La única vez que he visto en persona al teniente coronel médico cirujano retirado Alberto Peña Rodríguez (Figura 1), fue en el auditorio de la Escuela Médico Militar (EMM) de Lomas de Sotelo II, el sábado 17 de marzo de 2012 con motivo de la celebración del jubileo de su Generación XLI (1957-1962) al cumplir cincuenta años de egresados de la EMM. Y, aunque no tuve la oportunidad de alternar con él, a través de las amenas pláticas de mi maestro, el General de División MC Retirado Bernardo Alfredo Bidart Ramos, perteneciente a la misma generación, he escuchado muchas y divertidas anécdotas en las que están involucrados desde luego sus compañeros de generación, incluido por supuesto el Dr. Peña Rodríguez de quien iniciaré su reseña:

Alberto Peña Rodríguez nació el 16 de agosto de 1938 en la ciudad de México, Distrito Federal, en una pequeña maternidad privada en el centro de la ciudad de México, fue el cuarto de cuatro hermanos, aunque tuvo otros más que desafortunadamente fallecieron en la niñez como consecuencia de enfermedades infecciosas y de la carencia de antibióticos propias de esa época en todo el país.¹ Su padre era ingeniero agrónomo que trabajaba para el gobierno en diferentes estados de la República, por lo que cursó la educación primaria de 1946 a 1951 en diferentes planteles de la ciudad de México, la secundaria de 1952 a 1954, en la Escuela Secundaria “José Rafael Campoy” Núm. 1 en Ciudad Obregón, Sonora y el bachillerato de 1955 a 1956, en la Escuela Nacional Preparatoria Número 1 de la UNAM, ubicada en ese entonces en el bellísimo edificio del antiguo Colegio Jesuita de San Ildefonso de las calles de Justo Sierra en pleno centro del Distrito Federal, antiguo barrio universitario de la primera mitad del siglo XX.

Cita textual del Dr. Peña:

“Al terminar la Escuela Preparatoria, conocí a dos capitanes primeros pasantes de medicina de la Escuela Médico Militar, quienes se casaron con dos de mis hermanas. Se trata del ahora Gral. Brig. M.C. Ret. Álvaro Fox Alonso y del Mayor M.C. L.I. Alfonso Luis Velasco González. Obviamente ellos influyeron en mi decisión de ingresar a la Escuela Médico Militar. Además, me enteré de que era una excelente escuela de medicina y de algo muy importante para mí en esa época: ¡¡era gratis !!”

Fotografía tomada poco después de haber egresado de la Escuela Médico Militar Wilfrido Rolando Castañeda Zúñiga, en 1962.

Figura 1: Mayor MC Alberto Peña Rodríguez 

Ingresó como cadete a la Escuela Médico Militar en enero de 1957 y egresó como mayor médico cirujano en diciembre de 1962, recordemos que en la segunda mitad de la década de los años sesenta, se modificó el calendario escolar oficial de la Secretaría de Educación Pública que hasta ese momento era de enero a noviembre y que a partir de esas modificaciones quedó como actualmente persiste, de septiembre a julio.

De tal forma que, en diciembre de 1962, egresaron dieciocho mayores médicos cirujanos integrantes de la Generación XLI (1957-1962) de la Escuela Médico Militar. Su grupo, inicialmente estuvo compuesto de cuarenta y dos alumnos, de los cuales se graduaron unicamente dieciocho, con una eficiencia terminal del 40%, entre los cuales se encuentran los únicos becarios de la República Dominicana (Darío Isaac Mañón López) y de los Estados Unidos (Milton Jerome Linder Rouede) egresados de la Escuela Médico Militar hasta el momento.

Algo de lo que el doctor Alberto peña Rodríguez siempre ha estado muy orgulloso, es de haber tenido la oportunidad de ser el abanderado de la Escuela Médico Militar cuando se encontraba cursando el quinto año de la cerrera con el grado honorario de subteniente de cadetes comandante de la Escolta de la EMM. (Figura 2)

Figura 2: Subteniente de cadetes Alberto Peña Rodríguez, abanderado de la Escuela Médico Militar, 1960 

Otro hecho destacable es el haber sido distinguido con la Medalla Jesús Lozoya Thalmann,² otorgada al mejor alumno de la cátedra de Pediatría en la Escuela Médico Militar. Con estas dos distinciones a las que se hizo acreedor aún en su etapa como alumno, dio inicio lo que a la postre se convirtiera en una muy larga lista de premios, condecoraciones y distinciones obtenidas por el Dr. Alberto Peña Rodríguez como producto de su desempeño académico a lo largo de su productiva vida profesional.

Posteriormente a su graduación como mayores médicos cirujanos, todos los integrantes de su grupo pasaron al Internado Rotatorio de dos años de duración en el Hospital Central Militar (HCM) de 1963 a 1964, cabe mencionar que cuando estaba por concluir el segundo año de internado, en diciembre de 1964, obtuvo el permiso para hacer una pasantía de un mes en el Hospital de la Universidad de Michigan, en el Departamento de Cirugía de Tórax. Premio otorgado por el coronel M.C. Ricardo Blanco Cancino por su distinguida actuación como médico interno durante su rotación por el Servicio de Cirugía de Tórax del HCM, cuyo jefe en ese entonces era el Dr. Blanco Cancino.

El sistema de selección y obtención de plazas para continuar con la carrera hospitalaria en el Hospital Central Militar a partir 1947 y hasta 1990 era “piramidal”, exclusivamente los médicos internos mejor calificados eran premiados o incentivados con una plaza de subresidente,³ por lo que en la generación del Dr. Peña Rodríguez, de los dieciocho compañeros de su grupo, solamente diez se quedaron un año más como subresidentes en el año de 1965, entre ellos el Dr. Peña y al concluir este año, nuevamente de entre los subresidentes mejor calificados se elegían solamente a tres, para ocupar una plaza como médico residente, tal fue el caso del Dr. Alberto Peña Rodríguez, quien en compañía de los doctores Juventino Ayala Pérez y José Antonio Medina Rodríguez, fueron designados para desempeñarse como residentes durante el año de 1966 y al finalizar ese año, el mejor de los tres, fue designado como jefe de residentes, que en el caso de esa generación el puesto recayó en el entonces mayor médico cirujano José Antonio Medina Rodríguez, jefe de residentes del Hospital Central Militar durante el año de 1967.⁴

Del porqué decidió dedicarse a la pediatría y en particular a la cirugía pediátrica.

Para ello le cedo la palabra al Dr. Peña:

“Mi decisión de dedicarme al cuidado de los niños fue una consecuencia de mi contacto con el profesor Gral. Brig. M.C. Jesús Lozoya Solís, durante la cátedra de Pediatría que se cursaba en el último año de nuestra carrera en la Escuela Médico Militar. El Maestro Lozoya era sumamente carismático. Sus clases eran entretenidas y además, gracias a su influencia, traía con frecuencia como profesores invitados, a distinguidos pediatras mexicanos que enriquecían la cátedra. El maestro Lozoya se convertiría en mi mentor e influiría en mi forma de pensar y actuar hasta el momento de escribir esto.”

Durante el segundo año de internado, nació mi primer hijo Gustavo,⁵ quien desafortunadamente sufría de atresia de las vías biliares. Un padecimiento para el que no existía curación en esa época. Fue el maestro Lozoya quien contacto al Dr. Robert Gross, jefe de cirugía del Hospital de Niños de Boston y pionero de la cirugía cardiovascular y cirugía pediátrica, para pedirle que atendiese a mi hijo. El Dr. Lozoya me prestó el dinero para costear el viaje a Boston. El 5% de los niños con este padecimiento sufrían de una forma susceptible de ser reparada y esa fue la razón que nos llevó a Boston con la esperanza de que la malformación de nuestro hijo pudiese ser reparada.

El Dr. Gross operó a nuestro hijo. Desafortunadamente la atresia de nuestro hijo no era del tipo que podía repararse. Debíamos esperar que falleciese unos meses después (en realidad y contra todo pronóstico, Gustavo falleció 4 años después). Durante nuestra estancia en Boston, yo le pedí al Dr. Gross que me permitiese observar sus operaciones. La experiencia para mí fue… ¡reveladora!.

Me impresionó profundamente como las operaciones de los niños podían llevarse a cabo en forma eficiente, elegante, rápida y hermosa. Esta experiencia fue la que me hizo decidir dedicarme a la cirugía pediátrica.

Regresé a México, terminé mi internado, subresidencia y residencia. Cumplí con mi tiempo en filas y dados mis intereses profesionales, presenté y aprobé el examen de la Comisión Educativa Para Médicos Graduados Extranjeros (ECFMG) requerido para tener acceso a una residencia en los Estados Unidos de América.

Inmediatamente después, me dirigí a la Dirección de Sanidad Militar, en ese entonces a cargo del Gral. Brig. MC Abelardo Zertuche Rodríguez y solicité mi licencia ilimitada. El maestro Zertuche me concedió la licencia y me dijo que “metiera mis papeles”. En esos días, le comuniqué al Dr. Lozoya mis planes; yo quería hacer una residencia de cirugía general de cinco años en Estados Unidos, para entonces tener derecho a solicitar una residencia de dos años más, ahora sí en cirugía pediátrica. Es decir, esto me llevaría siete años de adiestramiento.

El maestro Lozoya se opuso vehementemente a mis planes y me ofreció ayudarme para que la Secretaría de la Defensa Nacional me comisionara en el extranjero sólo por un año, a condición de que yo firmara un contrato por dos años más de servicio en el Ejército Mexicano a mi regreso. El maestro Lozoya pensaba que yo estaba suficientemente adiestrado en cirugía pediátrica y que sólo necesitaba un año como observador en EEUU para regresar a México y hacer un buen papel como médico militar cirujano pediatra. Yo no estaba de acuerdo. Nuestra discusión se prolongó por tres horas y al final, acordamos que él me ayudaría a convencer a las autoridades militares para que me comisionaran por tres años en el extranjero y por supuesto, firmando un nuevo contrato con el Ejército Mexicano, para servir por seis años más a mi regreso del extranjero.

Como consecuencia de este acuerdo, posteriormente el Gral. Brig. MC Jesús Lozoya y yo, nos dirigimos a la Subdirección del Hospital Central Militar a cargo del Tte. Cor. MC Raúl Fuentes Aguilar. En esa época se vivía una situación peculiar en el Servicio de Sanidad, a pesar de que el doctor Fuentes Aguilar ostentaba solamente el grado de Tte. Cor., se sabía que era amigo personal del Gral. Div. Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional. Así las cosas…se decía que desde su pequeña oficina de la Sub-Dirección del Hospital Militar, él controlaba el Servicio de Sanidad Militar.

Con la elegancia y capacidad de convencimiento que caracterizaba al maestro Lozoya, le explicó al Tte. Cor. MC Fuentes Aguilar nuestro plan. Dos días después, recibí una llamada-orden de presentarme en la Subdirección del Hospital. Parco y directo en el hablar, el Dr. Fuentes Aguilar me dijo: “…El señor Secretario de la Defensa le ofrece que se vaya usted tres años al extranjero, recibiendo sus haberes de mayor, a condición de que firme este papel, comprometiéndose a servir por seis años a su regreso…” ¡Firmé!

El maestro Lozoya le solicitó al Dr. Robert Gross que me empleara por tres años en el Hospital de Niños de Boston. La respuesta fue que sólo podía aceptarme por un año en el laboratorio de cirugía cardiovascular. Al terminar ese año, el Dr. Gross no podía comprometerse a darme trabajo; ¡yo debería buscar un empleo en algún otro hospital de los Estados Unidos! Acepté el reto y el riesgo. Me fui a Boston con mi esposa, dos hijos (uno gravemente enfermo) y otro bebé por nacer. En el laboratorio de cirugía cardiovascular hacíamos una investigación apasionante en oxigenadores de membrana, cortocircuitos aórtico-pulmonares y trasplantes cardiacos. Sin embargo, mi interés seguía siendo la cirugía general pediátrica.

Unos meses después, de pronto ocurrió lo que yo llamo “serendipia”.⁶ La criminal Guerra de Vietnam demandaba la presencia de cirujanos jóvenes, quienes fueron reclutados obligatoriamente. Un residente del Hospital de Boston recibió órdenes de presentarse a servir y yo, estando en el lugar y momento adecuados, ocupé su lugar. Nuevamente me explicaron que sería sólo por un año, después del cual yo debería buscar trabajo en otro sitio. Un año después, cuando me quedaban 15 meses de permiso de la Secretaría de la Defensa, la serendipia volvió a favorecerme. El residente mayor, a quien coincidentemente, le restaban 15 meses para terminar su adiestramiento oficial, se enfermó gravemente y tuvo que renunciar a su cargo. Y… ¡ahí estaba yo, nuevamente en el lugar y momento adecuados! Así, fue como logré adiestrarme en Cirugía Pediátrica en los Estados Unidos, a pesar de no haberme adiestrado en Cirugía General en este país. Sin embargo, al llegar a Boston, yo había practicado la cirugía general como interno (2 años), Subresidente (un año) y como residente (un año). En su época, esto representaba un excelente adiestramiento quirúrgico de cuatro años adquirido en nuestro querido Hospital Central Militar.

Mi hijo mayor falleció en Boston a los 4 años y medio. Una experiencia que marcó mi vida y me hizo mejor médico y cirujano de niños.

Otra vez la serendipia:⁷ Cuando faltaban tres meses para regresar a México, recibí una llamada telefónica del General de Brigada. M.C. Alger León Moreno, quien acababa de ser nombrado director general de la IMAN (Institución Mexicana de Asistencia a la Niñez), que incluía el flamante Hospital del Niño IMAN.

“¿Quieres ser jefe de cirugía del Hospital IMAN?” Me dijo.

“Maestro, yo tengo un compromiso con el Ejército” contesté.

“No te preocupes, arreglaremos todo”. Contestó el maestro.

Y así ocurrió que yo era residente mayor (senior resident) en Boston, el 30 de diciembre de 1971 y Jefe de Cirugía del Hospital del Niño IMAN en México, D.F. el dos de enero de 1972.

Se me comunicó que en virtud de que a los médicos adscritos a la Sala de Pediatría Quirúrgica del Hospital Central Militar se les había concedido su retiro, yo debería ocupar el cargo de Jefe de la Sala.

De las siete a las once de la mañana, debería yo asistir al Hospital Central Militar y después de eso debería trabajar en el hospital IMAN el resto del tiempo. Además, en mi ausencia, el maestro Lozoya había organizado lo que sería el primer Curso de Cirugía Pediátrica de tres años de duración, para Médicos Militares.⁸ Había aceptado en el curso a tres médicos militares y a un civil procedente de la República de Ecuador. Yo sería el profesor del curso.

Los siguientes trece años representaron una etapa de trabajo intenso en dos instituciones, con responsabilidades importantes, tanto en el Ejército como en el ámbito civil. Fueron, sin embargo, años muy productivos académicamente. Tuvimos la satisfacción de operar el primer bebé con atresia de esófago que sobrevivió en el Hospital Central Militar. Operamos el primer pecho excavado en México y formamos tres generaciones de cirujanos pediatras militares, además de muchos cirujanos pediatras civiles.

En 1980, concebí una forma diferente de operar a los niños con malformaciones ano-rectales, que hasta ese entonces se operaban en forma ciega, desconociendo la anatomía básica de la malformación, lo cual producía resultados muy malos en términos de continencia fecal, continencia urinaria y función sexual. El día 10 de agosto de 1980, llevé a cabo la primera operación de ese tipo. Por primera vez, pudimos ver directamente la verdadera anatomía intrínseca de estas malformaciones y con ello, diseñar una forma racional de repararlas, sin dañar las estructuras vecinas.

Lo que siguió fue una actividad febril para documentar nuestros hallazgos, tomar fotos, hacer películas, seguir a nuestros pacientes, documentar los resultados, y, lo más difícil, llevar nuestras ideas a los foros internacionales, confrontando a los “expertos” internacionales. De una manera exponencial, aumentó el número de visitantes médicos de otros países, interesados en ver en vivo, la operación que habíamos diseñado: la Anorrectoplastía Sagital Posterior,⁹ o Procedimiento de Peña,¹⁰ que desde ese momento y hasta nuestros días es efectuado por todos los cirujanos pediatras en prácticamente todo el mundo con excelentes resultados en la calidad de vida de los pacientes con malformaciones ano-rectales (MAR) intervenidos con esta técnica.¹¹ Este abordaje quirúrgico cambió radicalmente la terapéutica quirúrgica de estos pacientes y su pronóstico y calidad de vida a muy largo plazo.

En 1982 operé por primera vez en Monterrey a una niña que sufría de una malformación llamada cloaca. Hasta ese día, no existía una técnica racional para reparar esa malformación. La operación fue un éxito, actualmente la paciente tiene continencia fecal, continencia urinaria y es madre de un pequeño sano. Esto abrió otro capítulo más en la historia de las malformaciones colorectales y genitourinarias. Nuestra experiencia actual en la reparación de cloacas asciende ahora a 614 casos.

En 1984, recibí las primeras dos invitaciones para trabajar en los Estados Unidos. Resistí la tentación y no las acepte. A principios de 1985 recibí una nueva invitación mucho más tentadora, la cual no pude rechazar y así fue como me mudé a Long Island, Nueva York, para ocupar el cargo de Jefe de Cirugía del Schneider Children’s Hospital, parte del Long Island Jewish Medical Center. Ahí permanecí por veinte años, quizá los más productivos de mi vida académica. Nueva York significó un lugar clave para recibir pacientes de todo el mundo y también para viajar a los cinco continentes, dando conferencias y haciendo demostraciones quirúrgicas.

Las malformaciones ano-rectales, como todas las malformaciones congénitas, frecuentemente se asocian a malformaciones cardiacas, renales, ortopédicas, esofágicas y gastrointestinales. Los pacientes se benefician más, cuando son atendidos en forma integral por grupos multidisciplinarios. Además, estos pacientes deben ser seguidos a largo plazo responsabilizándose así de sus secuelas funcionales. Asimismo, está claro que podemos reconstruir un recto, una vagina, una uretra, y una vejiga, pero debemos reconocer que cierto porcentaje (aproximadamente 25 %) sufrirán secuelas funcionales que deben ser atendidas. Ello me llevó a concebir y diseñar un centro multidisciplinario para ofrecer un manejo integral a estos pequeños. Mi proyecto lo presenté a los hospitales de niños más importantes del país. Los líderes del Hospital de Niños de Cincinnati se mostraron receptivos a mi idea y así fue como logramos crear el primer Centro Colorectal para Niños en el Hospital de Niños de Cincinnati. Este Centro tuvo mucho éxito. Trabajé en ese hospital por diez años consecutivos. La idea de este tipo de Centros ha sido adoptada por varios hospitales de niños de los Estados Unidos

Hasta el momento de escribir esto, nuestro archivo digital contiene información de más de cuatro mil pacientes, lo cual representa ¡la serie más grande del mundo! y también representa una fuente inagotable de información y publicaciones.

Los pacientes operados al principio de nuestra experiencia son ahora adultos, por fortuna, la mayoría de ellos gozando de una vida sana. Sin embargo, al menos un 25 % de ellos y ellas, sufren de grados diversos de secuelas funcionales que requieren atención. Esto nos llevó a crear el concepto de “Cuidados Transicionales”. Queremos asegurarnos de que nuestros pacientes tengan una transición feliz, al pasar de los cuidados pediátricos a los cuidados de adultos. Para ello, sentimos la necesidad de crear una asociación y colaboración creativa con nuestros colegas cirujanos urólogos, ginecólogos y colorectales de adultos. La Universidad de Colorado acepto con entusiasmo nuestra idea. El Hospital de Niños de Denver está situado al lado del Hospital Universitario y contamos con el deseo de cooperación de nuestros colegas de adultos del Hospital Universitario. La Universidad me distinguió además ofreciéndome la “Ponzio Chair of Pediatric Colorectal Surgery”. De ahí que hayamos aceptado mudarnos a Denver donde trabajamos con gran armonía desde febrero de 2016.”

A continuación, haremos un extracto curricular de los datos más relevantes de la trayectoria académica del Teniente Coronel Médico Cirujano Retirado Alberto Peña Rodríguez: (Figura 3)

Figura 3 Dr. Alberto Peña Rodríguez, 2010. 

Formación Académica Superior:

Comisiones del servicio como médico militar:

Puestos directivos y académicos:

Honores, premios y reconocimientos otorgados:

Actividad editorial:

Publicaciones:

Sociedades científicas, membresías Honorarias:

Ha sido Profesor Invitado en 502 ocasiones a los siguientes países:

Estados Unidos, Canadá, Guatemala, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú, España, Italia, Francia, Alemania, Holanda, Austria, Bélgica, Polonia, República Checa, Hungría, Turquía, Chipre, Grecia, Israel, Egipto, Jordania, Abu Dabi, Arabia Saudita, Dubai, Kenia, Sudáfrica, India, China, Japón, Corea del Sur, Filipinas, Taiwán, Australia, Nueva Zelandia, Suecia, Finlandia y desde luego nuestro país México, en donde además de actividades académicas también ha contribuido con actividades estrictamente asistenciales de las cuales citaré como ejemplo la operación de una pequeñita con una malformación ano-rectal tipo cloaca que operó el Dr. Peña Rodríguez en el Hospital General de Occidente en la ciudad de Guadalajara, Jalisco el 28 de abril de 2017.

Y, aunque “Nadie es profeta en su tierra”, el Hospital Infantil de Quintana Roo, que esperemos pronto sea una realidad gracias a la incansable labor de la Fundación Hospital Infantil de Quintana Roo Dr. Alberto Peña Rodríguez y de su presidente, el Dr. Francisco González Durán de León, que no descansarán hasta que este proyecto sea una realidad y el hospital lleve el nombre de este ilustre médico militar mexicano, por sus aportaciones en beneficio de la niñez del mundo.

Es indudable que la trayectoria académica profesional del doctor Alberto Peña Rodríguez resulta impresionante, pero aun así deseo destacar su gran calidad humana y su humildad patentes en el trato diario con sus pacientes y sus padres y por supuesto que las aportaciones del Dr. Peña Rodríguez a la cirugía pediátrica mundial deben ser conocidas por todos, en especial por los médicos militares mexicanos que debemos sentirnos orgullosos de este maestro y compañero médico militar, cuyo prestigio no sólo ha rebasado desde hace muchos años las fronteras de nuestro país, sino que sepamos que en el mundo, en la vida de los pacientes pediátricos con malformaciones ano-rectales, hay un antes y un después del Dr. Alberto Peña Rodríguez.

Para finalizar cederé nuevamente la palabra al Dr. Peña Rodríguez a quien cito textualmente a manera de conclusión:

“Mi vida profesional representa un viaje extraordinario y exitoso, me ha permitido conocer el mundo y recibir excelentes reconocimientos. Sin embargo, no olvido mi pasado ni mi origen y gusto de repetir que: ¡Podemos cambiar nuestras hojas, pero no podemos cambiar nuestras raíces! Esto me ha convertido en un individuo extremadamente optimista. Se trata de un optimismo que me gusta compartir con las nuevas generaciones, en especial las nuevas generaciones de mi país y más aún si se trata de egresados de nuestra alma mater, nuestra querida Escuela Medico Militar”. ¡Vivo eternamente agradecido con nuestra alma mater y con el Ejército Mexicano! Siento, además, ¡un enorme orgullo por ser Médico Militar mexicano!”