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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.12 no.50 Toluca oct./dic. 2006

 

América Latina: ¿hacia una población decreciente y envejecida?

 

Latin America: Towards a decreasing and old population?

 

Juan Chackiel

 

Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía.

 

Resumen

Así como en el siglo XX América Latina se caracterizó principalmente por la transición de la fecundidad y la mortalidad, el siglo XXI quedará marcado por la desaceleración del crecimiento y los cambios en la estructura por edades de la población, tendentes a una sociedad más envejecida. Se prevé que, a mediados del presente siglo, la región tendrá un crecimiento muy próximo a cero y un cuarto de su población será de adultos mayores. Aquí se analiza este escenario en el marco de la coexistencia de países en distintas etapas de la transición demográfica. Particularmente, se enfatiza en ciertas características del envejecimiento: mayor representación femenina y de la población más anciana, así como en las visiones optimistas y pesimistas de la tendencia de la relación de dependencia demográfica. De todas maneras, en muchos países de transición reciente y acelerada todavía habrá una importante demanda de servicios para la población materno-infantil, a la que se sumará la creciente población de adultos mayores.

Palabras clave: transición demográfica, crecimiento poblacional, estructura por edad, envejecimiento demográfico, América Latina.

 

Abstract

As in the 20th century Latin America was characterized mainly by the transition of the fecundity and morbidity, the 21st century will be characterized by growth's deceleration and the population's change of age structure, both tending to an older society. It is foreseen that, by the middle of the current century, adult population will have a growth very close to zero and a quarter of its population will be of elder people. Here this stage is analyzed in the framework of coexistence of countries in different stages of the demographical transition. Particularly, certain characteristics of the aging are emphasized: larger feminine and older population representation, as well as the optimistic and pessimistic visions of the tendency of the demographical dependence relation. In any way, in many countries of recent and accelerated transition there is still an important demand of mother-child population services, this will be added to the elder growing population.

Key words: demographical transition, population's growth's population, structure by age, demographical aging, Latin America.

 

Introducción

La dinámica demográfica de América Latina se caracterizaba en décadas pasadas por un alto crecimiento de su población y por su joven estructura etárea, como consecuencia de sus altas fecundidad y mortalidad. Ello era motivo de un fuerte debate, pues la llamada 'explosión demográfica' y la alta relación de dependencia como consecuencia de un fuerte crecimiento de la población infantil eran consideradas por ciertos sectores como trabas para el ansiado despegue del desarrollo económico.

Con posterioridad, desde fines de la década de 1960, los países de la región se fueron incorporando en mayor o menor grado al proceso de transición demográfica; en consecuencia, se ha observado un gradual pero sostenido descenso de la tasa de crecimiento de la población y un emergente proceso de envejecimiento. Esto ha traído en años recientes una nueva preocupación, quizás alentada por la situación de los países europeos que están en un estadio más avanzado de la transición. Ahora hay quienes ven con temor la imagen de una población decreciente y envejecida, con una alta carga social de adultos mayores.

Una de las expresiones de la transición demográfica es el proceso de envejecimiento de la población, como resultado de los descensos de la mortalidad y la fecundidad. Este fenómeno se manifiesta de dos formas: por un lado, las personas viven en promedio más años que antes, y por otro, hay un cambio en la estructura por edades de la población que se caracteriza fundamentalmente por la disminución de la proporción de niños y el mayor crecimiento del número de personas en edades avanzadas. Si bien ambos enfoques están relacionados, constituyen conceptos diferentes. El primer caso se refiere a la prolongación de la vida de las personas, lo que se relaciona con su mayor esperanza de vida, y el segundo se corresponde con los cambios que afectan a la distribución relativa por edades de la población como resultado de las tendencias de la mortalidad, la fecundidad y las migraciones.

A la luz de lo expresado más arriba, este trabajo tiene como objetivo el análisis de la tendencia del crecimiento y la estructura por edades de la población, particularmente del proceso de envejecimiento que, en mayor o menor grado, experimentan los países de la región.

 

América Latina: una transición demográfica acelerada

La tendencia demográfica experimentada a partir de mediados del siglo XVIII por los países hoy desarrollados estuvo ligada a las transformaciones económicas vinculadas con la industrialización y a los cambios en las condiciones de vida de la población. Este proceso, denominado transición demográfica, se caracterizó por el pasaje de altos a bajos niveles de la mortalidad primero, y posteriormente de la fecundidad, para así llegar a una nueva fase con niveles bajos en ambas variables. Sobre este concepto existe una amplia bibliografía, encabezada en Europa por Landry (1934), y por Notestein (1945) en Estados Unidos, al cual han seguido más recientemente Coale (1977) y Chesnais (1986), entre otros.

En la etapa pretransicional, de alta mortalidad y fecundidad, las tasas de crecimiento de la población fueron relativamente bajas, y en una segunda fase ocurrió un aumento de las mismas por efecto de la disminución de la mortalidad y la persistencia de una alta fecundidad. Luego, con posterioridad al descenso de la mortalidad, se produce una caída más pronunciada de la fecundidad y, como consecuencia, una reducción en la tasa de crecimiento de la población. Finalmente, se llega a un nuevo equilibrio, ahora con baja mortalidad y fecundidad y también con una baja tasa de crecimiento de la población.

Si bien es posible encontrar excepciones a este comportamiento demográfico,1 que en ocasiones se da con ciertas peculiaridades, resulta un concepto práctico para el análisis de las tendencias demográficas recientes de los países de la región latinoamericana (Benítez, 1993; Chackiel y Martínez, 1993; Zavala de Cosío, 1992).

Durante el siglo pasado, los países de América Latina también experimentaron, en mayor o menor medida, este llamado proceso de transición demográfica. Sin embargo, se pueden identificar diferencias importantes entre lo que está sucediendo en la región con lo ocurrido en los países más desarrollados. Entre estas diferencias cabe anotar que los países latinoamericanos que ya están en una fase avanzada de esta transición, y aquéllos que están en pleno proceso, muestran cambios en forma mucho más rápida, ya que mientras a los países desarrollados les ha tomado aproximadamente dos siglos completar el proceso, en la región ello se está produciendo en pocas décadas.

Otra característica que los diferencia es el hecho de que en los países desarrollados la transición demográfica fue producto de la industrialización, de los avances en la medicina y del cambio de las condiciones de vida de la población. En cambio, el proceso vinculado inicialmente al alto crecimiento económico y a las transformaciones sociales de las décadas de 1960 y 1970 en nuestra región parece darse con cierta independencia de las crisis económicas de las décadas recientes e incluso en poblaciones en que la pobreza se mantiene o incluso aumenta. De alguna manera, los países en desarrollo pueden incorporar tecnología ya disponible, que resulta apropiada y de bajo costo para el control de la mortalidad y la natalidad. Esa tecnología, por cierto, a los países desarrollados les tomó mucho tiempo generarla. Además, los cambios actuales en América Latina se dan en contextos históricos diferentes, y los factores que producen las bajas de la fecundidad y la mortalidad pueden ser distintos a los que actuaron, por ejemplo, en Europa (Livi, 1993).

Recientemente se ha planteado la existencia de una 'segunda transición demográfica' a partir de que en los países desarrollados los cambios que están ocurriendo, sobre todo en la fecundidad, van más allá de lo considerado en el concepto clásico de transición demográfica (García y Rojas, 2004; Van de Kaa, 1997). El concepto de 'segunda transición' ha sido formulado tomando en cuenta modificaciones ocurridas en décadas recientes en los patrones de formación de las familias y la nupcialidad, lo cual tiene como consecuencia el descenso de la fecundidad a valores que no estaban previstos (tasa global de fecundidad menor a 1.5 hijos por mujer). Los cambios experimentados en estos países se refieren al aumento de la edad al casarse y de las disoluciones matrimoniales, seguido luego del incremento en las uniones consensuales y de la procreación extramarital. Esas serían las causas de que la fecundidad cayera por debajo del nivel de reemplazo (tasa global de fecundidad de 2.1 hijos por mujer2) y de las tasas de crecimiento natural negativas que ya experimentan algunos países europeos.

En América Latina aún no hay evidencias suficientes de la existencia de esta segunda transición en la forma que está planteada (García y Rojas, 2004). En ese sentido, para el análisis de las tendencias demográficas del siglo XX todavía resulta apropiado utilizar como marco de referencia el proporcionado por el concepto tradicional de transición.

Un aspecto que habría que agregar al contexto de las tendencias demográficas de los países en desarrollo es la toma de conciencia internacional sobre los problemas de población, los cuales se divulgan en conferencias internacionales de gobiernos a partir de 1974. En dichas instancias se aprueba disponibilidad de recursos y metas comunes, relacionadas con la salud, la mortalidad y los derechos reproductivos que afectan la decisión del número de hijos que las parejas desean tener y, sobre todo, que crean las condiciones para un más fácil acceso a los medios para controlar la fecundidad.

En el marco del proceso de transición demográfica, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX3 la región pasó de una esperanza de vida al nacer de 52 a 71 años y de una tasa global de fecundidad de seis a 2.7 hijos por mujer, lo que condujo a que el crecimiento medio anual de la población descendiera de 27 a 15 por mil. De esta manera, las altas tasas de crecimiento prevalecientes, principalmente en las décadas de 1950 y 1960, son las que condujeron a que la población más que triplicara su magnitud, la que era de 161 millones de habitantes en 1950 y alcanzara los 513 millones en el año 2000. Sin embargo, estas cifras promedio son el resultado de situaciones muy heterogéneas, que se expresan en esperanzas de vida al nacer que a final del siglo (1995-2000) variaban entre 57.2 (Haití) y 77.3 años (Costa Rica), tasas globales de fecundidad entre 1.6 (Cuba) y 5.0 hijos por mujer (Guatemala) y tasas anuales de crecimiento medio de 4.5 (Cuba) y 27.5 por mil (Honduras) (Cepal/Celade, 2005).

A comienzos de la década de 1990, y como parte de la preparación de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (CIPD) de El Cairo, en 1994, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presentó en varios documentos una tipología de los países de la región según la etapa de transición demográfica en que se encontraban durante el quinquenio 1985-1990 (Cepal/Celade, 1995a; 1995b). A continuación se ubica a los países en las cuatro etapas que es posible identificar en este proceso,4 para tres momentos de la segunda mitad del siglo pasado:

 

Quinquenio 1950-1955

Transición incipiente: Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela (en total 135.8 millones de habitantes, 84.3 por ciento de la población total de la región).

Transición moderada: ninguno.

En plena transición: Argentina y Cuba (23 millones, 14.3 por ciento de la población total de la región).

Transición avanzada: Uruguay (2.2 millones, 1.4 por ciento de la población total de la región).

 

Quinquenio 1985-1990

Transición incipiente: Bolivia y Haití (13.6 millones, 3.1 por ciento de la población total de la región).

Transición moderada: Guatemala, Honduras, Nicaragua y Paraguay (20.8 millones, 4.8 por ciento de la población total de la región).

En plena transición: Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela (338.5 millones, 78.4 por ciento de la población total de la región).

Transición avanzada: Argentina, Chile, Cuba y Uruguay (59.4 millones, 13.7 por ciento de la población total de la región).

 

Quinquenio 1995-2000

Transición incipiente: Haití (8.4 millones, 1.6 por ciento de la población total de la región).

Transición moderada: Bolivia, Guatemala, Honduras y Nicaragua (31.1 millones, 6.1 por ciento de la población total de la región).

En plena transición: Colombia, Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela (226.8 millones, 44.3 por ciento de la población total de la región).

Transición avanzada: Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Cuba y Uruguay (245.7 millones, 48 por ciento de la población total de la región).

En 1985-1990 ya se observa una importante modificación en el panorama demográfico de la región, ya que excepto Uruguay, Argentina y, en cierta medida, Cuba, el resto de los países en 1950 estaba en una etapa inicial de la transición. En cambio, a finales de la década de 1980, la mayoría de los países estaba en plena transición demográfica. Posteriormente, en una sola década, de 1985-1990 a 1995-2000, se producen importantes cambios, considerando sobre todo que la evolución de las variables demográficas son en general fenómenos de larga duración. En ese periodo, entre otros cambios, hay dos países que han pasado de la etapa de plena transición a transición avanzada. Ellos son Costa Rica y Brasil,5 los cuales representan un tercio de los habitantes de la región, lo que indica que, en términos de población, la modificación del panorama es aún mayor. Mientras en 1990 la población de la región que pertenece a países en transición avanzada era de 59 millones (14 por ciento), en 2000 la misma es de 246 millones (48 por ciento), lo que significa que se ha cuadruplicado en un periodo de 10 años.6

Dada la limitación propia de toda tipología, se esconden los cambios que ocurren al interior de cada grupo y que, por ejemplo, dejan a las puertas de pasar a la etapa de transición avanzada a países de transición plena. Son los casos de Panamá, México, Colombia, Venezuela y República Dominicana, que tienen tasas de natalidad próximas al límite de ambas categorías (Cepal/Celade, 2005).

Dentro de cada categoría permanece cierto grado de heterogeneidad que se evidencia en los valores de los parámetros demográficos de los países (Chackiel, 2004). Estas diferencias tendrían más significación en el grupo de transición avanzada, el que comprende países cuyas tasas de crecimiento de la población reciente, por ejemplo, están entre cinco y 24 por mil.7 Además, en el mismo grupo se encuentran, por ejemplo, Uruguay y Argentina, cuya transición demográfica se inicia tempranamente en el siglo XX, y otros que han tenido intensos cambios concentrados en 30 o 40 años recientes.

Las migraciones internacionales también son un componente del cambio demográfico, pero su volumen y tendencias son menos predecibles y no siguen un patrón tan fácil de determinar. Por ello, este componente no es generalmente tomado en cuenta en los planteamientos de la transición demográfica, pero sin duda debe ser considerado a efecto de analizar las tendencias demográficas de los países latinoamericanos. Por ejemplo, los movimientos migratorios podrían explicar algunas irregularidades en la tasa de crecimiento y la estructura por edades de la población, principalmente en los países pequeños en que alcanzan una importancia relativa mayor. Además, en forma indirecta también pueden tener un impacto a través de la influencia que ejercen en lo que está ocurriendo con las tendencias de la fecundidad y la mortalidad (Livi, 1993).

En el cuadro 1 se pueden apreciar algunos indicadores demográficos de países seleccionados según distinta etapa en el proceso de transición demográfica. Ciertamente, lo que se refiere al futuro son hipótesis que son constantemente revisadas a la luz de la nueva información (Cepal/Celade, 2005, Naciones Unidas, 2005). En el cuadro pueden observarse las tendencias de la fecundidad y la mortalidad y, con cierto desfase, las consecuencias sobre el crecimiento y la estructura por edades de la población. A medida que se avanza en la transición se produce una contracción del porcentaje de niños y un paulatino aumento del porcentaje de la población de adultos mayores.

 

Tendencia del crecimiento de la población

América Latina, como promedio, tiene una tendencia general al descenso de su tasa de crecimiento medio anual de la población, lo que resulta de los cambios observados en la mortalidad y fundamentalmente en la fecundidad desde mediados de la década de 1960. En el quinquenio 1960-1965 habría alcanzado su valor máximo (28 por mil), como producto de la baja de la mortalidad acentuada en la posguerra y de una fecundidad sostenidamente elevada. Luego, a partir de ese momento, se inicia la baja de la fecundidad que conduciría a una tasa de crecimiento de 16 por mil a finales de la década de 1990 (Cepal/Celade, 2005).

Mientras que la tasa global de fecundidad de la región en los últimos 40 años del siglo pasado se reduce en 55 por ciento, la tasa de crecimiento lo hace menos que proporcionalmente, en 42 por ciento. Ello está relacionado con el llamado potencial de crecimiento de la estructura de la población por edades, que al ser relativamente joven tiene un contingente importante de mujeres en edad de procrear.8

La tasa de crecimiento de América Latina en la década de 1960 era la más alta del mundo; sin embargo, a finales del siglo pasado ya se ubicaba en el promedio de las regiones en desarrollo, siendo ampliamente superada por el continente africano (Naciones Unidas, 2005). De todas maneras, por su mayor fecundidad y el mencionado elevado potencial de su estructura por edades, el crecimiento de su población es todavía alto si se lo compara con los países desarrollados, principalmente de Europa, que ya tienen tasas nulas e incluso negativas.

Los países desarrollados, sobre todo europeos, ya presentaban una fecundidad de reemplazo en la década de 1970, y tomó 30 años para que ello se plasmara en una tasa nula de crecimiento de la población. Para Latinoamérica, como promedio, se proyecta una fecundidad de reemplazo para el quinquenio 2020-2025, y no tendría todavía tasas nulas de crecimiento de la población en 2050, año final de las proyecciones disponibles (Cepal/Celade, 2005).

En la gráfica 1 se presenta la trayectoria de la tasa de crecimiento para países seleccionados de la región a los efectos de apreciar los distintos patrones de cambio. Previo a iniciarse la disminución de la tasa de crecimiento, en varios países se observa un aumento de la misma, entre ellos México, lo que es producto de la baja de la mortalidad y de una fecundidad todavía alta y en algunos casos con pequeños aumentos (Cepal/Celade, 2005).

Haití, único país que actualmente está en una etapa incipiente de su transición demográfica, por su elevada mortalidad y por la alta emigración de su población, tiene una tasa de crecimiento más baja (18 por mil en 1995-2000) que otros países que tienen una tasa global de fecundidad similar (Cepal/Celade, 2005).

Los países con transición moderada, representados en la gráfica por Honduras, todavía no presentan una disminución relevante en la tasa de crecimiento de su población, pues mantienen, en general, valores próximos a 30 por mil en años recientes.

En los países que están en plena transición demográfica, el descenso del crecimiento de la población es más pronunciado. Muchos de estos países, que en la década de 1960 tenían tasas de crecimiento iguales o superiores al 30 por mil, en años recientes alcanzan tasas en torno a 20 por mil anual (entre 16 y 26 por mil). Son los casos de México y Ecuador en la gráfica 1.

En el grupo de países de transición avanzada existe una gran heterogeneidad de comportamientos. Por un lado están Costa Rica (24 por mil en 1995-2000) y Panamá (20 por mil) con tasas todavía elevadas de incremento de la población por su alto potencial de crecimiento, su baja mortalidad y, en el caso del primer país, se agrega su saldo migratorio positivo de importancia.9 Brasil (13 por mil), cuya trayectoria es similar a los dos casos anteriores, se diferencia de estos dos países tanto por su inferior tasa global de fecundidad, como por su mortalidad más elevada. Argentina y Chile, con una tasa de crecimiento similar en 1995-2000 (13 por mil), siguen una trayectoria muy parecida desde 1970-1975. El primero tiene un crecimiento más bajo en los quinquenios anteriores, por su ya conocida baja fecundidad desde comienzos del siglo XX. Finalmente, en una transición muy avanzada están Cuba y Uruguay, que en la actualidad tienen tasas de crecimiento inferiores a uno por ciento. Uruguay, con tasas de crecimiento bajas, al igual que Argentina por la temprana declinación de la fecundidad, también se ve afectado por una fuerte emigración desde hace más de tres décadas. Cuba lleva más de dos décadas de tasa de fecundidad bajo el reemplazo, y también está afectada por un saldo migratorio negativo. Sin embargo, por su potencial de crecimiento aún no llega a una tasa de crecimiento nula, la que según las proyecciones sería alcanzada en 20 o 25 años más (gráfica 1).

Las perspectivas futuras del crecimiento de la población están fundamentalmente predeterminadas por las hipótesis formuladas para el comportamiento de la tasa global de fecundidad. Como las recientes proyecciones de las Naciones Unidas (2005) ya están considerando una tendencia hacia una meta de fecundidad bajo el reemplazo (TGF de 1.85 hijos), ello implica que necesariamente se llegará más tarde o más temprano a tasas de crecimiento negativas. En la gráfica 1 se puede apreciar que, con excepción de Cuba, que ya tiene una fecundidad debajo del reemplazo, los demás países alcanzarán un crecimiento negativo con posterioridad al año 2050.

 

El crecimiento de la población por edades

Si sólo se observase la tendencia del promedio nacional de la tasa de crecimiento de la población, las importantes diferencias que se producen en las tasas de crecimiento por grupos de edad quedarían ocultas. A partir de la baja de la fecundidad, generalmente producida a mediados de la década de 1960, se producen fuertes diferencias en el crecimiento del número de niños, de la población en edad activa y de las personas en la tercera edad. En la gráfica 2 este hecho se ejemplifica con tres países: Honduras, México y Brasil.

En Brasil, país que comenzó antes que Honduras el cambio en la fecundidad, se produjo una convergencia de la tasa de crecimiento de la población de los tres tramos de edad considerados en el quinquenio 1965-1970, en un valor de, aproximadamente, 30 por mil anual. A partir de ese momento se inició una pronunciada baja en la tasa de crecimiento de los niños, la cual se hizo negativa antes del año 2000. En cambio, la población adulta mayor incrementa aún más su ritmo de crecimiento, el que según las proyecciones alcanzará un máximo de 40 por mil para luego comenzar a descender. La tasa de crecimiento de la población de 15 a 59 años de edad tiene un comportamiento intermedio entre la de niños y la de la tercera edad, y llegará a ser negativa entre los años 2035 y 2040.

Para Honduras, que inicia este proceso más tardíamente (la convergencia se produce en el quinquenio 1975-1980), se espera que la tasa de crecimiento de los niños sea negativa recién cerca del año 2030, mientras que en esa época la población adulta mayor superaría 40 por mil de crecimiento medio anual.

En el caso de México, si bien se presenta la tendencia general de los otros países, se percibe un comportamiento muy particular al descenso en la curva de la tasa de crecimiento de los adultos mayores entre los años 1950 y 1975 (gráfica 2c). Este descenso, que implica cierto retraso en la intensidad del envejecimiento, se debería probablemente a los efectos que sobre la dinámica de la población habría tenido el aumento de la mortalidad ocurrida en la década de 1910, tanto por el conflicto bélico de la Revolución Mexicana como de la fuerte presencia de algunas enfermedades transmisibles (Secretaría de Gobernación/Consejo Nacional de Población, 1993).

Los ritmos de crecimiento tan disímiles entre los intervalos de edades analizados traerán como consecuencia un fuerte impacto en la estructura por edades de la población, lo cual está en la raíz del proceso de envejecimiento que se analiza en la sección siguiente.

 

La evolución de la estructura por edades: el envejecimiento de la población

La distribución relativa de la población por edades, al ser la consecuencia principalmente de los niveles y tendencias de la fecundidad y la mortalidad, es consustancial a la etapa de la transición demográfica que atraviesan los países. En la medida que transcurren los descensos de la mortalidad y principalmente de la fecundidad, se asiste a un proceso paulatino de envejecimiento de la población.

El proceso de envejecimiento se corrobora al considerar las diferentes tasas de crecimiento por tramos de edades analizadas en la sección anterior (gráfica 2). Debido a ello, el total de la población de 60 años y más en América Latina creció durante la década de 1990 en 10 millones de personas, mientras que la población de menores de 15 años lo hizo en aproximadamente seis millones. Esto es diametralmente opuesto a lo que ocurrió en la década de 1960, cuando la población de niños creció en 28 millones y la de adultos mayores en menos de cinco millones (Chackiel, 2000). Esto quiere decir que está cambiando la estructura de la demanda que tiene la sociedad, creciendo ahora más aquélla que se relaciona con el adulto mayor y menos la correspondiente a niños. Lo anterior implica la necesidad de reestructurar, por ejemplo, los servicios de salud en función de la presencia cada vez mayor de requerimientos provenientes de las personas mayores.

Como ocurre con los otros aspectos, en la región existe una importante heterogeneidad respecto a la dinámica de la distribución de la población por edades. Los países con transición demográfica incipiente y moderada tienen, en general, una población joven, representada por una pirámide de población de base ancha por el alto porcentaje de la población de niños (del orden de 42 por ciento de menores de 15 años de edad). Son los casos de la mayoría de los países de América Latina en las décadas de 1950 y 1960, y todavía en la actualidad, de aquéllos que se encuentran en esas etapas de la transición. Esto se aprecia en la gráfica 3, para países seleccionados de la región.

En las primeras etapas del proceso de transición demográfica incluso se produce un leve o moderado rejuvenecimiento de la población, producto de una baja más pronunciada de la mortalidad, principalmente de la caída de la mortalidad infantil (Chesnais, 1990). Este último hecho trae como consecuencia una mayor sobrevivencia de niños, lo que produce un efecto similar a un aumento en la fecundidad, es decir, una mayor proporción del grupo cero a cuatro años de edad. Además, a la baja de la mortalidad infantil se sumó un moderado aumento de la fecundidad ocurrido en la región en las décadas de 1950 y 1960 como consecuencia de las mejoras en el estado de salud de la población, de la propia baja de la mortalidad general y de aumentos en la nupcialidad10 (Chackiel, 2004). El rejuvenecimiento de la población ocurrió en todos los países de la región -exceptuando Uruguay y Argentina-. Por ejemplo, en México, entre 1950 y 1965 el porcentaje de menores de 15 años de edad pasa de 42 a 46 por ciento (Chackiel, 2004).

A partir del inicio de la disminución de la fecundidad, generalmente a mediados de la década de 1960 comienza el gradual envejecimiento de la población. Como se mencionó antes, este proceso es producido por la tasa de crecimiento diferenciada según la edad, que muestra un pronunciado descenso de la correspondiente a niños y un aumento en el ritmo de crecimiento de las personas adultas mayores (gráfica 2).

Los países en plena transición demográfica ya muestran en la actualidad un menor porcentaje de población de menores de 15 años, aunque todavía se mantiene alrededor de 35 por ciento por efecto de la todavía alta proporción de mujeres en edades reproductivas (el caso de México en la gráfica 3). Debido a la contracción en el porcentaje de niños, en esta etapa se produce un cambio en la pirámide de población, al que se ha denominado "envejecimiento por la base" (Chesnais, 1990).

En una etapa avanzada de la transición demográfica, sobre todo en aquellos países que han tenido descensos de la fecundidad importantes en un periodo breve, se produce un abultamiento de la pirámide en las edades centrales, es decir, donde se concentra la población activa. En estos países, como, por ejemplo, Brasil, la proporción de menores de 15 años de edad en años recientes es cercana o inferior a 30 por ciento, y la población de 15 a 59 años de edad, en torno a 60 por ciento (Chackiel, 2004). Estos cambios tienen una importante incidencia en la relación de dependencia y en los desafíos que plantea al mercado laboral, como se comenta más adelante. A esta fase del proceso de cambio en la estructura por edades Chesnais (1990) denomina "envejecimiento por el centro".

Los países excepcionalmente más envejecidos de la región son Uruguay (17 por ciento de mayores de 60 años), Argentina (13 por ciento) y Cuba (14 por ciento). Ello ocurre en los dos primeros, por haber estado expuestos a una baja fecundidad y mortalidad en un periodo prolongado. En el caso de Cuba, está incidiendo su extremadamente baja fecundidad sostenida ya por un cuarto de siglo y también su elevada esperanza de vida al nacer. Aun así, todavía persiste una gran distancia con lo que ocurre en países desarrollados, que para el año 2000 ya tienen más de 20 por ciento de población con 60 años y más.11 Estos últimos países estarían en la etapa que Chesnais (1990) llama de "envejecimiento por la cúspide".

Si bien el envejecimiento puede percibirse analizando los porcentajes de población en distintos tramos de edades, un indicador más sensible es el llamado índice de envejecimiento, que expresa el número de adultos mayores por cada 100 niños12 (gráfica 4).

Sin duda, el caso más espectacular es el de Cuba, que de 20 adultos mayores por cada 100 niños en 1950, pasa a 65 por cada 100 en el año 2000, superando ampliamente a Argentina, que continúa su proceso de envejecimiento en forma sostenida, pero gradual. Por otra parte, en México y Ecuador, países con transición plena reciente, el índice pasa de aproximadamente 14 adultos mayores por cada 100 niños en 1965, a un índice de 20 por cien en el año 2000.

 

El envejecimiento de los viejos

La población de 60 años y más comprende a los adultos mayores que están en capacidad de ser activos, tener una participación social más o menos intensa y, por lo tanto, realizar aportes importantes a la sociedad. Pero también, dentro de este grupo, están los ancianos, de los cuales muchos de ellos ya tienen comprometidas sus capacidades físicas o mentales y, por lo tanto, requieren de una atención especial respecto de los cuidados de su salud y de proporcionarle una vida y una muerte dignas. Esto ha llevado a considerar la existencia de una 'tercera edad', de los 60 hasta los 74 años de edad, y una 'cuarta edad', de 75 años en adelante.

Debido a los importantes aumentos en la esperanza de vida a los 60 años de edad, también existe una variación en la proporción de la tercera y cuarta edades. Se puede decir que existe un envejecimiento al interior de la población de adultos mayores. El grupo de 75 y más años, que en 1950 representaba aproximadamente 17 por ciento de las personas de edad avanzada en América Latina, en el año 2000 constituye casi una cuarta parte de esa población. Ahora, en los países que están en las primeras etapas de la transición demográfica, como Guatemala, este porcentaje es del orden de 20 por ciento, mientras en los países más envejecidos de la región, como Argentina y Cuba, ese sector ya se aproxima a 30 por ciento (cuadro 2).

La cada vez más alta proporción de ancianos tiene una enorme importancia para las políticas sociales destinadas a la población de edad avanzada. Mientras se prevé un conjunto de medidas para atender las demandas de los adultos mayores relacionadas con las condiciones de trabajo y participación social, no debieran descuidarse las que provienen de esta población más envejecida.

En particular, dar satisfacción a arreglos residenciales adecuados, condiciones de salud, cuidados necesarios y apoyo afectivo. Si bien gran parte de estas necesidades pueden ser cubiertas por las familias, ello se ve dificultado por el menor número de hijos o nietos disponibles por la baja de la fecundidad, y también por los problemas de recursos económicos para afrontar el desafío que implica hacerse cargo de abuelos y bisabuelos. La no atención adecuada a estas demandas conduce a que estas personas vivan más años, pero paradójicamente, con una mala calidad de vida.

 

La feminización del envejecimiento

La mayor esperanza de vida de las mujeres respecto a los hombres trae como consecuencia una mayor proporción de población femenina en la vejez. Además, dado que las diferencias favorables a la mujer en la expectativa de vida son crecientes, la tendencia del envejecimiento cuenta con una presencia cada vez mayor de población femenina. En promedio, las mujeres latinoamericanas vivían a mitad del siglo pasado 3.5 años más que los hombres, y esta diferencia prácticamente se duplicó en 50 años (6.5 para el quinquenio 1995-2000). Si se toma en cuenta la esperanza de vida a los 60 años de edad, la sobrevida de la población femenina es de entre tres y cuatro años, ños (Chackiel, 2000 y Chackiel, 2004).

En el cuadro 3 se presentan, para el periodo 1950-2000, los datos correspondientes al índice de masculinidad del total de la población y a edades avanzadas en países seleccionados. En todos los casos, y en los años analizados, se observa el bajo índice de masculinidad que confirma la mayor presencia de mujeres y, además, que es menor a medida que se considera una edad más avanzada. Por ejemplo, en Brasil, mientras para el grupo 60 a 74 el índice es de 84 hombres por cada 100 mujeres en el año 2000, para el grupo de edad de 75 y más el indicador para el mismo año es de 70 hombres por cada 100 mujeres.

Por otra parte, la tendencia general es de un índice de masculinidad menor a medida que se consideran países más avanzados en la transición demográfica o dentro de un mismo país al avanzar en este proceso. Según Villa y Rivadeneira (2000), las excepciones a este comportamiento están ligadas a movimientos migratorios que, en algunos casos, alteran el comportamiento esperado. Eso podría explicar los altos índices de masculinidad observados en Argentina en el año 1950.

Las mujeres viven más años, pero en general su calidad de vida se ve seriamente comprometida, ya que en la mayoría de los casos son viudas que tienen que afrontar solas sus últimos años de vida. Esta situación se ve agravada porque en muchos casos carecen de los ingresos necesarios para solventar los gastos esenciales que requieren para atender sus necesidades de salud y cuidados personales. A eso se unen las carencias afectivas, al no tener a su lado una pareja que la acompañe, hecho que es menos frecuente en los hombres, para los cuales por razones culturales es más factible rehacer su vida en pareja con una mujer muchas veces más joven.

 

El bono demográfico: ¿una relación de dependencia favorable?

El proceso de cambio de la estructura por edades de la población tiene una incidencia importante desde el punto de vista social y económico, en cuanto trae consigo una modificación en el peso que tienen las edades integradas por población potencialmente pasiva, en relación con aquélla que pertenece a edades de población consideradas potencialmente activas o productivas. En general, se considera positivo para una sociedad que la llamada relación de dependencia demográfica13 sea baja, pues ello significa que hay proporcionalmente menos personas que constituyen una carga que debe ser solventada por la población en edad activa.

En los inicios de la transición demográfica, la relación de dependencia es alta por el elevado porcentaje de niños. En la gráfica 5 puede observarse que su valor en Guatemala, en toda la segunda mitad del siglo pasado, es de aproximadamente 100 potencialmente pasivos por cada 100 en edad activa. Se observan valores similares, y aún mayores, para México y Ecuador hasta 1980 y 1975, respectivamente. Sin embargo, Argentina, que tiene una población con menor proporción de niños durante todo el periodo, presenta una relación en torno a 70 por 100. Pero lo que más llama la atención en esta gráfica es la tendencia de los países a la disminución de la relación de dependencia a valores por debajo de 60 por 100. Este hecho ya estaría sucediendo en algunos países que están en un estadio más avanzado de la transición (por ejemplo, Cuba) y se prevé que ocurra en los demás. El caso de México se destaca por la velocidad e intensidad del descenso de su relación de dependencia, que estaría ya muy próxima a 60 por 100.

Esta baja en la relación de dependencia, que tiene una duración de varias décadas, ha sido llamada "bono demográfico" u "oportunidad demográfica", dado que implica que la sociedad puede disponer de ahorros que pueden volcarse a inversiones productivas o reasignarse a beneficios sociales que hasta ahora no son de fácil atención. Como los ahorros provendrían de la menor presión de la demanda de niños, ya que su población está prácticamente estancada, se postula una reconversión del gasto social, principalmente para dar énfasis a la calidad de la educación y reformas en el sector salud para atender el cambio en el perfil epidemiológico. Se considera una oportunidad de realizar reformas e inversiones que prepararían a los países para cuando la relación de dependencia vuelva a niveles altos, esta vez por el mayor peso de la población adulta mayor.

Si bien la presencia de bajas relaciones de dependencia marca un hecho positivo, se han formulado ciertas reservas a una postura excesivamente optimista (Chackiel, 2000).

Una de las consideraciones importantes es que para que exista una relación de dependencia efectivamente favorable debe enfrentarse con éxito la demanda por empleos de una población en edad activa creciente. Un país con una población desocupada importante conduciría a una relación de dependencia real14 elevada y de nada serviría la estructura demográfica favorable. En este sentido, si bien es un elemento coadyuvante, pareciera que su aprovechamiento estaría dependiendo de la capacidad del mercado laboral para absorber una creciente demanda por empleos. Brasil, por ejemplo, en 1996 tendría una mayor relación de dependencia real en comparación con la dependencia demográfica, ya que la primera sería de 66 por 100, mientras la segunda de 129 por 10015 (Chackiel, 2000).

Otro elemento a considerar es lo que ocurre al interior de los países en los que el bono demográfico en la actualidad está beneficiando a los hogares de clase media y alta, que son los que han presentado una mayor baja de la fecundidad. En todo caso, el bono para los sectores pobres llegará en la medida que se incorporen a las nuevas conductas demográficas. Mientras tanto, para que ellos sean beneficiados, deberán implantarse políticas de redistribución del ingreso, que aseguren que toda la sociedad se beneficie de la liberación de recursos que implique la baja relación de dependencia. En el mismo ejemplo de Brasil, la relación de dependencia demográfica en 1996 para los "no pobres" sería de 55.3 por 100, mientras que la de los "pobres" alcanzaría a 90 por 100. A su vez, la relación de dependencia económica real del mismo país, sería para los "no pobres" de 106 por cien y para los "pobres" de 185 por cien (Chackiel, 2000).

También hay que considerar el rol que juega en todo esto el cambio en la composición interna de la relación de dependencia demográfica, ya que está compuesta por la relación de niños y la de los adultos mayores. Al descender la fecundidad y estancarse el crecimiento de los niños, consecuentemente la relación de dependencia correspondiente a la población de cero a 14 años de edad se hace menor (cuadro 4).

Hay dudas acerca de la verdadera existencia del bono demográfico, si se considera que incluso siendo una relación de dependencia menor estaría compuesta por un mayor número de personas en edades avanzadas. En ese sentido se sostiene que probablemente el costo de manutención de una persona mayor es varias veces superior al correspondiente a un niño. Ello es claro en lo que respecta al sector salud, dado que las afecciones de los viejos en general son de tipo crónico, al tiempo que los diagnósticos, procedimientos y tratamientos de este grupo poblacional resultan más onerosos que los que corresponden a niños. A eso se agrega la creciente proporcionalidad de personas en la cuarta edad, para las cuales se hace necesario cuidados permanentes.

Lo anterior conduce a afirmar que si bien los dependientes serán menos, no necesariamente será así respecto a los costos que implique para la sociedad asegurarles una buena calidad de vida y su desarrollo como persona.

 

Siglo XXI, el del envejecimiento en Latinoamérica

Así como el siglo XX estuvo signado por la transición demográfica de América Latina, el siglo XXI estará marcado por el envejecimiento de la población. El ritmo de este envejecimiento será sobre todo importante en las próximas décadas, debido principalmente a que se integrarán a la población de viejos el numeroso contingente de personas que nacieron en las décadas de 1950 y 1960. Este último hecho, unido al aumento de la esperanza de vida, explica la elevación de las tasas de crecimiento de la población de 60 años y más observadas en la sección 2 (gráficas 2a y 2b).

Durante la segunda mitad del siglo pasado el número de personas de 60 y más años de edad en la región se duplicaba cada cinco lustros, mientras que en los próximos 25 años aumentará en dos veces y media, para luego bajar la intensidad de su crecimiento. En números absolutos, la población de adultos mayores del año 2000 al 2025 pasaría de 41 millones a 98 millones. Ello significa en términos porcentuales que en el primer cuarto de este siglo las personas de 60 años y más de edad conformarán 14 por ciento de la población total, y se prevé que en 2050 se acerquen a un cuarto de la población (23 por ciento).16

Mientras en la actualidad Uruguay, país más envejecido de América Latina, tiene 17 por ciento de personas de 60 y más años de edad, Cuba, que será el país más envejecido a mitad de este siglo, tendrá el doble, 34 por ciento de adultos mayores (Cepal/Celade, 2005). Para ese entonces la mayoría de los países de transición incipiente y moderada tendrían una situación similar a la de Uruguay en la actualidad, y los países en plena transición y transición avanzada de la región tendrán entre 20 y 28 por ciento de personas de 60 y más años. Para aquilatar la importancia del cambio que vendrá, considérese que para 2000 todos los países, salvo Uruguay y Argentina, tenían entre cinco y 10 por ciento de personas en esas edades. Esto implica que en los próximos 50 años los adultos mayores más que triplicarán su porcentaje del total de la población.

Sin embargo, cabe hacer notar que los países más envejecidos del mundo, como por ejemplo Francia, Italia y Japón, ya tienen en la actualidad una proporción de población de mayores de 60 años cercana a 25 por ciento, lo que en promedio tendrá América Latina en 50 años más. Además, no se percibe una tendencia al acercamiento de la situación de la región con la de los países desarrollados, ya que debido al descenso de la fecundidad de éstos muy por debajo de la tasa de reemplazo y el continuo aumento en la esperanza de vida experimentarán también un mayor proceso de envejecimiento. De esta manera, los países aquí mencionados llegarán a tener una población de adultos mayores de alrededor de 40 por ciento de la población total en el año 2050 (Naciones Unidas, 2005). A esta situación en que se llega a una inversión de la pirámide de edades, con una más alta proporción de viejos que de niños, suele denominarse pirámides en forma de hongo o macrocefálicas (Chesnais, 1990).

Este escenario, presente ya en otras latitudes del mundo, hace que el envejecimiento y sus consecuencias sean una preocupación creciente en todo el planeta y particularmente en América Latina. En 1982 se llevó a cabo en Viena la primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, donde se elaboró el Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento, el cual fue refrendado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Este organismo aprobó en 1991 los Principios de las Naciones Unidas en favor de las personas de edad y declaró a 1999 como el año internacional de las personas de edad.

El Programa de Acción aprobado en la CIPD de El Cairo (Naciones Unidas, 1995) recoge esta inquietud tanto en el diagnóstico de la dinámica demográfica como en la fijación de objetivos y medidas destinadas, entre otras cosas, a crear condiciones que mejoren su calidad de vida, lleven una vida autónoma, y establecer sistemas de atención de salud, sistemas de seguridad económica y social y sistemas de apoyo social para los adultos mayores. La evaluación del Programa de Acción de El Cairo + Cinco menciona las deficiencias que tienen los países en desarrollo respecto a servicios y políticas para atender la creciente población de personas de edad (Naciones Unidas, 1999).

En el año 2002 se celebró la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, que aprobó el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento. "El objetivo del Plan de Acción consiste en garantizar que en todas partes la población pueda envejecer con seguridad y dignidad y que las personas de edad puedan continuar participando en sus respectivas sociedades como ciudadanos con plenos derechos." Esta declaración se considera un hito en el tratamiento del envejecimiento en el mundo entero.

En noviembre de 2003 se realizó en Santiago de Chile la Conferencia Regional Intergubernamental sobre Envejecimiento, oportunidad en que se acordó una estrategia regional de implementación para América Latina y el Caribe del Plan de Acción Internacional de Madrid. En la estrategia regional se definen prioridades basadas en los principios de las Naciones Unidas y enmarcadas en los compromisos de la Declaración del Milenio (Cepal, 2004). Además, se establecen orientaciones generales que fundamentan las metas, objetivos y acciones propuestas.

En particular, entre las orientaciones, se establece:

La incorporación de la cuestión del envejecimiento en el desarrollo integral y en las políticas públicas, con la consecuente reasignación de recursos entre las generaciones, es parte de los ajustes necesarios para dar respuesta a los problemas de las sociedades demográficamente más envejecidas.

Sin embargo, cabe mencionar que para la mayoría de los países de la región la preocupación por la población de adultos mayores se suma a la presión que todavía se tiene en la atención materno-infantil. Ello, debido a que aunque los niveles de fecundidad han descendido en muchos países, aún existe un número importante de embarazos y nacimientos, que provienen del todavía creciente número de mujeres en edad de procrear.

 

Conclusiones

América Latina ha experimentado un proceso de cambio demográfico sin precedentes en el siglo XX, fundamentalmente durante la segunda mitad de éste, proceso que continúa en los albores del nuevo siglo. En primer lugar, una reducción de la mortalidad iniciada en la primera mitad del siglo pasado, la cual se expresa en que un latinoamericano en promedio tiene una esperanza de vida al nacer actual de aproximadamente 71 años, alrededor del doble de lo que tenía hace 100 años y 18 años más que en 1950. Con posterioridad comenzó a descender la fecundidad, la cual en pocas décadas se redujo a la mitad. La tasa global de fecundidad en las décadas de 1950 y 1960 era de aproximadamente seis hijos por mujer, mientras en 1995-2000 es un poco menor a la mitad de aquélla (2.7 hijos).

Como consecuencia de los cambios en la fecundidad y la mortalidad se está produciendo un descenso de la tasa de crecimiento medio anual de la población y un envejecimiento gradual de la estructura por edades, mismo que se acentuará en las próximas décadas. La región, que hace 30 o 40 años vivía lo que algunos calificaron como una explosión demográfica, por tener las tasas de crecimiento más elevadas hasta ahora observadas en el mundo (cerca de 30 por mil), en la actualidad tiene una tasa más moderada, del orden de 16 por mil.

Según la ubicación de los países en el proceso de transición demográfica, se observan importantes diferencias en la tasa de crecimiento de la población. De esta manera, los países con una transición temprana, caracterizada por el descenso de la mortalidad y fecundidad alta o moderada, todavía presentan tasas elevadas, algunos de ellos semejantes a la regional en la década de 1960. Los países con descensos recientes en la fecundidad, por el alto potencial de crecimiento de su joven estructura por edades, todavía tienen una tasa de crecimiento moderadamente alta (cercana a 20 por mil). Los países en transición avanzada presentarían una situación bastante heterogénea, ya que incluyen casos de fecundidad con descensos pronunciados ocurridos recientemente, y otros que tienen ya una baja fecundidad desde la primera mitad del siglo XX. El caso de Cuba debe considerarse como de transición muy avanzada porque su fecundidad lleva 25 años por debajo del reemplazo, sin embargo, su tasa de crecimiento es aún positiva, de cuatro por mil, debido a que por su potencial de crecimiento recién se haría negativa aproximadamente en 2025.

Como consecuencia de que las proyecciones de la fecundidad, realizadas por Celade y la División de Población de Naciones Unidas, tiendan hacia un valor por debajo del nivel de reemplazo de la población (en general TGF = 1.85), las tasas de crecimiento se reducirán fuertemente en el futuro. Sin embargo, debido a la joven estructura por edades de la población, salvo Cuba, los países de la región no tendrán crecimiento nulo o negativo en la primera mitad del siglo XXI.

Debido a la reducción de la fecundidad y a la prolongación de la vida de las personas, se observa una tendencia muy diferente del crecimiento de la población según grupos de edades. Así, mientras la población de menores de 15 años de edad reduce drásticamente su crecimiento y en muchos países ya está alrededor de cero o es negativa, el crecimiento de la población de personas de 60 y más años de edad adquiere en los próximos años su máximo histórico (cerca de 40 por mil). Esto último está relacionado con el hecho de que quienes alcanzarán la tercera edad son aquellas personas que nacieron hace unas cinco décadas antes, cuando la fecundidad era muy alta. Por otra parte, el crecimiento de la población en edad activa se sitúa en un valor intermedio, comenzando su descenso varias décadas después que las tasas correspondiente a los niños.

Los ritmos de crecimiento tan disímiles entre los grupos de edades traerán como consecuencia un fuerte impacto en la estructura por edades de la población, estando en la raíz del proceso de envejecimiento que está ocurriendo en gran parte de los países de la región.

En términos de los porcentajes de población en los grandes grupos de edades, la situación es heterogénea entre países, dependiendo de la situación en que se encuentren dentro del proceso de transición demográfica. Los países en transición incipiente y moderada tienen en la actualidad un alto porcentaje de niños, del orden de 40 por ciento, mientras la proporción en la población de 60 y más años de edad es aproximadamente del cinco por ciento. En el otro extremo se ubican los países en transición avanzada, en que la población de menores de 15 años de edad es de 30 por ciento o menos y la de personas de edad, en general superior a 10 por ciento. Uruguay, el país más envejecido de América Latina tiene 17 por ciento de la población en el tramo de 60 y más años. El proceso de envejecimiento se hará sentir en forma más pronunciada en las próximas décadas y a mitad de este siglo ya cerca de un cuarto de la población latinoamericana pertenecerá al grupo de adultos mayores.

En general, existe una posición pesimista acerca del cambio que está ocurriendo en la estructura por edades de la población, considerando que ello aumentará la carga social para brindar a los viejos una vida saludable y digna. Ante esta postura, ha surgido una visión más optimista que considera que la carga demográfica de una mayor proporción de adultos mayores se ve más que compensada con la menor presión de la carga demográfica de los niños. Así, la relación de dependencia demográfica total (niños más viejos) durante las próximas décadas tenderá a ser más baja, para luego volver a subir. Esa situación es conocida como la 'oportunidad demográfica', considerando que los menores gastos de crianza y educación de una menor proporción de niños permitirá reasignar los fondos ahorrados para beneficio del cuidado de los adultos mayores y para inversiones que redunden en un mayor desarrollo, de modo que los países estén mejor preparados para cuando la relación de dependencia suba por el persistente proceso de envejecimiento. Sin embargo, se señalan reservas a la posibilidad de obtener un beneficio de esta "oportunidad": la necesaria capacidad de la economía de generar empleos productivos, los mayores costos de mantener a un anciano respecto de un niño y la alta relación de dependencia que se mantiene en los hogares más pobres.

Lo cierto es que el aumento de la proporción de adultos mayores, y dentro de éstos la de los más viejos, con una mayor presencia de mujeres, es un hecho irreversible. Ante ello, es ineludible planear políticas y programas para asegurar un retiro laboral en condiciones dignas, asegurar una participación social amplia y brindar los cuidados y afectos necesarios para una muerte también digna.

 

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Notas

1 Muchos autores han cuestionado que el proceso de transición demográfica sea considerado como una teoría y en múltiples trabajos se han mostrado excepciones al respecto (Coale, 1977; Benítez, 1993).

2 La tasa global de 2.1 es considerada simbólica porque constituye el nivel de fecundidad que, de mantenerse, sólo asegura el reemplazo de la población; en consecuencia, después de cierto tiempo produciría una tasa de crecimiento nula.

3 Se describe el comportamiento demográfico a partir de 1950, dado que es a partir de esa fecha que se dispone de datos y estimaciones sistemáticas para los países, elaboradas por Naciones Unidas.

4 La ubicación de cada país se realiza con base en los valores de las tasas de natalidad y mortalidad, según el siguiente criterio: transición incipiente, tasa de natalidad alta (32 a 45 por mil) y tasa de mortalidad alta (más de 11 por mil); transición moderada, tasa de natalidad alta y tasa de mortalidad moderada (siete a 11 por mil); plena transición, tasa de natalidad moderada (24 a 32 por mil) y tasa de mortalidad moderada y baja (cuatro a siete por mil); transición avanzada, tasa de natalidad baja (10 a 24 por mil) y tasa de mortalidad moderada y baja.

5 Brasil tendría una transición avanzada fundamentalmente por los cambios ocurridos en su fecundidad, dado que su mortalidad es relativamente más alta.

6 Se cuadruplica fundamentalmente por el paso de Brasil de transición plena a avanzada.

7 La tasa de crecimiento de cinco por mil corresponde a Cuba y la de 24 por mil a Costa Rica. Esta última es relativamente alta debido a la muy baja mortalidad que ha alcanzado este país y la alta tasa bruta de natalidad, como producto de su joven estructura por edades.

8 El número elevado de mujeres en edad de procrear es producto de los altos niveles de fecundidad de la región en las décadas anteriores.

9 Se refiere a la migración de nicaragüenses a Costa Rica a partir de la década de 1970.

10 Esto sería coherente con los aumentos en la tasa de crecimiento de la población de esos años, lo que se analizó en la sección anterior.

11 Por ejemplo, Francia tiene 21 por ciento de población de 60 años y más; Suecia, 22 por ciento, y Japón, 23 por ciento. Estos países se caracterizan por una tasa global de fecundidad muy por debajo del reemplazo (en torno a 1.5) y una esperanza de vida al nacimiento de aproximadamente 80 años (Naciones Unidas, 2005).

12 Se calcula como el cociente de la población adulta mayor (60 años y más de edad) y la de niños (0 a 14 años de edad), por cien.

13 Se define la relación de dependencia demográfica como el cociente entre la población en edad pasiva (cero a 14 años de edad más la población de 60 y más) respecto a la población en edad considerada activa (15-59 años). Pueden separarse los componentes del numerador y se tiene la relación de dependencia de niños y la relación de dependencia de la población de adultos mayores.

14 Se define como 'relación de dependencia económica real', el cociente de los desocupados más los no activos sobre los ocupados de todas las edades.

15 Datos provenientes del Banco de Datos de la Cepal, a partir de la Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílio (Pnad) 1996.

16 Estas proyecciones de población se hacen bajo el supuesto de que la fecundidad de todos los países alcanza antes del 2050 una tasa inferior al reemplazo. La meta es una tasa global de fecundidad de 1.85 hijos por mujer, salvo para algunos países más retrasados en la transición.

 

Información sobre el autor

Juan Chackiel. Es egresado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República de Uruguay. Realizó cursos de posgrado básico, avanzado y de especialización en Demografía en Celade-Naciones Unidas. Actualmente es consultor en Demografía (asesoría técnica y docencia en análisis demográfico). Es autor de más de 50 publicaciones en libros y revistas, de las cuales las últimas tres son: "La dinámica demográfica en América Latina", 2004, en Serie Población y Desarrollo, núm. 52, en coautoría con S. Schkolnik; "Los sectores rezagados en la transición de la fecundidad en América Latina", 2004, en Revista de la CEPAL, núm. 83, y "Los censos de América Latina: nuevos enfoques", 2004, en Revista Estadística y Economía, INE, Chile. Correo electrónico: jchackiel@eclac.cl

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