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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.3 no.22 Guadalajara dic. 2005

 

En la mira

¿Qué día es hoy?

M. Cristina da Fonseca


Capítulo I

  • 1. ¿Qué día es hoy?, preguntas desde el olvido, ese olvido inmenso que crece de ti.

Recorro entonces la semana para escoger el “martes” y ponerlo a tu alcance.

El día flota frente a tus oídos que lo miran y dejan escapar para extraviarse por no sé qué sorda circunvalación de tus anestesiados pensamientos.

¿Qué día es hoy?, repreguntas.

“Martes, martes”, de nuevo me escucho responder.

Sin retener las dos sílabas designantes de la fecha, vuelves a preguntar, ¿qué día es hoy? Y yo vuelvo a responder.

Esta vez algo en ti atrapa mi voz y repite: “Sí, hoy es martes” y yo me tranquilizo.

Al cabo de un instante, sin embargo, desde el territorio de la desmemoria donde te encuentras, regresas sobre lo mismo.

(Tu cerebro es un calendario elusivo. Ni meses ni semanas circulan por la inestable consistencia de sus hojas.

Perdida entre el hoy, el ayer y el mañana, ignoras la hora en que vives y permaneces suspendida en un borroso proceso de morir).

En vano te vengo a buscar. Con un añejo vestido de lentejuelas (¿pronta a asistir a un festejo celebrado hace mucho?), permaneces en el lecho enmarcada por un manojo de deterioradas fotografías e instalada en un obstinado qué día es hoy. No acierto a comprender qué sueño extraño te succiona desde dentro.

Con el sigilo de quien se acerca a un monumento carcomido por el tiempo, me instalo a la vera de tu ausencia para echarte de menos y sostener nuestros frágiles recuerdos.

Tu contraído entendimiento alumbra un espacio cada vez más breve, delgado territorio de lucidez del cual entro y salgo sin dejar vestigios. ¡Ceso de estar allí apenas miras hacia otro sitio!

  • 2. Desde el no lugar donde me abandonas, escucho como incapaz de contener mi presencia, indagas por qué no he venido.

“Estoy aquí”, digo y repito disuelta en lo oscuro. Entonces, reinicias los ritos de bienvenida.

¿Pero, qué día es hoy?, exclamas jugando a ser el incansable eco de ti misma.

(La voz se te escapa... Sorda a cuanto acabas de decir, lo repites una y otra vez sólo para volver a olvidarlo y volver a decirlo).

¿Son tuyas en realidad esas frases siempre en tránsito que envejecen los oídos? ¿Eres tú quien, desde un tiempo sin nombre ni apellido, repite y repite la misma irritante pregunta? (Hablas con un trozo de tinieblas en la boca. Pero, ríes. Eres vaso vacío, un recipiente agujereado que gotea olvidos. Pero, no estás triste).

En busca de tus propias noticias, caminas, a veces, hacia el espejo. Enfrentas sus ojos lisos y pulidos, deseosa de comprobar si te repiten. ¿Quién es esa?, exclamas ante el evasivo rostro que no te confirma.

(Tú ya no eres tan tú).

Otras tardes, soy yo quien acerco mi cara a la tuya... no quiero perderme por entre los dedos del vacío. Algún golpe de desmemoria puede borrarme de tu vida y no, no quiero naufragar en los apagones de tu espíritu.

No has muerto de corazón entero, mas el olvido me mira desde tus pupilas. Pronto puede tragarse mi nombre y disolverme. Para guiarte en medio de sus turbulencias, contigo llevas una fotografía, brújula de papel donde escribiste mi nombre y la palabra hija.

¡Yo aún soy yo para ti!

Repites, a veces, la vida de todas las mujeres de la familia y eres una conmigo, una con tu hermana, una con tus nietas y contagias tu viudez a quienes te rodean. “Hemos perdido a nuestro esposo”, dices, estamos viudas como si todas las mujeres de tu estirpe, todas nos confundiéramos en ti. Como un líquido sin forma tus recuerdos se derraman hasta confundirse con los nuestros.

  • 3. ¿Qué oscuro rencor induce a los objetos a desaparecer frente a ti? ¿En qué momento dejaron las cucharas de ser cucharas y los vasos, vasos? ¿En qué momento cesaron los lugares de encontrarse contigo? Ignoro la razón, pero la plaza ya no se asoma amigable y conocida a través de tus ventanas. Las calles han iniciado la errática costumbre de precipitarte en sitios indescifrables.

Desovillo el hilo capaz de conducirme por tu extravío. Libre del peso del ayer, deambulas por fronteras irreversibles, flotante entre la preterición y la remembranza. Recitando una y otra vez, un lejano ¿dime, recuerdas esa vieja canción?

(A tu sombra, el día se pudre.

A tu sombra, las horas son entierro.

A tu sombra, el sol se debilita).

¿Qué puedo hacer sino abandonarte?

Ni siquiera al dormir me alejo de ti: te sueño comiendo semillas de loto, hundidos los pies en las aguas de un muy antiguo río.

Quisiera olvidarte junto al montón de fotografías borrosas apiladas sobre tu cama. Dejarte estática y detenida en un lento proceso de repetirte, metamorfoseándote en copia de alguna borrosa fotografía.

Quisiera dar la espalda a la continua necesidad de ponerle nombre al tiempo. Mas sé bien que aun a la distancia, tus preguntas quebrantarán el aire. Una y otra vez, una y otra vez.

Y me quedo a tu lado, haciendo lo único que puedo hacer: reír cuando ríes, acompañarte cuando de nuevo embarazada te aprontas de nuevo a darme luz, escuchar cuando me digas hoy, yo no soy yo... contestar cada vez cuando preguntes ¿qué días es hoy?

Capítulo II

¿Martes?, ¿enero?, ¿o febrero?, ¿o mayo?

¿Qué día es hoy?

  • 1. ¿Qué día es hoy?, preguntas desde el olvido, ese olvido inmenso que crece de ti.

Recorro entonces la semana para escoger el “martes” y ponerlo a tu alcance.

El día flota frente a tus oídos que lo miran y dejan escapar para extraviarse por no sé qué sorda circunvalación de tus anestesiados pensamientos.

¿Qué día es hoy?, repreguntas.

“Martes, martes”, de nuevo me escucho responder.

Sin retener las dos sílabas designantes de la fecha, vuelves a preguntar, ¿qué día es hoy? Y yo vuelvo a responder.

Esta vez algo en ti atrapa mi voz y repite: “Sí, hoy es martes” y yo me tranquilizo.

Al cabo de un instante, sin embargo, desde el territorio de la desmemoria donde te encuentras, regresas sobre lo mismo.

(Tu cerebro es un calendario elusivo. Ni meses ni semanas circulan por la inestable consistencia de sus hojas.

Perdida entre el hoy, el ayer y el mañana, ignoras la hora en que vives y permaneces suspendida en un borroso proceso de morir).

En vano te vengo a buscar. Con un añejo vestido de lentejuelas (¿pronta a asistir a un festejo celebrado hace mucho?), permaneces en el lecho enmarcada por un manojo de deterioradas fotografías e instalada en un obstinado qué día es hoy. No acierto a comprender qué sueño extraño te succiona desde dentro.

Con el sigilo de quien se acerca a un monumento carcomido por el tiempo, me instalo a la vera de tu ausencia para echarte de menos y sostener nuestros frágiles recuerdos.

Tu contraído entendimiento alumbra un espacio cada vez más breve, delgado territorio de lucidez del cual entro y salgo sin dejar vestigios. ¡Ceso de estar allí apenas miras hacia otro sitio!

  • 2. Desde el no lugar donde me abandonas, escucho como incapaz de contener mi presencia, indagas por qué no he venido.

“Estoy aquí”, digo y repito disuelta en lo oscuro. Entonces, reinicias los ritos de bienvenida.

¿Pero, qué día es hoy?, exclamas jugando a ser el incansable eco de ti misma.

(La voz se te escapa... Sorda a cuanto acabas de decir, lo repites una y otra vez sólo para volver a olvidarlo y volver a decirlo).

¿Son tuyas en realidad esas frases siempre en tránsito que envejecen los oídos? ¿Eres tú quien, desde un tiempo sin nombre ni apellido, repite y repite la misma irritante pregunta?

(Hablas con un trozo de tinieblas en la boca. Pero, ríes. Eres vaso vacío, un recipiente agujereado que gotea olvidos. Pero, no estás triste).

En busca de tus propias noticias, caminas, a veces, hacia el espejo. Enfrentas sus ojos lisos y pulidos, deseosa de comprobar si te repiten. ¿Quién es esa?, exclamas ante el evasivo rostro que no te confirma.

(Tú ya no eres tan tú).

Otras tardes, soy yo quien acerco mi cara a la tuya... no quiero perderme por entre los dedos del vacío. Algún golpe de desmemoria puede borrarme de tu vida y no, no quiero naufragar en los apagones de tu espíritu.

No has muerto de corazón entero, mas el olvido me mira desde tus pupilas. Pronto puede tragarse mi nombre y disolverme. Para guiarte en medio de sus turbulencias, contigo llevas una fotografía, brújula de papel donde escribiste mi nombre y la palabra hija.

¡Yo aún soy yo para ti!

Repites, a veces, la vida de todas las mujeres de la familia y eres una conmigo, una con tu hermana, una con tus nietas y contagias tu viudez a quienes te rodean. “Hemos perdido a nuestro esposo” dices, estamos viudas como si todas las mujeres de tu estirpe, todas nos confundiéramos en ti. Como un líquido sin forma tus recuerdos se derraman hasta confundirse con los nuestros.

  • 3. ¿Qué oscuro rencor induce a los objetos a desaparecer frente a ti? ¿En qué momento dejaron las cucharas de ser cucharas y los vasos, vasos? ¿En qué momento cesaron los lugares de encontrarse contigo? Ignoro la razón, pero la plaza ya no se asoma amigable y conocida a través de tus ventanas. Las calles han iniciado la errática costumbre de precipitarte en sitios indescifrables.

Desovillo el hilo capaz de conducirme por tu extravío. Libre del peso del ayer, deambulas por fronteras irreversibles, flotante entre la preterición y la remembranza. Recitando una y otra vez, un lejano ¿dime, recuerdas esa vieja canción?

(A tu sombra, el día se pudre.

A tu sombra, las horas son entierro.

A tu sombra, el sol se debilita).

¿Qué puedo hacer sino abandonarte?

Ni siquiera al dormir me alejo de ti: te sueño comiendo semillas de loto, hundidos los pies en las aguas de un muy antiguo río.

Quisiera olvidarte junto al montón de fotografías borrosas apiladas sobre tu cama. Dejarte estática y detenida en un lento proceso de repetirte, metamorfoseándote en copia de alguna borrosa fotografía.

Quisiera dar la espalda a la continua necesidad de ponerle nombre al tiempo. Mas sé bien que aun a la distancia, tus preguntas quebrantarán el aire. Una y otra vez, una y otra vez.

Y me quedo a tu lado, haciendo lo único que puedo hacer: reír cuando ríes, acompañarte cuando de nuevo embarazada te aprontas de nuevo a darme luz, escuchar cuando me digas, yo no soy yo... contestar cada vez cuando preguntes ¿que día es hoy?

Capítulo III

  • 1. ¿Martes?, ¿enero?, ¿o febrero?, ¿o mayo?

¿Qué día es hoy?, preguntas desde el olvido, ese olvido inmenso que crece de ti.

Recorro entonces la semana para escoger el “martes” y ponerlo a tu alcance.

El día flota frente a tus oídos que lo miran y dejan escapar para extraviarse por no sé qué sorda circunvalación de tus pensamientos.

¿Qué día es hoy?, repreguntas.

  • 2. “Martes, martes” de nuevo me escucho responder.

Sin retener las dos sílabas designantes de la fecha, vuelves a preguntar, ¿qué día es hoy? Y yo vuelvo a responder.

Esta vez algo en ti atrapa mi voz y repite: “Sí, hoy es martes” y yo me tranquilizo.

Al cabo de un instante, sin embargo, desde el territorio de la desmemoria donde te encuentras, regresas sobre lo mismo.

(Tu cerebro es un calendario borroso. Ni meses ni semanas circulan por la inestable consistencia de sus hojas.

Perdida entre el hoy, el ayer y el mañana, ignoras la hora en que vives).

En vano te vengo a buscar. Con un añejo vestido de lentejuelas (¿pronta a asistir a un festejo celebrado hace mucho?), permaneces replegada en el lecho, rodeada de ajadas fotografías, instalada en un obstinado qué día es hoy.

Con el sigilo de quien se acerca a un frágil monumento carcomido por el tiempo, me instalo a la vera de tu ausencia para echarte de menos y sostener nuestros recuerdos.

Tu contraído entendimiento alumbra un espacio cada vez más breve, delgado territorio de lucidez del cual entro y salgo sin dejar vestigios. ¡Ceso de estar allí apenas miras hacia otro sitio!

Desde el no lugar donde me abandonas, escucho como incapaz de contener mi presencia, indagas por qué no he venido.

“Estoy aquí”, digo y repito disuelta en lo oscuro. Entonces, reinicias los ritos de bienvenida.

¿Pero, qué día es hoy?, exclamas jugando a ser el incansable eco de ti misma.

(La voz se te escapa...

Sorda a cuanto acabas de decir, lo repites una y otra vez sólo para volver a olvidarlo y volver a decirlo).

¿Son tuyas en realidad esas frases siempre en tránsito que envejecen los oídos? ¿Eres tú quien, desde un tiempo sin nombre ni apellido, repite y repite la misma irritante pregunta?

  • 3. (Hablas con un trozo de tinieblas en la boca. Pero, ríes. Eres vaso vacío, un recipiente agujereado que gotea olvidos. Sin embargo, no pareces triste).

En busca de tus propias noticias, caminas, a veces, hacia el espejo. Enfrentas sus ojos lisos y pulidos, deseosa de comprobar si te repiten. ¿Quién es esa?, exclamas ante al rostro que evasivo no te confirma.

(Tú ya no eres tan tú).

Otras tardes, soy yo quien acerco mi cara a la tuya... no quiero que se escape por entre los dedos del vacío. Algún golpe de desmemoria puede borrarme de tu vida. No, no quiero naufragar en los apagones de tu espíritu.

No has muerto de corazón entero, pero el olvido mira desde tus pupilas, pronto a tragarse mi nombre y disolverme.

Como brújula para guiarte en medio de sus turbulencias, contigo llevas una fotografía en la que para no perder el recuerdo, escribiste mi nombre y la palabra hija.

¡Yo aún soy yo para ti!

¿Qué oscuro rencor induce a los objetos a desaparecer frente a ti? ¿En qué momento dejaron las cucharas de ser cucharas y los lugares de encontrarse contigo? Ignoro la razón, pero la plaza ya no se asoma amigable y conocida a través de las ventanas. Y tu calle ha iniciado la errática costumbre de precipitarte en sitios indescifrables.

Desovillo el hilo capaz de conducirme por tu extravío. Libre del peso del ayer, deambulas por fronteras irreversibles, flotante entre la preterición y la remembranza. Recitando una y otra vez, el ¿dime, recuerdas esa vieja canción?, de un poema lejano.

(A tu sombra, el día se pudre.

A tu sombra, las horas son entierro.

A tu sombra, el sol se debilita).

¿Qué puedo hacer sino abandonarte?

Quisiera olvidarte junto al montón de fotografías borrosas apiladas sobre tu cama. Dejarte estática y detenida en un lento proceso de repetirte, metamorfoseándote en copia de una borrosa fotografía.

Quisiera dar la espalda a la continua necesidad de ponerle nombre al tiempo. Mas sé bien que aun a la distancia, tus preguntas quebrantarán el aire. Una y otra vez, una y otra vez. Y me quedo a tu lado, haciendo lo único que puedo hacer: reír cuando te ríes, pasarte el ajado vestido de lentejuelas para que asistas a algún matrimonio celebrado ya hace mucho o acompañarte cuando de nuevo embarazada partes a la clínica a darme luz, una y otra vez.

Y contestar cada vez cuando preguntes: ¿qué día es hoy?

Capítulo IV

  • 1. ¿Martes?, diciembre, agosto y julio.

¿Qué día es hoy?, preguntas desde el olvido, ese olvido inmenso que crece de ti.

Recorro entonces la semana para escoger el “martes” y ponerlo a tu alcance.

El día flota frente a tus oídos que lo miran y dejan escapar para extraviarse por no sé qué sorda circunvalación de tus anestesiados pensamientos. ¿Qué día es hoy?, repreguntas.

“Martes, martes”, de nuevo me escucho responder.

Sin retener las dos sílabas designantes de la fecha, vuelves a preguntar, ¿qué día es hoy? Y yo vuelvo a responder.

Esta vez algo en ti atrapa mi voz y repite: “Sí, hoy es martes” y yo me tranquilizo.

Al cabo de un instante, sin embargo, desde el territorio de la desmemoria donde te encuentras, regresas sobre lo mismo.

(Tu cerebro es un calendario elusivo. Ni meses ni semanas circulan por la inestable consistencia de sus hojas.

Perdida entre el hoy, el ayer y el mañana, ignoras la hora en que vives y permaneces suspendida en un borroso proceso de morir).

En vano te vengo a buscar. Con un añejo vestido de lentejuelas (¿pronta a asistir a un festejo celebrado hace mucho?), permaneces en el lecho enmarcada por un manojo de deterioradas fotografías e instalada en un obstinado qué día es hoy. No acierto a comprender qué sueño extraño te succiona desde dentro.

Con el sigilo de quien se acerca a un monumento carcomido por el tiempo, me instalo a la vera de tu ausencia para echarte de menos y sostener nuestros frágiles recuerdos.

Tu contraído entendimiento alumbra un espacio cada vez más breve, delgado territorio de lucidez del cual entro y salgo sin dejar vestigios. ¡Ceso de estar allí apenas miras hacia otro sitio!

  • 2. Desde el no lugar donde me abandonas, escucho como incapaz de contener mi presencia, indagas por qué no he venido.

“Estoy aquí”, digo y repito disuelta en lo oscuro. Entonces, reinicias los ritos de bienvenida.

¿Pero, qué día es hoy?, exclamas jugando a ser el incansable eco de ti misma.

(La voz se te escapa...

Sorda a cuanto acabas de decir, lo repites una y otra vez sólo para volver a olvidarlo y volver a decirlo).

¿Son tuyas en realidad esas frases siempre en tránsito que envejecen los oídos? ¿Eres tú quien, desde un tiempo sin nombre ni apellido, repite y repite la misma irritante pregunta?

(Hablas con un trozo de tinieblas en la boca. Pero, ríes.

Eres vaso vacío, un recipiente agujereado que gotea olvidos. Pero, no estás triste).

En busca de tus propias noticias, caminas, a veces, hacia el espejo. Enfrentas sus ojos lisos y pulidos, deseosa de comprobar si te repiten. ¿Quién es ésa?, exclamas ante el evasivo rostro que no te confirma.

(Tú ya no eres tan tú).

Otras tardes, soy yo quien acerco mi cara a la tuya... no quiero perderme por entre los dedos del vacío. Algún golpe de desmemoria puede borrarme de tu vida y no, no quiero naufragar en los apagones de tu espíritu.

No has muerto de corazón entero, mas el olvido me mira desde tus pupilas. Pronto puede tragarse mi nombre y disolverme. Para guiarte en medio de sus turbulencias, contigo llevas una fotografía, brújula de papel donde escribiste mi nombre y la palabra hija.

¡Yo aún soy yo para ti!

Repites, a veces, la vida de todas las mujeres de la familia y eres una conmigo, una con tu hermana, una con tus nietas y contagias tu viudez a quienes te rodean. “Hemos perdido a nuestro esposo”, dices, estamos viudas como si todas las mujeres de tu estirpe, todas nos confundiéramos en ti. Como un líquido sin forma tus recuerdos se derraman hasta confundirse con los nuestros.

  • 3. ¿Qué oscuro rencor induce a los objetos a desaparecer frente a ti? ¿En qué momento dejaron las cucharas de ser cucharas y los vasos, vasos? ¿En qué momento cesaron los lugares de encontrarse contigo? Ignoro la razón, pero la plaza ya no se asoma amigable y conocida a través de tus ventanas. Las calles han iniciado la errática costumbre de precipitarte en sitios indescifrables.

Desovillo el hilo capaz conducirme por tu extravío. Libre del peso del ayer, deambulas por fronteras irreversibles, flotante entre la preterición y la remembranza. Recitando una y otra vez, un lejano ¿dime, recuerdas esa vieja canción?

(A tu sombra, el día se pudre.

A tu sombra, las horas son entierro.

A tu sombra, el sol se debilita).

¿Qué puedo hacer sino abandonarte?

Ni siquiera al dormir me alejo de ti: te sueño comiendo semillas de loto, hundidos los pies en las aguas de un muy antiguo río.

Quisiera olvidarte junto al montón de fotografías borrosas apiladas sobre tu cama. Dejarte estática y detenida en un lento proceso de repetirte, metamorfoseándote en copia de alguna borrosa fotografía.

Quisiera dar la espalda a la continua necesidad de ponerle nombre al tiempo. Mas sé bien que aun a la distancia, tus preguntas quebrantarán el aire. Una y otra vez, una y otra vez.

Y me quedo a tu lado, haciendo lo único que puedo hacer: reír cuando ríes, acompañarte cuando de nuevo embarazada te aprontas de nuevo a darme luz, escuchar cuando me digas hoy, yo no soy yo... contestar cada vez cuando preguntes ¿qué días es hoy?

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* M. Cristina da Fonseca. Escritora y abogada criminóloga. Correo electrónico: cuentamarilla@hotmail.com

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