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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.40 México Jan./Jun. 2013

 

Reseñas

 

Neohistoricismo para el siglo XXI

 

Luis Vergara Anderson

 

Frank Ankersmit, Meaning,Truth, and Reference in Historical Representation, Ithaca, N. Y, Cornell University Press, 2012, 264 pp.

 

Departamento de Historia/UIA.

 

En un comentario que puede leerse en la cuarta de forros de este libro, comentario sin duda promocional, pero también, sin discusión, emitido por una voz reconocidamente autorizada para formularlo, Allan Megill, éste declara: "A mi parecer, Frank Ankersmit es el filósofo de la historia más original y más importante de cuantos hoy escriben". (Es claro que "filosofía de la historia" ha de entenderse en el sentido de filosofía crítica o analítica, en la conocida terminología de Arthur Danto). Nosotros suscribimos sin reservas esa apreciación. Por otra parte, hacia el fin de su brevísimo prefacio, el propio Ankersmit afirma acerca de su obra:

Este libro pretende presentar una exposición coherente de los que a mi parecer son los problemas principales ocasionados por la "escritura de la historia" [historical writing] (Geschichtsshreibung), como distintos de los que surgen en el contexto de la "investigación histórica" [historical research] (Geschichtsforschung). Considero que lo que no se discute en el libro carece en absoluto de relevancia para una comprensión adecuada de la escritura de la historia" (p. X).

Nos detendremos más adelante en la distinción que hace Ankersmit entre "escritura de la historia" e "investigación histórica" (distinción que califica de "absolutamente básica"). Lo que ahora nos interesa destacar es que un libro escrito por quien voces autorizadas proclaman como el más importante teórico de la historia en la actualidad y sobre el cual el propio autor expresa lo citado, se constituye por lo mismo en una referencia absolutamente imprescindible (y actualizada) para cualquier estudioso de la teoría de la historia.

Un valor adicional de este libro es que puede, finalmente, aclarar en definitiva la posición de Ankersmit en relación con diversos debates acerca de los cuales ha sido ubicado de un lado por unos lectores y críticos, y en el otro por los demás (y a veces parecería que en ambos a la vez por sí mismo). Dos ejemplos: ¿es un pensador posmodernista? ¿Es un teórico narrativista (en el sentido que él confiere al término y que aplica a Hayden White y a Paul Ricoeur)? Hay que decir a este respecto que en las tres décadas transcurridas desde la publicación de Narrative Logic (1983) hasta el de la de Meaning, Truth, and Reference (2012) -en las que entre otros varios títulos publicó History and Tropology (1994), Historical Representation (2001) y Sublime Historical Experience (2005), por no hablar de decenas de importantes artículos-, su pensamiento ha evolucionado y se ha modificado en aspectos esenciales (por ejemplo en cuanto al posmodernismo, del que antes era considerado un exponente y que ahora rechaza de manera enfática). Meaning, Truth, and Reference permite -finalmente, como hemos dicho- apreciar con claridad las constantes y continuidades que han estado presentes a lo largo de toda su obra, así como los puntos en los que su pensamiento se ha modificado con el tiempo; da pie también, por supuesto, a la apropiación de importantes aportaciones novedosas; por último, ofrece un tratamiento sistemático y original de las cuatro categorías mencionadas en el título (sentido, verdad, referencia y representación) y de las implicaciones de este tratamiento en las cuestiones de presencia, experiencia y subjetividad, todo ello naturalmente en relación con la escritura de la historia. Pero nos estamos adelantando.

La tesis central del libro es que la comprensión historicista de la historia escrita, en concreto la de Leopold von Ranke y Wilhelm von Humboldt, es en lo esencial correcta. Esa comprensión, sin embargo, fue articulada en los términos propios del idealismo y del romanticismo de los años veinte y treinta del siglo XIX, por lo que requiere reelaborada en el marco del pensamiento de nuestro tiempo. El libro pretende ser a la vez una argumentación convincente de la tesis y el desarrollo del proyecto apuntado. Más importante aún, la categoría central en el libro es la de representación (histórica): es a través del análisis de la representación (histórica), y de cómo se transforman y vinculan entre sí las nociones de referencia, verdad y sentido a la luz de ese análisis, como se realiza la argumentación señalada, siendo más importante el desarrollo de la argumentación que la tesis argumentada. En definitiva, se trata de un libro sobre la representación histórica, asunto sobre el cual Ankersmit ya ha publicado un volumen y muchos artículos, que ahora quedan explicados, superados y consumados por el texto que nos ocupa.

Como el autor lo declara en su prefacio, el libro está organizado en doce capítulos y estructurado en tres partes. La primera parte (capítulos 1 a 3) versa sobre historicismo, tiempo e interpretación. Ahí, antes de cualquier otra cosa, se exponen la tesis y el proyecto a los que acabamos de referirnos.

En la segunda parte (capítulos 4 a 7), el corazón del libro según su autor, se aborda lo concerniente a las categorías de representación, referencia, verdad y sentido (el orden es importante). Termina esta parte con la afirmación de que la demostración que en ella se hace de que la representación antecede a la descripción constituye una "revolución copernicana" en el pensar sobre la escritura de la historia (y la historia escrita).

En la tercera parte (capítulos 8 a 11) se examinan, como ya hemos dicho, las implicaciones, de lo visto en la segunda, sobre las cuestiones de presencia, experiencia (que se trata en dos capítulos) y subjetividad.

El libro termina con un duodécimo capítulo que no puede ubicarse propiamente en la tercera parte. Su título es "Política" y en él se argumenta, contra todo lo que desde 1929 -con la fundación de la escuela de los Annales- se ha tenido como una verdad incontrovertible: que la historia política es el eje de toda la práctica historiográfica. A este respecto, no hay que olvidar que por más de 20 años (por lo menos) Ankersmit ha venido trabajando paralelamente (desde la teoría estética) la teoría de la historia y la teoría política. A él debemos, por ejemplo, la revelación de que la representación historiadora y la representación política (que tradicionalmente parecerían estar ubicadas en esferas teórico-conceptuales disjuntas) pueden ser abordadas con provecho a partir de una base teórica única. Ésta, empero, no es en esta ocasión el modo de aproximación al tema.

Vamos ahora a intentar apuntar las ideas fundamentales de la argumentación que se desarrolla a lo largo del libro. Se comprenderá que una empresa de este tipo es en mucho una selección y que, por limitaciones de espacio, es menester hacer uso de una redacción extremadamente apretada. Tenemos la ambición, sin embargo, de sí comunicar en unos cuantos párrafos lo esencial.

A decir de Ankersmit, la filosofía de la historia ha tenido un giro literario, más no su giro lingüístico. La historia requiere de la filosofía del lenguaje el mismo trato que dio al lenguaje. El historicismo -que entiende como la afirmación de que la naturaleza de una cosa reside en su historia- es el camino para ello. La consideración del historicismo conduce a la del tiempo, el cual es exhibido como la categoría fundacional de la historia y de la escritura de la historia, tanto desde una perspectiva ontológica como de una epistemológica. Pero, ¿de qué tiempo se trata? Después de rechazar otras opciones, Ankersmit concluye que del tiempo vivido. Argumenta, sin embargo, que la aproximación más fructífera para sus propósitos a este tiempo no es desde la fenomenología (al modo de Paul Ricour o de David Carr), sino en una línea de pensamiento que parte de Arthur Danto y es trascendentalizada por Hans Michael Baumgartner. Las conclusiones a las que arriba son que la trascendencia del tiempo por razón de los "verbos proyecto" y las "oraciones narrativas" (Danto) es la condición trascendental de posibilidad del conocimiento histórico y que la unidad y la continuidad de los relatos históricos son producto de la síntesis narrativa, no reflejos de aspectos del pasado en sí.

En lo que concierne a la interpretación, lo primero que hay que destacar es que, para Ankersmit, no es lo mismo representación; señala que el lenguaje es el objeto prototípico de la interpretación, en tanto que el de la representación es la realidad. Más allá de ello, sostiene que la representación (objeto de la estética) es lógicamente anterior a la interpretación (objeto de la hermenéutica) y que si la interpretación no está anclada en la representación, irá a la deriva, como a su parecer ocurre en el caso de la deconstrucción y teorías afines de la interpretación de textos. Suscribe una teoría de la representación como sustitución: una representación funciona como un sustituto de lo que representa. Aquí la idea central es la de que como la interpretación es siempre de textos, la "interpretación del pasado" no puede ser más que una metáfora; no así con la representación. El discurso histórico [historic text] no es menos representación que una obra de arte, pero el discurso histórico pretende aportar conocimiento y verdad históricas. Una representación histórica está conformada por un relato histórico como un todo.

Ankersmit se esfuerza por distinguir con la mayor claridad posible las representaciones en relación con las descripciones. La forma lógica de una descripción es "r es a", donde R es un objeto del mundo, el referente, y a es un aspecto atribuido a dicho objeto. El referente siempre ha de poder ser distinguido unívocamente mediante el uso de un nombre propio o de una descripción que lo identifique. En contraste, en una representación no se pueden separar las operaciones de referencia y atribución, y, en consecuencia, de una representación no se puede predicar verdad o falsedad con base en el criterio de verdad proposicional (verdad como correspondencia).

Una representación (a diferencia de la descripción, que es un operador biposicional) es un operador triposicional: (1) la representación, (2) el aspecto presentado, y (3) la realidad representada. Lo presentado por una representación es siempre un aspecto de lo representado. Una representación es así un todo y no un simple agregado de las oraciones que la constituyen y determinan. Cada oración constitutiva de una representación desempeña tanto una función descriptiva como una representacional. La filosofía del lenguaje disponible no reconoce la distinción descripción/representación. Piensa sólo en términos de descripciones. La ilusión referencialista surge de tratar a la representación como si fuera descripción. El lenguaje representacional de la historia exige reelaborar para el caso las nociones de referencia, verdad y sentido. Lo presentado por una representación parece ubicarse en un punto intermedio entre la referencia y el sentido (o entre denotación y connotación). Los aspectos -los "presentados"- parecen ser menos que entes y más que propiedades: combinan lo unívoco de los entes con la generalidad de las propiedades.

En el centro de todo el argumento del libro se encuentra la definición propuesta por Ankersmit de la verdad representacional (que recuerda la tesis de la verdad como aletheia -sin coincidir con ella- propuesta por Heidegger en Ser y tiempo: "Lo que el mundo, o sus objetos, nos revelan en términos de sus aspectos" (p. 107). Así, la representación histórica no ofrece verdad como correspondencia, sino la revelación de verdad intrínseca al pasado mismo (concretamente, en un aspecto del pasado). Concierne al historiador -y sólo a él- determinar qué aspectos del pasado aportarán más a la comprensión del pasado, y la discusión sobre ello no corresponde a la teoría de la historia sino a los historiadores.

Ahora bien, el concepto de verdad representacional es también aplicable a la novela. A decir de Ankersmit, el origen de la verdad en la novela radica en la verdad en la historia, y las diferencias entre la novela histórica y la historia (en tanto que representaciones) son formales, no materiales.

Ankersmit sostiene que el sentido es más básico que la referencia y que la verdad, y que, por lo mismo, no podrá ser definido en términos de ellos. (Sostiene, en cambio, que el sentido y la referencia, como los entendió Frege, sí pueden derivarse de él). Así como Saussure en relación con los elementos constitutivos de una lengua, piensa que el sentido (representacional) puede establecerse en términos del mismo sentido (y que sólo así puede establecerse): el sentido de una representación se fija en sus relaciones con otras representaciones. La verdad representacional acaba consistiendo en la presencia de lo que se revela a través de una representación histórica.

Suele suponerse que no es posible tener una experiencia del pasado (que no existe), sino sólo de las evidencias del pasado. Ankersmit, empero, sostiene que sí hay experiencias históricas del pasado (que además tienen el carácter de sublimes), lo que aquí viene a significar que son experiencias de presencia no mediada por el lenguaje o el sentido; esto es, que anteceden al uso del lenguaje. Distingue entre experiencias históricas colectivas e individuales. Para él, la experiencia histórica (sublime) arquetípica es la narrada por los mitos fundacionales originarios. El pasado en cuanto tal, como contraparte del presente, viene a la existencia (junto con el presente) gracias a un mito originario que crea la distancia entre pasado y presente, o a una reefectuación posterior ocasionada por un acontecimiento extremadamente traumático. La contraparte de la experiencia histórica sublime colectiva es la disciplina histórica como tal y no los historiadores individuales. La experiencia histórica sublime colectiva del pasado es así, para Ankersmit, la raíz de toda representación histórica.

La palabra "nostalgia puede ser analizada en términos de sus dos componentes: nostos (deseo de retorno) y algia (dolor); así lo hace Ankermit, siguiendo a Svetlana Boym, quien habla de dos tipos de nostalgia: restaurativa (con predominio de nostos) y reflexiva (con preponderancia de algia). La experiencia nostálgica del pasado (como pasado) es de un carácter reflexivo; es una experiencia de distancia o diferencia.

La experiencia histórica individual puede ser imaginada como un movimiento (al pasado) ortogonal a la dirección sincrónica (presente) en la que de ordinario se mueve el historiador. La experiencia histórica sublime concierne ante todo a la forma en la que nos relacionamos con el pasado y, por tanto, tiene una dimensión existencial. En última instancia, la experiencia histórica sublime colectiva del pasado es la raíz de toda representación histórica.

Los historiadores en su práctica parecen profesar una creencia implícita en alguna suerte de experiencia histórica individual; sin embargo tienden a rechazar el concepto. De hecho, muchos grandes historiadores pretenden que en su discurso sea la historia misma la que hable (hay incluso el que pretende que su discurso sea el pasado mismo). La tesis de que en historia la experiencia antecede al lenguaje se hace plausible si se atiende al hecho de que la experiencia histórica individual es una experiencia de estados anímicos (en los que no figura la distinción sujeto/objeto). Por otra parte, el ejemplo del color muestra que el contenido puede determinar (y anteceder) a la forma. Si consideramos a las formas históricas como los objetos potenciales de la experiencia histórica, nos ubicamos en la frontera entre aspectos y cosas (objetos); esto es, entre representación y descripción, y también entre verdad representacional y verdad proposicional.

Si bien las ciencias empíricas no dejan lugar para la experiencia entre el sujeto y el objeto (a no ser que se asuma el idealismo); en la historia, en cambio, se desdibuja la frontera entre objeto y sujeto y, en la experiencia histórica sublime, desaparecen objeto y sujeto. Es verdad que el texto histórico no es transparente en relación con el pasado; no se ve a través del texto, se ve el texto, pero hay que reconocer que en historia no ha habido giro lingüístico, sino sólo giro retórico. La filosofía de la historia puede ser el vínculo entre la estética y la filosofía del lenguaje.

Ankersmit considera la cuestión de la subjetividad del historiador en la escritura de la historia y sostiene que la invade de muy diversas maneras, pero que lo relativo a moral y política es diferente a todo lo demás porque se proyecta sobre el pasado representado. Añade que éste puede ser un camino de dos sentidos: también valores morales y políticos del pasado pueden proyectarse en la escritura contemporánea de la historia. Ahora bien, la continuidad que en la escritura de la historia se da entre sujeto y objeto hace imposible la objetivación de valores morales y políticos. Paradójicamente, por lo demás, mientras más se busca acatar una prescripción de objetividad, más subjetividad penetra en la escritura de la historia. Sin embargo, el que los contornos de lo subjetivo y de lo objetivo se hayan desdibujado, no disminuye los deberes morales del historiador en cuanto tal, pero no se debe intentar definir estos deberes, ya que reciben su fuerza imperativa del hecho de la imposibilidad de determinarlos de una vez por todas.

Como ya hemos apuntado, Ankersmit presenta en el último capítulo de su libro una argumentación sorprendente a favor de la tesis de que la historia política constituye la base y condición para todas las otras variantes historiográficas. Muestra, en primer término, que en cada ocasión en la que la historia política fue menospreciada, el argumento empleado para ello acabó confiriéndole aun más fuerza. Más adelante señala que la historia política es lo que vincula al mito y a la leyenda con la escritura de la historia como género, y apunta que para Hegel, el Estado es la "prosa" tanto del pasado en sí como del relato que hace el historiador del pasado, y que la escritura de la historia comienza y culmina en la historia política. Finalmente, ofrece una variante de estas ideas de Hegel, formulada en términos más apropiados para nuestro tiempo: el uso del lenguaje, especialmente el retórico, es políticamente creativo: determina de manera poderosa que serán las realidades políticas, por lo que el historiador que desea comprender el pasado y cómo vino a la existencia tendrá que centrarse en el lenguaje de la política. A fin de cuentas, la continuidad entre el lenguaje que crea las realidades políticas y sociales, por una parte, y el lenguaje político del historiador, por otra, hace que de manera natural el historiador centre su atención en lo relativo a la libertad.

Advertimos al inicio de esta reseña que nos detendríamos en la "absolutamente básica" distinción entre "escritura de la historia" e "investigación histórica". Dos cosas queremos decir a este respecto. La primera es que hemos sido educados por Michel de Certeau y por Paul Ricoeur para entender la operación historiográfica como un todo cuyos componentes (Certeau) o fases (Ricoeur) sólo pueden ser separados analíticamente. En esta manera de entender las cosas, "escritura de la historia" e "investigación histórica" son dos de los componentes o fases de ese todo, así que la distinción, como parece operarla Ankersmit, no es sostenible. Lo segundo es que hay otra distinción que puede -y que a nuestro juicio debe establecerse- y que no encontramos manera explícita y clara en el libro: en inglés (la lengua en la que Ankersmit escribe), historical writing puede significar tanto la actividad de escribir historia como la historia escrita, esto es, el discurso histórico, un objeto. (Esta misma polisemia es la que se presenta en relación con el término "historiografía": ¿escritura de la historia o historia escrita?). En la visión compartida por Certeau y Ricour, es lo primero lo que es inseparable de lo que Ankersmit llama "investigación histórica". Lo segundo, en cambio, sí puede ser considerado -para muchos propósitos, no para todos- con independencia de la operación historiográfica que lo generó. Ankersmit parece referirse a lo primero cuando aclara la distinción y dice del nivel de la escritura de la historia: "[...] en el que los resultados de la investigación histórica son integrados en una narración histórica o representación" (p. 60). En mucho del texto, empero, quizá en la mayor parte, "representación histórica" hace claramente referencia al discurso histórico escrito, no a la actividad de escribirlo. Nos parece que ésta es una ambigüedad importante no bien resuelta en el libro.

Otro asunto con relación al cual consideramos que debemos decir algo es el relativo a los dos tipos de verdad manejados (simultáneamente) en el texto: la verdad proposicional (verdad como correspondencia) y la verdad representacional (verdad que no es correspondencia). El problema aquí es que la palabra "verdad" significa cosas diferentes en cada caso. ¿Por qué usar un mismo término? ¿Por qué no emplear otro para lo segundo? En relación con esto, Ankersmit parece querer para sí el mejor de los mundos posibles ("comerse su pastel y conservarlo para después", como dirían los estadounidenses): que de los enunciados puntuales pueda predicarse verdad como correspondencia, que de las representaciones también pueda predicarse verdad (aunque ésta no sea verdad como correspondencia). A esto se podrá replicar que el concepto de verdad representacional es afín al de verdad como aletheia defendido por Heidegger en Ser y tiempo. Así lo afirma Ankersmit reiteradamente, pero también señala que Heidegger habla de verdad como aletheia en relación con juicios; es decir, que habla de verdad como aletheia donde Ankersmit habla de verdad proposicional como correspondencia. En Ankersmit no hay inconsistencia, pero sí una polisemia del término "verdad" que, o bien desdibuja su significado, o bien lleva al lector a conferir (inválidamente) a la verdad representacional connotaciones propias de la verdad representacional, con la que en los hechos colapsa la distinción. En lugar de hablar de "verdad representacional" hubiera podido usar la expresión "revelación representacional", por decir algo; la ambigüedad se habría resuelto, pero se hubiera perdido (tal vez con justicia) la mayor parte de las connotaciones usuales del término "verdad".

Es imposible no sonreír cuando, hacia el fin de la exposición de lo que es el sentido representacional, leemos que si a consecuencia de las guerras de religión del siglo XVI se hubiera llevado a la práctica con efectividad y hasta nuestro tiempo una prohibición universal de viajes transoceánicos "[...] todo nuestro conocimiento del continente americano no habría avanzado más allá del conocimiento de aspectos" (p. 155). Pero, ¿quiénes somos nosotros? (Téngase en cuenta que Ankersmit escribe su libro en primera persona del singular). Difícilmente podría pensarse en un mejor ejemplo de que el autor de un texto proyecta su subjetividad en él aunque no pretenda hacerlo.

Aun supuestas sus premisas fundamentales, tendríamos algunos otros comentarios críticos en relación con ciertos aspectos del libro. Sin embargo, el valor de la aportación que constituye es tan grande que nos parece que sería mezquino y fuera de toda proporción abundar en ellos.

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