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Desacatos

On-line version ISSN 2448-5144Print version ISSN 1607-050X

Desacatos  n.38 Ciudad de México Jan./Apr. 2012

 

Testimonios

 

Ser joven en la frontera norte de México

 

Being Young in the Northern Border of Mexico

 

María Eugenia de la O* y Nora E. Medina Casillas**

 

* Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Occidente, Guadalajara, Jalisco, México mdelao@megared.net.mx

** Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Distrito Federal, México nmedina@yahoo.com

 

La actual situación de extrema violencia en muchas regiones de México obliga a hacer un ejercicio de reflexión sobre la vulnerabilidad que viven sus habitantes. En este sentido, las notas que se presentan a continuación se derivan del trabajo de campo que se llevó a cabo en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, entre junio y julio de 2010, como parte de la investigación "Los hombres de la maquila: entre la desfeminización y la masculinización del trabajo" con apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. El estudio tenía como objetivo explorar los posibles cambios en las relaciones de género entre obreras y obreros del sector industrial de la maquila, a raíz de la creciente participación masculina en un sector que en origen fuera feminizado.

La experiencia de investigación fue reveladora, pues más que profundizar en la transformación de los mercados locales de trabajo feminizados de la maquiladora, como era nuestra intención, nos encontramos ante un panorama generalizado de violencia derivado de la actividad del narcotráfico en esta zona fronteriza. La situación afectaba particularmente a los jóvenes, muchos de los cuales habían crecido en este ambiente. Estas notas se orientan a entender cómo viven los jóvenes en contextos extremos. En la primera parte se describe la situación de violencia que prevalece en Matamoros, que marcó el desarrollo del trabajo de campo. En la segunda parte se aborda el testimonio de un joven originario de la ciudad con quien sostuvimos largas y sucesivas entrevistas sobre el significado de ser joven en zonas de alta vulnerabilidad económica, social y cultural.

 

EL CONTEXTO: LA "GUERRA DEL GOLFO"

El estado de Tamaulipas comparte un amplio territorio fronterizo con Estados Unidos. Actualmente concentra alrededor de 40% de las actividades de importación y exportación entre los dos países (Castillo, 2009a). Su posición geográfica lo ha convertido en un punto estratégico para las actividades comerciales y productivas con la industria maquiladora, pero también de tránsito de actividades ilícitas con Estados Unidos. Las actividades económicas más sobresalientes de la región solían ser la agricultura —en un inicio el algodón, posteriormente el sorgo y maíz— y la producción manufacturera para la exportación a partir de la instalación de cientos de maquiladoras desde fines de la década de los sesenta del siglo pasado. Hoy, las actividades ilícitas se han diversificado: trasiego de drogas, contrabando de mercancías, armas, vehículos y personas, incremento de la piratería y práctica de la extorsión y el secuestro (Castillo, 2009a, 2009b).

El noreste del país fue el escenario en el que se formó y fortaleció uno de los grandes cárteles mexicanos: el Cártel del Golfo,1 que llegó a cubrir casi toda la costa atlántica, que comprende los estados de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán, e incluso Quintana roo. Sin embargo, su control de la región se vio disminuido a partir de la creación de su brazo armado, conocido como Los Zetas, constituido a finales de la década de los noventa del siglo pasado, cuando el Cártel del Golfo era dirigido por Osiel Cárdenas Guillén. Este grupo llegó a disputar el dominio del tráfico de drogas a partir de la detención de Cárdenas en 2003, a través de la negociación económica y política directa de sus actividades delictivas (Osorno, 2010a).

Los Zetas fueron originalmente un grupo para la protección de los comandantes del Cártel del Golfo con militares de elite, desertores del Ejército Mexicano. Este grupo logró la penetración de muchas de las rutas utilizadas por el cártel y se caracterizó por el uso de métodos violentos en la lucha por el dominio de las zonas de influencia del Cártel del Golfo. Desde 2003, el noreste del país, especialmente Tamaulipas y Nuevo León, ha sido testigo de los continuos enfrentamientos entre ambas corporaciones. De este modo, "el cártel se quedó sólo con Matamoros y el resto de Tamaulipas, Nuevo León y parte de Coahuila se hizo Zeta" (Osorno, 2010a) (véase mapa 1).

En 2006, con la instauración de la Operación Conjunta Tamaulipas-Nuevo León, la presencia de soldados y agentes federales en la región provocó el recrudecimiento de la lucha entre cárteles y las corporaciones militares y policiacas (Castillo, 2009a). Aparentemente, hasta 2009 había existido una especie de pacto entre el Cártel del Golfo y Los Zetas "en el que el cártel aceptaba su sometimiento a Los Zetas, y éstos, le permitían realizar algunos negocios en Matamoros" (Osorno, 2010a). Sin embargo, el 2010 se caracterizó por un enfrentamiento abierto y directo entre ambos grupos delictivos que fue evidente desde los primeros meses del año. En particular desde febrero de 2010 comenzaron a tenerse noticias de los "topones" o enfrentamientos entre las fuerzas de las dos corporaciones en Tamaulipas, derivadas de la incursión de comandos del Cártel del Golfo en territorio Zeta. Un ejemplo fue el ataque del Cártel del Golfo a un centro de operaciones de Los Zetas en Camargo, que duró alrededor de seis horas y, según testimonios de los habitantes de la ciudad, estallaron "como 20 granadas".2 Las batallas se repitieron en los municipios de reynosa, Matamoros, Ciudad Mier, Nuevo Laredo, Miguel Alemán y Díaz Ordaz. Según se informó, el Cartel del Golfo había formado una alianza con otros cárteles mexicanos —La Familia Michoacana y el Cártel de Sinaloa— para combatir a Los Zetas, que entre 2007 y 2010 se habían convertido en un grupo con presencia nacional (Osorno, 2010b). Este conflicto fue llamado por los periodistas "la guerra del Golfo" y, en virtud del origen de los participantes, se le definió como una "disputa familiar" (Osorno, 2010a, 2010b). En este contexto, el equipo de investigación, conformado por tres mujeres, se trasladó a Matamoros con el apoyo de El Colegio de la Frontera en dicha ciudad. Habíamos intentado transitar de Monterrey hacia Matamoros por carretera, lo cual no fue recomendado por nuestras fuentes, lo que nos obligó a llegar a dicha ciudad vía aérea desde la ciudad de México.

 

ETNOGRAFÍA BAJO FUEGO

Llegamos a Matamoros la tarde del 24 de junio de 2010. En la pista del aeropuerto había un enorme avión de la Policía Federal que aterrizó junto al nuestro. El aeropuerto estaba prácticamente tomado por policías federales y militares encargados de la revisión de equipajes e identificaciones de quienes llegaban a la ciudad. A la salida del aeropuerto y rumbo a la ciudad había un gran retén militar que revisaba los autos, había que esperar la inspección y un breve interrogatorio sobre quiénes éramos y a dónde nos dirigíamos. Al pasar esta revisión continuamos el camino con los consejos de nuestros anfitriones. Nos indicaron que evitáramos hablar sobre el narcotráfico, sobre la violencia, bromear sobre el asunto, quedarnos calladas, hacer como si no pasara nada, ni en restaurantes ni en lugares públicos (Flores, 2010). Se nos aconsejó detenernos en todos los retenes que encontráramos, fueran de militares, policías federales, estatales o de los narcos.

Este comportamiento tenía su razón de ser, por más difícil que nos pareciera: "porque en Matamoros, más que en ningún otro lugar de la frontera tamaulipeca, las paredes oyen, pero también lo hacen las banquetas, las mesas de café, los taxis, los vestíbulos de los hoteles, en fin, todo mundo y en todos lados te puede delatar" (Castillo, 2009d). Algunos datos al respecto podían seguirse en periódicos y re-vistas políticas que no llegaban a Matamoros. Durante la estancia en esta ciudad nos acompañó la sensación de ser vigiladas permanentemente. Nos hospedamos en un hotel en el centro de Matamoros, con la idea de que sería un sitio seguro, aunque semanas después supimos que el centro de la ciudad fue el campo de disputa que incluyó ataques con granadas a la Presidencia Municipal, a unas cuadras del hotel (El Universal, 2010). El trabajo de campo no fue sencillo. Necesitábamos estar cerca de la vida de los trabajadores de la maquila. realizamos los primeros recorridos por la ciudad, los parques industriales y las zonas de vivienda. En estos recorridos nos topamos con grandes vehículos, camionetas Lobo o Suburban con vidrios polarizados, rines cromados y antenas de comunicación en los techos. La gente nos explicaba discretamente y con la mirada en el suelo que eran "los mañosos" o "la maña". Al inicio no entendimos, creímos que se trataba de jóvenes que hostigaban a las trabajadoras de la maquila, pero más tarde supimos que así nombraban a los grupos armados del narcotráfico en la ciudad.

En los primeros recorridos de campo fue notorio el número de naves industriales en renta. En muchas otras no había letreros, pero tampoco trabajadores. También vimos casas de interés social vacías y algunas quemadas. Años antes, estos sitios estaban llenos de vida con trabajadores transitando todo el tiempo. Días después, logramos concertar algunas entrevistas con la orientación de investigadores de El Colegio de la Frontera Norte y visitar, finalmente, las colonias de los trabajadores de la maquila. En estos recorridos fuimos identificando nuevas presencias en los barrios: los llamados guardias situados en las entradas de las colonias o halcones —informantes—, en puestos de venta de periódicos y de discos, con antenas de comunicación en sus refugios. Una noche, cuando salimos de una colonia popular luego de una entrevista, nos encontramos con un convoy, es decir, varias camionetas Suburban en fila y a toda velocidad. Nuestros acompañantes dijeron que era una guardia, el grupo de seguridad de algún comandante que posiblemente estuviera revisando el camino por el que circularía su jefe. Varios de nuestros compañeros aconsejaron al conductor del auto que los dejara pasar y se mantuviera alejado. Todo el camino evadimos guardias y no nos acercamos a autos que pudieran ser del narco. Transitar por las colonias de noche revelaba otro modo de vida en Matamoros; puntos de venta de drogas, rondas de vigilancia de "los mañosos", jóvenes que al parecer montaban guardia en las esquinas de las colonias y con quienes nuestros guías reportaban nuestra presencia para nuestra seguridad.

Esta ciudad ha incorporado elementos del narcotráfico como parte de la vida cotidiana: las estacas, los halcones, los vendedores, jóvenes solos con una mochila oscura o en un parque igualmente solo, refugiados bajo la sombra de un árbol. Las guardias, "los mañosos", todos parecían tener su lugar en los extremos de cualquier foto que se tomara de una estampa de la ciudad. La presencia de estos personajes fue patente el día que salíamos de la colonia de Elena —una de nuestras entrevistadas—, quien nos había aconsejado: "Nunca después de las siete". Aun así, la camioneta de transporte colectivo que abordamos para salir de la colonia se detuvo varios minutos porque una camioneta negra imposibilitaba el paso. Los hombres de la camioneta bajaron a hablar con algunos jóvenes de una esquina. Nadie se quejó, nadie dijo nada, ni el chofer ni los pasajeros. Todos esperamos a que la camioneta se moviera para continuar nuestro trayecto. La gente en Matamoros ha optado por callar por su seguridad.

Así, en las conversaciones con los trabajadores de la maquila era notorio cómo se había incorporado la violencia a sus formas de vida más cercanas a la sobrevivencia. Ante nuestra pregunta ociosa de investigación: "¿Cuándo empezó usted a trabajar en la maquila?", ellos respondían: "Hay desaparecidos, torturados, balazos todo el tiempo". Nos hablaban en voz baja, mirando a los lados por si alguien estuviera escuchando, a veces casi susurrando, como sucedió con los testimonios de tres madres de jóvenes:

Se han metido soldados aquí a la casa. Eran como las 11 de la noche y estaba mi hija en su cuarto y Jesús tiene la costumbre de que toca en la ventana. Le digo a Chuy: "No me toques así, toca la puerta". Entonces dije: "Éste es". Abro la cortina y veo bastantes soldados. Me dice: "¡Ábreme!". Entonces abro la puerta y se empiezan a meter todos, eran unos nueve más uno vestido de civil y un titipuchal de gente que había. Me dice: "¿Sus hijos?". Le digo: "Yo creo que en sus casas". Me dice: "Éste, de este lado, ¿dónde está?". Le digo:

"Pues en su casa, señor, con su mujer y sus hijos". "¿La mujer?". Le digo: "Ahí está". Me dice: "Háblele. Es que ustedes están enlazados con el Cártel del Golfo. Saque las armas". Y yo: "¿Cuáles armas?". Y me dice: "¡Saque la droga!". ¿Pos cuál droga? Y me dice: "Vale más que la saque porque si nosotros la encontramos nos la vamos a llevar y le va a ir peor" (entrevista a Elena Flores, 2010).

Yo pienso que aquí sí hay mucha inseguridad y sí corremos bastante peligro, porque nada menos que la semana pasada, fue como jueves, miércoles, hubo una balacera bien grande aquí en la noche. Aquí nomás nos levantamos las niñas y nos metimos allá a ese cuarto, porque mataron a no sé cuántas personas acá atrás, aquí pararon una camioneta, pero así bastantes camiones con armas y se levantaron tres y se los llevaron (entrevista a Consuelo Silva, 2010).

Los muchachos se ríen de mí porque una vez yo andaba acá limpiando mi casa con un trapeador, cuando oí que empezaron los balazos y que me me- to corriendo y yo me tiré al piso, y los huercos risa y risa de mí y yo agachada, y ninguno se quería tirar al piso (entrevista a Praxedis Castillo, 2010).

Luego, hace diitas venía yo de mi trabajo y ahí en Soriana, en la entrada, iba un carro y luego una camioneta se le cruza enfrente y ya no los dejó pasar y todos se bajaron con unas pistolotas. ¡Ay, no! Ya cuando los vi me dio mucho miedo porque a cada rato se los encuentra uno, donde quiera que vaya uno se los encuentra, incluso en las tiendas: llega a una tienda y cuando uno mira se paran tres, cuatro camiones con soldados. Me da terror que se vayan agarrar a balazos. Y ya ahí se llevaron a los que traían en la camioneta y no, nomás le dio tantito el pesero, para adelante en la pesera, y luego más adelantito tenían tirado a uno en el piso, con el pie, se lo ponían así con una pistolota. Y todas las mujeres de la pesera: "¡Ya vámonos!", y el señor ni se movía (entrevista a Praxedis Castillo, 2010).

Las amas de casa, también obreras de la maquila, han optado por acercar a sus hijos a las actividades de diversas iglesias, entre las que destacan los Testigos de Jehová y los mormones, porque encuentran seguridad vinculando a sus hijos con estas personas y no con la gente del barrio (entrevista a Praxedis Castillo y a Obed Cortina, 2010). Están conscientes de los peligros que acechan a sus hijos todo el tiempo, sobre todo durante los largos turnos de trabajo. La violencia ha trastocado muchas formas la vida de la ciudad, pero para los jóvenes significó dejar de serlo: no salir más a divertirse como solían hacerlo, no se puede salir de noche, no se puede salir a bailar, siempre hay miedo por las balaceras. Los jóvenes son especialmente vulnerables porque pueden ser criminalizados por el simple hecho de ser jóvenes o porque son piezas preciadas para el narco. Una joven cuenta: "Ya nos pasó una vez que salimos a dar la vuelta, el rol y andaban y se empezaron a decir cosas y le sacó uno una pistola y ya no volvimos a dar un rol desde que pasó eso y Viri se casó y ya no sale" (entrevista a Nora Aldape, 2010).

Caravana al Sur del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en Iguala, Guerrero.

Hay quienes se arriesgan con la idea de que no pueden dejar de vivir por culpa de la violencia: "Los hombres se la rifan cuando van a la disco, porque hay mañosos homosexuales que andan jalando y si les gusta alguien lo pueden obligar a que baile o salga con ellos, si no, lo levantan" (Flores, 2010). Los sábados por la noche es evidente la disminución de la vida nocturna de la ciudad, sólo unos restaurantes y discotecas están abiertos, muchos otros lugares están cerrados o abandonados. El ambiente se enrareció aún más con la presencia militar, que se intensificó por ser tiempos electorales (Flores, 2010). Dos hechos marcaron el desarrollo del trabajo de campo: las campañas electorales para elegir gobernador del estado el domingo 4 de julio de 2010 y el anuncio de la inminente llegada del huracán Alex. El lunes 28 de junio, mientras preparábamos la agenda del día, nos avisaron que el candidato a gobernador del Partido revolucionario Institucional había sufrido un atentado, justo el día de cierre de su campaña en Matamoros.

Nuestros guías nos recomendaron no salir porque había peligro de fuego cruzado, en particular en el centro, donde se había congregado la gente para el cierre de campaña. Hubo gran confusión y escasa información. El suceso se podía seguir mejor desde los diarios de circulación nacional y en las redes sociales —Facebook y Twitter— que en los noticieros locales. En poco tiempo comenzó a circular la versión de que el candidato había sido asesinado con parte de su equipo de campaña de camino al aeropuerto de Ciudad Victoria. Habían bloqueado la carretera y fueron acribillados. Los diarios reportaban que el candidato, el doctor Torre Cantú, había sido víctima de los sicarios, pues conocían con detalle sus movimientos y se encontraba en territorio Zeta. Durante todo el día las comunicaciones telefónicas estuvieron bloqueadas y la ciudad tomada por el ejército.

El 30 de junio de 2010, el huracán Alex tocó Tamaulipas. Hubo intensas lluvias y grandes inundaciones que hicieron imposible realizar entrevistas en las colonias que no cuentan con servicios de drenaje adecuado ni con vías de comunicación, por lo que permanecieron aisladas durante algunos días, incluso varias maquiladoras cerraron. Desde entonces, los días buenos para Matamoros fueron menos: le siguieron acontecimientos como la muerte del líder del Golfo, "Tony Tormenta", en noviembre de 2010, la militarización de la ciudad y sus principales carreteras, fuego cruzado de manera cotidiana y los hechos de San Fernando con la muerte de cientos de migrantes, lo que marcó la vida de la ciudad.

 

SER JOVEN HOY EN LA FRONTERA NORTE

En este contexto se sitúa la historia de Roberto M.,3 quien nació y creció en Matamoros, como el mayor de cuatro hermanos. Su fuerte sentido de superación le permitió combinar el estudio y el trabajo en la maquila. Cuando era estudiante de ingeniería en un centro de educación público trabajaba en la maquila en las tardes. A sus 21 años su trayectoria laboral es larga: empezó cuando tenía ocho años. Su primer trabajo fue vender chicharrones por las tardes después de la escuela. Su mamá le compraba las botanas en el mercado y él iba con una canasta a venderlas casa por casa en los barrios cercanos al suyo, al oriente de la ciudad. Esta actividad le permitió ganar dinero para comprar los artículos necesarios para su escuela, pero sobre todo para "jugar en las maquinitas" y comprar refrescos, que eran lujos que el resto de sus amigos no podían darse siendo hijos de padres obreros.

A esta ocupación le siguieron muchas otras: fue "cerillo" —empacador en supermercados—, ayudante de albañil, panadero, mesero en una cantina, encargado de una tortillería, de un ciber-café, podó árboles en colonias ricas, lavó carros y final-mente entró a una maquiladora. Para Roberto, el trabajo era más que ganar dinero y continuar con sus estudios, significaba independencia económica de sus padres y tener una posición de superioridad frente a sus amigos de la colonia. Su temprana incorporación al mundo laboral supuso grandes responsabilidades, como cuidar de sus hermanos y hacerse cargo de algunos gastos de la casa y de su propia educación, pero también implicó que desde su infancia estuviera en contacto con "muchachos grandes" que le llevaban cinco o seis años. Esta circunstancia le enseñó a defenderse en peleas, lo que según él le formó el carácter.

Roberto fue un estudiante inquieto, al que le tenían que "jalar las patillas" y sentar al frente del salón para que pusiera atención en las clases. Logró terminar la primaria, la secundaria y la prepa técnica y decidió intentar ser ingeniero. Sin embargo, fue en el temprano ámbito escolar cuando tuvo los primeros contactos con el mundo del narcotráfico. En la escuela secundaria le tocó introducir droga en su mochila, cuando algunos hombres situados en la entrada de las escuelas de la colonia "agarraban a los huercos y les decían métete tanto". Los maestros, según Roberto, sabían lo que ocurría y también vendían la droga en el plantel y le daban cuenta a "los malandros". Por su servicio "ganaba bien", pero a Roberto le asustaba y le contó a su mamá, quien lo cambió a una escuela fuera del barrio.

En su vecindario el consumo de drogas era un acto común y durante su adolescencia ya contaba con amigos que eran "marihuanos" y "piedreros", que no sólo consumían sino que a su vez se dedicaban al narcomenudeo o a prostituirse con varones en la colonia para solventar su consumo de droga. La estrategia de seguridad de Roberto fue mantenerse cerca de ellos, si los evitaba sería hostigado en las calles de su barrio para que consumiera o vendiera. A pesar del ambiente en el que creció no se enganchó con las drogas: "aquí a nadie se le obliga a drogarse", afirmaba. No quería verse como ellos, era mejor acompañarlos pero mantenerse sobrio. No obstante su convicción de evitar el consumo de estupefacientes, no estuvo ajeno al mundo de "la maña". Muchos de sus amigos tenían como principal fuente de ingresos la economía de la droga. Roberto, por invitación de sus compañeros, eventualmente obtenía dinero extra haciendo "trabajillos", como acompañar a otros jóvenes a trasladar droga oculta en una camioneta de Matamoros a reynosa, o simplemente ir con ellos para que vieran que no tenía miedo.

Según Roberto, lo que le ha permitido evitar problemas con "la maña" ha sido su discreción y cierta valentía, pues no se espanta con lo que ve ni con lo que cuentan "los mañosos". En una ocasión entró con un amigo a una casa de seguridad donde tenían a varios "levantados" —secuestrados—. Se trataba de jóvenes, mujeres y adultos por los que se pedía rescate. Estaban en condiciones infrahumanas. Roberto afirma: "Daban hasta lástima, todos encadenados y comiendo porquería". También había "mañosos" entre los secuestrados por robar mercancía al narco o hacer cosas indebidas dentro de los códigos establecidos, como alardear con el dinero del jefe o desobedecer órdenes. Estaban amarrados como animales, los alimentaban con algo que parecía revoltura para los puercos. Igualmente llegó a presenciar torturas a los llamados "tableados", aquellos a los que se castiga golpeándolos en las piernas o los glúteos con maderos con clavos: "con un golpe te tiran, nomás se oye cómo se levanta el cuerito".

Estas acciones no escandalizaban a Roberto y llegó a normalizarlas en su vida afirmando: "así es esto". Para muchos de sus amigos son la única forma de obtener ingresos, porque lo que ganan en sus empleos es insuficiente para solventar sus gastos de transporte, ropa, alimentos y manutención de la familia, ya que muchos de ellos tenían hijos a temprana edad. Muchos se habían convertido en halcones, menuderos, introductores de drogas a trabajos y escuelas, y con las eventuales ganancias cubrían el resto de sus necesidades. Roberto piensa que la vida debe seguir a pesar de la violencia e inseguridad en Matamoros. Él continúa saliendo a los bailes en viernes o sábado, aunque más de alguna vez se ha encontrado en situaciones de peligro, como que le hayan robado su auto o haber sido detenido durante varias horas en los retenes.

Como muchos otros jóvenes de la frontera noreste, está familiarizado con el paisaje cotidiano de violencia: sabe qué es una guardia, un halcón, una estaca.4 Roberto pertenece a una generación que se ha formado en este contexto de desigualdad y alta vulnerabilidad. La violencia es experiencia vivida: violencia callejera, violencia intrafamiliar, violencia entre pares y entre los otros. Implica desorden y caos. Los jóvenes mezclan estos tipos de violencia y sostienen el discurso social de "la vida sigue". La violencia se convierte en un hecho cotidiano ante la permisividad de las autoridades y la construcción institucional de los jóvenes como los generadores de violencia y no como los excluidos.

 

"A LAS CIUDADES FRONTERIZAS LAS CHINGARON LAS MAQUILAS"

Miguel es un empleado público de Matamoros que por seguridad duerme en brownsville, Texas, la ciudad vecina. En una entrevista para el diario mexicano La Jornada declara: "las familias se han ido descomponiendo desde los años setenta, cuando las madres se fueron a trabajar a las fábricas y sus hijos tuvieron que irse solos a la primaria, a la secundaria, a cualquier parte" (Castillo, 2009d). Aunque es un hecho real, alimenta la idea sobre las madres irresponsables más que la crítica hacia un modelo de crecimiento que no ofreció mayores oportunidades a su población. Vidas como la de Roberto dejan en claro el entorno en el que están creciendo muchos jóvenes que viven una perspectiva de futuro incierta y reconocen lo seductora que puede ser la vida en "la maña", que les asegura dinero, camioneta y mujeres, aunque sean "huerquitos".

Al respecto, un representante del Instituto Tamaulipeco de la Juventud en Matamoros declaraba: "los jóvenes ven esto [el narcotráfico] como un hobby, como algo natural, porque a lo mejor todos tenemos un pariente o un amigo que está metido" (Castillo, 2009d). Los grupos delictivos de la región han ampliado su dominio sobre una gran cantidad de actividades económicas en los últimos tiempos. La extorsión hacia casi toda la población se ha vuelto una actividad de las más redituables. Hace un año ya se hablaba de que "mientras algunos se encargan del tráfico de estupefacientes, de armas y personas, hay cobradores de 'cuotas' a los comerciantes ambulantes. Otros recaudan la renta de los boleros en las plazas públicas, unos más de empresarios o políticos a cambio de protección" (Castillo, 2009c). Es evidente que lo que se ha convertido en un "modo de vida" no se puede combatir sólo con la fuerza policiaca o militar, ya que ahora se debe solucionar el problema de un estilo de vida fincado en la frontera y con el que crecieron y crecen los niños y que involucra a toda la sociedad.

 

A MANERA DE REFLEXIÓN FINAL

Este artículo estuvo orientado a ilustrar cómo viven hoy numerosos jóvenes en la frontera norte de Tamaulipas. Se trata de notas que se desprendieron del trabajo etnográfico del verano de 2010 en la ciudad de Matamoros. El acercamiento, tal y como lo propone James Clifford, se trató de "un conjunto de diversas maneras de pensar y escribir sobre la cultura desde el punto de vista de la observación participante" (Clifford, 2001: 24). Se identificaron, mediante un ejercicio biográfico, diversos enfoques de los jóvenes a través de sus historias individuales. El diario de campo, la entrevista, la observación participante y la interacción con los jóvenes y sus madres fueron las herramientas que permitieron conformar esta investigación ante una gran dificultad de construir relaciones de confianza debido al contexto de conflictividad.

Se fue escribiendo una etnografía para contextos de violencia que implicó dilemas éticos asociados con el respeto por las vidas de los jóvenes entrevistados, sus emociones y sentimientos. Inicialmente nos interesaba su vida laboral, pero sus narrativas nos fueron trasladando al ámbito de sus experiencias límite en un ambiente como el de la frontera norte de México. Así, pasamos de la construcción analítica de un obrero de la maquila en lo que suponíamos mercados laborales en transformación, a la voz de los jóvenes en tiempos de violencia, quienes nos hablaron de sus necesidades, temores y dolores en un momento etnográfico en el que el miedo estaba presente tanto en las investigadoras como en los investigados.

Estos jóvenes afrontan múltiples expresiones de violencia en sus hogares, en el trabajo, en sus barrios. Sin embargo, fue entre 2010 y 2011 cuando comenzaron a vivir formas inéditas de violencia asociada con el narcotráfico y la ausencia de un Estado que proteja a sus ciudadanos, a lo que se sumaron nuevos actores y conflictos cuyo saldo han sido innumerables muertos, desaparecidos y víctimas-sobrevivientes. Este "nuevo orden" en el que imperan balas, riesgos y miedo fue puesto de manifiesto por muchos jóvenes para quienes la vida sigue. Como lo plantea Kimberly Theidon (2006: 57): "En la guerra, las palabras acarrean terror. rumores sobre quién ha visto o hecho tal otra cosa se vuelven cuestiones de vida o muerte". Entender esta dimensión representa grandes retos para el desarrollo del trabajo etnográfico hoy.

Cuando los jóvenes, sus madres y sus hermanas nos pidieron ser escuchadas también, nos planteamos hasta dónde seguir en un contexto marcado por casi una "guerra". Al respecto Quinceno (2008: 206) afirma que escuchar, sentir y vivenciar el dolor del otro, o incluso sentir la imposibilidad de comprenderlo y dimensionarlo, hacen parte de los efectos que tiene el trabajo de campo en los investigadores. Hoy más que nunca la violencia es eje articulador de la vida de los jóvenes obreros de la maquila en la ciudad de Matamoros. ¿Es necesario repensar la etnografía en tiempos violentos? Al menos marca la necesidad de nuevas estrategias de campo en la antropología y la sociología, así como un ajuste reflexivo sobre una realidad compleja. Al parecer, es necesario plantear una antropología de la violencia como un horizonte disciplinario complejo con retos teóricos y metodológicos en las fronteras de la antropología contemporánea. Se requiere una práctica que considere la seguridad personal y la ajena, pondere los aspectos relevantes y emergentes del fenómeno estudiado y cuide las propias retóricas de representación sobre las violencias que se expresan también en la cultura, como los narcocorridos, el movimiento alterado, los nuevos códigos y lenguajes, las redes sociales. Todo esto nos lleva a una pregunta final: ¿quiénes son los jóvenes de hoy en día?

 

Bibliografía

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Entrevistas

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Obed Cortina, 2010, entrevistado por Nora Medina, 26 de junio, Matamoros, Tamaulipas.         [ Links ]

Elena Flores, 2010, entrevistada por Alma Flores y Nora Medina, 29 de junio, Matamoros, Tamaulipas.         [ Links ]

Roberto M., 2010, entrevistado por María Eugenia de la O, 1 de julio, Matamoros, Tamaulipas.         [ Links ]

Consuelo Silva, 2010, entrevistada por Nora Medina y Alma Flores, 29 de junio, Matamoros, Tamaulipas.         [ Links ]

 

NOTAS

1 En los años sesenta del siglo pasado, Juan Nepomuceno Guerra encabezó las actividades ilícitas en la zona del Golfo. Nació en 1915 y desde fines de los años treinta empezó a contrabandear whisky a Estados Unidos a través de Tamaulipas y Nuevo León. En la década de 1950 comenzó a contratar ayudantes para cruzar mercancía y a sobornar a altos mandos en México para facilitar el crecimiento de su grupo. A finales de los sesenta, Nepomuceno enfermó y cedió lentamente el control del Cártel del Golfo a su sobrino y mano derecha, Juan García Ábrego, quien inició negocios directos con el Cártel de Cali. El Cártel del Golfo se fortaleció durante las décadas de los ochenta y noventa. En 1990 encarcelaron a Nepomuceno, lo que dividió los lazos entre los cárteles. En 1995, García Ábrego fue aprehendido y sentenciado a 11 cadenas perpetuas. El liderazgo del Golfo pasó a Salvador "Chava" Gómez, pero Osiel Cárdenas terminó al mando. Éste rompió la tregua con el Cártel de Juárez y la guerra contra los Arellano y el Cártel de Sinaloa renació. Para 1999, Osiel Cárdenas había reclutado a 31 exmiembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafes) —grupo armado de elite—. El líder de esta fracción fue Arturo Guzmán Decenas, el "Z-1", y sus hombres fueron bautizados como "Los Zetas", que fueron adquiriendo importancia dentro del Cártel del Golfo y comenzaron a entrenar a pequeños grupos armados. En marzo de 2003, Osiel Cárdenas fue atrapado por el ejército, pero siguió dirigiendo desde la cárcel y mediante su hermano Antonio Cárdenas, "Tony Tor-menta", y Eduardo Costilla, "el Coss", pero en su ausencia Los Zetas tuvieron más poder en el cártel. Tras la muerte de Arturo Guzmán, el "Z-1" (2002), y la captura de Alejandro Morales, el "Z-2" (2004), Heriberto Lazcano, el "Z-3", se convirtió en el líder de Los Zetas. A finales de 2009, Lazcano se declaró independiente del Golfo y a partir de enero de 2010 se estableció como una organización con estructura bidimensional con células regionales y especializadas en delitos. El Cártel del Golfo, dirigido por "el Coss" y "Tony Tormenta", entabló una guerra contra Los Zetas. Mediante una alianza con el grupo del Pacífico y de cientos de miembros de La Familia lograron equilibrar la situación, pero en noviembre de 2010 "Tony Tormenta" cayó muerto por el ejército en Matamoros, por lo que la lucha contra Los Zetas dista de terminar pronto. El cambio de sexenio en 2012 podría detonar el reacomodo de las organizaciones judiciales en favor de otro cártel, mientras tanto los enfrentamientos por el liderazgo del negocio de las drogas continuará.

2 La noticia sobre este suceso se difundió días después por medio de un comunicado de la Secretaría de la Defensa Nacional, pero la información más detallada se obtuvo en videos testimoniales grabados al día siguiente en la zona del enfrentamiento, subidos a YouTube por vecinos de la ciudad de manera anónima. Véase <http://www.youtube.com/watch?v=-KEZIn4p76M>.

3 Por razones de seguridad del joven entrevistado se decidió utilizar otro nombre.

4 Corresponden a distintos tipos de vigilantes colocados por las organizaciones criminales en diversos puntos de las ciudades.

 

Información sobre las autoras

María Eugenia de la O es profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS)-Occidente. Es doctora en sociología por El Colegio de México, premiada en 1997 por la Academia Mexicana de Ciencias por la mejor tesis de doctorado en la categoría de sociología. Sus temas de investigación son mercados laborales, género y trabajo, cultura laboral y sociología de la frontera. Actualmente desarrolla el proyecto "Los hombres de la maquila: entre la desfeminización y masculinización del trabajo", financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Fue coordinadora del doctorado en ciencias sociales de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, Baja California, donde también dirigió el Departamento de Estudios Culturales. Ha colaborado en Desacatos, Revista Mexicana de Sociología y Revista Sociológica. Es coautora de Historia regional de Baja California. Perfil Socioeconómico con Ana Claudia Coutignio (Secretaría de Educación Pública, Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica, Limusa Noriega, 2000), y del libro Innovación tecnológica y clase obrera. Estudio de caso de la industria maquiladora electrónica rca, (Universidad Autónoma Metropolitana, Miguel Angel Porrúa, 1994). Ha compilado Mujeres y diversidad laboral en México. Una mirada multidimensional (Universidad de Guadalajara, en prensa), Globalización, trabajo y maquilas: las nuevas y viejas fronteras en México, con Cirila Quintero (CIESAS, Plaza y Valdés, Fundación F. Ebert, Federación Estadounidense de Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales, 2002), Los estudios sobre la cultura obrera en México: enfoques, balance y perspectivas, con Enrique de la Garza, María y Javier Melgoza (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998), El sindicalismo regional en los noventa, con Víctor Alejandro Espinoza (El Colegio de la Frontera Norte, 1996). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II.

Nora E. Medina Casillas es licenciada en historia por la Universidad de Guadalajara. Su tesis de grado "'Es que éramos una familia': historia de la colonia industrial de la fábrica textil de Atemajac, 1940-1976" obtuvo el premio "Luis Chávez Orozco" 2010 a la mejor tesis de licenciatura en historia económica otorgado por la Asociación Mexicana de Historia Económica. Actualmente estudia la maestría en historia moderna y contemporánea en el Instituto de Investigaciones Históricas Dr. José María Luis Mora. Sus líneas de investigación son historia de la industria textil en México e historia obrera.

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