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Tópicos del Seminario

On-line version ISSN 2594-0619Print version ISSN 1665-1200

Tóp. Sem  n.27 Puebla Jun. 2012

 

Sentidos de la lentitud en un régimen de aceleración

 

Senses of slowness in a régime of acceleration

 

Miguel Ángel Murillo Gudiño

 

Profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Querétaro. Centro Universitario Cerro de las Campanas s/n, C.P. 76000 Ciudad de Querétaro, Qro. Teléfono: + (442) 192 12 00 ext. 6322. Correo electrónico: murgud@hotmail.com

 

El hombre comunica su desproporción
Blas Pascal

 

Resumen

La lentitud es un rasgo inherente o impuesto al movimiento consustancial al universo habitado por ritmos múltiples; la histórica emancipación humana ha transitado de un fuerte apego a lo natural hacia su artificialidad, lo que conlleva alteraciones rítmicas dominadas hoy por la velocidad de las tecnologías de la comunicación, especialmente, por un conjunto de símbolos pertenecientes a la noosfera en donde se enarbola el valor de la celeridad como emblema omnipresente en todos los niveles de la vida humana, que se traduce en una cosmovisión dromofílica. Desde este marco axiológico, la lentitud es significada a la vez como oposición y como una especie de contracultura, al mismo tiempo que se subraya su riqueza semiótica y metafórica en formas de subjetivación ancladas en lo despacio, el sosiego, el afán propio y el acompasamiento en la "pérdida" de tiempo, todo ello como contribución estética de un multiverso.

 

Abstract

Slowness is an inherent or imposed feature to consubstantial movement to the universe inhabited by multiple rhythms; the historical human emancipation has travelled from a strong attachment to the natural toward its artificiality, which involves rhythmical alterations dominated today by the speed of communication technologies, especially, by a group of symbols belonging to the noosphere in which the value of the speed is hoisted as an omnipresent emblem in all levels of human life, which is translated into a dromophilic cosmovision. From this axiological framework, slowness is therefore defined as opposition and as a kind of counterculture, at the same time that its semiotic and metaphorical richness is underscored in forms of subjectivation anchored to the poky, calm, the rush itself and rhythm in the "loss" of time, all this as an esthetic contribution of a multiverse.

 

Résumé

La lenteur est un trait inhérent ou imposé au mouvement propre à l'univers habité par des rythmes multiples ; l'émancipation historique humaine est passée d'une forte attache au naturel à son artificialité, ce qui implique des altérations rythmiques, aujourd'hui dominées tout particulièrement par la vitesse des technologies de la communication par un ensemble de symboles appartenant à la noosphère où la rapidité est mise en exergue en tant qu'emblème omniprésent à tous les niveaux de la viehumaine, qui se traduit par une cosmovision dromophile. À partir de ce cadre axiologique, la lenteur est signifiée à la fois comme une opposition et comme une sorte de contre-culture, de même que sa richesse sémiotique et métaphorique, sous les formes de subjectivation ancrée dans le faire doucement, le calme, l'empressement et la mesure dans la « perte » de temps est mise en valeur, afin d'apporter une contribution esthétique d'un multivers.

 

Inicio

Parcialmente me hace eco lo narrado por Italo Calvino (2007) en sus Seis propuestas para el próximo milenio. El autor cuenta en la parte final del texto destinado a la Rapidez, sobre Chuang Tzu, quien entre sus múltiples virtudes tenía la de ser diestro en el dibujo:

El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu solicitó cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron los cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. "Necesito otros cinco años", dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.

Análogamente, el eje temático me ha hecho girar en forma paradójica: se presentificó en mí una alta velocidad mental prolongada y un retardado momento de escritura; mejor dicho, la retacería de ideas que revolotearon por largo tiempo, lentamente fueron tomando cuerpo escritural cuyo resultado, a diferencia del dibujo de Chuang Tzu, ni fue instantáneo, ni perfecto; por lo tanto, pongo a disposición de los lectores en este breve ensayo, algunas reflexiones en clave temporal, tanto en su sentido provisional como en lo que respecta a su inscripción en una meditación alambicada sobre el tiempo mismo; así, este ensayo aspira a acercarse —desde el ángulo de lectura del tiempo como dispositivo gnoseológico— a ideas sobre algunos de los sentidos de la lentitud en un régimen de alta aceleración.

Más allá de la irresoluble discusión sobre el estatus ontológico del tiempo, resulta incuestionable su incidencia en los mundos de simbolización humana, dada su omnipresencia, diversidad, riqueza semántica, pragmática y semiótica; simbolizaciones o atribuciones de plurisentidos de un multiverso poliédrico, contradictorio y terriblemente misterioso, al igual que rico y apasionante, presente en todas las experiencias y campos del saber y quehacer humanos. Imposible hablar de la lentitud sin aludir a su encaje en y a través del tiempo, aunque éste no se reduzca a un solo ritmo, como tampoco el campo de significación sobre la lentitud se limite a estrictas reflexiones temporales. En igual sentido, es imposible soslayar la ineludible relación de contraste tensional que guarda con respecto a la aceleración.

 

Desarrollo

El movimiento como principio

El movimiento es algo consustancial al universo; en él coexiste una variedad infinita de ritmos, cada cual en su reiterada forma de ser. No hay cabida al apresuramiento de lo que por sí transcurre con lentitud silente; tampoco, la lentificación de lo que se consuma en un instante y es, en sí mismo, fugaz. El conjunto armónico de este entramado cósmico late según su propio pulso.

Por siglos, algunos de los signos más evidentes de esta regularidad se constituyeron en un modelo directo del comportamiento social; la pretensión de ajuste a los cánones extrahumanos de parte de amplios colectivos sirvió como marco regulatorio de sus vínculos (Elias, 1997). No obstante, la emancipación de los ritmos naturales —como referentes de imitación— conllevaron un trueque en sus tiempos de manifestación; así, observar y esperar el comportamiento regular de las estaciones para la siembra y la cosecha dio paso a su emulación mediante la agricultura; a la vez, vislumbró la posibilidad de alterar, mediante el control de sus condiciones, los ciclos naturales y, con ello, la obtención de iguales resultados en menor tiempo; de este modo, el hombre logró distanciar los períodos estacionales en sentido estricto.

Esta acción prototípica se extendió a todos los órdenes de relación con el entorno natural y social; en el telón de fondo cósmico con sus múltiples ritmos se añadían otras cadencias cuya interacción hizo factible que el hombre se adaptara a lo dado-natural y a lo creado por él mismo. Sin embargo, la elasticidad de dichas alteraciones comportó límites y aún lo extrahumano dio muestras de resistencia. A pesar de de este jaloneo tensional, se fueron creando nuevos ritmos.

Numerosos procesos extrahumanos continúan su ritmo repetible, algunos de ellos imperceptibles para la mirada humana, ya sea porque ocurren a altas velocidades o porque sean en extremo lentos. La pretensión antropocéntrica de ubicarse como medida de todas las cosas se topa con un cerco en sus propios órganos sensoriales al sólo admitir perceptualmente un reducido margen de un espectro estimular más amplio; aunque también, por otro lado, el invento de prótesis y la transferencia de facultades humanas a éstas han potenciado la conciencia de micro y macrocambios.

Muchos ritmos de lo natural han sido modificados por la intervención humana; otros, en cambio, siguen marcando límites reales, obstáculos por vencer y metas traspasables por su ambición; límites vueltos "manzanas de la tentación" que a toda costa hay que transgredir; desafíos a la imaginación y terquedad humanas para trascender —mediante un conocimiento profundo— las claves internas de la naturaleza para transformarla y dominarla; límite como prohibición y contenedor de las posibilidades humanas, e igualmente, frontera franqueable que en no pocas ocasiones se limita a ser un mero deseo y un acto ficcional de dominio.

Buscar lo que no se es para hacerlo ser, es uno de los rasgos propios de la fuerza motriz que impulsa la inquietud de la humanidad que ha habitado el mundo y es habitada por él. No se es pájaro ni es posible fincar el vuelo tan sólo con los recursos corporales; sin embargo, esta limitación queda relativizada ante la creación de artefactos que no sólo se asemejan a los pájaros sino que los trascienden, instaurando otras vías que han posibilitado el vuelo, más allá de la gravedad como determinación.

La contención que da forma e identidad al cuerpo delimitado de cada ser entró en crisis a causa de la ubicuidad relativa a los modos de ser y estar virtual y simultáneamente en varios lugares. Los vínculos ubicuos sin mediación de la presencia física, antes impensables, hoy son posibles debido a los artefactos de la telecomunicación, y crecientemente de la teleacción (Virilio, 1997) adheridos a la celeridad.

Actuar y sentir sin mediación de la distancia espacial —vuelta hoy extensión transitable y controlable sin desplazamientos— ha empoderado al tiempo: al presente densificado. La ruptura de límites que ataban y contenían los cuerpos trajo consigo una inmovilidad con potencia de acción a distancia por mediación de cables inalámbricos en virtud del electromagnetismo y la energía radioeléctrica. Es posible ejercer a distancia el control, minimizando lo espacial y lo temporal, y generando con ello un potente tiempo instantáneo, tiempo de una velocidad inusitada, tiempo elástico que ha introducido un germen diluyente de lo sólido, de la permanencia y fijeza que deviene en una gran metáfora reificada: lo líquido (Bauman, 2008).1

En lo que respecta al universo de relaciones del campo social y su peculiar artificialidad, éste admite una mayor plasticidad en contraste con el mundo físico. En tal contexto, los símbolos se vuelven parte esencial de una variada construcción subjetiva, en cuyo seno toman cuerpo las palabras en tanto creaciones —y al mismo tiempo— generadoras de subjetividad en una recursividad casi infinita. Como bien lo señala Marina (2000: 11): "El mundo es, precisamente, eso: una realidad hecha habitable por el concepto".

Reconozcamos pronto que hay palabras que desde su génesis, circulación, adquisición y reproducción, acusan privilegios y llevan ventaja en el contexto de las comunicaciones humanas. Parafraseando a Victor Turner (2007) en la contemporánea jungla de símbolos, la fuerza ejercida por la rapidez —en tanto símbolo encarnado y materializado en artefactos tecnológicos e ideológicos— tendría un sesgo análogo a la ley del más fuerte: los símbolos dominantes. No obstante, ellos mismos, al estar preñados de otros sentidos, dan cabida a resistencias que, en el caso de la lentitud, abrigan formas de modulación de la velocidad, ancladas en el tiempo justo, cediendo lugar al sosiego y remanso.

Los significados atribuidos a la lentitud y a la aceleración dan muestras del marco axiológico desde el cual se especifican sus singulares sentidos; éstos se ciñen según cada concepción al empleo y determinación de su jerarquía; prolifera entre ellos una percepción de inconmensurabilidad. Es raquítica la admisión del valor heurístico de su tensional integración; los contenidos semánticos, pragmáticos y semióticos de ambos polos admiten simultáneamente significados contrapuestos. Así, la lentitud ha llegado a significar la virtud equilibrante de cara a la frenética y desbocada forma de vivir de muchos de nosotros, mientras que, bajo otro marco de valores, raya en una desesperante e infructuosa torpeza.

 

Lentitud y celeridad como constructos de la noosfera2

¿Qué es lo que se ha acelerado en nuestra época? ¿Cuáles son los efectos de esta aceleración? ¿En qué campos ha resultado benéfica esta aplicación? ¿En qué otros la aceleración tiene implicaciones nocivas? ¿Por qué se ha sobrevalorado la aceleración?

Según la física, la aceleración o la lentitud son magnitudes vectoriales indicadoras del ritmo o tasa del movimiento por unidad de tiempo: incrementando la celeridad, más extenso será el espacio recorrido en menos tiempo; por contraste, la desaceleración conlleva recorridos espaciales con un monto mayor de tiempo.

La lentitud está asociada con la velocidad en la que se hacen las cosas o al ritmo en el que transcurren ciertos procesos. Al constatar diversos ritmos armonizamos con ellos de forma diferenciada; en parte, nos atenemos a la regularidad del día y la noche, y de igual forma operamos al margen de ellos al ampliar las horas de luz, o sencillamente modificando esta circularidad astronómica e imponiendo ritmos propios.

Avenirse a lo dado en la naturaleza y crear artificialmente acompasamientos diferentes en las operaciones humanas tiene una historia profunda, ritmos que se diversificaron en la misma proporción en que los humanos fuimos tomando una autonomía relativa respecto de los movimientos del entorno físico. La capacidad de construcción de artefactos, que en principio intentaban semejarse a lo "natural", se distanció hasta adquirir carácter propio con movimientos inherentes a su especificidad artificial.

La vida de las personas en el campo, al desplazarse y concentrarse en espacios creados ex profeso para distanciarse del apego natural dio origen al creciente fenómeno de la urbanización y, al mismo tiempo, a ritmos diferenciados de movilidad, desplazamiento, formas de relación social, pero sobre todo, a modos de subsistencia básica.

Las numerosas herramientas confeccionadas para la transformación del entorno, y en general para la subsistencia material y espiritual, consistieron en materializaciones que la mayoría de las veces potenciaban la energía física del cuerpo; primero, en la configuración de utensilios cuyo servicio estaba centrado en la transformación del entorno físico del campo, la caza y los enseres cotidianos; y luego, después de muchos siglos, dando origen a una construcción exponencial de tecnologías que, entre otras cosas, economizaron los insumos temporales en la obtención de resultados.

Este abatimiento de los tiempos impuestos convivió y se apegó por largos siglos a las determinaciones de la naturaleza pero, al mismo tiempo, alcanzó ritmos propios hasta adquirir, en muchos casos, una completa autonomía.

La significación implícita y explícita de este tipo de artefactos representaba un espectro amplio de sentidos: la temporalidad histórica del momento en que se estaba viviendo, la recuperación de la memoria sedimentada mediante el aprendizaje social respecto al desarrollo obtenido en la transformación de la naturaleza, el significado temporal encarnado en el objeto y sus beneficios en cuanto al ahorro de tiempo en la realización de una tarea, y sobre todo esto, el carácter simbólico de tales objetos.

Dichas valoraciones simbólicas adjudicadas a los artefactos, en no pocas ocasiones fueron sobredimensionadas con respecto a su real capacidad transformativa, añadiéndoseles contenidos ajenos a sus potencialidades reales.

Este campo simbólico, como constructo añadido a los objetos y sus posibilidades de transformación, en muchos casos pasó a configurar con mayor incidencia el ámbito de las representaciones humanas, a diferencia de los planos materiales; en otros casos, se amalgamó generando instrumentos con capacidad exponencial de trastocar los límites naturales y, al mismo tiempo, la invención de artefactos simbólicos propios de la noosfera (Morin, 1999).

 

Regulación artificial

En el plano natural se constatan estructuras rítmicas cuya alteración transcurre de diversa manera: si operan transformaciones en sus condiciones de configuración, son a largo plazo; otras, son alteradas por la directa intervención humana; así, la aceleración madurativa de los plátanos en una cámara de gases o el retardar los procesos de descomposición de las frutas son ejemplos de regulaciones artificiales.

Acelerar o retardar lo que por sí mismo tiene ritmo propio es, dentro de la simbólica humana, un control y una clara manifestación de su capacidad transformativa; al mismo tiempo, la significación del control se eleva a una representación que califica axiológicamente tales capacidades: el valor cultural o el valor económico que representa.

Estos artefactos simbólicos tienen su anclaje en variadas instituciones sociales: el hogar, la escuela y los medios de información masiva, entre otros; al mismo tiempo, los agentes generadores de símbolos encuentran hoy formas de circulación, expansión y consumo, ampliados recursivamente por la potencia de los medios: manifestaciones autorreferenciales de ser mass media artificiales, inventivas con su manifiesto poder de penetración, al igual que la encarnación de ritmos acelerantes.

En la médula de esta red compleja de relaciones, en lo tocante a los recursos tecnológicos con su significación implícita, y al mismo tiempo como portadores de contenidos explícitos en códigos lingüísticos, asistimos a la creciente configuración hegemonizante de una episteme (Foucault, 2001) cuyos ángulos se despliegan en diversos planos: cognitivos, afectivos, actitudinales, pero sobre todo, valorativos.

Hoy por hoy, las posibilidades de los artefactos inventados significan ahorro y capacidad de transformación, lo cual actúa y objetiva semióticamente en forma paralela ritmos cuyo contenido simbólico enaltece la aceleración y margina la lentitud, a la vez que se convierten en un ingente desperdicio de tiempo.

La noción del tiempo implícita o explícita, relacionada con la ritmicidad, ha venido alterándose a medida que las potencialidades derivadas de los tecno-artefactos fueron mostrando la reducción temporal en la realización de tareas. De esta manera, la simbólica axiológica respecto a la economía del tiempo ha transitado por un amplio espectro. Poder hacer todo más rápido no se percibe sólo como aquel límite que nos incita a franquearlo como un acicate que pone en cuestión las posibilidades creativas de los humanos para no contentarse con sus determinaciones, sino que la prontitud se ha constituido en un sistema valorativo cuya columna vertebral es la rentabilidad económica.

Por el contrario, desde este marco referencial, la lentitud representa desperdicio y falta de competitividad, una especie de resistencia anómala cuyo fin es la pobreza, atraso, dejazón o simplemente premodernidad.

Las reales potencias de los tecno-artefactos se cubren de añadidos ideacionales, vueltos motores simbólicos que les dan vida y buscan su perfeccionamiento, a la vez que se vuelcan sobre sus constructores posesionándose de sus vidas, sus for-mas de relación y su mundo simbólico: las creaturas matan a sus creadores.

De cara a la disyunción polarizada, el movimiento pendular representa una dialéctica circular sin posibilidades de síntesis. Frente al apabullante elogio de la celeridad, cada vez se multiplican las voces laudatorias de la lentitud; el reto estriba en lo que dice Marina (2000: 26) al citar a Scott Fitzgerald: "la prueba de una mente de primera clase [es] la capacidad de tener dos ideas opuestas en la cabeza al mismo tiempo y seguir siendo capaz de funcionar".

El trayecto histórico de la alteración rítmica de los procesos humanos y extrahumanos es de muchos siglos y de forma variada; sin embargo, en los últimos tiempos se ha constituido en un régimen de percepción generalizado cuyo anclaje, como ya se dijo antes, está sustentado en un sistema valorativo que apuesta a la celeridad (Beriain, 2008).

Bajo esta racionalidad dromofílica,3 la lentitud ha sido vituperada; se la entiende como una especie de versión del actuar y pensar torpe y un uso despilfarrado del recurso tiempo (Time is money, decía Benjamín Franklin). Frente a esta hipervaloración de la rapidez e hipovaloración de la lentitud, hoy asistimos a movimientos que enarbolan ambos símbolos, aunque también existe una búsqueda del equilibrio mesurado y ajustado a ritmos armónicos dinámicos, sin que eso elimine lo disarmónico de las diferencias.

Después de estos planteamientos genéricos, cabría desmembrar algunos perfiles de esta tensión virtual y consustancial al universo físico y social.

 

El régimen de la dromofilia: estética4 y éxtasis5 de la velocidad

Nuestro tiempo y las principales esferas del quehacer humano son actualmente una carrera contra reloj, un imperio de la prisa; es decir, una dromolatría o culto a la velocidad, cuyo torbellino envolvente arrastra todo con ímpetu hacia su vórtice desbocado, en donde apenas cabe oponerse.

La generalización del principio de economía de señales (Romano, 1998: 11) se ha convertido en emblema de valor supremo: "alcanzar en un tiempo más corto a través de espacios cada vez más amplios a un número mayor de personas para el mismo mensaje".

La velocidad, por sí misma, se ha vuelto un mito de la modernidad; el acicate por romper los límites dados en algunos procesos rítmicos de la naturaleza no se ha limitado a significar un estado emancipatorio de y sobre ella, sino la instauración de una fuerza exponencial de celeridad, guiada las más de las veces por una racionalidad a favor de la obtención de mayor rentabilidad económica.

La velocidad de la luz (300.000 km/s), como constante cosmológica, no sólo representa la potencialidad del tiempo relativo, ni la conversión de la materia en energía, sino un parámetro reductor del espacio, de acortamiento de la extensión; en suma: de potenciación del tiempo a la vez reducido e intenso (denso).

Más rápido, más aprisa, como imperativo de abreviar las duraciones, representa en el actual régimen de historicidad (Koselleck, 2001) un símbolo cultural omnipresente tanto en las carreras de atletismo (el fenómeno Usain Bolt es emblemático) como en la esfera lúdica de diversiones y pasatiempos; amén de la producción de mercancías y desplazamientos; especialmente, de las comunicaciones y teleacciones en tiempo real.

Como lo ha señalado Virilio (1997: 77):

A la velocidad relativa del transporte y del desplazamiento del cuerpo, de las mercancías: conquista territorial de la extensión del espacio real de la geofísica. A la velocidad absoluta de la transmisión de los mensajes de la interactividad: conquista de la ausencia de extensión de la instantaneidad del tiempo real [Cursivas en el original].

Las altas duraciones ceden su lugar al instante, especie de ubicuidad del actuar presente, vuelto símbolo de progreso, de estar al tanto: "no ser anacrónico y presenciar lo de hoy".

En el epígrafe con el que se da inicio a esta reflexión, Blas Pascal expresa un aforismo de gran agudeza: los humanos comunicamos nuestra desproporción. El punto justo, el equilibrio y la tensión dinámica entre lentitud y celeridad se alejan y ponen al descubierto una balanza inclinada hacia la generalización de la prisa, suerte de desproporción ciega que nos ha embelesado subrepticiamente.

Este perfil de la celeridad polarizada se tensiona por la lentitud, al ejercer ésta un rol contrario que modula el apresuramiento, acotándolo pertinentemente a ámbitos en donde resulte óptimo; al respecto es posible identificar dos actitudes genéricas sobre la lentitud en el contexto de la actual ofensiva por la aceleración; ambas pretenden alejarse de su fuerza gravitacional: por un lado, como abierta oposición (dromofobia), y, por otro lado, la búsqueda de una rítmica intrínseca en la naturaleza.

 

Los dromofóbicos

En la presente época se han ido incrementando los movimientos Slow, cuyo espectro abarca casi todos los planos de la vida privada y pública. Este tipo de filosofía práctica, en su versión radical, se opone frontalmente a aquellos procesos inspirados en la aceleración, la prisa y la reducción a ultranza del empleo del tiempo en la realización de cualquier actividad.

Su argumento central se basa en la idea de ir en contra de una visión desbocada en la que prima la eficacia de la rapidez, sea para comer, estudiar, divertirse, laborar, o simplemente establecer relaciones comunitarias o sociales.

Los miembros del movimiento Slow predican e intentan vivir de forma más sosegada y quieta posible, son literalmente un freno a un estilo de vida caracterizado por agendas repletas e inabarcables que han vuelto unidimensional a buena parte de los habitantes del mundo (Honoré, 2004).

Muchos de ellos están a favor de retomar los ritmos "naturales"; no esconden su adhesión a movimientos ecológicos e incluso, místicos con tintes panteístas; la nostalgia por retornar a una vida más apegada al campo y ciertos ritmos visibles de lo natural es, a todas luces, una brújula que orienta su hartazgo de la mayoría de los espacios urbanos actuales.

El ala más moderada de este movimiento pretende combinar diferentes estilos de vida, cuyo punto de equilibrio se encuentra en desacelerar ciertas áreas de la vida estableciendo prioridades y diferenciando ritmos. Se decanta por una ponderación diferenciada de ritmos sustraídos de la visión hegemónica de la prisa per se.

Esta vertiente de pensamiento práctico del movimiento Slow atribuye un significado virtuoso a la lentitud, entendida no como valor intrínseco, sino como elección que busca el equilibrio, la mesura y la armonía. No descarta totalmente la aceleración, más bien discrimina en qué circunstancias es necesaria y en qué otras simplemente se volvió un símbolo encarnado de una vida que es llevada por el frenesí de la corriente. Hay para ellos determinadas circunstancias que reclaman la celeridad, pero muchas otras cuyo imperativo es la espera; no desestiman las virtudes que representa la prisa de ciertos procesos, sino que se las hace coexistir con arritmias, desaceleraciones y sosiego.

El sistema simbólico de esta ala moderada del movimiento Slow se nutre y finca sus valores en un claro humanismo, cuyo eje rector prioriza el beneficio personal y colectivo por encima de una rentabilidad economicista. Su lucha contra la prisa estresante, el atiborramiento de cientos de actividades que colonizan el biotiempo, así como el respeto de los ritmos personales en la construcción de los saberes en la escuela son algunos de los flan-cos en los que están teniendo una presencia creciente (Doménech Francesch, 2009).

 

Retorno a los ritmos naturales y los tiempos "intrínsecos"

La nostalgia por retornar a los ritmos de la naturaleza como estrategia de compensación frente a la creciente velocidad de la vida urbana evidencia una selectividad centrada en identificarse con aquellos procesos lentos o a largo plazo. En la naturaleza misma es posible encontrar procesos rápidos; lo efímero de muchas de las flores del campo o la vida de innumerables insectos cuyo trayecto existencial se reduce a unas cuantas horas dan muestras de la brevedad temporal de su acelerado ciclo cronobiológico (Gruart, Delgado y Escobar y Aguilar, 2002).

El retorno a una vida "natural" como garante de sosiego y reducción del estrés está centrado en una elección atravesada por formas de autorregulación simbólica sobre aquellos procesos colocados como iconos originales de calma o lentitud. Como ya se ha reiterado, en la naturaleza coexisten múltiples ritmos; el espectro de velocidades a las que se aviene el desarrollo existencial de cada cosa es amplísimo; entre los extremos de la lentitud y la rapidez media un largo trayecto móvil de ritmicidad.

Algunos procesos están caracterizados por una mayor ductibilidad en las posibilidades de aceleración o lentificación de tales procesos; en otros casos, las posibilidades de alteración son mínimas y se ajustan a un patrón de desarrollo con poco margen de transformación, por esa razón la elección de identidad es por demás simbólica, una especie de transferencia del deseo de equilibrio.

Otra manera de significar y entender la lentitud es creyendo que existen tiempos intrínsecos a cada proceso. Esta inherencia alude a su natural esencia o presencia, en cuyo caso es posible identificar ritmos tardados o largos. El argumento de regreso a los ritmos naturales por parte del movimiento Slow está fincado en esta forma de atribución de sentido (como connotación subjetiva, pero al mismo tiempo como finalidad y valoración subjetiva).

La elección de identificarse con ritmos que denotan una cadencia regular pertenece a una selección simbólica, que si no se advierte, pronto pasa a naturalizarse; selección, porque en el caso de la naturaleza como patrón de identificación rítmica se elige entre una variedad infinita de cadencias, y en el caso de los ritmos artificiales son constructos en los que los sujetos deciden su estabilización.

 

Matices de la lentitud

Así como la rapidez presenta múltiples facetas con sus respectivos significados, es posible encontrar un jaloneo sabio en algunos de los matices de la lentitud como contraparte que da lugar al asomo de lo despacio, el sosiego, el acompasamiento y la tardanza.

 

Lo despacio como cualidad

En el griego clásico la palabra bradus6 (βραδυσ) significaba despacio, no tan presto, o tardanza. Estaba vinculada con los navíos que cursaban los océanos a baja velocidad; también se asociaba con la capacidad de contención, espera o tardanza para hablar, o más aún, para no llenarse de ira tan pronto: tardo para la ira, presto para la misericordia,7 impulsos cuya voluntad virtuosa regulaba la temporalidad de los ánimos.

Por otro lado, quizá resulte más gráfica la palabra de origen latino despacio, como otra faceta de la lentitud. Despacio o de espacio,8 conlleva calma, con espacio en el sentido de dejar lapsos temporales entre una cosa y otra (intermitencia o discontinuidad); espacio como dimensión física en la que se introducen intervalos (lo comprendido entre vallas o puntales polares), sucesión que cede lugar a lo discontinuo aquietado. Espacios largos cuya expresión rítmica —aplicada al campo de la música—, representan prolongaciones sonoras en intervalos prolongados.

Despacio, o con espacios, es una figuración en donde aún hay lugar para el desperdicio en el actual orden de celeridad y compresión de la sinfonía geográfica y geofísica de los espacios largos, de los momentos de espera.

Despacio como antítesis de rapidez o como tensión de una rítmica compleja, como alternancia y discontinuidad que amplía el producto de la reducción nanométrica; maximización intencional que crea el símbolo de lo espacioso, no sólo como triple dimensión, sino atravesando el corazón mismo del tiempo, potenciándolo en beneficio del derroche al servicio de la mesura, de la proporción a cada acto vital.

De espacio, a la vez, de un recobro de lo minimizado, de lo comprimido; espacio habitable y extenso, lo mismo de la imaginación que de la vida urbana en la que cada día se eliminan los espacios de las personas para contemplar, caminar o sentarse en un amplio jardín.

 

Sosiego

¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud?
Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? [...]Todo
cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz
a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo
queda fuera de juego y se entrega a una velocidad que
es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en
sí misma, velocidad éxtasis.

Milan Kundera

 

Se dice de una persona sosegada que está en calma, es tranquila o está aquietada: es pacífica, o se le nota serenidad.

El origen etimológico del término sosegar remite al latín sessicare, y éste, a su vez, proviene de 'sedeo', 'sedi', 'sessum', verbo que significa 'estar sentado'. Algo está sedimentado —sentado— cuando posa en el fondo de un líquido, concentrándose por razón de la fuerza de gravedad ejercida contra el revoloteo de las partículas disueltas que van y vienen por todos lados, pero que son atraídas a la quietud.

La polaridad de las imágenes que por un lado aluden al movimiento desordenado de partículas —cuyo paso del tiempo las aquieta, quedándose sentadas en el fondo de un contenedor— no descarta la continuidad del movimiento ni la ausencia de agitación; pero tampoco, por otro lado, la presencia de quietud hermanada de desaceleración en sus desplazamientos.

Del mismo origen etimológico de sedeo, sedi, sessum es la palabra sedentario, y su acción llevada al extremo conduce al sedentarismo o inactividad generalizada. En parte el significado de sedentario ha pasado a ser considerado, en el plano de lo laboral, como aquellas actividades caracterizadas por ser poco agitadas o en las cuales no hay tanto movimiento; también, como un estilo de vida anclado o que permanece por largo tiempo en un solo lugar o región; se lo opone al nomadismo.

La presencia de movimiento —cada vez más rápido— y de quietud —tendiente al sedentarismo— ha encontrado un maridaje relativo en muchas de las acciones desplegadas en los vínculos que los humanos estamos teniendo: por un lado, una creciente sedentarización de nuestros movimientos físicos y, por otro, una exponencial aceleración y multiplicación de los vínculos en el plano virtual.

La compresión de los espacios lograda por medio de los vehículos de la tecnología ha traído aparejada una potenciación del tiempo, al igual que una compresión del tiempo real o acciones en tiempo real, es decir: el régimen de historicidad cuyo fundamento radica en lo instantáneo, o en una creciente abolición de la lentitud.

La paradoja es que hoy más que nunca las migraciones y desplazamientos por todo el orbe son una realidad para muchos de sus habitantes; pero al mismo tiempo, los desplazamientos han venido adquiriendo un carácter virtual, posibilitados por los medios de comunicación actuales (cibernéticos, computacionales y telemáticos): frente a la teleacción real por los mecanismos computacionales, la noción de espacio se ha trocado en un doble tipo de espacio: en el que se está y actúa, y en el que se incide en lo lejano por la acción desplegada.

La paradoja de estar cada vez más físicamente quietos se tensa con la circunstancia de la aceleración de nuestros vínculos mediatizados por lo virtual.

Las prótesis tecnológicas inventadas para permitirnos mayores desplazamientos, desde el punto de vista del espacio y tiempo físicos, han favorecido la inacción, una quietud impuesta que está muy lejos de ser parte de una forma de subjetivarse como personas tranquilas y sosegadas. Por el contrario, los niveles de estrés se han incrementado por un estilo de vida que se mueve a gran velocidad en lo virtual, pero mayormente estática frente al monitor de una computadora.

La lentitud, como forma calma de hacer las cosas dándoles su propio tiempo —sosegadamente—, encuentra una imagen vívida en el relato de Kundera (1995: 9) de aquellos que pasean por un castillo francés en una noche: él conduce por la carretera mientras por el retrovisor observa un coche que lo sigue: "El intermitente izquierdo parpadea y todo el coche emite ondas de impaciencia. El conductor espera la ocasión para adelantarme; aguarda ese momento como un ave de rapiña acecha un ruiseñor".

Qué tipo de metamorfosis profunda se tiene cuando se sube uno a un carro; qué tipo de prisa potencial encuentra su correlato en las posibilidades reales del artefacto que es posible desplazar por carreteras pavimentadas a una velocidad desbocada.

Dice el narrador (1995: 10):

el hombre encorvado encima de su moto no puede concentrarse sino en el instante presente de su vuelo; se aferra a un fragmento de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado a la continuidad del tiempo; está fuera del tiempo; dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada de sus preocupaciones y, por tanto, no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer. La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre.

El régimen presentista desata las amarras de la multitemporalidad, así el tiempo desgajado del pasado y del futuro se concentra en el hoy veloz, quizá en el ánimo de rozar siquiera un momento atemporal ligado a la eternidad brindado por las posibilidades extasiantes de la tecnología.

 

Acompasamiento

El acompasamiento da lugar a la variedad de ritmos que coexisten según su propio tiempo. Es su tiempo o un tiempo decidido como propio —kairológico— y, por lo tanto, opción de moverse de una cierta manera, según se elija; va mucho más allá de un tiempo inherente a lo natural o a un tiempo impuesto por otros, es más bien una decisión personal, negociada o asumida sin conceder que deba ser así, y por lo tanto, busca liberarse de toda imposición.

Acompasar, según las definiciones corrientes, es una acción que coloca a compás algo; se dice también que es una acción pausada o realizada con reposo. Desde el punto de vista musical, la variedad de significados se multiplica al hablar del acompasamiento aludiendo a diferentes ritmos o velocidades de cada melodía y, por tal motivo, este acompasamiento ha llegado a significar una proporción equilibrada y regular que determina el ritmo en cada melodía, así como las relaciones entre los sonidos.

En el mismo sentido, se dice que las manos de un director musical establecen en acto el movimiento, señalando con ello el acompasamiento o el ritmo —los períodos temporales— al tenor de los cuales se interpreta una composición musical; acompasar es darle cadencia a un movimiento, unas veces impetuoso, vivaz y rápido; otras, lento, aquietando la ejecución mediante el silencio o los tonos bajos. Tal regulación no se rige por medidas homogéneas sino intercaladas armónicamente; ahí radica su acompasamiento: la articulación de estados de ánimo según las variaciones rítmicas.

Así la vida en todas sus expresiones se da alternando ritmicidades, incluso diferenciándose mediante arritmias y contratiempos, dando lugar a la riqueza de sus manifestaciones, pues no todo se da al unísono ni con el mismo ritmo. La combinatoria entre regularidades y quiebres tensa y al mismo tiempo distensa y elonga el tono dado por la mirada perdida en el horizonte, al mismo tiempo que el corazón aumenta su capacidad anímica por el asombro.

El acompasamiento está relacionado con el atemperar propio de la meditación. La RAE define atemperar como una moderación, una especie de proporción justa del ánimo aunque también del actuar, noción cercana a la modulación de los ritmos de un proceso, a la posibilidad de regulación en donde tenga lugar para el discernimiento de cuándo y en que circunstancias resulta imperativo acrecentar, mediar o desacelerar su movimiento.

 

Tardanza

El cálculo o la estimación sobre la duración de los procesos sitúa en su centro la tensión entre tardanza y aceleración como esquinas contrapuestas cuyo trayecto entre ambas encuentra, más en lo ideal que en lo real, la templanza, el equilibrio dinámico; la compresión rampante y obsesiva de todo ha constituido un tiempo efímero, volátil, inexistente o reducido al instante.

Demasiado tiempo es la antítesis de una exigencia de mínimos. Tardanza ha pasado a significar tardado o casi re-tardado. El acicate de la prontitud se ha colocado como arquetipo en muchos de los procesos de participación colectiva; el frenesí demanda viveza y esfuerzo atencional, así como la inmediatez en las reacciones; los reflejos aletargados frente a tal flujo dejan las manos vacías, porque la esperanza no alarga la mirada sino la acorta.

La apuesta hegemónica por rentabilidades altas a bajo costo se contrapone a la mirada que emplea demasiado tiempo en actividades sin ganancia económica; así, de facto se desvaloriza el mítico dinero, que al desperdiciar la fama de un día queda fuera del círculo, en la intrascendencia de las flores marchitas.

La inquietud desmesurada configura el rostro de la prisa al alto costo del desfiguro, de la ansiedad fragmentada, de la pérdida de paz, del estresado ritmo sin descanso. La mirada contemplativa cede su paso al ver latente que no se fija; la fuerza desmesurada de las inagotables imágenes a toda velocidad crean la sensación de vértigos acompasados por fuertes flujos de adrenalina: el clímax de una experiencia fundada en el símbolo de la aceleración

Lo expresaba Virilio (1997: 25):

la velocidad no sirve únicamente para desplazarse con más facilidad; sirve ante todo para ver, para escuchar, para percibir y, por lo tanto, para concebir más intensamente el mundo presente. Mañana servirá además para actuar a distancia, más allá del área de influencia del cuerpo humano y de su ergonomía comportamental.

 

Cierre imaginario

Las macropercepciones sobre las diversas realidades que nos circundan a los humanos y nos habitan están configuradas por la sedimentación de significados socialmente construidos y, al mismo tiempo, por la capacidad de resignificación posible. Hoy de cara al régimen de celeridad en que nos encontramos, detenerse a meditar en otros ritmos es en sí un acto ético con amplias posibilidades de resistencia objetivada en nuevos sentidos, entre los cuales encuentran cobijo los diferentes rostros de la lentitud, no como disposición a ultranza, sino como principio de proporcionalidad que favorezca una forma de ser y devenir humanos distinta.

 

Referencias

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NOTAS

* Título en francés: Sens de la lenteur dans un régime d'accélération

1 Zygmunt Bauman emplea la metáfora de lo líquido para aludir al fin de la modernidad, dadas las profundas transformaciones ocurridas en los últimos tiempos en todos los terrenos de la cultura. Lo sólido, desde el punto de vista físico, presenta una mayor permanencia y duración en su forma y consistencia a lo largo del tiempo, mientras que lo líquido, por contraste, es algo evanescente, provisional y de corta duración.

2 Morín, alude a la noosfera como aquel ámbito de las creaciones espirituales cuya esencia es, en suma, la cultura humana. El dominio del lenguaje, las creencias y las valoraciones, cuya génesis pertenece a lo más recóndito de las personas y su capacidad de crear mundo.

3 En griego, dromos (δρόμος) significa 'carrera', palabra que viene de trecö (τρεχο) y que fue utilizada para referirse a la actividad de correr; por ejemplo, se empleaba aludiendo a los corredores que competían en un estadio en aras de ganar una contienda; por tal motivo, quien lo hiciera a mayor velocidad obtenía el triunfo. También adquirió un sentido moral respecto a permanecer o conservar una forma de comportamiento ético o religioso, no apartándose de él, ni tampoco disminuyendo el paso quedándose sin perseverar en él. Aquí se usa en relación con un significado que rebasa el de la afición por correr, sino literalmente un amor desmesurado por la velocidad.

4 El significado que ha adquirido la estética como teoría de lo bello y artístico dista de su origen etimológico referido a las percepciones sensitivas; no obstante, la apreciación axiológica no sólo deriva de una fuente objetual en tanto bienes o atributos intrínsecos a los objetos como tales, sino a valoraciones subjetivas relacionadas con la atribución de significados.

5 Guido Gómez de Silva (1988) se refiere a su origen etimológico como un "estado de admiración intensa que no se razona"; palabra griega ékstasis que significa embeleso, desvarío, desplazamiento; derivada de existánai: poner fuera de su lugar, desarreglar, trastornar, perturbar el sentido o la mente.

6 Cabe notar que la etimología de los términos utilizados no es parte de una indagación histórica exhaustiva, sino un dispositivo heurístico elemental cuya pretensión básica es dar cuenta tanto de algunos significados, como de formas de objetivación en referentes concretos que dan vivacidad a éstos.

7 Un claro ejemplo de esta expresión lo tenemos en la literatura religiosa del Nuevo Testamento. En la Epístola Universal de Santiago en el capítulo I verso 19 dice: "Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardío para hablar, tardío para airarse" [Versión antigua de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602)]. En el griego koiné el escritor hace un contraste entre dos términos vinculados con disposiciones morales: estar prestos (ταχυσ) tacus, y ser tardíos o tardarse (βραδυσ) bradus.

8 Cfr. Guido Gómez de Silva, 1988, p. 219.

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