1) Introducción
El capítulo sobre las Analogías de la Experiencia es probablemente uno de los pasajes de la Crítica de la razón pura (KrV) que más ha sido estudiado y que ha sido objeto de las más diversas interpretaciones. Entre ellas, ha llamado particularmente la atención en los últimos años el punto de vista que Eric Watkins presenta en su libro Kant and the Metaphysics of Causality (Watkins, 2005). En este texto, el autor atribuye al Kant crítico un modelo de causalidad que mucho tiene en común con ciertas ideas que el filósofo había defendido en sus obras precríticas, particularmente en la Nova dilucidatio. Desde esta perspectiva que integra los distintos momentos de la evolución del pensamiento kantiano, Watkins propone una interpretación de las Analogías de la Experiencia según la cual estos principios no sólo conciernen a las condiciones de posibilidad de la percepción de las relaciones temporales, sino también a las condiciones de la existencia de tales relaciones. Dicho con otras palabras, las analogías de la experiencia ponen en juego no sólo cuestiones de índole epistemológica, sino también cuestiones de índole metafísica. El conocimiento de las relaciones temporales objetivas requiere principios ontológicos que no se refieren, por cierto, a las cosas en sí mismas, sino a las sustancias fenoménicas y a las relaciones que ellas guardan entre sí (Watkins, 2005: 200).
La interpretación que Watkins presenta es, sin duda, interesante, y su análisis exhaustivo excedería en mucho los límites de lo que me propongo exponer en este trabajo. No obstante ello, es mi intención realizar algunas observaciones sobre ciertas tesis controversiales que el autor presenta en su libro. Según Watkins, sólo su interpretación del modelo causal kantiano permite volver inteligibles las relaciones de acción recíproca que establece el principio de la tercera analogía de la experiencia. El autor destaca que muchas de las interpretaciones habituales, aun subrayando las profundas diferencias entre los modos en que Kant y Hume resuelven respectivamente el problema de la causalidad, suponen que ambos autores comparten el modelo causal “evento-evento”, i. e. un determinado evento (por ejemplo, el movimiento de una bola de billar) es causa de otro evento determinado (por ejemplo, el movimiento de otra bola de billar) (Watkins, 2005: 230-237). Pero este modelo causal, según Watkins, convierte la tercera analogía en un sinsentido. Es preciso, pues, proponer una interpretación alternativa del modelo causal kantiano que permita integrar consistentemente las tesis presentadas en la tercera analogía de la experiencia.
A continuación realizaré, en primer lugar, una breve presentación de la interpretación que Watkins propone del modelo causal kantiano. En segundo lugar, expondré los argumentos que el autor esgrime en contra del modelo causal “evento-evento”. Por último, propondré una lectura alternativa de los textos kantianos, a partir de la cual intentaré demostrar, contra la opinión de Watkins, que la tercera analogía podría resultar inteligible de acuerdo con el modelo causal “evento-evento”, y que, por otro lado, el modelo propuesto por Watkins podría volver ininteligible, o al menos oscurecer, el sentido de la segunda analogía de la experiencia.
2) La interpretación de Watkins
De acuerdo con el modelo causal que Watkins atribuye a Kant, cuando dos estados de una sustancia se suceden objetivamente, el primero de ellos no es la causa del segundo. La sucesión objetiva misma (el cambio objetivo de estado) es lo que ha de considerarse como efecto; y su causa debe buscarse en la actividad que otra sustancia realiza sobre la sustancia que ha cambiado de estado.
Para defender esta posición, Watkins comienza argumentando que, ya desde el período pre-crítico, Kant sostenía que los fundamentos reales eran los responsables de la posición de determinaciones. El autor traslada esta tesis al contexto de las analogías de la experiencia y la reinterpreta a la luz de los objetivos que ellas persiguen:1 en la Segunda Analogía de la Experiencia de la KrV, Kant está buscando los fundamentos reales de las determinaciones temporales de los estados de los objetos. Pero los fundamentos de las determinaciones de los estados de los objetos -continúa argumentando Watkins- son simplemente las causas de esos estados. Por tanto, la determinación temporal de la sucesión objetiva requiere causalidad (Watkins, 2005: 213-214).
A este modo de argumentar, se suma la consideración de algunos rasgos contenidos en la concepción kantiana de la sustancia. En primer lugar, la sustancia no puede existir sin determinaciones. En segundo lugar, sólo los estados, las determinaciones o los accidentes de la sustancia pueden ser conocidos. Dicho de otra manera, ella sólo puede aparecer a través de sus determinaciones. Por último, Watkins considera que la concepción kantiana de la sustancia supone que, si bien ella puede actuar sobre sí misma (en el sentido de que puede poner inmediatamente sus propiedades esenciales), no puede, sin embargo, cambiarse a sí misma o determinar en sí misma una propiedad relacional.2 Así pues, cuando se produce un cambio de estado en una sustancia, él es el producto de la acción de otra sustancia, la cual contiene el fundamento que determina los estados sucesivos de la primera. En caso de que exista interacción entre ellas, los fundamentos o poderes de las dos sustancias determinarán conjuntamente los estados de ambas de manera recíproca, de modo tal que estos sean considerados simultáneos.
Lo más distintivo de la noción de fundamento que está operando aquí es su inherente asimetría: un fundamento que determina el estado de otra sustancia no lo hace en virtud de un estado determinado propio ni en virtud de su mera existencia, sino a través de una actividad indeterminada que no puede nunca volverse determinada (Watkins, 2005: 231). Las acciones son siempre el principal fundamento del cambio, y no pueden residir en un sujeto que cambie él mismo, porque, si así fuera, se requerirían más acciones y otro sujeto que determinara ese cambio. El fundamento del cambio ha de ser pues una actividad que, en sí misma, no cambia; y si esto es así el fundamento no estará temporalmente determinado en el sentido en que lo está el efecto, ya que éste tiene un determinado estado en un momento, al comenzar, y otro estado diferente al finalizar. Hay pues una radical asimetría entre la causa y el efecto. El fundamento no cambiante y temporalmente indeterminado produce un cambio determinado en otros objetos, proporcionándoles una determinada posición temporal.3 El fundamento del cambio es una actividad no cambiante. Lejos de pensar la causalidad en términos de eventos, Kant está proponiendo, según Watkins, un modelo causal en términos de poderes causales (Cf. Watkins, 2005: 244 y 251).
El autor reconoce que no es fácil comprender en qué consiste esta actividad, a la cual Kant se refiere como “la causalidad de la causa”. Sólo podemos experimentar los efectos de los poderes causales; pero no podemos experimentar los fundamentos esenciales de las sustancias ni la actividad de fundamentación por la cual los efectos son producidos. La derivación de la tabla de las categorías a partir de la tabla de los juicios, que se lleva a cabo en la deducción metafísica de los conceptos puros del entendimiento, no echa luz sobre esta cuestión, ya que la dependencia lógica dada en la forma lógica del juicio hipotético no logra capturar el significado de la actividad supuesta en la producción de un efecto. El esquematismo, por su parte, tampoco nos ayuda a esclarecer este significado, ya que el esquema de causalidad pone énfasis en la sucesión, la cual, según Watkins, concierne al efecto y no a la causalidad de la causa. Del mismo modo, las consideraciones científicas poco aportan para volver inteligible esta noción de actividad. Las fuerzas de atracción y repulsión, que serían su contrapartida física, son tan poco observables como la actividad misma. El autor arriba pues a una conclusión sumamente controversial: aquello que en última instancia vuelve inteligible esta noción de actividad o de causalidad de la causa es un tipo especial de autoconciencia, i. e. la conciencia inmediata que poseemos de las operaciones de síntesis realizadas por nuestra mente (Watkins, 2005: 265-282).
3) El modelo causal evento-evento y las dificultades para comprender la tercera analogía de la experiencia
Una de las principales razones que Watkins esgrime para defender su interpretación del modelo causal kantiano es que ella presenta ciertas ventajas por sobre el modelo causal evento-evento a la hora de volver inteligible la acción recíproca de la que habla el argumento de la tercera analogía de la experiencia.
El autor comienza por analizar qué sucedería en un modelo causal simple evento-evento. Si las causas son eventos y la interacción mutua ha de entenderse como relación causal bidireccional, entonces la interacción mutua es una relación causal bidireccional entre dos eventos. El primer evento sería la causa del segundo, y éste, a la vez, sería la causa del primero. Pero si esto es así, cada uno de ellos precedería y, a la vez, seguiría al otro, lo cual es absurdo. Watkins advierte que la contradicción persistiría aun en el caso de que se rechace la asimetría temporal de la causalidad (i. e. la precedencia de la causa respecto del efecto). Aun dejando de lado tal asimetría, la interacción seguiría siendo ininteligible ya que, si el primer evento causa el segundo evento, esto significa que el segundo evento depende del primero en lo que concierne a su existencia. Y si esto es así, no puede ser que este segundo evento sea aquello de lo cual depende la existencia del primero. Aunque dejemos de lado la precedencia temporal de la causa, el absurdo persiste, ya que habría una dependencia recíproca entre los dos eventos en lo que concierne a sus respectivas existencias.
Podría suceder, advierte Watkins, que la contradicción desapareciera en caso de admitir un modelo causal evento-evento que fuera más complejo. Sería posible desdoblar cada uno de los eventos que entra en la relación causal, de modo tal que el mismo evento no lleve a cabo, a la vez, las funciones de causa y de efecto. Podría haber un aspecto de la sustancia que funcione como causa y otro aspecto que funcione como efecto. Por un lado, el evento e1 que ocurre en una sustancia causaría el evento e2 en otra sustancia; y, por otro, el evento e3 que ocurre en esta segunda sustancia produciría el evento e en la primera. Aquí no hay ningún evento que sea, a la vez, causa y efecto de otro. Y la contradicción, por ende, desaparece.
Watkins sostiene, sin embargo, que este modelo no es menos problemático que el primero. En principio, podríamos interpretarlo de dos maneras diferentes:
a) el evento e1 en t1 causa el evento e2 en t2; y el evento e3 en t3 causa el evento e4 en t4. Suponiendo que la causa preceda al efecto, no se produce en este caso ninguna contradicción. El modelo es coherente, pero es inaceptable como interpretación de la tercera analogía. Conocemos la primera sustancia en t1 y en t4; y conocemos la segunda sustancia en t2 y t3. Por tanto, no conocemos la coexistencia de los estados de las dos sustancias.
b) el evento e1 en t1 causa el evento e2 en t2, y el evento e3 en t1 causa el evento e4 en t2; e1 y e4 ocurren en la primera sustancia, y e2 y e3 ocurren en la segunda. Como no se da el caso de que un mismo aspecto de la sustancia sea a la vez causa y efecto de otro, la contradicción del modelo simple de causalidad desparece; y como, por otra parte, e1 y e3 se dan ambos en t1, y e2 y e4 se dan ambos en t2, las relaciones causales aseguran que podamos conocer la simultaneidad entre las dos sustancias.
Esta segunda versión del modelo complejo no deja, sin embargo, según Watkins, de presentar dificultades. Suponiendo la asimetría temporal de la causa, el modelo sólo determina que e1 ocurre antes que e2; y, por otra parte, determina que e3 ocurre antes que e4. Pero no asegura que haya coexistencia entre algunos de estos eventos, porque perfectamente podría suceder que e3 no se diera en t1, y que e4 no se diera en t2. Lo único que se requiere es que e1 y e3 precedan a sus respectivos efectos.
Se podría objetar que el problema surge, una vez más, por suponer la asimetría temporal en las relaciones causales. Eliminando esta asimetría, podríamos pensar que e1 en la primera sustancia en t1 causa e2 en la segunda sustancia en t1, el cual, a su vez, causa e3 en la primera sustancia en t1. Aquí todos los eventos se dan en t1 y tenemos relaciones causales en direcciones opuestas. Este modelo, sin embargo, tampoco es admisible. Por un lado, si fuera posible afirmar que e1 en t1 produce e2 en t1, entonces no se requeriría acción recíproca para conocer la coexistencia entre las sustancias. Por otro lado, si se supone que e1 en la primera sustancia ocurre en t1, entonces la sustancia podría determinar su propio lugar en el tiempo, lo cual no es posible de acuerdo con la concepción de la sustancia que subyace, según Watkins, al modelo de la tercera analogía de la experiencia.
Ahora bien, ¿hasta qué punto el modelo causal que Watkins atribuye a Kant permite resolver estas dificultades, volviendo inteligible la acción recíproca entre las sustancias?
En primer lugar, desde el momento en que el fundamento de una sustancia que determina los sucesivos estados cambiantes de otra no depende, a su vez, de estos estados sucesivos, este modelo no se compromete con las dependencias existenciales recíprocas que tantos problemas generaban en el modelo evento-evento. En segundo lugar, si el modo en que los fundamentos de una sustancia determinan los sucesivos estados de otra no es independiente del modo en que los fundamentos de la segunda sustancia determinan los sucesivos estados de la primera, es posible que estos fundamentos determinen sus respectivos estados conjuntamente, es decir, es posible dar cuenta de la simultaneidad de estos últimos. En tercer lugar, como los fundamentos son temporalmente indeterminados, no hay necesidad de suponer, de entrada, la determinación temporal de la causa, violando los supuestos del argumento de la tercera analogía.4 Esa indeterminación evita, a la vez, una cadena infinita de fundamentos,5 y vuelve necesaria la interacción para dar cuenta de la simultaneidad (Cf. Watkins, 2005: 246).
4) Una interpretación alternativa
(4.1) Creo que la ininteligibilidad de la noción de acción recíproca no se sigue del modelo causal evento-evento, sino más bien del modo en que Watkins lo interpreta. Antes de proponer un punto de vista alternativo, realizaré algunas aclaraciones respecto del modo en que entiendo lo que Kant está tratando de establecer al demostrar los principios de las analogías de la experiencia.
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a) Si bien es un lugar común leer las analogías de la experiencia, particularmente la segunda, como una respuesta a los problemas que Hume había dejado planteados respecto de la causalidad, creo que es importante destacar que la propuesta kantiana sólo responde parcialmente a las dificultades que el filósofo escocés sacó a la luz. El análisis humeano está especialmente focalizado en el problema de la conexión entre causas y efectos particulares. El principio mismo de causalidad es apenas mencionado en el Tratado de la naturaleza humana6 y está totalmente desatendido en la Investigación sobre el entendimiento humano. La segunda analogía de la experiencia, por el contrario, está totalmente dedicada a la demostración del principio general de causalidad; y trata de establecer que, lejos de ser un principio sintético a posteriori que surge inductivamente por generalización a partir de las conexiones causales particulares (como pensaba Hume), es un principio sintético a priori que, en tanto condición de posibilidad de la experiencia, funda el carácter objetivo de esas conexiones causales particulares empíricamente conocidas. La segunda analogía permite pues abordar el problema de las conexiones causales particulares desde una nueva óptica: aquélla que permite dar cuenta de su objetividad. Pero esto no alcanza para resolver todas las dificultades que envuelve el establecimiento de dichas conexiones. Para ello, Kant deberá ir mucho más allá de lo que se demuestra en el texto de las analogías de la experiencia, y tendrá que introducir principios regulativos que orienten el ascenso de lo particular a lo general y que permitan establecer que “a causas similares les siguen efectos similares”. Sólo desde esta perspectiva más amplia podrá terminar de responder a todos los problemas que Hume había dejado planteados, integrando en la respuesta cuestiones tales como la de las regularidades empíricas y la del principio a priori que funda nuestra expectativa de que la naturaleza siga en el futuro comportándose regularmente.7
No es casual que Kant haya elegido, para ilustrar lo que establece el principio de la segunda analogía, un ejemplo tan diferente del elegido por Hume para ilustrar las conexiones causales. El movimiento de las bolas de billar constituye un ejemplo de la conexión entre una causa particular (el movimiento de la primera bola) y un efecto particular (el movimiento de la segunda bola). El movimiento del barco, en cambio, no ilustra lo que normalmente se entiende por la relación entre una causa y un efecto determinado. Como muchos autores lo han subrayado,8 difícilmente puede decirse que la posición del barco más arriba en la corriente es la causa de la posición del barco más abajo en la corriente. Esto no significa, sin embargo, que el ejemplo esté mal elegido. Todo lo contrario. Kant está tratando de llamar la atención sobre el hecho de que, en su análisis, se está moviendo en un nivel muy alto de generalidad: el que concierne a los “trazos” generales que determinan ue los fenómenos constituyan un orden objetivo. En este nivel de generalidad, creo que el término “causa” no tiene exactamente el mismo significado que posee cuando se lo emplea para describir conexiones causales particulares. Dentro de este contexto más general, el contexto de lo que podríamos llamar el “esqueleto” de la experiencia, el término no alude a poderes o fuerzas, ni supone tampoco conjunciones repetidas de fenómenos o regularidades empíricas.9 Sólo significa que algo A es de tal índole que B le sigue de acuerdo con una regla universal y necesaria;10 y, si subrayamos el aspecto temporal de la relación, significa que algo puesto en el tiempo determina la posición temporal objetiva de algo más (Cf. KrV A 144 = B 183 y A 198 = B 243). En este sentido muy general del término, la posición del barco más arriba en el río sí es causa de la posición del barco más abajo, ya que la precede y determina su posición temporal en el tiempo objetivo. El ejemplo está, pues, bien elegido, aunque no ilustre lo que normalmente entendemos por causa y efecto cuando hablamos de conexiones causales particulares.
De lo dicho hasta aquí se sigue que causalidad significa (al menos en el caso de la categoría esquematizada) “determinación de la posición en el tiempo objetivo” (Cf. KrV A 197 = B 242 y ss). Esa determinación puede ser asimétrica o simétrica, unidireccional o bidireccional. En el caso de que A determine asimétricamente la posición temporal de B, es decir, en caso de que A determine la posición temporal de B, pero B no determine la posición temporal de A, A y B se encontrarán en una relación de sucesión objetiva. De esto nos habla la segunda analogía de la experiencia. En el caso de que la determinación sea simétrica, es decir, en caso de que A determine la posición temporal de B, y B determine la posición temporal de A, A y B se encontrarán en una relación de simultaneidad objetiva. De esto nos habla la tercera analogía de la experiencia. La segunda y la tercera analogía hacen referencia a la misma noción de causalidad (determinación de la posición temporal objetiva); sólo que, en el primer caso, esa determinación es unidireccional, y, en el segundo caso, esa determinación es bidireccional.11
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b) Muchas de las interpretaciones de las analogías ponen, a mi entender, un énfasis excesivo en el problema de la reversibilidad o la irreversibilidad de las percepciones que tienen lugar cuando experimentamos relaciones temporales objetivas.12 Ciertamente, Kant llama la atención sobre esta cuestión cuando contrapone el ejemplo del movimiento del barco al ejemplo de las partes de una casa (Cf. KrV A 190 = B 236 y ss.). Cuando percibimos un barco corriente abajo, la percepción del barco más arriba debe anteceder a la percepción del barco más abajo en la corriente; y esto es así porque las posiciones del barco se suceden objetivamente. Cuando estamos, en cambio, en presencia de fenómenos que guardan entre sí relaciones de simultaneidad -como por ejemplo las partes de una casa- las percepciones pueden seguir un cierto orden o el inverso. Esto no significa, sin embargo, que, en el segundo caso, las percepciones puedan ser revertidas. Las percepciones son siempre irreversibles, tanto en el caso de que observemos el desplazamiento del barco, como en el caso de que observemos las partes de la casa. Si en t1 percibimos el techo de la casa y en t2 percibimos sus paredes, en t3 no podemos volver a la misma percepción del techo que tuvimos en t1, sino que tendremos otra percepción del mismo techo. El orden subjetivo de las percepciones es indiferente o arbitrario (más que reversible) respecto de un orden objetivo ya constituido. Esto pone de manifiesto que las características de ese orden subjetivo nunca fundan la objetividad de las relaciones temporales, sino que, por el contrario, son una consecuencia de ellas. El fundamento de la objetividad de las relaciones temporales es siempre la aplicación de las categorías.
En consonancia con esta lectura, creo que si bien la simultaneidad objetiva entre dos objetos supone que las respectivas percepciones de los mismos se pueden suceder en una dirección o en otra, ello no significa que la simultaneidad objetiva sea sucesión objetiva bidireccional. Cuando se supone esto último, la tercera analogía se vuelve, en efecto, ininteligible, ya que dos fenómenos son simultáneos cuando ocurren al mismo tiempo, y son sucesivos cuando ocurren en tiempos diferentes; y es contradictorio que un fenómeno ocupe y, a la vez, no ocupe la posición temporal en la que se halla. La contradicción desaparece cuando tenemos en cuenta que lo que se encuentra en un orden sucesivo bidireccional son nuestras percepciones del objeto; y este orden subjetivo bidireccional puede convivir perfectamente con un orden objetivo simultáneo sin conducirnos a un absurdo.
c) Existe una dificultad que, a mi entender, atraviesa la tercera analogía de la experiencia, y que es preciso tener presente en este análisis. En la tercera analogía, Kant comienza a hablar de sustancias (en plural); cosa que no ocurría en la segunda analogía. Esto no es casual. La segunda analogía da cuenta de la objetividad de la relación entre estados de la sustancia que pueden ser diferenciados por sus posiciones temporales, ya que ellos son sucesivos. La tercera analogía, en cambio, da cuenta de la objetividad de la relación temporal entre estados que son simultáneos. La diferenciación entre estos estados no puede fundarse en sus respectivas posiciones temporales, puesto que esa posición temporal es la misma. Tampoco, a esta altura, podemos recurrir a la aplicación de conceptos empíricos para diferenciar estos estados que han de ser puestos en relación en una misma posición temporal. El único recurso para diferenciarlos es su posición espacial; más precisamente la posición espacial de las sustancias de las cuales estos estados son estados. Así pues, mientras que la segunda analogía puede estar haciendo referencia a una única sustancia cuyos estados se suceden objetivamente, la tercera analogía tiene que hacer referencia necesariamente a una pluralidad de sustancias (o partes sustanciales de esa única sustancia) que guardan entre sí relaciones de exterioridad espacial. La aplicación de la categoría de acción recíproca no sólo funda la determinación de posiciones temporales, sino la determinación de posiciones espacio-temporales. Dicho de otra manera, tenemos que enfrentarnos con la dificultad de que, en el argumento de la tercera analogía, se atraviesa inevitablemente la variable del espacio.
(4.2) Mencioné en el punto (b) del apartado anterior que la simultaneidad objetiva entre dos objetos supone que las respectivas percepciones de los mismos se pueden suceder en una dirección o en otra, pero que esto no significa que la simultaneidad objetiva sea sucesión objetiva bidireccional. Creo que las reconstrucciones de los modelos evento-evento propuestas por Watkins están en gran medida viciadas por esa confusión. Es cierto que el autor parece advertir que esto podría estar afectando las reconstrucciones del modelo: en efecto, Watkins propone dejar de lado la asimetría temporal de la causalidad e interpretar la acción recíproca como dependencia recíproca causal en cuanto a la existencia. Pero a su entender, aun dejando de lado esta asimetría temporal, la contradicción persiste, ya que, si e2 depende, en lo que se refiere a su existencia, de e1, no puede ser que, a la vez, e2 sea aquello de lo cual depende la existencia de e1.
Creo, sin embargo, que, aunque Watkins intenta dejar de lado, en esta segunda versión del modelo, la identificación de la simultaneidad con la sucesión bidireccional, tal identificación, a pesar de todo, persiste. En efecto, cuando habla de dependencia recíproca en cuanto a la existencia, parece estar refiriéndose a dependencia recíproca en lo que se refiriere al comienzo en la existencia. Este comienzo en la existencia supone un pasaje el no-ser al ser. Es decir, e2 depende de e1 para comenzar a existir, y, a la vez, e1 depende de e2 para que se dé su comienzo en la existencia. Pero el pasaje del no-ser al ser supone sucesión; es decir que, si dos eventos dependen recíprocamente en lo que se refiere a sus respectivos comienzos en la existencia, quiere decir que se suceden recíprocamente. Y la contradicción reaparece, ya que cada uno de ellos ocupa y no ocupa la posición temporal en la que se encuentra.
Pienso que esta dependencia recíproca en cuanto a la existencia puede ser entendida de otra manera. e2 depende, como existente, de e1 porque e1 determina la posición temporal de e2. Y e1 depende, como existente, de e2 porque e2 determina la posición temporal de e1. Si dos eventos se determinan recíprocamente sus posiciones temporales, entonces ellos están ocurriendo al mismo tiempo. La posición temporal de cada uno de ellos resulta determinada en el orden de la simultaneidad. Por otra parte, lo que determinó respectivamente el comienzo en la existencia de e1 y de e2 se debe encontrar en un tiempo precedente (de acuerdo con lo que establece la segunda analogía), y esto precedente determinará también las posiciones temporales de e1 y e2, pero, en este caso, lo hará en el orden de la sucesión. La aplicación de la categoría de acción recíproca al tiempo supone determinación recíproca, i. e. simétrica, de las posiciones temporales. Y la aplicación de la categoría de causalidad al tiempo supone también la determinación de la posición temporal; pero, en este caso, esa determinación, como había mencionado en el apartado anterior, es asimétrica. La determinación simétrica, o bidireccional, de la posición temporal no significa sucesión bidireccional, sino simultaneidad. Interpretada de esta manera, la tercera analogía resulta inteligible, aun en el caso de que se defienda un modelo causal simple evento-evento. No es necesario, pues, como piensa Watkins, recurrir a un modelo complejo evento-evento que dé lugar a más dificultades, ni mucho menos a un modelo causal alternativo, en términos de fundamentos y poderes causales poco inteligibles, que presuntamente permita resolver los problemas planteados por los modelos evento-evento.
(4.3) El modelo propuesto por Watkins da lugar, por otra parte, a mi entender, a otras dificultades. Como mencioné en el apartado (2) de este trabajo, dicho modelo supone que, en la sucesión objetiva de estados de una sustancia, el primero no es la causa del segundo, sino que la sucesión objetiva misma es el efecto, cuya causa ha de buscarse en la actividad de otra sustancia diferente de aquella en la que ha tenido lugar la sucesión objetiva de estados. Una de las principales razones por las que Watkins adopta este punto de vista (además de las continuidades que es posible establecer entre él y los escritos pre-críticos) reside al parecer en que, según su lectura, la segunda analogía se ocupa de establecer los fundamentos reales de las determinaciones temporales de los estados de los objetos (Watkins, 2005: 213-214). De ahí parece seguirse, que la sucesión objetiva entre los estados tiene un fundamento real que no es él mismo parte de la sucesión, es decir, la sucesión (efecto) tiene una causa que no está ella misma temporalmente determinada. Creo que este argumento de Watkins incurre en una confusión respecto de lo que la segunda analogía establece. La demostración del principio permite, a mi entender, establecer los fundamentos lógico-trascendentales de las determinaciones temporales de los estados de los objetos, no sus fundamentos reales. No parece tener sentido hablar de la “causa” de una relación temporal objetiva, como no lo tiene tampoco hablar en general de la “causa” de la objetividad, aunque esta objetividad se funde lógico-trascendentalmente en la aplicación de la categoría de causa y efecto. El establecimiento de una relación de sucesión objetiva no requiere pues un fundamento real que se halla fuera de la relación misma, sino un fundamento lógico-trascendental que consiste en pensar necesariamente la relación de un modo determinado: como una relación cuyo primer miembro (causa o fundamento real) determina la posición temporal del segundo (efecto).
Más allá de estos problemas referidos al tipo de fundamentos que están en juego en la segunda analogía de la experiencia, creo que la interpretación de Watkins oscurece además una cuestión central en el contexto de la demostración de este principio. Una de las tesis que Kant defiende allí es que la segunda analogía es condición de la unidad necesaria de la experiencia (Cf. KrV A 200 = B 245/A 202 = B 247; A 210 = B 255/A 211 = B 256). Esta unidad necesaria se vuelve difícilmente inteligible, a mi entender, si adoptamos el modelo propuesto por Watkins. Según este modelo, por ejemplo, la sucesión entre los estados e3 y e 4 de una sustancia13 depende causalmente de la acción de una sustancia diferente de aquélla de la cual e3 y e 4 son estados. Pero la unidad necesaria de la experiencia requiere, a la vez, que e3 suceda necesariamente a e2, lo cual será efecto de una sustancia que podría no ser la misma que aquella cuya actividad determinó la sucesión entre e3 y e4. Y lo mismo ocurre con la relación entre e2 y el estado precedente e1. El modelo introduce una diametral asimetría entre la causa (la actividad de la sustancia) y el efecto (la sucesión de estados de otra sustancia), de modo tal que la causa no puede ser ella misma efecto de otras causas; con lo cual sólo echa luz sobre el fundamento de la unidad necesaria de cada par de estados de la serie, pero no sobre el fundamento de unidad de la serie en su conjunto.
Si consideramos, en cambio, que los términos que entran en la relación de sucesión son los mismos que son pensados en la categoría de causa y efecto -dicho con otras palabras, que lo que sigue es el efecto y que lo que precede es la causa- resulta más inteligible por qué el principio de la segunda analogía da cuenta de la unidad necesaria de la serie y de su extensión indefinida por ambos extremos (el de los efectos y el de las causas). Según este modelo, la relación de causa y efecto es una relación entre estados sucesivos de la misma sustancia. Y la relación de acción recíproca es una relación entre estados simultáneos de sustancias (o partes de aquella única sustancia) que guardan necesariamente entre sí relaciones de exterioridad espacial, porque si no fuera así, esos estados no podrían ser diferenciados.
5) Conclusión
El modelo causal evento-evento no vuelve, como sostiene Watkins, ininteligible la tercera analogía de la experiencia que Kant presenta en KrV. Si tenemos en cuenta que simultaneidad no es sucesión objetiva bidireccional, y que acción recíproca es determinación recíproca de la posición temporal, el modelo causal evento-evento puede dar cuenta de lo que Kant está estableciendo en la tercera analogía de la experiencia. Si diferenciamos dos sustancias (o las partes sustanciales de una única sustancia) por relaciones de exterioridad espacial, sus respectivos estados serán simultáneos en la medida en que se determinen recíprocamente sus posiciones temporales. Esto no significa que ellos se precedan recíprocamente, lo cual resulta contradictorio, ni que se determinen uno al otro el comienzo en la existencia, lo cual sería igualmente absurdo. Por cierto, cada uno de ellos estará en una relación de sucesión con los estados precedentes de las respectivas sustancias. Y estos estados precedentes les determinarán sus respectivos comienzos en la existencia y les determinarán también sus posiciones temporales. Desde el momento en que las relaciones temporales que los estados de las sustancias pueden guardar entre sí son dos -sucesión y simultaneidad- todo estado de la sustancia estará doblemente determinado en su posición temporal: por un lado, por los estados precedentes, y, por otro, por los estados coexistentes de las otras sustancias. Causalidad significa precisamente esta determinación de la posición temporal. Cuando un estado es determinado por otro estado precedente, la relación causal es unidireccional (segunda analogía); y cuando es determinado por otros estados coexistentes, la relación causal es bidireccional, es decir, hay una acción recíproca entre ellos (tercera analogía). Interpretados de esta manera, los principios de las analogías fundan la unidad necesaria de la experiencia. Todo fenómeno ha de insertarse en una serie causal en la que será el efecto de fenómenos precedentes, los cuales, a su vez, serán también efectos de fenómenos que los precedieron. La serie objetiva de estados cambiantes no tiene comienzo ni fin, de la misma manera en que no tiene comienzo ni fin la sustancia que subyace al cambio y que permanece de un modo absoluto. Todo fenómeno, por otra parte, está en relaciones de acción recíproca con aquellos fenómenos que coexisten con él, determinándose mutuamente sus posiciones en el espacio-tiempo, y quedando así asegurada la necesaria unidad de la experiencia no sólo en el orden de la sucesión, sino también en el orden de la simultaneidad. Dentro de este cuadro general que contiene los trazos gruesos que determinan las condiciones de posibilidad de un orden temporal objetivo, es posible dibujar las líneas más finas que conciernen a aquello establecido por los principios metafísicos de la ciencia natural, y las líneas, aún más delgadas, que detallan relaciones entre movimientos de bolas de billar, entre estufas encendidas y habitaciones que se calientan o entre depresiones de almohadones y bolas apoyadas sobre ellos. En la medida en que esta filigrana se encuentre dentro de ese cuadro general que trazan las analogías de la experiencia, será posible justificar su pertenencia a un orden temporal objetivo.