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Boletín médico del Hospital Infantil de México

Print version ISSN 1665-1146

Bol. Med. Hosp. Infant. Mex. vol.66 n.4 México Jul./Aug. 2009

 

Reconocimiento

 

Condecoración con la Medalla "Dr. Eduardo Liceaga". Palabras del Dr. Silvestre Frenk

 

Medal "Dr. Eduardo Liceaga". Words of Silvestre Frenk, MD.

 

El pasado 8 de abril de 2009, el Dr. Silvestre Frenk, prestigiado médico egresado del Hospital Infantil de México Federico Gómez, fue condecorado por el Presidente de la República, Lie. Felipe Calderón Hinojosa, con la Medalla "Dr. Eduardo Liceaga". A continuación las palabras que el Dr. Frenk dirigió a los asistentes con motivo de este acto:

Nunca antes he merecido condecoración alguna. Me enorgullece, por esta experiencia para mí única, ser vector de justo recuerdo y emotivo homenaje a Eduardo Liceaga, "el médico más eminente de México, el puente entre Miguel Francisco Jiménez e Ignacio Chávez", en palabras de Jesús Kumate.

Por la generosa disposición de los colegas que para tan alta dignidad tuvieron a bien proponerme, y por la amable consideración que la comisión dictaminadora brindó a dicha propuesta, me declaro en grave deuda de gratitud. Obligado pues, y muy placentero también, me resulta agradecer al doctor Enrique Ruelas las, para mí, enaltecedoras referencias a mi persona. Bien se percibe, tras el rigor obligado del lenguaje ceremonial, el aliento de la amistad.

Desde luego, haber asumido el compromiso de cumplirle al México que noble y generosamente recibió a mi familia de procedencia, resultó ser, para nosotros, cosa natural, cuestión de honor.

Adaptarme yo en alma, corazón, convicción religiosa, cultura, lenguaje, hábitos y modos, a mi desde entonces para siempre Patria, también. Don de Dios, haber sido bendecido con la compañera perfecta, y con ella haber logrado crear y criar una hermosa familia de siete talentosos vástagos; haber podido inculcarles el mismo sentido de honda gratitud y responsabilidad para con su Patria, desde luego por grato deber, pero también por haber brindado generoso, definitivo y definitorio asilo a tres de sus cuatro abuelos, con la obligación de retribuírselo al máximo de sus capacidades, ha sido para ellos el más grato de los deberes cívicos. Van cumpliendo.

Por lo que ve a mi peculiar historial académico, cabe recordar que quienes fuimos estudiantes universitarios antes y durante el desastre humano conocido como la Segunda Guerra Mundial, aquí aún no disponíamos de tan numerosos y excelsos programas de formación profesional, preconcebidos y cuidadosamente guiados, como son los que hoy día disfrutan nuestros estudiantes. De tal modo, en aquel entonces, muchos tuvimos que fabricarnos planes propios, en los términos de nuestras individuales posibilidades pedagógicas y pecuniarias o, en mi caso, también idealizaciones socio-políticas e intelectuales. Busqué pues, y para mi buena fortuna las encontré, oportunidades para compaginar investigación biomédica de alto nivel con el ejercicio médico clásico; para alternar durante varios de mis años juveniles, la actividad hospitalaria del tercer nivel con la asistencia médica en el medio rural; y congruentemente, obtener también adiestramiento formal y habilitación en las ciencias de la salud pública.

Tengo por legítimo orgullo, haberme desempeñado en el seno de la pediatría de México. He tenido la inusitada fortuna de servir en sus tres mayores establecimientos hospitalarios, a saber, el Hospital Infantil de México Federico Gómez durante 12 años, el Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional del Instituto Mexicano del Seguro Social, durante otros 12 años, y desde hace 18, el Instituto Nacional de Pediatría. En los dos últimos, he tenido el honor de servir como su Director General, convencido de que también así se cumple cabalmente con la responsabilidad contraída con los compañeros de trabajo. Lo menciono, porque tanto Eduardo Liceaga como Miguel Otero, fueron los verdaderos forjadores de la pediatría institucional mexicana.

Antes de proseguir, fervorosamente he de unirme a los parabienes que merecidamente han recibido los demás hoy galardonados, como espléndida señal de que se aprecia y premia su fructífero paso por la vida. Claramente, tan ha de ser motivo de alegría que nos conozcan, como el privilegio de que se nos reconozca. Porque no ha sido por hacer méritos para eventualmente acceder a tan insospechados, impredecibles estímulos, que procuramos desempeñarnos en el transcurrir de nuestras respectivas etapas profesionales. Poder cumplir, ha sido siempre común motor y guía. Cada uno de los hoy reconocidos debe haber reaccionado ante tan especial estímulo, de acuerdo con sus muy particulares contexturas emocionales, a tono con su profesión y con su específico campo de trabajo. Fácil resulta, sin embargo, identificar un común denominador: el de haber siempre obrado cada quien, al máximo de sus intenciones y capacidades, y desempeñarse en pro del común ideal de lograr óptima salud para quienes formamos parte del noble pueblo de México, y por extensión, todos los pueblos del orbe.

Quienes, en palabras del gran poeta -médico además él- alemán Friedrich Schiller, hemos visto ya "tres edades del hombre", estamos disfrutando en plenitud el don de ser testigos de la presente pasmosa evolución de las ciencias biomédicas. Vemos con cierta combinación de nostalgia y envidia, y en mi caso, de inmensa gratitud, sus maravillosas aportaciones a la clínica, el diagnóstico y el tratamiento. A decir verdad, actualmente confrontamos ciertas actitudes y procederes, que constituyen sólidos motivos de crítica. Pero ocasiones como la de hoy, robustecen nuestro entusiasmo y optimismo, en el sentido de que por encima de modas y de modos, la medicina mexicana es de fuertes raíces, y que por su propio impulso y el apoyo de bien sustentadas nuevas leyes, seguirá su continuado ascenso, al amparo de los preceptos éticos y científicos que con devoción de herederos espirituales, con fervor y esmero todos cultivamos.

Agradezco la merced de su atención.

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