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Convergencia

On-line version ISSN 2448-5799Print version ISSN 1405-1435

Convergencia vol.13 n.41 Toluca May./Aug. 2006

 

Reseñas

 

El cuerpo: sus usos y representaciones en la modernidad

 

Bruno Lutz

 

Le Breton, David (2004), Antropología del cuerpo y modernidad, Nueva Visión, Argentina, 254 pp.

 

Universidad Autónoma del Estado de México, México. Correo electrónico: brunolutz01@yahoo.com.mx

 

Envío a dictamen: 22 de mayo de 2006
Aprobación: 16 de junio de 2006

 

En esta obra el sociólogo y antropólogo David Le Breton ofrece una estimulante reflexión sobre la percepción del cuerpo en las sociedades occidentales contemporáneas. Si bien debemos saludar la traducción al español de Antropología del cuerpo y modernidad, la casa editorial bonarense hubiera quizá podido realizar un diseño más cuidadoso de la portada y, al interior del libro, hubiera podido integrar tal vez en los pies de página las referencias en español de los libros y artículos citados. A pesar de estos detalles, el contenido presentado bajo la forma de una compilación de ensayos, aborda con una perspectiva innovadora problemáticas fundamentales relativas a la construcción simbólica del cuerpo en las sociedades occidentales modernas. En esta obra, el investigador de la Universidad París X. Nanterre analiza las implicaciones de las estructuras individualizantes que "convierten al cuerpo en el recinto del sujeto, el lugar de sus límites y de su libertad, el objeto privilegiado de una elaboración y de una voluntad de dominio".

El autor muestra con ejemplos extraídos de la historia y de la antropología, que la noción misma de cuerpo es una invención de las sociedades industriales; su universalización es el resultado de su imposición mediante el sistema colonialista y la expansión del capitalismo. Muchos eran los pueblos indígenas y tribus como los antiguos "kanacks" de Nueva Caledonia, por ejemplo, para los cuales el cuerpo era un soporte del espíritu que no poseía características propias. El cuerpo de los miembros de la comunidad no era diferenciado de la naturaleza, lo cual se manifestaba, entre otros, por los términos empleados para designar las diferentes partes del cuerpo humano. Pero con la imposición de las naciones occidentales, del cuerpo como unidad orgánica autónoma, capaz de sobrevivir aún separado del cuerpo social, se pasó de la individuación —en el sentido de Durkheim— al individualismo.

El pensamiento razonado, indica Le Breton, hace del hombre un ser capaz de abstraerse de su condición natural y de sus pasiones. En la medida en que se disocia la personalidad del cuerpo, se animaliza al hombre y sus pasiones. De Aristóteles a Sade pasando por Hobbes y Maquiavelo, el hombre es un animal en el reino social y político. Pero el hombre se había convertido en el punto de referencia del mundo. El antropocentrismo se impuso en los distintos ámbitos de la sociedad. "Las nuevas formas de conocimiento, el naciente individualismo, el ascenso del capitalismo, liberan a algunos hombres de su fidelidad a las tradiciones culturales y religiosas", escribe el antropólogo francés.

La invención de la razón hizo que el hombre se separara de sí mismo, de los otros, de la naturaleza y del cosmos. Con Descartes, el cuerpo es reducido a una máquina, un reloj. Fue precisamente el pensamiento cartesiano el que profundizó esta disociación entre el individuo y su cuerpo: "esta filosofía —escribe Le Breton— es un acto anatómico, distingue en el hombre entre alma y cuerpo y le otorga al primero el único privilegio del valor". A partir de la Ilustración se otorga a la razón, de manera cada vez más unánime, la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso, lo real y lo imaginario. Para los sabios de esa época, el cuerpo deja de ser el recipiente sagrado del misterio divino para convertirse en una unidad orgánica que conviene estudiar, comprender y explicar.

Le Breton hace hincapié en que las disecciones de los primeros anatomistas occidentales (Galeano, Vesalio) muestran un cambio de mentalidad: al transgredir el tabú de la sacralidad del cuerpo, la piel deja de ser inviolable y el ser humano deja de ser intocable. Las representaciones del cuerpo en los libros de anatomía pierden progresivamente su aura metafísica al ganar en precisión y realismo. El cuerpo es mostrado abierto, desollado, disecado. La visión supera la superstición. De hecho, santos y supliciados con frecuencia eran desmembrados: los primeros para convertirse en reliquias, los segundos para ser examinados por los barberos, cirujanos y médicos. Asimismo, de manera lenta, el cuerpo humano se volvió el instrumento de conocimiento de la medicina moderna. De esta forma la ciencia médica dictó la sentencia condenatoria del fin de la unidad del ser humano: a partir de entonces el hombre se compone de una unidad orgánica diferenciada que requiere especialistas y de un espíritu o mente. El ser humano se volvió dueño de su individualidad, mientras su cuerpo pasó a formar parte del acervo social.

El saber biomédico se constituyó mediante observaciones y experiencias con enfermos y cadáveres, en tanto que los conocimientos tradicionales eran relegados y denigrados. Le Breton tiene razón cuando afirma que la enfermedad, con el comienzo de la medicina moderna, empezó a ser vista como algo ajeno que hay que quitar y aniquilar. En cuanto al enfermo, era y sigue siendo visto como un cuerpo debilitado y disfuncional. Para curarlo necesita un remedio. Con el paso del tiempo la pastilla llegó a simbolizar un nexo social que tiende a compensar los efectos de relaciones anómicas.

Si bien el autor no lo menciona en esta obra, es menester señalar que el descubrimiento de la importancia de la higiene y de las virtudes de los ambientes estériles reforzó la idea de un saneamiento del cuerpo. El cuerpo del hombre moderno es un cuerpo libre de toda infección, incapaz de contagiar (Mary Douglas en su obra clásica Purity and Danger aborda precisamente la invención y el tratamiento cultural de la suciedad). Cuidar su propio cuerpo previniendo enfermedades es también cuidarse de los demás. Al respecto, Le Breton nota acuciosamente que se borra el cuerpo mediante conductas de evitamiento. "Si nos comparamos con otras sociedades, más hospitalarias en cuanto al cuerpo, podemos decir que la sociedad occidental está basada en un borramiento del cuerpo, en una simbolización particular de sus usos que se traduce por el distanciamiento". La recomendación de los médicos norteamericanos de que los padres no toquen inmediatamente a su bebé después de su nacimiento y que los abuelos tengan que esperar tres meses antes de abrazarlo, es un ejemplo extremo de esta imposición de una distancia entre los individuos. Los médicos dictan la ley social del uso idóneo del cuerpo. El temor por las enfermedades es solamente una de las manifestaciones del temor por el cuerpo ajeno, de la angustia que provoca el otro. Frente a esta tendencia que inició a finales del siglo XIX, los individuos resisten de diferentes maneras, individual o colectivamente, de manera espontánea u organizada.

Las medicinas y los saberes tradicionales sobreviven en el campo mientras las medicinas alternativas atraen cada vez más a los individuos enfermos de las sociedades occidentales. A menudo de manera ecléctica, se busca una cura que considere al ser humano en su conjunto siendo esta tendencia opuesta a la hiperespecialización institucional de la medicina moderna. Le Breton ve también el regreso de la figura del curandero a través del médico adepto de medicinas tradicionales y conocedor de terapéuticas diversas. Esta "desmodernización" del saber médico no debe sorprendernos: los enfermos buscan cada vez más una respuesta holista a sus padecimientos. La sociedad moderna ha fabricado nuevos enfermos pero no hay cómo tratarlos.

Desde su separación con el alma, el cuerpo entró en un proceso de reificación social sobre la base de las necesidades y expectativas médicas. La donación voluntaria de órganos posmortem y la entrega del cuerpo a la Ciencia, la donación, venta de sangre, esperma, óvulos y riñones, la fecundación in vitro, las mujeres que prestan su útero, la eutanasia, el encarnizamiento terapéutico, la clonación de células humanas son algunas de las técnicas y usos modernos del cuerpo a las cuales hay que agregar la de convertir el cadáver en objeto de arte. El cuerpo, durante muchos siglos, fue la sepultura del alma, hoy el alma sepulta al cuerpo en un destino incierto.

La competitividad propia de las sociedades capitalistas genera un proceso centrípeto de marginación y exclusión de los individuos. Soledad y soltería son dos manifestaciones relevantes de la enfermedad crónica que padecen las sociedades industrializadas. Frente a este proceso civilizatorio anónimo y deshumanizante, "el sujeto de las metrópolis occidentales forja el saber que posee sobre el cuerpo con el que convive cotidianamente, a partir de una mezcla de modelos heteróclitos, mejor o peor asimilados, sin preocuparse por la compatibilidad de los préstamos". El amplio espectro de las terapéuticas alternativas frecuentemente aunadas a creencias sui generis y exóticas, ofrece múltiples oportunidades reales e imaginarias para curarse. En este contexto, el trabajo sobre el cuerpo y sus representaciones posibilita el terminar con la enfermedad. David Le Breton habla del cuerpo como de un "continente" debido a la extensión infinita de sus posibilidades, percepciones y usos.

El autor reflexiona sobre las consecuencias de la visibilización total del cuerpo, de su anatomía y metabolismo. Con el desarrollo de la tecnología, el cuerpo del paciente se volvió transparente. Todo puede verse en una pantalla, desde los movimientos del feto hasta el funcionamiento del cerebro pasando por la circulación de la sangre. El infinitamente pequeño también se volvió accesible permitiendo violar los principios de la naturaleza al poder leer los genes del niño cuando éste se encuentra todavía en el vientre de su madre. Ya no es necesario abrir para ver ni para operar como en el caso de los cálculos destruidos desde fuera por bombardeo magnético. Estas nuevas posibilidades que ofrece la tecnología moderna reducen las molestias de los enfermos y hace más rápido el diagnóstico: dolor y espera son disminuidos. La imagen computarizada constituye una nueva etapa en la evolución de la ciencia médica y revive la fantasía de la transparencia del cuerpo humano. Le Breton escribe con elegancia que "la evidencia es el camino más corto del misterio".

Ahora bien, la "liberación" del cuerpo a raíz de los movimientos sociales de 1968 conllevó un distanciamiento físico y simbólico con los demás. Más visible, el cuerpo moderno no deja de ser investido por estrategias estéticas de corte higiénica. Los modelos publicitarios dibujan un estereotipo capaz de crear una emulación social. "Parecerse a", "ser como", son expresiones de la búsqueda de una apariencia, de un cuerpo diferente acorde con los referentes culturales en uso. El hedonismo constituye una nueva forma de altruismo donde lo que se pretende es marcar aún más la separación entre la persona y su cuerpo. Es el regreso de Narciso. El cuerpo es cuidado y entretenido como una máquina para conservar su vitalidad. El amplio tiempo libre de que disponen las personas amplifica tanto sus ocupaciones egocéntricas en cuanto a su cuerpo como sus preocupaciones relativas a su equilibrio mental. Hay que practicar deportes según lo marca la moda del momento: golf, tenis, jogging, stretching, spinning,pilates, etc., ya que el entretenimiento del cuerpo tiene sus códigos valorizados socialmente. La divinización del cuerpo joven, atlético y sano es la respuesta de una sociedad que valora la presentación de sí. Pero en estas mismas sociedades industrializadas los individuos que no logran cumplir con estas expectativas sociales somatizan sus frustraciones; obesidad, anorexia y bulimia se volvieron problemas de salud pública.

Sin embargo sería un error hacer de este haz de técnicas de sometimiento del cuerpo una especificidad occidental: el reducir el tamaño de los pies de las mujeres en el imperio chino, la deformación del cráneo en la civilización inca, son solamente algunos ejemplos del desarrollo de técnicas de biocontrol. A esta bioconstrucción de la belleza cuyas normas varían según las culturas y el tiempo, se agrega en las sociedades occidentales la necesidad de alejar los síntomas de envejecimiento. La práctica de un deporte, las dietas alimenticias, el uso de cosméticos y la cirugía estética son algunas de las técnicas contemporáneas para borrar las huellas del tiempo en los cuerpos. Es que el envejecimiento es visto en las sociedades occidentales como la manifestación trágica pero tal vez no ineluctable del efecto del tiempo sobre el cuerpo. Con toda su tecnología y conocimientos científicos, la sociedad moderna no ha dado todavía una respuesta satisfactoria a la degenerescencia de las células y fatiga de los órganos. La vejez asusta menos que el envejecimiento, el cual provoca conductas sociales de borramiento, como bien lo menciona Le Breton. De hecho, un cuerpo que deja de ser completo y completamente funcional (enfermedad, discapacidad, vejez) debe recibir un tratamiento determinado y, en su caso, estar confinado en lugares especializados: asilos, hospitales, centros de reeducación, etc. "La vejez es un sentimiento" declara el autor, al afirmar que la construcción de la ancianidad es connotada culturalmente.

En África, por ejemplo, las personas tienden a decir que tienen más edad debido a que se confiere a los ancianos un estatus elevado porque encarnan la sabiduría y porque son pocos. Pero en los países industrializados los ancianos son cada vez más numerosos y de más edad, por lo que se les ofrece toda una gama de servicios y atenciones para ocuparlos: hay agencias de viajes enfocadas a las personas de la tercera edad, clubes donde se pueden reunir para discutir y jugar, programas televisivos para gente mayor, etc. Todas estas prestaciones buscan una sola cosa: re-socializar a los ancianos de Occidente quienes viven generalmente lejos de sus hijos, al margen de la sociedad y fuera del mercado laboral. En este sentido, si bien la ciudad puede ofrecer a la gente mayor un amplio número de actividades, en muchos casos éstas no son más que un sucedáneo de las relaciones sociales verdaderas.

David Le Breton afirma, con razón, que el desarrollo de la ciudad tuvo una consecuencia significativa sobre los usos y las representaciones sociales. La socialización proxémica de las urbes impuso sus reglas: la de ver sin mirar con el uso masivo de cristales polarizados, la del oír sin escuchar con el ruido de los automóviles, la de oler sin olfatear a causa de la contaminación. El diseño de las ciudades y de los espacios públicos ha provocado una reducción notable de la capacidad de los sentidos para comprender el mundo que nos rodea, limitando nuestras percepciones y apreciaciones de los demás. La mirada de los ciudadanos se topa con muros y ángulos vivos. "Espacios públicos y departamentos restringen la visión. En estas habitaciones el cuerpo se reduce a una suma de necesidades arbitrariamente definidas, el cuerpo se asimila a una forma pura de existencia, sin historia, sin cualidades, simple volumen". En la cotidianidad de las ciudades occidentales nadie se escapa de las cámaras instaladas en los lugares públicos, de la vigilancia subrepticia de la policía en nombre de la lucha antiterrorista, de los repetidos controles de documentos de identidad, ni del minucioso registro de todas sus visitas al médico, hospitales y compra de medicinas por el microprocesador de la tarjeta Vital de todos los franceses que cuentan con seguro social. La sociedad moderna y sus sistemas de control hacen del cuerpo un indicio, una prueba.

Imagen de Dios, el cuerpo se volvió imagen de la sociedad mediante el proceso histórico de materialización de los valores y reificación de las relaciones sociales. Dividido en individuo (personalidad) y cuerpo, el hombre moderno vive una esquizofrenia que tiende a hundirlo en la imposibilidad de ser lo que verdaderamente es. Esta enfermedad societal se manifiesta en el desarrollo de técnicas de biocontrol que apuntan a homogeneizar las apariencias uniformizando las expectativas. Frente a esta globalización de los códigos y referencias, existen archipiélagos de resistencia que someten la doxa dominante a la prueba de la existencia. La búsqueda de la felicidad ofrece innumerables caminos tanto a quienes anhelan vivir conforme al dictado de las modas como a los que exploran las posibilidades de re-encontrarse y volver a la unidad primordial del cuerpo y del espíritu.

 

Información sobre el autor

Bruno Lutz. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana, miembro del SNI nivelI. Actualmente labora en el Centro de Investigaciones en Ciencias Agropecuarias de la Universidad Autónoma del Estado de México. Sus líneas de investigación son: organizaciones campesinas; liderazgo rural, poder y ciudadanía; y biopolítica del campesinado mexicano. Sus más recientes publicaciones son: "Estudio de las formas de diferenciación interna en organizaciones rurales corporativas. El caso de la CNC en México", en Cuadernos del Sur Historia, Buenos Aires (2004); "La participación electoral inconclusa: abstencionismo y votación nula en México", en Revista Mexicana de Sociología, México (2005); y como coautor de "Gobernabilidad y pobreza: proyectos productivos para mujeres indígenas mazahuas del Estado de México", en Indiana, Berlín (2006).

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