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Alteridades

On-line version ISSN 2448-850XPrint version ISSN 0188-7017

Alteridades vol.21 n.42 Ciudad de México Jul./Dec. 2011

 

Lecturas

 

Territorios fragmentados. Estado y comunidad indígena en el Istmo veracruzano*

 

Reseñado por Odile Hoffmann**

 

*Emilia Velázquez Hernández,
Territorios fragmentados. Estado y comunidad indígena en el Istmo veracruzano
,
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social/
Publicaciones de la Casa Chata, México, 2006

 

** Unité de Recherche Migrations et Societé-Institut de Recherche pour le Développement, París <odile.hoffmann@ird.fr>.

 

Algunos años después de su publicación, este libro es más que nunca una obra maestra que da cuenta de casi una década de esfuerzos y compromisos en la Sierra de Santa Marta, en el sotavento veracruzano.

Empezaré con una anécdota: el libro tiene dos portadas. En una (la "original"), un grupo de vacas, con unas miradas atónitas y vagamente desafiantes, parecen surgir de una nube casi divina, mientras que en la parte inferior de la imagen aparecen dos campesinos desdibujados y un campo cultivado pisoteado por estos seres invasores, lo que sugiere la victoria del ganado sobre un campesinado dominado a pesar de su resistencia. En la solapa, al contrario, se impone una magnífica sierra cubierta de selva y vida que se niegan a morir y que siguen caracterizando, hoy en día, la Sierra de Santa Marta: una sierra habitada, explotada y amada por miles de campesinos indígenas que desde hace siglos defienden y modelan sus espacios de vida. Esta "doble portada" refleja con gran simbolismo la riqueza y la complejidad de la vía abierta por Emilia Velázquez Hernández, recalcando que es necesario e imprescindible considerar, de manera simultánea, un proceso y su contrario; en este caso, la ganaderización victoriosa y una sociedad rural campesina indígena que permanece y se reproduce en cada momento desde nuevos referentes, hoy ambientalistas y en defensa de su patrimonio natural.

La obra propone una relectura de la historia política local y regional alrededor de una tesis relevante: la lucha por la tierra funge como eje de comprensión de dinámicas internas de la sociedad local, y no sólo de los eventuales enfrentamientos de "la comunidad" contra "el Estado" o "el terrateniente". La lucha por la tierra implica la defensa del territorio como opción cultural y política de sociabilidad entre hombres y mujeres en lo local, regional y nacional. El segundo eje de la obra consiste en resaltar la participación y el potencial de interlocución de los actores locales, en el caso que nos ocupa indígenas popolucas y nahuas. En el nivel local, se traduce en una conflictividad elevada y a veces extrema; en el nivel regional y el nacional, en una capacidad de "agencia", de negociación, de uso de todas las herramientas legales y políticas a su alcance (alianza, negociación, trámites).

Estos dos ejes se tejen en el tiempo y el espacio para hacer aportaciones significativas en el campo teórico de las ciencias sociales contemporáneas en lo que respecta a cuestiones de actualidad, de las que sólo mencionaré tres:

1. En la relación local-global, Emilia Velázquez subraya los procesos de articulación complejos, no mecánicos, que existen entre los distintos niveles y esferas de la vida social, y que cambian según los actores y los contextos de cada época. Ahora, con los debates sobre globalización, estudios de este tipo se vuelven clave para evitar simplismos y planteamientos ideologizados.

2. En los ámbitos teórico y metodológico, la autora innova al sostener una opción que consiste en asociar sistemáticamente a los actores con sus espacios de vida y de interacción. El espacio se vuelve parte de los acontecimientos y del análisis. Desde esta perspectiva, "la tierra" deja de ser simple soporte, recurso o medio de sobrevivencia para volverse "territorio" según algunos, "región" según otros, mercancía según otros más. La polivalencia de "la tierra" aparece a plena luz, lo que explica el papel central que puede jugar en las dinámicas políticas, sociales y económicas de los pueblos y personas afectados. No tiene por qué privilegiar una u otra función; todas coexisten.

3. En este libro, los actores nunca se reducen a una sola de sus facetas, ya sean "indígenas", "popolucas", "terratenientes" , "rebeldes" , etcétera. Es decir, la autora logra mantener en todo momento el aspecto plural y contextual de las identidades, donde la relación hace la identidad del momento, sin ignorar, por lo tanto, las fuerzas que le dan estructura y cierta permanencia.

Ahora bien, quisiera abundar en dos debates abiertos o enriquecidos por esta obra, uno alrededor del espacio y el territorio, otro alrededor de la naturaleza de "la comunidad".

 

Dos acercamientos al espacio: la región, el territorio-la tierra

El primer capítulo adopta un enfoque regional y apoya una importante tesis: a finales del siglo XIX, la configuración del espacio regional se da a causa de la valoración diferencial de los recursos (madera, café, caña) por actores que disponen de capital financiero y político (alianzas con el gobierno), de conocimiento técnico (ferrocarril, modernización) y cultural (extranjeros) distintos de los locales. La correlación de fuerzas que se instaura y que orienta la transformación regional incluye todos y cada uno de estos campos, en un entramado desigual según las temporadas y las microrregiones en las que se producen. Así, a finales del siglo XIX se da una valoración inédita del Istmo veracruzano, una "creación" de la región con base en inversiones, infraestructura, voluntad política y nuevos recursos. Un discurso idéntico aparece en los albores del siglo XXI alrededor del Plan Puebla Panamá –recién rebautizado Mesoamérica–: la denuncia del olvido del istmo y la recuperación de una región casi damnificada por la crisis industrial, como si la historia del istmo funcionara con etapas reiteradas de auges y olvidos. Esta "narrativa" es apasionante por su complejidad, los avances y retrocesos, la emergencia de nuevos interlocutores y actores, la articulación de lógicas entre las que predomina la relación entre tierra y trabajo, ambos bajo la mirada y las apuestas del capital. La Sierra está a la vez dentro y fuera de los fenómenos globales que afectan las tierras bajas; dentro y fuera de la región que la determina en gran medida.

En otros capítulos, el enfoque espacial se refiere más nítidamente a la tierra y al territorio, lo que permite abrir la perspectiva política. Por ejemplo, en el capítulo 5, la autora asume que la política (en este caso la lucha por el ayuntamiento) es un medio para alcanzar el fin, que es la tierra y el territorio étnico. La tierra es el nudo de conflictividad que se articula con los procesos políticos. Es bastante convincente, aunque quizás se podría pensar también al revés: la lucha de poder, la rebeldía de los jóvenes y la demanda por más autonomía son los nudos del conflicto que aprovechan el tema de la tierra para expresar su propia voz. Es decir, para los actores locales, la lucha por la tierra sería un medio para lograr su fin: la emancipación política de "la comunidad". Quizá no deberíamos oponer las dos visiones. El territorio y la tierra son elementos constitutivos del conflicto, pero no tienen que ser, siempre y forzozamente, la base y el sustento original de la comunidad. Existen comunidades sin tierras, no todo lo comunitario se explica por la relación con la tierra o con el territorio ancestral.

 

La comunidad: siempre presente y siempre vacilante

En este libro, la concepción de la comunidad y en particular de la comunidad étnica está a veces explícita, a veces más subyacente; nunca autocontenida ni fija en una definición unívoca. La comunidad indígena de Soteapan, que podría aparecer como una evidencia empírica, existe y no existe: sí existe una comunidad de referentes plasmados en prácticas, rituales, sistemas de comunicación (idioma) y espacios compartidos; no existe como entidad unificada, pues reúne una gran diversidad de actores e intereses, diversidad que alimenta precisamente las dinámicas políticas y permite la existencia de "una comunidad". Podemos ver cómo "la comunidad como actor" existe desde el principio de la Colonia. Al respecto, es impresionante y notable la capacidad de compra de "los de Soteapan", muy pronto entre 1594 y 1613 adquieren tres mercedes de tierra. De nuevo exhiben cierta capacidad financiera a finales del siglo XIX y principios del xx, en el momento de la delimitación de sus tierras. Es decir, los indígenas, que se conocen por su marginación y casi como "salvajes" por sus contemporáneos, están lo suficientemente integrados al mercado y a la sociedad global para tener dinero y saber cómo usarlo, en cuanto comunidad, cuando les conviene.

El libro subraya el papel preponderante de los indígenas en la lucha contra Porfirio Díaz, su participación activa en la rebelión magonista y en varios episodios revolucionarios de trascendencia nacional. Sin embargo, sigue abierta la cuestión sobre qué tanto los indígenas incidieron en el discurso y los planteamientos de los revolucionarios, más allá del ámbito militar y táctico inmediatos. Localmente, el acercamiento entre ellos pudo suscitar intercambios y solidaridades que dibujaron nuevas fronteras entre indígenas y mestizos, campesinos y políticos, pero parece que estos procesos no trascendieron para lograr un mejor conocimiento y reconocimiento posterior de la sociedad global y nacional hacia los indígenas. Las "imágenes culturales" que se crearon en las regiones desde la participación indígena en las movilizaciones revolucionarias y posrevolucionarias no desembocaron en la construcción de un nuevo "proyecto social integral", para usar terminología anacrónica. Este cuestionamiento se podría actualizar hoy en referencia a la sublevación neozapatista de 1994.

Ya en el siglo XX, el análisis se enfoca hacia la pugna entre dos visiones de la comunidad –ambas igualmente endógenas o emic–, las de los comunalistas y las de los agraristas. En el libro se demuestra con mucha fineza los argumentos de cada parte, sus alianzas, sus expectativas, que rebasan por mucho el control de la tierra, pues abarcan toda la vida "en comunidad": relación entre jóvenes y ancianos, entre los de dentro y los de fuera (sean revolucionarios o funcionarios) con el gobierno, con la religión, con el campo ritual. La confrontación refleja la aspiración al poder, a la modernidad, pero también a la autonomía de ambas partes de "la comunidad", sólo que con expresiones y con argumentos opuestos. El último capítulo, relativo al Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos (Procede) y a las dinámicas agrarias actuales, también se apoya en una dialéctica entre posturas que se explican no sólo por la relación con la tierra, sino por posicionamientos políticos más amplios que encuentran en la lucha por el acceso al espacio productivo y residencial una posibilidad de expresar sus aspiraciones y sus frustraciones en cuanto ciudadanos.

Esta obra es una verdadera herramienta de trabajo que pone a disposición de la comunidad académica un capital de conocimientos y de métodos acumulado en varios años, con un material documental sólido, diverso y muy bien explotado: los mapas esenciales para la comprensión de la combinación de espacios, tierras y territorios; los cuadros que funcionan como verdaderos elementos de análisis; la bibliografía actualizada, diversa y completa; la explicitación de los archivos y el índice de figuras y cuadros. Pero a estas cualidades hay que añadir otra, igual de fundamental: una escritura fluida y sensible, que rinde homenaje a los habitantes y funge como testimonio ejemplar de un pueblo, de unas comunidades rurales, de unas culturas siempre vivas y reivindicativas de su inserción respetuosa en la región y en la nación. Una verdadera obra que marcará una pauta en los estudios antropológicos e históricos que se interesen en el pasado y sobre todo en el devenir de las sociedades rurales e indígenas de México.

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