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Revista mexicana de investigación educativa

Print version ISSN 1405-6666

RMIE vol.25 n.87 Ciudad de México Oct./Dec. 2020  Epub Feb 19, 2021

 

Aporte de discusión

Los relatos periodísticos de riesgos y catástrofes en las televisiones de España

Journalistic Accounts of Risks and Catastrophes on Spanish Television

Carlos Lozano Ascencio1  * 

Marcia Franz Amaral2 

Esther Puertas Cristóbal3 

1 Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, Facultad de Ciencias de la Comunicación. Camino del Molino, s/n, 28943, Fuenlabrada, Madrid, España, email: carlos.lozano@urjc.es.

2 Profesora de la Universidade Federal de Santa Maria, Santa María, Brasil, email: marcia.amaral@ufsm.br.

3 Profesora de la Universidad de Cádiz, Cádiz, España, email: esther.puertas@uca.es.


Resumen

Este artículo centra su interés en analizar las claves (secuencias y esquemas) de los relatos informativos que se utilizan en los telediarios de las principales cadenas de la televisión en España, a la hora de construir los riesgos y las catástrofes de origen natural más relevantes. El texto también analiza los principales roles de los protagonistas y fuentes de información que aparecen en los relatos, las principales características de la recepción de dichos relatos televisivos por parte de las audiencias y la visión de los expertos que abogan por la especialización del periodismo de riesgo y catástrofes.

Palabras clave: periodismo; riesgos; catástrofes; desastres naturales

Abstract

This article centers on analyzing the key points (sequences and outlines) of the news items included on the telecasts of Spain's leading television channels; the focus is the construction of the natural catastrophes and risks of greatest relevance. The text also analyzes the principal roles of the speakers and sources of information appearing in these television news stories, the main characteristics of the audience's reception of the items, and the view of experts who advocate specialized journalism of risk and catastrophes.

Keywords: journalism; risks; catastrophes; natural disasters

Introducción

A pesar de que existen muchas e insistentes informaciones sobre riesgos y catástrofes en los medios de comunicación (Gil Calvo, 2003; Lozano, 2006 y 2009; Crovi y Lozano, 2010; Francescutti, Tucho e Íñigo, 2013; Lozano y Amaral, 2018; Teso, Fernández, Gaitán, Lozano et al., 2018; Lozano y Toussaint, 2019), los espectadores no consiguen enterarse con fundamento sobre esta clase de acontecimientos (Lozano, 2008). Con este flujo continuo de mensajes tampoco se llega a fomentar una conciencia social y crítica en las audiencias que pueda favorecer una cultura educativa sobre la prevención social y organizada de los principales riesgos catastróficos que más nos afectan. Los medios nos ofrecen primicias, sí, con imágenes espectaculares a propósito de calamidades notorias en cualquier paraje del orbe que seguramente romperá algún récord en magnitud o intensidad con respecto a lo que sucedió el año anterior en ese mismo punto o en cualquier otro lugar del planeta. Los medios y las redes sociales, cuando citan grandes catástrofes, no suelen contar que, de la vida cotidiana, de las maneras en las que nos relacionamos socialmente, de las prácticas productivas y, sobre todo, de las decisiones tomadas para mantener nuestras formas de vida, en seguridad y en estabilidad, se encuentran muchas de las “causas” de esas catástrofes.

Los relatos periodísticos del acontecer de catástrofes tampoco han cambiado mucho la concepción de las cosas, pues, en el fondo, nos siguen haciendo creer que las catástrofes de origen natural son situaciones “fatídicas e irremediables” para los hombres, cuando lo “verdaderamente irremediable” es que nosotros seamos, con nuestras prácticas sociales cotidianas, los principales y más determinantes causantes de dicho acontecer. Por otra parte, los relatos periodísticos continúan valorando los impactos únicamente por las consecuencias directas y más notorias, es decir, mediante la cuantificación de los daños traducidos en pérdidas materiales y humanas. En consecuencia, los relatos de catástrofes nos siguen haciendo creer que somos víctimas del designio, cuando en realidad, la fragilidad y vulnerabilidad de las sociedades contemporáneas hacia el riesgo de catástrofes tiene que ver más con nuestras propias aspiraciones de estabilidad y progreso (ECODES, 2019).

Este artículo está divido en seis partes. En la primera (planteamiento psicosocial) se hace una delimitación para distinguir entre “lo vulnerado” por las catástrofes y “lo vulnerable” por el riesgo de catástrofes, un esbozo conceptual para separar dos situaciones de inestabilidad muy vinculadas, aparentemente similares, pero en el fondo, muy diferentes. En la segunda parte (planteamiento comunicativo) se establecen los criterios para diferenciar entre los datos “contrastados” y los “catastróficos” de la información periodística. La tercera parte (hipótesis, objetivos y metodología) se ocupa de los relatos periodísticos tomando en cuenta las secuencias que se perciben de las catástrofes o “quiebras del acontecer” y los relatos esquemáticos que se elaboran en función del enfoque o posicionamiento del observador; en este apartado se resumen los aspectos más relevantes del protocolo de análisis realizado a las informaciones de los noticieros de las televisoras españolas y el diseño de los grupos de discusión con expertos y periodistas medioambientales. En la cuarta parte (resultados) se comentan los esquemas y enfoques más utilizados en los relatos periodísticos del acontecer de catástrofes, también se hace una tipología de los principales protagonistas: fuentes de información de las situaciones de inestabilidad vulneradas y vulnerables. La quinta parte (triangulación de resultados) habla de los datos registrados en las audiencias ante los variados e insistentes relatos periodísticos sobre catástrofes bajo el concepto de sociedad tele-damnificada. Por último, la sexta parte (discusión y conclusiones) está dedicada a una propuesta de especialización académica y profesional de los periodistas para fomentar una cultura educativa hacia la prevención de riesgos catastróficos.

Este artículo fundamenta sus contenidos en tres fuentes: 1) la investigación titulada “La construcción del mensaje sobre riesgos naturales en los medios de comunicación”, financiada por la Fundación Mapfre en la convocatoria 2013 de Ayudas a la Investigación Ignacio H. de Larramendi; 2) el libro de Lozano, Sánchez y Morales (2017) y 3) el curso Educación y comunicación frente al cambio climático, en la Escuela Complutense Latinoamericana con sede en la Universidad Veracruzana de Xalapa, en octubre de 2019.

Delimitación del entorno vulnerado frente al entorno vulnerable (planteamiento psicosocial)

El entorno vulnerado es la “zona cero” de la catástrofe, donde se registra el impacto o trastorno destructivo, el lugar donde se manifiesta la inestabilidad y se la puede registrar en claves de daños o pérdidas materiales, económicas o humanas. En cualquier catástrofe existen y se registran múltiples espacios vulnerados; no obstante, la percepción, interpretación y narración de los sujetos más implicados en esa catástrofe recompone un espacio muy “acotado” que representa al resto de espacios vulnerados de ese mismo acontecimiento (la imagen reconocible y simbólica de una víctima entre muchas otras, la fotografía de un edificio colapsado entre muchos otros, la escena de unos rescatadores entre otros muchos profesionales de salvamento, etc.). El entorno vulnerado es una nueva situación, en aparente calma, que evidencia la destrucción del entorno. Ahora bien, los sujetos solo pueden ver ruina si son capaces de comparar el entorno vulnerado con otro entorno no arrasado o con el mismo antes de ser abatido (Lozano y Amaral, 2015). Luego entonces, la vulneración del entorno pone de manifiesto lo que es, por definición:

[una catástrofe es] un acontecimiento de cambio repentino, generado por la propia Naturaleza (autógena) o por la intervención de los hombres (antropogénica) que, al sobrevenir de forma instantánea y/o progresiva, trastorna de manera irreversible la estabilidad de un estado de cosas y, solo en la medida en que dicho acontecer sea percibido y expresado por los sujetos que habitan o conocen y pueden comparar el estado alterado, consigue configurarse y trascender públicamente (Lozano, 2001).

Por consiguiente, el entorno vulnerado, entendido como catástrofe, se introduce en el espacio público como una referencia mediática que, al mismo tiempo, se convierte en una de las imágenes más caracterizadoras de la sociedad contemporánea.

El entorno vulnerable, por su parte, es la zona prevista en donde podría llevarse a cabo un impacto destructivo. Esta clase de lugar, zona o escenario es más subjetivo que el entorno vulnerado porque está delimitado por el conocimiento, la experiencia, la anticipación de los sujetos más involucrados en una catástrofe. Hay que decir que cualquier entorno vulnerable se puede determinar como una consecuencia directa de otro espacio ya vulnerado o bien como un lugar en el que puede suceder una catástrofe por primera vez. En este sentido, es importante aclarar que para cualquier sujeto la detección de los entornos vulnerables es una forma básica de prever su propia supervivencia, puesto que detecta peligros y riesgos que pueden atentar en contra de su propia estabilidad y permanencia en sus entornos más habituales. Los conocimientos sobre las catástrofes sirven para preverlas y reducirlas, es decir, para conocer mejor los entornos vulnerables, pero nunca, dichos conocimientos, servirán para evitarlas completamente. Imaginemos por un momento el día en que el hombre no solo sea capaz de anticiparse a los eventos catastróficos (tal y como ya está ocurriendo en muchos campos de la ciencia), sino que además tenga la capacidad tecnológica de atenuarlos. En una situación como esa, las catástrofes seguirán existiendo y se caracterizarán por no poder preverse al cien por cien, ni con precisión absoluta; sobrevienen de forma inesperada, trastornando el entorno natural y/o social de ese momento. La prevención definitiva y total de la catástrofe es un proceso permanente de generación de conocimientos, aún inacabado e inacabable.

En consecuencia, para diferenciar entre “entorno vulnerado” y “entorno vulnerable” hay que distinguir entre “catástrofe” (impacto) y “riesgo catastrófico” (posible impacto). Esta diferenciación no siempre es fácil de hacer pues solemos confundir los hechos con sus consecuencias y, para colmo, cuando los medios de comunicación dan cuenta de estos aconteceres, la información periodística de las catástrofes no va más allá de la utilización catastrofista de los datos (Lozano, Piñuel y Gaitán, 2012).

Cuando la información periodística de catástrofes se queda en datos catastrofistas (planteamiento edu-comunicativo)

El periodismo suele informar (dar cuenta) de la existencia de una catástrofe que ha tenido lugar en una determinada coordenada espacio-temporal. También suele informar sobre la existencia de alguna situación de riesgo que puede convertirse en desastre en un futuro cercano. Ahora bien, esta clase de noticias no se convierten automáticamente en “previsiones” ni en “prevenciones”, es decir, en conocimientos y actividades para saber anticiparse a un riesgo y poder evitar o atenuar un desastre. Los periodistas, por lo general, no suelen contar con una adecuada preparación para saber prever (analíticamente) ni prevenir (pragmáticamente) riesgos y catástrofes. Los editores y los lectores, por otra parte, tampoco les exigen muchas responsabilidades en estos temas. En tales circunstancias, cabría esperar la participación de “expertos” en el cuerpo de las noticias para asegurar la calidad de las informaciones, sin embargo, los comentarios de los especialistas suelen ser minoritarios y, en ningún caso, se les puede otorgar el protagonismo a la hora de enfocar esta clase de noticias (Fernández, Teso y Piñuel, 2013).

Las coberturas de riesgos y catástrofes en los medios de comunicación, por lo general, están más pendientes de informar sobre la destrucción que sobre la previsión de los desastres, prefieren utilizar esquemas de relatos de simplificación (espectaculares) frente a esquemas más complejos (rigor y comprobación). Lo anterior se explica, en primer lugar, por la falta de preparación específica (académica y profesional) de los periodistas y, en segundo lugar, por la falta de una cultura generalizada (educación) en la previsión y prevención de riesgos y catástrofes que tenga por costumbre utilizar a los medios de comunicación para tales fines (Lozano, Sánchez y Morales, 2017). En consecuencia, si usáramos los medios de comunicación como herramientas educativas estaríamos muy lejos de ver y entender el acontecer de catástrofes con la espectacularidad de los medios (Conde, 2016). Hay que reconocer que dicho relato espectacular no solo se acrecienta en situaciones de catástrofes, sino que forma parte del papel central que ocupa el periodismo en la vida cotidiana al presentar, con inmediatez, las imágenes que recogen los dramas de lo ocurrido o de lo que puede ocurrir en una catástrofe (daños, pérdidas humanas y económicas, etc.). Sirva de ejemplo el testimonio de una profesional de los medios: “yo, como periodista, soy crítica, pero a veces son difíciles de asumir las indicaciones que recibimos del propio medio. Otra cuestión es que la persona que informa no sepa mucho del tema y que su justificación para dar la noticia sea simplemente localizar un titular” (Lozano y Amaral, 2018).

La falta de formación académica, educativa y profesional de los periodistas en temas de prevención de riesgos y catástrofes facilita el uso de los relatos espectaculares y sensacionalistas de las noticias. En su descarga, no se puede sostener que la falta de preparación especializada la tienen exclusivamente las universidades y las escuelas de periodismo. Muy lejos de eso, las mismas rutinas periodísticas profesionales actuales y vigentes, en su afán por conseguir más audiencias, procuran que los periodistas contemplen la espectacularidad y el sensacionalismo a la hora de abordar su trabajo, más como un “imperativo profesional” que como una “anomalía en su formación académica”. La espectacularización y el sensacionalismo también están causados por la necesidad de transmitir, con inmediatez y simultaneidad, las afectaciones ciudadanas. Estas prácticas son habituales, pues las catástrofes suscitan curiosidad en quienes la viven como espectadores y se transforman en “víctimas a distancia” aunque no corran ningún tipo de riesgo. Se crea así una especie de mercado del miedo ligado a los desastres que lo alimentan (Lozano y Amaral, 2018).

El periodismo de prevención de riesgos y catástrofes debería entenderse como un periodismo especializado. En este sentido, un desastre debería considerarse como el punto de partida para realizar una cobertura periodística especializada. En esas noticias los contenidos de las ciencias (como la geología, las ciencias medioambientales, la meteorología, la economía, la sociología, la comunicación, etc.) así como las evaluaciones de los impactos económicos y sociales deberían estar presentes. El punto de contacto entre el periodismo de prevención de riesgos y catástrofes y el especializado es el reconocimiento de la complejidad del tema y la necesidad de recurrir y contrastar los datos con muchas áreas. Después de todo, los desastres son eventos complejos y multifactoriales que requieren responsabilidad, determinación, profundidad y rigor en sus coberturas informativas (Amaral y Lozano, 2017).

A diferencia del periodismo especializado tradicional, el de prevención de riesgos y catástrofes no cuenta con un público específico, ya que una situación o acontecimiento de este tipo, en principio, interesa a mucha más gente. El periodismo especializado, por lo general, necesita de más tiempo para la indagación, el cálculo y el contraste de fuentes, en cambio el propio de desastres trabaja con la urgencia y la imperiosa necesidad de transmitir datos pertinentes y fiables. En tanto que exista una mayor responsabilidad de los medios de comunicación en las coberturas informativas de riesgos y catástrofes implicará una mejor preparación de los periodistas y viceversa, una menor responsabilidad de los medios se corresponderá con una mala preparación de los periodistas.

Las claves de los relatos periodísticos en televisión sobre las noticias de riesgos y catástrofes (preguntas, hipótesis, objetivos y metodología)

¿Cómo construye el periodismo de riesgos y catástrofes sus mensajes? ¿Cómo reconstruyen los espectadores, a través de los relatos periodísticos, los aconteceres que más les impactan, involucran e interesan? ¿Se podría afirmar que dichas recomposiciones de la realidad devastada sirven para que las audiencias estén bien informadas? Y más aún, ¿dichos relatos informativos ayudan a que las audiencias aprendan a prevenir futuras eventualidades catastróficas parecidas? Sirvan estas preguntas para presentar el aparato metodológico de esta investigación.

Las secuencias naturales y percibidas de las quiebras del acontecer

Para distinguir entre una catástrofe “real” y una “percibida” utilizamos la expresión “quiebras del acontecer” que permite trabajar con las representaciones que elaboran los sujetos o medios de comunicación. Hay que tener en cuenta que las catástrofes se manifiestan en la naturaleza o en el medioambiente con una lógica natural, es decir, determinadas causas provocan cierto tipo de catástrofes que, a su vez, incitan consecuencias puntuales. Ahora bien, esta lógica no es la que opera en la percepción social ni en la vigilancia del acontecer ya que, tanto en la mirada de los observadores como en los resúmenes informativos de los medios de comunicación, se impone otro esquema: primero se percibe la catástrofe en función de sus consecuencias directas y, por último, se identifican sus posibles causas. La Tabla 1 muestra la secuencia natural de los impactos y cómo es percibida por los sujetos concernidos por la catástrofe o quiebra del acontecer, de manera que el orden “natural” no coincide con el orden en que es percibido.

Tabla 1 Secuencia natural de las catástrofes y secuencia percibida de las quiebras del acontecer 

Secuencia natural
Causas Impactos Consecuencias
Secuencia percibida
Impactos Consecuencias Causas

Fuente: Lozano, Sánchez, Morales, 2017.

La simplicidad frente a la complejidad en los relatos sobre catástrofes da cuenta del número de asociaciones o conexiones que aparecen en el discurso periodístico para describirlas. La conectividad más simple se refiere a que en la presentación solo intervienen dos etapas o momentos de la secuencia de las quiebras del acontecer, es decir: “Causas ↔ Impactos”, “Impactos ↔ Consecuencias” y “Causas ↔ Consecuencias”. Ahora bien, la conectividad compleja se refiere a que en la descripción del impacto catastrófico intervienen los tres momentos o etapas de las secuencias de las quiebras del acontecer, es decir “Causas ↔ Impactos ↔ Consecuencias”. La rapidez y cierta superficialidad a la hora de describir los hechos, ocurridos o por ocurrir, por parte de los periodistas condicionan su preferencia por las fórmulas más simples de conectividad. Si las estructuras de los relatos tendieran a hacerse más complejas, más completas y mejor ordenadas, consideramos probable que la información ofrecida tendría más calidad y seguramente sería mejor interpretada por las audiencias.

Esquemas o modelos de los relatos periodísticos del acontecer de catástrofes (RPAC)

Atendiendo a la disparidad de lógicas anteriores, se han identificado cinco esquemas televisivos y modélicos para representar los impactos catastróficos (Tabla 2).

Tabla 2 Secuencias y esquemas de los RPAC más comunes 

Secuencias Esquemas
Construcciones simples:
de propensión y de culminación
Causas e impactos Etiológico
Atiende a las causas
Consecuencias e impactos Conclusivo
Atiende a los resultados
Construcciones complejas:
de inducciones, de deducciones
y de racionalidad
Causas, consecuencias
e impactos
Demostrativo
De afuera hacia adentro, más superficial
y genérico. Relato que expone primero
las causas y las consecuencias antes
que los impactos
Impactos, consecuencias
y causas
Ilustrativo
De dentro hacia afuera, más noticioso
y hegemónico. Relato que expone primero
el impacto antes que sus causas
y consecuencias
Causas, impactos
y consecuencias
Lineal Más natural, científico, formal y canónico.
Relato que expone siguiendo el orden
“natural”, primero las causas probables y
probadas de los impactos catastróficos y
luego sus consecuencias probables y probadas

Fuente: Teso et al., 2018.

Construcciones simples: de propensión y de culminación

Las secuencias simples se refieren a aquellos relatos noticiosos en los que solamente aparecen dos puntos o momentos de las quiebras del acontecer, es decir, por un lado, las secuencias de propensiones destacan las causas de los impactos y, por otro, las secuencias de culminaciones enfatizan las consecuencias de los impactos. El relato etiológico del acontecer de catástrofes no necesariamente contrasta sus relatos con datos fiables, sin embargo, lo relevante es atender a una estructura en donde se destaquen sus posibles y/o verificados antecedentes. El relato conclusivo, por su parte, tampoco suele contrastar con datos verificados sus contenidos, empero, lo más importante es que presente una estructura en donde las consecuencias más llamativas (probables y/o comprobadas) figuren en primer plano.

Construcciones complejas: inducciones, deducciones y racionalidades

Las secuencias de los relatos complejos se refieren a aquellas noticias en los que se tienen en cuenta todos los puntos o momentos de las quiebras del acontecer. Se trata de tres tipos en los que el orden de la estructura propicia significados diferentes: a) los relatos inductivos: muestran lo ocurrido en una catástrofe, pero de una manera superficial y genérica, atienden primero a las causas y a las consecuencias antes que a los impactos, es decir, anteponen los asuntos periféricos frente a los nucleares; b) los deductivos: ilustran lo ocurrido en una catástrofe atendiendo primero a los asuntos nucleares que a los periféricos, es decir, le dan más importancia a los impactos que a sus causas o sus consecuencias; y c) los racionales: narran linealmente lo que ocurre en una catástrofe mediante la utilización de información científica que les permite estructurar lógicamente el orden natural del acontecer de catástrofes situando, en primer lugar, las cusas probables y/o probadas de los impactos catastróficos y luego sus consecuencias probables y/o probadas.

De lo anterior se desprende la primera hipótesis y el primer objetivo: 1) en las noticias sobre catástrofes suelen predominar los relatos simples frente a los más complejos, es decir, que las catástrofes se presentan parcialmente relacionando solo dos momentos del proceso en lugar de presentar el proceso completo y en un orden verosímil con la temporalidad y, O1: conocer cómo se elaboran las noticias de catástrofes de acuerdo con los esquemas de reconstrucción narrativa que relacionan el impacto con sus causas y sus consecuencias.

Enfoques o encuadres de los RPAC

La noticia no solo se sustenta en lo que se relata, sino que también influye mucho la posición que adopta el periodista a la hora de construir su relato, puesto que lo que sabe/desconoce sobre una catástrofe puede estar distorsionado/reforzado por el punto de observación o encuadre. El enfoque de las noticias pues, no evalúa el contenido temático de la narración, sino el punto de vista desde dónde se coloca el periodista para relatar las catástrofes. Los encuadres son el resultado de “saber” + “posicionarse” + “relatar”. Así, el punto de observación está condicionado por el conocimiento del periodista a la hora de seleccionar, jerarquizar y organizar lo que quiere relatar, por lo tanto, “el periodista observa en función de lo que sabe y de lo que relata”, además “el periodista sabe en función de donde observa y de lo que relata” y, por último, “lo que se relata se hace en función de lo que el periodista sabe y desde donde observa” (Figura 1).

Fuente: elaboración propia.

Figura 1 Enfoques o encuadres de los RPAC  

De lo anterior se desprende la segunda hipótesis y el segundo objetivo: 2) los periodistas, al comunicar, no clarifican su posicionamiento (encuadre) frente a las situaciones de riesgo y catástrofes, por lo que se genera confusión en las audiencias al no saber si se está informando sobre el antes (el riesgo), el durante (el impacto) o el después (la catástrofe) y, O2: conocer los posicionamientos (encuadres) que adoptan los periodistas para informar sobre las catástrofes.

Metodología

Se analizaron 220 piezas informativas procedentes de los telediarios de mañana, tarde y noche de tres cadenas de televisión en España: TVE, Cuatro y Antena 3 (que pertenecen a los tres sectores audiovisuales más importantes de este país: Televisión Pública Nacional, Mediaset y Atresmedia), durante un año meteorológico que abarca desde el principio del verano de 2013 hasta el final de la primavera de 2014. El criterio de selección de las piezas informativas está dado por las referencias al riesgo o al impacto catastrófico. El acotamiento espacial también está dado por el grado de implicación o cercanía, razón por la cual solo se registran los trastornos que ocurrieron en España. Cuantitativamente se utiliza la técnica de Análisis de contenido para realizar un protocolo que prioritariamente analice las formas modélicas o esquemáticas que se usan en las noticias para presentar y describir las catástrofes. Cualitativamente se configuran dos grupos de discusión para conocer más a fondo la opinión de los expertos, científicos y periodistas más implicados en la construcción del mensaje sobre riesgos y catástrofes en los medios de comunicación.

Los RPAC tomado en consideración los esquemas y enfoques más utilizados (resultados)

El esquema más utilizado en los informativos de las televisiones españolas es el etiológico, puesto que las noticias sobre catástrofes simplifican y centran el discurso de la noticia en “lo que puede causar un impacto catastrófico”, relato informativo de incertidumbre que facilita el alarmismo y la notoriedad de los mensajes periodísticos. Por su parte, el esquema lineal, el más trasparente, sofisticado y riguroso es el menos utilizado. El discurso periodístico tiende a presentar la información como si narrara hechos consumados, aunque el referente aún no haya tenido lugar en la realidad. Por otra parte, adolece de argumentaciones sólidas en el momento de informar sobre los impactos, prueba de ello es la ausencia de esquemas más complejos y completos (Figura 2).

Fuente: Lozano, Sánchez, Morales, 2017.

Figura 2 Esquemas de los relatos de las noticias televisivas sobre los impactos de las catástrofes  

a) Lo que se sabe que ha sucedido en función de dónde observan los periodistas los impactos catastróficos

Cuando los impactos se conocen y se entiende que ya han acontecido, el periodista se posiciona mayoritariamente en las causas (41.6%) pero cercano a la vez a los impactos (35.3%) y en último lugar atendiendo a las consecuencias (23%). Esta cercanía de los porcentajes entre las tres posiciones (desde las causas, desde el impacto y desde las consecuencias) nos hace pensar que, ante los hechos consumados, los mediadores no tienen una posición clara ni precisa en el entorno devastado que les toca relatar periodísticamente.

b) Desde dónde observan los periodistas los impactos catastróficos en función de lo que se sabe que ha sucedido

Con independencia de la posición que se adopte, predomina la revisión frente a la previsión incluso cuando se habla de impactos que están por ocurrir. Lo anterior se explica porque el discurso periodístico suele presentar la información como si se tratase de hechos consumados, aunque el acontecimiento aún no se haya producido.

c) Lo que se sabe que va a suceder en función de lo que relatan los periodistas

El 57.3% de los impactos que se sabe que van a ocurrir obligan a los mediadores a relatar la previsión con esquemas etiológicos. El resto de esquemas no se utilizan de manera significativa. El relato de la previsión mayoritariamente (68%) se realiza mediante esquemas simples, es decir, aquellos que solo vinculan dos momentos del proceso secuencial de las quiebras del acontecer, en tanto que, el resto (32%) de relatos de la previsión, se realizan mediante la utilización de esquemas complejos. Cuando se sabe que los impactos ya han ocurrido, casi la mitad (41.8%) utilizan el esquema etiológico y uno de cada cinco relatos (23%) utiliza el conclusivo. Podría suponerse que ante los hechos consumados los relatos tendrían que volcarse más hacia el esquema culminante y mejor aún hacia esquemas más elaborados y complejos, no obstante, dos de cada tres (64.8%) utiliza esquemas simples.

d) Desde dónde se observa en función de lo que se relata

Cuando los periodistas se colocan desde la óptica de las causas, uno de cada tres relatos (31.3%) se realiza con esquemas de afuera hacia adentro, es decir, demostrativos, más superficiales y genéricos. Cuando el periodista se coloca en el centro mismo del impacto curiosamente poco más de la mitad (52.6%) de los relatos utilizados obedecen al esquema etiológico y uno de cada tres (30%) se elabora con un esquema ilustrativo, es decir, de adentro hacia afuera, más noticioso, que se impone hegemónicamente en el discurso periodístico.

e) Lo que se relata en función de dónde se observa

Tres de cuatro (77.6%) de los esquemas de afuera hacia adentro, es decir, demostrativos, más superficiales y genéricos, se posicionan desde las causas del impacto. En cambio, todos los ilustrativos (100%), narran lo acontecido de adentro hacia afuera y se imponen hegemónicamente en el discurso periodístico desde el centro mismo del impacto. Por último, dos de cada tres de los esquemas lineales (60%), es decir, más naturales, científicos, formales y canónicos, se posicionan desde la óptica de las consecuencias.

La reconstrucción periodística del entorno vulnerado

El trabajo de los periodistas, durante los grandes acontecimientos destructivos que les toca cubrir, se debate siempre entre la profesionalidad informativa y las crónicas que pueden llegar a transgredir los derechos privados de las personas involucradas en dichas situaciones de crisis. No siempre se está capacitado para discernir si una determinada descripción a propósito de las víctimas, supervivientes, damnificados, familiares o personas afines invade el terreno de la improcedencia o, por el contrario, aporta rasgos pertinentes que permitan esclarecer las causas de las difíciles situaciones que se están narrando. Sobre este tema han debatido mucho los profesionales de los medios de comunicación, los especialistas en protección civil, los sociólogos y los psicólogos y, sin dejar de lado las aportaciones de cada una de las ramas interesadas en esclarecer este tema, existe una intuición fundada de que aún no se han encontrado respuestas definitivas para saber hasta dónde llegan (o pueden llegar) los límites de las coberturas informativas de catástrofes.

Ante las catástrofes, los medios de comunicación realizan coberturas informativas en las que los receptores se exponen a flujos de datos cuya principal característica es la inmediatez. Daría la sensación de que el receptor estuviera en el lugar de los hechos, como si se tratara de un damnificado más. Los soportes técnicos, por donde discurre la información para salvar el tiempo y las distancias son totalmente invisibles. No estamos hablando de la desaparición de los instrumentos tecnológicos, sino de su aparente inexistencia en el proceso de comunicación. Esta “invisibilidad técnica” disocia definitivamente al mensaje (contenido) del soporte (medio) por el que se presenta y se accede a la información. En consecuencia, ante las catástrofes, los medios de comunicación, aun estando presentes, no son percibidos con la misma intensidad que los mensajes que transmiten. La mediatización tecnológica y aparentemente invisible acerca al receptor al lugar de los hechos, pero no le ofrece explicaciones, ni distancias, para saber entender lo que está sucediendo. Por eso, la catástrofe de los espacios públicos mediáticos se construye por acumulación de información antes que por jerarquización u organización. El receptor se expone, es cierto, al torrente de imágenes y declaraciones para percibir, antes que nada, la sensación del peligro.

Ahora bien, dichos torrentes de información tienen lógicas a la hora de relatar los contenidos. Con los esquemas y encuadres hemos sido capaces de descifrar lo que sucede en esas coberturas periodísticas a propósito de las principales situaciones de riesgo y de catástrofes. El punto siguiente, se centra en analizar “qué se hace” (informar, rescatar, escapar, reconstruir, atender, etc.) y “quien dice lo que sucede y lo que se hace” (damnificados, testigos, responsables políticos, técnicos, administrativos, expertos, periodistas, profesionales de salvamento, etcétera).

Los roles de los principales protagonistas y fuentes de información que aparecen en los RPAC (triangulación de resultados)

Los protagonistas de los entornos vulnerados son, en primera instancia, las víctimas mortales, los damnificados (supervivientes) y los testigos fortuitos; en segunda instancia se encuentran los responsables directos (culpables o causantes) e indirectos (técnicos, administrativos y/o representantes políticos); en tercera instancia se encuentran los expertos u observadores que describen, explican y evalúan el acontecer. Hay otras clases de agentes sociales que tienen un papel intervencionista (salvar vidas) en las catástrofes: los que se acercan al centro del trastorno sin preparación profesional (voluntarios y curiosos) y los profesionales de salvamento (bomberos, socorristas, enfermeros, etc.). Los periodistas, por su parte, también juegan un papel intervencionista (informar) en las catástrofes, se dirigen hacia el centro del trastorno y tienen el cometido de reconstruir mediante relatos lo sucedido dando voz y referenciando, de manera equilibrada y verosímil, a todos los agentes protagonistas de la catástrofe.

La medición apresurada de las catástrofes

Los tratamientos periodísticos de las situaciones de riesgo y de catástrofes generalmente se caracterizan por describir antes que por explicar lo sucedido. Se trata de una cualidad implícita de este tipo de relatos debido a que cualquier “dato que pertenece” a dichos sucesos no debería bastar para transmitir dicha información con eficacia o pertinencia, sin embargo, se miden las catástrofes de una manera apresurada. Todos sabemos que el análisis a posteriori tiene más validez que el que se hace in situ, no obstante, y a pesar de la dificultad interpretativa del primer momento, los periodistas suelen cuantificar con rápidas impresiones, asegurar con efímeras observaciones y concluir con versiones insuficientemente contrastadas, para imponer sus “análisis del momento” como un criterio de la actualidad periodística. Más tarde, cuando las catástrofes se pueden medir, sin prisas, con datos más fiables y contrastados, dejan de ser noticia. Las explicaciones, a pesar de tener más peso analítico, se han caído ya de los titulares de prensa.

Víctimas mortales, damnificados, supervivientes, testigos fortuitos

Es evidente que en una situación de emergencia las posibles acciones e interacciones son intuitivas, irracionales e irreflexivas. Momentos en donde el afán de sobrevivencia impera sobre otro tipo de comportamientos. Para López Ibor (2004:11), una víctima “es una persona que queda atrapada por la situación, petrificada en esa posición, y pasa de ser sujeto a ser objeto de lo social, perdiendo de esta forma su subjetividad”. Las víctimas son las que personifican simbólicamente a las catástrofes y se caracterizan por perder involuntariamente su condición de sujetos, es decir se ven obligados a renunciar a sus propias miradas y posiciones, se convierten en objetos o referencias objetivadas socialmente, con independencia de que les quede un soplo de vida pues, de todas formas, su expiración es prácticamente inminente al tener demasiadas limitaciones, inmovilidades y rigideces. Los supervivientes, si los dejan hablar en los espacios públicos, tan solo manifiestan sus lamentos emocionales y preocupaciones inmediatas.

Alejándonos, solo un poco, de la zona vulnerada, podemos encontrar diferentes niveles de implicación de los afectados, ya no se trata de una víctima mortal, sino de un damnificado o superviviente. Para López Ibor (2004:11), un damnificado “es la persona que ha sufrido un daño irreparable o reparable a medias o por entero. El concepto de damnificado denota movilidad psíquica, así como la conservación de la subjetividad del individuo”. En este punto hay que diferenciar entre supervivientes afectados de una catástrofe de aquellas personas que, sin estar cerca del centro del impacto, se sienten o se perciben como un damnificado más por haber presenciado la catástrofe a través de los medios de comunicación. Hablaremos, posteriormente, de la recepción selectiva o “tele-damnificación”. Por último, los testigos fortuitos son personas que casualmente estaban presentes en el lugar de los hechos y por esa razón pueden ofrecer testimonios de lo sucedido. Es importante aclarar que un testigo fortuito de una catástrofe no es un experto en la materia sino alguien que solamente puede dar fe de lo ocurrido. Hay que decir que los mediadores, en su afán de reconstruir con celeridad el acontecer de riesgo y de catástrofes suelen buscar esta clase de personajes para alimentar con testimonios más emotivos que racionales sus crónicas periodísticas.

La opinión de los expertos

La opinión de los observadores y expertos, a propósito de los sucesos catastróficos, no siempre es bienvenida, porque parecen juicios extraídos de la impertinencia y del lucimiento personal, cuando se trata del único tipo de discurso que realmente busca aprender de lo sucedido. El hecho de que los expertos hablen libremente en situaciones de emergencia debería ser una práctica habitual y muy útil para incidir en la opinión pública y en los asuntos de interés general. Pero no deberíamos esperar a que salten las alarmas para organizar un debate sobre la alta vulnerabilidad hacia las catástrofes que padece nuestra sociedad contemporánea; a nuestro entender, debería ser un permanente ejercicio de reflexión y activación de planes estratégicos en todos los órdenes de la vida social para, sencillamente, aprender a estar preparados y saber afrontar tales circunstancias.

La culpabilidad de las catástrofes

Ante una situación de riesgo o de catástrofe, es muy común que se intente encontrar una explicación (inicial, rápida y provisional) culpando a alguien. Este mecanismo psicológico de defensa busca un consenso entre quienes están inmersos en esa situación no solo para cargarle a una persona (casi siempre indefensa) la responsabilidad de lo sucedido, sino sobre todo para descargar a los demás de toda imputación. Así, la inculpación de un acusado implica la exculpación de los acusadores, quienes, de esta manera, consiguen reequilibrarse más fácilmente frente a la angustia y la desazón experimentadas. No sería demasiado arriesgado afirmar que, a lo largo de nuestra historia, hemos evolucionado en la medida en que hemos sabido encontrar “culpables” a las situaciones de inestabilidad que hemos ido percibiendo. Las explicaciones (iniciales, rápidas y provisionales) de la inestabilidad se llevaron a cabo utilizando, más bien, a “falsos culpables” y no a los “verdaderos”, ya que estos últimos habrían aportado algo más de certezas y de fiabilidad a lo que realmente estaba pasando en esas situaciones inexplicables.

Hoy en día para afrontar las situaciones de inestabilidad más importantes y apremiantes seguimos buscando culpables antes que explicaciones mejor fundamentadas. Es decir, frente a las situaciones de riesgo como el calentamiento climático, las inundaciones, los terremotos, los huracanes, los vertidos de crudo en el mar, los atentados terroristas, etc., ya no sacamos a colación a las brujas y a los herejes para encontrar culpables, pero tampoco el conocimiento científico disponible nos libra de buscar explicaciones provenientes de nuestro propio capital cognitivo, educativo y cultural a la hora de transmitir o seguir una cobertura periodística sobre catástrofes.

Responsables directos e indirectos: técnicos, administrativos y políticos

No es fácil cargar las culpas, la adjudicación de responsabilidades viene precedida por la interpretación de las causas inciertas o fortuitas de los desastres o la percepción de las causas como producto de decisiones u omisiones de personajes (técnicos, administrativos o políticos) a quienes de manera directa o indirecta se les puede imputar la responsabilidad de lo sucedido. No es difícil aventurar que las catástrofes, aparentemente ocasionadas por fenómenos naturales, tales como: riadas, terremotos, temporales, etcétera, tienen mucho mejor prensa que las antropogénicas (mareas negras, accidentes industriales, contaminación de espacios naturales, etc.) debido al ejercicio habitual del periodismo, que de manera inicial -diríamos casi automática- busca responsables antes que explicaciones. La oferta y demanda de información en tales circunstancias abre una espiral en la que tanto a emisores como receptores no les interesa aprender de lo ocurrido, sino contar con una solución rápida y convincente a los problemas inmediatos. Nos hemos acostumbrado a ver a los responsables políticos buscar “chivos expiatorios” para descargar imputaciones comprometedoras. Hay que reconocer que los políticos, en situaciones de inestabilidad importantes, son las fuentes de información que a los medios de comunicación más les interesa, dado que una declaración de un político tiene mucho más valor mediático que un testimonio de un superviviente o de un experto. Los políticos no son precisamente los que más cosas tienen que decir para esclarecer lo sucedido, sin embargo, son a los que más atención mediática se les presta. Sobra decir que los políticos incrementan sus niveles de popularidad e incluso pueden ganar elecciones si se hacen una foto con víctimas o supervivientes en el mismo lugar de los hechos, abrazando a damnificados o dándose un paseo por las zonas siniestradas con un chaleco fluorescente y un casco protector, etcétera. Los políticos, en su papel de altos representantes, no suelen reconocer (ni auto-inculparse públicamente) la responsabilidad de las catástrofes, ni de los riesgos catastróficos, aunque estos sean ya una de las principales características identitarias de las sociedades contemporáneas.

Los que rescatan, informan y estorban: profesionales de salvamento, voluntarios, periodistas y curiosos

En una situación de emergencia no hay tiempo ni predisposición para pensar y actuar con serenidad, excepto los profesionales y voluntarios del salvamento y los periodistas, quienes al verse inmersos en esas difíciles circunstancias tratan de conseguir metas muy distintas: tomar decisiones, muchas veces drásticas, para salvar vidas los primeros; e informar rápido, los segundos. Los curiosos, aunque no tienen un papel relevante, muchas veces se confunden o se hacen pasar por voluntarios rescatadores o periodistas creando más desasosiego, si cabe, en ese tipo de situaciones en donde predomina precisamente la incertidumbre.

En la Tabla 3 el lector puede comprobar que, en la investigación citada que nos sirve de apoyo para exponer resultados, casi la mitad de las noticias dedicadas a relatar el acontecer de riesgos y catástrofes (43.3%) no incluyen ningún tipo de testimonio y, casi en la misma proporción (40.7%), se incorporan testimonios vivenciales, es decir, conexiones en las que los testigos presenciales o supervivientes tienen la oportunidad de comentar sus propias experiencias. Es casi insignificante (8.7%) la proporción de noticias que incorporan testimonios de personas expertas para abordar la información con una fuente mucho más cualificada. La ausencia de los testimonios cualificados es una de las claves de las noticias sobre el acontecer de riesgos y de catástrofes en tanto que la información periodística de catástrofes se suele abordar con datos de carácter catastrofista.

Tabla 3 Testimonios de los principales protagonistas y fuentes de información 

Frecuencia Porcentaje
Sin testimonio 238 43.3
Vivencial 224 40.7
Cualificado 48 8.7
Mezclado 40 7.3
Total 550 100.0

Fuente: Lozano, Calero, Morales, 2017.

La tele-damnificación o los efectos nocivos en la recepción de los RPAC

La tele-damnificación es la afectación a distancia, es decir, una forma de percibir los riesgos y las catástrofes de lejos. El receptor de información se considera y se convierte psicológicamente en una víctima más (tele-damnificado), gracias al papel que juegan los medios de comunicación en estas coberturas, consiguiendo que el receptor se considere auto-aludido, sin haber tenido ningún contacto directo con los impactos destructivos. No es lo mismo “ser un damnificado” que “sentirse damnificado”, pero gracias a las mediaciones comunicativas a propósito de fenómenos catastróficos en cualquier punto del orbe se van solapando las diferencias. Cada vez somos más susceptibles de ser damnificados en tanto que somos más vulnerables al riesgo global catastrófico, y simultáneamente, cada vez nos sentimos más damnificados porque el suceso devastador, a pesar de la lejanía espacial, nos afecta emotivamente y consigue tener consecuencias catastróficas “reales”, o por lo menos “similares”, a pesar de no haber tenido una experiencia directa con dicho fenómeno.1 Los principales efectos nocivos de esta clase de percepción perniciosa se constatan en tres comportamientos sociales reactivos: a) movilidad ineficaz o “segundas catástrofes”; b) homogenización de la complejidad social o uniformidades en la percepción del acontecer de riesgos y catástrofes y, c) inmovilidad fragmentada o postergación de compromisos individuales.

La movilidad ineficaz o las “segundas catástrofes”

El televidente, con sentimiento de damnificado, no es consciente del riesgo, ni mucho menos llegará a ser un rescatador preparado, como mucho se convertirá en un receptor atento y sensible y si aún le quedan ganas de ponerse manos a la obra, demostrará su solidaridad en tareas voluntarias: donar sangre, ingresar dinero en una cuenta bancaria abierta al efecto, echar una mano, arrimar el hombro... El hecho de que el tele-damnificado se apunte a la ayuda humanitaria no significa que sabe lo que hay que hacer durante las situaciones de inestabilidad. Muchos ciudadanos se vuelcan en ayudar, pero es evidente que se requiere de una gestión muy completa y precisa para que esas iniciativas no se desborden y ocasionen tanto o más caos que el generado en la catástrofe inicial. Las “segundas catástrofes” son un eufemismo que alude al descontrol de las acciones voluntarias que protagonizan desinteresadamente los ciudadanos en esta clase de situaciones.

La homogenización de la complejidad social

Los riesgos catastróficos y las catástrofes pueden ser muchos y muy complejos, pero los medios de comunicación colaboran para que sean percibidos como algo único y generalizable. Así, nadie está exento del peligro de sufrir un trastorno destructivo por improbable que pudiera parecer. “Todos somos o podemos ser damnificados”. El hecho de vivir la normalidad cotidiana con un pie puesto en la “salida de emergencia”, y de experimentar sin ser víctimas, a través de los telediarios y los titulares de prensa, los relatos etiológicos o conclusivos de las catástrofes en entornos próximos y lejanos, produce en los individuos una “hipocondría generalizada”. En consecuencia, la homogenización de la complejidad social significa que los medios de comunicación colocan en un mismo y muy amplio nivel toda clase de temas relacionados con el acontecer de riesgos y catástrofes por muy diferentes que sean entre sí. Así, por ejemplo, de una noticia a otra, de una secuencia narrativa a otra se mezclan aconteceres que tienen muy diferentes causas, impactos y consecuencias, pero todos ellos, por lo general suelen incitar los mismos tipos de miedo y de incertidumbres en los receptores.

La inmovilidad fragmentada

Los espectadores habituados a ver y conocer el acontecer de riesgos y catástrofes a través de los medios de comunicación suelen desatender gradualmente sus compromisos individuales y van diluyendo sus actitudes más activas, críticas, racionales y responsables frente a las eventualidades que acaecen en los entornos (sociales y naturales) que les circundan. Las coberturas cotidianas de esta clase de aconteceres no consiguen fomentar la predisposición para aprender sobre las catástrofes, sino que al sobre-informar solo consiguen estimular la postergación de los compromisos individuales de los receptores.

La profesionalización y la enculturación de la prevención de riesgos y catástrofes (Discusión y conclusiones)

La profesionalización de la prevención de riesgos y catástrofes se entiende como el desarrollo sostenible de la divulgación científica, la responsabilidad de los medios de comunicación y la formación especializada de los periodistas. En la Figura 3 el lector puede constatar que los expertos consultados sostienen que la “espectacularización” y “la falta de interés de los medios” son las principales causas de la falta de preparación específica de los periodistas al informar sobre catástrofes medioambientales; relacionan esta ausencia de preparación con la falta de recursos y coinciden al afirmar que esa poca preparación de los periodistas favorece la incomprensión del lenguaje científico en los medios y que no exista una organización de referencia sobre temas relacionados con el acontecer de catástrofes, como, por ejemplo, el cambio climático.

Red de relaciones temáticas elaborada a partir del Grupo de Discusión a expertos y periodistas especializados en medioambiente. Figura realizada con el programa informático Atlas.ti, que representa los principales temas tratados y las relaciones más significativas que existen entre ellos. El primer número del paréntesis se corresponde con las menciones o citas, y el segundo con las interacciones de causalidad, asociación, contradicción e inclusión con otros temas.

Fuente: elaboración propia.

Figura 3 Falta preparación específica de los periodistas al informar sobre catástrofes medioambientales  

Los relatos mediáticos de los riesgos y las catástrofes no solo deberían basar sus mensajes en las causas sino también en las soluciones y dejar en un segundo plano las consecuencias catastróficas, dado que si únicamente se comunican los impactos se fomenta la percepción catastrofista del acontecer; no es conveniente quedarse en la cuantificación de daños y de pérdidas materiales sino socializar los impactos en contextos relacionados con problemas sociales como: la salud, la economía, el acceso al agua, la seguridad alimentaria, los flujos migratorios; se deberían conectar las catástrofes con sus realidades cercanas en el espacio y el tiempo con imágenes identificables para conocer y, en la medida de lo posible, cambiar los modelos de vida sociales e individuales; se recomendaría que los medios de comunicación contribuyesen a visibilizar y favorecer la difusión de iniciativas emprendidas o lideradas de abajo a arriba.

Para el caso del cambio climático, la divulgación científica de los riesgos y las catástrofes significa comunicar los proyectos científicos que se llevan a cabo, los descubrimientos y los resultados obtenidos, el consenso científico, la robustez de los informes del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) sus metodologías de evaluación y explicar con claridad el contenido de los mismos; también se trataría de popularizar palabras clave para favorecer la transición ecológica que permitan a la ciudadanía la comprensión de la información. En el caso del cambio climático serían términos como: “efecto invernadero”, “huella de carbono”, “huella ecológica”, “descarbonización”, “emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y “emisiones per cápita”, entre otros; los episodios meteorológicos extremos (muy frecuentes en España) deberían suponer una oportunidad para explicar la diferencia entre “tiempo” y “clima” y para incidir en que son más frecuentes y virulentos a causa del cambio climático (ECODES, 2019; Teso, Gaitán, Lozano, Fernández et al., 2019).

La responsabilidad de los medios de comunicación en el momento de abordar los riesgos y las catástrofes consistiría en responsabilizarse y presionarse para que sean estas instituciones quienes contrarresten la notoriedad de las situaciones de inestabilidad en favor de una educación para el riesgo; crear nuevos espacios mediáticos (en tiempos de calma) dedicados a revisar aspectos no tratados por las versiones oficiales (comunicativas, sociales, científicas, históricas, populares…) en pro de la prevención del riesgo. En este punto, la enculturación de la prevención de riesgos y catástrofes se asocia con el tema de la responsabilidad. La idea es que se deberían utilizar más y mejor los medios de comunicación como instrumentos de prevención en este campo. Se debería apostar por unos medios responsables que se utilicen para informar sin caer en trucos de imagen o eslóganes sensacionalistas. Lo esperable sería que los medios se utilizaran como primer mecanismo de prevención, al tener asegurada su entrada en millones de hogares. Para los periodistas la responsabilidad de los medios debería asociarse con temas mucho más propositivos y activos, temas que tienen que ver con soluciones, buenas prácticas, respuestas, redes sociales y periodismo ciudadano. No se contradice con nada y apela al optimismo de los profesionales de la comunicación. Las noticias sobre los riesgos y las catástrofes no deberían convertirse en un patrimonio informativo exclusivo de los medios de comunicación, dado que existen muchas otras fuentes de información y, sobre todo, muchos otros accesos que no siempre se recogen en los relatos oficiales y convencionales. Es necesario cambiar esa percepción social de las catástrofes contemporáneas que las identifican solo como un relato de actualidad informativa con tintes espectaculares, para convertirlo en un tema más recurrente y mucho más provechoso para la educación y la cultura educativa de la prevención del riesgo.

La formación especializada de los periodistas para abordar riesgos y catástrofes buscaría reforzar las secciones de periodismo científico y ambiental dentro de las redacciones con periodistas especializados en continua actualización, así como una formación transversal de todos los profesionales, ya que las catástrofes por definición tienen un carácter transversal y, por último, fomentar y apoyar la formación universitaria del periodismo especializado en catástrofes y riesgos medioambientales.

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1 Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York, no solo afectaron a las personas que sucumbieron en los accidentes aéreos sino al mundo entero. La posibilidad de la tecnología de asistir como observadores al suceso nos hace sentir partícipes del acontecimiento, y nuestra percepción es tan completa y rica en significados que nos permite afirmar que hemos tenido una experiencia directa a pesar de habernos acercado a través de las mediaciones comunicativas a dicho acontecer. El público receptor no necesita tantas explicaciones como motivaciones para mantener su pulso firme con el mando a distancia. Es decir, para constatar que los temas de contenidos catastróficos empiezan a ser considerados como asuntos de interés general (y “global”), solo hay que preocuparse de que los medios de comunicación no se olviden de tratarlos con cercanía. En este sentido deja más huellas en la conciencia de los televidentes una publicidad de frigoríficos que no agreden a la capa de ozono estratosférico mediante la emisión de gases CFC (cloro, flúor y carbono), que una nota informativa, escueta y realista, de las hectáreas reforestadas en los últimos dos años en una región determinada del planeta.

Recibido: 30 de Abril de 2020; Revisado: 26 de Agosto de 2020; Aprobado: 15 de Septiembre de 2020

*Autor para correspondencia: Carlos Lozano Ascencio, email: carlos.lozano@urjc.es

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