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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.11 no.45 Toluca jul./sep. 2005

 

Factores asociados a la corresidencia de los adultos mayores de 50 años por condición rural-urbana

 

Factors associated to the coresidence of adults older than 50 years of age by rural-urban condition

 

Elmyra Ybáñez Zepeda, Eunice Danitza Vargas Valle y Ana Luz Torres Martínez

 

El Colegio de la Frontera Norte/ Universidad de Texas/ Universidad Autónoma de Baja California.

 

Resumen

Con base en la información generada por la Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México (Enasem, 2001), el siguiente artículo analiza la influencia de algunas variables demográficas, socioeconómicas y de salud, sobre los arreglos residenciales de los mayores de 50 años en México. Aplicando estadística descriptiva y a partir de la construcción de dos modelos m-logit, se encuentra que la mayoría de los adultos de 50 años y más comparten residencia con sus hijos, particularmente con los hijos solteros. La corresidencia con los hijos casados ocurre con mayor frecuencia cuando los adultos mayores no tienen pareja y presentan deterioro funcional.

Palabras clave: envejecimiento demográfico, población adulta mayor, arreglos residenciales, corresidencia familiar, México.

 

Abstract

Based on the information generated by the National Census of Health and Aging in Mexico (Enasem, 2001), the following article analyzes the influence of some demographic, socioeconomic and health variables in the residential arrangements of adults older than 50 years of age in Mexico. Using descriptive statistics and parting from the construction of two m-logit models, it is found that most of the people of more than 50 years share dwelling with their children, particularly the single ones. The coresidence with married children occurs with more frequency when seniors do not have couple and present functional deterioration.

Key words: population aging, senior population, residential arrangements, family coresidence, Mexico.

 

Introducción

México, al igual que América Latina y el Caribe, envejece a una velocidad mayor que la que en su momento se observó en Europa y Estados Unidos, donde el cambio demográfico —disminución de la mortalidad y de la fecundidad— ocurrió gradualmente (Martin y Kinsella, 1994: 356-403; Ham, 2003). Además, conforme avance este proceso, habrá mayores prevalencias de enfermedades crónico-degenerativas y discapacidad en la población envejecida, al tiempo que mermará su calidad de vida y se traducirá en el aumento de la demanda de cuidados y servicios de salud (Palloni y Peláez, 2002: 762-771).

Estas predicciones cobran relevancia cuando se observa que las posibilidades de apoyo institucional, social y familiar hacia los adultos mayores están disminuyendo. La crisis de los sistemas de seguridad social en materia de salud pública y pensiones exhibe la limitada capacidad de las instituciones públicas para hacer frente a las futuras demandas económicas y de salud de los adultos mayores (CISS, 1998). Aunada a esta realidad, la disponibilidad de ayuda familiar se encuentra bajo presión por el impacto de la baja de la fecundidad, la inserción de las mujeres al mercado laboral, la urbanización, las migraciones y la inestabilidad económica, así como por la transformación en los valores y las normas socioculturales que regulan los lazos familiares (Cepal, 2001).

En este sentido, es importante el estudio de la corresidencia, toda vez que es un recurso fundamental que la familia ha utilizado para facilitar el flujo intra e intergeneracional de apoyos. El hecho de que tres o más generaciones compartan la residencia es cada vez más común en México por el aumento de las supervivencias (López, 2001) y responde a la necesidad de elevar la calidad de vida o, por lo menos, sobrellevar las crisis familiares y financieras. La elección de corresidir no es una decisión sencilla, implica la evaluación los costos y beneficios para los adultos mayores y sus familiares (Palloni, 2001) en un contexto de dinámicas sociales e influencias culturales (Hagestad y Dannefer, 2001: 3-21). Entre los beneficios de la corresidencia se ubica la satisfacción de necesidades materiales, de compañía, de asistencia en el hogar y de cuidados de salud del adulto mayor o algún familiar, mientras que entre los costos está la pérdida de privacidad e independencia tanto para el adulto mayor como para su familia.

Un desafío de la investigación demográfica es explicar los factores que intervienen en la corresidencia de los adultos mayores en México, pues han sido escasamente estudiados. El estudio de los arreglos residenciales se ha centrado en el ciclo de vida, las características demográficas y socioeconómicas, la relación con el jefe del hogar y las transferencias intergeneracionales (Ham, 1995; Gomes, 1997: 170-194; Montes de Oca, 1999: 289-325; Ham et al., 2004:77).

La literatura internacional muestra que los factores demográficos juegan un rol esencial en la corresidencia. Existe una asociación estadística directa entre la edad y la corresidencia con los hijos u otros familiares o no familiares, por el incremento de problemas de salud con la edad (Lowe, 1991, Wolfy Soldo, 1988: 387-403). En cuanto al sexo de los adultos mayores, los hombres corresiden más con los hijos; sin embargo, al diferenciar el estado conyugal de los adultos, son las mujeres sin pareja las que presentan esta tendencia (Saad, 2004). Por otra parte, el número de hijos es una aproximación al tamaño de la red de apoyo familiar, a mayor número de hijos, mayor corresidencia, mientras que el sexo de los hijos se vincula a normas culturales asociadas a la corresidencia intergeneracional; por ejemplo, los adultos mayores de la mayoría de los países occidentales prefieren vivir con las hijas, quienes son más propensas a proveer servicios y cuidados de salud (Wolf y Soldo, 1988: 387-403).

Otros factores que se vinculan con la corresidencia son los socioeconómicos. Éstos limitan la capacidad del adulto mayor para desarrollar metas personales de privacidad e independencia. Una situación financiera favorable, como tener altos ingresos o una casa propia, está asociada a una vida independiente. Esta asociación no sólo se presenta en los países desarrollados, también los adultos mayores de países subdesarrollados con mejores indicadores socioeconómicos tienden a vivir menos en familias extendidas (Boongarts y Zimmer, 2001).

Por último, un factor de impacto en la corresidencia es el deterioro funcional del adulto mayor, ya que reduce la posibilidad para llevar una vida independiente (Lowe, 1991; Wolf y Soldo, 1988: 381-403; Grundy, 2001; Cameron, 2000; Zeng et al., 2002: 263-280). A pesar de que los adultos mayores participan activamente en el sistema de apoyos familiares, aquéllos con discapacidad no pueden responder de igual forma a la reciprocidad de las ayudas: disminuye la proporción de quienes dan o intercambian apoyos y aumenta la de quienes los reciben (Vollenwyder et al., 2002: 263-280). En estas circunstancias, el apoyo informal que recibe el adulto mayor en su hogar resulta fundamental para su salud y calidad de vida, especialmente en sociedades donde las transferencias institucionales y la situación económica son precarias (Grundy y Tomassini, 2004).

El objetivo general de este estudio es analizar la influencia de un conjunto de características demográficas, socioeconómicas y de salud en la corresidencia de los adultos de 50 años y más en México, considerando la condición rural-urbana y el estado conyugal de los sujetos de estudio. Los objetivos específicos consistieron en: a) describir la composición de los arreglos residenciales partiendo de las categorías básicas y el conjunto de factores antes mencionados, y b) probar si controlando los factores demográficos y socioeconómicos, los adultos mayores de 50 años tienen mayor propensión a cohabitar con sus hijos ante el deterioro en la salud.

 

Materiales y métodos

La fuente de información básica fue la Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México (Enasem, 2001), que es una encuesta de panel prospectivo que indaga las características de salud, educación, familia, transferencias, historia laboral, historia migratoria, fuentes de ingreso, condiciones de la vivienda y medidas antropométricas de los adultos nacidos antes de 1951 (Enasem, 2001). Esta encuesta cubre con representatividad estadística las áreas urbanas (> o = 100 000 habitantes) y rurales de la república mexicana, por lo que hace un análisis general de las desigualdades socioeconómicas que se presentan al interior del país.1

Para fines de este estudio se seleccionó una submuestra de los 13 403 adultos que completaron la entrevista de la Enasem en el 2001. Ésta consistió en 12 062 adultos de 50 años y más que contestaron la entrevista sin la ayuda de un informante sustituto y tenían la información de las variables de interés para el análisis. Aunque la submuestra comprendió a un grupo heterogéneo de adultos de edades medias y avanzadas, el criterio de selección de ésta fue la necesidad de contar con un grupo lo suficientemente grande para estimar con representatividad estadística el efecto del deterioro funcional en la corresidencia por estado conyugal y condición rural-urbana.

El deterioro funcional se usó como indicador de salud por su utilidad para dar a conocer la necesidad de asistencia y cuidados de salud de la población (Lowe, 1991; Katz et al., 1970: 20-30). Se construyó la variable 'dificultad en AVD' como un índice resumen de la dificultad para realizar al menos una actividad de la vida diaria, ya fuera básica o instrumental.2 Las actividades básicas de la vida diaria (ABVD) consideradas para dicha variable fueron vestirse, caminar, bañarse, comer, ir a la cama y usar el excusado; mientras que las actividades instrumentales de la vida diaria (AIVD) fueron cocinar comida caliente, ir de compras, manejar el dinero y tomar medicamentos. De manera general, las AIVD se diferencian de las ABVD en que requieren de habilidades más complejas para su ejecución.

Debido a que la corresidencia con los hijos es esencial en México, para la clasificación de los arreglos residenciales se privilegió la presencia de hijos en el hogar y se distinguió a los adultos que residen de manera independiente, es decir, solos o sólo con su pareja. Los arreglos residenciales se tipificaron en cinco categorías: a) solo; b) sólo con su pareja; c) con hijos solteros; d) con hijos casados; y e) con otros familiares o no familiares. Cabe aclarar que el criterio para agrupar a un adulto en la categoría 'con hijos solteros' fue que todos los hijos con los que vivía fueran solteros, pero con la posibilidad de que hubiera otros familiares o no familiares en el hogar; mientras que el criterio para la categoría 'con hijos casados' fue que el adulto viviera con al menos un hijo casado, lo que implicó la posibilidad de que en el hogar vivieran también hijos solteros u otros. El interés de distinguir la corresidencia con al menos un hijo casado se retomó siguiendo la idea de que corresidir con hijos solteros corresponde a una etapa del ciclo familiar, dado que los hijos suelen formar su propio hogar al casarse en la mayoría de los países subdesarrollados, mientras que corresidir con hijos casados tiene como base las demandas de apoyo del adulto mayor o de los hijos (Saad, 2004).

Para describir los arreglos domiciliares por estado conyugal y condición rural-urbana, según algunas características demográficas, económicas y de salud del adulto mayor de 50 años, se utilizó primeramente estadística descriptiva. Las características de los sujetos de estudio analizadas fueron: sexo, edad, número de hijos e hijas, ingreso, propiedad de la vivienda, deterioro funcional básico, deterioro instrumental y dificultad en AVD.

El análisis de los condicionantes de los arreglos domiciliarios se realizó mediante la aplicación de dos modelos logísticos multinomiales. En los dos modelos se clasificó a la población según la condición rural-urbana; en el primero se incluyó sólo a los adultos con pareja, y en el segundo, a los adultos sin pareja. La variable dependiente en el modelo para los adultos con pareja fue que el adulto viviera con hijos solteros, con hijos casados o con otros, usando como categoría de referencia vivir con el cónyuge. En el modelo de los que no tienen pareja, la categoría de referencia, fue vivir solo. Las variables independientes fueron las mismas en ambos modelos: sexo, edad, número de hijos e hijas, ingreso, propiedad de la vivienda y dificultad con AVD (cuadro 1). En estos modelos se logró una bondad de ajuste Prob > Ji-cuadrado = 0.00 y se evaluó la significancia de las variables independientes a 95 por ciento de confianza.

 

Resultados

Análisis descriptivo: los arreglos residenciales y las características demográficas

En general, la corresidencia con hijos solteros fue el arreglo residencial más común entre los adultos mayores de 50 años. Entre los adultos con pareja, 54 por ciento de los del medio rural y 59 por ciento del medio urbano se encontraban en este tipo de arreglo, mientras que sólo 34 por ciento de los que no tenían pareja en el medio rural y 40 por ciento del urbano estuvieron en dicha categoría (cuadro 2). Los adultos con pareja del medio rural viven en mayor proporción con su cónyuge, con hijos casados y con otros, en comparación con los del medio urbano, quienes se concentraron en la categoría 'hijos solteros'. Los adultos sin pareja del medio rural viven en mayor medida solos o con hijos casados que los del medio urbano, quienes viven con mayor frecuencia con hijos solteros o con otros. Al comparar a los adultos por estado conyugal, se observó que los que no tienen pareja corresiden más con hijos casados o con otros, en comparación con los adultos que tienen pareja, quienes corresiden más con hijos solteros.

En la clasificación de los arreglos residenciales por sexo se observó que tanto en el medio rural como en el urbano los hombres con pareja viven más en hogares con hijos solteros, mientras que las mujeres con pareja residen con mayor frecuencia solo con la pareja, con hijos casados o con otros. Para los adultos que viven sin pareja, también en ambos contextos, los hombres viven solos o con otros, con respecto de las mujeres, quienes tendieron a residir con los hijos, ya fueran casados o solteros.

A mayor edad, los adultos con pareja viven con menor frecuencia con hijos sin pareja y más con su cónyuge, tanto en zonas rurales como urbanas. Al observar la diferencia según condición rural-urbana, la proporción de los que residen con hijos casados disminuye en el medio rural, mientras que dicha proporción aumenta en el urbano, excepto para el grupo de edad '80 +', donde se presenta una reducción. Otro hallazgo fue que, no obstante la mayor corresidencia con otros a partir de los 60 años en ambos contextos, ésta presentó una pequeña contracción después de 80 años en el medio rural y después de 70 años en el urbano.

Los adultos sin pareja, a mayor edad, corresiden con mayor frecuencia con hijos casados, ubicándose el incremento más notable en el medio rural; de igual forma, viven más solos y menos con hijos solteros en los medios rural y urbano, excepto para el grupo de edad '80 +', donde se observó una disminución de los solos y un aumento de los que viven con los hijos casados o solteros. Para aquellos que no tienen pareja, la relación entre la edad y la corresidencia con otros no mostró una tendencia clara.

El promedio de hijos supervivientes por tipo de arreglo residencial mostró que los adultos con pareja que tenían mayor número de hijos estaban viviendo más con hijos casados, hijos solteros o con otros, en comparación de vivir sólo con la pareja. Asimismo, que los adultos sin pareja que tienen en promedio mayor número de hijos eran quienes vivían con mayor frecuencia con los hijos, tanto con los casados como con los solteros. Con esto se confirma que el número de hijos con que cuentan los adultos mayores de 50 años es una aproximación de las opciones que tienen para la corresidencia. Respecto de la diferencia según condición rural-urbana, los promedios de hijos supervivientes fueron más altos en el medio rural, siendo obvia la asociación de este resultado y la mayor fecundidad de las mujeres de este contexto.

Los arreglos residenciales y las características socioeconómicas

La clasificación de los arreglos residenciales por nivel de ingreso mostró que tanto en el medio urbano como en el rural, los adultos con pareja que cuentan con un ingreso mayor a tres salarios mínimos3 corresiden más con hijos solteros que quienes perciben un ingreso menor, que son los que con mayor frecuencia viven con la pareja o con hijos casados en el medio rural, y con la pareja, hijos casados o con otros en el medio urbano (cuadro 3). Entre los adultos sin pareja, los datos sugirieron una asociación entre un menor ingreso y un arreglo residencial dependiente, pues los que percibieron peores ingresos viven con mayor frecuencia con hijos casados y con otros en el medio rural, y con hijos casados en el urbano.

En cuanto a la propiedad de la vivienda, los adultos con pareja que no tienen vivienda propia residen más con otros en el medio rural, en comparación con los que sí tienen casa propia, mientras que en el medio urbano residen en mayor proporción con hijos solteros; los adultos sin pareja y sin vivienda propia viven en mayor proporción con hijos casados o con otros en el medio rural, y con otros, en el urbano.

Los arreglos residenciales y el deterioro funcional

Los adultos con pareja que resultaron con deterioro funcional básico o instrumental corresiden más con su cónyuge o con otros y menos con los hijos en el medio rural, en comparación con quienes no lo mostraron (cuadro 4). En el medio urbano, los adultos con pareja que tuvieron deterioro funcional básico viven con mayor frecuencia con hijos casados o con otros, en contraste con quienes no presentaron dificultades en ABVD. Por otro lado, quienes tuvieron deterioro instrumental se encuentran viviendo con la pareja o con hijos casados.

Entre los adultos sin pareja, el resultado más importante es que quienes presentan deterioro funcional básico o instrumental corresiden con los hijos casados más frecuentemente que quienes no mostraron deterioro AVD. En el medio rural, los que tuvieron deterioro funcional básico residieron más con los hijos, solteros o casados, que solos o con otros, y quienes padecieron deterioro instrumental, con hijos casados. En el medio urbano, los adultos con deterioro funcional básico viven más con hijos casados, y quienes tuvieron deterioro instrumental, con hijos casados y con otros.

Es importante destacar que la corresidencia con hijos casados fue mucho mayor en los adultos con discapacidad y sin pareja, asimismo, mencionar que llama la atención la mayor proporción de adultos sin pareja que padecieron discapacidad que viven solos en el medio rural, en contraste con el urbano.

 

Análisis multivariado: los determinantes de la corresidencia

Adultos mayores de 50 años con pareja por condición rural-urbana

Entre los adultos con pareja, las variables demográficas seleccionadas para explicar la corresidencia con los hijos fueron significativas, respecto a vivir con la pareja, tanto en áreas urbanas como rurales. En el cuadro 5 se incluyen los índices de riesgo relativo y las probabilidades de cada una de las variables para las distintas categorías. Ser hombre, en comparación con ser mujer, incrementa la probabilidad de vivir con los hijos, en especial, en el medio rural (79 por ciento con hijos solteros y 50 por ciento con hijos casados). A menor edad del adulto y mayor número de hijos o de hijas también se eleva la probabilidad de vivir en estos tipos de arreglos residenciales. Fue evidente la importancia del número de hijas, en comparación con el de los hijos varones, cuando la corresidencia era con hijos solteros. En el arreglo residencial 'otros', sólo el total de hijas fue significativo en el medio rural, y la edad y el total de hijas en el urbano, conservándose el comportamiento antes descrito.

Respecto a las variables socioeconómicas y de salud de los adultos con pareja, un ingreso mayor a tres salarios mínimos, en contraste con uno menor, redujo la corresidencia con hijos casados en las áreas rural y urbana, 44 y 46 por ciento respectivamente, aparte de que tener casa propia, en contraste con no tenerla, disminuyó 31 por ciento la corresidencia con otros en el medio rural. Por otra parte, se encontró que padecer deterioro en AVD, en comparación con no presentarlo, incrementó 40 por ciento la probabilidad de vivir con hijos casados en el medio urbano y 65 por ciento con otros en el medio rural, por lo que el deterioro sigue siendo un factor fundamental para la corresidencia en ambos casos.

Adultos sin pareja mayores de 50 años por condición rural-urbana

En cuanto al impacto de las características demográficas de los adultos sin pareja, las mujeres tienden mayormente a corresidir con los hijos solteros, hijos casados y con otros en zonas rurales y urbanas, en contraste con vivir solas. En el cuadro 6 se incluyen los índices de riesgo relativo y las probabilidades de cada una de las variables para las distintas categorías. La edad fue un factor importante para la corresidencia con los hijos, casados o solteros, en los medios rural y urbano, y con otros en el medio urbano, cumpliéndose la relación: a menor edad mayor corresidencia. El número de hijos e hijas fue significativo en ambos contextos, pero su efecto difirió según el tipo de arreglo residencial; mientras la corresidencia con los hijos fue determinada por un mayor número de hijos, en especial mujeres, la corresidencia con otros fue condicionada por lo contrario, tener menos hijos.

Los factores socioeconómicos mostraron diferencias por tipo de arreglo residencial. Tanto en el contexto rural como en el urbano, percibir más de tres salarios mínimos redujo la probabilidad de corresidir con los hijos casados en 47 y 36 por ciento, respectivamente. Tener vivienda propia en el medio urbano, por su parte, disminuyó la probabilidad de corresidir con hijos casados, hijos solteros, y con otros en 20, 33 y 41 por ciento, y en el medio rural, con otros en 47 por ciento.

Al igual que en los adultos con pareja, en los solteros, tener dificultad en alguna AVD respecto a no tenerla, aumentó 60 por ciento la corresidencia con los hijos casados en el medio urbano. Además, en el mismo medio, este factor incrementó 69 por ciento la probabilidad de corresidir con otros, respecto de vivir solo.

 

Discusión

La mayoría de los adultos de 50 años y más comparten la residencia con sus hijos, especialmente con los hijos solteros. El resultado coincide con la tendencia de los adultos mayores en otros países latinoamericanos de corresidir con sus hijos (Hagestad y Dannefer, 2001: 3-21). Conforme avanza la edad, la proporción de los adultos que corresiden con hijos solteros disminuye, por la salida de los hijos del hogar, propia del ciclo de vida familiar; sin embargo, en las últimas etapas de la vida, los adultos con pareja parecen preferir la compañía del cónyuge, y los que no tienen pareja, la de los hijos.

La mayoría de los resultados obtenidos sobre los factores explicativos de los arreglos residenciales son consistentes con los encontrados en Latinoamérica (Hagestad y Dannefer, 2001; Saad, 2004; Bongaarts y Zimmer, 2001), pese a que la comparación entre los contextos rural y urbano presenta particularidades. El análisis demuestra que una vez habiendo controlado las variables demográficas y socioeconómicas, tener dificultad en alguna AVD, respecto a no tenerla, aumenta la probabilidad de vivir con los hijos casados, en contraste a vivir en un arreglo residencial independiente, tanto en los adultos con pareja como en los adultos sin pareja del medio urbano, así como la probabilidad de vivir con otros en los adultos con pareja del medio rural y en los adultos sin pareja del medio urbano.

Este estudio confirma la utilidad del estado conyugal y la condición rural-urbana como ejes de análisis. La clasificación de los adultos por estado conyugal permite observar que quienes no tienen pareja corresiden más con hijos casados o con otros, en comparación con los adultos con pareja, quienes residen más con hijos solteros. Asimismo, que en los adultos sin pareja con discapacidad es mayor la corresidencia con hijos casados, pues para los que tienen pareja, ésta puede llegar a significar una importante fuente de apoyo, y ser la responsable de cubrir sus necesidades de asistencia. El análisis por condición rural-urbana muestra que la corresidencia con los hijos solteros se da en mayor medida en medios urbanos, lo que concuerda con los hallazgos de otros países subdesarrollados sobre la corresidencia de los adultos mayores con los hijos (Drumond y De Vos, 2002).

Es importante destacar que aunque el debilitamiento de los lazos de parentesco y el aumento de las familias nucleares se asocian al medio urbano (Bongaarts y Zimmer, 2001), puede ser que en las ciudades, ante las distancias y los elevados costos de vida, los adultos discapacitados tengan que corresidir con hijos casados para intensificar los apoyos. Lo que puede no suceder en el medio rural, donde, aunque el ingreso es insuficiente, la falta de disponibilidad de los hijos, asociada a la alta emigración (Kinsella y Velkoff, 2004: 49-55), puede limitar la corresidencia con ellos, siendo necesario, en el caso de los que tienen pareja, corresidir con otros parientes o no parientes, y en el caso de los que no tienen pareja, sobrellevar la discapacidad solos, o bien, beneficiarse de la cercanía de alguno de los parientes.

Es de sumo interés conocer las razones por las que en el medio rural la dificultad en AVD no afecta la probabilidad de los adultos de corresidir con los hijos, y más aún, en los adultos sin pareja. Se requieren estudios que indaguen cómo incide la discapacidad en la corresidencia, y que profundicen en la forma en la que la corresidencia con hijos casados influye en la calidad de vida del adulto discapacitado en ambos medios. Si bien el deterioro en la salud se asocia a la corresidencia en el medio urbano, esto pudiera estar significando fuertes cargas para las familias y ambientes inadecuados para los adultos enfermos, tal como sucede con los negros e hispanos que viven en hogares multigeneracionales en Estados Unidos (Waite y Hughes, 1999: S136-S144).

Otro objetivo a considerar para análisis posteriores será evidenciar si el deterioro de la salud es lo que motiva el cambio o la continuidad de la corresidencia, que trascendió los objetivos de este estudio. Esto implicará abordar las transiciones en la salud y los arreglos a través del tiempo, a partir de datos longitudinales. Los arreglos residenciales podrán ser vistos no sólo como resultado del estilo de vida previo, la conducta y algunas decisiones, sino también como un antecedente de otros eventos que afectan el bienestar y la demanda de servicios de los adultos mayores (Lawton, 1981: 59-66).

Finalmente, es necesario mencionar algunas de las limitaciones de este estudio. Una de ellas es el sesgo de la edad en los resultados del análisis descriptivo. La alta proporción de adultos en el arreglo residencial 'hijos solteros' está afectada por el peso del grupo de 50-59 años que ha experimentado en menor proporción la salida de los hijos del hogar. A pesar de ello, es significativo que los adultos corresidan con mayor frecuencia con hijos solteros. Otra limitación del estudio es que, por razones de representatividad estadística, no se distingue entre las actividades instrumentales y las funcionales ni entre los niveles de discapacidad en el análisis multivariado, aun sabiendo que algunas actividades pueden requerir mayor asistencia que otras, y que una discapacidad severa no es lo mismo que una leve. La dificultad en AVD sólo nos da una idea de cómo se comporta el efecto del deterioro físico o instrumental en la corresidencia.

 

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Notas

Este trabajo fue financiado por el Conacyt como parte del proyecto "Demografía de las edades avanzadas: implicaciones para el bienestar y el desarrollo", clave G-34361-S. Las autoras agradecen a Paulo Saad, Leticia Robles y Roberto Ham, los comentarios que hicieron a una versión preliminar de este artículo, en el marco del Taller de investigación sobre salud y bienestar de los adultos mayores en América Latina y el Caribe, diciembre 8-10 de 2003, auspiciado por la Organización Panamericana de la salud.

1 La variable fue construida de esta forma en Enasem, 2001. En Enasem, 45 por ciento de los adultos de la muestra ponderada se encontraron residiendo en localidades de 100 000 habitantes o más, comparados con 46 por ciento que reportó la muestra del XII Censo de Población y Vivienda 2000.

2 Se optó por este indicador en virtud de que la mayoría de los adultos mayores con deterioro instrumental también tienen dificultad en alguna ABVD y que su manejo por separado obstaculizaba el análisis en términos de representatividad estadística.

3 En México, se necesitan más de tres salarios mínimos para adquirir una Canasta Básica Indispensable (CBI), la cual incluye cuarenta productos de consumo mínimo indispensable, como alimentos y servicios. Ésta no incluye satisfactores básicos como vivienda, salud, educación, vestido, calzado y cultura.

 

Información sobre las autoras

Elmyra Ybáñez Zepeda. Es profesora-investigadora en El Colegio de la Frontera Norte, doctora en Estudios de Población por El Colegio de México y maestra en Demografía por la misma institución. Dentro de sus temas de investigación se encuentran las proyecciones de población y el envejecimiento demográfico. Ha participado en distintos proyectos de investigación relacionados con el envejecimiento y la salud en México y actualmente está coordinando un proyecto junto con Steven Wallace de la UCLA titulado "Relaciones transfronterizas y atención a la salud en Tijuana". Correo electrónico: elmyra@colef.mx

Eunice Danitza Vargas Valle. Licenciada en Historia por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y Maestra en Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Actualmente es estudiante del Doctorado en Sociología con especialidad en Demografía de la Universidad de Texas en Austin. Correo electrónico: eunicev@mail.utexas.edu

Ana Luz Torres Martínez. Licenciada en Economía por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y maestra en Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Actualmente es estudiante del Doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma de Baja California. Correo electrónico: antorres@colef.mx

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