacable el caso de Alberto J. Pla en la Universidad Nacional de Rosario.

33 Tulio Haperín Donghi, op. cit, 1986.

34 Modo de producción en América Latina. Cuadernos de Pasado y Presente, núm. 40, 1970.

35 Manuel Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, Políticas de la historia, Buenos Aires, Alianza, 2003.

36 Roberto Cortés Conde, op. cit, 1979; y Ezequiel Gallo, La pampa grinaga. La colonización agrícola de Santa Fe (1870–1895), Buenos Aires, Sudamericana, 1983.

37 Mirta Lobato y Juan Suriano, op. cit., 2000.

38 Edward P. Thompson, op. cit., 1985.

39 Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio, Zaragoza, Universidad de Zaragoza–Prensas Universitarias, 1989; Richard Johnson etal., Hacia una historia socialista, Barcelona, Ediciones de Serbal, 1983; Raymond Williams, op. cit., 1980; y Edward P. Thompson, Miseria de la teoría, Barcelona, Crítica, 1978.

40 Para una visión historiográfica de los historiadores marxistas británicos que vincula a Maurice Dobb en una línea de continuidad con Edward P. Thompson véase Harvey J. Kaye, op. cit, 1989. Para una visión rupturista–culturalista con fuertes ecos althusserianos véase Richard Johnson, "Edward Thompson, Egene Genovese y la historia socialista humanista", en Richard Johnson et al., Hacia una historia socialista, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983, pp. 52–87.

41 Me refiero a Gareth Stedman Jones, "Cultura y política obreras en Londres, 1870–1900. Notas sobre la reconstrucción de una clase", en Lenguaje de clases. Estudios sobre la clase obrera inglesa 1832–1980, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, pp. 175–245, quien analiza el proceso de reconstrucción de la conciencia de la clase obrera marcada por el giro conservador que implicó en su conciencia la irrupción del imperialismo británico. A pesar de que la conciencia de la clase obrera no sea revolucionaria, y antes bien ocurra lo contrario, esto no impidió a Jones la utilización del concepto de clase y la asignación de altos niveles de resistencia e impermeabilidad a la cultura obrera. Posteriormente, la producción de Jones giró hacia una mayor atención sobre el lenguaje de clases y el lenguaje político, lanzando una corrosiva crítica a la historia social y al marxismo. Véase Gareth Stedman Jones, "La postura determinista: algunos obstáculos para el futuro desarrollo de la aproximación lingüística a la historia en los años '90", en Entrepasados, núm. 14, 1998, pp. 119–139.

42 El concepto de actor social, profusamente empleado por los miembros del PEHESA, subyace a los estudios de los sectores populares. Sin embargo, su etimología en el marco de la epistemología de las ciencias sociales no parece connotar precisamente a los sujetos de capacidad de acción. Actor Social es un concepto acuñado por la sociología parsoniana, diseminado por David Apter y derivado a la tradición sociológica francesa a partir de la obra de Philippe Crozier y Alain Touraine. Este concepto mantiene cargas propias de los análisis sistémicos, en los cuales los protagonistas son las relaciones sistémicas y los actores son epifenómenos de las mismas. Véase Alain Touraine, El regreso del actor, Buenos Aires, Eudeba, 1981. De cualquier modo, la producción sobre los sectores populares parece menos sensible a los conceptos de obrar–estructura que elaboró Anthony Giddens en su teoría de la estructuración, en un intento de flexibilizar los planteamientos más rígidos de la teoría de la acción. Véase Anthony Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1995. Acerca de las consideraciones del concepto de estructura véase el excelente trabajo del sociólogo e historiadorestadounidense William Sewell Jr., "Una teoría de la estructura. Dualidad, agencia y transformación", en Axius de ciences sociales, núm. 14, junio, 2006, pp. 145–176. Aunque la historiografía de los sectores populares acogió con éxito las formulaciones estructural–constructivistas de Bourdieu. Véase Pierre Bourdieu, Razones prácticas sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama, 1997. Algo desapercibidos han pasado los argumentos de la sociología configuracional con base en los trabajos de Norbert Elias, El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogeneticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, y las más recientes formulaciones de Maurizio Gribaudi, Itinéraires Ouvriers. Espaces etgroupes sociaux á Turinaudébutdu XXe siècle, París, EHESS, 1987.

43 "Este problema presente entre Parménides y Heráclito en las formas de conocimiento de nuestra cultura occidental, tiene una clara referencia para la cuestión del sujeto; con Heráclito, podría decirse: no encontrarás dos veces la misma clase; o más exactamente, una clase no es de un cierto modo, sino que está haciéndose, deshaciéndose y rehaciéndose permanentemente, de modo que una forma de conocimiento centralmente estática, como la que proponen las ciencias sociales, ayuda poco a captar la naturaleza histórica de los sujetos sociales". Véase Luis Alberto Romero, op. cit, 1994. Para una referencia a los orígenes antideterministas y antimecanicistas véase Werner Heisenberg, Física y filosofía, Buenos Aires, La Isla, 1959.

44 Luis Alberto Romero, "La historiografía argentina en la democracia: los problemas de la construcción de un campo profesional", en Entrepasados, núm. 10, 1996, pp. 91–106.

45 Alberto J. Pla, op. cit, 1989–1990.

46 Acerca de este momento de ocupación de espacios comunes, resulta ilustrativo el diagnóstico vertido por Lobato y Suriano: "Cuando en 1988 constituimos el Grupo de Trabajo sobre Movimiento Obrero y Sectores Populares nos planteamos debatir problemas teóricos y metodológicos referidos a la historia de los trabajadores y de los sectores populares en general. La elección del nombre del grupo reflejaba las líneas de trabajo existentes en su seno y, de algún modo, ellas estaban conectadas con una lectura crítica de la noción de clase y una insatisfacción con los modos de hacer historia de los trabajadores". Véase Mirta Lobato y Juan Suriano, op. cit., 2000.

47 Alberto J. Pla, op.cit, 1989–1990. Se trata de un artículo preparado a partir de una ponencia presentada en las Segundas Jornadas Nacionales Interescuelas–Departamentos de Historia, efectuadas en Rosario durante septiembre de 1989.

48 "Me limitaré a decir, con la mayor claridad posible, lo que pienso yo", ibid.

49 Hilda Sábato y Luis Alberto Romero, Los trabajadores de Buenos Aires: la experiencia del mercado, 1850–1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1992; Hilda Sábato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización, Buenos Aires, 18621880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Juan Suriano (comp.), La cuestión social en Argentina, 1870–1943, Buenos Aires, La Colmena, 2000; y Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890–1910, Buenos Aires, Manantial, 2001; Mirta Lobato, La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904–1970), Buenos Aires, Prometeo libros/Entrepasados, 2001; y Luciano de Privitellio, Vecinos y ciudadanos. Política y sociedad en la Buenos Aires de entreguerras, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

50 PEHESA, "La cultura de los sectores populares: manipulación, inmanencia o creación histórica", en Punto de Vista, año VI, núm. 18, agosto, 1983. Cabe destacar el importante papel que en estas proposiciones desempeñó el libro pionero del antropólogo argentino Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, México, Nueva Imagen, 1982. Para una versión de esta misma antinomia elaborada por la sociología francesa véase Claude Grignon y Jean–Claude Passeron, Lo culto y lo popular Miserabilismo y populismo en sociología y literatura, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991.

51 El uso de estos conceptos dependió de la vigencia del auge de las modas lingüísticas althusserianas o foucaultianas de ese momento.

52 Aquí son evidentes las influencias teóricas de Antonio Gramsci, La política y el estado moderno, Barcelona, Planeta–Agostini, 1986; Antonio Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultural, Buenos Aires, Nueva Visión, 1984; Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de estado. Freudy Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988; Pierre Bourdieu y Jean–Claude Passeron, La reproducción. Elementos para una teoría de la enseñanza, México, Fontamara, 1985.

53 Antonio Gramsci, op. cit, 1984; y Literatura y vida nacional, México, Casa Juan Pablos, 1974.

54 Son notables las influencias de los estudios culturales británicos. Desde la no siempre remarcada inspiración que prestó a la historiografía de los sectores populares la nostálgica y pro–comunitaria obra de Richard Hoggart, La cultura obrera en la sociedad de masas, México, Grijalbo, 1990; hasta los aggiornados trabajos de sus continuadores en el Center for Contempraney Cultural Studies (CCCS) de la Universidad de Birmingham. En este punto debe destacarse la lectura de los trabajos de Stuart Hall, quien introdujo en la década de 1970, el paradigma althusseriano–lacaniano en los estudios culturales ingleses. Stuart Hall, "Encoudig–Decouding", en Culture, media, language, Londres, Hutchinson, 1982.

55 Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, "Sociedades barriales y bibliotecas populares", en Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez, op. cit., 1994b, pp. 69–105.

56 El argumento que tiende a unir el proceso de descentralización y el descenso de una conciencia o identidad configurada a partir del trabajo es recurrente en un gran número de estudios abocados a explicar las transformaciones en la identidad de los trabajadores urbanos. La investigación de Romero y Gutiérrez debe mucho a Gareth Stedman Jones, op. cit, 1987. En el plano teórico véanse Charles S. Sargent, The Spatial Evolution of Grater Buenos Aires, Arizona, Center for Latin American Studies–Arizona State University, 1974; y James Scobie, Buenos Aires, del Centro a los Barrios, 1870–1910, Buenos Aires, Solar, 1977. Para una revisión crítica y actualizada de estos debates véase José Luis Oyon Bañales, "Historia urbana e historia obrera: reflexiones sobre la vida obrera y su inscripción en el espacio urbano, 1900–1950", en Perspectivas Urbanas/Urban Perspectives, núm. 2, 2003, pp. 1–28, también disponible en URL: https://upcommons.upc.edu/revistes/bitstream/2099/695/2/art02–3.pdf.

57 Adrián Gorelik, "Lo local y lo global: un debate sobre el reformismo. Notas sobre sociabilidad popular, ciudadanía, espacio público y Estado en la Buenos Aires de entreguerras", en Cuadernos del CIESAL, núms. 2–3, 1994, pp. 33–57.

58 Luis Alberto Romero, "La política en los barrios y en el centro: parroquias, bibliotecas populares y politización antes del peronismo", en Francis Korn y Luis Alberto Romero (comps.), BuenosAires/entreguerras. La callada transformación, Buenos Aires, Alianza, 2006, pp. 33–57.

59 Analizada por Ricardo González, "Lo propio y lo ajeno. Actividades culturales y fomentismo en una asociación vecinal. Barrio Nazca (1925–1930)", en Diego Armus (comp.), Mundo Urbano y Cultura Popular Estudios de historia social, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, pp. 91–128.

60 Las mediaciones que contienen los documentos que analizan de modo tangencial a la cultura popular han sido señaladas desde mediados de la década de 1970 por Peter Burke, "Oblique approaches to the history of Popular Culture", en C. W. E. Bigsby (comp.), Approches to Popular Culture, Londres, Edward Arnold Publisher, 1976, pp. 69–106; Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVl, Barcelona, Muchnick, 1996; y Tentativas, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2004.

61 Para una argumentación más amplia sobre este punto, véase Florencia Mallon, "Promesas y dilema de los estudios subalternos: Perspectivas a partir de la historia latinoamericana", en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, núm. 12, 1995, pp. 87–116.

62 Un ejemplo entorno a las empresas editoriales es el trabajo de Luis Alberto Romero, "Buenos Aires en la entreguerra: libros baratos y cultura de los sectores populares", en Diego Armus, op. cit., 1990, pp. 39–68.

63 Luis Alberto Romero, "Participación política y democracia, 1880–1984", en Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, op. cit., 1994a, pp. 107–152.

64 Luis Alberto Romero, op. cit., 1994, pp. 126–127.

65 Daniel James, Resistencia e Integración. Peronismo y clase trabajadora en Argentina 1946–1976, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

66 Daniel James, Doña María: historia de vida, memoria e identidad política, Buenos Aires, Manantial, 2004.

67 En estos trabajos James ensaya la combinación de los conceptos de experiencia y conciencia de Edward P. Thompson, op. cit., 1985; y de estructura de sentimientos de Raymond Williams, op. cit., 1980.

68 Gareth Stedman Jones, "Reconsideración del Cartismo", en Lenguaje de clases. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 86–174; y Patrick Joyce, The Visions of the People. Industrial England and the Question of Class 1848–1914, Cambridge, Cambridge University Press–Paperback, 1991.

69 Leandro Gutiérrez et al., "¿Dónde anidan las democracias?", en Punto de Vista, año 5, núm. 15, 1982, pp. 6–10.

70 Luis Alberto Romero, Breve Historia de la Argentina Contemporánea, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1994.

71 Luis Alberto Romero, "Nueva Pompeya, libros y catecismo", en Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, op. cit, 1994b; "Católicos en movimiento: activismo en una parroquia de Buenos Aires, 1935–1946", en Estudios Sociales, núm. 14, 1998; y "Los orígenes del peronismo vistos desde el barrio: parroquias y bibliotecas populares", en Enrique Masés (comp.), Historia social, Patagonia, G.E.Hi.So., General Roca, 2000, pp. 125–150. Luis Alberto Romero ha obtenido una beca otorgada por John Simon Guggenheim Memorial Fundation a efectos de profundizar sus investigaciones sobre estas temáticas, en un proyecto titulado: "La Iglesia católica y la cultura política en Buenos Aires, 1900–1950".

72 Pierre Bourdieu, Homo Academicus, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

73 Luis Alberto Romero, op. cit., 1996, pp. 125–150.

74 Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, tomo I: Artes de Hacer, México, Universidad Iberoamericana, 1995.

75 Cfr. PEHESA, op. cit,, 1982.

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