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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.34 México Jan./Jun. 2010

 

Expediente

 

Preliminares

 

Los tres Porfirio que conforman este expediente versan sobre diversos temas relacionados con el renovado interés por todo lo porfiriano, a raíz de las conmemoraciones del Bicentenario. Todos ellos son ejemplos de la práctica de la historia cultural. El trabajo de Susana Victoria Uribe —"La minuta del día: los tiempos de comida de la elite capitalina a principios del siglo XX"—, analiza la cultura culinaria de la elite citadina porfiriana desde la perspectiva de la historia cultural, ahí donde la comida se convierte en un discurso de olores, colores y sabores lleno de signos de distinción que separan a la elite de las demás clases sociales. Los hábitos alimenticios de la elite capitalina se convirtieron en uno de los elementos emblemáticos de la modernidad porfiriana; así, el té del five o'clock a la inglesa, los lunch champagne a la francesa, tan identificados con las celebraciones diplomáticas de Doña Carmelita, esposa del presidente Díaz, se volvieron consuetudinarios en las mansiones de la clase alta citadina. Como señala la autora, la adopción y adaptación por parte de la elite capitalina de prácticas y costumbres culinarias tanto británicas como francesas y hasta rusas se convirtió en un signo de distinción, que les permitía pensarse cosmopolitas a la manera de las elites europeas que tanto admiraban. Este discurso de distinción marcaba a la elite como tal, y le permitía reconocerse a sí misma como detentadora del buen gusto. En ese sentido, la elite tendía a compartir un mismo discurso culinario, con rituales sociales basados en las reglas de etiqueta de París o Londres, y hábitos alimenticios que emulaban la modernidad europea y que se volvieron propios del estilo high life porfiriano. Como señala Victoria Uribe, las elites porfirianas eran consumidoras del buen gusto, buscaban estar a la moda, y se veían a sí mismas como portadoras del progreso y el refinamiento social: los suntuosos bailes formales de disfraz, las kermesses, los eventos sociales organizados alrededor de comidas de rigurosa etiqueta, las tertulias de sobremesa como ritual social obligado y el paseo vespertino por la calle de Plateros —engalanados los varones a la inglesa y las damas de sociedad luciendo la última moda parisiense—, se volvieron emblemáticas de su ser social, de su forma particular de estar en el mundo.

La "buena mesa", igualmente, se volvió característica de ese grupo social. El acto de comer consistía en un ritual social en el que los buenos modales, la decoración y disposición de la mesa, la vestimenta requerida y los platillos formaban parte de un discurso de olores, de sabores, de sentires y de coloridas imágenes visuales que impregnaban y alborotaban los sentidos. Sin duda, uno de los rasgos identitarios de la elite capitalina porfiriana fue su forma de comer: precisamente qué y cómo comía. Su predilección por los manjares y gustos europeos ha sido repetidamente señalada por los historiadores del periodo. Pero el artículo de Victoria Uribe descubre otra faceta de las elites capitalinas: éstas, sorprendentemente, también cultivaban algunas preferencias culinarias propias de la vasta y rica cocina mexicana, como los tamales, los chiles encurtidos, el robalo a la veracruzana, los chiles en nogada y otros platillos que dan fe de su sincretismo culinario y de un apego a los sabores nacionales que impedía que sus mesas fueran meras réplicas de lo europeo. Todo esto muestra los complejos procesos de reelaboración cultural, en los que convergen y conviven diversas tradiciones que convierten a un simple platillo en un escenario multicultural.

Otro aspecto de ese trabajo, es la reconstrucción de los hábitos, las prácticas y las costumbres culinarias de las elites porfirianas capitalinas a partir de la mirada del periódico El Mundo Ilustrado, fundado por el empresario periodístico Rafael Reyes Spíndola, convencido porfirista y hombre muy ligado al grupo de los "científicos". Reyes Spíndola, siguiendo modelos norteamericanos, fundó en 1894 El Mundo Ilustrado, primer semanario ilustrado mexicano, "una elegante revista dominical",1 hecho por y para la elite política y económica porfiriana, semanario que incluía noticias nacionales e internacionales, una sección literaria y de actividades culturales (teatro, zarzuela, ópera), así como, por primera vez en el periodismo mexicano, las llamadas páginas de sociales, que describían los encuentros más relevantes de la elite capitalina: bautismos, bodas, bailes y otras celebraciones; también contaba con páginas sobre la moda y una sección especial dedicada a las artes culinarias —recetas, consejos, descripciones de la buena mesa, materiales que constituyen la base documental del artículo de Victoria Uribe. La utilización de esta fuente nos permite asomarnos al mundo cultural de este grupo social y conocer una parte de su estilo de vida, vislumbrar su manera propia de ser en el mundo.

El segundo artículo —"El baile de los 41: la representación de lo afeminado en la prensa porfiriana"— de Miguel Ángel Barrón Gavito, aborda la representación construida por la prensa capitalina porfiriana de un baile de disfraces celebrado en la Ciudad de México y en el cual "42 hombres de la alta y buena sociedad capitalina porfiriana", vestidos como mujeres, fueron arrestados y llevados a la comisaría de policía por supuestas "prácticas nefandas". Entre ellos, corría el rumor, se hallaba el yerno de Porfrio Díaz, el hacendado morelense De la Torre, miembro de la oligarquía porfiriana y esposo de su hija Amada Díaz. Como señala Barrón Gavito, el texto no analiza el acontecimiento en sí sino la manera en que fue construido y presentado por la prensa capitalina. Este enfoque historiográfico permite traslucir la forma en que la prensa y la "buena sociedad porfiriana" construyeron una imagen de la masculinidad en la modernidad, en el contexto de la cual la homosexualidad se percibía como una perversión moral. A su vez, el autor analiza la estrategia periodística que pretende provocar una cierta reacción entre su público lector. Bajo este enfoque ningún "mensaje informativo" es neutral, ya que su emisor lo impregna de sentido al seleccionar, discriminar e interpretar los datos: en este sentido, el reportaje no sólo busca informar al público lector, sino configurar y manipular la opinión pública. Los diversos Porfirio escritos en los periódicos capitalinos, desde aquellos de orientación católica hasta los que representaban a los liberales, criticaban "ese alarmante afeminamiento de las nuevas generaciones", y trataban de convencer al público lector de que la homosexualidad era una forma de desviación sexual que atentaba contra las buenas costumbres. El discurso modernizante de la prensa porfiriana alabó la invención de la homosexualidad como delito y, según Barrón Gavito, hizo posible pensar esa otredad como criminal y enferma. La publicación de la noticia la hizo notoria, y así, visible, permitió al público enterarse de "prácticas nefandas" anteriormente escondidas, rumoradas, comentadas en voz baja. Tales prácticas, además, se adscribían sobre todo a una clase social supuestamente decadente y claramente criticada por su estilo de vida dispendioso y europeizante.

El tercer artículo de este expediente —"La administración de tres haciendas durante la Revolución"—, de María Eugenia Ponce, plantea la experiencia de la Revolución Mexicana desde la perspectiva de los hacendados y, sobre todo, de los administradores de haciendas de la zona central del país, convertida en su momento en zona de guerra de los diversos ejércitos revolucionarios. Este texto cuenta las peripecias de la Revolución a partir de los relatos de Antonio Castro Solórzano, administrador y apoderado legal de los bienes de Josefa Sanz, viuda de Solórzano, dueña de cuatro haciendas pulqueras y cerealeras en Tlaxcala y el Estado de México. La región de Tlaxcala y el Estado de México se convirtió desde 1910 en escenario de la problemática revolucionaria y en zona de paso de diversos ejércitos beligerantes. En este análisis, el administrador general y apoderado mantiene, en medio del conflicto, una correspondencia constante con los demás administradores de las haciendas. Así, Castro Solórzano se convierte en un testigo privilegiado de los acontecimientos: un sujeto que habla desde el antiguo régimen en un mundo inseguro y cambiante en el que la Revolución no sólo interrumpe los procesos de producción de las haciendas sino que trastoca los valores y conciencias tradicionales. La Revolución ha sido vista desde numerosas perspectivas, pero pocos trabajos se enfocan en la experiencia vivida por las haciendas durante la época, en la cual los préstamos forzosos, la leva de los trabajadores y la toma de conciencia de estos últimos son fenómenos imprevistos que se operan sobre un fondo de tradiciones ancestrales en las que prevalecía la deferencia y la sumisión hacia los patrones. Los reportes de los administradores hablan del constante asedio al cual fueron sometidas las haciendas por parte de las diferentes fuerzas revolucionarias que solían utilizar estas unidades de producción agrícola como fuentes de abastecimiento para caballada, granos y otros enseres. La presión que ejercían los ejércitos revolucionarios sobre las haciendas, así como las frecuentes incursiones de gavillas que desde 1911 merodeaban la zona, son ejemplos de la inseguridad en el campo y del proceso de desmoronamiento del antiguo estado porfiriano. El artículo detalla las diversas estrategias que los hacendados utilizaron para proteger sus propiedades, y describe el aumento de la violencia rural, que incluía desde los préstamos forzosos hasta la ocupación de haciendas por los diversos ejércitos en disputa. Se trata de una visión poco explorada en los anales de la historiografía de la Revolución. Así mismo, la autora analiza cómo a través del proceso revolucionario se va quebrantando la economía moral tradicional que anteriormente regía las relaciones laborales en las haciendas. Cómo, sobre todo en Tlaxcala, los jornaleros agrícolas empiezan a organizarse para pedir mayores sueldos y reducciones en la jornada de trabajo apoyados por autoridades estatales tanto maderistas como constitucionalistas —tildados de "socialistas" por el apoderado general. El relato del administrador de los bienes de la familia Solórzano-Sanz nos permite vislumbrar la Revolución como un proceso multifacético y complejo que trastocó formas de pensar y prácticas consuetudinarias, que transformó al trabajador sumiso y obediente en un sujeto que empezaba a reclamar derechos y a exigir mejores condiciones de vida. Este trabajo es una muestra de cómo las antiguas prácticas culturales se transmutaban y surgía un discurso de dignidad y de reclamo opuesto a los valores de antaño. El orden social estaba siendo alterado.

Frente a todas estas peripecias sorprende que las haciendas siguieran produciendo ganancias y, de hecho, que resultaran un negocio rentable a pesar de la guerra. En ese sentido, Ponce Alcocer analiza las diversas estrategias que empleó el apoderado general para salvaguardar la rentabilidad de las mismas. Por otro lado, las misivas de Castro Solórzano a los dueños, también relatan cómo el agrarismo empieza a inquietar a ciertos pueblos y cómo se incrementan las posibilidades de que sus propiedades se vean afectadas; comienza entonces una larga etapa de litigios agrarios que culminarán en 1926 y 1934 con la restitución de tierras y la dotación de ejidos a las comunidades agrarias cercanas. La reforma agraria marcará el fin de la hacienda como unidad productiva y también como comunidad de vida, una institución que había dominado al campo mexicano durante cerca de cuatrocientos años. Asimismo, el último artículo de este expediente pone al desnudo el tiempo de brecha y cambio que significó la llamada Revolución Mexicana, en el transcurso de la cual un orden se desmoronaba pero no se vislumbraba aún el nuevo acontecer, y en donde los hacendados y sus apoderados intentaban conservar su forma de vida en un mundo que ya no era aquél en el que habían nacido.

 

Jane Dale Lloyd

 

Bibliografía

1) Antonio Saborit. El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola, México, Grupo Carso, 2003.         [ Links ]

 

Nota

1 Antonio Saborit, El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola, México, Grupo Carso, 2003, p. 29.

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