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La ventana. Revista de estudios de género

Print version ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 n.31 Guadalajara Jun. 2010

 

En la mira

 

Cuatro quintas partes

 

Esteban Garaiz Izarra*

 

Cárdenas Ayala, Elisa. El derrumbe. Jalisco, microcosmos de la revolución mexicana. México, Tusquets, 2010.

 

* Licenciado en relaciones internacionales, titular de la Unidad de fiscalización y transparencia del Ayuntamiento de Tlajomulco y ex vocal ejecutivo del IFE Jalisco. Correo electrónico: egaraiz@gmail.com

 

No tienen nada de extraño las peculiaridades del estado de Jalisco en la fase terminal del régimen porfiriano y la primera etapa de la Revolución Mexicana. Menos extraño es si observamos, como lo hace notar Elisa Cárdenas, que la agitación política que provocó la conocida entrevista de James Creelman, reportero del Pearson’s Magazine en marzo de 1908, con el viejo dictador, se manifiesta sobre todo en el ámbito urbano, es decir, en Guadalajara y dos o tres ciudades medias del estado.

El reyismo, que contó con tantas simpatías en Guadalajara y en el resto de la entidad, representa, con los matices que con detalle percibe la autora en los distintos periódicos de la época, una postura esencial de continuidad de las clases medias urbanas tapatías, con diversos grados de aspiración democrática, pero sin modificar en esencia la estructura social heredada del régimen colonial y que aún perduraba 100 años más después de la Independencia y a punto de festejar el centenario.

Fueran positivistas, liberales, científicos o conservadores, reyistas, maderistas o corralistas, poco impacto les había causado en Jalisco la advertencia de Justo Sierra, magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, del lado positivista comtiano, que ante los diputados, en 1894, había declarado:

Pues si hay cuatro quintas partes de mexicanos que son parias, señores, esto quiere decir que hay cuatro quintas partes de mexicanos que no tienen derechos; quiere decir que gran masa de la población mexicana no ha encontrado justicia todavía...

Pero tampoco se observa en los pronunciamientos de los periódicos tapatíos, tan puntualmente registrados en el libro, ningún eco de importancia de los 50 subversivos clubes de orientación anarquista-socialista y abiertamente antireelecionista que, llegados de toda la República, fundaron en San Luis Potosí el 5 de febrero de 1901 el Partido Liberal Mexicano, ni de la prohibición de todas sus publicaciones y del destierro de sus dirigentes a los Estados Unidos en 1903, ni de la redacción en San Luis Missouri del Programa del Partido Liberal, cuyos puntos centrales habría de incluir en 1917 la nueva Constitución revolucionaria.

Mucho menos se hacían eco de lo que el más ilustre de los jaliscienses, Mariano Otero, había expuesto lúcidamente en su Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política en la República Mexicana, 60 años antes, al afirmar que "la organización de la propiedad es el principio generador de los fenómenos sociales", que "el cambio general debe comenzar por las relaciones materiales de la sociedad" y que "la propiedad mal repartida produce las más funestas consecuencias".

Repercusión llegada del exterior, en cambio, la venida de Roma, a partir de la encíclica Rerum Novarum de León XIII en 1891, que sacude a la sociedad letrada tapatía, sobre todo a continuación del Concilio Plenario de Obispos Latinoamericanos, organizado por el Vaticano en 1899. Como dice la autora, "es un movimiento poco conocido por la historiográfica regional". Se puede afirmar que es ésta la aportación más importante de este libro, ahora traducido al español.

Observa Cárdenas que no todo Jalisco era reyista para desembocar en antirreeleccionismo de la línea nacional. El segundo fenómeno en Jalisco es de inspiración católica y se velaba dentro de la acción social.

En Europa, en pleno capitalismo industrial, las relaciones entre obreros y patrones están en el centro del debate social. El movimiento anarquista y socialista plantea de diversos modos la lucha de clases. Surge entonces como alternativa la doctrina social católica. En la encíclica Rerum Novarum se abordan como problemas de la sociedad moderna: la desigualdad social, la discriminación, la explotación de los trabajadores industriales con jornadas exhaustivas y mísera remuneración; y se atribuyen al liberalismo.

También hay que oponerse al socialismo y al anarquismo, vistos como derivados del liberalismo. Así, "la Iglesia pasó a propuestas movilizadoras". En México, y en especial en Jalisco, se encuentra con el ambiente antiliberal derivado de las leyes de Reforma. La doctrina social, por la justicia social, ofrece un resurgimiento sin precedentes a la Iglesia católica en México. En Ciudad Guzmán el padre Silviano Castillo funda la Unión Católica de Obreros.

Resulta necesario hacer mención aquí, así sea breve, de la creación en Oaxaca en 1909, luego del Cuarto Congreso Católico Nacional, del Círculo de Estudios de Nuestra Señora de Guadalupe, reconocido más brevemente como los Operarios Guadalupanos. Elisa Cárdenas le da, como corresponde, una amplia cobertura. A pesar del nombre oficioso, no se trata de un grupo de obreros como los muchos que proliferaron en Europa a la sombra de la Rerum Novarum en defensa de sus legítimos derechos laborales y que incluso duraron muy activos hasta que Juan Pablo II decidió echar marcha atrás sistemáticamente en los acuerdos del Concilio Vaticano II.

Como puntualiza la autora, todos los Operarios Guadalupanos eran miembros de las élites y la mayoría contaba con una formación profesional de alto nivel. Si los seis fundadores eran de diversas entidades nacionales, en Jalisco la organización prendió de manera relevante. No obstante que las posiciones no eran siempre coincidentes sobre lo entendido como democracia social o democracia cristiana o, sobre la conveniencia de participar en política, se dejan ver en su actuación muy discreta, aunque no de forma secreta, una serie de rasgos que después se habrían de manifestar en el siglo XX y también ahora.

En todo caso, el proceso culminó con la fundación del Partido Católico Nacional en 1911 y la alianza política con el maderismo que, según nota la autora, "transformado en movimiento armado, atrajo sobre todo a los medios rurales, que le aportaron sus propias reivindicaciones".

En Jalisco también se reflejó el enorme interés que tomó el Vaticano por la prensa periódica como eficaz medio de difusión. Aprovechar la libertad de prensa era la consigna vaticana. Empeño encomiable si recordamos que todavía hoy el tiraje total de diarios no alcanza ni 2% de los jaliscienses. No se pudo librar del instinto prohibitivo de la jerarquía mexicana, que inició una fuerte campaña contra la "prensa impía".

Nada se sabe de que se hayan preocupado por la situación de los 12 millones de peones y sus familias en un país abrumadoramente rural de 15 millones de habitantes. Para entonces, después de las compañías deslindadoras, 830 terratenientes poseían 97% de la superficie rural; sólo 2% estaba en manos de pequeños propietarios, incluidos los alteños, y 1% era tierras comunales.

Para los tapatíos parece haber pasado desapercibida la II Conferencia Internacional Americana, celebrada en México de octubre de 1901 a enero de 1902, a propuesta de los Estados Unidos, pero empezó la hostilidad estadounidense hacia los floresmagonistas y avanzó el panamericanismo.

Sólo un reclamo quiero hacerle a nuestra autora, después de esta espléndida y exhaustiva investigación. Un reclamo muy injusto, porque es por lo que Cárdenas no escribió en el libro.

Como muy bien detalla la autora, es absolutamente comparable la agitación política que despertó en Jalisco la famosa entrevista Díaz-Creelman, con el surgimiento del catolicismo social en Jalisco provocado por la encíclica papal Rerum Novarum de León XIII en 1891. Pero es necesario hacer otro paralelismo: así como la encíclica es, a su vez, la reacción papal al socialismo y al anarquismo de la Europa urbana del siglo XIX, así también la entrevista de James Creelman a Porfirio Díaz en 1908 es la reacción frente al Programa del Partido Liberal de los Flores Magón y a las huelgas de Cananea, Sonora, y de Río Blanco, Veracruz, en 1906 y 1907, respectivamente.

Al nuevo epicentro del capitalismo mundial le urgía adelantarse a la revolución que ya rugía en México, y contrarrestarla con una democracia sin contenido social, gatopartidista, trigarante. De todos modos no la pudo evitar a la muerte de Madero. El mismo Madero había licenciado a las tropas revolucionarias que lo llevaron al poder, dejando intacto y haciendo suyo el ejército profesional porfiriano bajo el mando de Victoriano Huerta, al que envió a combatir a los zapatistas que lucharon a su lado para derrocar a Porfirio Díaz.

La predemocracia se llevó todo el siglo XX; y se quedó a medias.

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