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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.18 n.72 Toluca Apr./Jun. 2012

 

Migraciones globales y reterritorialización de los espacios locales: una aproximación tridimensional

 

Global migrations and reterritorialization of local spaces: a three-dimensional approach

 

Francisco Entrena-Durán

 

Universidad de Granada

 

Este artículo fue
recibido el 7 de agosto de 2010
aprobado el 2 de diciembre de 2010.

 

Resumen

Las actuales migraciones mundiales constituyen uno de los más importantes factores de globalización. Sin embargo, de igual manera que las consecuencias de la globalización se materializan principalmente a escala local, tales migraciones tienen efectos de intensidad y magnitud variables sobre los espacios locales emisores o receptores de ellas. Efectos considerados aquí como procesos de reterritorialización de esos espacios, los cuales experimentan transformaciones, de menor o mayor magnitud, analizadas en el artículo desde una perspectiva tridimensional, que incluye los aspectos socioeconómico, político-institucional y simbólico-cultural. Obviamente estas tres dimensiones actúan conjunta e interrelacionadamente, pero se examinan por separado sus diferentes manifestaciones y características, con el propósito de llevar a cabo un estudio sistemático de los impactos locales de las migraciones, así como explicitar lo que acerca de cada una de las dimensiones mencionadas ha de tomarse en cuenta en las investigaciones sobre los efectos locales de migraciones específicas. De esta forma, la estructura analítica tridimensional desarrollada en este trabajo queda lo suficientemente definida para poder servir de paradigma metodológico en el estudio totalizador de diferentes casos concretos.

Palabras clave: migraciones globales, espacios locales, glocalización, reterritorialización, dimensiones socioeconómica, político-institucional y simbólico-cultural.

 

Abstract

Current world migrations are one of most important globalization factors. However, in the same way that the outcomes of globalization are mainly materialized at a local scale, such migrations have effects of variable intensity and magnitude on either local spaces pushing out or receiving them. These effects are viewed here as processes of reterritorialization of those spaces, which, as a result, undergo transformations, of changeable degree, analysed in the article from a perspective that includes the socio-economic, political-institutional and symbolic-cultural dimensions. Obviously these three dimensions act in a combined and interrelated way, but their different manifestations and characteristic are examined separately. The purpose of it is to carry out a systematic study on the local impacts of migrations, as well as specifying what one has to take into account about each one of the said dimensions when researching on the local effects of particular migrations. This way, the three-dimensional analytic structure proposed in this work becomes enough defined to constitute a methodological paradigm appropriate for the overall investigation of different concrete cases.

Key words: global migrations, local spaces, glocalization, reterritorialization, socio-economic, political-institutional and symbolic-cultural dimensions.

 

Introducción

La expresión "espacios locales" es polisémica e imprecisa, por lo que será necesario explicar qué se entiende por ella y sus dimensiones sociogeográficas en cada caso que se acote como objeto de estudio. Específicamente, cuando aquí se habla de espacios locales se hace alusión a diferentes niveles de interacción social o contextos socio-geográficos, tales como la municipalidad, la región o el Estado nación. Cada uno de esos niveles o contextos debe ser considerado desde el punto de vista de sus respectivas relaciones dialécticas con ese otro nivel de interacción social o contexto sociogeográfico que opera a escala mundial. Por consiguiente, cualquier espacio geográfico que, tomando en cuenta una serie de características definitorias del mismo, escojamos como espacio de investigación empírica, puede ser considerado como un espacio local más o menos inserto en la globalización o glocalizado; es decir, como un espacio que está en una interacción dialéctica, de variable grado de intensidad según los casos, con esa dimensión sociogeográfica más amplia que constituye los procesos de globalización. Estos procesos se manifiestan, desde la década de 1980, como una elevada, frecuente y acelerada circulación, en todas las direcciones del planeta, de flujos de personas, ideas y mercancías.

Dentro de esa circulación global ocupan un lugar relevante los fenómenos migratorios mundiales de larga distancia o intercontinentales, los cuales han sido claves en la evolución de las dinámicas socioeconómica, político-institucional y simbólico-cultural del mundo moderno; sobre todo desde del siglo XIX (Mckeown, 2004). Actualmente se observa no solo una gran movilidad de personas de unos continentes a otros, también flujos migratorios en todas las direcciones del planeta y en su generalidad territorial. Pero esos flujos difieren claramente en magnitud e intensidad, son más fuertes en algunas direcciones y más concentrados en unas zonas del mundo que en otras. Así, en las décadas recientes, la migración ha ido preferentemente desde los países más pobres del hemisferio sur hacia los más ricos del hemisferio norte; es decir, ha estado determinada por las marcadas asimetrías en el desarrollo de ambos hemisferios (Colomo, 2001: 38).

La globalización ha hecho que la composición de los flujos migratorios sea mucho más heterogénea que en etapas anteriores, tanto en lo que respecta a los orígenes de los migrantes como a sus características personales.

Asia, África y América Latina han sustituido a Europa como principales zonas de procedencia (Arango, 2003: 25). Además, durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI se han ampliado y diversificado los países de destino, a la vez que se ha intensificado la corriente de latinoamericanos hacia Europa (mayormente, hacia España), Japón y Canadá, lo que ha hecho que Europa, Asia y América del Norte sean los espacios continentales que han recibido en los últimos años los principales contingentes migratorios (CONAPO, 2004: 12-13; Aja, 2004: 11).

Como rasgos más sobresalientes de las migraciones globales de los últimos años podemos destacar: i) un crecimiento de los migrantes refugiados que huyen de los conflictos, de las dictaduras e incluso del peligro de morir de hambre, por ello, es bastante difícil distinguir entre refugiados y migrantes económicos (Entrena et al, 1994). ii) una fuerte elevación de los migrantes indocumentados o "sin papeles". iii) un gran aumento de las mujeres que emigran solas, muchas de ellas desde Latinoamérica hacia España. iv) un apreciable número de trabajadores cualificados entre los migrantes. v) un desmesurado incremento de los trabajadores no cualificados, cuya situación es mucho peor que la de los cualificados, aunque no tan grave como la de los indocumentados.

 

Migración y reterritorialización de los espacios locales

Cualquier migración suele tener efectos de magnitud e intensidad variables, según los casos, sobre los espacios locales de partida y asentamiento, ya sean éstos considerados a escala de municipalidades, regiones o países completos. Los estudios a este respecto son muy numerosos, pero son pocos los que encaran los fenómenos migratorios desde la perspectiva de los procesos de reterritorialización que conllevan, y, cuando lo hacen, usualmente se restringen a la dimensión meramente cultural de tales procesos (Merino, 2008; Calderón y Szmukler, 2000), cuyos efectos e implicaciones, además, suelen limitar a los inmigrantes y determinar como se reubican y redefinen su identidad en el territorio receptor (Appadurai, 1990 y 1996; García-Canclini, 1995).

Faltan, a mi entender, estudios de los procesos de reterritorialización, que en mayor o menor medida conllevan las migraciones, desde enfoques totalizadores, no circunscritos únicamente a la dimensión simbólico-cultural. Estudios que, además, tomen en cuenta las dimensiones socioeconómica y político-institucional, y que posibiliten una comprensión más global y adecuada de los efectos territoriales locales de las migraciones. Por tanto, cuando a continuación se habla de reterritorialización no se hace referencia solo a la forma en que los inmigrantes se reubican o reterritorializan en el espacio donde se asientan, sino también a como las migraciones, por lo general, suscitan reterritorializaciones que, con variable intensidad y magnitud según los casos, afectan al conjunto de la población y de los espacios locales emisores o receptores de ellas.

Para entender tales reterritorializaciones, que aquí se sostiene solo pueden ser percibidas en su totalidad desde una perspectiva tridimensional que analice integradamente lo socioeconómico, lo político-institucional y lo simbólico-cultural, hay que tener presente que el proceso mediante el cual un espacio natural-físico determinado se torna en un espacio o escenario social puede ser conceptuado como un proceso de territorialización; esta conlleva un conjunto organizado de acciones sociales (entendido lo social en el sentido tridimensional antedicho), a través de las que el espacio natural-físico deviene en territorio; es decir, llega a ser un espacio socialmente diferenciado y limitado, sobre el que se constituye un escenario de acción y de relaciones sociales.

En realidad, lo que sucede y ha sucedido en la generalidad de los espacios locales del planeta son procesos de reterritorialización, ya que, en dichos espacios, por más que retrocedamos en el tiempo, siempre encontramos una población anterior que ha llevado a cabo acciones colectivas territorializadoras. De acuerdo con esto, se entiende aquí por reterritorialización al proceso o conjunto de procesos tendentes a la reconfiguración y la resignificación socio-económica, político-institucional y simbólico-cultural de un determinado territorio; es decir, a su reconstrucción o reestructuración como un nuevo escenario social, ya sea por acción de una población nueva o por efecto de algún cambio en la estructura social de sus habitantes.

Entre los factores de dicha reconstrucción o reestructuración, que son muy diversos, ocupan un lugar destacado las migraciones, ya que es usual que se experimenten modificaciones y redefiniciones de las estructuras socioeconómicas, político-institucionales y simbólico-culturales de los espacios locales afectados por ellas. Estas modificaciones, si bien inicialmente suelen ser más patentes en los espacios locales emisores, también se manifiestan con intensidad variable, a corto o medio plazo, en los espacios receptores. Particularmente, hablando de espacios locales a escala del Estado nación, los procesos migratorios tienen efectos directos, tanto para los países emisores como para los receptores. En el caso de los segundos, el incremento de la inmigración conlleva que aumente en ellos la demanda de trabajo debido a su crecimiento económico, el cual suele verse favorecido por el consumo de los propios inmigrantes (Awad, 2008: 3).

En los espacios locales que son polo de atracción de migraciones podemos encontrar personas procedentes de muy diversos lugares del mundo, sobre todo cuando esos espacios son urbanos, la inmigración masiva ha cambiado significativamente su apariencia y olores (Kasinitz et al., 2008), a la vez que ha hecho de ellos ciudades (grandes o medianas) verdaderamente globales (Sassen, 2007: 125 y ss). Pero también tienen, a veces, ese carácter global las comunidades rurales de pequeño tamaño, escenarios de elevada y muy diversa inmigración. Tanto esas comunidades como los espacios urbanos anteriormente referidos se caracterizan por la gran pluralidad y diversidad étnica, socioeconómica, religiosa, lingüística y cultural de los actores sociales que viven o coexisten en sus espacios públicos, medios de transporte, comercios y lugares de trabajo o de ocio.

Los espacios locales, que son escenarios de alta inmigración procedente de diversos lugares del mundo, constituyen paradigmas de la creciente vinculación de lo local con lo global; es decir, de espacios glocalizados. En España, importantes ejemplos de espacios glocalizados por efecto de la inmigración son Madrid, Barcelona, El Ejido y otras numerosas ciudades costeras o del interior que, por diferentes razones, atraen a una cuantiosa población extranjera. Basta con pasear por esas ciudades para percatarse de la variada procedencia étnica de la población que circula por sus calles y plazas, de que muchos propietarios de tiendas y restaurantes no son españoles, de los numerosos puestos de venta de manufacturas y artesanías exóticas regentados por población inmigrante, de la, cada vez más frecuente, presencia de trabajadores inmigrantes en tareas como la agricultura, la construcción o los servicios turísticos.

Todo ello corrobora el consabido hecho de que España ha evolucionado de territorio tradicionalmente emisor de emigrantes a ser receptor de ellos (Gráfica 1), a la vez que la población del país ha aumentado considerablemente, pasando de 41 a 46 millones de habitantes entre 2001 y 2008. Un enorme incremento en el que la incidencia de la inmigración (hoy bruscamente frenada por efecto de la crisis económica) se sitúa en torno a 85 por ciento (Actis et al., 2008: 95). Aproximadamente 22.5 por ciento de los inmigrantes vienen de la Unión Europea y casi 80 por ciento de ellos proceden de países con menor desarrollo, entre los que destacan Marruecos, Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina, China, Perú y Brasil.

La inmigración ha sido un factor clave en el elevado crecimiento económico español de los últimos años, que ha estado estrechamente vinculado a una expansión y especulación urbanística desmesuradas. Ello ha tenido costes medioambientales muy altos sobre los espacios afectados, particularmente sobre las costas (Entrena, 2006). Se explica así la gran fragilidad y precariedad de las bases de dicho crecimiento, las cuales se han puesto al descubierto a raíz de la crisis socioeconómica mundial, del "pinchazo de la burbuja inmobiliaria" de España y del preocupante aumento del desempleo en dicho país, muy por encima de la media europea, que en mayo de 2011 superó cinco millones, lo que supone más de 20 por ciento de la población activa.

La crisis, junto con las políticas más restrictivas hacia la inmigración, ha conllevado una significativa reducción del número de inmigrantes que llegan a dicho país, al mismo tiempo que muchos de ellos están retornando a sus lugares de origen ante la falta de trabajo (Valero-Matas et al, 2010: 235 y 255).

 

Aproximación tridimensional a las reterritorializaciones causadas por la migración

Aunque las migraciones globales han existido desde bastante tiempo atrás, su intensidad y magnitud se han acentuado sobremanera en las altamente interconectadas sociedades actuales, lo que además constituye una de sus características más distintivas. Pero, que las migraciones sean hoy un fenómeno global altamente extendido no quiere decir que todos los migrantes sean iguales, ni tampoco que decidan emigrar por las mismas razones. Es más

las decisiones migratorias no obedecen exclusivamente a la voluntad de los actores individuales, sino que se insertan en unidades más amplias de grupos humanos/familiares o grupos de familiares, en ocasiones comunidades enteras, en las que se actúa colectivamente para maximizar no solo la esperanza de obtener nuevos ingresos, sino también para minimizar los riesgos económicos (Durand y Massey, 2003: 15).

Tanto si es colectiva como individualmente adoptada, la decisión de emigrar no se produce solo por causas económicas, sino que suele ocurrir cuando todo un microuniverso, ubicado en un espacio local específico, "se colapsa, cuando ese universo se asfixia por todos sus costados: el económico, el político, el cultural, el social" (Ponce, 2006: 2). En otras palabras, la generalidad de las migraciones globales suele estar asociada a causas y a situaciones de naturaleza socioeconómica, política y cultural; es decir, son susceptibles de ser analizadas desde una perspectiva tridimensional como la que aquí se adopta. La finalidad de esta perspectiva es aportar un marco analítico totalizador de los efectos de las migraciones (hoy, en su mayoría, de alcance global) sobre los espacios locales emisores o receptores de ellas. Dichos espacios experimentan procesos de reterritorialización de variable intensidad, cuya adecuada investigación requiere aproximaciones que contemplen la dimensión socioeconómica, político-institucional y simbólico-cultural. Estas tres dimensiones actúan conjunta e interrelacionadamente, pero, cuando se trata de investigar los efectos de las migraciones globales en cualquier espacio local concreto, análogamente a como se hace en este artículo, deben ser consideradas por separado, para así hacer un análisis sistémico de dichos efectos.

En primer lugar, con referencia a la dimensión socioeconómica, las graves dificultades que a este respecto existen en sus países de origen y la expectativa de mejorar social y económicamente son dos de las principales motivaciones de las actuales migraciones globales, las cuales se están intensificando especialmente debido al continuado y preocupante ensanchamiento de las distancias entre los ricos y los pobres. También dentro de la dimensión socioeconómica cabe mencionar como causas de las migraciones la creciente presión demográfica experimentada por los países más pobres, así como que cada vez sean más irrelevantes las distancias geográficas para la comunicación y el desplazamiento de personas gracias a los adelantos tecnológicos. Dichos adelantos, junto con el dinamismo socioeconómico, son factores clave para determinar la capacidad de los entornos locales de expulsar o atraer mano de obra migrante.

En segundo lugar, hay que considerar la decisiva influencia de determinadas actuaciones político-institucionales en la reconfiguración/reterritorialización de los espacios sociales locales emisores o receptores de migración. Espacios cuya producción y reproducción social han estado, recientemente, muy vinculadas a las políticas orientadas por la llamada ideología neoliberal, la cual, en los últimos años ha legitimado los procesos de globalización y la flexibilidad posfordista (desregulación progresiva de las normativas y las condiciones de trabajo) que a ellos ha sido asociada.

Por último, el entendimiento completo de los efectos reterritorializadores de las migraciones sobre los espacios emisores o receptores requiere que se tome en cuenta la tercera de las dimensiones analíticas consideradas en este trabajo; es decir, investigar los mecanismos simbólico-culturales mediante los cuales esos espacios se erigen como nuevos escenarios sociales. Con relación a los espacios receptores de migraciones, en su análisis es muy importante contemplar tanto las prácticas de categorización del estado receptor sobre los inmigrantes como la memoria de estos (Merino, 2008).

Tomando como base dicha memoria, los inmigrantes, además de contribuir decisivamente a la reterritorialización (reconfiguración) socioeconómica y político-institucional del espacio local donde se establecen, tienden a reproducir en ese nuevo espacio diferentes aspectos de su cultura de origen; una de las finalidades básicas de ello es evitar la pérdida de su identidad y defenderse así de las discriminaciones que suelen sufrir. Empero, al hacerlo en un contexto socioeconómico, político-institucional y simbólico-cultural distinto al originario, en realidad, acaban reinventando su identidad; es decir, se reterritorializan simbólico-culturalmente en ese nuevo escenario, con lo que, a su vez, amplían y modifican su cultura de procedencia (Appadurai, 1990 y 1996). En la experiencia de los inmigrantes, esa reterritorialización implica procesos específicos a través de los cuales se conservan, reintroducen y recrean ritualmente signos de su identidad nacional, costumbres, festivales o celebraciones religiosas. Dichos procesos, que acontecen de manera singular en cada caso, manifiestan y reproducen las diferenciaciones existentes u originan nuevas diferenciaciones entre distintos grupos sociales de inmigrantes (García-Canclini, 1995).

A continuación se examina por separado cada una de las tres dimensiones de los procesos de reterritorialización derivados de las migraciones globales. Como se ha hecho en las páginas anteriores, tales dimensiones son paradigmatizadas, recurriendo mayormente a ejemplos de lo acaecido en España; no obstante, también se mencionan casos de otras partes del mundo, ya que se considera que la estructura analítica propuesta en este trabajo puede seguirse en el examen de los efectos de las migraciones globales en cualquiera de los espacios locales del planeta por ellas afectados.

 

Dimensión socioeconómica

En la dimensión socioeconómica hay que incluir los cambios en la estratificación social, el aumento o no de los niveles de exclusión social, las transformaciones demográficas, las variaciones en la renta media por habitante, el incremento o no de la riqueza de la sociedad emisora o receptora o, también, los posibles conflictos y tensiones sociales de carácter interétnico relacionados con la diversificación de los actores y los grupos sociales que pueblan los espacios de inmigración. Especialmente relevantes son los efectos socioeconómicos de las migraciones sobre el empleo, dentro del cual, a su vez, es conveniente considerar la cantidad estimada de trabajadores informales o ilegales, así como las variaciones en el grado de precarización laboral y de polarización social.

Generalmente, cuando la emigración se mantiene en el tiempo, puede resultar muy alterada la estructura demográfica de las sociedades emisoras, llegan incluso prácticamente a despoblarse regiones enteras como resultado de ello. Otra de las consecuencias de la emigración dilatada es que los sistemas de producción local de dichas sociedades suelen debilitarse.

Por otra parte, el asentamiento de una migración permanente en una sociedad receptora suele impactar considerablemente en su estructura socioeconómica, tal como se patentó con las transformaciones socioeconómicas experimentadas en Europa Occidental tras el establecimiento de numerosos emigrantes turcos, marroquíes y argelinos; transformaciones que también se produjeron en Estados Unidos como resultado de las cuantiosas y diversas inmigraciones asentadas en dicho país (Portes, 2009: 19 y 26).

Particularmente en el caso español, la generación de empleo formal, derivada del desarrollo económico propiciado por la inmigración, constituye una aportación decisiva a las arcas de la sanidad pública y de la seguridad social; se calcula que los inmigrantes ingresan el doble de lo que obtienen, sobre todo porque entre ellos hay un porcentaje de población dependiente (menores de 16 y mayores de 65 años) mucho más bajo que entre la población española. Debido a este menor porcentaje y a su más alta tasa de natalidad, la inmigración cumple también un papel fundamental en el desarrollo y el rejuvenecimiento demográfico (Santamaría, 2008: 834). Pero, no solo el trabajo formal de los inmigrantes fortalece la economía de la sociedad receptora, sino que, en mayor medida, lo hacen las aportaciones del trabajo informal realizado por ellos, ya que aumentan las ganancias del capital que utiliza ese trabajo. Por otra parte, al limitar la reagrupación familiar y contribuir al mantenimiento de los hogares transnacionales característicos de muchos de los inmigrantes, los países receptores aprovechan las ventajas de la mano de obra inmigrante sin asumir los costes de su reproducción socioeconómica (Oso, 2008: 564).

En cuanto a los efectos socioeconómicos sobre los países emisores, las migraciones tienen al menos tres consecuencias a considerar: i) las enormes remesas que reciben contribuyen a financiar su déficit de cuenta corriente, a menudo ocasionado por el exceso de importaciones en relación con sus exportaciones; ii) aumentan la demanda, el consumo y la inversión; iii) se produce un alivio de los problemas derivados de los bajos ingresos de las familias de los emigrantes, con frecuencia sumidas en la pobreza (De Sebastián, 2008: 756; Awad, 2008: 23).

La cuantía de las remesas es tal que, según cálculos del Banco Mundial, llegaron en 2006 a 206 mil millones de dólares; suponiendo en muchos países más que la ayuda y la inversión extranjera juntas. Para hacerse una idea de la relevancia relativa de la cifra referida, conviene subrayar que esta duplicaba el importe de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) en ese mismo año. Por tanto, la cuantía de la solidaridad entre familias doblaba a la de la solidaridad interestatal. Es más, el flujo de remesas ha crecido gradualmente, tal como lo muestra el hecho de que en 1995 apenas llegaban a 58 millones de dólares; es decir, se multiplicaron por 3.5 entre dicha fecha y 2006. En contraste, las cifras de la AOD pasaron de 59 a 104 millones de dólares; o sea, apenas se duplicaron en similar periodo.

Sin lugar a duda, las remesas contribuyen a mejorar la economía doméstica de las familias que permanecen en los espacios sociales de origen de los migrantes, pero no está claro en qué medida ayudan al desarrollo económico de tales espacios, ya que ese desarrollo requiere que existan ciertas condiciones propicias para que, una vez satisfechas las necesidades básicas de las familias, los excedentes de remesas que quedan sean invertidos en actividades productivas que empleen a otras personas y tengan efectos económicos multiplicadores (Arroyo y Rodríguez, 2008: 43 y ss). En este sentido, en aquellos casos en los cuales las circunstancias de los espacios emisores son favorables para ello, las remesas pueden ayudar al desarrollo, supliendo la inexistencia de fuentes locales de crédito o mejorando las imperfecciones de este. No obstante, el potencial de desarrollo de las remesas depende también de otros factores clave, como el tipo de régimen político; de tal forma que, mientras en unas situaciones las elites dirigentes de carácter tradicional de las sociedades emisoras pueden preservar su statu quo basándose en el alivio de tensiones y la evasión de los conflictos que supone la emigración; en otras situaciones, con regímenes políticos más progresistas, es más viable que las remesas sean encauzadas a propiciar el desarrollo (Portes, 2009: 25 y 29). En el primer caso, las remesas suelen, incluso, contribuir a agravar los desequilibrios que ya tienen secularmente las economías pobres emisoras de migrantes. En cambio, en el segundo caso, tienen efectos positivos sobre esas economías, las cuales son posibles gracias a las remesas que no solo son dinerarias, sino que también se manifiestan en forma de hábitos de trabajo y de conocimientos tecnológicos incorporados por los emigrantes que vuelven a su sociedad originaria y deciden establecerse en ella (González, 2008); es en esta situación cuando se hacen especialmente visibles los efectos reterritorializadores que tiene la emigración sobre la sociedad emisora. Dos casos a este respecto son los de los marroquíes que construyen en su país invernaderos análogos a aquellos en los que han trabajado en El Ejido, Almería (Jiménez, 2005), y los españoles emigrantes a Alemania y a Francia en los años 60 y 70 del siglo pasado, que regresaron y se reinsertaron después de asimilar una cultura política democrática y empleando en la industria española la capacitación laboral adquirida fuera (Castillo, 1980; Izquierdo y Álvarez, 1997).

También pueden incluirse como ejemplos de reterritorialización las consecuencias de las actividades realizadas por los inmigrantes de alto capital humano retornados a su tierra tras afianzar su posición en el extranjero. Tales actividades, económicas o filantrópicas, pueden concretarse en la creación de nuevas empresas o en el apoyo a instituciones científico-tecnológicas. En este sentido, Saxenian (2006) ha efectuado un detallado estudio de los denominados por ella "los nuevos argonautas", ingenieros emigrantes chinos, hindúes e israelíes de Silicon Valley, que han revolucionado la industria de alta tecnología en sus países de origen, creando grandes polos de desarrollo en urbes como Bangalore (India), Hsinchu y Shanghái (China) y Tel Aviv (Israel).

En cuanto a las remesas dinerarias, tienen un cierto carácter redistributivo a escala internacional que interesa destacar (Alonso, 2007: 22-23). Desde luego, los países más pobres no son los únicos receptores de los mayores flujos de remesas, sino que, generalmente, los que más reciben son los países de renta media. Sin embargo, el peso relativo que suponen las remesas en relación con el total de los recursos financieros recibidos del exterior es mayor cuanto más pobre es el país. De ahí la mencionada función redistributiva o niveladora de las remesas.

De todas formas, hay quienes consideran que las remesas tienen un escaso efecto sobre los países que las reciben, ya que son destinadas por las familias a satisfacer sus gastos corrientes e, incluso, gastos suntuarios poco explicables en situaciones de pobreza. Las críticas acerca del beneficio de las remesas suelen basarse en los resultados de entrevistas realizadas a las familias de los emigrantes preguntándoles por el uso que hacen de ellas. Pero esta manera de enfocar el asunto tal vez no sea la más apropiada, ya que lo importante no es en qué gastan las familias las remesas, sino cómo recomponen sus presupuestos por el hecho de recibirlas. Cuando el análisis se hace desde esta perspectiva, se observa que la presencia de gastos inversores (incluida la educación de los hijos) aumenta en las familias receptoras de remesas. Asimismo, se confirma que las remesas contribuyen a la reducción de la pobreza (aunque no necesariamente de la desigualdad) y aminoran los niveles de vulnerabilidad de las familias; en suma, dos repercusiones muy relevantes para mejorar las oportunidades de desarrollo de las personas.

En cualquier caso, si bien parece obvio que las remesas constituyen un efecto positivo, la pérdida de recursos humanos que la emigración conlleva para los espacios locales emisores es una de sus consecuencias más negativas; de tal forma que, como consecuencia, en vez de dibujarse un panorama de desarrollo, suele acrecentarse "la mancha de pueblos desolados" (Márquez, 2008: 74). En gran medida esto se debe a que la emigración es altamente selectiva, afectando a los más jóvenes, precisamente los que tienen más iniciativa y mayores niveles educativos, y su marcha supone para el país emisor la pérdida de un sector poblacional particularmente valioso que podría desempeñar una función decisiva en la necesaria modernización y subsiguiente reterritorialización socioeconómica, político-institucional y cultural.

Por otra parte, una consecuencia socioeconómica habitual de la migración sobre los países receptores es que, frecuentemente, libera de las tareas más arduas y desagradables a los ciudadanos de esos países. En estos, como consecuencia, el Estado suele funcionar "como una familia con sirvientes viviendo en ella" (Walzer, 1993: 64). Por tanto, los migrantes no solo no reemplazan a la mano de obra de la gran mayoría de los espacios locales receptores, sino que incluso la complementan, aunque sea contribuyendo a la segmentación del mercado de trabajo en diferentes puestos con desigual retribución y valoración social, dentro de los cuales son reservados a los inmigrantes los peor pagados y considerados, lo que suele ser un rasgo característico incluso de entornos tan desarrollados como la Unión Europea, donde la adopción de una política migratoria común se dificulta a causa de las peculiares historias y situaciones migratorias de cada uno de los estados miembros y la falta de coordinación existente entre ellos; así como por la complejidad de la administración en estados multinivel como el español, en donde las comunidades autónomas presentan situaciones diversas en lo referente a la gestión de las migraciones (Arango, 2006; Cachón, 2007; Izquierdo y León, 2008; Solé y Parella, 2008). Pues bien, al complementar a los trabajadores nativos, los inmigrantes contribuyen a mejorar los rendimientos de la economía de la sociedad receptora (Awad, 2008: 22).

De todas formas, la inmigración podría tener también efectos socioeconómicos nocivos, perjudicando, por ejemplo, a los trabajadores no cualificados al competir con ellos y contribuir a la reducción de sus salarios. Pero estos trabajadores corren riesgos mayores debido a la introducción de las nuevas tecnologías, así como al creciente ingreso de bienes fabricados en el extranjero a costes inferiores, con la consiguiente crisis y posible desmantelamiento de las industrias nacionales.

Dimensión político-institucional

Una cuestión clave a considerar dentro de la dimensión político-institucional es la manera en que el Estado reacciona ante la inmigración, la cual, generalmente, no impacta sobre las sociedades receptoras con la misma intensidad que las invasiones bárbaras sobre el Imperio Romano, pues los estados modernos suelen disponer de un entramado político-institucional que defiende la supremacía de las estructuras organizativas en las que se sustentan las sociedades que organizan y representan. En otras palabras, dichos Estados "son lo suficientemente poderosos para asegurarse de que el cambio provocado por las migraciones no se les vaya de las manos" (Portes, 2009: 23). También hay que tomar en cuenta el grado de integración o participación de los migrantes en la organización político-institucional de los espacios locales donde se asientan (Cachón, 2008 y 2009), las estrategias y organizaciones institucionales encaminadas a su apoyo, (por ejemplo, diferentes ONG o servicios de ayuda y asesoramiento), o el uso que hacen de las instituciones sanitarias, asistenciales y educativas de tales espacios.

La integración puede verse obstaculizada debido a que, cuando se dan ciertas condiciones, los inmigrantes llegan a constituir verdaderos enclaves étnicos en los espacios locales receptores, sobre todo, cuando los flujos migratorios están compuestos por diferentes clases sociales, que incluyen migrantes con capital económico y cultural tanto alto como bajo. Esto se debe a que los migrantes cualificados son más capaces de crear empresas sirviéndose de sus semejantes étnicos como trabajadores, a la vez que los menos formados encuentran alternativas de empleo y adiestramiento laboral en dichas "empresas étnicas". En consecuencia, esos enclaves son también caminos para la movilidad y tienden a desaparecer en dos o tres generaciones, a no ser que prosiga la inmigración procedente de las sociedades emisoras (Portes, 2009: 20 y 24).

Por otra parte, resulta muy relevante considerar las actitudes de los inmigrantes ante las instituciones educativas del espacio social de asentamiento y las circunstancias en las que se produce su acceso a tales instituciones, ya que ello puede ser uno de los principales obstáculos que dificultan su integración. Por ejemplo, con respecto a las circunstancias de acceso al sistema educativo en España, las dificultades de integración se agravan cuanto más avanzada es la edad con la que los alumnos extranjeros ingresan en el sistema escolar de tal país, ya que, al adjudicárseles curso, solo se tiene en cuenta su edad y no las capacidades reales que han desarrollado hasta ese momento. A todo ello hay que añadir los posibles inconvenientes derivados de la incorporación al sistema escolar español de una importante proporción de los alumnos extranjeros durante su preadolescencia o adolescencia, etapas vitales que suelen ser concebidas de maneras muy distintas en sus sociedades de procedencia, tal como se manifiesta en el hecho de que, en ciertos países de América Latina y especialmente en Marruecos, el tránsito de la infancia a la edad adulta y la consiguiente incorporación al mundo laboral sean mucho más rápidos que en España. A pesar de todo esto, el número de extranjeros escolarizados en enseñanzas no universitarias ha crecido apreciablemente en los últimos años, como muestra la Gráfica 2.

Otro indicador clave de integración en la sociedad local receptora es el derecho al voto. De los inmigrantes con este derecho hay que tener en cuenta sus preferencias y opciones políticas, pero también es fundamental considerar las consecuencias sobre la organización sociopolítica y las eventuales transformaciones de esta. Asimismo, es muy importante ver como se modifica la configuración política de un espacio determinado a raíz de los cambios sociales y los aumentos demográficos derivados de la inmigración censada en él. Inmigración que, sin embargo, no suele tener derecho a votar, tal y como sucede en Murcia, donde debido a tales cambios y aumentos (Pedreño y Torres, 2008), se ha incrementado el número de diputados que le corresponden en la representación nacional.

Por último, habría que ver cómo, en el área local de inmigración, se materializan las consecuencias de las políticas y la legislación relativas a los derechos civiles y a la regulación de las nuevas ciudadanías a que el fenómeno da lugar. A este respecto, cuanto mayor sea el grado de ciudadanía conferido a los inmigrantes, menos problemático será su proceso de integración y menores serán la discriminación y el rechazo hacia ellos (Calderón y Szmukler, 2000).

Dimensión simbólico-cultural

Los referentes simbólico-culturales de los territorios locales emisores de migrantes (ya sean municipalidades, regiones o países) pueden llegar a transnacionalizarse profundamente como consecuencia de este proceso.

Esto suele conllevar que dichos territorios experimenten una especie de reconfiguración o reterritorialización simbólico-cultural, debido a que sus valores y normas se ven cada vez más afectados por importaciones procedentes de los lugares de asentamiento en el extranjero de sus emigrados. Por ejemplo, un estudio sobre las inmigrantes colombianas en Granada (España) refleja cómo el contacto de estas con la cultura y los patrones de vida de las mujeres españolas es un destacado factor de evolución hacia una mayor igualdad en las relaciones de género de esas inmigrantes al interior de sus familias, a pesar de que residen en sus localidades de origen (Escobar, 2009). Otro ejemplo de transformación en las sociedades emisoras lo proporciona Levitt (2001), quien, en sus investigaciones sobre las migraciones brasileña y dominicana a Estados Unidos, muestra cómo se han modificado culturalmente las ciudades y las regiones emisoras por efecto de la adquisición de los bienes de consumo, los valores y los marcos cognitivos estadunidenses. Esto puede ser beneficioso si supone la asimilación de información sanitaria y habilidades técnicas útiles para mejorar la calidad de vida. Sin embargo, en otros casos, sus efectos son dudosos, como se manifiesta cuando los compatriotas en el extranjero se erigen para los jóvenes en paradigmas de una movilidad social asociada a la emigración, descuidando de esta forma la educación y la búsqueda de oportunidades laborales en su propia sociedad (Portes, 2009: 26).

Por otra parte, como pone de manifiesto Betrisey (2009) en una investigación sobre inmigrantes japoneses en Madrid, existe una correlación entre las experiencias vividas por los inmigrantes y los procesos de constitución de su identidad en el nuevo espacio social en el que se desenvuelven. En este sentido, como ya se decía antes en este trabajo, los inmigrantes acaban reinventando su identidad en el escenario social del territorio local donde se asientan; es decir, se produce en ese escenario una especie de reterritorialización de los referentes simbólico-culturales que lleva consigo el colectivo inmigrante. Una muestra de esta reterritorialización es presentada en una investigación realizada también en Granada (España) sobre la Iglesia Evangélica Quichua, la cual ha adaptado sus prácticas y rituales religiosos al calendario y ritmo de actividades del territorio receptor de los inmigrantes latinoamericanos de origen ecuatoriano fundadores de dicha iglesia (Sobczyk, 2010).

Dentro de la dimensión simbólico-cultural hay que valorar también las mayores o menores posibilidades de que tenga lugar una reterritorialización de la inmigración que posibilite la convivencia integradora de la diversidad de gente y de culturas aglutinadas en los espacios receptores (Calderón y Szmukler, 2000). Cuestiones claves a considerar son si en tales espacios aparece o no la xenofobia, su grado de incidencia y el multiculturalismo. Particularmente la xenofobia es tomada aquí en consideración debido a que conlleva la construcción de estereotipos negativos acerca de los inmigrantes por parte de una proporción más o menos significativa de la población del territorio receptor. Tales estereotipos suelen contribuir a la legitimación de lo que puede conceptuarse como una forma de reterritorialización claramente desventajosa para los inmigrantes, caracterizada por condiciones de fuerte asimetría socioeconómica y político-institucional, en la que estos se llevan la peor parte.

En el caso específico de España, la xenofobia puede ser detectada a través de la encuesta (Cea D'Ancona, 2009), pero también mediante metodologías cualitativas: entrevistas en profundidad, historias de vida o reuniones de grupo. Estas metodologías resultan especialmente adecuadas para indagar los orígenes, las trayectorias y las legitimaciones simbólico-culturales de las actitudes xenófobas; por ello, nos aportan una comprensión más profunda de lo que, hablando en términos de Bourdieu (2008), se podría considerar como los procesos de configuración de los campos sociales (así como las dinámicas de estos) a partir de los que se hace posible la producción y la reproducción de los hábitos xenófobos.

Los inmigrantes con un elevado capital humano se integran con más facilidad, ya que tienden a aculturarse más rápidamente y a tratar de formar parte de las clases medias, valiéndose para ello de sus habilidades profesionales y recursos culturales. Sin embargo, los trabajadores manuales suelen concentrarse en los espacios más pobres y marginales (Portes, 2009: 23). Espacios en los que, a menudo, se desenvuelven e interactúan inmigrantes globales pertenecientes a un más o menos amplio espectro de culturas, etnias y religiones. Pero, ¿cómo pueden convivir esos colectivos relativamente heterogéneos de inmigrantes, entre sí y con la población nativa, en unos espacios territoriales y sociales con un marcado carácter multicultural, que, además de ser altamente diferenciados socio-culturalmente, suelen presentar profundas desigualdades?

La solución adecuada a este interrogante no se consigue buscando una asimilación tendente a borrar los orígenes culturales de los inmigrantes, cuyo recuerdo y recreación ritual del mundo que han dejado atrás, aunque inevitablemente transformados por efecto de sus nuevas circunstancias, suelen erigirse, con relativa frecuencia, en medios de compensación de las dificultades que sufren en la sociedad receptora. Una sociedad en la que son a menudo ignorados como miembros plenos de ella, así como desocializados y aislados, y son considerados solo por su condición laboral y como consumidores, lo cual, a su vez, refuerza su habitual propensión a añorar, mitificar o recrear los rituales inherentes a las raíces culturales de su espacio social originario (Ponce, 2006).

Las políticas migratorias han de tener en cuenta las referidas dificultades y tendencias del comportamiento de los inmigrantes y, en consecuencia, tratar de poner en marcha estrategias para encararlas adecuadamente en cada caso específico. Sobre todo, dichas políticas han de evitar a toda costa el aislamiento de las comunidades inmigrantes en los espacios territoriales y sociales donde viven. No se trata de ubicar a esas comunidades en una especie de guetos de segregación y marginación, sino que su integración hace especialmente necesaria la interiorización general (por parte de los inmigrantes y de los nativos) de la idea de que hay que vivir y trabajar juntos, reconociendo a la vez las diferencias culturales típicas de un espacio socio-territorial que, por efecto de la inmigración, ha desarrollado un grado más o menos elevado de multiculturalismo (Touraine, 1996: 236; Ariño, 2008).

Asimismo, para lograr la convivencia y la integración de la pluralidad socio-étnica, hay que crear un marco institucional respetuoso con esa pluralidad, de carácter laico y aconfesional, que tolere la diversidad de costumbres y la libertad religioso-cultural. Por consiguiente, la integración debe basarse en la asunción básica de que la diversidad cultural es positiva y contribuye a mejorar y enriquecer a los países, pues, cuando se consigue una buena convivencia entre comunidades distintas, suele acrecentarse el nivel de desarrollo cultural de la población.

Favorables a dicha convivencia se han mostrado la mayoría de los españoles en los barómetros publicados mensualmente por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), así como en los estudios monográficos sobre migraciones realizados por este organismo. En ambos casos se observa una ampliamente extendida opinión acerca de que toda persona debería tener libertad para vivir y trabajar en cualquier país diferente del suyo. Asimismo, se valora positivamente la supresión de fronteras en la Unión Europea, lo que posibilita el establecimiento en España de trabajadores y profesionales procedentes de los otros países de la Unión. Sin embargo, hay un trato de desconfianza hacia los inmigrantes en general, entre un porcentaje significativo de los españoles (Rodríguez, 2006), sin ser aún un problema preocupantemente extendido, las actitudes xenófobas han aumentado a medida que se acrecienta el número de inmigrantes. Así, hasta el año 2000 España pasaba por una sociedad abierta y flexible con los extranjeros. El Eurobarómetro de ese año nos situaba entre los países más tolerantes de Europa, detrás de Suecia y Finlandia; solo 10 por ciento de los entrevistados daba respuestas xenófobas. Pero, en aquella fecha los inmigrantes constituían solo tres por ciento de la población, mientras que en los últimos años España se ha convertido en uno de los principales destinos de las migraciones globales, con un saldo anual medio de 449 mil personas entre 1998 y 2007. Ello ha aumentado apreciablemente las preocupaciones por la inmigración, la cual aparece actualmente como uno de los principales problemas en los barómetros mensuales del cis; junto con el paro, el terrorismo y la vivienda. Hay quienes atribuyen a la inmigración hechos como el incremento de la inseguridad ciudadana, pero, según el Ministerio del Interior, el número de delitos por habitante descendió en España 22.7 por ciento entre 2002 y 2006, años en los que la inmigración creció 86.5 por ciento. Por lo tanto, la dinámica real no coincide con las percepciones sociales (IOE, Planet et al., 2008).

Por otra parte, el aumento de las actitudes xenófobas se ha visto favorecido en España porque los beneficios de la inmigración no han conllevado inversiones significativas para mantener la calidad de los servicios sociales. Los sectores sociales con rentas más bajas son los más perjudicados por esta falta de inversión, ya que tienen menores posibilidades de acudir al sector privado, a la vez que sufren problemas como el deterioro progresivo del barrio, la baja del valor de su vivienda o la disminución del rendimiento escolar de sus hijos en unos centros escolares poco preparados para atender a alumnos con niveles educativos, costumbres, lenguas y culturas diferentes. Todo ello propicia que, entre la población española más necesitada de los servicios sociales, se desarrollen sentimientos de inseguridad y de rechazo hacia los inmigrantes. Sentimientos que no se distribuyen homogéneamente, sino dando lugar a diferencias significativas en función de ciertas variables sociodemográficas. Así, "el rechazo a la inmigración es más manifiesto en personas de más edad (en especial, en los jubilados), de menor nivel de estudios, ideológicamente ubicados a la derecha, en católicos practicantes y en personas de menor estatus social" (Cea D'Ancona, 2004: 288).

Además, se constata que no todos los inmigrantes son considerados igual, siendo más rechazados los originarios de Marruecos y mejor valorados los procedentes de América Latina. También, se observa

el efecto diferencial de vivir en una determinada comunidad autónoma. En aquellas comunidades que han experimentado un mayor incremento de la población inmigrante en los últimos años, sobre todo de marroquíes, el rechazo a la inmigración es más manifiesto (...) Parece que la experiencia de convivencia con minorías étnicas y culturales diferentes no implica, necesariamente, una mayor confraternidad de etnias y culturas diferentes. Al contrario, despierta sentimientos xenófobos alentados por prejuicios étnicos (Cea D'Ancona, 2004: 288).

De todos modos, salvo estallidos excepcionales y localizados, como el de El Ejido en febrero de 2000, el de Elche en septiembre de 2004 (Cachón, 2006) o el de Roquetas en septiembre de 2008, la xenofobia no se suele manifestar en España como un rechazo abierto, lo que estaría socialmente mal visto. En vez de ese rechazo, lo que observamos realmente son actitudes xenófobas, las cuales, desde luego, no han aumentado de manera desmesurada como consecuencia de la crisis económica. Esto, que incita a reflexionar sobre la modalidad de integración de los inmigrantes extranjeros en España (Izquierdo, 2008), contradice los augurios más pesimistas al respecto. Augurios fundados en la apreciación hecha por algunos de que, si a las dificultades de la crisis se añadían la agitación y el hostigamiento xenófobo, impulsados por grupos organizados extremistas que con la consigna "los españoles primero" han instigado o instigan el conflicto, las perspectivas cuando menos eran inquietantes (Informe Raxen, 2008: 3).

 

Conclusión

De lo antedicho se desprende que las migraciones globales suelen acarrear un menor o mayor grado de reterritorialización de las sociedades emisoras o receptoras de ellas. Con respecto a las sociedades emisoras, los flujos migratorios, en tanto constituyen una válvula de escape de las tensiones existentes, con relativa frecuencia, no solo no transforman el orden socioeconómico, político-institucional y simbólico-cultural de dichas sociedades, sino que es muy probable que lo estabilicen o fortalezcan. Cuando sucede esto, en vez de una reterritorialización y transformación de la sociedad emisora, las migraciones tienen como efecto una perpetuación de las estructuras de clases y de las desigualdades de esa sociedad. A pesar de ello, puede afirmarse que, a corto plazo, las reterritorializaciones derivadas de las migraciones, ya conlleven estos efectos positivos o negativos, suelen tener mayor alcance en las sociedades y regiones locales emisoras que en las receptoras.

Obviamente, cuanto mejor equipados cultural, institucional y socialmente estén los países emisores, cuanto mayor sea el peso y la fortaleza de sus tradiciones, menores serán los impactos que ejerzan sobre ellos las sociedades receptoras de sus emigrantes. Esto explica que países pequeños (y, por tanto, peor equipados y con menor fortaleza en el sentido antedicho) con una población emigrante elevada, como El Salvador y República Dominicana, hayan experimentado un alto grado de transnacionalización o incorporación de los patrones normativos y simbólico-culturales típicos de las sociedades de recepción de sus emigrantes. Mientras que países considerablemente mayores como México (y, por consiguiente, mejor equipados socio-cultural e institucionalmente y con unas tradiciones más fuertes), a pesar de haber experimentado una constante y numerosa emigración, hasta ahora solo han conocido algunas transformaciones apreciables a escala local o regional (Portes, 2009: 29-30).

En cuanto a las sociedades receptoras, las reterritorializaciones derivadas de las migraciones suelen conllevar procesos, más o menos intensos, de reconfiguración y resignificación socioeconómica (desarrollo socioeconómico, cambios en la composición demográfica de la población, etc.), político-institucional (cambios en las actitudes y preferencias políticas o, al menos, ciertas diversificaciones de ellas) y simbólico-cultural.

Especialmente dentro de la dimensión simbólico-cultural hay que incluir las transformaciones inherentes a la aparición del multiculturalismo en las comunidades locales receptoras. Transformaciones que en gran medida se producen porque la inmigración supone la incorporación de nuevos actores sociales a los espacios locales donde se asienta. Nuevos actores que dan lugar al desarrollo de nuevos usos, nuevas miradas y nuevas expectativas individuales y colectivas en esos espacios. Como consecuencia de todo ello, las sociedades escenario de alta inmigración suelen diversificar apreciablemente sus características y posibilidades socioculturales, a la vez que la pluralidad étnico-cultural se hace más visible en sus calles y otros espacios públicos, lo que se materializa en la presencia de culturas y religiones diferentes o en la adopción de determinados hábitos alimenticios típicos de la población foránea.

A pesar de esto, lo habitual es que la sociedad dominante mantenga su primacía, de tal modo que, a corto plazo, es frecuente que sigan virtualmente intactas las estructuras socioeconómicas, político-institucionales y simbólico-culturales básicas sustentadoras de los estados receptores. La ya mencionada capacidad de estos estados para garantizar que las transformaciones producidas por la inmigración no van a quedar fuera de su control está relacionada con su posición ventajosa en la distribución desigual existente en el sistema global del poder económico, del conocimiento tecnológico y del influjo cultural, lo cual opera a favor de las regiones y los países centrales. Consiguientemente, en estos los inmigrantes suelen incorporarse de manera decididamente asimétrica, de tal forma que la mayoría de ellos no logra salir de la marginalidad o, en el mejor de los casos, apenas llega a integrarse en los estratos más bajos del escalafón socioeconómico, desde los que solo algunos consiguen insertarse en procesos de movilidad ascendente, como es el caso de ciertos emigrantes españoles en Europa (Alaminos et al., 2010).

Pero, que a corto plazo permanezcan prácticamente inalteradas las estructuras sociales básicas del estado receptor de inmigración no significa que diferentes entornos locales dentro de él no experimenten desde el principio transformaciones de considerable profundidad. Ello se pone de manifiesto en diferentes barrios o comunidades urbanas de alta inmigración, de los que dos ejemplos pueden ser el barrio de Lavapies en Madrid o la ciudad de Miami. En el primer caso, se trata de una zona céntrica de infravivienda, muy representativa de lo que se ha considerado el Madrid más viejo y castizo. Zona que ha pasado en los últimos 30 años, de estar habitada por una gran cantidad de población pobre o marginada, en su mayoría de origen español, a ser escenario de muy elevada inmigración procedente de los más diversos lugares del globo. En el segundo caso, la amplia presencia de hispanohablantes latinoamericanos en la ciudad de Miami, muchos de ellos de origen cubano, le confiere unos rasgos culturales, étnicos y demográficos singulares. Dichos rasgos hacen que esta ciudad constituya un paradigma de las comunidades urbanas mundiales de amplia inmigración, a la vez que es una muestra muy representativa del carácter multicultural de la sociedad estadunidense en general.

Pues bien, en esas ciudades, barrios o comunidades urbanas de alta inmigración se suelen experimentar procesos de reterritorialización de magnitud variable, los cuales se traducen en más o menos importantes transformaciones socioeconómicas (por ejemplo, casi la totalidad del comercio minorista y una parte del mayorista han pasado a manos de los chinos en el barrio de Lavapies y en otras zonas del centro urbano de Madrid), demográficas (cambios claramente visibles en la composición étnica de la población), simbólico-culturales (un caso de ello es la celebración de festividades colectivas típicas de su cultura por parte de la comunidad china en Lavapies) e incluso político-institucionales, de tal manera que los nuevos actores incorporados a esas comunidades locales plantean a las instituciones nuevas necesidades de provisión de servicios sanitarios, educativos y de seguridad, a la vez que, cuando esos actores inmigrantes logran insertarse en la sociedad receptora, algunos de ellos pueden llegar a ocupar posiciones importantes de poder, tal como ha sucedido con una parte de los cubanos asentados en Miami.

Sin embargo, es a medio y a largo plazo cuando las consecuencias de los procesos reterritorializadores derivados de la inmigración pueden sobrepasar ciertos entornos locales dentro de las sociedades receptoras y afectar al conjunto de ellas, cuando estas pueden llegar a cambiar y a desarrollarse por efecto de dichos procesos, mejorando económicamente y haciéndose más heterogéneas, pluralistas, abiertas y tolerantes socio-culturalmente. Ello no significa que los migrantes sean protagonistas activos de esos cambios, pues solo suelen ser los causantes pasivos de los mismos, los que hacen posibles transformaciones en la sociedad donde se establecen que, sin embargo, están controladas por el Estado articulador de esa sociedad, a cuyas exigencias acaban adaptándose. Pero, incluso en estas condiciones, es evidente que, vistas las cosas a largo plazo, las migraciones acaban por cambiar apreciablemente las características y la estructura de la sociedad receptora, sobre todo cuando se trata de migraciones, permanentes a lo largo del tiempo, que se asientan de manera definitiva en dicha sociedad y no retornan pronto a sus comunidades originarias. Por ejemplo, la estructura social de Estados Unidos no sería como es si dicho país no fuera el resultado de la fusión de inmigraciones muy heterogéneas (melting poot) llegadas allí desde los más diversos lugares y culturas del globo.

En cualquier caso, incluso cuando las transformaciones generadoras de una determinada estructura social están fuertemente vinculadas a las migraciones, no deberíamos atribuirselas únicamente a estas. Detrás de cualquier proceso de cambio hay siempre un complejo entramado de factores, cuya jerarquía y prioridad es un difícil ejercicio que el investigador debe hacer lo más rigurosamente en cada caso que estudia. Por ejemplo, no se puede negar la repercusión que, en los cambios hacia la modernidad urbano-industrial de dos sociedades como la española y la estadunidense, han tenido, respectivamente, la emigración y la inmigración. Pero, es obvio que las consiguientes reterritorializaciones socioeconómicas, político-institucionales y simbólico-culturales de gran envergadura que esos cambios han supuesto se deben también a otros muchos y diversos factores, como muestra cualquier aproximación socio-histórica a los procesos de modernización de dichos países, por muy básica que sea esa aproximación.

Por último, es conveniente tener en cuenta que, incluso en los casos de inserción altamente ventajosa para muchos de ellos, como en Estados Unidos, el hecho es que los inmigrantes se integran, y a veces prosperan, debido a que aceptan lo fundamental de las normas, regulaciones y pautas de la sociedad receptora. Por ello, no hay que magnificar los efectos de la inmigración, no debemos confundir sus consecuencias más superficiales con impactos profundos. Las nuevas vistas, los nuevos sonidos y los nuevos olores de las calles y otros espacios locales de alta inmigración pueden inducirnos a la idea de cambios que son más aparentes que reales. Hacen falta análisis sociológicos más profundos de las consecuencias locales de las actuales migraciones globales, que se extiendan a procesos a medio y sobre todo a largo plazo, para apreciar adecuadamente la relevancia y la magnitud de los efectos reterritorializadores de tales cambios. Efectos que suelen ser rasgos generales de cualquiera de las comunidades afectadas por migraciones, pero cuya intensidad, magnitud y características varían considerablemente, por lo que no son en absoluto generalizables, y deben ser valoradas diferencialmente en cada una de tales comunidades. El objetivo debe ser hacer esta valoración desde una perspectiva lo más totalizadora posible, que dé una cabal idea de los factores y procesos socioeconómicos, político-institucionales y simbólico-culturales en ello implicados. Y, para conseguir este objetivo, se sugiere que sea usada la estructura analítica tridimensional propuesta en este trabajo. Estructura que ha de ser entendida como un marco analítico a seguir, ya que sus dimensiones mostrarán unas características distintivas y diferentes en cada caso específico que investiguemos. Obviamente, cuanto más acotemos ese caso, mayor será el conocimiento que podremos alcanzar acerca de la magnitud y la intensidad de los procesos de reterritorialización local asociados al fenómeno migratorio concreto que investigamos.

De todos modos, esta estrategia analítica tiene la ventaja de proporcionarnos un procedimiento para llevar a cabo, de manera sistemática y totalizadora, las investigaciones sobre los efectos locales de migraciones específicas. Procedimiento que, sin aumentar el grado de complejidad y dificultad de dichas investigaciones, es realizable en la generalidad de los casos, ya que, aunque no podamos hacer trabajo de campo (básicamente centrado en entrevistas o reuniones de grupo para estudiar la dimensión simbólico-cultural de los procesos migratorios), lo usual es que de las tres dimensiones de tales procesos contempladas en este artículo dispongamos de información y datos secundarios suficientes, tales como estadísticas socioeconómicas y demográficas, normativas y estudios acerca de las políticas migratorias, o documentos de las organizaciones implicadas en la migración que nos muestran las percepciones y las actitudes simbólico-culturales asociadas a ella, entre las que cabe incluir, por ejemplo, la mayor o menor presencia de xenofobia.

 

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Información sobre el autor:

Francisco Entrena Durán. Catedrático de Sociología en la Universidad de Granada (España). Ha dirigido 13 tesis doctorales y formado parte de equipos investigadores nacionales e internacionales. Es autor de más de un centenar de publicaciones, la mayoría de ellas en editoriales y revistas científicas españolas y extranjeras de amplia difusión nacional e internacional. Sus principales líneas de investigación son América Latina, sociología rural, teoría sociológica y sociología de la globalización. Entre sus publicaciones están: Cambios en la construcción social de lo rural (Madrid, 1998); Modernidad y cambio social (Madrid, 2001); Local reactions to globalisation processes: competitive adaptation or socio-economic erosion (Nueva York, 2003); "Understanding social structure in the context of global uncertainties", en Critical Sociology, vol. 35, núm. 4, julio 2009. "Dinámicas de los territorios locales en las presentes circunstancias de la globalización", en Estudios Sociológicos, vol. XXVIII, núm. 84, septiembre-diciembre 2010; y "Balance y retos pendientes de la PAC en su cincuentenario", en Eduardo Moyano (coord.) Anuario 2012. Agricultura familiar en España, Fundación de Estudios Rurales, Madrid. Dirección electrónica: fentrena@ugr.es

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