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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.61 México jul./dic. 2023  Epub 28-Ago-2023

https://doi.org/10.48102/hyg.vi61.485 

Expediente

Frontera: memorias, identidades y de diferencias

Frontier: Memories, Identities and Visibility of Differences

Cruzar lo desconocido. Perspectivas desde la Carretera

Crossing the Unknown. Perspectives from the Road

Silvia Pappe Willenegger* 
http://orcid.org/0000-0003-0804-3040

*Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco México Correo: spappewillenegger@gmail.com


Resumen

Durante 1934 y 1935 dos soviéticos viajan por Estados Unidos con el encargo de realizar una serie de fotorreportajes en torno a la “América típica”. La estructura temática se desdibuja en otra publicación casi paralela: un libro mucho más extenso. Las distintas estructuras de los fotorreportajes y del libro que organizan la experiencia del viaje, los textos y las fotografías, muestran una travesía por carretera que cruza fronteras internas, revela diferencias e invita a lecturas que se actualizan continuamente. Desde el presente, la lectura no sólo observa aquellas fronteras y diferencias, tanto visibles como invisibles; sino que manifiesta también nuestras propias fracturas políticas, sociales, étnicas y culturales. El ensayo, además de estudiar una parte del viaje y a lo que este remite a lectores posteriores, influenciados por sus respectivos horizontes, plantea desde la actualidad aspectos teóricos en cuyo centro surgen dos problemas relevantes para la historiografía; por un lado, la vigencia de la fusión de horizontes y por el otro, una distinción en torno a la que habrá que seguir reflexionado: identidades étnicas e identidades culturales.

Palabras clave: Viaje; fotorreportaje; frontera; identidad; fusión de horizontes

Abstract

In 1934-5, two Soviets travel to the United States, commissioned to make a series of photo reports about “typical America”. The thematic structure of these issues is rather vague in an almost parallel publication, a book which contains much more travel notes. Texts, photographs, photo reports and the book that organize the travel experience, display a road trip that crosses internal borders, reveals differences, and invites a continually updated reading. Today, we not only observe those borders and differences, both visible and invisible; our reading also reveals our own political, social, ethnic, and cultural ruptures. The essay, in addition to studying a part of the trip and all it refers to later readers, influenced by their respective horizons, introduces theoretical aspects about at least two relevant historiographical subjects: the validity of the fusion of horizons, and a distinction that we will have to consider: the difference between ethnic identities and cultural identities.

Keywords: Road trip; Photo report; Borderline; Identity; Fusion of Horizons

Presentación

Este ensayo tiene un doble origen: en primer lugar el viaje que dos soviéticos emprendieron en los años treinta del siglo XX a través de Estados Unidos, con el encargo de encontrar, documentar y comunicar a sus lectores soviéticos la “verdadera América” y cumplir, al mismo tiempo, con las expectativas de quienes los financiaban: identificar valoraciones que darían pie a comparaciones, se puede leer entre líneas, entre la Unión Soviética y Estados Unidos. En segundo lugar, una duda mucho más reciente que surge de un profundo extrañamiento acerca de lo que vieron y, sobre todo, de lo que no vieron aquellos viajeros: la duda de cómo leer, actualmente, aquello que ha sido marcado por historiografías nacionales con pretensiones imperiales, por la Guerra Fría y por los tiempos postsoviéticos. Y a partir de esta duda, la pregunta de fondo: ¿cómo leer representaciones textuales y visuales de aquellas experiencias en tiempos posnacionales, poscoloniales, en tiempos de encarnadas luchas por una memoria propia que sostiene identidades étnicas y culturales ante la falta histórica de visibilidad? Sin que hayan perdido del todo su vigencia, las distinciones culturales, sociales y aun raciales con las que los dos soviéticos se encuentran en su viaje, se han desplazado hacia conflictos actuales que aún no somos capaces siquiera de describir, dadas la aparente ausencia de condiciones de posibilidad. Los llamaré, en este ensayo, zonas fronterizas. Estas zonas están presentes de manera muy visible en los ámbitos sociopolíticos actuales, mas casi olvidados en aquellos proyectos de integración cultural, Aaludidos a medias en los textos y fotografías de los viajeros soviéticos; son objeto de debates sobre memoria y posmemoria, historia pública, identidad y ética. Así la hipótesis que rige este ensayo es historiográfica.

Debo advertir que el objeto de estudio es el viaje de los dos soviéticos y los textos y fotografías mediante los cuales estructuran su experiencia y la posibilidad de su trasmisión. La preocupación acerca de cómo leer en la actualidad estas representaciones, lo que llamo zonas fronterizas, es el intento de entender un lugar actual de observación que, más que nada, se puede describir como un horizonte en constante movimiento que se desplaza y se transforma. Sirve de contraste aun cuando no parece posible describirlo con precisión y menos analizarlo.

Quizás este ensayo trata, en el fondo, de lo que intento situar en un segundo plano: una reflexión acerca de las tensiones al interior de una historiografía académica interpelada por protestas sociopolíticas que exigen con urgencia cambios radicales en lo que se refiere a la comprensión del pasado y sus efectos en las relaciones sociales y políticas del presente. En este caso, podríamos ubicar las zonas fronterizas allí donde la investigación histórica, historiográfica y teórica se encuentra con las emociones identitarias y las presiones políticas; las podríamos observar en un lenguaje que se vuelve cada vez más precario dada la extrema sensibilidad de quienes se sienten excluidos y debemos colocarla en la resignificación constante de conceptos y categorías de trabajo…

Esta zona fronteriza en movimiento, sin embargo, no se puede visibilizar a menos de que tengamos un objeto de estudio que permita contrastarla: en el caso actual, el viaje de los dos soviéticos, la documentación correspondiente, la época en la que realizan su viaje y otros proyectos que permiten algún tipo de mediación.

A finales de 1934 e inicios de 1935, Ilya Ilf y Jevgeni Petrov, fotógrafo amateur y periodista respectivamente, viajan a Estados Unidos por encargo del periódico soviético Pravda para realizar una serie de fotorreportajes que se publicarían en la revista Ogoniok.1 Desde antes de iniciar su viaje a Estados Unidos, el periodista estadounidense Louis Fischer2 quien residía en aquel momento en Moscú, les había sugerido entrevistarse no sólo con intelectuales, sino también con los americanos promedio, posiblemente pensando que eso les permitiría una visión más crítica. Entre el encargo de Pravda y la recomendación del estadounidense se irá acomodando su perspectiva, su manera de observar y comprender, así como las condiciones de realizar algunas comparaciones. Y, sobre todo, se irá amoldando la imagen que trasmitirán de Estados Unidos a partir de lo que ven y de lo que permanece, quizás de manera involuntaria, oculto.

Documentan su viaje no sólo en las fotografías y sus descripciones, sino también en los reportajes, en cartas y diarios, insistiendo una y otra vez en que su objetivo es descubrir la América típica, verdadera. Desde luego, lo típico, noción sobre la que volveré más adelante, no excluye algunas de las obras más espectaculares del momento: la construcción de la presa del Grand Coulee y el puente de San Francisco aún sin terminar. De otra de las grandes obras, sin embargo, ni siquiera están conscientes: la carretera sobre la que viajan en la misma dirección en que los colonos fueron ocupando el territorio; la que une la costa del Atlántico con la del Pacífico y que no tiene ningún equivalente del sur hacia el norte; la carretera de cuyo trayecto depende lo que, al ir pasando, pueden observar los viajeros y que rebasa por mucho “las vistas” espectaculares del paisaje.

El viaje de Ilf y Petrov es un punto de partida; la carretera, una línea de unión; medios como la fotografía y el fotorreportaje temprano, son una posibilidad de representar y trasmitir experiencias y mediante ellas, formas de observación. Parto, en este sentido, de la manera de cómo, desde otras circunstancias, condiciones, momentos y miradas, nos conectamos con narrativas de las que estamos separados, pero que se reacomodan a lo largo del tiempo conformando aquello que conocemos como historia efectual. En otras palabras, procuraré engarzar el viaje con proyectos de la época, lo visto y lo no visto por los dos soviéticos desde horizontes posteriores, en especial desde el de la observación actual ante la cual surgen algunas de mis cuestionamientos.

Mi interés inicial en este viaje parte de algo que noté ausente, algo que Ilf y Petrov no expresaron con claridad, quizás porque no les parecía nada extraordinario: el hecho de haber realizado su viaje en una época de intereses compartidos entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Hasta cierto grado, sus experiencias encubren asimismo lo que los propios “americanos típicos” tampoco podían o querían ver: las enormes fisuras entre proyectos culturales que pretendían integrar distintos grupos de la sociedad; una visión política que daba por hecho esta integración cultural marginando toda diferencia y al mismo tiempo negando sus derechos políticos a grupos extensos de la sociedad y los conflictos sociales, existentes desde antes de aquel viaje. Lo anterior resurge en la actualidad con toda su crudeza al mostrar hasta qué grado las diferencias y las fronteras identitarias generadas a lo largo del tiempo provocan confrontaciones étnicas que hasta la fecha siguen irresueltas.

Las proyecciones culturales que procuran la integración de prácticas, costumbres y expresiones, basadas tanto en tradiciones identitarias como en experimentos y proyectos vanguardistas, se han vuelto problemáticas. Problemática es también la observación de ámbitos identitarios étnicos al interior de naciones con culturas de diversa procedencia que recientemente han pasado de una frágil integración a enfrentamientos que poco distinguen entre lo histórico y lo actual, es decir, no consideran la historicidad de las diferencias étnicas y raciales, las protestas contra exclusión y apropiaciones culturales, los conflictos en torno a las políticas identitarias y de memoria. El análisis de esta doble problemática pone en duda, en riesgo incluso, la permanencia de producciones culturales que podríamos llamar interculturales; también nos confronta con la demanda llamada antirracista de reivindicar características identitarias étnicas a las que ningún externo tiene ni acceso ni derecho. Frente a esta demanda se contraargumenta que no existe una cultura idéntica sólo consigo misma y que no es posible pensar en transformaciones culturales libres de toda apropiación. El debate se mueve en dos ámbitos identitarios tan diferentes que se han vuelto incompatibles: el étnico-racial y el cultural. Es por ello que intentaré enmarcar esas reflexiones en una noción que podemos entender no como cvoncepto, pero sí como parte de una tradición teórica que analiza las posibilidades de comprender las relaciones entre distintos horizontes, fusionándolos o dejando que permanezcan las diferencias con el fin de observar cómo se perciben, caracterizan, visualizan y trasmiten. Si con Gadamer hablamos de fusión de horizontes,3 en este ensayo pareciera que, al referirme al horizonte actual, la problemática se introduce en orden inverso: hay grupos identitarios que discuten menos la fusión de horizontes que la separación entre el suyo, sostenido por una memoria identitaria singular; de todos los demás, con todo y las narrativas históricas correspondientes. Lejos parecen quedar los debates en torno a transculturación o culturas híbridas. No obstante, surgen también, y eso me parece fundamental, importantes matices en el debate sobre apropiaciones indebidas: “Sólo se puede captar en su totalidad la esencia dialéctica de la apropiación -su capacidad creadora que aporta elementos culturales, y su complicidad con las relaciones de poder y explotación- si se le somete a una consideración ética”.4 La reflexión acerca de las dudas que surgen de estos conflictos, aun cuando no se presenten respuestas, es apremiante. Eso es la parte teórica que sostiene el ensayo.

Hablo de dudas, y las dudas provocan preguntas. La pregunta inicial forma parte, sin agotarlo, de todo trabajo historiográfico: ¿cómo observar?, ¿qué colocar en primer plano?, ¿cómo diferenciar posibles lecturas?, ¿cómo comprenderse en un lugar específico y, desde allí, posicionarse? Ante la problemática de los horizontes mencionados, veo dos opciones sin límites claros: enfocar posibles conjuntos limando y entretejiendo las diferencias o bien, mantener lo propio de cada uno con sus tradiciones sin alteraciones ni intervenciones, en otras palabras fusión de horizontes o singularidades desconectadas. En muchos de los debates actuales (en los que no podré profundizar en este texto, ya que no se trata del objeto de estudio primordial) se argumenta que en todo proceso de fusión perduran racismo, actitudes e imposiciones colonialistas, violencia, exclusión y apropiaciones indebidas de identidades ajenas, es decir: no existe una integración justa como tal.

La siguiente pregunta tampoco es nueva; gira en torno al interés por lo intercultural y estudios comparativos, entre otros. Hoy pareciera, de pronto, que las reflexiones a partir de diversas propuestas de analizar relaciones interculturales desde la historiografía fracasaron. Jörn Rüsen, historiador y teórico, conocido entre otros por sus trabajos comparativos entre la historiografía occidental y, por ejemplo, la china o la sudafricana, además de estudios interdisciplinarios, planteó a finales del siglo XX la principal razón por la que se dificultan estudios comparativos en el ámbito cultural: el predominio del pensamiento histórico occidental aun en países no-occidentales:

Este predominio dirige el interés académico hacia los orígenes y el desarrollo del tipo de pensamiento histórico específicamente moderno, es decir, occidental. Puede opacar diferentes tradiciones y desarrollos en la esfera cultural no occidental, incluso cuando es precisamente esa diferencia la que está en juego.5

Esta razón va acompañada de otra que explica la existencia de una creciente necesidad de comparaciones interculturales simplemente porque en la comunicación internacional e intercultural cada vez más estrecha (no solo en la economía y la política, sino también en las diversas áreas de la vida cultural) la atención a una sola cultura parece francamente anacrónica.6

Un cuarto de siglo después, la discusión parece haber cambiado por completo: la comunicación global que aparentemente acercó y mezcló las distintas culturas, también incrementó la necesidad de y el derecho a una identidad propia, auténtica, claramente delimitada, basada en una memoria propia y sin que nadie externo interviniera en su descripción o explicación ni se apropiara de alguna de sus características. Pero también esta tendencia se percibía y se discutía ya a finales del siglo XX; Liebsch inicia un ensayo en torno a aspectos de la interculturalidad de la siguiente manera:

El auge sin precedentes de la categoría de etnicidad, que ha sido evidente ya desde hace varios años, se debe también, pero ciertamente no solo, a la desaparición dramática de los verdaderos fundamentos étnicos para la socialización de las personas, que parece haberse producido en muchos lugares en el marco de la modernidad [...] Visto de esta manera, la categoría de etnicidad cumple sólo una función sustituta para el sentido de pertenencia cultural ya erosionada o en gran parte destruida[...]7

Hasta aquí nuestro horizonte actual en el que se presenta un problema para la reflexión teórica que requerirá de un tipo de investigación distinta a este ensayo: habrá que repensar la fusión de horizontes y las condiciones de posibilidad de la historiografía comparada; volver a observar proyectos culturales híbridos bajo el lente de lo específico de algunos de los movimientos sociopolíticos actuales y su noción (¿específica?) de memoria. La relevancia que para la convivencia social adquieren estos movimientos, incrementa la presión sobre la política (incluyendo las políticas académicas) y su papel con respecto al conocimiento sobre el pasado histórico. Las opciones de sustituir, con carácter de urgencia, este conocimiento, desde posiciones tanto políticas como emotivas, por memorias singulares, sin embargo, resultan en muchos casos excluyentes.

No es sencillo encontrar una estructura pertinente para reflexionar acerca de las diferencias abordadas y sus implicaciones, y no todos los planteamientos que surgen se pueden analizar aquí. El ensayo empieza con la descripción de los documentos que temáticamente remiten al viaje de Ilf y Petrov generados por ellos para ordenar sus experiencias en diversos formatos. El eje más visible de estas experiencias es la carretera que recorren, este lugar obliga a cambiar continuamente el enfoque. Tanto para ellos como para otros viajeros, Estados Unidos, objeto de sus observaciones, es contrastado y comparado. En ello intervienen no solamente los textos cuya función es narrativa y estructurante, sino también la fotografía como generadora de imágenes. En conjunto, la documentación, las comparaciones y las miradas confrontan a los lectores tanto inmediatos como actuales con la necesidad de distinguir entre lo que aparentemente es siempre lo mismo, lo que se parece, lo desconocido y lo que no está a la vista. Precisamente son estas diferencias las que hoy nos ocupan, una vez más, desde experiencias historiográficas, culturales, sociales y, sobre todo, desde horizontes que proyectan posicionamientos enfrentados acerca del pasado.

Fotorreportajes y libros: estructuras de una experiencia

En 1935 Ilf y Petrov compraron un Ford y cruzaron los Estados Unidos: de Nueva York a San Francisco y de regreso a Nueva York. El resultado fue una serie de fotorreportajes, un “travelogue” con fotografías que se publicó en 1936 bajo el título genérico de “Fotografías americanas” en la revista Ogoniok, y, al poco tiempo, en una versión más amplia en forma de libro: La América de un piso.8 A siete décadas de distancia se editan dos nuevas traducciones: en Estados Unidos Ilf and Petrov’s American Roadtrip (2007);9 y en Alemania Das eingeschossige Amerika. Eine Reiseerzählung (2011).10 En estos dos libros baso mi revisión del viaje de Ilf y Petrov.11

La edición en inglés retoma los fotorreportajes, su tono es periodístico, en ocasiones cercano al estilo de las obras literarias satíricas de Ilf y Petrov, a lo que se debe posiblemente que los reportajes se hayan calificado como humorísticos. El número de fotografías que contiene es mayor que en la edición en alemán, una traducción íntegra del libro publicado en 1936 que incluye, además, una selección de cartas personales de los autores dirigidas durante el viaje a amigos y familiares y cartas de los lectores que datan de 1937.12

Ambas traducciones cuentan con un texto de Alexandra Ilf, la hija del fotógrafo.13 La edición norteamericana, introducida por Erika Wolf, le concede apenas un epílogo de dos páginas que es complementado por un segundo texto a cargo de Wolf y otro de Aleksandr Rodchenko, ambos en torno a la fotografía. En cambio, la edición alemana le ofrece a la hija del fotógrafo el espacio de una nota introductoria bastante extensa junto al prólogo de la escritora alemana Felicitas Hoppe.14

Prólogo, introducciones y epílogos forman parte de la recepción de la documentación de Ilf y Petrov en torno a su viaje. Las diferencias entre los fotorreportajes, el libro de 1936 y sus respectivas traducciones serían tema de un trabajo comparativo, distinto al presente, en el que tomaré en cuenta lo más evidente de las posiciones de las respectivas ediciones. Erika Wolf, la editora norteamericana hace explícita una lectura más ideológica:

Como otras publicaciones de la época que contrastaban la desastrosa situación del mundo capitalista durante la Gran Depresión con las ostensiblemente boyantes condiciones en la Unión Soviética, “American Photographs” servía de materia prima para la comparación entre los dos sistemas. El fotorreportaje abunda en desempleo, migrantes desamparados y sin hogar, cultura popular superficial, anuncios perniciosos, racismo y una enorme desigualdad económica y social. En este sentido transmitía una valoración positiva de la vida y las condiciones en la Unión Soviética.15

Alexandra Ilf, por su parte, observa un libro prácticamente libre de toda ideología:

Ilf y Petrov observaron y comprendieron América de manera justa. Sí, en América lo hay todo. Dos océanos, cuarenta y ocho estados. Cielo e infierno. Contrastes sorprendentes. Riqueza y pobreza, rascacielos y barrios marginales, un altísimo nivel de vida y vacío espiritual. Un triunfo del absurdo. […] A diferencia de sus predecesores soviéticos, Ilf y Petrov no pretendían mostrar un “Mírgorod de hierro”, sino una América diferente, la de “un piso” y a los americanos tal como son, sin exaltarlos, sin desacreditarlos. […] Considerando todo ello, surgió un libro muy benévolo y, extrañamente, casi sin carga ideológica alguna.16

La serie de once fotorreportajes, así como la traducción de 2007, obedece sólo en segundo lugar a la lógica geográfica del viaje. Con el fin de darle sentido a los artículos, los autores seleccionan temas que orientan a los lectores. Para la traducción de 2011, basada en la edición del libro de 1936, se optó por una estructura distinta. Los cinco grandes apartados divididos en 47 capítulos, frecuentemente temáticos también, permiten tener una idea más inmediata de la ruta original. El elemento que atraviesa reportajes y libros es la carretera la cual traza un mapa triple: geográfico, temporal y temático; tres capas ordenan y dan forma a la experiencia de los viajeros y ofrecen posibilidades de sentido a los lectores. El reacomodo temático de los fotorreportajes afecta tanto la noción espacio-temporal del viaje como la lectura inicial. El anexo con los diarios y las cartas en la versión alemana, por su parte, extiende los límites del propio viaje hacia los tiempos de lectura y los lugares de observación de los lectores. Estos están conformados por una “línea” sobre la que se desplazan los viajeros; sus medios son la cámara y la escritura (y la combinación de las dos en el fotoperiodismo) motivadas por la expectativa, así como por los dos compromisos: uno evidente con los lectores de la revista Ogoniok, el otro menos explícito, con quienes financian el viaje y tienen sus propias expectativas.

En su camino de costa a costa y de vuelta, los dos soviéticos y sus guías norteamericanos, los Adams, visitan lugares que en su mayoría no corresponden a los sitios más famosos, ni a las grandes ciudades, aun cuando ocasionalmente hacen parada en algún punto de interés turístico. Provistos de una gran cantidad de cartas de recomendación, se preparan para posibles encuentros y entrevistas que sean de interés para sus lectores soviéticos. Los pueblos y pequeñas ciudades por los que pasan responden en su parecido a la curiosidad de conocer y dar a conocer la América típica. Sus comentarios no están exentos de crítica; sin embargo, será hasta el final, al encontrarse nuevamente en Nueva York, cuando analizan la densidad y los problemas de la megalópolis. Los temas de lo típico podrán interesar a los lectores promedio, pero será lo diferente, lo extraordinario, tanto en el sentido positivo como negativo, lo que permitirá comparaciones.

A grandes rasgos, la ruta los lleva de Nueva York a Schenectady, “una gran pequeña ciudad” como las hay por cientos cuando no miles a lo largo y ancho de Estados Unidos, ciudades que surgieron en las cercanías de grandes fábricas, enormes graneros o pozos petroleros y cuya traza urbana suele ser tan parecida que pronto se volverán aburridas. Pasan por alto lo específico de Dear-born, la ciudad en la que se sitúa la fábrica de automóviles de Henry Ford (con quien se entrevistan) y que alberga el museo Edison. En Hannibal, la ciudad natal de Mark Twain, destacan el monumento dedicado a Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Buscar lo típico y, no obstante, encontrar material para los reportajes, implica que necesariamente tendrán que mencionar algo llamativo. Ante esta dificultad describen, por ejemplo, lo que ven en el centro de Estados Unidos:

Y aquí, en el centro del país, en el punto matemático exacto de ese centro, por así decirlo, la primera persona con la que conversamos, el dueño de un café llamado Morgen, resultó ser tanto un judío de Besarabia como un masón. […] Un español y un polaco trabajaban en la barbería donde nos cortamos el cabello. Un italiano lustró nuestros zapatos. Un croata lavó nuestro coche. Eso era América.17

Aquí, en el el centro, lo típico es algo que resulta extraño, algo que llama la atención, en este caso, ¿lo típico?, ¿un país de inmigrantes?, ¿un país en el que todos encuentran una oportunidad de trabajo? ¿Un país sin identidad propia, compuesto a partir de un conjunto abierto de individuos provenientes de otras naciones? Para presentar, en este caso a los lectores, algo como típico, los viajeros-autores tendrían que abstraer, justamente, de lo que llama la atención, de lo que destaca, de lo singular de su experiencia. “Eso era América” es, al mismo tiempo, un punto exacto en el que ubican experiencias específicas basadas en las nacionalidades y los oficios de aquellos con quienes tienen contacto: las circunstancias, el momento, son singulares. No lo aclaran, pero entre líneas se evidencia una contradicción inherente. La ausencia de características propiamente “americanas” como tipicidad.

Entre el estado de Oklahoma y la ciudad de San Francisco pasan por la carretera que la familia Joad, apenas cinco años después, recorrerá en Las uvas de la ira.18 Las diferencias, sin embargo, son claras, John Steinbeck en la novela y John Ford en la película denuncian la crisis económica, social, humana: la explotación, la sequía, la miseria, la pérdida de la casa y las tierras que pasan a mano de los bancos, así como la migración interna, la discriminación, las confrontaciones sociales y el hambre junto a la esperanza que va y viene a lo largo del camino. Desde luego hablamos de una historia en particular, pero es también una parte esencial de la historia social de la época. De nuevo, y en eso la película se parece a la experiencia de Ilf y Petrov, lo singular es representativo: para “los americanos” en un caso, para la crisis de la Gran Depresión, en el otro.

Ilf y Petrov prestan atención a las riquezas de los recursos naturales, el petróleo y el gas natural de Oklahoma, no a lo que viven miles de familias como los Joad. Descubren los pueblos y las pequeñas ciudades: Amarillo, Santa Fe, Taos; los Indios Pueblo; Albuquerque, Flagstaff; el Gran Cañón… Los inimaginables colores del desierto ejercen una enorme fascinación en los soviéticos, igual que Las Vegas, la presa de Boulder y el puente del Golden Gate todavía en construcción. ¿Cómo abstraer para llegar a lo típico?

Es durante el regreso cuando se les nota cada vez más críticos: ahora, la carretera atraviesa el sur de Estados Unidos, cercanos a lo largo de la frontera con México. Los lugares por los que pasan, simbolizan, ante su mirada, desde la falta de libertad artística en Hollywood hasta la ignorancia generalizada de los norteamericanos con respecto a proyectos de cultura. Aumentan las menciones de explotación y miseria ante las que documentan un contraste todavía mayor: la breve visita a Ciudad Juárez les da la impresión de ser testigos de condiciones todavía más críticas que la situación en Estados Unidos: ubican la miseria fronteriza del lado mexicano.

San Antonio, Nueva Orleans, Morgan City, Pensacola, Georgia: la travesía por el sur profundo, el racismo y la discriminación. Y luego, para cerrar el viaje, el regreso rumbo al norte: Washington, el símbolo de una democracia que no se salva de comentarios críticos y el destino final, Nueva York, objeto de una segunda mirada, mucho más diferenciada que la primera.

La carretera que recorren en su Ford plantea y estructura una geografía sui géneris. Cruzar el territorio en automóvil es hablar de lo evidente en un primer plano: innumerables, las tantas veces mencionadas pequeñas ciudades “de un piso”, industrias, obras de ingeniería, explotación de recursos naturales, publicidad. La otra manera es la que resalta, en un plano más crítico, los problemas sociales, la situación de obreros y sindicatos, de grupos explotados, discriminados, excluidos: indios, negros, mexicanos, filipinos… Busquen “ricos, desempleados, burócratas y campesinos. Busquen hombres y mujeres comunes, porque ellos son América”,19 había sugerido el periodista Louis Fischer; según él, era la mejor manera de no quedar atrapados en los círculos de los intelectuales radicales; que no se pensara que todos los norteamericanos eran gente progresista e inteligente.

Sin hacerlo siempre explícito, la carretera juega un papel simbólico en la estructura de este texto. Desde la actualidad no sólo observamos de qué manera Ilf y Petrov comparan lo típico y (quieran o no) lo que resalta; para ello se sirven de sus experiencias que encuentran su forma y su sentido en sus textos y fotografías. Nosotros podemos contrastarlas con proyectos de la época a los que ellos no se refieren, pero que para lectores posteriores formarán parte de la cultura de aquellos años. Apenas seleccionaré, a modo de ejemplo, dos de aquellas producciones culturales las cuales considero más prometedoras por lo que significaban en su momentoy por su trascendencia, aun cuando mucho de ello haya pasado al olvido. Este olvido me parece que se debe, por lo menos en parte, al peso que la Guerra Fría tiene en los análisis historiográficos comparativos en torno a aspectos políticos, económicos e ideológicos y sus respectivos efectos en las sociedades correspondientes del siglo XX.

Los imaginarios, las expectativas y experiencias del viaje mismo pueden ser contrastados con los de otros extranjeros en Estados Unidos. Veremos más adelante que el estudio realizado por Claus Offe en torno a Tocqueville, Weber y Adorno20 ofrece una serie de pistas al respecto. Pero quiero anticipar dos referencias de Offe que son de interés historiográfico: la observación de los observadores y cómo se relaciona con reflexiones teóricas (en el caso del estudio de Offe con la sociología) y las distintas maneras de establecer valores a partir de diferencias y aprovechar lo revelador que resultan las comparaciones. Una primera base para la reflexión en torno a lo fronterizo como concepto surge de este doble interés que comparto.

La carretera y lo fronterizo

Como todo lo que alude a una representación territorial, la carretera que une las dos costas de Estados Unidos parece simbolizar una idea del país en cuya búsqueda y comprensión se empeñan Ilf y Petrov, igual que otros viajeros tanto nacionales como extranjeros. El punto de partida de los soviéticos es una combinación entre imaginario y experiencia de otros viajes: acerca del territorio, sus habitantes y su cultura. Están marcados, además, por el shock que dicen haber experimentado cuando, a unos días de haber llegado a Nueva York, se les informa que ni Nueva York es Estados Unidos ni las ciudades que primero visitan: ni siquiera Washington, la capital. Justifican así la decisión previamente tomada de cruzar dos veces el extenso territorio para descubrir y captar lo típico, lo inconfundible. La experiencia del viaje se entreteje con sus propios imaginarios y los de las personas que entrevistan, los guías que los acompañan, aquello que han vivido y observado en otras partes del mundo, lo que han leído y han proyectado hacia posibles futuros. Todo ello se va sedimentando en las historias que creen que quiere ver y leer su público soviético.

Este proceso de sedimentación, sin embargo, está sujeto a un constante movimiento. Los viajes por la carretera, símbolo de unión y movimiento, perturban continuamente el horizonte natural que se observa y desde el cual se observa. Alteran, finalmente, también los significados que la carretera simbólica acumula a lo largo del tiempo, significados entre los cuales los imaginarios ocupan un lugar preponderante. Todavía en los años sesenta, recuerda Eric Hobsbawm, los Estados Unidos eran “conocidos” más por los imaginarios imperantes que por impresiones precisas e información concreta:

Si todos los intelectuales de mi generación tuvieron dos países, el suyo propio y Francia, en el siglo XX todos los habitantes del mundo occidental, y al final todos los moradores del resto del planeta, vivieron mentalmente en dos países, el suyo propio y Estados Unidos. Después de la Primera Guerra Mundial no había en la faz de la tierra ninguna persona alfabetizada que no supiera identificar las palabras “Hollywood” y “Coca-Cola”, y pocos eran los analfabetos que no tuviesen en algún momento un contacto con sus productos. América no tenía que ser descubierta: era parte de nuestra existencia.21

Si para Hobsbawm, Estados Unidos formaba ya parte de la existencia de toda una generación, entendemos el significado del dicho ruso “descubrir América”, que equivale a nuestro “descubrir el agua tibia”. Y no obstante, Ilf y Petrov quieren descubir esta América, la “verdadera”. Y dependen, para ello, en buena medida de los Adams, sus guías. Pero ¿hasta qué grado lo que ellos quieren mostrarles a los soviéticos como típico y extraordinario, como “lo americano”, coincide con lo que ellos buscan?

Uno se pregunta, por ejemplo, de dónde surgió la división de la población en “americanos” en general (en los fotorreportajes en torno a lo observado desde la carretera de Nueva York a San Francisco), y “negros”, “indios” o “mexicanos” (en los fotorreportajes desde el sur). ¿Es lo que muestran y afirman los guías?; ¿es resultado de una observación propia?; ¿tiene que ver con derechos civiles o con su ausencia?; ¿nos indica que la carretera de ida no sólo une las costas, sino que divide el norte del sur? Y al mismo tiempo, ¿dónde cabe, entonces, el descubrimiento de que América era un país de inmigrantes?

Significativo es, asimismo, hasta qué grado la duda acerca de lo que es Estados Unidos permea durante tanto tiempo los imaginarios de los propios norteamericanos: ¿qué es “lo verdadero” de un país de tantos contrastes, muchos de ellos silenciados? El esfuerzo por encontrar una respuesta desde luego debería estar presente en la política. Pero hay esfuerzos más sólidos en aquellos años: los que no sólo enuncian afirmaciones poco fundamentadas, sino que trabajan en la proyección y creación de vínculos que permiten unir las diferencias y, con ello, ofrecer algo tangible. La preocupación más visible se encuentra, me parece, en proyectos culturales como los que anuncié más arriba. En su amplio comentario en torno a la obra de Studs Terkel, Working: People Talk About What They Do All Day and How They Feel About What They Do,22 Marshall Berman reflexiona en torno a la integración pendiente de una idea de conjunto de lo que podían o debían ser los Estados Unidos.

Berman describe el enorme e imaginario “mural” o “tapiz”, como lo llama, trazado por Terkel en un libro que recoge entrevistas (originalmente programas de radio) en las que mantiene el carácter de historia oral. Este libro bien podría tener la forma de un mapa de Estados Unidos: en él aparecen personajes cercanos a los proyectos políticos, sociales y culturales del Frente Popular, no pocos de ellos familiarizados con los fundamentos ideológicos y los ideales estéticos del Frente: música clásica, folklore, jazz, danza, literatura y cine. En conjunto, una militancia política, ideológica y cultural claramente definida y, al mismo tiempo, abierta.

En el centro de este mapa-mural-tapiz de Terkel, Berman se imagina un río de gente y afirma:

Terkel ha empleado la mayor parte de su vida en este río, investigando las vidas de la gente “común”, la gente “ordinaria” que llena nuestra tierra, intentando hacer que sus historias se vean y escuchen con la esperanza de mostrar cuánto tenemos en común “en el fondo” reunirnos para intentar cambiar el sistema social que nos estruja y agota a todos. Debe ser visto como parte de una generación completa de grandes fotógrafos (Dorothea Lange, Walker Evans, Helen Levitt) y documentalistas (Pare Lorentz, Willard van Dyke, Ralph Steiner) y folcloristas (B.A. Botkin, John y Alan Lomax, Harry Smith, Henrietta Yurchenko) que fueron inspirados por los ideales del Frente Popular, y cuya obra estamos comenzando a comprender como un todo orgánico.23

Entre expresiones de este tipo nos encontramos con los problemas sociales más apremiantes de Estados Unidos intensificados por la Gran Depresión: campo y pobreza, pobreza y explotación, explotación y racismo, entre muchos otros. El mapa es un mapa de la cultura de izquierda, una especie de “paisaje imaginario del Frente Popular”;24 un mapa real de los problemas y las luchas sociales, a la vez que un mapa imaginario (como el de toda nación) en lo que se refiere a su potencial creativo. Décadas después, Hobsbawm se expresaría en términos muy similares acerca de Division Street: America, el primer libro de Studs Terkel que le había dado fama mundial al autor: “un tapiz [otra metáfora que remite a una representación visual] concebido maravillosamente como historia oral de Chicago a través de setenta individuos, cuyo título se debe a una calle en el Near North Side de la ciudad”.25

No es de extrañarse que en esta búsqueda de una incipiente “visión coherente de la historia de Estados Unidos”, la carretera juegue un papel simbólico tan relevante. Si el mapa-mural-tapiz imaginario del país ubica a lo largo y ancho del territorio un determinado tipo de gente y sus expresiones de vida cotidiana y de cultura, la carretera guía nuestra mirada, igual que la de Ilf y Petrov, a través de los paisajes naturales, humanos, sociales y culturales, pero siempre en una dirección determinada que de cierto modo presignifica lo que se puede observar. El noroeste, por ejemplo, permanece prácticamente oculto a las miradas de quienes viajarán por esta carretera y regresarán por ella misma o por el sur.

En su viaje, los dos soviéticos, el periodista y el fotógrafo, ¿podían haber descubierto el país que vislumbran Hobsbawm en sus memorias y Berman desde su lectura utópica de Terkel?, ¿el país que el propio Terkel conoce tan a fondo?

[Hobsbawm] […] lo que la mayoría de la gente conocía de Estados Unidos no era precisamente el país, sino una serie de imágenes mediatizadas esencialmente por su arte. Hasta mucho después de la Segunda Guerra Mundial, era relativamente poca la gente de fuera que realmente visitara el país, aparte de los inmigrantes…26

[Berman] En la esquina sudoeste vemos a Ma y a Pa Joad recorriendo la carretera rumbo a California en su estropeado Modelo T. En el este, Jimmy Steward, en Mr. Smith goes to Washington, está confundiendo a los peces gordos del Senado hablando al poder con sinceridad. Arriba en Detroit encontramos obreros ocupando una fábrica de automóviles, subidos encima de las turbinas, mientras un cejijunto Henry Ford sacude su puño y rechina los dientes en la pasarela exterior, rodeado de sus esbirros…]27

La descripción de Berman rebasa por mucho las líneas citadas; están presentes los obreros que construyeron la presa del Grand Coulee; nos confronta con la persecución y los ataques al comunismo; introduce a los Rosenberg, los únicos civiles en la historia de Estados Unidos ejecutados por espionaje a favor de la Unión Soviética. Conocemos, asimismo, la enorme presencia del jazz; destaca a Aaron Copland y a Martha Graham, dos de los creadores más importantes de una idea clara de cómo construir “lo americano” en la música y la danza…

Y sí, los dos escritores soviéticos buscan el contacto con la industria automotriz, con la Coca-Cola y con Hollywood, se enteran de los ataques a los comunistas como muestra la foto de una recién agredida sede del Partido Comunista de Estados Unidos; pero también se encuentran con una cotidianeidad cuyos protagonistas, los norteamericanos comunes y corrientes, ignoran. La mirada de los viajeros está puesta en lo típico que puede ser resumido en abstracciones, a la par de que sus expectativas los hacen estar alerta a los cambiantes horizontes, a lo que pueda estar a la siguiente vuelta de la carretera. Todavía poco antes del final de su viaje parecen convencidos: no son las transformaciones, sino lo parecido, las repeticiones, lo que surge, sin grandes distinciones ni sorpresas, ante sus ojos, lo que caracteriza el país. “Estados Unidos llama la atención no por sus diferencias, sino por sus similitudes”.28

¿Qué es lo que no ven?; ¿qué les impide profundizar en lo que muestran en sus fotografías, fotorreportajes y notas?; ¿conocimiento, acceso a información precisa, tiempo suficiente para sus indagaciones? ¿Qué tan conocedores habrán sido sus guías? Y desde luego, ¿qué ofrece el formato del fotorreportaje al público soviético al que van dirigidos los textos y las fotografías y qué nos ofrece hoy a nosotros? A partir del auge explosivo de los medios y la mediación de experiencias y recuerdos, a partir de que hemos dejado de pensar que la fotografía muestra la realidad de manera fiel, ahora que leemos estos materiales desde contextos e historias efectuales tan distintas, los fotorreportajes muestran más de lo que sus autores pudieron percibir.

Estados Unidos como contraste (observación de observaciones)

En su introducción al estudio acerca de las estancias de Tocqueville, Weber y Adorno en Estados Unidos y los consiguientes análisis socio-históricos, Claus Offe plantea que:

El tópico que comparten nuestros tres viajeros es, en términos más precisos, el destino precario de la libertad en las sociedades capitalistas modernas. “Tiranía de la mayoría”, “jaula de la servidumbre”, “cosificación” y “mundo administrativo” son las consabidas fórmulas con las que los autores, al menos en algunos fragmentos de sus obras, anuncian el destino negativo de la modernidad occidental, sin dejar de indagar las fuerzas contrarias que puedan obstruir o hasta revertir las tendencias fatales que describen.29

Tocqueville, Weber y Adorno viajan a Estados Unidos en distintos momentos y por circunstancias muy diversas. Relacionan sus estancias que varían en cuanto a la duración, con intereses y estudios previos, aprovechando una mirada crítica desde fuera con el fin de profundizar los análisis acerca de las condiciones en las que se encuentra Europa, pero también los Estados Unidos de su época. Están conscientes de esta mirada (no en vano, Offe habla del “autorretrato a distancia”). Las investigaciones destacan por su carácter especializado, el conocimiento que surge de las comparaciones, las especificidades históricas, políticas, sociales, económicas y teóricas. Sin embargo, Estados Unidos, con todo y estudios académicos, persiste también en los imaginarios producidos, precisamente, por los contrastes con una Europa en busca de un sistema político democrático; una Europa que, en sus regiones, es relacionada con el capitalismo y la posible europeización de la sociedad estadounidense; una Europa en guerra marcada por el nacionalismo y el fascismo.

Más allá de la posibilidad de estudiar algo distinto a lo conocido, las comparaciones tienen que ver con la comprensión de la propia identidad y con proyecciones en lo alterno. Algunas de las observaciones y comparaciones de Tocqueville, Weber y Adorno, formalizadas en términos académicos a partir de sus investigaciones antes, durante y después de su estancia, se transformarían en representaciones simbólicas que han llegado a fungir incluso como categorías para comprender la relación entre Europa y Estados Unidos. El análisis de Offe muestra que los europeos (por lo menos estos tres) no describen “América” sin describirse a ellos mismos. Para estos autores, Estados Unidos termina siendo, para bien o para mal, un referente obligado para Europa, una especie de laboratorio en el que se puede observar, según la posición que se tenga, la infancia de Europa, su vejez, la decadencia de uno mismo o del otro, las diferencias y contradicciones y los procesos sociohistóricos, entre otros.

Una de las discusiones a las que alude Offe es la que gira en torno a cómo entender Occidente desde el trabajo de Weber: Europa, Europa occidental, Europa y Estados Unidos, o un proceso que parte de Europa y que absorbe, poco a poco, no sólo Estados Unidos, sino también una parte importante de las colonias que se independizaron (podemos pensar en América Latina) o hay que concebir a Occidente no como espacio ni como proceso, sino como lugar simbólico de conceptos como raciocinio y cultura moderna.30

A diferencia de los dos soviéticos en los años treinta, ninguno de los tres europeos cruza el territorio de Estados Unidos. Tocqueville y Weber se mueven entre Nueva York y Nueva Orleans, a lo ancho; Weber se extiende más hacia el oeste (en la parte norte hasta Chicago); ambos tocan la frontera con Canadá (Cataratas de Niágara). Adorno viaja todavía menos, aunque sí conoce las dos costas. A lo largo de los 11 años que dura su estancia como refugiado, se registran el viaje de Nueva York a Los Ángeles (en tren), una breve visita a Chicago, algunas estadías en ciudades que le parecen “horrorosas” como, en general, todas las megalópolis estadounidenses. Se distingue tanto de Tocqueville y Weber como de Ilf y Petrov y muchos otros viajeros por realizar investigación en y no sobre Estados Unidos.31

Si Tocqueville, en su momento, estudiaba la democracia como posible unión simbólica entre Estados Unidos y Europa, y si Weber reflexionaba acerca de Occidente, en las presentaciones, introducciones y epílogos que acompañan las traducciones, Alexandra Ilf, Erika Wolf y Felicitas Hoppe remiten a la relación entre la Unión Soviética y Estados Unidos, dos sistemas políticos, económicos, sociales con mayor o menor peso en las diferencias y la carga ideológica. Ubican el viaje y los fotorreportajes históricamente, desde una visión histórica que pertenece claramente a un horizonte posterior a la caída de la URSS.

En la historia política del siglo XX, la Guerra Fría ocupa un lugar preponderante que hace olvidar, con frecuencia, los momentos previos al periodo de endurecimiento político e ideológico del estalinismo por un lado y, pronto, del macartismo por el otro. Estos momentos se caracterizan por el interés que el gobierno soviético muestra por los avances tecnológicos de Estados Unidos al grado de consultar en 1928, en vísperas del inicio del primer plan quinquenal, a expertos de compañías como Ford y General Electric.32 La memoria (y aun la conciencia histórica) en torno a ciertas afinidades aparece menos en las narrativas históricas de las dos potencias enfrentadas que en textos más personales como, por ejemplo, la autobiografía de Eric Hobsbawm:

En la década de la Gran Depresión no veíamos el mundo del Gran Gatsby, sino el de Las uvas de la ira. Durante los años veinte y primeros treinta Estados Unidos era por antonomasia la búsqueda implacable del beneficio económico, la injusticia, la represión despiadada, falta de escrúpulos y brutal. Pero con F.D. Roosevelt el país no sólo rechazó esa reputación, sino que hizo un giro total a la izquierda. Se transformó claramente en un Gobierno para los pobres y los sindicatos. […] En resumidas cuentas, en los años treinta era posible estar de acuerdo tanto con Estados Unidos como con la URSS.33

La idea de estar de acuerdo aparece también en los fotorreportajes de Ilf y Petrov, pero sin excluir del todo la crítica, tanto velada como directa.

El predominio de la Guerra Fría en la historia política también borra de la memoria colectiva una serie de experiencias sociales, culturales, políticas e ideológicas en Estados Unidos, entre ellas las vinculadas al Frente Popular. Este condensaba, en palabras de Marshall Berman, “la política y la política cultural adoptada por el comunismo internacional desde 1934 a 1939 y después, durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1941 y 1946: una política que desplazaba el énfasis de las luchas por la revolución y que, en cambio, se esforzaba por unir todas las fuerzas liberales y democráticas de cada país para enfrentar los peligros del fascismo[…]”34 Estos impulsos unían necesidades y esfuerzos de los trabajadores norteamericanos y un amplio proyecto cultural. Según Marshall Berman, lo que era “probablemente su mayor logro estuvo en el mundo de las imágenes: se articuló la visión de una comunidad genuinamente democrática, quizás la primera visión coherente de la historia de Estados Unidos”.35

Llama la atención que Ilf y Petrov no se enteran, al parecer, de las relaciones entre los creadores de ambos países: entre los del Frente Popular y sus simpatizantes y los posrevolucionarios mexicanos. De ambos lados se generan, conscientemente, elementos para una cultura nacional con pretensiones de inclusión, aunque del lado mexicano los gobiernos y las instituciones posrevolucionarias harán suyas más de una de estas creaciones, mientras que del lado estadounidense serán, durante muchos años, marginadas y aún negadas. Y, como pronto se hace evidente, esos proyectos no tienen efectos de inclusión, participación y presencia social y política. La relación entre músicos (Aaron Coplan y Carlos Chávez), fotógrafos, cineastas, pintores de ambos lados genera una serie de proyectos, tanto individuales como colectivos, que se caracterizan por lo que todavía hace poco hubieramos querido ver como potencial integrador…

En las fotografías y los textos de Ilf y Petrov no distinguimos los distintos momentos políticos de Estados Unidos: muestras de admiración se alternan con críticas, desde las más veladas hasta las irónicas y las muy directas. Sólo un par de años más, el interés mutuo se irá perdiendo hasta el grado de ser imposible siquiera de pensarse: ni EE. UU. ni la URSS toleran ya un intercambio mínimo de miradas afines. Pero aún no ha llegado este momento. Ya de vuelta en la URSS, ni Ilf ni Petrov tendrán problemas políticos: su interés por Estados Unidos no los convierte en disidentes. Ambos morirán al poco tiempo: Ilf, en 1937, de la tuberculosis que contrajo en Estados Unidos y Petrov, en un accidente aéreo en 1942, en un vuelo a Alemania como corresponsal de guerra.

Lo que sí se evidencia, y puede ser un efecto involuntario de la ruta que tomaron, es la política de la división racial. En el reportaje sobre “Los americanos” vemos a los blancos, por un lado y en otros reportajes, aparecen por separado “Indios” y “Negros”, mientras que a los mexicanos ni siquiera les dedican un reportaje. Es también en las notas sobre los estados del sur (“el sur negro”, dicen Ilf y Petrov) que se habla del racismo, aunque casi siempre de manera indirecta: por las formas de comportarse de los Adams, por la pobreza, los trabajos que los afroamericanos pueden realizar, por la discriminación y un cierto atraso. Y por observaciones como la siguiente: un senador que se había proclamado a sí mismo “amigo del pueblo” y, precisan Ilf y Petrov: “de todo el pueblo con excepción de negros, mexicanos, intelectuales y obreros”.36

La fotografía y las miradas

En el ámbito de los estudios histórico-sociales y socio-culturales se han propuesto una serie de líneas de reflexión acerca de los viajeros y las relaciones que estos establecen entre lo conocido (lo propio, lo visto en otras partes, lo leído, el bagaje cultural en general) y lo desconocido (lo nuevo, lo ajeno, lo inexplicable). Similitudes y diferencias se manifiestan en y mediante indagaciones en torno a costumbres, valores, pero también prejuicios y posibilidades de comprensión, además de explicaciones erróneas y malentendidos. Las condiciones de posibilidad de observadores de lo desconocido explican con cierta precisión lo que durante mucho tiempo se solía criticar como ignorancia.

Alexandr Rodchenko, uno de los pintores, escultores y fotógrafos soviéticos más conocidos de los años veinte y treinta del siglo veinte, comenta que Ilf tomaba todo tipo de fotografías, pero que era, esencialmente, un amateur:

Ilf tomó fotos de algunas cosas con los ojos de un hombre de letras, otras con los ojos de un viajero, y aún otras más, simplemente como un shutterbug [o amateur] sin pensar, sin generalizar, acumulando simplemente hechos. Finalmente, Ilf tomó algunas fotografías imitando involuntariamente a un fotógrafo […] “Fotografías americanas” deben verse como un primer experimento, como un primer paso original en la literatura…37

Mediante la fotografía, Ilf documenta el viaje y, entre él y Petrov, vinculan las imágenes con las notas periodísticas. Sin estar realmente consciente de ello, participa con sus fotos en la generación de una estética en donde la carretera y el uso de la cámara juegan un papel importante para la imagen que se comunica en torno a la identidad de Estados Unidos.

Desde el punto de vista de Ilf, la fotografía ayuda a hacer explícito lo que los textos, a raíz de las interpretaciones y explicaciones, no siempre logran mostrar. En una carta el fotógrafo le promete a su esposa: “Llevaré un gran número de fotografías a casa que te ayudarán a comprender mis historias confusas. Hasta este momento tengo ya cerca de mil imágenes”.38 El problema de la comprensión (y desde luego de la explicación) tiene que ver con su propia apreciación, con lo que los viajeros soviéticos buscan para encontrar un sentido a lo desconocido, lo contradictorio e incluso para aquello que aparentemente es obvio, típico, fácil de comparar.

En textos, afirma Jan Assmann, la experiencia pasa de la imitación y conservación hacia la interpretación y los recuerdos, cambios que requieren de determinadas formas de lectura, interpretación y reinterpretación. A la imagen, y más a la fotografía periodística y documental, se le confiere un mayor realismo, una experiencia más directa e inmediata. Entre otros, eso es uno de los atractivos de los fotorreportajes. El supuesto de que representaciones visuales estén exentas de errores, es resultado de una idea de lo que se entiende como “realista” (si hablamos de pintura, por ejemplo en el caso de paisajes o retratos), de lo “auténtico” o “documental” (si hablamos de fotografía o cine documental) o de “objetiva” y “científica” (si pensamos en la cartografía moderna).

Recientemente, sin embargo, las representaciones, sobre todo las visuales, se discuten cada vez más en el contexto de mediaciones, por lo que la observación detrás de estas mediaciones adquiere un estatus significativo y, en general, cambian también las condiciones para significar las imágenes que constituyen las representaciones.

En su introducción a Ilf and Petrov’s American Road Trip y en otros trabajos sobre el tema, Erika Wolf recupera la relevancia que tiene, para el momento del viaje, lo afirmado por Sergei Tretiakov en un artículo de 1934 acerca de las posibilidades de la cámara para apuntes de viajes, experiencias de trabajo y como soporte material para facilitar la escritura sobre todo en los ámbitos periodísticos. La mención de Tretiakov y el uso de la fotografía nos llevaría hacia diversos debates y ámbitos de la época: es autor de guiones cinematográficos (entre otros, de El acorazado Potemkin de Eisenstein); realiza viajes de trabajo al Cáucaso y a China; Walter Benjamin parte de él para su trabajo sobre narrativa. Y no hay que olvidar los viajes de otros escritores y fotógrafos soviéticos a París, de Ilf y Petrov por Europa el año previo a su viaje a Estados Unidos; fotógrafos estadounidenses recorren Europa; europeos exploran con su cámara diversas partes del mundo. Los Estados Unidos, para regresar a nuestro espacio de interés, son objeto de curiosidad, igual que México, de un número considerable de fotógrafos-escritores, fotoperiodistas y cineastas quienes no siempre distinguen con claridad entre fotografía etnográfica, revolucionaria, sociológica o aun vanguardista y experimental. Entre todos ellos, Ilya Ilf, el amateur, se pierde. Su muerte temprana, a poco más de dos años de haber regresado a la Unión Soviética, le impide que se vaya profesionalizando como fotógrafo y su participación en proyectos de mayor trascendencia. Sin embargo, las más de mil fotografías tomadas desde la carretera son parte de la imagen que se va formando sobre Estados Unidos.

Con todo ello se genera otra capa del mapa imaginario al que he aludido antes: ahora se van sobreponiendo los caminos de importantes representantes de la fotografía en las primeras décadas del siglo XX. Podemos observar cómo la documentación, en los años de mayor crisis, toma rasgos de una naciente estética fotográfica.39 Esta se constituye a partir de coordenadas que vinculan las propuestas estéticas de Alfred Stieglitz, uno de los principales fotógrafos norteamericanos, con el trabajo de su discípulo Paul Strand,40 y de este con el cine rebasando nuevamente la frontera para incluir al cine mexicano y a la fotografía posrevolucionaria, independientemente de la nacionalidad de fotógrafos y cineastas. Si bien en México no se trata de una estética de o desde la carretera, la fotografía participa en la creación de imágenes identitarias. Expresiones del nacionalismo posrevolucionario mexicano nutren los proyectos culturales de Estados Unidos, tal como algunos de aquellos productos nutren la creación en México.41

La estética fotográfica de Strand y sus viajes por México tiene, a su vez, vínculos con otro fotógrafo-viajero: Henri Cartier-Bresson. El fotógrafo francés había sido invitado a un proyecto etnográfico en el marco de la construcción de la Carretera Panamericana, empresa que pronto se interrumpe por problemas de financiamiento. Eso deja libre de sus compromisos iniciales a Cartier-Bresson quien ahora podrá viajar por México y dedicarse a una mirada fotográfica mucho más personal.42

En Estados Unidos, volvemos a encontrar la ruta que recorren Ilf y Petrov en Gregg Toland, conocido por lo que se ha llamado su revolución estética en la cual explora distintas técnicas fotográficas: una luz que le da mayor profundidad al paisaje, la apertura del ángulo, el dramatismo de las sombras no sólo en la fotografía, sino también en el cine, Las uvas de la ira es un claro ejemplo. En esta película se hacen evidentes los intereses comunes de Dorothea Lange y Toland: un enorme parecido en muchas tomas y una visión compartida de la carretera (la misma que acababan de recorrer, un par de años antes de la producción de la película, Ilf y Petrov). Un análisis fotográfico mostraría, sin embargo, que a pesar de las similitudes temáticas, Ilf no cuenta con la formación técnica y teórica de Toland y Lange. Carece, además, del conocimiento de las condiciones sociales para detectar puntualmente lo que sí ven y muestran sin misericordia los fotógrafos y cineastas estadounidenses: la miseria provocada por la Gran Depresión y sus víctimas que se desplazan por la carretera luchando por sobrevivir.

Dos décadas después, otro fotógrafo trazaría su ruta de Nueva York a San Francisco y, en un “regreso incompleto”, de San Francisco a Florida: el suizo Robert Frank.43 Y, un par de vueltas más de tuerca: Jack Kerouac, uno de los grandes viajeros por las carreteras de Estados Unidos, marcó lo que sería el viaje de iniciación para toda una generación, para la que viajar por la Ruta 66 formaba parte de una cultura específica. El mismo Kerouac, por cierto, escribiría la introducción del catálogo de exposición y la del libro de fotografía de Robert Frank, titulado Los americanos. Kerouac, autor de la novela En el camino, finalmente, será un referente obligado, cuando Hobsbawm emprende su viaje de California a Chicago:

Llegué a Chicago conduciendo de una tirada desde el Pacífico hasta el este, reconocido desde que los beats lo celebraran como el rito de iniciación del verdadero rebelde americano. Compartí los gastos del viaje con tres estudiantes de Stanford muy poco del estilo de Jack Kerouac.44

No sólo hablamos de la misma época, los mismos temas y sus efectos posteriores o de la misma carretera: las fotografías de Ilf, tomadas desde la carretera, forman parte de esta gran cartografía visual. La inscripción de la fotografía documental y periodística en una idea inicialmente más utilitaria que estética no impide que lo que hoy conocemos como parte de la estética del paisaje humano de Estados Unidos se pueda apreciar ya en la obra de Ilf.

Mi hipótesis es que estamos ante una estética que tiene antecedentes y que encontrará ecos en otros fotógrafos, tanto profesionales como amateurs.

Pero los viajes que visualizan Estados Unidos desde la carretera no se limitan a los fotógrafos, al contrario; un número mucho mayor de viajeros se desplaza por necesidad, por tratar de sobrevivir. Toland y Lange documentan la vida de desalojados y migrantes; cuando vemos la fotografía en su conjunto nos damos cuenta de la cercanía entre fotoperiodismo, documentación cruda y cine de ficción. Es este parecido el que me hace pensar en una estética que visibiliza Estados Unidos y que empieza a formar parte de su imagen identitaria. Desde luego, no pretendo comparar las expectativas de migrantes, de los expulsados de sus hogares, de viajeros, fotógrafos, periodistas y, una generación después, jóvenes (y no tan jóvenes) rebeldes en sus ritos de iniciación. Quiero hacer hincapié en cómo se van conformando ideas identitarias de Estados Unidos mediante el imaginario visual nutrido de imágenes desde las carreteras. Es el carácter simbólico de estas imágenes, de la propia carretera, el que permite que viajeros en diversas condiciones, circunstancias y épocas encuentren siempre nuevas formas de interpretarla y de identificarse con sus trayectos y el imaginario que produce.

En el caso de Ilf y Petrov, el viaje y la estrategia de documentarlo, son distintos: ellos no documentan a quienes se encuentran desplazándose por la carretera, no siguen a nadie en su viaje: observan lo que es fijo, a quienes viven a lo largo de la carretera en sus pueblos y pequeñas ciudades, gente sedentaria que a veces los ven pasar, pero que no siempre se fijan en ellos. Los soviéticos entrevistan a las personas en su lugar, su entorno y eso mismo podemos notar en sus fotografías. Aun así, su propósito de conocer, documentar y trasmitir lo típico no se pierde. Ilf es, ciertamente, un fotógrafo amateur, mas su fotografía no es indiscreta. Lo que enfoca con su lente lo interpreta, con frecuencia, como normalidad, al margen del dicho de Berman acerca de ciertos fotógrafos-viajeros: “There are the paparazzi; and there is Walker Evans”.45 Ilf no es ni uno ni otro.

Las carreteras que se dirigen hacia el horizonte, que no parecen tener fin y que sugieren promesas no cumplidas mientras uno siga manejando, son un tema tan “típico” como las estaciones de servicio, las gasolineras, los anuncios publicitarios. Las fotos de muchos de los fotógrafos mencionados parecen similares, mas no las experiencias ni lo que ven los fotógrafos ni lo que trasmiten. Donde Ilf y Petrov retratan anuncios y servicios y Robert Frank, una gasolinera en medio de la nada, Dorothea Lange enfoca el letrero de la protesta social y Toland junto con Lange, Walker Evans y otros fotógrafos de la Gran Depresión, observan, captan y transmiten la miseria, la pobreza, la explotación y documentan la migración de quienes han perdido su hogar. La experiencia y el proyecto de un país a punto de fracasar hacen que la mirada de los fotógrafos estadounidenses suela ser más crítica que la de los viajeros soviéticos, sobre todo la de aquellos fotógrafos que bien pudieron haber formado parte del mapa-mural de Stud Terkel y de su paisaje imaginario del Frente Popular.46

Las “fotografías americanas” son, al mismo tiempo, “historias americanas”; muestran una época y sus contradicciones, historias americanas hechas visibles a lo largo de una cartografía trazada por migrantes y expulsados de sus hogares, por jóvenes rebeldes, por fotógrafos estadounidenses y forasteros, por reporteros y escritores, por críticos, soñadores y gente desesperada. Una estética visual común. Ilf, en palabras de Rodchenko, era un hombre de letras; su hija interpreta los fotorreportajes de su padre y de Petrov como trabajos con poca carga ideológica. Esta, sin embargo, no siempre tiene que ser directa. A los viajeros soviéticos no les cabe duda de que, pese a los avances tecnológicos, hay focos puntuales de crisis social. Para los fotógrafos del Frente Popular existe una relación entre la Gran Depresión y los dueños del capital; mostrar los estragos de la crisis es mostrar hasta qué grado el sistema capitalista es responsable. En cambio, Ilf y Petrov no se refieren a la Gran Depresión, aunque sí al sistema capitalista. Al tomar fotos, indistintamente, de los diversos grupos sociales y culturales con los que se encuentran, desde la carretera y sin adentrarse a fondo en las problemáticas de quienes retratan, documentan tipos de pobreza, de crisis y de exclusión sin referirse a la crisis específica de los años treinta.

Así como en las fotografías de Ilf encontramos a personas de la clase media y media alta, abundan también trabajadores y grupos marginados. Las diferencias entre personas de distintas clases sociales nunca aparecen con la crudeza de las fotos de Dorothea Lange, por sólo mencionar un ejemplo.

Diferenciar lo siempre igual, lo parecido, lo invisible

En una conferencia que lleva por título “La idea de Europa”, George Steiner utiliza los cafés como gran metáfora para exponer lo que, desde su punto de vista, es Europa:

Europa está compuesta de cafés. Éstos se extienden desde el café favorito de Pessoa en Lisboa hasta los cafés de Odesa frecuentados por los gangsters de Isaak Bábel. Van desde los cafés de Copehague ante los cuales pasaba Kierkegarard en sus concentrados paseos hasta los mostradores de Palermo. No hay cafés primeros ni determinantes en Moscú, que es ya un suburbio de Asia. Muy pocos en Inglaterra después de una moda pasajera en el siglo XVIII. Ninguno en Norteamérica fuera del puesto avanzado galo de Nueva Orleans. Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de la “idea de Europa”.

El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flaneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno...47

Ningún café en Norteamérica… o por lo menos, ningún café como los europeos, espacios para los debates intelectuales. Pero la idea de los cafés, cuyos letreros de Café y Cafetería abundan en las calles principales de las Ilf que toma foto tras foto, tampoco coincide con lo que esperan Ilf y Petrov de un lugar así. Deslumbrados por la posibilidad de poder comer en los drugstores (las farmacias que perdieron su función de elaborar medicamentos), no le ponen mayor atención a esos cafés. Y no obstante, décadas después la hija de Ilf sí los ve y compara su existencia con lo que llama “la Rusia de aquellos años”:

En la Rusia de aquellos años no existían ni rascacielos, ni cafeterías, ni striptease, ni servicio, ni toronja o jugo de toronja, no había una industria automotriz desarrollada, ni anuncios eléctricos y otros, ni hotdogs ni papel de baño, aparatos domésticos eléctricos y muchas otras cosas más. Hoy todo ello es parte de la vida cotidiana.48

Lo típico para Ilf y Petrov son las main street (State Street, Broadway), su similitud, parte urbana, parte carretera, lo cual caracteriza a las pequeñas ciudades. Las fotografías donde aparecen los cafés tienen que ver con la calle, sin embargo, no pasan de ser fachada, letrero o anuncio.

Aquí tenemos una típica ciudad del oeste americano. No tiene ninguno de los elementos básicos que le otorgan carácter a una ciudad. Ni hay arquitectura distintiva ni hay grandes agrupaciones de personas en la calle. Las banquetas están vacías. En su lugar, las calles están llenas de automóviles. Primero nos pareció llamativo. Luego nos acostumbramos rápidamente a ello. Incluso en Washington casi no hay peatones. Es imposible decir si están sentados en sus casas o escondidos en sus coches. Anuncios, automóviles, y todo lo que tiene que ver con automóviles -gasolineras, talleres de reparación y vendedores de Ford y de Chevrolet- es lo que le da carácter a una ciudad […]49

“Cientos y miles de millas vuelan hacia el coche”, continúan diciendo Ilf y Petrov y nuevamente encontramos décadas después, un eco en Georg Steiner: “Uno no va a pie de una población americana a otra”.50 Lo que sorprende es la ausencia de toda sorpresa:

El viajero cruza el desierto, y aquí encuentra nuevamente una pequeña ciudad que se distingue de las anteriores únicamente por la presencia de dos cactus con los que el propietario adorna la entrada de su café. El café con su gran mostrador y su rockola, por el momento está vacío. De modo que el propietario sacó su silla a la banqueta y está platicando con un vecino acerca de distintos acontecimientos actuales que son del tamaño de la misma ciudad...51

Observan desde fuera, mas no entran a los cafés. Para ver un interior habrá que esperar a Robert Frank.

Ilf y Petrof describen lo diferente, la sorpresa que todo viajero suele esperar a la vuelta de la siguiente curva de la carretera en el momento en el que cruzan la “mitad matemática” del enorme territorio al dejar el este y percibir los detalles propios del oeste. Los hotdogs son sustituidos por barbecue; el aceite usado de los automóviles que del lado este simplemente se tira, aquí se usa para untárselo a los puercos protegiéndolos así de los insectos; hay muchos más autos viejos y usados y la expresión you bet toma el lugar de okay. Con estos cuatro detalles, afirman los autores, cualquiera se da cuenta de que ha llegado al oeste: una parte, una forma de ser, una vida “completamente distinta” a “los” Estados Unidos que acaban de descubrir.52 Pero indiscutiblemente sigue tratándose de la “América típica”.

Hasta aquí la zona fronteriza que permite comparar lo que hay de un lado con lo del otro. Para las comparaciones con el exterior recurren a un tono ligero. El puente del Golden Gate, afirman, se parece a los puentes Miasnitskie de Moscú construidos en la Edad Media y demolidos en los años veinte del siglo XX. La extraña referencia tiene que ver menos con la realidad que con los lectores soviéticos y el sentido del humor de Petrov, pues ninguno de los dos existe: el puente del Golden Gate está aún en construcción y los puentes de Myasnitzki ya fueron demolidos. Y siguen bromeando: San Francisco es la ciudad más bella de Estados Unidos, “posiblemente porque no se parece en nada a Estados Unidos”; el centro se asemeja “a la ciudad más plana del mundo, Leningrado con sus plazas y amplios bulevares. En todas las partes restantes de la ciudad tenemos una hermosa costera, mezcla de Nápoles, Odesa y Shanghai…”53

Las perspectivas y la mirada dirigida. A manera de un cierre

Una pequeña columna, escasamente de un metro de altura, marca el fin de la carretera que une el Atlántico con el Pacífico.54 De pronto se acabó: ahora la mirada busca el mar, igualmente infinito, igualmente hacia un horizonte lejano. Todo lo demás se detiene.

Si pensamos en la ruta en su totalidad, estamos, más o menos, a la mitad del viaje: falta todo el regreso, ahora por el sur de Estados Unidos y luego yendo hacia el norte hasta llegar de nuevo a Nueva York. Lógica de tiempo, lógica de carretera. Pero si nos fijamos en los fotorreportajes, esta segunda parte del viaje está incluida en buena medida en el mapa temático. Es en La América de un piso que en la Quinta Parte del libro corresponde al regreso, donde encontramos reflexiones sobre los estados sureños: los negros, la tradición hispana, la frontera con México… Los últimos tres capítulos equivalen a una versión ampliada del capítulo 11 de Ilf and Petrov’s American Road Trip: hablan de la democracia y de la vida agitada. De esta forma, el último fotorreportaje y su versión más extensa es, tiene que ser, el correspondiente a Nueva York. No porque ahora, que termina el viaje, Nueva York resulte distinta a la ciudad de donde partieron, sino porque la gran urbe, quizás la más atípica de todo Estados Unidos permite un cierre más crítico: invita a retomar observaciones, a resumir lo que es y lo que no es Estados Unidos. Distinta a todo lo que han visto, parece sintetizar quizás no un país, sino una visión simbólica, tal como lo será también para Hobsbawm, aunque en un sentido casi opuesto.

Nueva York [anotará Hobsbawm recordando ante todo el jazz], una ciudad a todas luces mucho menos representativa de la América media que, por ejemplo, Green Bay, en Wisconsin, fuera probablemente el mejor lugar para convencer a alguien como yo de que en realidad era posible comprender, quizás incluso amar, ese extraordinario país.55

Esa forma optimista de recordar expresiones y gente extraordinaria contrasta fuertemente con el cierre del viaje presentado por Ilf y Petrov; pese a sus observaciones muchas veces irónicas y en ocasiones poco analíticas, se vuelcan ahora hacia una crítica dura que sólo les permite Nueva York: allí, todo es demasiado: “too big, too rich, too dirty, and too poor. Everything is too extreme”. Y continúan:

Digan lo que digan los americanos acerca de Nueva York, esa es la verdadera América: aquí tienen ustedes lo máximo de la tecnología americana y todo el hollín de sus delirios, de su agobiante y glamurosa vida.56

Desde su punto de vista, uno de los grandes orgullos de Nueva York, el Empire State Building, es uno de los símbolos que mejor demuestra las contradicciones: construido en apenas un año (demasiado rápido, opinan Ilf y Petrov), sólo está ocupado a la mitad. Y si bien los norteamericanos piensan que su gran capacidad tecnológica se desarrolló gracias a su sistema político y social, los viajeros soviéticos están convencidos de lo contrario: “la capacidad tecnológica de los americanos requiere del desarrollo de una nueva forma de vida desde hace ya mucho tiempo”, afirman, para concluir: “Los rascacielos vacíos y las fábricas que sólo trabajan tres días por semana, lo atestiguan”. O todavía más directo: “La tecnología más avanzada del mundo y un orden social opresivo y embrutecedor”. 57

Me preguntaba, en algún punto del ensayo, qué es lo que no ven los soviéticos. Ahora hay que decirlo: veían sin hacerlo explícito hasta el final, hasta llegar al lugar propicio, el final de la carretera, del viaje, de la experiencia. No pretendo cerrar con un análisis de lo afirmado por Claus Offe, la “marcha hacia una sociedad de libres e iguales y el resultado trágicamente desorientado de esta marcha”.58 Pero me parece que este enunciado podría describir de manera precisa el horizonte actual, el horizonte desde el que leemos y observamos. Porque hoy las zonas fronterizas son otras, aunque las dos descripciones, el “orden social opresivo y embrutecedor” y “el resultado trágicamente desorientado” parecen describir, en parte, la experiencia actual, la cual carece de matices elaborados a lo largo de una parte del siglo XIX y del XX, incluso del XXI. Uno de esos matices, el único que quiero recuperar para concluir, por lo pronto en este ensayo, es la distinción entre identidad étnica e identidad cultural. Ante el cuestionamiento cuando no negación de la fusión de horizontes y ante nuestro horizonte presente, lleno de conflictos, tensiones, protestas, demandas y exigencias que anteponen la singularización a los pasados, las memorias, las narrativas, los proyectos culturales marcados por intentos de integración, tanto violentos como voluntarios; ante todo ello quiero volver sobre la cita inicial de Liebsch quien plantea que el auge de etnicidad se debe a la ausencia de posibilidades de contar, en el marco de la modernidad (global), de la globalización misma, de las migraciones y las sociedades posnacionales, con identidades claras, inconfundibles. Y la etnicidad alcanza, invade y cubre, justamente, la cultura integradora, la que de manera creativa reúne características de distintos orígenes. Al parecer, para muchos grupos se ha hecho indispensable la pertenencia a un colectivo de iguales mediante una vuelta hacia lo visible: color de la piel, costumbres, símbolos, formas de vestir, de peinarse, de hablar…; dejar claro la identidad propia frente a los que se saben distintos, frente a los que se pueden culpar porque tienen y tenían poder, porque las políticas imperiales y los nacionalismos, cada uno en su momento, se apoderaban de los recursos y se imponían a quienes no podían defenderse. Si en otros momentos las respuestas se buscaban en la cultura, en la creación cultural y social de identidades colectivas, ahora las propuestas identitarias vinculadas a la etnicidad recuperan también sus características culturales y le niegan a la cultura la capacidad de responder, de manera más abierta, las preguntas que plantean las diferencias étnicas y raciales. Sólo que aquí lo que se impone a las memorias y al reclamo de las identidades, es, lo decía al inicio, la ausencia de la historicidad.

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1 La revista semanal Ogoniok, fundada en 1899, es una de las publicaciones periódicas rusas más antiguas; se suspendió apenas a finales de 2020. En la época que nos interesa, la Redacción e Imprenta se encontraban en un edificio construido en 1930, el único realizado del proyecto de tres “rascacielos horizontales” del vanguardista ruso El Lissitzky.

2Louis Fischer vivió durante varios años en Moscú donde debe haber tenido contacto con Ilf y Petrov. Volvió a Estados Unidos hasta 1938; en varias ocasiones fue acusado no sólo de ser de izquierda, sino de expresar un sesgo estalinista en sus reportajes.

3Habrá que repensar lo que podemos entender hoy como fusión de horizontes (quizás menos en un sentido temporal y más como horizontes culturales ante horizontes sociopolíticos); repensar la relación experiencia-expectativa. No es tan obvia la inversión que tiene que ver con exigencias político-sociales, memoria-verdad, exclusión de otredades, y una cierta ausencia de historicidad (se trata de inmediatez).

4 Jens Balzer, Ethik der Appropriation (Berlin: Matthes & Seitz, 2022), 20.

5 Jörn Rüsen, “Theoretische Zugänge zum interkulturellen Vergleich historischen Denkens”, en Jörn Rüsen, Michael Gottlob, Achim Mittag (edits.), Vielfalt der Kulturen. Erinnerung, Geschichte, Identität 4 (Frankfurt aM, Suhrkamp, 1998), 39.

6 Rüsen, “Theoretische Zugänge…”, 39.

7 Burkhard Liebsch, “Aspekte der Interkulturalität”, en Friedrich Jaeger (edit.), Kulturwissenschaftliche Perspektiven in der Nordamerika-Forschung (Tübingen: Stauffenburg Verlag, 2001).

8En 1937, este libro se conoció en Estados Unidos traducido al inglés bajo el título Little Golden America y se reeditó en Inglaterra en 1944 con el título de Little Golden America: two famous Soviet humorists survey the United States.

9 Ilf and Petrov’s American Roadtrip. The 1935 Travelogue of two Soviet Writers Ilya Ilf and Evgeny Petrov, Trad. Anne O. Fisher (New York: Princeton Architectural Press / Cabinet Books, 2007).

10 Ilja Ilf, Jewgeni Petrov, Das eingeschossige Amerika. Eine Reiseerzählung, Trad. Helmut Ettinger (Frankfurt aM: Eichborn Verlag, 2011, 2 vols.).

11Erika Wolf comenta que el proyecto de publicar las fotografías de Ilya Ilf terminó en un libro sin ilustración alguna (Moscú: 1937), traducido este mismo año al inglés (el ya mencionado Little Golden America). Es la base del que sería La America de un solo piso. Cf. Erika Wolf, “American Photographs: The Road. Two Soviet writer’s travelogue of their journey through Depressionera America, translated and introduced by Erika Wolf”, en Cabinet, 2004, https://www.cabinetmagazine.org/issues/14/ilf_petrov.php. Ilf, recién iniciado en la fotografía y entusiasta fotorreportero, tomó más de 1000 fotografías en el viaje, de las que se publicaron 166 en la revista Ogoniok.

12Existe, finalmente, una traducción al español que contiene el mismo material que la alemana, aunque sin la parte epistolar. Ilf y Petrov, La América de una planta. Trad. Víctor Gallego Ballesteros (Barcelona: Editorial Acantilado, 2009).

13Alexandra Ilf tenía apenas seis meses de edad cuando su padre viajó a Estados Unidos, y acababa de cumplir dos años cuando éste falleció. Ha dedicado una parte importante de su vida a la investigación y difusión de la obra tanto fotográfica como periodística y literaria de Ilf.

14Felicitas Hoppe es novelista y periodista alemana, desde sus años de estudiante realizó estancias en Estados Unidos y otros países. Su viaje más largo fue en 1997 a bordo de un buque de carga alrededor del mundo. En 2012 obtuvo el prestigiado Premio Georg-Büchner por su obra literaria.

15Erika Wolf, “Introduction”, en Ilf and Petrov’s American Road Trip, XIV. Wolf es especialista en cultura visual soviética; nacida en Nueva York, egresada de la Universidad de Princeton; es profesora en la Universidad de Siberia.

16Alexandra Ilf, “Stalin schickt Ilf und Petrov ins Land der Coca-Cola”, 14-15.

17Ilf and Petrov’s American Road Trip, 41.

18The Grapes of Wrath (1939), la novela de John Steinbeck, ganadora del Premio Pulitzer en 1940; por razones de las representaciones visuales de la ruta mencionada, me refiero a lo largo de este ensayo a la película del mismo título, dirigida por John Ford en 1940. El propio Steinbeck cumplirá con su sueño de cruzar, en una camioneta especial (llamada “Rocinante”), Estados Unidos a lo largo y ancho a la edad de 58 años, en 1960. Cf. Travels with Charley: In Search of America (New York: Penguin Books, 1962).

19 Ilf y Petrov, Das eingeschossige Amerika, 85.

20 Claus Offe, Autorretrato a distancia. Tocqueville, Weber y Adorno en los Estados Unidos de América. Trad. Joaquín Etorena (Buenos Aires: Katz Editores, 2006).

21 Eric Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX. Trad. Juan Rabasse-da-Gascón (Barcelona: Crítica, 2003), 351 [cursivas mías].

22La reseña de Marshall Berman, “Studs Terkel: dando vida al mural”, se publicó por vez primera el 24 de marzo de 1974, en New York Times Book Review. La recopilación se encuentra en Marshall Berman, Aventuras marxistas. Trad. Andrea Morales Vidal y Diego Castillo (Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2002), 55-57.

23 Berman, Aventuras marxistas, 57.

24 Berman, Aventuras marxistas, 57.

25 Hobsbawm, Años interesantes, 364.

26 Hobsbawm, Años interesantes, 351. De los “relativamente” pocos a los que se refiere Hobsbawm, podemos contar, justamente, a Tocqueville, Weber y Adorno.

27 Berman, Aventuras marxistas, 56-57.

28Ilf and Petrov’s American Road Trip, 127.

29 Claus Offe, Autorretrato a distancia, 8-9.

30 Offe, Autorretrato, 65-66.

31 Offe, Autorretrato, 102.

32Cf. Wolf, “Introduction”, XII ss.

33 Hobsbawm, Años interesantes, 353.

34 Berman, Aventuras marxistas, 55.

35 Berman, Aventuras marxistas, 55 [cursivas mías].

36 Ilf y Petrov, Das eingeschossige Amerika, 512.

37Aleksandr Rodchenko, “Ilya Ilf ’s American Photographs”, en Ilf and Petrov’s American Road Trip, 149.

38Cit. por Aleksandra Ilf, en Ilf and Petrov’s American Road Trip, 154.

39Estética no quiere decir que entre las temáticas de la fotografía no figuren la crisis, los dramas sociales, el desalojo, la migración, el hambre y, del otro lado de la frontera, la revolución, la lucha social, las vanguardias.

40Paul Strand, después de conocer a Carlos Chávez, es invitado por éste a México con el fin de viajar por el país y tomar fotos. Trabaja durante más de un año como fotógrafo en la producción de la película Redes. No será sino hasta 2011- 2012 que se exhibe la obra de Paul Strand en México: “Paul Strand, El murmullo de los rostros”, Ciudad de México, Palacio de Bellas Artes, 30 de noviembre 2011 a febrero 2012.

41Un ejemplo es, en la música, el encuentro entre Carlos Chávez y Aaron Copland, la obra “Salón México” de éste último; desde luego el uso de ritmos, melodías, e instrumentos locales (“Appalachian Spring” de Aaron Copland; y las obras de un gran número de compositores mexicanos).

42Strand y Cartier-Bresson coinciden en los años treinta, como se pudo apreciar en la exposición que les dedica la Fondation Henri Cartier-Bresson de París: “Cartier-Bresson/Strand: México 1932-1934” (11 de enero a 22 de abril 2012).

43Robert Frank, fotógrafo de origen suizo, compró en 1955 un Ford (no podía ser otro coche) y realizó varios “viajes de carretera” a través de Estados Unidos gracias a una beca Guggenheim; recorrió las mismas rutas que ya hemos mencionado; en su libro The Americans publicó apenas 83 de las más de 28,000 fotografías que tomó a lo largo de varios años. Robert Frank, The Americans (Göttingen: Steidl, 2008).

44 Hobsbawm, Años interesantes, 363.

45Stud Terkel, Working: People Talk About What They Do All Day and How They Feel About What They Do (New York: The New Press, 1974). Ed. Kindle: lugar 403.

46Aparte de Dorothea Lange y Walker Evans, Berman menciona a Helen Levitt y los “documentalistas” Pare Lorentz, Willard van Dyke, Ralph Steiner; los “folkloristas” B.A. Botkin, John y Alan Lomax, Harry Smith, Henrietta Yurchenko: toda una generación comprometida con los ideales del Frente Popular.

47 George Steiner, La idea de Europa (México: Siruela/Fondo de Cultura Económica, 2006), 34.

48Alexandra Ilf, “Stalin schickt Ilf und Petrov ins Land der Coca-Cola“, en Das eingeschossige Amerika, 13.

49Ilf and Petrov’s American Road Trip, 16.

50 Steiner, La idea de Europa, 38.

51Ilf and Petrov’s American Road Trip, 16 y 18.

52Ilf and Petrov’s American Road Trip, 41-42.

53Ilf and Petrov’s American Road Trip, 80.

54Cf. Ilf and Petrov’s American Road Trip, 78.

55 Hobsbawm, Años interesantes, 359.

56Ilf and Petrov’s American Road Trip, 128.

57Ilf and Petrov’s American Road Trip, 128 y 127.

58 Offe, Autorretrato, 9.

Recibido: 12 de Noviembre de 2022; Aprobado: 13 de Febrero de 2023

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