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Desacatos

On-line version ISSN 2448-5144Print version ISSN 1607-050X

Desacatos  n.21 Ciudad de México May./Aug. 2006

 

Saberes y razones

 

Identidades, resistencia y conflicto en las cadenas globales. Las trabajadoras de la industria maquiladora de la confección en Costa Rica

 

Rocío Guadarrama

Universidad Autónoma de México-Iztapalapa, Distrito Federal, México. rgo@xanum.uam.mx

 

Recepción: 25 de julio de 2005
Aceptación: 17 de enero de 2006

 

Resumen

El propósito de este artículo es analizar el sentimiento de ambivalencia que experimentan las mujeres que desempeñan trabajos precarios ante sus obligaciones domésticas y la necesidad de trabajar. Se trata de confrontarlo no como sinónimo de confusión, sino de fuerza para resistir, y transformar su yo interno desgajado en un yo colectivo fortalecido y en deseo de justicia. Con este propósito se estudió el caso de mujeres que trabajan en empresas globalizadas de Centroamérica y que pertenecen a redes sociales y espacios de organización desde los cuales dan un nuevo sentido a su trabajo y a sus vidas. En particular consideramos las redes familiares construidas por ellas mismas para mantener su doble presencia en el hogar y en el trabajo. Estas redes constituyen el entramado social básico sobre el que las mujeres estudiadas edificaron su imaginario ocupacional, en una relación ambigua y conflictiva, pero indispensable para llevar a cabo sus propios proyectos de vida.

Palabras clave: identidades laborales, género, trabajo, maquila, Centroamérica.

 

Abstract

This paper analyzes the ambivalence experienced by women who have precarious jobs in regard to their obligations at home and the need to work out of necessity.We attempt to view it not as a synonym of confusion, but rather as the strength to resist and transform their torn-up inner selves into a strengthened collective self and a desire for justice.To this avail, we studied the case of women working in globalized industries in Central America that belong to social networks and organizational spaces from which they acquire new meanings to their work and lives. In particular, we analyze the family networks they build in order to assure their double presence at home and at their workplace.These networks are the basic social framework upon which these women build their occupational construct, in an ambiguous and conflictive relation, but none the less indispensable in their pursue of their own life projects.

Keywords: occupational identities, gender, work, maquila, Central America.

 

INTRODUCCIÓN

En los primeros años del siglo que comienza, las preguntas sobre la identidad de las mujeres trabajadoras en América Latina parten de confirmar un hecho crucial: el crecimiento acelerado de la participación femenina durante la década de 1990, de 40.7 a 45.4%, en un contexto marcado por una profunda crisis económica. Estas cifras confirman el proceso de feminización del trabajo iniciado desde la década anterior y van acompañadas por otras que hablan de la flexibilización y precarización laboral producidas por la apertura comercial y financiera, la inversión extranjera y la aplicación de reformas estructurales y estrategias de flexibilización a lo largo de las últimas dos décadas del siglo pasado y lo que va del presente.

En este escrito se analizará el impacto macrosocial de este fenómeno, que se expresa en la polarización productiva y la inseguridad laboral de hombres y mujeres latinoamericanos.1 Lo que busco es dar cuenta de sus expresiones micro desde la experiencia de las propias mujeres. En particular me centraré en analizar las ambivalencias que produce el trabajo extradoméstico y las estrategias desarrolladas para enfrentar la doble presencia laboral y doméstica entre las trabajadoras de la maquila de confección de ropa en Costa Rica.2

En suma, se trata de investigar desde la narrativa femenina su identificación como mujeres/esposas/madres/ trabajadoras y de preguntarnos sobre las posibilidades de las mujeres para integrar sus diversas narraciones en un discurso que revele sus esfuerzos para dominar su propia existencia.

Este es el punto de partida de estas reflexiones, construidas a partir del acercamiento a un grupo de trece mujeres que son o que fueron trabajadoras de empresas maquiladoras de confección de ropa en San José, Costa Rica. Lo que distingue a estas mujeres es su pertenencia a redes sociales y espacios de organización desde los cuales dan un nuevo sentido a su trabajo y sus vidas.

La definición de este grupo fue parte de una estrategia metodológica que intentó poner en el centro el debate sobre la construcción de sujetos sociales en contextos globalizados. Conviene resaltar aquí la importancia de observar estos procesos desde la perspectiva de los mismos sujetos, especialmente desde el ángulo de las mujeres. Con este propósito buscamos relacionarnos con mujeres que tuvieran alguna experiencia de organización a partir de la cual hayan construido redes de solidaridad, intercambio y resistencia con influencia en sus arreglos familiares.3 En un medio en el cual no existen las organizaciones formales de defensa de los trabajadores —me refiero en particular a los sindicatos, inexistentes en la práctica—, es fundamental la presencia de organizaciones promotoras de los derechos laborales y de inspección o monitoreo de las condiciones de trabajo.4 No voy a analizar aquí las características de estas organizaciones, tan sólo me limitaré a recordar que gracias a ellas los(as) trabajadores(as) tienen acceso a la información básica sobre sus derechos que les permite a algunos(as) desempeñar un papel destacado como líderes naturales en sus lugares de trabajo y, en el caso de las mujeres, como sujetos/actoras más activas en su medio familiar y social.

Lo que importa destacar de estas experiencias son sus efectos en el doble proceso de construcción de la identidad genérica y laboral de las mujeres. En otras palabras, se trata de la importancia del trabajo remunerado en su experiencia de vida y sus consecuencias subjetivas; esto es, el proceso de constituirse en sujetos capaces de dar sentido a su propia historia. Como veremos más adelante, esto depende de distintas circunstancias que intervienen en el curso de sus vidas, en el plano doméstico y laboral como, por ejemplo, la participación en cursos de derechos laborales; el intercambio de experiencias de organización con mujeres de otras empresas, regiones y países que afrontan dificultades semejantes para actuar colectivamente; el acompañamiento de sindicalistas en demandas colectivas o individuales; y también la participación en experiencias autogestivas para la creación de sus propios talleres de costura. Finalmente, lo que encontramos es que la experiencia laboral acumulada de estas mujeres, en trayectorias desiguales y fluctuantes, es la que eventualmente se transformó en resistencia e impulso para la acción.

En su orientación hacia el trabajo y su significado también desempeñan un papel muy importante las redes familiares construidas por ellas mismas para mantener su doble presencia en el hogar y en el trabajo.5 Estas redes constituyen el entramado social básico sobre el que las mujeres entrevistadas edificaron su imaginario ocupacional, en una relación ambigua y confictiva pero indispensable para realizar sus propios proyectos de vida.6 Por ejemplo, observamos que su incorporación temprana al trabajo, que generalmente aparece como una decisión tomada en medio de situaciones familiares precarias, está intermediada por redes familiares/fraternales/vecinales que sirven de vehículo entre ellas y el mercado de trabajo. Estas mediaciones actúan muchas veces como mecanismos de control y reproducción de las condiciones de opresión, e incluso de violencia, en las que viven, pero también pueden servir en ciertas circunstancias de apoyo para resistir y construir proyectos de futuro dentro de un contexto caracterizado por la flexibilización laboral y la globalización de las relaciones laborales. Ahondar en este doble papel de las redes sociales es el propósito de esta investigación.

 

CRISIS DE LAS IDENTIDADES O IDENTIDADES EN TRANSICIÓN

A lo largo de esta investigación enfrentamos la dificultad para construir un concepto que refleje la contradicción existente entre las aspiraciones de las mujeres en su vida personal, familiar y pública y los múltiples factores socioeconómicos, políticos y culturales ligados a la globalización de la vida económica y social que se oponen a estas aspiraciones.

En mi opinión, esta idea —que apuesta a la existencia de sujetos sociales que desafían los límites de su existencia material y emocional— no ha sido suficientemente desarrollada en las teorías sociales contemporáneas, que presentan una visión excesivamente intimista de las cosas. En esta línea son conocidas las tesis de autores como Anthony Giddens (1991) y Beck (1998), quienes analizan la cuestión de la identidad como un fenómeno propio de la llamada 'sociedad de riesgo', en la que los individuos se autodefinen en la lucha permanente por adaptarse a las circunstancias caóticas que privan en el mundo actual (cambio climático, guerras por los recursos naturales, epidemias, migración internacional, terrorismo, etc.). Esta característica de la personalidad posmoderna, obligada a negociar sus estilos de vida dentro de una diversidad de opciones, es denominada 'acción reflexiva'.

Esta visión que revela una parte de la realidad de las sociedades desarrolladas nos presenta a individuos que definen su existencia de manera aislada y desvinculada de su propia historia. Individuos cuya identidad debe más a su esfuerzo de adaptación en el día a día que a las tradiciones heredadas y a su historicidad.

Frente a estas visiones pesimistas surgen otras que llaman la atención sobre la persistencia de ciertas formas de relaciones sociales tradicionales que conviven con las nuevas formas evanescentes. El sociólogo francés Claude Dubar las define como dos formas de identidades opuestas: las comunitarias y las sociales. Las primeras se fundamentan en la creencia, en la existencia de grupos llamados 'comunidades', considerados como sistemas de lugares y de nombres 'preasignados' a los individuos, como las profesiones, que se reproducen a través de generaciones. Cada individuo se define y es definido a partir de su pertenencia a una comunidad y del lugar que ocupa dentro de ella. La segunda, que emerge en las sociedades contemporáneas, "supone la existencia de colectivos múltiples, variables, efímeros, a los cuales los individuos se adhieren por periodos limitados y que los provee de recursos de identificación que manejan de manera diversa y provisional" (Dubar, 2000: 4-5).

Desde la llamada 'sociología clínica', De Gaulejac (2001: 355 y 2002: 49) es aún más enfático respecto a la necesidad de tomar en cuenta la relación entre las identidades comunitarias y las sociales, que parten de la identidad genealógica y familiar. De manera parecida, Guillaume (2002) habla de una 'identidad construida' que no implica determinación sino 'historicidad', en la que los destinos humanos son la expresión del trabajo del sujeto de frente a su historia,7 y de la manera en que esta historia influye en él. En resumen, de los esfuerzos del individuo para dominar la trama de su historia.

Para nosotros, el punto crucial de esta discusión tiene que ver con 'recolocar' a los individuos en el contexto sociohistórico a partir del cual experimentan los efectos de la globalización8 y, eventualmente, construyen sus posibilidades de futuro. Suponemos que la clave reside en considerar cómo en el fondo de la naturaleza "parcial, fragmentada" de las identidades impuesta por las circunstancias caóticas del mundo actual subsisten identidades primarias que dan sentido a la acción de las personas, en la medida en que logran reconstruirse a sí mismas, y un sentido holístico a su experiencia en la relación con los otros y el mundo que los rodea.

No se trata ya de las identidades preasignadas y estructuradas por las instituciones sociales a la manera durkhemiana sino, como señala Guillaume (2002), de identidades construidas por los individuos en un esfuerzo por no dejarse arrastrar por el flujo variable de los acontecimientos que los aísla y les impide identificarse como parte de colectividades que, con todo y la globalización, no están al margen de las formas instituidas del poder (desde la familia hasta los Estados nacionales, pasando por los órdenes transnacionales). En estas colectividades se mezclan elementos que tratan de extender y racionalizar su dominación frente a los individuos, pero que también pueden convertirse, como afirma Castells (2003), en "trincheras de resistencia y supervivencia", e incluso en proyectos para la transformación social para aquellos actores que se encuentran en posiciones/condiciones devaluadas o estigmatizadas, como las mujeres, los jóvenes y los migrantes.

Para los fines de esta investigación resulta fundamental entender por qué, a pesar de la violencia intrafamiliar, en el caso de las trabajadoras costarricenses de la maquila persisten ciertas redes de solidaridad de género que les permiten insertarse en el mercado de trabajo y resolver su vida familiar. Igualmente, nos preguntamos sobre cómo estas redes se extienden al vecindario y al espacio laboral para transformarse en esas trincheras de resistencia y gérmenes del cambio que mencionábamos arriba.

 

GLOBALIZACIÓN Y TRABAJO EN CENTROAMÉRICA. EL CASO DE COSTA RICA

Para comprender mejor las pautas de acción social emergentes entre las trabajadoras de la maquila costarricense es necesario recordar las características principales de los procesos de industrialización en esta parte del continente latinoamericano. Como lo han señalado algunos especialistas en la materia (Pérez Sáinz, 1994, 2001; Trejos, 2003), la transformación de los países de la región en economías industrializadas dentro de la lógica de la globalización, entre las décadas de 1960 y 1990, fue un proceso muy complejo y desigual, interrumpido por dictaduras y guerras de liberación nacional, por proyectos fracasados de integración comercial regional y, finalmente, caracterizado por la búsqueda de crecimiento por la vía de la estabilización macroeconómica y la reestructuración productiva. El resultado de todo esto es un nuevo modelo de acumulación basado en la producción de bienes y servicios para la exportación, que se presenta acompañado de políticas de promoción industrial que favorecen la inversión y la subcontratación encabezadas por empresas transnacionales, especialmente de capital estadounidense. Junto con esta nueva institucionalización de la vida política y económica, subsisten condiciones de precariedad social, algunas heredadas del modelo de desarrollo anterior y otras incorporadas con la globalización de las economías centroamericanas, que se expresan en el desempleo creciente, en los grandes flujos migratorios hacia el norte y en la desprotección laboral de la fuerza de trabajo contratada por las empresas exportadoras (Fernández, 2001).

Esta orientación 'hacia fuera' de las economías centroamericanas coincide con las nuevas dinámicas de expansión del capital internacional, que en aras de la competitividad se localiza en países de costos laborales escasos (OIT, 2000). Esta tendencia de los capitales a aprovecharse de las reservas de mano de obra barata que les ofrecen los países pobres del sur se observa especialmente en las actividades económicas con elevado coeficiente de mano de obra, como lo es la industria de la confección de ropa, que tiene en los países de Centroamérica y el Caribe uno de sus sitios de asentamiento privilegiado.

Sobre esta nueva división del trabajo, que favorece la fragmentación geográfica del proceso productivo y la exportación de las fases que requieren mano de obra, como la costura y el acabado, se han producido abundantes análisis que discuten sobre los efectos de la globalización en el desarrollo económico y social de los países dependientes.9

El aspecto que me interesa rescatar aquí apunta a los beneficios sociales de la industria maquiladora desde la percepción de las propias trabajadoras, principal fuente de mano de obra de esta industria. Al respecto, la discusión se ha centrado principalmente en los beneficios macroeconómicos de este tipo de industrias, en particular en la creación de empleos y en las posibilidades de las comunidades y empresas locales para insertarse en las cadenas productivas globales. Simplificando las cosas, en este debate advertimos cuatro posiciones principales:

1 . Las agencias internacionales de financiamiento (Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional) y los gobiernos de los países centrales y en desarrollo que promueven los beneficios que tienen este tipo de empresas en el desarrollo local por medio de acuerdos comerciales.

2 . La posición de las instituciones internacionales de investigación y desarrollo promotoras de normatividades concertadas entre actores, como la Organización Mundial del Trabajo (OIT), que ponen el acento en los aspectos sociolaborales que resultan afectados por los procesos de integración económica y de apertura comercial; en el impacto social y local de las llamadas zonas francas industriales; en los cambios del derecho laboral y la salud ocupacional de los y las trabajadoras de la maquila en los países receptores, y en los efectos sociales de la inserción laboral de las mujeres y la equidad de género.

3 . Las organizaciones globales que promueven la responsabilidad social entre las empresas, como la Business for Social Responsability.

4 . Por último, la postura de las organizaciones internacionales promotoras de un comercio justo, con gran influencia regional, como Oxfam, y los grupos locales e internacionales de monitoreo independiente que, en coordinación con sindicatos, organizaciones de la llamada sociedad civil y empresas, promueven el acatamiento de los códigos de conducta que deben regir las relaciones laborales en los distintos niveles de la cadena de producción.

En los últimos años el tema del comercio justo ha obligado a las empresas transnacionales y a las agencias de desarrollo, como el Banco Mundial (2003), a discutir su responsabilidad en lo relativo a los derechos laborales y sociales de las y los trabajadores. Las tensiones que provocan las prácticas comerciales desleales y la mayor explotación de los trabajadores por este tipo de empresas en la región son reconocidas por las agencias internacionales cada vez más como un tema que exige mayor consenso y vigilancia internacional y nacional.10 Un ejemplo de ello es la participación más activa de la OIT en la modernización de las instituciones de inspección del trabajo y en el apoyo a proyectos que estimulan la equidad de género en las instituciones públicas y en las empresas de los países de la región centroamericana.11

En la academia se ha insistido también en estudiar la globalización desde abajo, es decir, desde los pequeños establecimientos de capital nacional y de las aglomeraciones territoriales cuyo éxito depende de la construcción de actores colectivos y de la consolidación de instituciones y coaliciones de intereses capaces de impulsar el desarrollo local y mitigar las condiciones de desigualdad y desintegración social de las comunidades.12

Sobre este tema, Pérez Sáinz (2001), basándose en una investigación realizada por Maribel Carrera en una comunidad guatemalteca que vive de la producción de ropa, llega a algunos resultados que ilustran muy bien los problemas que enfrentan las pequeñas empresas locales que intentan insertarse en las cadenas globales en condiciones menos desventajosas. Si bien encuentra que en el caso estudiado la subcontratación genera un importante dinamismo económico, también descubre que ha erosionado los valores ocupacionales de los productores locales de ropa. En un estudio anterior (1996), en el que analizaba las condiciones de trabajo prevalecientes en la industria maquiladora en tres países centroamericanos (Costa Rica, Guatemala y Honduras), asociaba la precariedad laboral introducida por este tipo de empresas con las dificultades para la constitución de actores, especialmente en el caso de las mujeres. La crisis de los sindicatos junto con la resistencia patronal para reconocer su existencia, a pesar y por sobre los acuerdos internacionales y las legislaciones nacionales, ha dado lugar a sujetos laborales frágiles que perciben el trabajo "más bien como un medio de subsistencia antes que un fin en sí mismo que pudiera estructurar un proyecto biográfico". En este contexto, las identidades laborales se desplazarían del espacio de la propia empresa al mundo extralaboral, principalmente por la incidencia que tienen los estilos de consumo entre la mano de obra joven y los roles domésticos de las mujeres.

En conclusión, la constitución de identidades sociolaborales al estilo de las culturas ocupacionales tradicionales asentadas en el orgullo profesional, que a su vez fueron producto del trabajo estable, se encuentran muy lejos de las realidades de las sociedades globalizadas centroamericanas. De ahí la importancia de revisar con más detenimiento estas nuevas realidades, en las que permanecen ciertas formas de identificación primarias, como las redes familiares, y surgen nuevos espacios de encuentro e identificación en el trabajo que dan sentido a la acción de las personas. Precisamente, lo que queremos analizar a continuación son estas "trincheras de resistencia y supervivencia" de las que habla Castells (2003), en las que algunas mujeres han podido prefigurar formas de identificación y acción colectiva.

 

IDENTIDADES MÚLTIPLES, FAMILIA, GÉNERO Y TRABAJO

El punto de partida de estas reflexiones está en las narraciones de trece mujeres trabajadoras de la industria maquiladora de la confección de ropa en Costa Rica, caracterizadas por estar vinculadas —salvo dos de ellas— con organizaciones de promoción de derechos laborales; con semi-sindicatos que en la realidad funcionan como precarios bufetes de asesores que acompañan a las trabajadoras y los trabajadores en sus demandas individuales y/o colectivas; con sindicatos de empleados públicos que en el momento de la investigación ensayaban formas de penetración entre los trabajadores y las trabajadoras del sector privado, y con organizaciones de autogestión promotoras de proyectos productivos entre mujeres de poblaciones precarias. Se trata, en suma, de mujeres que directa o indirectamente recibieron cierta capacitación e información sobre sus derechos laborales y sobre sus posibilidades de organización productiva, aunque este hecho no necesariamente se tradujo en el desarrollo de prácticas colectivas para mejorar su situación laboral y familiar.13

En general, los trabajadores y las trabajadoras costarricenses de la industria maquiladora constituyen un actor social difuso y difícil de aprehender analíticamente, tanto por la falta de registros públicos y privados confiables que describan su morfología, como por las múltiples mediaciones institucionales que regulan, complican y oscurecen su existencia (ministerios del trabajo, agencias de inspección, servicios de salud y seguridad social, clínicas de empresa, consejos de salarios mínimos); así como por el predominio de prácticas gerenciales individualizadoras y formas engañosas de organización laboral (federaciones sindicales, sindicatos "oficiales" y asociaciones semi-patronales llamadas 'solidaristas').

Para llegar a nuestras(os) informantes fue necesario traspasar esta especie de telaraña que dificulta enormemente el contacto directo y el descubrimiento del tejido social que los propios trabajadores y trabajadoras construyen desde abajo. Esta dificultad, por otra parte, nos obligó a inventar formas más creativas de búsqueda, que a la postre se convirtieron ellas mismas en hallazgos imprevistos. Por ejemplo, los lazos que los trabajadores y trabajadoras establecen con las gerencias dentro de la empresa y hacia el exterior con las instituciones públicas y los organismos de representación y control, como las de inspección y conciliación del trabajo. Descubrimos también que dentro de esa maraña que los rodea, los y las trabajadoras poseen sus formas individuales y colectivas para resistir en la vida diaria e incluso para desarrollar proyectos propios de futuro. En esto desempeñan un papel estratégico las lideresas y los líderes naturales, las promotoras y los promotores sociales y las y los sindicalistas que fungen como articuladores de estas redes informales que se entretejen dentro de la estructura de organización y de producción de las empresas. Muestra de ello son las protestas espontáneas en los lugares de trabajo, los ensayos esporádicos de organización sindical y los grupos de formación laboral, a veces encubiertos por todo tipo de actividades, como los días de campo, las clases de manualidades o los viernes sociales.

Las redes encabezadas por las mujeres de la maquila de confección constituyen formas de relación que implican cierta cercanía con otras mujeres, quienes coinciden en el lugar de trabajo y en ciertos circuitos (mercados laborales) constituidos por las empresas emplazadas en determinados espacios territoriales (identidades ocupacionales). El punto de encuentro puede ser, en principio, los barrios desde donde se tienden lazos para incorporarse al mercado de trabajo (identidades comunitarias). Estos lazos de vecindad o amistad aparecen frecuentemente confundidos con lazos familiares, que son otro vínculo hacia el trabajo (identidades familiares y de género). Estas mujeres también comparten experiencias organizativas, como los cursos de derechos laborales o los ensayos para la formación de sindicatos (identidades asociativas). Otras experiencias menos frecuentes son los grupos de mujeres emprendedoras, entre los que encontramos antiguas trabajadoras de la maquila de confección que participan en esfuerzos para obtener recursos y formación necesarios para instalar sus propios talleres de costura. Estas identidades autogestivas por lo general están fuertemente articuladas con los barrios populares y reciben el apoyo de los organismos no gubernamentales que inciden en estos espacios. En su conjunto, las identidades laborales femeninas son el resultado de esta yuxtaposición de formas de identificación que vinculan sus papeles con la familia y con la sociedad.

Lo que se encuentra en la base de estas redes es, justamente, esta forma de articulación predominantemente femenina entre el mundo doméstico y extradoméstico. Sobre esto quiero centrar la atención en las siguientes páginas.14

 

Relaciones familiares y solidaridad de género en escenarios flexibles

Las redes estudiadas y las informantes pertenecientes a cada una de ellas revelan lo que podría identificarse como un tipo de tendencias sobre las formas expresivas y emotivas de las trabajadoras de la industria maquiladora costarricense y centroamericana. La reiteración de determinadas prácticas y "configuraciones mentales" acerca del mundo laboral y familiar de las mujeres entrevistadas, identificadas por medio del conocido método de "bola de nieve", y los resultados coincidentes de investigaciones previas, nos hacen pensar en la coexistencia de una pluralidad de orientaciones hacia el trabajo que tienen que ver con la condición familiar y de género de estas trabajadoras.

A grandes rasgos, observamos que las mujeres que conforman las redes estudiadas corresponden al tipo medio de trabajadoras de la maquila, cuyas características sociodemográficas han cambiado significativamente desde el boom de la industria maquiladora de este país, entre las décadas de 1980 y 1990. Investigaciones publicadas a mediados de este último periodo describían una fuerza de trabajo mayoritariamente femenina, joven, soltera y con poco nivel de instrucción, en su mayoría hijas de familia (Pérez Sáinz, 1996). Sin embargo, nuevos datos indican algunos cambios que van de la mano con cierta estabilización de la planta industrial, que tiende a reducirse por problemas de competitividad, particularmente en las plantas de capital nacional. Este hecho, al que se suman la desaceleración de la economía de Estados Unidos a partir de 2001 y el desempleo y la pobreza creciente (Fernández, 2001), coincide con la emergencia de una fuerza de trabajo más diversificada, en la que siguen predominando las mujeres jóvenes, pero mezcladas con un sector creciente de mujeres maduras, jefas de hogar, y hombres jóvenes sin experiencia previa en el llamado sector formal, excepto en otras maquiladoras (Fernández, 2001).15

Esta nueva configuración del mercado de trabajo se refleja en la morfología de los hogares urbanos, en los que a mediados de la década de 1990 las familias nucleares conyugales de la modernidad costarricense, predominantes hasta entonces, mostraron un crecimiento moderado frente a la presencia cada vez más significativa de jefaturas femeninas y la persistencia de arreglos familiares enmarcados en distintos tipos de familia extensa (Cordero, 1998).

Estos arreglos familiares emergentes desde mediados de dicha década parecen responder a la mayor participación de las mujeres y los jóvenes de ambos sexos en el mercado de trabajo para compensar el deterioro de los ingresos familiares. Estas tendencias coinciden con el perfil de las mujeres que conforman las redes que estudiamos, las cuales tienen entre 26 y 49 años. En el conjunto de mujeres entrevistadas hubo casi la misma cantidad de mujeres de 40 años y menos (siete) que de mayores de 40 (seis). También predominaron las jefas de hogar (ocho) y sólo seis viven con pareja (cinco unidas y una casada).

Además de su edad y estado civil, la observación de los hogares de estas mujeres revela la gran diversidad de patrones familiares que vienen ensayando los sectores pobres más golpeados por la crisis, entre los que se observa la ampliación de los lazos de parentesco a los de amistad/ solidaridad, en los cuales se establecen diferentes tipos de alianzas y acuerdos (Cordero, 1998; Fauné, 1994).

En resumen, lo que tenemos son mujeres de baja escolaridad que se incorporan al mercado de trabajo en tareas consideradas de escasa calificación. Este último rasgo es el que va a marcar de manera definitiva lo que podríamos calificar como el perfil de trabajadoras por necesidad, que define en gran medida las relaciones familiares y la orientación hacia el trabajo de las trabajadoras costarricenses del vestido. Para estas mujeres la opción de trabajar no va acompañada de una elección profesional asociada con la experiencia escolar, en la que depositan sus aspiraciones de desarrollo personal, como pasa con otras mujeres latinoamericanas incorporadas al mercado de trabajo en los últimos años. La mayoría de las costureras ven truncada su educación escolar y sus proyectos personales de futuro por la necesidad apremiante de ayudar a sus madres en el trabajo doméstico y también a sus padres en las labores del campo cuando se trata de familias rurales. Es decir, la idea de trabajar se asocia muy fuertemente con sus obligaciones familiares y no con un proyecto de realización personal.

Esta relación entre trabajo y necesidad se ha visto agudizada por las crisis económicas experimentadas en América Latina durante las últimas dos décadas y principios de la actual, y las medidas para enfrentarlas, que se resumen en los procesos de reestructuración productiva, flexibilización y globalización de las economías que mencionamos páginas atrás.

En este contexto, las mujeres trabajadoras costarricenses asumen cada vez más la doble responsabilidad doméstica y extradoméstica en situaciones familiares caracterizadas por la precarización de sus condiciones de existencia y la inestabilidad de las relaciones de pareja y familiares en general. La diversificación de los agentes abastecedores de los ingresos familiares, sin cambios profundos en los modelos y jerarquías familiares, son fuentes de conflictos por recursos, por derechos y deberes, que muchas veces se dirimen por la vía de la violencia intrafamiliar (Fauné, 1994: 134). La incorporación creciente de las mujeres al mercado de trabajo ha hecho más visible el doble rol de las mujeres como productoras y reproductoras y, especialmente en el caso de las familias pobres, su papel como "gestoras y articuladoras de las estrategias de sobrevivencia" (Fauné, 1994:132-133).

En algunas de las familias de origen de las trabajadoras entrevistadas se vislumbran ya estas nuevas formas de relaciones familiares caracterizadas por la ausencia frecuente del padre biológico y por madres que salen a trabajar y transfieren sus funciones a otras mujeres (abuelas, hijas, hermanas, tías, cuñadas y conocidas). En sus testimonios, la figura del padre apenas es insinuada: "La verdad que casi ni lo recuerdo... Lo he visto en mi vida como dos veces nada más... Nunca se ha hecho cargo de mí en ningún aspecto ni emocional ni económico."

Estas configuraciones familiares, asentadas en redes familiares femeninas intergeneracionales, suponen un compromiso tácito entre sus integrantes, que ineludiblemente reaparece en los momentos de crisis o de necesidad. Este compromiso anuncia ya una cierta solidaridad de género que se reproduce en las redes fraternales, vecinales y sociales que adquieren forma igualmente en situaciones de crisis social. Por ejemplo, con el aumento marcado de la violencia intrafamiliar provocada, entre otras cosas, por el desempleo masculino, las nuevas oportunidades de trabajo flexible femenino y las recomposiciones familiares asociadas a estos fenómenos.

En estas circunstancias, en las que se pone en entredicho el papel de proveedor de los hombres y se exacerban fenómenos como el alcoholismo y las agresiones físicas, sexuales y emocionales hacia las mujeres, las redes femeninas podrían llegar a adoptar la forma de colectividades de resistencia que amortiguan los efectos destructivos de la globalización y abren el camino para una reconciliación de la vida laboral y familiar de las mujeres y de los hombres sobre nuevas bases sociales. Por lo pronto, lo que observamos es que esta situación de violencia intrafamiliar es una de las causas por las cuales las trabajadoras entrevistadas abandonaron anticipadamente sus hogares para casarse, unirse o simplemente para independizarse. Una de ellas recuerda:

El esposo de mi mamá no nos dejaba tener amistades, no nos dejaba ni conversar con nadie. Tenía que salir del trabajo corriendo a la casa, porque si él nos encontraba conversando con alguien o así, entonces llegaba y le gritaba a mi mamá porque decía que era culpa de ella. Yo sentía que ya no podía un día más con esos problemas, porque era como vivir en una prisión: no había derecho a tener amigos, no había derecho a conversar con nadie, ni siquiera podíamos hacer bulla cuando él estaba, no podíamos ver tele, no podíamos comer junto con mi mamá porque no nos dejaba, él solo quería comer con mi mamá y él no quería que nadie se arrimara a la mesa.

No obstante, aunque la precariedad e inestabilidad de estas familias son un obstáculo en el desarrollo personal de las mujeres trabajadoras, también puede ser el fundamento para el desarrollo de una identidad resistente,16 intergeneracional, entre las mujeres que constituyen el sostén emocional y económico de la familia. En otras palabras, lo que observamos son gérmenes de colectividades que emergen a contracorriente de los procesos desintegradores e individualizadores provocados por la globalización de la vida social y que expresan nuevas formas de solidaridad social.

En resumen, el trabajo extradoméstico comporta para las mujeres de la maquila costarricense una profunda carga de ambigüedad. Por un lado, significa un desgarramiento de los lazos familiares, marcado a veces por la violencia que se vive en sus hogares, aunque, como veíamos, en medio de esta separación se mantienen los lazos de solidaridad femeninos que trascienden a la familia y que fungen como vehículos para la búsqueda de trabajo, como un empuje hacia la migración económica y para hacer frente a las obligaciones domésticas propias. Estas redes también se encuentran en la base de formas de organización para la defensa de los derechos laborales de las mujeres.

Estos rompimientos de los tejidos tradicionales de la familia podrían ser el antecedente de nuevas formas de arreglos familiares y sociales favorables para las mujeres, en especial cuando se encuentran sostenidos en procesos de identificación construidos desde su propia experiencia y que coinciden con el trabajo desarrollado por 78 4 redes y organizaciones sociales que promueven estas formas de solidaridad social en los espacios laborales, la comunidad y la familia.


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Entre la familia y el trabajo

Entre las mujeres costarricenses que se ocupan en las ensambladoras de ropa, la familia ocupa un lugar muy importante en la construcción de sus identidades femeninas y laborales. En general, para las que crecieron en un medio rural y para las que lo hicieron en la ciudad, éste es un ámbito fundamental en el que se trazan objetiva y subjetivamente las rutas de su integración laboral.

A diferencia de las mujeres profesionistas, que conciben el trabajo como carrera o vocación —idea reforzada desde la propia familia y luego en la escuela—,17 las que viven el trabajo por necesidad se ven obligadas anteponer sus obligaciones domésticas y extradomésticas a sus aspiraciones de realización profesional. Desde muy pequeñas, la escuela pasa a segundo plano y la familia ocupa su lugar como ámbito de capacitación en ocupaciones que son vistas como una extensión de las tareas domésticas, como la costura. También, en muchos casos, es a través de las relaciones familiares que estas mujeres obtienen sus primeros trabajos cuando son muy jóvenes y no pueden contratarse legalmente en las fábricas de ropa. Algunas se emplean primero como trabajadoras domésticas y de allí pasan a trabajar en pequeños talleres con algún familiar o conocido. En este sentido, podemos decir que la familia y sus redes más extensas cumplen las veces de escuelas y bolsas de trabajo, en las que las futuras operadoras de la costura inician su disciplina o normalización laboral.

En el caso de las hijas mayores, la participación en las tareas domésticas —limpiar la casa, cuidar a los hermanos pequeños y hacer la comida— se convierte en obligación que acaba por contraponerse a sus tareas escolares. Más adelante, estas pequeñas madrecitas son incorporadas a la fuerza de trabajo para ayudar al ingreso familiar o son expulsadas de la casa familiar por las situaciones de precariedad e inestabilidad que allí se viven. El relato de una de ellas ilustra bien esta situación:

Antes de ir a la escuela tenía que dejar la casa limpia y el almuerzo hecho y, bueno, todo lo que mi mamá no podía hacer por el embarazo, y después me iba para la escuela. Luego nacieron mis hermanos; entonces era peor, porque nos tocaba cuidar a mis hermanos menores. Cuando iba para cuarto año no volví más a la escuela porque mi mamá ya no podía con cinco hijos. Entonces, ya no podía pagarme a mí los estudios, ni, digo, ni pagar el alquiler, porque se pagaba el alquiler de la casa, también costeaba la comida. para ella era demasiado pesado. Fue cuando me salí del colegio para trabajar, cuando empecé a trabajar en la fábrica de mi tío, para ayudarle a mi mamá. Entonces lo que yo me ganaba, casi que todo se lo daba a mi mamá para que nos pudiera mantener, para ayudarle a ella, porque si no nos moríamos de hambre todos, ¿verdad? Fue la única opción que se me presentó. Por la corta edad nadie me iba a dar trabajo, porque cuesta mucho que siendo menor de edad le den a uno trabajo y también porque me sentía un poco más segura, estando, tal vez, con alguien de la familia, más que yo me consideraba chiquita todavía, a los quince años, todavía a mi me daba mucho miedo venir tarde del trabajo.

En este camino hacia el trabajo por necesidad las mujeres están sometidas a estructuras patriarcales de dominación. Su primer trabajo es casi siempre un trabajo regulado por los varones de la familia, aun cuando sus madres tengan la responsabilidad económica principal. En estos casos, para lograr su verdadera independencia económica, las mujeres tienen que romper con esas estructuras familiares y luchar en contra de las ideologías patriarcales que dominan los mercados de trabajo.

Para estas mujeres que abandonan la escuela por necesidad y que son obligadas a salir a buscar trabajo desde muy jóvenes por la situación económica apremiante y por la violencia prevaleciente en sus familias, la idea del matrimonio como solución se aleja cada vez más de sus expectativas, aunque muchas reconocen que se casaron confiando en encontrar un apoyo en sus maridos y mejorar sus condiciones de vida. Con el tiempo, como señalamos al principio, pocas son las que se mantienen casadas o unidas. Más bien, lo que encontramos son mujeres que, dentro de distintas combinaciones familiares y apoyadas en redes fraternales, vecinales y sociales, asumen las principales responsabilidades económicas y familiares.

En el caso de las trabajadoras de la costura, las dificultades propias de la doble presencia se han visto agudizadas por la mayor competencia de la mano de obra en el mercado de trabajo costarricense, provocada por la salida de un número grande de plantas maquiladoras del ramo de la confección desde 2001; por las políticas productivistas auspiciadas por el mercado global, que provocan prolongadas e intensas jornadas de trabajo, y por la desprotección y violación de los derechos laborales mínimos impuestos por este tipo de empresas en los países receptores. para muchas de estas mujeres la doble presencia es un desafío que pone en entredicho su salud emocional y física, agravada por las exigencias crecientes de eficacia y calidad en el trabajo en el marco de jornadas laborales como las diseñadas para cuatro días de trabajo de doce horas por tres de descanso.

Estas exigencias de los modelos laborales de calidad corren paralelas y en tensión con las que se originan en el modelo tradicional familiar de la "buena madre", aunque este último no corresponda más con los conglomerados familiares actuales, en los que las familias sostenidas por mujeres ocupan un lugar significativo y constituyen el mejor ejemplo de la profunda incompatibilidad que existe entre los deseos de las mujeres de ser buenas madres y esposas y su nuevo papel económico.

Por lo que corresponde a este último, la ideología de la productividad hace aparecer como "logros" las metas impuestas por las empresas, en especial cuando los esfuerzos de las trabajadoras se ven recompensados con beneficios como los créditos habitacionales o, simplemente, poder asegurar la comida y la escuela de sus hijos, lo cual no constituye poca cosa en las actuales circunstancias de informalidad creciente de los mercados de trabajo. Dos mujeres describen así sus experiencias de trabajo:

[...] me acuerdo que ganaba muy bien. Trabajaba muchas [horas] extras, me apuraba porque me gusta ganar bien, tengo hijos que mantener, entonces tengo que esforzarme bastante.

Era una producción demasiado alta... "¿Pero cómo hace usted?", me preguntaban. "Me apuro, me apuro", les decía yo y seguía cosiendo... Me ponía el montón de trabajo para todo el día y ganaba mis centavos.

Sin embargo, cuando ellas mismas evalúan retrospectivamente sus logros económicos y familiares, lo que aflora es un sentimiento difícil de definir en el que se mezcla una aparente satisfacción por el esfuerzo realizado en el trabajo con la insatisfacción declarada respecto a su papel de madres y esposas, algo parecido a lo que algunas autoras refieren como la ambigüedad/ambivalencia de las mujeres (Borderías, 1996). Según una de las costureras entrevistadas, este sentimiento de ambigüedad podría describirse así:

[...] es que no tienes tiempo para los hijos porque tienes que trabajar desde las siete de la mañana... y no sólo desde las siete; desde las cuatro estás levantada y corriendo para irte al trabajo... También el esposo se queja porque no hay tiempo para él, o sea, yo veo como que a uno no le queda tiempo para vivir de verdad. A veces, también, el estado anímico no se lo permite a uno, llego tan cansada que lo que deseo es acostarme y no saber más nada de nadie.

El estrés es el término que más aparece en sus relatos cuando se refieren a esa mezcla de confusión, inseguridad y agobio que les produce la doble jornada familiar y laboral. Pero, contra lo que podría esperarse, este sentimiento no es sinónimo de fracaso, sino que revela la imposibilidad cada vez mayor de conciliación entre la vida familiar y laboral.18 En otras palabras, podríamos decir que esta realidad cotidiana, que se vive como tensión/ estrés/agobio impulsa a las mujeres, como un mecanismo de sobrevivencia, a buscar una conciliación imaginaria de su vida personal, familiar y laboral. En este sentido, y a pesar del estado anímico y físico descrito, encontramos en ellas una actitud de desafío, de rebeldía, de búsqueda incesante de lo que podría significar vivir de verdad.

Esta visión se traduce en ocasiones en medidas prácticas como estudiar la secundaria nocturna, tomar clases de inglés o de alta costura, cursos por medio de los cuales intentan, a su manera, compensar la interrupción de su formación escolar, provocada por las tempranas obligaciones domésticas y extradomésticas a las que se vieron sometidas. Sin embargo, el sueño más acariciado por estas mujeres es el de tener su propio taller: un taller que forme parte del espacio doméstico, donde puedan trabajar a su ritmo, donde puedan parar un poco para atender a sus hijos, y que les sirva para sobrevivir cuando sean viejas. Algunas —muy pocas—, como las costureras que entrevistamos en la barriada de Los Guido, han logrado realizar este sueño con el apoyo de organismos de solidaridad social que les otorgan créditos y las capacitan para desarrollar sus microempresas.19 Encontramos a otras que luchan por obtener una vivienda propia y muchas más por condiciones más justas de trabajo en la casa y en la fábrica, por conseguir el tiempo y el espacio necesarios para vivir de verdad.

 

CONCLUSIONES

En la actualidad, la presencia significativa de la mujer en la vida económica hace indispensable indagar sobre las consecuencias de este hecho desde la experiencia de las propias mujeres. Lo importante, sin embargo, es lo que esta ambivalencia nos revela al final. Por un lado, observamos que los modelos de "la buena madre" y "la trabajadora de calidad" están perdiendo valor ante los ojos de las propias mujeres que descubren el alto costo que significa tratar de conciliar lo inconciliable en las situaciones desventajosas en que enfrentan la doble presencia. Mientras tanto, encontramos redes familiares de tipo patriarcal que conducen a las mujeres al trabajo y deciden sus destinos laborales de acuerdo con los mitos reproductores. Al mismo tiempo, vemos mujeres que luchan a contracorriente por definir sus propios destinos, por crear sus propias redes de solidaridad intergeneracionales, gracias a las cuales enfrentan las exigencias de la doble presencia y, en la marcha, le dan un nuevo sentido a sus papeles de madres/esposas/trabajadoras.

Vistas así, las redes no sólo son un recurso material que las mujeres ponen en juego en la vida diaria, poseen también un carácter simbólico-imaginario en la lucha por resolver las contradicciones de la doble presencia. En el caso de las trabajadoras costarricenses de la costura, el trabajo por necesidad se convierte en una realidad imperiosa e ineludible que se impone desde temprana edad y que no da cabida a los proyectos de realización personal y profesional. La interrupción precoz de su educación escolar, las obligaciones domésticas, su temprana y a veces brutal incorporación al trabajo remunerado y la violencia intrafamiliar, todos estos elementos están en el trasfondo de su integración laboral y su situación familiar futura.

La investigación nos muestra a mujeres enfrentadas a situaciones límite marcadas por la flexibilidad laboral y la crisis familiar. En estos límites de precariedad e inestabilidad familiar y laboral es donde estas trabajadoras le dan un nuevo sentido al matrimonio, la maternidad y el trabajo y construyen sus identidades resistentes. Como apuntábamos al principio, es la experiencia laboral y familiar acumulada de las mujeres, en trayectorias desiguales y fluctuantes, así como la ambigüedad de la doble presencia expresada como visión de sí mismas y de la globalidad de la vida social, lo que se transforma en resistencia e impulso para la acción.

En este contexto las trabajadoras de la costura tratan de dar un nuevo significado al trabajo para escapar a las trampas de la productividad por medio de las redes de solidaridad femeninas, desde las cuales luchan para combatir la precariedad económica y la inestabilidad familiar. Al final, lo que vemos son mujeres a medio camino entre la libertad personal, económica y laboral. Pero no son mujeres rotas, rendidas ante un destino inevitable. Hay en todas ellas un deseo de superación que busca el camino de la conciliación con justicia y equidad. Tienen todas ellas un capital social invaluable. Su antiquísima experiencia como organizadoras de la vida doméstica y emocional de la familia, aunada a su hasta hace poco no reconocida participación económica, acrecentada en las últimas décadas, son los recursos materiales y simbólicos con los que las mujeres actuales se están reintegrando a la vida social, pensada como un todo en el sentido de sus relaciones afectivas, familiares y laborales.

 

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Notas

1 Un análisis más detallado de esta dimensión del problema puede consultarse en De la O y Guadarrama (en prensa).

2 Este caso forma parte de un proyecto de investigación más general, en el que se busca analizar los cambios producidos por los encadenamientos productivos globales en las condiciones de vida y trabajo de las mujeres latinoamericanas. Particularmente, nos interesan sus representaciones sobre el trabajo y las estrategias desarrolladas para conciliar su vida familiar y laboral.

3 Esta investigación pudo hacerse gracias al apoyo solidario que me otorgaron Ana Victoria Naranjo, promotora en derechos laborales de las mujeres; Pilar González y Arianne Grau, promotoras de la Asociación de Servicios de Promoción Laboral (Aseprola); Ligia Solís, sindicalista de la Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (ANEP); Luis Serrano, secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Empresa Privada (Sitep), y Roy Arias, promotor de la fundación Pan y Amor en la urbanización popular Los Guido. Desde luego que sin la participación de Elizabeth y Dilanna no hubiera podido entrar en la vida cotidiana personal y familiar de las mujeres que amablemente compartieron conmigo sus experiencias de vida y trabajo.

4 A nivel regional destaca la presencia del Comité Regional Femenino de la Coordinadora Centroamericana de Trabajadores y la Asociación Servicios de Promoción Laboral (Aseprola). Sobre los problemas del sindicalismo costarricense véase Blanco y Trejos (1998).

5 Para abordar este tema también nos inspiramos en los trabajos revisionistas que enfatizan el nuevo papel socioeconómico y cultural de la familia en las sociedades posmodernas, en las que las redes de solidaridad intergeneracional parecen ser fundamentales para enfrentar problemas como el envejecimiento de la población y la crisis del Estado de bienestar. Al respecto véanse los trabajos compilados por Bawin-Legros en Current Sociology, vol. 50, núm. 2,2002. Otra fuente importante sobre el tema son los estudios sobre la familia, jefaturas femeninas y pobreza en América Latina (Chant y Craske, 2003; Cordero, 1998; García y De Oliveira, 1994).

6 En el caso de las familias de bajos ingresos, estas redes familiares podrían tener un doble papel: como ayuda esencial pero, al mismo tiempo, como mecanismo de reproducción de la precariedad (Bawin-Legros, 2002: 179).

7 De acuerdo con Guillaume (2002: 208), este trabajo se expresa en los relatos biográficos, por medio de los cuales los individuos se perciben a sí mismos como sujetos.

8 Dentro de la muy extensa discusión sobre este concepto, para los fines de esta investigación y de forma general, quiero subrayar la dimensión de la globalización que se refiere al proceso de integración funcional y orgánica de los circuitos nacionales que están en la base de la formación del sistema global (Robinson, 2001).

9 En la discusión latinoamericana y centroamericana destacan Gereffi (2000) y Pérez Sáinz (2001).

10 En relación con estas tensiones, Tokman y Klein, cit. por Fernández (2001: 15-16), hacen ver, en un artículo publicado en 2000 en el núm. 72 de la revista de la CEPAL, que nadie postula la igualación de los salarios entre distintos países "por el efecto que podría tener en la capacidad competitiva de los países en desarrollo, ni se acepta que la expansión del comercio deba basarse en la explotación del trabajo" Pero agregan: "Hay sin embargo mayor consenso sobre la necesidad de instituir la vigilancia internacional y nacional sobre el grado de progreso social que acompaña al progreso económico y, particularmente, sobre el cumplimiento de las normas laborales básicas por todos los socios comerciales." Véase también Tokman y Martínez (1999).

11 Proyecto sobre Mejoramiento de las condiciones laborales y de vida de las trabajadoras de la maquila, dirigido por Janina Fernández desde la Oficina para Centroamérica, República Dominicana y Panamá; San José, Costa Rica, enero de 1999-febrero de 2002.

12 Desde la década de 1990, las denuncias cada vez más frecuentes de sindicatos y organizaciones no gubernamentales también obligaron a las organizaciones mundiales, en nombre de la "responsabilidad social empresarial", a incorporar en sus campañas el tema del respeto a las comunidades. Véase la página web de Business for Social Responsability: <www.bsr.org>.

13 Sobre los obstáculos que enfrentan las trabajadoras y, en general, las mujeres pobres para constituirse como actoras colectivas, Reygadas (2004) afirma: "Los proyectos alternativos de microdesarrollo muestran que es posible construir otro tipo de redes que vinculen a las comunidades locales de América Latina con las corrientes dinámicas de la economía global. Tienen un potencial enorme, pero su principal limitación reside en que casi siempre operan en pequeña escala y benefician a pequeños sectores de la población, sin modificar la dinámica general de los mercados."

14 En este artículo analizo únicamente esta dimensión de los datos obtenidos por medio de las entrevistas en profundidad realizadas a 13 trabajadoras pertenecientes a tres redes sociales reconstruidas entre junio y julio de 2002. Dos de ellas estaban articuladas con promotoras de derechos laborales y sindicalistas y otra más con organizaciones que promueven la autogestión comunitaria de mujeres de sectores populares. En el proyecto de investigación más extenso, estas entrevistas estuvieron dirigidas a conocer la historia familiar, migratoria y laboral de cada una de nuestras entrevistadas. También se profundizó en su situación de trabajo en el último empleo en empresas o talleres de costura. Otra fuente de información importante para el estudio de las redes fueron las entrevistas colectivas a dos grupos de trabajadoras, reunidos por dos de las lideresas principales de las redes estudiadas.

15 Fauné (1994: 125) observa un cambio en el patrón de obtención de ingresos de las familias centroamericanas desde mediados de la década de 1970, que implica nuevas vías de obtención de ingresos y de agentes perceptores, "destacándose de manera especial la incorporación de dos nuevos agentes: las mujeres y los niños(as)".

16 Tomamos esta idea de Castells (2003), quien habla de tres tipos de identidad colectiva: la legitimadora, construida sobre la base de la aceptación del mercado y sus instituciones; la resistente, formada a través de la resistencia colectiva a la marginalización del mercado; y la identidad proyecto, que comprende la construcción de nuevas identidades (actores sociales colectivos) y el cambio social.

17 Véase al respecto el estudio comparativo entre costureras y profesoras de Guadarrama y Torres (en prensa).

18 A esto mismo se refieren Torns, Borràs y Carrasquer (2003-2004: 117) cuando hablan de las dificultades de la conciliación laboral y familiar que se explican por "los imaginarios colectivos que amparan la distribución desigual de la carga total de trabajo entre géneros y el peso simbólico del modelo male breadwinner"

19 Sobre esta experiencia puede consultarse a Cascante (s/f).

 

Información sobre la autora:

Rocío Guadarrama Olivera. Socióloga, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesora del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Su obra escrita incluye libros como Los sindicatos y la política en México. La Crom (1918-1928) (1981); Cultura y trabajo en México. Estereotipos, prácticas y representaciones (1988) y Los empresarios norteños en la sociedad y la política del México moderno. Sonora (1929-1988) (2001). Por este último libro le fue otorgado el Premio Anual a la Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades 2002 de la Universidad Autónoma Metropolitana.

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