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Convergencia

On-line version ISSN 2448-5799Print version ISSN 1405-1435

Convergencia vol.16 n.51 Toluca Sep./Dec. 2009

 

Dossier Asociación Latinoamericana de Sociología

 

Pensamiento crítico y alternativas de transformación en América Latina

 

Raquel Sosa Elízaga

 

Universidad Nacional Autónoma de México. E–mail: rsosa@servidor.unam.mx

 

Envío a dictamen: 12 de mayo de 2009.
Aprobación: 20 de mayo de 2009.

 

Abstract

The reasons of the loss of sovereignty of Latin American countries in favor of a neocolonial order are anaiyzed critically in the text. One sets out to evaluate alternatives to decolonize the social thought and to contribute to a true democratic and sovereign exercise upon reconsidering the historical, collective and ethical dimensions of social life in our subcontinent.

Key words: sovereignty, democracy, social thought, social life.

 

Resumen

En el artículo se analizan críticamente las razones de la pérdida de soberanía de los países latinoamericanos a favor de un orden neocolonial. Se propone evaluar alternativas para descolonizar el pensamiento social y contribuir a un verdadero ejercicio democrático y soberano sobre la base de reconsiderar las dimensiones histórica, colectiva y ética de la vida social en nuestro subcontinente.

Palabras clave: soberanía, democracia, pensamiento social, vida social.

 

Que yo recuerde, existe una tensión emocional, ideológica y política en el pensamiento crítico latinoamericano desde los años setenta (Sosa, 1996). Mi generación creció con la indignación frente a la represión estudiantil en México en 1968 y 1971, y con los trágicos golpes de Estado que destruyeron las conquistas de los movimientos democráticos de Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia durante la década de 1970 (Cueva, 1981).

La generación actual se enriquece con los triunfos democráticos en Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador, Brasil, Paraguay y Chile, y ve con preocupación las regresiones que han sufrido México y Colombia. En uno y otro extremo, las orientaciones del pensamiento tienen que ver con las pulsiones de la vida colectiva (Darling, 2008).

Ser latinoamericanista no ha dejado de significar asociarse y comprometerse con la causa de la transformación por la democracia, la soberanía y la justicia en la región, aunque cada época tiene sus particularidades y, consiguientemente, sus exigencias (Sánchez y Sosa, 2004).

Este trabajo es parte de una reflexión de más largo alcance que comparto con muchos colegas latinoamericanos sobre el papel que las ciencias sociales y los profesionistas que nos dedicamos a ellas tienen que cumplir en las circunstancias del cambio político que experimenta América Latina hoy, en particular frente al acoso de la crisis mundial y las nuevas amenazas al movimiento democrático de nuestros países.

 

La dimensión contemporánea de la lucha por la soberanía

Hace casi 200 años que el libertador Simón Bolívar denunciaba en su Carta de Jamaica que en nuestra región, una "escala militar de 2,000 leguas de longitud y 900 de latitud en su mayor extensión [...] 16, 000,000 de americanos defienden sus derechos". Y decía:

Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin, ¿quiere V. saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados; los desiertos para cazar las bestias feroces; las entrañas de la tierra para excavar el oro, que no puede saciar a esa nación avarienta (Bolívar, 1815).

Llamaba a este estado de cosas "un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad". Lamentablemente, en la actualidad, las circunstancias de nuestra América han variado poco. De una población de más de 540 millones de personas, más de 62% se debate entre la pobreza y la indigencia. Una deuda externa de más de 700 mil millones de dólares consume parte importantísima del producto bruto de la región. Empresas trasnacionales dominan la mayor parte de las producciones estratégicas de nuestros países, mientras que la llamada guerra contra el narcotráfico ha militarizado el subcontinente en niveles no vistos siquiera en la época de las guerras sucias de hace 40 años (CEPAL, 2008, 2001; Sotelo, 2005; Valenzuela, 2005; Dos Santos, 2008; SIPRI, 2008).

América Latina es una de las regiones del mundo que más crisis ha vivido lo largo de las últimas seis décadas. Guerras, dictaduras, procesos revolucionarios se han sucedido en la región, dejando tras de sí cientos o miles de muertos, desaparecidos, presos. Nadie puede afirmar ahora, como no pudo hacerlo Bolívar en su tiempo, que los nuestros sean Estados plenamente consolidados. Sólo que las responsabilidades de este desastre no pueden ser compartidas por las sociedades de la región. Se trata de la continuidad histórica de un modelo oligárquico que se cimentó en la agudización de la desigualdad, en la economía de enclave, en la disputa constante por la soberanía.

Las instrucciones que España emitía, corroída por la crisis en tiempos de Bolívar, hoy las emiten por igual y sin reparo el Banco Mundial, la OCDE y el propio gobierno norteamericano, cuyo director nacional de inteligencia, Dennis Blair, afirmó recientemente en el Senado de su país que la mayor amenaza mundial a la seguridad es la crisis económica originada en Estados Unidos, sin que ello significara que asumiera la menor responsabilidad o dejara de referirse al mundo como esfera incuestionada de la hegemonía política, económica y militar de Norteamérica (Blair, 2009).

Resulta, por ello, urgente, que coloquemos en el centro de nuestras preocupaciones académicas la reflexión sobre el significado de la soberanía en el presente y hacia el futuro de América Latina. Podríamos y debiéramos hacer de nuevo el ejercicio de Bolívar para interrogarnos, ya no sobre los posibles efectos que esta crisis de Estados Unidos tendrá —algo que ha hecho, entre otros, David Harvey (2009) con extraordinaria inteligencia—, sino cómo proyectamos nuestro propio pensamiento sobre qué será de nuestra América, hacia dónde queremos que se dirija su destino, una vez que haya sido derrotado el actual modelo hegemónico que la ha mantenido sometida prácticamente desde su Independencia de España.

Recuperar nuestra soberanía es una tarea fundamental del pensamiento crítico. Años de vivir sojuzgados al llamado orden internacional nos han legado el uso de un lenguaje, de conceptos y de atribuciones de valores y significados, completamente alejados de nuestra realidad. Un ejemplo de eso son nuestros sistemas educativos, la mayor parte de los cuales juzgan las actividades académicas de acuerdo con certificaciones de competencias y de calidad propias de los requerimientos del mercado, así como de los parámetros impuestos por estos organismos internacionales. En el lenguaje tecnocrático que ellos han diseminado, se habla de capital humano —un término que mucho recuerda la ficción de subordinación de la humanidad al control de una voluntad despótica, descrita por George Orwell (1948)—, para referirse a la inversión de recursos destinados a la formación de técnicos y profesionistas. Toda esa jerga, y lo que viene con ella: la reducción de los recursos públicos destinados a la educación, la privatización de nuestros sistemas educativos, el empobrecimiento de nuestros programas de estudio a partir de supuestas competencias para el mercado, pretende erradicar el pensamiento asociado al desarrollo, la solución de necesidades básicas de la población, la formación de habilidades y valores adecuados a los fines de una educación concebida como servicio público fundamental (Banco Mundial, 1995).

Pensar, en cambio, en qué necesitamos realmente saber y para qué implica operaciones enormes de desmontaje de las cadenas de aprendizaje orientadas por las expectativas empresariales, para volver a construirlas, esta vez sobre la base de las demandas efectivas de nuestras sociedades. Podríamos nombrar algunas de ellas:

— Cómo garantizar la dignidad de la vida de los seres humanos que viven en nuestros países (alimentación, salud, educación, trabajo, vivienda);

— sobre qué bases establecer un programa de desarrollo que preserve y enriquezca nuestros recursos básicos, sin que ello signifique la destrucción o vulneración de la capacidad de regeneración de nuestros sistemas ambientales;

— cómo construir un sistema de relaciones sociales que impida la agudización de la desigualdad y qué atribuciones debe tener el Estado para garantizar la búsqueda de nuevos equilibrios basados en la justicia, la igualdad y la equidad;

— cómo reconstruir los espacios públicos y en qué dirección revalorar la intervención del Estado en la vida social, con el objetivo de garantizar la libertad, la tolerancia, el respeto a los otros, la realización de las aspiraciones de la mayoría y, sobre todo, una efectiva soberanía popular en las decisiones públicas;

— qué sistema de intercambios de bienes, servicios y productos debe construirse, de acuerdo con las necesidades y capacidades de la sociedad en su conjunto, así como a los niveles de participación de los distintos sectores, públicos y privados, internos e internacionales, que proscriba el abuso, el indebido monopolio y promueva verdadera igualdad en los términos del intercambio;

— qué procesos de conocimiento favorecen la formación de una cultura científica, crítica, humanística para promover la ampliación de horizontes de visibilidad y el continuo flujo de ideas, propuestas, visiones, informaciones, procedentes de todos los países del mundo, y en particular de aquellos que, como los latinoamericanos, comparten, como decía Bolívar, origen, lenguas y costumbres;

— qué experiencias de nuestra propia historia alimentan la formulación de soluciones a nuestros problemas actuales y nos permiten vislumbrar hipótesis y orientaciones para enfrentar los problemas futuros de nuestras sociedades, de acuerdo con nuestra identidad y en ejercicio de nuestra voluntad soberana.

La recuperación de nuestra soberanía será, en fin, un hecho físico, pero sobre todo el producto de un esfuerzo académico, ideológico, político y cultural para reconstruir nuestro horizonte de visibilidad de acuerdo con nuestra propia mirada.

 

La dimensión histórica de los cambios

Las transformaciones ocurridas en los últimos 40 años en nuestra región nos obligan a reflexionar sobre el carácter de las confrontaciones que suceden no sólo dentro de nuestros países, sino a nivel internacional. Según Immanuel Wallerstein (2005), el mundo está viviendo un cambio de época y de sistema cuyos resultados son inciertos e impredecibles.

La crisis mundial le presenta a América Latina la rara oportunidad de conquistar, por una parte, su descolonización de un sistema mundo que la ha oprimido por más de 500 años; pero, en especial, que los resultados de dicha descolonización favorezcan, por fin, a las mayorías de nuestros pueblos, ausentes de las determinaciones que definieron a muchos de los procesos de independencia a lo largo del siglo XIX; dolientes ante la magnitud del esfuerzo revolucionario y la pequeñez de los logros en múltiples procesos ocurridos a principios y mediados del siglo XX; y aún, inermes ante los procesos de reversión de conquistas sociales que llevaron a cabo las tecnocracias neoliberales de fines del siglo XX.

Es indispensable que nos interroguemos a profundidad sobre el estado del mundo actual. Que no descansemos en la simplificada versión de que el mundo se está dirigiendo hacia la izquierda, porque observamos los avances de unos cuantos —aunque muy significativos— procesos de transformación. El mundo de hoy se ha vuelto, en todos sentidos, un sitio terriblemente peligroso e inestable. La conjunción de inmensos intereses económicos con un poderío militar tan vasto como ingobernable ponen en riesgo las vidas de millones de seres humanos indefensos (Quijano, 2007). Con qué instrumentos de la inteligencia contamos nosotros, debemos preguntarnos, para derrotar a esta máquina voraz e implacable que gobierna buena parte de nuestros países y toma determinaciones por el conjunto del mundo. De qué manera podemos enfrentar y derrotar la tentación de que aún los gobiernos democráticos se vean arrastrados por la dinámica de esta confrontación y reproduzcan en forma y fondo los mecanismos de que se ha servido el gran poder para asegurar su dominio, con el argumento de que se trata de exterminar los peligros que acechan a una transformación a fondo de nuestras sociedades.

Y cómo logramos no perder de vista lo fundamental, que es precisamente el modo en que puedan imponerse las aspiraciones de nuestros pueblos a liberarse de todos los yugos que se les han impuesto y que han resultado en un empobrecimiento creciente y cada vez más desesperante, y una falta de justicia que ahoga en frustraciones las mejores propuestas de cambio. Hacia dónde se dirigen y deben dirigirse nuestros esfuerzos, cuáles cambios son posibles en función de los sujetos involucrados en los procesos de transformación, cuáles son los alcances y limitaciones de cada proyecto, en vista de la evolución de la crisis del sistema en su conjunto; de qué manera sortear los peores peligros de una confrontación internacional sin precedentes.

No podemos olvidar que las mejores herramientas de que disponemos para entender precisamente el carácter de la confrontación contemporánea están en la historia de nuestros países. Cada crisis, que hace estallar, como decía René Zavaleta, un horizonte de visibilidad, recoge las crisis anteriores y sus enseñanzas: las experiencias traumáticas de las que un pueblo sacó lecciones invaluables, que aplica en su relación con los gobernantes y en las formas de participación con las que resiste la dominación (Zavaleta, 1975, 1974). Aprender de la lógica, las estrategias de supervivencia, la memoria colectiva, constituye un conocimiento invaluable para explicar los alcances, ritmos y lógica de las determinaciones masivas ante coyunturas críticas, como las que vivimos.

 

La dimensión colectiva de las transformaciones sociales

Una de las derrotas más ominosas del movimiento progresista, democrático, revolucionario del mundo ha sido la instalación del individualismo como ideología social dominante, y en particular, su implantación en los centros de educación superior y en las universidades de todo el mundo.

Muy grave es el predominio de esta ideología corrosiva, mientras que en nuestros países, como acabamos de señalar, la lógica de la lucha por la supervivencia obliga cotidianamente a la sociedad a tejer estrategias colectivas. El desconocimiento de esta fuerza de masas, que impulsa los cambios de fondo y desde abajo lleva a que intelectuales y académicos alejados de ellas confundan intenciones, objetivos y alcances de las movilizaciones que observan y pretenden analizar.

Resulta, por ello, de singular importancia el reconocer que son las colectividades y no los intelectuales, académicos, especialistas quienes de hecho y por derecho hacen la historia; que son precisamente ellos quienes recogen y encarnan el conocimiento social de una época y de sus posibilidades, y que sólo sobre la base de compartir sus agravios, temores, aspiraciones y creencias nos será posible situarnos objetivamente en el terreno de las transformaciones realmente en curso.

Este no es sólo un llamado a abandonar toda soberbia intelectual, toda pretensión de encasillar en conceptos y categorizaciones artificiales las dinámicas de confrontación que rigen a nuestras sociedades, sino más allá, una apelación para que recojamos, no el sentido común, sino como decía Antonio Gramsci (1936), el buen sentido que orienta las luchas sociales en nuestro tiempo.

Me parece, por ello, verdaderamente difícil que logremos resultados positivos si nos limitamos a observar desde afuera el curso de los acontecimientos, incluso si pretendemos con todo rigor describirlos paso a paso. Algo se escapará siempre de la vida colectiva cuando acudimos a las fuentes documentales, la hemerografía e incluso, el testimonio colectivo. Las definiciones del movimiento en movimiento sólo pueden ser cabalmente comprendidas para quien las comparte, por así decirlo, desde adentro.

Esto es, la comprensión de un proceso de transformación no puede ser sino producto de la participación no sólo en los programas o los objetivos generales, sino en los quehaceres cotidianos, los agobios y los desvelos de quienes se empeñan de verdad en realizar cambios a fondo. ¿Esto quiere decir que es indispensable formar parte del movimiento de transformación para comprenderlo a cabalidad? La respuesta es sí, desde la posición más modesta incluso, y asumiendo los riesgos, las posibles equivocaciones, los límites del movimiento.

Una de las cuestiones más difíciles de entender por quienes se encuentran fuera de la lógica profunda y de las razones de un movimiento es precisamente lo que explica las determinaciones colectivas. Doy dos ejemplos: ¿qué cambió entre el primer no a las reelecciones sucesivas de Hugo Chávez y el segundo sí, ocurrido apenas tres meses después? ¿De qué manera se ha emprendido un diálogo entre el comandante y el pueblo de Venezuela que resulta incomprensible y con frecuencia odioso a quienes se oponen a su permanencia en el poder?

Otro ejemplo: ¿sobre qué bases se ha mantenido la integridad del movimiento revolucionario boliviano, tan acosado por la Media Luna, como por las corporaciones trasnacionales y el gobierno norteamericano? ¿Cómo se procesó la aprobación de la Constitución y cómo vislumbran los actores políticos fundamentales su ubicación en eso que se ha llamado, me parece que con justicia, la refundación de la República de Bolivia?

Quiero anotar aquí que hay en curso un esfuerzo intelectual de grandes proporciones, encabezado por colegas tan lúcidos como Boaventura de Souza y Emir Sader, que plantean a través del Foro Social Mundial la aprehensión del sentido y alcance de los movimientos de transformación. Me parece, en particular, que las contribuciones de miles o decenas de miles de participantes en los encuentros del foro a este esfuerzo a lo largo de la última década han prestado un servicio invaluable a la causa del pensamiento crítico, que debiéramos apreciar y recoger (De Souza e Santos, 2008; Sader, 2009, 2008).

Con todo, creo que debemos retomar los planteamientos de Pablo González Casanova y de Hugo Zemelman, cuando señalaron la necesidad de recoger las transformaciones en el curso de su realización, así como las reflexiones que los propios actores de los procesos efectúan para orientar sus determinaciones, como método de trabajo para valorar con justicia tanto el esfuerzo como los avances y las razones de las limitaciones de cada lucha social (González Casanova, 2004; Zemelman, 2005).

Reflexiones como éstas resultan indispensables, sobre todo en una época en que la apelación a la democracia incluye significados a veces tan contrapuestos a la voluntad de las colectividades (no se nos olvide que Bush ordenó la invasión a Irak y a Afganistán en nombre de la democracia) que con frecuencia quedan oscuros los trasfondos de cada experiencia social, a no ser que se les ilumine, como hemos planteado anteriormente, de acuerdo con su dimensión histórica y su dimensión colectiva (Fisk, 2006).

No equivocarse sobrevalorando la experiencia de los pueblos y menospreciando el valor de la democracia sólo puede lograrse si en verdad recogemos estos dos componentes de la explicación social y respondemos, o buscamos responder a la pregunta básica sobre el sentido de una lucha en función de una estrategia, ya no sólo de supervivencia colectiva, sino de transformación de largo alcance. El vínculo entre una y la otra, si bien indisoluble, nos permitirá comprender frente a qué movimiento, a qué aspiraciones humanas nos encontramos, y cuáles son las fuerzas que se le oponen.

 

La dimensión ética de la lucha social

Los sistemas de inteligencia norteamericanos se han acostumbrado durante años a hacer uso de las investigaciones sociales que se producen en el mundo y, particularmente, de las de América Latina. Los centros de estudios latinoamericanos en Estados Unidos existen hoy en prácticamente todas las universidades públicas y privadas de Norteamérica y se alimentan de los trabajos que estudiosos de nuestra región realizan para entender mejor nuestras realidades.

Si compartir el conocimiento es uno de los principios que debieran regir la democracia, no podemos olvidar que el uso del conocimiento forma parte también de la lucha social y que, por lo tanto, tiene connotaciones e implicaciones indispensables de asumir.

Conscientes de este problema, investigadores norteamericanos han asumido ya códigos de ética para evitar que sus estudios puedan afectar en forma alguna los destinos de las comunidades y los procesos sobre los que han llevado a cabo sus investigaciones. Algo semejante debiera plantearse para las universidades y centros de estudio en América Latina. Eso significa que no podemos resignarnos a guardar nuestros trabajos en un cajón, pero tampoco a que, independientemente de nuestra voluntad y conocimiento, alimenten estrategias contrarias a los de la soberanía de los pueblos de nuestra región.

En nuestra opinión, algunos de los principios que debieran contener los códigos de ética de nuestros académicos, y por los que quienes se identifiquen con los principios del pensamiento crítico debieran luchar, son:

— El respeto a la integridad de las comunidades, pueblos e individuos involucrados en una investigación;

— el reconocimiento del derecho de esas mismas comunidades, pueblos e individuos a conocer, valorar y hacer uso de las investigaciones que sobre ellos y ojalá con ellos se realicen;

— el compromiso de que en las investigaciones se ponga el acento en la dinámica de los procesos y no en las características, razones o intimidad de quienes ejercen alguna función de liderazgo;

— la búsqueda de esclarecer a través de las herramientas del conocimiento soluciones propuestas o practicadas a los problemas, demandas y aspiraciones colectivas, y el compromiso de recoger y sistematizar la memoria histórica que sobre ellas existe;

— la responsabilidad de compartir con los colegas y con los estudiantes fuentes de información, preocupaciones, hipótesis, y, en lo posible, promover la formulación de proyectos colectivos de investigación, para enriquecer el conocimiento general y aportar planteamientos, propuestas, ideas a la solución de problemas colectivos.

Muchas son las tareas del pensamiento crítico latinoamericano, y afortunadamente es cada vez mayor la base social de quienes estamos dispuestos a reconocer el valor que tiene la creación crítica de los pueblos para comprender y proyectar respuestas a sus preguntas sobre la vida. Mucho más tenemos que compartir ahora, y en el futuro para aprender que es en la sencillez, en la modestia, en la capacidad de escuchar, hacer preguntas, en el trato cotidiano con personas y organizaciones a quienes debemos el valor de la resistencia, la persistencia, la paciencia, la entereza de transformar nuestra América. De ellos es, en verdad, el pensamiento crítico.

 

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Información sobre el autor(a)

Raquel Sosa Elízaga. Profesora investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ex presidenta de la Asociación Latinoamericana de Sociología. Autora de diversos textos sobre pensamiento crítico, educación y violencia social y política en América Latina. Publicaciones recientes: en coautoría con Carlos Figueroa Ibarra, "Del desafuero al gobierno legítimo", en Historia reciente de América Latina, Buenos Air es (en prensa); "Hacia la defensa y transformación democrática de la educación pública en México", en Boletín especial del Foro por la Educación Pública, FLAPE (edición virtual) (2007); en coordinación con Irene Sánchez Ramos, América Latina: los desafíos del pensamiento crítico, México (2007).

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