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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.15 no.45 Guadalajara may./ago. 2009

 

Reseñas

 

Ojos imperiales

 

Agustín Vaca*

 

* Profesor-investigador de El Colegio de Jalisco-INAH.

 

A principios de los años setenta, César Fernández Moreno, en Latinoamérica en su literatura (Siglo XXI, 1980), hacía notar las deficiencias que presentan los conceptos cultural, lingüístico, geográfico, racial y religioso para conformar la idea de región latinoamericana. La categoría lingüística no basta, ni siquiera acompañada de la localización geográfica, para incluir en Latinoamérica a todos los países que tienen por lengua nacional alguna de las tres derivadas del latín que se impusieron en América, pues en tanto que Haití, de habla francesa, sí cabe en esa denominación, al Canadá que se expresa en ese mismo idioma no puede llamársele latinoamericano. De igual modo, el criterio racial se rompe ante la diversidad étnica de los latinoamericanos, y destino similar corre la confesión religiosa, pues el catolicismo no es exclusivo de los pueblos americanos que se expresan en lenguas romances, como tampoco lo es el protestantismo de los angloparlantes.

Con el fin de salvar tal complejidad, Fernández Moreno propone dos elementos para empezar a explicar aquello que, de raíz, une a Latinoamérica. Primero, la dependencia territorial y política de monarquías ibéricas, y después la económica de los países angloparlantes. En segundo lugar, "su inmersión en la más fuerte polaridad histórica de la actualidad: el abismo que se abre entre los países ricos y los pobres". A estos criterios agrega el geográfico, en el que "se apoyan, expresa o tácitamente, todos los que hasta ahora hemos compulsado". De ahí, pues, que Latinoamérica sea "toda aquella tierra americana que queda al sur del río Grande o Bravo [pues en ella] existe cierta homogeneidad cultural, política, social, lingüística, religiosa".

Los criterios de dependencia, pobreza y geografía resultan operantes para agrupar a los pueblos latinoamericanos, y mediante los dos primeros es posible trazar más semejanzas entre éstos y las naciones africanas, que con los pueblos ricos del norte de América: Estados Unidos y Canadá. A partir, pues, de la independencia económica de que gozan esos dos países, se creería que sus habitantes, angloparlantes y francófonos, habrían superado ya los resquemores coloniales que tanto nos molestan y preocupan a los latinoamericanos.

Por eso, la primera sorpresa que tuve, casi al empezar la lectura de Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, fue la de encontrarme que, por lo menos en Canadá, sigue vivo el sentimiento anticolonialista. Aunque separados, pues, por la geografía y la riqueza, este asunto tiende un lazo de unión entre Canadá y los países latinoamericanos. Pero hubo más sorpresas que me impulsaron a leerlo hasta el final prácticamente de corrido, pues lejos de toda pedantería erudita y sin ánimos de aplastarnos con un saber enciclopédico, Pratt nos entrega un amplísimo panorama del conocimiento y de la construcción del mismo a lo largo de casi siglo y medio. Las 385 páginas de Ojos imperiales están divididas en tres partes, nueve capítulos y 38 ilustraciones. No voy a hacer referencia a ninguna de ellas en particular, pero sí diré que el todo está afincado con firmeza en lo que ya desde hace algunos años se ha formulado como "la cuestión del otro".

Para tratar este problema, Pratt toma como materia prima un subgénero literario: las narraciones de viajes, al que, hasta donde tengo noticia, muy pocos estudiosos le han prestado la atención que ella nos demuestra que se merece. Con este material emprende un doble análisis crítico: del género, por una parte, y de las ideologías imperialistas, las europeas y las euroamericanas. Tal doble análisis le exigió la creación de conceptos, entre los que sobresale el de "zona de contacto", el cual utiliza para referirse "al espacio de los encuentros coloniales, al espacio en que pueblos geográfica e históricamente separados entran en contacto y establecen relaciones duraderas, relaciones que usualmente implican condiciones de coerción, radical desigualdad e insuperable conflicto", pero también le sirve para abordar las relaciones entre colonizados y colonizadores "en términos de copresencia, de interacción, de una trabazón de comprensión y prácticas, muchas veces dentro de relaciones de poder radicalmente asimétricas". El empleo de este concepto también le exigió un esfuerzo, logrado en forma notable, de diversificación disciplinar. En este sentido, es un libro que presenta "zonas de contacto" entre varias disciplinas: historia, crítica literaria, análisis del discurso, antropología, sociología y hasta psicoanálisis se dan la mano para establecer el entramado sobre el que se levanta una seria y demoledora crítica social en contra de los colonialismos de cualquier clase y especie.

Por lo que toca al análisis del género, Mary Louise Pratt subdivide la literatura de viajes en distintas categorías: científica, informativa, de cautiverio, de supervivencia, de anticonquista, sentimental. A cada una le corresponde una manera diferente de expresar el mismo propósito: justificar la dominación y la expropiación; cosa que refuerza el análisis crítico de las ideologías contenidas en dichas narraciones. Así, los ojos imperiales quedan desprovistos de todo velo para mostrar al desnudo los propósitos subyacentes al desinterés aparente del discurso. En principio, dichas categorías establecen la influencia de las narraciones de viajes en la bipartición de la Tierra en Europa y "el resto del mundo", siendo éste considerado como botín para la expansión económica y territorial de las metrópolis europeas. Pero también trazan una línea de correspondencia, de influencia, entre las narraciones de viajes y el conocimiento que forjan en los lectores europeos de regiones hasta entonces desconocidas, dando lugar a conceptos y apreciaciones erróneos, siempre teñidos de racismo y discriminación, acerca de las gentes que habitan otras latitudes.

A partir del análisis de este género literario, Pratt desmonta, paso a paso, el mito de la supremacía blanca, tanto en lo que se refiere al verdadero conocimiento científico como en lo que toca a cuestiones étnicas. Esta práctica discursiva, la literatura de viajes, constituye un vehículo formidable para "naturalizar", para introducir subrepticiamente la idea de que los europeos son "naturalmente" superiores al resto de habitantes del mundo. Así, queda establecido el entroncamiento entre las prácticas discursivas y las sociales.

Del mismo modo, en Ojos imperiales es posible apreciar la función social de los textos que conforman la literatura de viajes. Si nos atenemos al principio de que no hay textos inocentes, de que todo texto tiene distintas formas de lectura, sacar a la luz su significado profundo exige su puesta en relación con todas las circunstancias de producción del texto, de todo aquello que posibilita la creación de un texto y que determina que éste haya sido escrito así y de ninguna otra manera, y en un momento bien definido. El lugar que Pratt les encuentra en el proceso de apropiación, dominio y explotación de los territorios conquistados los descubre como textos que legalizan "la apropiación colonial", aun cuando en algunos casos, como el del conjunto de escritos que Mary Louise agrupa bajo el rubro de "anticonquista", se "rechace la retórica, y probablemente la práctica, de la conquista y la dominación". De cualquier manera, el análisis despiadado de la autora no deja resquicio alguno por donde se pueda escapar la vocación euroccidental de dominio cultural, educativo, científico y económico en todo el mundo.

Los ojos de Mary Louise nos muestran que el proceso de apropiación de los territorios conquistados es paralelo a un cambio en las prácticas discursivas. Del discurso de asombro inicial ante las diferencias que los europeos encuentran en los territorios recién hallados, pasan al discurso de deshumanización, mediante el cual los aborígenes forman parte del paisaje y, como ella lo demuestra, ya no son vistos ni oídos, sólo utilizados de la misma manera en que lo son la flora y la fauna indígena. Como bien señala Pratt, las relaciones interpersonales, aún las románticas, sentimentales o puramente sexuales, estaban sujetas a la dominación europea, y si bien en algunos casos en estas historias sentimentales asoma la punta del rechazo al sometimiento incondicional a los moldes europeos, denuncia la superchería del amor interracial correspondido en situación de reciprocidad, pues "si bien los amantes desafían las jerarquías coloniales, en última instancia se someten a ellas". Al discurso deshumanizante de las regiones descubiertas y colonizadas le sigue la arqueologización, proceso por el cual "la imaginación europea produce sujetos arqueológicos escindiendo a los pueblos contemporáneos no europeos de sus pasados precoloniales, y hasta coloniales". Revivir la historia y la cultura indígenas como arqueología es revivirlas muertas.

Pero uno de los mayores atractivos de Ojos imperiales es el de demostrar que el proceso de transculturación no es unilateral, sino que se trata de un proceso dialógico, en el que la parte colonizada participa activamente, aun cuando esta intervención sea escamoteada por el pensamiento europeo y hasta ignorada por los conquistados. De ahí la importancia del papel del lenguaje en la conciencia, cuya renovación exige la exploración de las posibilidades con palabras y sentidos nuevos. Las palabras nuevas transgreden lo establecido. Pratt nos muestra cómo el discurso de la literatura de viajes transgrede primero lo establecido en el mundo recién descubierto, lo reinventa, formula una representación tripartita que va de la representación que se forja, a la que se hacen sus lectores y termina necesariamente en el objeto de tal representación: los hombres y las cosas del mundo que se abre a la conquista, colonización y explotación. Pero por otra parte, sirve de vínculo entre la literatura independentista latinoamericana y la literatura de viajes, sobre todo en el caso de los escritos de Humboldt que, según Pratt, son los que dan el sustrato sobre el cual edificar esa legitimación. Pratt se da la mano con el Fernández Retamar de Calibán en su aseveración del uso que hacen los conquistados de las estructuras ideológicas y culturales que les han impuesto los conquistadores y que se transmiten por medio del lenguaje, como armas para combatirlos.

En tanto que autor de los textos fundadores del pensamiento criollo después de la independencia, Humboldt es quien abre los ojos de este grupo al camino de la legitimación. Resulta un juego entre la ideología, la palabra que le sirve de soporte y la representación que surge de ella. Pero esta última se utiliza como pretexto subyugador, por parte de los noreuropeos, al igual que fundamento liberador, por parte de las élites criollas. De ahí que sea tan sugerente la hipótesis de Pratt en el sentido de ubicar el nacimiento del romanticismo en las zonas de contacto de América, África del Norte y los Mares del Sur. Esto explicaría en gran medida las diferencias del significado que tomó el romanticismo en Europa y América; aquí no pocos críticos de arte han visto al romanticismo como un movimiento de imitación en el que se adaptan las formas europeas a temas autóctonos y que dura un periodo muy corto, sin tomar en cuenta que, como ya lo ha señalado Jean Franco (The Modern Culture in Latin America, 1970), el llamado modernismo es el movimiento realmente romántico en América, pues el que recibió ese nombre en Europa fue más un cambio en las técnicas de expresión artística, en tanto que los modernistas americanos asumían una posición política bien determinada alentada por ideas liberadoras, anticolonialistas e independentistas, aunque, como bien dice Pratt, "conservando al mismo tiempo la supremacía blanca y los valores de base europea".

Para terminar, quiero decir que concuerdo con Mary Louise en que las similitudes que ella ha encontrado en el discurso para describir África y América, pese a las diferencias históricas de ambos continentes, se debe a la:

[...] inmensa flexibilidad de esta retórica de la desigualdad, normalizadora y homogeneizadora. Ella afirma su poder sobre toda persona o lugar cuya vida haya sido organizada según principios diferentes de los mecanismos racionalizadores y maximizadores de la producción industrial y la manipulación del capitalismo mercantilista... Este poder discursivo esencializador es impermeable a todo, al menos hasta que los que son vistos también sean escuchados.

La lectura, pues, de este libro liberador de Mary Louise Pratt, no puede ser menos que la invitación a cegar los ojos imperiales y a intentar el ejercicio de la mirada propia, de manera más consistente y más profunda.

 

Nota

Mary Louise Pratt (1997), Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación (trad. Ofelia Castillo), Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 385 p.

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