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La ventana. Revista de estudios de género

Print version ISSN 1405-9436

La ventana vol.6 n.52 Guadalajara Jul./Dec. 2020  Epub Feb 09, 2021

 

Avances de trabajo

La incrustación invisible

The invisible embedding

Gabriel Govea Acosta1 

1Correo electrónico: gga1983@hotmail.com


Resumen

Este ensayo tiene por objetivo presentar la Teoría Queer, sus orígenes, contexto, traducciones y conceptos principales para realizar una lectura crítica al poemario Nada de incrustaciones, de un joven michoacano nacido en los ochenta, Daniel Wence. Tal ejercicio quiere ejemplificar que las poéticas mexicanas actualmente contemplan un modo de escritura influenciada por los postulados queer sobre la identidad, el cuerpo y el deseo como construcciones sociales en oposición al discurso hegemónico esencialista. Asimismo, este acercamiento constituye una reflexión sobre la pertinencia del transplante de la Teoría Queer al contexto de la literatura escrita en español.

Palabras clave: postfeminismo; identidad; poesía contemporánea; performatividad; Daniel Wence

Abstract

This essay is intended to present a full background and the highlights concepts of the Queer Theory. In order to perform a critical reading of the poetry book: Nada de incrustaciones [None of scale], written by Daniel Wance a young poet, born in Michoacan, Mexico. This work pretends to exemplify the influences of the “Queer” Postulates into Mexican poetry, such as social identity constructions as opposed to essentialist hegemonic discourse. Furthermore, this is an approach to the relevance of the relocation of the Queer Theory into Hispanic literature.

Keywords: postfeminism; identity; contemporary poetry; performativity; Daniel Wence

La rebelión más importante que puede hacer una

lesbiana de color contra su cultura nativa es la de su conducta

sexual. Desafía dos prohibiciones morales: sexualidad y

homosexualidad. Siendo lesbiana, educada como católica,

adoctrinada como hetero, elegí ser queer.

Gloria Anzaldúa, Borderlands, la Frontera.

No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

Luis Cernuda, Los placeres prohibidos.

Un breve cuaderno de poemas apareció adjunto al número que conmemora el 20 aniversario de la revista Tierra Adentro, en 2010. El autor es un joven michoacano de nombre Daniel Wence, nacido en 1983; el poemario se titula Nada de incrustaciones. Como él, otros más han sido seleccionados para formar parte de la colección La ceibita, desprendida de las políticas culturales del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Una lectura a sus poemas sugiere que en México se desarrolla una poética que desde hace por lo menos tres décadas ha conmovido profundamente dos campos de expresión humana en Occidente, hasta volverlos uno mismo: el lenguaje y la sexualidad (cuerpo, deseo). Si bien las reflexiones en torno a este tema datan con claridad desde Freud2, no es sino hasta las manifestaciones políticas queer de finales de los ochenta cuando cobran pleno sentido, ganan un territorio explícito, con objetivos políticos definidos, teniendo a la escritura como algo más que un instrumento para canalizar un tema: ahora es un cuerpo, un generador de realidades, catalizador subversivo que se confunde con los linderos de la piel. En palabras iniciales, una escritura que es secreción corporal, pero no de un cuerpo biológico solamente, sino marcado por todas las inscripciones de la cultura, donde la historia ha dejado profundas escarificaciones insalvables:

(cuando lo supe

el nombre se me fue escurriendo primero por el lado

derecho del aura (¿?) luego dio la vuelta y me penetró sin

avisarme cada letra ronda dentro me copula / me lastima

y finalmente quedo preñado de mi historia que no sería

tal sin tu propio tiempo en que asaltabas mi casa mi

tierra mi sábana y su absolútame-

lancolía con que solía morderla aferrado / casi enfermo

por arrancarla de mi piel

así me desgajara el cuerpo.

cuando lo supe).

(Wence, 2010, p. 15)

¿Por qué Queer? Haremos un breve recorrido para justificar este trasplante lingüístico en nuestro contexto. El movimiento queer nació a finales de los ochenta en Estados Unidos y Europa. Se trató, inicialmente, de una movilización social que surgió como reacción ante la crisis del SIDA, la indiferencia del gobierno estadounidense, la homosexualización de la pandemia así como los abusos de las empresas farmacéuticas en el costo de los primeros tratamientos. Como recoge Javier Sáez,

en este contexto, surge el grupo ACT-UP (Aids Coalition to Unleash Power) compuesto por personas seropositivas, gays, lesbianas, drogodependientes, trabajador@s sexuales, hombres y mujeres negr@s y chican@s, y otros colectivos minoritarios, todos ellos enfurecidos por este abandono estatal en la crisis del sida. (2005, p. 68)

En 1990 surgió el grupo Queer Nation en Nueva York, el cual se inspiró en las políticas de ACT-UP, proyectó un discurso cargado de ira que defendía la resistencia y se erigía sobre la base contraria del modelo heterocentrado. El límite y la orilla se volvieron espacios de orgullo y resistencia; a diferencia del movimiento gay anterior, no aspiraba a ser asimilado por las políticas heterosexuales (no le interesaría el derecho al matrimonio, por ejemplo). Además:

La crisis del sida puso de manifiesto que la construcción social de los cuerpos, su represión, el ejercicio del poder, la homofobia, la exclusión social, el colonialismo, la lucha de clases, el racismo, el sistema de sexo y género, el heterocentrismo, etc., son fenómenos que se comunican entre sí, que se producen por medio de un conjunto de tecnologías complejas, y que la reacción o la resistencia a esos poderes exige asimismo estrategias articuladas que tengan en cuenta numerosos criterios: raza, clase social, género, inmigración, enfermedad… criterios fundamentales de lucha que ponen sobre la mesa las multitudes queer. (Sáez, 2005, p. 69)

Así pues, el SIDA sirvió de fuerza centrípeta que reunió a sectores (y por lo tanto discursos) que antes se encontraban separados.

El término queer es un insulto cuyo significado en español es “raro”, “desviado”, “torcido”, “homosexual”, “marimacha”, “maricón”. No se traduce porque en sí mismo abarca muchas palabras, queer no es femenina ni masculina, y aparte de incluir a las lesbianas y a los homosexuales, incluye a personas trans y bisexuales. Su alcance resulta estratégico para denominar a todos los que se salen de la norma. Sáez distingue otros factores que propiciaron el desarrollo del movimiento queer: la crisis del feminismo, los postulados del filósofo francés Michael Foucault y la crisis del movimiento lésbico-gay. Como ejemplo del primero, cabe resaltar el pensamiento de la filósofa Monique Wittig, practicante de un feminismo radical lesbiano, precursor de la Teoría Queer:

Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por sentado que lo que funda la sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. Estos discursos hablan de nosotras y pretenden decir la verdad en un espacio apolítico, como si todo ello pudiera escapar de lo político en este momento de la historia (2006, p. 49).

Wittig sigue la línea materialista-marxista para distinguir en las mujeres a una clase oprimida. Pero su aportación fundamental reside en su máxima de que “las lesbianas no son mujeres” porque el término “mujer” sólo tiene sentido en el sistema heterosexual mientras que aquéllas han salido “una por una” de tal sistema. Esta visión se suma a la idea en torno al binarismo sexo/género cuya construcción, según los postulados queer, es cultural. El segundo factor básico para la Teoría Queer es el pensamiento de Foucault, quien planteó el poder en términos productivos, no como una fuerza que se ejerce de manera vertical, sino como una red transversal de relaciones a lo largo del tejido social. Foucault descarta la hipótesis represora de la sexualidad y la sustituye por la de una creciente incitación a los discursos por desvelar la verdad sobre el sexo (2009, pp. 91-92). Así, el sacerdote y después el psicoanalista son las figuras que se hacen cargo de recibir la confesión, un discurso construido sobre la necesidad de desvelar el sexo, pero ya no se trata de una verdad que se descubre, sino que se construye. En este sentido, cabría estudiar el discurso poético del deseo como una construcción con efectos políticos rastreables, como es el caso de Le corps lesbien, de Monique Wittig, donde mediante el lenguaje, la ruptura del pronombre en primera persona, la autora descompone el cuerpo de la(s) amante(s) en descripciones pormenorizadas de los órganos internos al mismo tiempo que trastoca la sintaxis y el orden narrativo, estableciendo una fusión cuerpo-texto (Sáez, 2004, p. 99).

Desde esta visión, la escritura es un espacio de legitimación del deseo, de articulación de placeres. Por último, cabe decir que el movimiento lésbico-gay entró en crisis debido a su postura esencialista. Las movilizaciones de los sesenta y setenta dieron pie a un mercado rosa del que no todos podían disfrutar. Principalmente, los beneficiarios de esta lucha fueron blancos y burgueses que incluso rechazaron otros espectros de la identidad, es decir, se adaptaron a las políticas heterosexuales de la vida en matrimonio.

En relación con lo anterior, surgió a finales del siglo XX y principios del XXI lo que se conoce como Postfeminismo, una serie de reflexiones que, resume la psicóloga social Grecia Guzmán, ponen el acento en un aspecto crucial: los movimientos feministas anteriores habían dado por hecho que la mujer es una identidad fija, estática y binaria respecto del hombre. Pero ¿qué es la mujer?, ¿qué la define verdaderamente como tal?, ¿sus características anatómicas y biológicas?, ¿sus prácticas sexuales?, ¿su desenvolvimiento y roles sociales? Así comienza una línea de pensamiento que une la deconstrucción que plantea el filósofo Jacques Derrida para el texto y el binarismo operante en la Lingüística, con el propio feminismo, lo que da lugar a una crítica a la identidad fija y una apertura a modalidades poco estudiadas como lo transgénero, drag queen, butch, bisexual, etc. Se abre, por lo tanto, la posibilidad de elección y el reclamo de la libertad (Guzmán, 2019).

El término Teoría Queer, pues, fue propuesto por la italiana Teresa de Lauretis en la revista Differences en 1991, forma parte del Postfeminismo y uno de sus conceptos clave es la performatividad del género. El verbo “to perform”, en lengua inglesa, define a las acciones de representar y actuar en el campo de las artes. El lingüista J. L. Austin distingue, en Cómo hacer cosas con palabras, ciertos enunciados que, al pronunciarse, crean una nueva realidad y les llamó performativos. Por ejemplo, los que pronuncia un juez al emitir una sentencia. Más tarde y como veremos más adelante, Judith Butler lleva esta reflexión al campo del género para postular que éste se adquiere como un lenguaje, por imitación, y que su constante repetición en los cuerpos crea el efecto de sustancias estables: hombre y mujer, para lo cual también retoma la propuesta deconstructiva de Jacques Derrida y la importancia del contexto de la enunciación (Pérez Navarro, 2008, 72-75, 124).

La universidad haría del movimiento queer un objeto académico a pesar de incurrir en algunas contradicciones con el propio término y espíritu queer. Porque lo queer, estrictamente, no es teorizable; además de que entrar en la universidad implica adaptarse al “lenguaje del Amo”, al poder. ¿Cómo entonces, o desde qué postura, ha de realizarse una lectura de una obra literaria a través de este modelo? Marcelo Soto (2005), en su artículo “Literaturas Queer: esa lección olvidada de Barrio Sésamo”, reflexiona en torno a la teoría y la práctica, y si acaso en España el rumbo no apunta más hacia la teorización sobre el tema que a la puesta en escena de los principios del movimiento queer. En relación a la literatura, asegura que los ejercicios de tipo queer, como por ejemplo El cuerpo lesbiano, de Monique Wittig, constituyen esa subversión que no se puede lograr mediante la actividad académica, pues ésta suele ir acompañada del “discurso del Amo”, el cual se distingue por mantener el lenguaje del poder. Incluso se refiere a la prosa de Judith Butler, importante teórica queer, como académica y masculinizante. La observación no deja de ser interesante porque constituye una reflexión acerca del mismo lenguaje.

Podríamos preguntarnos entonces si es factible la existencia de la formulación de este conocimiento en la academia, pues las mismas características que imponen las universidades son de corte dominante, por lo que el lenguaje queda atrapado, o más bien, es la misma cárcel de aquello que busca resistencia. Entonces habla de estas aproximaciones como si fueran traducciones del movimiento queer, que sólo puede realizarse en los textos mediante la práctica poética.

No es suficiente con estudiar a Foucault, a Butler, Wittig y demás teóricos para después escribir una novela basándose en tales principios, sino que la obra literaria, en su proceso de creación, debe ser una “deriva performativa”, una resistencia en cada acto poético. La performatividad de los discursos teóricos queer no es congruente con su fundamento de resistencia, pues al repetir la aplicación de sus teorías cae en lo mismo que su discurso oponente heterocentrado, de forma que seguimos en el juego del Amo. Lo que viene a decir que la Teoría Queer es una traducción del movimiento homónimo, algo así como una puesta en común de ciertos criterios, mas no la realización del proyecto como tal, que sólo puede existir en el límite y la resistencia del cuerpo y el lenguaje, los cuales deberán permanecer en un estado de búsqueda constante y nomadismo.

Este artículo es una especie de reproche hacia la tendencia teorizante por encima de la exploración (y explotación) poética de los recursos lingüísticos. Marcelo Soto repasa cómo el potencial subversivo de autores como Cervantes o San Juan de la Cruz se pierde cuando es fagocitado por el discurso del poder, llegándoles a considerar incluso como forjadores de la patria cuando en realidad su expresión buscaba una ruptura con lo establecido; así pues, el segundo tuvo que explicar y justificar el hecho de referirse a sí mismo en femenino en su obra.

La sexualidad en muchos grandes literatos no había sido tomada en cuenta en el estudio de la configuración de su obra, lo que sin duda limita el nivel de interpretación y la encajona en los moldes del discurso dominante. Ahora bien, nunca como ahora la sexualidad se ha tomado como una herramienta de análisis, pues no era mencionada como determinante en la configuración de prácticas discursivas. Al hablar de sexo en términos del lenguaje, este último también se vuelve cuerpo, erotismo, fluido. El mérito de la Teoría Queer es desentrañar estos mecanismos, estudiarlos, traducirlos y difundirlos, si bien, mucho de su funcionamiento se sigue enmarcando en las prácticas de tipo heterocentrado, como es el mismo entorno académico y editorial.

Marcelo Soto distingue, a través de los estudios de Teresa de Lauretis, el problema de la escritura femenina en Virgina Woolf, concretamente, en Una habitación propia. Aquí la cuestión de una escritura femenina queda como una contradicción, pues la misma estructura de los lenguajes dominantes no permite la expresión femenina más que de un modo indirecto, en lo no dicho, en la insinuación y en el silencio. La escritura es un espacio público mientras que la habitación de Woolf es el mutismo. Este ejemplo que pone Soto es ilustrativo de cómo la literatura de los autores homosexuales, antes de los movimientos gay y queer, está llena de silencios y vacíos que conciernen a ejercicios corporales transgresores, prácticas prohibidas que dinamitan el terreno poético y minan las aparentes estructuras sólidas de los lenguajes oficiales.

Lo que efectuaremos en el presente trabajo es una lectura queer del poemario Nada de incrustaciones, justificando, al mismo tiempo, tal procedimiento metodológico en su poética, es decir, su pertinencia como instrumento de lectura. Trataremos de ver en qué aspectos estos poemas entran en diálogo con la “deriva performativa”, con el nomadismo del lenguaje. Conforme revisemos los poemas de Daniel Wence, haremos las especificaciones teóricas correspondientes. Por el momento, baste anotar un postulado de carácter crucial:

El modelo de política queer pretende establecerse sobre una noción estratégica de la identidad. La identidad no es considerada más que como posición y como práctica. En este sentido, los límites de la identidad se hacen más imprecisos, y por eso mismo más flexibles, permitiendo su redefinición en función de los cambiantes contextos de la lucha política. (Córdoba, 2005, p. 44)

La identidad no es, por lo tanto y desde esta perspectiva, una esencia inamovible, sino una construcción que se hace diariamente en el devenir, que cambia y se mueve conforme a decisiones concretas. En Daniel Wence, como veremos, la identidad no es una incrustación:

para qué resultarte ajeno

esta tarde precisamente

si ya sabemos que el desconocido soy todos

somos pardos / gatos pardos

para qué exaltarme por esta mañana enferma

donde brazos rotos / termómetros

y contestadoras automáticas

hacen de ti un todo nuevo

y busco en tus pómulos

en tus orejas y nariz

a un mismo que me olfateaba

el cuello para asegurar mi consistencia

y en tus pómulos no estás

como no se está en las orejas

porque los tiempos / ves

te lo dijo tu madre

han cambiado muchacho (pp. 24-25)

Este fragmento plantea una cuestión que ha sido abordada en la polémica obra de Judith Butler, El género en disputa (2007): ¿Qué articula género / sexo / deseo? Wence ofrece un ejemplo de escritura donde estos tres elementos han salido del conflicto de la norma dominante para entrar en un estadio limítrofe de la identidad, la cual está configurada, desde estos presupuestos teóricos, por los discursos normalizadores del exterior más que en el interior invisible de una persona. De acuerdo a la filósofa, existe una matriz heterosexual que opera bajo una concepción binaria del deseo, donde éste debe manifestarse bajo un orden causal de acuerdo al sexo al que se pertenece, definido a su vez por una oposición de orden metafísico, esto es, hombre y mujer. Lo que propone es que tal matriz opera en la esfera de la cultura y es histórica, se trata de una reglamentación ontológica que ordena atributos masculinos y femeninos a manera de ficción. El género es una serie de atributos culturalmente definidos y el modo en el que se constituye es performativo por medio de regulaciones normativas, así pues:

Dentro del discurso legado por la metafísica de la sustancia, el género resulta ser performativo, es decir, que conforma la identidad que se supone que es. En este sentido, el género siempre es un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda considerar preexistente a la acción […] no existe una identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se construye performativamente por las mismas “expresiones” que, al parecer, son resultado de ésta. (Butler, 2007, pp. 84-85)

Sólo la toma de conciencia de este proceso puede permitir la escritura de otras modalidades de la identidad, la cual será el resultado de sus expresiones y cuya capacidad de variar estará bajo la custodia de los límites y la resistencia a la normalización. Daniel Wence (des) (re)articula el deseo, el género y el sexo. A lo largo de sus poemas percibimos el objeto deseo fuera de los sitios convencionales, la búsqueda se desplaza a través de territorios confusos donde los enunciados proyectan el fallo de la primera persona en el discurso poético: “El desconocido soy todos”. El deseo se pierde entre las sombras del yo al tú: “y busco en tus pómulos / en tus orejas y nariz / a un mismo que me olfateaba / el cuello para asegurar mi consistencia”. El sujeto lírico necesita verificar una consistencia que ya no existe, que se pierde en el pronombre, en el cuerpo del muchacho amante, en la ciudad criminal y cómplice, por eso dice:

nadie atiende al previo aviso:

nada de incrustaciones

nada de hundimientos. (Wence, 2010, p. 26)

Ese amor que solía padecerse como una incrustación, un hundimiento en la piel del deseo, se ha vuelto una renuncia, una aceptación del nomadismo, del amor en la calle y los encuentros casuales: “así que mi pañuelo blanco / está desesperado por adiós”. El amor que antes era objeto de múltiples idealizaciones ha aterrizado a los objetos viles de la cotidianidad caótica. No hay trascendencia sino muerte, el fin de una historia de amor y el principio de la otra muerte: “porque estoy tan entretenidos / cuchicheándonos el dedo a la rodilla / que nos olvido del gatillo / a punto / de decirnos hasta nunca” (Wence, 2010).

Por otro lado, la poética de este joven también invierte un orden convencional del acto amoroso: tal no es una entrega al otro sino un intento de recuperación de sí mismo, donde el otro adquiere sentido a partir del placer propio que reclama una repetición infinita sin un lugar fijo:

y te apunté directo al enigma del arco porque ahí dicen

que ahí se guardan los secretos más oscuros con la

claridad la convicción de amar tu media vuelta verte

echado para atrás era la reconciliación del caos con las

espinas de mi lengua

y te puse un nombre en el centro

con saliva bendita ungí

la vuelta olor a trapos de prostíbulo

así estábamos dispuestos

a salir dignamente a la calle

con tus dedos enlazados a los míos aterrados. (Wence, 2010, p. 20)

Esta escena erótica del beso negro evoca prácticas alternativas de desheterosexualización del deseo. Desde la perspectiva queer, el ano es una región indefinida, perteneciente tanto a hombres como a mujeres, zona potencialmente erógena que arrebata al deseo y al placer de su nexo biologizante reproductivo, de ahí su inscripción de enigma y diversas reflexiones psicoanalíticas, principalmente de Lacan, que hacen pensar en el placer como una fuerza inseparable del lenguaje, pero al mismo tiempo en pugna, insaciable. Wence añade: “aprendimos el código de la complicidad / con las cosas naturales / (como hacer el amor del centro hacia afuera / recuperar las secreciones / en lugar de sembrarlas en cuerpo del otro)” (p. 20). Este fenómeno de la escritura sucede en la periferia del deseo o, mejor dicho, en el deseo como periferia, donde no hay un núcleo fijo sino una red de lugares prospectos para el placer. Beatriz Preciado (2002), en Manifiesto contra-sexual, explora cómo en realidad las tecnologías sexualizan zonas del cuerpo, incluso objetos3. Por este motivo en el siguiente poema el autor se propone “Fijar la fuga”:

se dice que escapamos del miedo

y que dejamos el espejo atrás

donde igual a mí / a ti

otro esperaba la revelación

a que todo hombre tiene derecho

la poesía fluidos

la poesía trocitos. (Wence, 2010, p. 23)

Para Daniel Wence el lenguaje resulta crucial en la fuga que constituye el amor, tal como la palabra viajante en términos derrideanos, es decir, que puede transportarse, ser citada en nuevos contextos generando significados distintos:

vamos chorreando

desperdigando

el eje de nuestras palpitaciones

en formas que sin nombre

desaparecen a las seis de la mañana:

mucho gusto

cuando quieras. (Wence, 2010, p. 23)

El terreno poético que pisa el autor es completamente fangoso, inestable: unas cuantas palabras desencadenan una pasión momentánea, no importan quién de los interlocutores las profiera sino el hecho de que sean proferidas, enunciadas, invocadas para generar un encuentro que siempre está destinado a la fugacidad de la calle. Todo esto porque “los tiempos / ves / te lo dijo tu madre / han cambiado muchacho” (Wence, 2010).

Nada de incrustaciones es una historia de amor con desenlace trágico. De hecho, el poemario lo anuncia con una cita de la legendaria canción Bang bang (my baby shot me down). El poema “Remembranza de la mala muerte” ubicado en el centro del cuaderno es el disparo, la bala perdida o un encuentro de ocasión. Es un texto umbrío que sugiere un encuentro sexual en un espacio público que puede ser el cuerpo mismo. La utilización de un lenguaje críptico hace del texto un complejo de relaciones poco inteligibles en un sistema convencional, pues destaca el hecho de fundir el espacio exterior con los cuerpos anónimos:

yo apretujaré tus muslos para detenerme

para estar adentro en el rincón donde

los orines y el tabaco hacen del arcoíris

el perfume más hermoso

ahí sentado en la rodilla de algún roble

[…]

nada existe en los rincones de un tranvía

que existe menos que tu vida

con hojas de laurel manchadas las mejillas

reconquistas el reino sodomita que tuviste

todos

los aquí ausentes

se desnudan y se embriagan

se desembraguetan

adorando ese perfume

todos. (Wence, 2010, p. 18)

Sería inexacto hacer una interpretación monolítica del poema como una relación sexual en la calle, a punto del amanecer, pues todo se mueve en el ámbito de la sugerencia, donde los espacios nombrados forman parte de un cuerpo polimórfico. Ese rincón público, ese arcoíris, se confunden con el cuerpo al que se le hace el amor, el autor se desliza hacia ese espacio de la no-identidad: “los aquí ausentes / se desnudan y se embriagan” (Wence, 2010), del límite marcado por un espacio sin arbitrio, anónimo, donde quien ingresa deja de ser lo que a plena luz del día se exige del sujeto. En este sitio, el yo es una ilusión gramatical, la manera de enfatizar la desorganización de los pensamientos del que enuncia. De hecho, un argumento queer consiste en identificar la clara conexión de los pensamientos con un origen exterior al sujeto:

The words I use, the thoughts I have, are bound up with my society’s construction of reality; just as I see the colours defined by the spectrum, so I perceive my sexual identity within the set of “options” determined by a cultural network of discourses. (Spargo, 1999, p. 52)

Sobre el manejo del tiempo en el poemario, cabría hacer énfasis en la discontinuidad y fragmentación, en las interrupciones gramaticales abruptas que evocan la imagen del balazo, ese instante de estupefacción, congelado no en las conjugaciones particulares de los verbos, sino en el efecto paroxístico de la confusión que generan todos en conjunto. El poema “Vayalcalú vuelve” es ilustrativo:

traías la luna metida hasta la esquina

donde se supone deberías estar estando

fuiste borrado a sorbos llorabas alcohol

yo fui testigo tu secreto lo llevo en el

bolsillo a todas partes llevo tus piedras

cerca de la boca dos lunares inventados

más abajo nos esperan un ombligo un

cóccix una muela debajo de la almohada

tu brazo quieto no te muevas o disparo.

(Wence, 2010, p. 20)

De un copretérito inicial en segunda persona pasa a un pretérito en primera persona, luego a un presente también en primera persona del singular que se desliza hacia otro en tercera persona del plural, todo para finalizar en el imperativo, en una serie de acciones que aparentemente no guardan una conexión lógica, puesto que se trata de momentos difusos de una pasión asesina cuyo objeto es inasible, inexacto, tan sólo hay que revisar el poco enlace de los elementos: luna, piedras, lunares inventados, ombligo, cóccix, muela, almohada. Tal parece que el deseo está hecho pedazos (como un cuerpo que ha sido mutilado), repartido tanto en objetos inertes como animados cuya relación gramatical está como en caída libre. Podría decirse que el texto es el sitio que los reúne si éste no presentase tal estructura discontinua. Una estructura epiléptica.

La interrupción es el rasgo que marca el poemario en su totalidad. El primer texto “Vayalcalú se acerca” anuncia que el tiempo se concentra en un solo momento de muerte:

Vayalcalú / son las doce / cuéntame una historia.

Ésta es la historia de David

llamado Pedro por algunos

que venía a buscar a un hombre

que fue enterrado vivo que

Vayalcalú / son las doce / ¿por qué no avanza el tiempo?

Ésta es la historia de Vayalcalú

que sabía quedarse quieto.

(Wence, 2010, p. 6)

Quien cuenta la historia es el protagonista cuya muerte congela el tiempo y reduce la historia a una interrupción que opera tanto en el texto como en los momentos diegéticos del poemario. Es una interrupción que marca el poemario de discontinuidades. El desenlace del cuaderno de Daniel Wence apunta:

¿Dónde le dispararon?

preguntará el tomadeclaraciones

¿Puede describir al desgraciado?

pregunta estúpida:

siempre que me disparan estoy ebrio. (2010, p. 29)

Lo que aquí sucede queda claramente descrito cuando Judith Butler evoca la crítica a la metafísica de la sustancia, término que se relaciona con Nietzsche y que Michel Haar recoge al tratar el problema de la identidad de la persona:

La gramática (la estructura de sujeto y predicado) sugirió la certeza de Descartes de que “yo” es el sujeto de “pienso”, cuando más bien son los pensamientos los que vienen a “mí”: en el fondo, la fe en la gramática solamente comunica la voluntad de ser la “causa” de los pensamientos propios. El sujeto, el yo, el individuo son tan sólo falsos conceptos, pues convierten las unidades ficticias en sustancias cuyo origen es exclusivamente una realidad lingüística (Butler, 2007, p. 78).

A partir de lo cual la Teoría Queer representa:

un desafío ontológico que desplaza las nociones burguesas de la Personalidad como única, lineal y continua, y en su lugar lo sustituye por un concepto de la Personalidad como interpresentativo, de improvisación, discontinuo y procesualmente constituido por actos repetitivos y estilizados. (Meyer en Selden, 2003, p. 310)

Independientemente del alcance que tengan estas ideas, no cabe duda de que varias poéticas contemporáneas están marcadas por este proceder, aquí se inscribe la necesidad de lecturas queer sobre obras literarias, y tal es lo que hemos querido ejemplificar en este trabajo.

Conclusiones

En estos poemas, la identidad homosexual considerada en su aspecto social, se interioriza y vive por el sujeto de una manera propia, donde éste, mediante la escritura, la modifica de un modo muy particular y se vuelve agente social. Esto significa que no nada más repite lo que aprendió respecto a la homosexualidad en cuanto a rasgos identitarios que le vienen del exterior, sino que los (y se) transforma en la vivencia poética que nos ofrece, transportando a quien lee al seno de su propia subjetividad creadora y haciéndole tomar conciencia del proceso de constituirse en una identidad que puede ser cambiada, con la cual puede experimentar para llevarla (y deslizarse) a lo desconocido.

Cuando Daniel Wence apunta como previo aviso: “Nada de incrustaciones”, el fenómeno identitario no desaparece, pero sí se vuelve más flexible, no determinado por las normas de la moralidad social sino oscurecida por las periferias de los placeres perversos. La identidad no es una incrustación fija y pétrea; por el contrario, diría que se trata de una incrustación invisible, una especie de comodín en un juego de cartas, dependiendo de la estrategia es la cara que asumirá: “yo recuerdas que traía algo encima / y no otro cuerpo / era algo que podía darte calor / perder la llave / prometer animal doméstico / tu vuelta poética” (Wence, 2010, p. 12). ¿Qué era ese algo? Yo me inclino a pensar que se trata de un signo, que el autor escribe desde lo que Elizabeth Wright (2004), evocando a Lacan, denomina “primacía del significante” cuando introduce el paso del estructuralismo inaugurado por Saussure con el binarismo significante/significado, al postestructuralismo o crítica al texto, donde “el significado es un efecto del ‘juego de significantes’ en el continuum de la experiencia” (Wright, 2004, p. 10), es decir, lo que sucede en el momento del speech, argumento sin el cual no hubiese sido posible la crítica del sujeto, como igual indica Wright.

La Teoría Queer es un modo de lectura, entre otros que igualmente pueden funcionar para el análisis de estos textos o semejantes. La razón por la que me parece estratégica se debe a que reúne varios elementos anteriormente desbalagados en otros campos del saber, lo que a su vez la vuelve flexible, interdisciplinar, aglutinante. Las primeras traducciones de esta teoría y movimiento fueron hechas en España por algunos de los autores citados a lo largo de este trabajo (Sáez, Córdoba, Preciado, Soto): y sin duda la reflexión y problemática derivadas de la adopción de un término extranjero no son nuevas. Evocando a David Córdoba, citado al inicio de este trabajo, tal adopción terminológica nos coloca en una posición doble: de extrañamiento y reconocimiento con las minorías, principalmente, de Estados Unidos. El hispanoamericanista Alfredo Villanueva Collado, quien escribe en español desde The City University of New York, también reflexiona al respecto:

Aquellos críticos que utilizan estrategias de investigación derivadas de la sexocrítica y el feminismo están explorando nuevos territorios discursivos, lo que provoca una última línea de defensa por parte de los críticos desafectados: tales estudios son ajenos a la cultura latinoamericana, tienden a contaminarla con ideas “extranjerizantes” y, por lo tanto, su aplicación constituye un acto de “agresión imperialista” si el crítico es extranjero, o una traición cultural si no lo es (Villanueva Collado, S.F., p. 5).

Este debate es de naturaleza antigua en la crítica literaria latinoamericana. También los traslados idiomáticos en la historia de la humanidad. No obstante, la riqueza de los lenguajes, incluso los hegemónicos, es que pueden ser subvertidos tal como muestran estos postulados queer, y que la reapropiación del término en otros contextos produce nuevos significados, consecuencias políticas distintas dependiendo de la cultura adoptiva4. Hegemónico entre hegemónicos, hasta Harold Bloom puede ser citado más allá de su idioma y fronteras culturales, lo que será sorpresivo e inusitado son las consecuencias.

Bibliografía

Butler, J. (2007). El género en disputa. España: Paidós. [ Links ]

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2 Los trabajos de Freud en Tres ensayos de teoría sexual (1905) abrieron la brecha para pensar la sexualidad en términos de perversión, es decir, desligada de una obligación biológica y naturalizante, pues distingue el instinto (animal) de la pulsión, caracterizada esta última por una separación de la sexualidad con respecto a su función biológica. Para Lacan, la sexualidad ya estaría enmarcada en el terreno de lo simbólico, es decir, en el lenguaje (Córdoba, 2005, pp. 27-28).

3 La contra-sexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa fuera de las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexualidad/homosexualidad. Define la sexualidad como tecnología, y considera que los diferentes elementos sexo/género denominados “hombre”, “mujer”, “homosexual”, “heterosexual”, “transexual”, así como sus prácticas e identidades sexuales no son sino máquinas, productos, instrumentos, aparatos, trucos, prótesis, redes, aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información, interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, fronteras, constreñimientos, diseños, lógicas, equipos, formatos, accidentes, detritos, mecanismos, usos, desvíos (Preciado, 2002, p. 19).

4 En la ciudad de México, del 11 al 17 de abril se llevó a cabo el IV Queer Eastern Symposium en la Universidad del Claustro de Sor Juana en 2010. Por dar un ejemplo sobre los primeros eventos académicos sobre este tema, mismos que han continuado hasta la fecha, como el Coloquio de Letras Diversas (UNAM) y el Congreso Internacional “La diversidad sexual en la literatura y las artes” (Universidad de Guadalajara y Universidad Autónoma de San Luis Potosí).

Recibido: 08 de Agosto de 2019; Aprobado: 11 de Diciembre de 2019

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