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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.8 Ciudad de México  2001

 

Testimonios

 

Boturini y Eisenstein

 

Agustín Aragón Leiva

 

La revista Crisol fue uno de los foros literarios y ensayísticos más relevantes de la década de los
años treinta en México. Publicada por el Bloque de Obreros Intelectuales de México y dirigida
por Miguel D. Martínez Rendón, se ocupó de los más variados temas culturales del país y de
América Latina. Entre sus colaboradores se contaban figuras como Francisco Rojas González,
Baltasar Dromundo, Juan de Dios Bojórquez, Leopoldo Ramos y un entonces desconocido
funcionario público menor llamado Adolfo Ruiz Cortines. Del número 6y, de julio de 1934,
extrajimos este artículo de Agustín Aragón Leiva. Sobre el autor sabemos poco. Vivió de 1904
a 1962 principalmente en la ciudad de México y dedicó su vida al periodismo. Al parecer tuvo

tres aficiones fundamentales: el cine, la comida y las flores. Fue fundador del Instituto
de Cinematografia Científica y de la Academia Mexicana de Gastronomía y Bromatologia, de l
a cual fue director. En el medio periodístico se le conoció como "el apóstol de la flor".
Fue autor de varios libros, entre los que destacan
El diccionario de cocina, La ciencia
como drama y Ensayos de cinematografía. (R.P.M.)

 

Serguei Mijailovich Eisentein (Riga, 1898-Moscú,
1948), laureado y censurado director de varias
obras maestras cinematográficas, recibió en
1930 una oferta de la Paramount para ir a trabajar a
Hollywood donde sus ideas de izquierda provocaron
rechazo. Ahí consiguió patrocinio para filmar en México
durante un año (1931-1932) con h idea de crear "una obra
total que reflejara la belleza del país, sus contradicciones
y su violenta hútoria". Cuando rodaba el último de los
cuatro capítulos, Upton Sinclair dejó de financiarlo.
Eisenstein regresó a Moscú y nunca recibió el material
filmado en México que había enviado a Estados Unidos
para procesarlo. El material que pensaba dividir en cuatro
segmentos—"Sandunga", "Fiesta", "Maguey" y
"Soldadera"—fue desmebrado y usado en varios
documentales. En 1979, la versión estadounidense
que existía con el título de
Tormenta sobre México fue
reconstruida por Grigory Alexandrov, director asistente
de S.E., de acuerdo con las notas de su maestro.
Que viva
México, documental, 85 min., bin, silenciosa. (V.N.)

 

DOS INFORTUNIOS PARALELOS

Lorenzo Benaduci Boturini, al llegar a la ciudad de México, lo primero que hizo íue trasladarse al Santuario de la Virgen de Guadalupe, y ahí, movido de su piedad, puso bajo la advocación de la Guadalupana su estancia en el país. Inspirado por el misterio de la aparición y por la magia que lograba en el pueblo el culto a la Virgen, el caballero italiano decidióse a consagrar su vida a saber lo más sobre el caso y así, por el camino del misterio, fue a dar a la magna realidad de la protohistoria de la nación mexicana.

Sergio M. Eisenstein, nutrido en la savia del marxismo, maestro en todas las técnicas del pensamiento y pagano, al llegar a la ciudad de México, lo primero que hizo fue trasladarse al Santuario de la Virgen de Guadalupe. Era un 12 de diciembre. En el curso de una espléndida mañana y de una tarde suntuosa, el director soviético realizó un viaje por cinco mil años de la vida de México. Desde la puerta de su hotel norteamericanizado hasta la cima de las pirámides de Teotihuacan y a lo largo de un pasado colonial de 300 años.

El misterio le atrajo y quiso saber todo sobre la magia de un culto que hace caminar a los indios por interminables jornadas y que junta en un solo haz a todas las edades de la malicia y de la inocencia del hombre.

Queriendo desentrañar ese misterio, Eisenstein se embarcó en la valerosa aventura de la conquista de México. Se hundió así en el pasado, surcó por el presente y desde lo más alto de su vuelo soñó un futuro para México.

Mal sino el de la devoción a la Guadalupana; Boturini dejó en la Nueva España los ocho más vividos años de su existencia y un paciente trabajo de investigador en todos los órdenes de la historia; su recompensa fue morir sin saber qué suerte podría caberle distinta de la de ser nourriture des souris* a los documentos que tan trabajosamente había reunido para su obra.

Así Eisenstein, tras de catorce meses de labor, en los que para darse tiempo hizo uso de todos los medios conocidos de locomoción y de todos los medios de aprendizaje, partió de México con lágrimas en el corazón, pensando que a los materiales tan penosamente reunidos y con la colaboración entusiasta de varias personas, lo menos malo que podría acaecerles sería ser nourriture des souris o pasto de las llamas. ¡Y sirvieron para materiales de una obra que no era la de su plan, la de su delicadeza, la de su poesía!

 

LA PLAGA DE "LES PETITS" HUMBOLDTS

Si se busca en la historia del arte un caso que pueda ser equiparado al de Eisenstein, difícilmente se hallará alguno que tenga siquiera tres circunstancias reunidas iguales a las del penoso director soviético. Como un aspecto de la vida del hombre, tiene un valor inusitado por las personalidades que en él intervienen.

Upton Sinclair, escritor socialista y una de las palancas del movimiento obrero en Estados Unidos, le allegó los elementos para venir a México a hacer una película, "digna de la fama y del nombre de Eisenstein". El creador soviético, que es simultáneamente un hombre de ciencia y un artista, aceptó el plan con un desinterés admirable, fijándose muy poco en las ventajas económicas que de hecho vendría a recibir en dinero, de lo que produjese la obra, apenas un 3.33%, mientras Sinclair y los suyos llevaban la parte del león, a pesar del credo social del popular novelista.

Eisenstein, desde su gran día guadalupano, se dedicó al más completo y sistemático estudio de México. Todas las fuentes le brindaron sus linfas; abrevó dondequiera; tratando al potentado y al paria, al campesino y al hombre de las ciudades, al montañés y al costeño y recorriendo hacia atrás el ciclo de la evolución mexicana, llegó a captar el sentido del drama de un pueblo en una forma cuya profundidad de visión sólo puede tener contraparte en el Ensayo de Alejandro de Humboldt.

México ha venido sufriendo desde los primeros años de su existencia como nación independiente en lo político, una plaga de "aventureros" que, con la pluma como arma, se han dedicado a explotar su misterio y su grandeza combatiendo en el campo del cinismo, ese que se entrega al postor que más puja. Cientos de volúmenes se han escrito por interesados apreciadores de la vida mexicana, a sueldo de grandes y poderosos o productores de esa fácil mercancía que es la literatura sobre un país, en la que se explota la leyenda y la falacia o el morbo que gusta la brutalidad desencadenada.

Estos petits Humboldts han hecho casi siempre el ridículo, cuando sus aventuras no son de ésas que están fracasadas antes de iniciarse, por insuficiencia mental o por falta de espíritu caballeresco. Alguno que otro de buena fe ha resultado, como Carleton Beals, un simple periodista, incapaz de comprender una realidad cuando se presenta en vuelta en apariencias y más atento a lo pintoresco y a lo exótico que a los valores específicos y fundamentales.

Sufre México penosamente las consecuencias de esta plaga, pues corre difundido por el mundo un panorama de su existencia que han trazado con malicia o ignorancia los Blasco Ibáñez y Oteyzas y la ristra de Stuart Chases, Chadournes, Dekobras, Foujitas, Dos Passos, Lawrences, Pinchons, Brenners y Morands que nos han visitado con la ilusión de apoderarse de la esencia de México en corto plazo, para venderla al mejor precio en el mercado de la curiosidad pública. Una travesía rápida en la cruz de los cuatro puntos cardinales, amparados por la Terry's Guide to Mexico. Asistencia a alguna feria, a un velorio y a un funeral. Visita a los edificios públicos más famosos y saludo a conspicuos personajes. Notas escritas sobre los puños o en lo blanco de las uñas. Unas cuantas docenas de dich en la maravillosa portátil ultrarrápida y supersensible. Y como decía Anatole France, que la historia se repite porque los historiadores se repiten mutuamente, así el error circulante de ayer, la mentira adecuada, vuelve a acuñarse en las palabras de nuestros juzgadores impenitentes y sin la responsabilidad del honesto hombre de estudio ni el método de investigación del sociólogo.

Estado de México; Agustín Estrada

Los literatos, cuando traspasan el círculo de sus limitaciones, se ahogan en su propia tinta y como viven de ideas prestadas, no hay impulso en sus citas para resucitarlos. Lo que podría ser mera "impresión", se desluce como un valor de alto juicio que pretende crear el dato preciso respecto a fenómenos que no es posible entender nada más por métodos literarios. Otro tanto diríamos de una obra como la de Stuart Chase, México, en la que un economista especializado sufre el bochorno de no sentir ni comprender los más elementales hechos de la vida mexicana y cuando no despotrica por sí mismo, se hace solidario con las falsedades que partidos en pugna han esparcido, no para hacer sociología o historia, sino con fines estrictamente políticos.

En una palabra, los mercaderes que han querido seguir sobre las huellas de Humboldt, han resultado ser infelices intelectuales trashumantes, que ensoberbecidos por su calidad de extranjeros, han visto el problema de México pequeño y fácil y reducible a unas pocas frases hechas, a una simple enumeración de prejuicios.

Los que han alquilado su pluma, incapaces de portar espada, para servir a los poderosos, no merecerían considerarse si no fuera por ser algunos de ellos nombres que se cotizan a altos precios en el mercado literario; pero, bella fortuna, sus opiniones están invalidadas automáticamente. Un escritor no puede ponerse nunca la máscara de la sinceridad; sintaxis y adjetivación, a falta de tono en las palabras, descubren al punto sus intenciones y el corto alcance de sus saetas.

 

EISENSTEIN Y SU ACTITUD

Conceptúo a Sergio M. Eisenstein como cabal realización del hombre moderno. Su disciplina es la conciencia en todos los actos; su método, el científico, y su disposición, la de quien ha puesto freno y silla al desbocado instinto y puede llevarle donde guste.

En la disyuntiva que vive nuestro presente, planteada como una regresión a la conciencia nocturnal, al mundo de lo primitivo, tan pródigo en representaciones suprasensibles, o como el definitivo ascenso a una cumbre desde la cual el hombre domine, sin límite, a la bestia, son contadísimos quienes eligen lo segundo, ya por lo fácil que es seguir la línea del menor esfuerzo, como por la atracción diabólica que ejerce en el alma lo primario. La cultura es un esfuerzo tan violento y continuado, que no todos están preparados para realizarlo. Una aparatosa caída es lo más sencillo, en épocas como las actuales, en las que parece que no hay orientación, por estar envueltas en bruma y en dificultad las experiencias que obran como guía de la especie.

El grito de Rousseau, a la mitad de su jornada, golpe en el corazón de Minerva que había de dar a luz a los más seductores engendros, suena aún en la soledad y desesperación de las almas como una invitación al desvío. El problema es un problema sobre el progreso. "No existe el moral ni el artístico; el único que existe es el científico y técnico; pero a medida que éste avanza, los otros se quedan más en zaga. El hombre pierde en profundidad y aumenta en extensión. Se multiplican los ingenios, pero desaparecen los genios. La civilización prostituye al espíritu. El ideal es el salvaje, el excelente salvaje."

Tema filosófico no puede agotarse con argumentos de la inteligencia, puesto que interviene en él la pasión, el gusto y lo que es más penoso: el propio estado del alma.

Dichoso el que consulta
oráculos más altos que su duelo...

Pensamiento sobrehumano, que niega de un solo aliento de imagen el romanticismo y nos trae al plano de la grandeza más alta en que se ha colocado el espíritu. Superiores a sí mismos; más allá que la angustia, la vanidad sangrante o el capricho. ¡Quién es Rousseau, en una palabra, sino un desdichado que consulta al oráculo de su quebranto y lanza a la humanidad su grito de pesimismo y de reacción, su vuelta atrás, su ceguera a las luces, creer que el alma camina simultáneamente por varios senderos -el moral, el estético, el científico etc.- y no fijarse en que un avance en el pensamiento significa, ineluctablemente, un movimiento general en el mismo sentido de todo el espíritu!

Nuestra "incomprendida" civilización, con sus brutalidades inherentes a la barbarie que todavía pulula en el seno de lo más adelantado, es un efecto que por una interpretación ingenua de la causalidad se toma como fuente de las calamidades que registra la prensa y que sufren los individuos actualmente.

Mas la actitud que desconcierta es la de esos numerosísimos espíritus refinados, que siguiendo en la práctica a Rousseau, hacen cual Gauguin, una mueca a la Urbe y se retiran, como a sagrado refugio, a las islas lejanas donde se encuentra la libre vida del "excelente" salvaje. Un arte y una literatura inconfundible se desparraman por doquiera como el resultado de este gesto liberatorio, que examinado a la crítica de la inteligencia, es tan sólo un regreso al instinto, en consonancia con una filosofía espiritualista que cifra las supremas virtudes cognoscitivas en las potencias interiores del alma, donde reina la infalibilidad del instinto y gobierna la intuición.

Tultitlán del Valle, Estado de México; Agustín Estrada

Simultáneamente, se estudia el mundo del hombre primitivo, con el método científico, por agudos analistas que tratan de integrar el panorama del espíritu con un fondo común y del que no nos hemos apartado suficientemente en el tiempo, aunque en el espacio nos separen del mismo desiertos y océanos o inmensas cordilleras. El punto de vista de los investigadores de esta laya no debe ser confundido con el de las gentes sensibles y piadosas que encuentran un camino de perfección en dejarse crecer el pelo, calzar sandalias, vivir al aire libre y en cueros y alimentarse de yerbas.

El Cuyo, Yucatán; Agustín Estrada

Otra plaga que ha sufrido México es la de todos esos inocentes palomitas que han venido aquí atraídos por un señuelo fantástico, el nativismo, la ponderación desmedida de lo aborigen, lo que hace que México sea clasificado en los programas de viaje como tierra exótica, de coloridas costumbres y que se haga mención de la metrópoli como la ciudad azteca.

Curioso es que mientras el indio trata de occidentalizarse y aspira a salirse de la esfera de su mundo primitivo, los ingenuos buscadores de emociones fuertes se empeñan en ver ídolos tras de los altares y en exaltar como virtudes excelsas de una civilización los restos de aquella edad que fue, en la opinión de Stuart Chase, una edad perfecta y que como afirma, lleno de audacia Spengler, pereció inútilmente, herida por la espalda por la artera mano del europeo, del español.

Frente a este logogrifo de pensamientos, Eisenstein impone su actitud ordenadora, su regla de espíritu disciplinado por el método de las ciencias exactas. El destino y la grandeza de México no están para él en las posibilidades de una regresión a lo mágico, al reino de lo misterioso y esotérico, que tanto ufana a los escritores de Transition, con el fantasmagórico Eugéne Jolas a la cabeza y James Joyce a la cola. El destino y la grandeza de México se encuentran, para Eisenstein, en la excepcional coexistencia de las dos almas que viven dentro de cada hombre, del alma diurna y de la nocturnal. Coexisten con una fuerza tan espontánea y creadora, que México se presenta en el panorama de los pueblos como un sitio privilegiado en el que de un solo vistazo se puede viajar por todas las "edades de la malicia y de la inocencia del hombre".

¡Cómo será posible entender un caos aparente y no dejarse arrastrar por un enamoramiento, que como el de la adolescencia, llega a ser fuego que se consume en su propia llama!

Eisenstein es el hombre moderno. Su cultura lo lleva a la armonía y no siente él la potencia de una armonía sin cumplir el mandato que diferencia a la bestia del hombre, al culto del inculto: la certidumbre de la conciencia. Definimos su actitud no con un término, sino por un largo rodeo, una incursión a traviesa por el campo de los siglos. Eisenstein no es un extremo contra Rousseau, sino un alfarero que sabe que la arcilla no puede ser modelada nada más como arcilla.

Así, frente al enigma de México, integra Eisenstein la personalidad completa del hombre con la materia de dos extremos opuestos. Mezcla a Occidente la profundidad y la virgen ansia de estímulos que caracteriza al mexicano como un ser sensible y dispuesto.

 

AMBICION Y ASCENSO

Sobre el vértice de la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, Eisenstein exclama, contemplando la historia de la Tierra narrada por valles y montañas: desde aquí, se abarca todo el cuadro de la evolución humana.

Esa misma tarde medita bajo las bóvedas agustinas de Acolman, que crean en la llanura desértica la imagen americana del gótico. Y al correr unas millas el Santuario de la Guadalupe le ofrece el más abigarrado aspecto del mundo, en el que se funden todas las manifestaciones de la vida, en variadísimos y extraños moldes. En momentos se piensa transeúnte por Nivjni Novgorod, en el esplendor oriental de la Gran Pascua Rusa; pero si un vaivén de la multitud lo pone en Triana o Albaicín, un oleaje de apiñamiento lo transporta a Roma o a Chicago o a Limoges. Mosaico en el que se pierde el diseño, laberinto sin hilo de Ariadna. ¡Tantos Beals y Chases que se perdieron para siempre en ese maremagnum! Es fácil decidirse por algo, lo más impresionante; es raro encontrar, sin falla, siempre lo genuino. Guiado por su delicado gusto, Eisenstein fue a dar constantemente, de manos a boca, con la realidad intangible que denominó hace tiempo como el hecho mexicano, lo específicamente nuestro. Algo aún tan impreciso, que definirlo es arduo como buscar un cuerpo en aguas sin transparencia.

Bajo la advocación de la Guadalupana, Eisenstein concibió su pasión por la meseta, su dulce amor por el altiplano, el amor de Leonardo por la luz. Pero el caudal de peregrinos, proletarios de todos los horizontes, lo arrastró a la costa, al trópico, a la delicia ardorosa de México.

Buscando orígenes llegó a confines remotos y los aires supieron de su canto; los mares recogieron su pesar. El indio de piel suave y bruñida y de mirada triste, le conmovió hasta la raíz de su intelecto.

Entonces sintió, como Balbuena, qué eterna y qué honda en el corazón resalta la grandeza mexicana. Su ambición se hizo diabólica, inusitada: utilizar la cinematografia, arte inferior, arte desnaturalizado para cantar la epopeya de la humanidad en las gloriosas hazañas del pueblo mexicano. Altura tan desmedida iba a marearlo; pero gritó con toda su fuerza patriótica de ciudadano naturalizado por el amor a los seres y a las cosas: ¡Viva México! Yo lo sorprendí en su éxtasis. Era un hombre de siete caras; pero sobre su máscara de la frente abombada y la sonrisa cruel, descubrí los rasgos de Dante, de Leonardo, de Paracelso y de Goethe. Más abajo, destellaban los signos de un hijo del Sol.

Viva México, alarde y venganza, cercanía y distancia. Todo pues cuando el silencio se ha hecho del bullicio, ¿qué aparece? El aspecto nimio de las realidades, los desfiles patrióticos, las procesiones cívicas, las adoraciones sin meta de un alma colectiva que ha olvidado a Dios, pero que venera al primer fetiche que encuentra a su paso.

Entonces miramos el encendido rostro del futuro. Sufre la humanidad de una pereza y de una vana piedad para desembarazarse de los hábitos de su pasado. Mientras más agitada es una ansia para modernizar, mayores repulsiones encuentra en su efecto. Vivimos todavía, y a nuestro pesar, dentro de las estructuras que crearon los adalides de otros tiempos, en los que el concepto de la vida y del obrar eran radicalmente distintos a los nuestros. Hay naciones que logran adaptar esas estructuras a sus necesidades actuales; otras que son adaptadas por aquéllas.

Si Lorenzo Benaduci Boturini, descendiente de Moctezuma y señor de la Torre y de Hom vino a la Nueva España para investigar cómo el milagro de la aparición de la delicada virgen morena había creado al pueblo mexicano, Serguei Michaelovitch Eisenstein, pensador de potentes vuelos y genial artista, vino a entender cómo el pueblo mexicano había creado para su bien y su alegría el mito de la Guadalupana, bello mito que ahora asimila en un feérico espectáculo esas dos almas que habitan en todo hombre.

En la epopeya Viva México se pintaba un milagro. Como todos los milagros, iba a ser advertido por unos cuantos. Los más de los mortales no saben leer entre líneas y no ven más allá de lo trazado. ¡Y tratándose de cinematografía! Reivindica a ésta una sola de las muchas ideas debidas a Eisenstein, el creador de Potemkhin: "Es una forma plástica que expresa gráficamente, por la colisión de las imágenes, lo que es gráficamente inexpresable." Afirmé hace algunos años y hoy lo reitero con plena conciencia, que la cinematografía de Eisenstein es un arte de cuatro dimensiones. Con ello no quise crear un acertijo o acuñar une manière déparier** quise indicar, y ahora lo señalo, que en la cinematografía aludida hay un sentimiento de eternidad, un efluvio de trascendencia que eleva al arte a las alturas de lo creado y reivindica para nuestra época descreída una fe, pagana y racionalista, pero extraordinaria y sublime como todas las que impulsan a los hombres.

 

DECLARACION DE PRINCIPIOS

Detesto al vulgar aventurero que viene a México a vender su audacia, a explotar aspectos superficiales y sin significado de nuestra existencia —el caso Villa, tan grato al sensacionalismo y a la degradación espiritual del yanqui más bajo y concupiscente—, y estoy contra la intromisión en nuestro país de mediocridades que por nuestro sentido de inferioridad se crecen hasta llegar, con frecuencia, a posiciones de comando en circunstancias de odioso privilegio. Diré de una vez que fue por la aversión profunda que me inspiraron unos charlatanes teutones que se apoderaron en mala hora de la muy ilustre y gloriosa Escuela Nacional de Ingenieros, por lo que di la espalda, inundado de rencor y de vergüenza, a mi carrera académica. Pero cuando llega a México un Andrés del Río, un Fausto Delhuyar y un Alejandro de Humboldt, yo acojo al forastero con el corazón en las manos como llama inmortal de admiración y encanto.

De la preclara genealogía de los últimos extranjeros aquí citados fue Eisenstein en México, porque no vino a engañar, sino a entregarse; no estuvo a explotarnos, sino a amarnos, y para hacer sentir la superioridad de su intelecto y de su cultura, se valió, como Humboldt, de cuantos elementos nativos podían darle orientación y luz. Fue primero humilde aprendiz; hasta que sus experiencias le ungieron de aplomo, se levantó a la altura del maestro.

Modesto y sencillo, repugnaba la vulgaridad desencadenada y con un gesto satánico sabía mostrar a todos que el hombre superior, cuando quiere señala a los demás el camino del vicio, con un ademán ingenioso. Eisenstein no era un franciscano, pero su sobriedad reconocida esplende como la arrogancia del hombre que pospone al dinero por los goces más refinados del espíritu.

Cuando Tomás de Aquino llegaba a París y contempló desde una colina el esplendor de la insigne ciudad, dijo a sus acompañantes que no daba toda esa maestría por el comentario de San Crisóstomo al Sermón de la Montaña.

Así Eisenstein, sin ser santo, prefirió los miles de dólares de Hollywood, el deslumbrante lujo del nabab y la fama pregonada a coro por miles de voces aduladoras, a la gloria y dicha de asistir al extraordinario espectáculo de México.

Declaro aquí mi pasión, porque no faltan suspicaces que mal entiendan una actitud generosa y desinteresada, siendo ellos eunucos para crear sentimientos que se salgan del círculo de sus instintos. Si he admirado a Eisenstein no es porque me haya deslumbrado su nacionalidad y su ubicación en el seno de la nueva vida que es para la especie la experiencia rusa. ¡Me pasma aún que en un lapso tan breve, un hombre de distantes abismos y de otros soles haya llegado a sentir el amor y la angustia de México!

Desgraciadamente, un mal sino le perseguía desde su llegada a México. Al igual que Lorenzo Benaduci Boturini, su esfuerzo debía ser obliterado, destruido, tergiversado y deshecho. Al igual que el piadoso caballero italiano, su afán por la mayor gloria de México iba a tener una dura recompensa.

La magna y hasta fantástica concepción del ribereño de Como de la protohistoria y actualidad de México iba a trocarse en el Códice Boturini, restos de un inexpresable naufragio, fragmentos del más incurioso de los atentados.

Viva México, epopeya de un pueblo en las cuerdas de treinta siglos de amor y de sufrimiento, se convirtió en una vulgar Tormenta sobre México.

En el primer caso actuaron el oscurantismo, la barbarie en el poder y el temor justificado; obran en el segundo el amor a los dólares, la complicidad con las fuerzas ciegas de la sociedad y un pleno conocimiento de lo que se hace, premeditado y medido y hasta pretendiente de justificación cabal. Aquí no es una secta la que produce la infamia, sino un hombre que ha dedicado toda su vida a cazar gazapos en la prosa capitalista, un individuo que estaba en la cumbre de una feliz carrera como adalid del orden y de la moralidad fundados sobre la reforma orgánica de la sociedad.

Es todavía un misterio para los que conocíamos la obra de Upton Sinclair, que haya ignominiosamente vilipendiado a ésta por la ambición baja de un momento y que se haya encarnizado ferozmente sobre un creador de la calidad de Eisenstein, en quien el más acendrado desinterés impulsa todas sus acciones y cuyos prospectos económicos con Viva México eran tan ínfimos, que equivalen a la renuncia.

Tultitlán, Estado de México; Agustín Estrada

 

PUNTO Y APARTE

Dos años de patética lucha se han librado en varios países, simultáneamente, por evitar que Viva México fuera corrompida en esa insoportable Tormenta sobre México que ha deshonrado a Upton Sinclair. Han intervenido en ella amigos y enemigos, discípulos y disidentes. La monstruosa distorsión de una obra original no ha provocado, empero, la indignación debida, a causa de que para muchos artistas e intelectuales que viven más en 1800 que en el primer tercio del siglo XX, la cinematografía no es una forma de expresión que tenga derecho a ser considerada como artística y a parangonarse con la Poesía, la Música, la Pintura o la Historia. A pesar de tal equivocación, ha sido un estímulo de alta solidaridad el desinteresado afán de esta lucha, en la que México ha representado un papel airoso y vibrante, del que me ha tocado hacer de apuntador, a impulsos del mismo azar que me condujo a ser primero un guía y luego un aprendiz de Eisenstein en su aventura de México.

Este papel se ha singularizado con motivo de la presentación que se había preparado de Tormenta sobre México, en uno de los teatros metropolitanos, para el día 3 de mayo. El hecho de esta presentación significaba una ignominia para México. Desde su estudio en Moscú, Eisenstein había manifestado que su única esperanza para una rehabilitación de su nombre y de su obra estaba en que México rechazase esa película espuria y torpe, al igual que lo había hecho espontáneamente Londres. Nada le hubiera afectado más que una sanción aprobatoria a la violencia que de sus principios y de su espíritu representa Tormenta sobre México.

Desde luego, ¿tormenta? Si él había ambicionado una exaltación y no una depresión, un himno y no una marcha fúnebre, un vuelo y no un descenso a la ignominia.

La más completa coronación de Upton Sinclair, como gangster, ha sido el gesto viril y magnífico del Sindicato de Empleados Cinematografistas del Distrito Federal, miembro de la Confederación General de Obreros y Campesinos, el que decidió fulminantemente decretar el boicot a la película pirata Tormenta sobre México, acto de solidaridad a la acción pedida por un numeroso grupo sindicado de intelectuales, artistas y proletarios y expreso en el manifiesto lanzado en mayo de 1933 por el Comité Editorial de Experimental Cinema.

El boicot aludido, que logró impedir la presentación mencionada, ha puesto, por ahora, punto y aparte a esta larga polémica de dos continentes.

Mas aquí, en la meseta, a dos mil metros sobre el nivel del océano, vive aún el misterio, ya que permanece inexplicable la conducta de Upton Sinclair. Entonces, volviendo un poco el alma hacia el mito, se antoja creer que hubo un maleficio: por poner al amparo de la Guadalupana a la obra del espíritu, un mismo infortunio había de dominar el destino de Lorenzo Benaduci Boturini y de Serguei M. Eisenstein, uno y otro, caballeros andantes de la grandeza mexicana.

 

Notas

* Alimento de los gusanos. (N. de E.)

** Manera de hablar. (N. de E.)

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