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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.23 no.1 Ciudad de México ago. 2012

 

Estudios y notas

 

Dos cuentos del siglo XIX sobre indígenas1

 

Two short stories of the Nineteenth Century about Mexican Indians

 

Adriana Sandoval

 

Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, asandoval@unam.mx

 

Fecha de recepción: 10/11/11
Fecha de aceptación: 16/01/12

 

Resumen

Este artículo explora dos cuentos de la década de 1830, que se ocupan de los indios mexicanos en el momento de la conquista: "Netzula" de José María Lacunza y "La batalla de Otumba" de Eulalio Ortega. Aparecieron en el primer volumen de El Año Nuevo (1837), órgano de difusión no oficial de la Academia de Letrán. Ambos escritores vuelven la vista al pasado prehispánico, apropiándoselo, dentro del marco del proceso de formación de la flamante identidad mexicana. Es perceptible una decisión de mostrar una imagen idealizada y romántica del proceso del inicio de la Nueva España. Si bien en ese momento los antiguos mexicanos sucumbieron ante los españoles, la implicación para sus lectores contemporáneos es que, en los albores del XIX, esa etapa histórica ha terminado, con el triunfo de la Independencia.

Palabras clave: Cuentos, siglo XIX, Academia de Letrán, José María Lacunza, Eulalio Ortega, "Netzula", "La batalla de Otumba", identidad nacional, romanticismo.

 

Abstract

In this article two short stories from the 1830s are explored, both of which deal with Mexican Indians at the time of the conquest: "Netzula," by José María Lacunza, and "La batalla de Otumba," by Eulalio Ortega. They appeared in the first volume of El Año Nuevo (1837), an unofficial publication from the Academy of Letrán. Both writers turned their eyes toward the prehispanic past, making it their own within the process of formation of a brand-new Mexican identity. A decision is perceived to put forth an idealized and romantic image regarding the beginning of New Spain. If at that time the ancient Mexicans had fallen before the Spanish, the implication for contemporary readers is that at the dawn of the 19th century, that historic age had ended, with the triumph of Independence.

Keywords: Short story, 19th century, Academy of Letrán, José María Lacunza, Eulalio Ortega, "Netzula," "The Battle of Otumba," national identity, romanticism.

 

El propósito de este artículo es explorar las representaciones de los indios en dos cuentos, ambos publicados en la primera entrega de El Año Nuevo,2 en 1837. Esta publicación apareció una vez al año (durante tres), a iniciativa de Ignacio Rodríguez Galván, y es el órgano de difusión no oficial de la Academia de Letrán —la primera asociación literaria del México independiente, que llegó a ser, según escribe Alicia Perales, "el núcleo cultural de la época" (74). La asociación había sido fundada el año anterior, en junio de 1836, por un puñado de escritores y aspirantes a escritores, que se reunían semanalmente. Al poco tiempo de realizar estas tertulias, ya habían nombrado como presidente a Andrés Quintana Roo. A partir de su lectura de Guillermo Prieto, José Emilio Pacheco dice que "el núcleo original parece haberse disuelto hacia 1840", aunque formalmente siguió hasta 1857 (62).

Estos tertulianos, dice Guillermo Prieto (pese a algunas imprecisiones cronológicas, la fuente principal para la información en torno a los lateranistas), eran hombres dispuestos a escribir, a intercambiar opiniones y gustos, y con deseos de publicar. El grupo inicial de cuatro fue ampliándose gradualmente y llegó a incluir a varias de las plumas más importantes del país en esos años. De nuevo Prieto: "para mí, lo grande y trascendental de la Academia, fue su tendencia decidida a mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar" (178). Vale señalar que no dice inventar la literatura mexicana, sino mexicanizarla, es decir, tomar lo que ya existe y otorgarle un carácter y una personalidad propias, mexicanas. Tanto este carácter como personalidad, estaban —y están— en un continuo proceso de creación, de invención, de evolución.3

El primero de los cuentos es mejor que el segundo, en cuanto a lenguaje, a factura. Y es que Lacunza era ya un hombre de 28 años cuando publica "Netzula", mientras que "La batalla de Otumba" fue escrito cuando Eulalio Ortega apenas contaba 18.

"Netzula", posiblemente por las características enunciadas arriba, es mucho más conocido que el segundo. Firmado con las iniciales J.M.L., inicialmente se pensó que era de la autoría de José María Lafragua, con quien Lacunza (1809-1869) comparte iniciales, pero Celia Miranda, en su antología La novela corta en el primer romanticismo mexicano, lo adjudica, acertadamente, al segundo. Si bien apareció, como ya se dijo, en 1837, el texto es previo: está fechado en diciembre de 1832, once años después de la consumación de la independencia.

Lacunza fue uno de los miembros fundadores de la Academia de Letrán, y el guía del núcleo fundador de cuatro —según anota Prieto. Este mexicano fue luego diplomático, formó parte del grupo negociador del tratado Guadalupe-Hidalgo (1848), que oficializó la entrega de la parte norte del territorio mexicano a los Estados Unidos. Durante el imperio de Maximiliano, figuró en su gabinete. A la caída de este, Lacunza se exilió en La Habana, donde murió en 1869.

Uno de los propósitos de los lateranistas, entonces, era la mexicanización de los temas de la literatura europea, la adaptación de corrientes, a fin de apropiárselas. Dentro del propósito de esta asociación de amigos de mexicanizar la literatura, aparecen estos dos textos de tema prehispánico, de tema indígena. A menos de quince años de la consumación de la independencia, estos dos hombres de letras decidieron soslayar el periodo histórico de la Colonia y fijar los ojos en una era anterior, en el momento mismo de la conquista.4

La imagen de los indios prehispánicos cambia, deliberada y claramente, de una de las proyectadas durante la Colonia, bajo el gobierno español: estos nuevos mexicanos rompen con una visión de los indios como seres primitivos e infantiles, catequizables. Los indios de Lacunza son delicados, sofisticados, valientes, sensibles; los de Ortega son sobre todo arrojados, valientes, apasionados. Los indios de los dos cuentos pertenecen a las altas clases guerreras. Es importante destacar la identificación emocional que tanto Lacunza como Ortega asumen y proponen con este grupo de indios,5 en la etapa de la última resistencia, cuando luchan con todas sus fuerzas por impedir lo que ya es inevitable: la conquista y el dominio español. Esta tendencia a ubicar las raíces mexicanas en el pasado prehispánico, seguiría adelante durante el siglo XIX, y una de sus más claras expresiones se da en 1884, con los cinco tomos de México a través de los siglos —el primero de los cuales estuvo dedicado a las culturas prehispánicas, de la pluma de Alfredo Chavero. Este abogado fue uno de los primeros autores en hacer una síntesis sobre los antiguos mexicanos.6 Los tomos se redactaron bajo la dirección de Vicente Riva Palacio, quien además escribió el tomo relativo al virreinato. Varias de sus novelas, como se sabe, ofrecen un panorama siniestro de la Colonia, y en particular del papel que jugó la Inquisición durante ese periodo (Monjay casada, virgen y mártir; Martín Garatuza), en pleno uso de la libertad autorial para recrear los archivos a los que tuvo acceso directo, pues Juárez puso a su resguardo los papeles del Santo Oficio. Con un trasfondo histórico, son, asimismo, novelas de aventuras, con las características propias de estas. Hay que destacar la inscripción en la portadilla del primer tomo de México a través de los siglos: "Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época actual, obra única en su género, publicada bajo la dirección del general don Vicente Riva Palacio, e imparcial y concienzudamente escrita en vista de cuanto existe de notable y en presencia de preciosos datos y documentos hasta hace poco desconocidos" (el subrayado es mío).

Los compañeros y amigos que luego se convirtieron en miembros integrantes de la Academia de Letrán, a medida que fue incrementando sus números, se educaron unos a otros y a sí mismos en el entonces incipiente campo de la literatura nacional. Es significativo, entonces, que dos de las narraciones de ese primer volumen de El Año Nuevo de 1837, se ubiquen en el periodo crítico de enfrentamiento entre el mundo indígena y el español.

Es perceptible en "Netzula" una influencia de Atala y René de François-René de Chateaubriand. Atala, publicada en francés en 1801, fue ampliamente difundida y leída en gran parte del mundo occidental. En la Biblioteca Nacional hay dos ediciones galas, una de 1822, la otra de 1826. De hecho, el título mismo del texto sigue la moda retomada por el librito de Chateaubriand, que consiste en centrar la atracción inicial sobre un nombre femenino, usualmente el de la protagonista.7 El texto del francés ciertamente estaba presente en ese tiempo, pues Prieto señala que en la Academia misma había "estampas en colores chillantes representando escenas de Atala y de Guillermo Tell" (144).

En Atala, los nombres de los personajes, de los sitios, de algunos objetos, tenían resonancias exóticas para los europeos, a quienes el paisaje americano (en este caso el canadiense), les era totalmente desconocido; el mundo indígena prehispánico parecería igualmente exótico a los mexicanos que estrenaban su independencia. El ámbito indígena que Lacunza recrea libremente, en ese momento, resultaría seguramente ajeno para sus lectores contemporáneos. El lenguaje se quiere poético, con toques que desean sugerir algún sabor de lo que el autor imagina es el mundo indígena, tanto en los nombres de los protagonistas, como en los giros del lenguaje. Sin embargo, hay que mencionar que este escritor no parece haber tenido un conocimiento profundo de la manera en que los indios prehispánicos vivían, ni del náhuatl; más bien escribió una suerte de evocación e invención poética, que sugiere la asimilación de una idea occidental.

Si bien se habla en la narración de los "hijos del Anáhuac" —nombre en náhuatl que se refiere a la tierra cerca de los lagos, es decir, el actual valle de México, donde se hablaba—, los nombres de los personajes (Netzula, Oxfeler, Ogaule, Ixtlou) no tienen significado alguno en esa lengua.8 Fernando Tola, en su ameno e ilustrativo prólogo a la edición facsimilar de El Año Nuevo, afirma, en el mismo sentido, que estos mexicanos entusiastas no sabían gran cosa de las culturas prehispánicas,9 como queda demostrado con estos nombres inventados. Pero resulta significativo que, incluso con esas lagunas, un par de los lateranistas haya elegido ocuparse de temas indígenas. El cuento de Ortega, sin embargo, muestra un conocimiento más informado del mundo prehispánico.

En "Netzula" no solo no se habla de salvajes, sino que es perceptible la intención del narrador de mostrar a los indios del Anáhuac como una sociedad refinada y sofisticada, poseedora de altos valores morales y emocionales —que más parecen ideales occidentales. Ortega obedecerá a la misma intención en su cuento, e incluso irá más allá, pues para él, los salvajes son los españoles.

Un anacronismo que salta a la vista a los lectores del siglo XXI en el primer cuento es la inclusión del término América dentro de la narración, que aparece seis veces, usado por los indios al hablar de sí mismos. Ciertamente, no habría sido así como se referirían los indios a su región, a su país. De nuevo, se trata de una proyección del presente, o tal vez simplemente de las licencias poéticas, más vinculadas con lo que este escritor de las primeras décadas del siglo XIX atribuye a los indios, frente a los conquistadores españoles. Pero también es posible que, al usar este término tan abarcador, Lacunza haya tenido la intención de extender la frustración e impotencia de los conquistados a todo el continente, incluyendo este vasto territorio y no limitándose a los habitantes del valle del Anáhuac. En este gesto hay tal vez algo de consolación, de explicación, tal vez de justificación. Los vencidos no estaban solos. Ni tampoco los vencedores de la época de las independencias: recordemos que en los inicios del XIX la mayor parte de las colonias americanas (Venezuela, Colombia, Argentina...) dejan de serlo. Tal vez la apelación implícita es a ellos, a los contemporáneos de Lacunza, recién emancipados de la madre patria. Lo mismo podría decirse del cuento de Ortega, donde el nombre América aparece dos veces.

El texto "Netzula", entonces, nos dice más sobre su autor, sobre el pequeño grupo de mexicanos que escribieron en ese momento, que sobre los indios de los que se ocupa. Los sentimientos, las ideas, los valores, son de la generación y el tiempo de Lacunza, no tanto los de los indios conquistados por los españoles en el centro del país.

Uno de los principales valores exaltados en estas dos narraciones es el de "la patria"; en este caso la patria de los indios. Recordemos en este punto que a lo largo del siglo XIX algunos liberales optaron por establecer una frontera tajante entre el pasado prehispánico y la Colonia de la historia del recién fundado país, presentando a esta bajo una óptica totalmente negativa, resaltando —como ya mencioné— en cuentos y novelas el omnipotente y nefasto papel de la Inquisición en la Nueva España. Hay que señalar que ya desde la Colonia, algunos criollos (y la corriente llamada criollismo)10 optaron por voltear los ojos hacia las culturas prehispánicas, en un proceso de idealización, intentando apropiarse de ellas, o mejor dicho, queriendo reconocer en ellas cualidades con las que podían identificarse. Es el caso de "Netzula". Se establece un paralelo entre los indios que luchan por permanecer libres, no sometidos a los conquistadores invasores, y lo que experimentaron los novohispanos, tres siglos más tarde, al independizarse de España. En ese sentido, de manera implícita, el narrador desea que sus lectores —los mexicanos nuevos— se congratulen de haber podido independizarse de los españoles, apenas hace un par de décadas.

Si bien centrar estos dos cuentos en los indios prehispánicos es un paso importante en el establecimiento de la literatura nacional, hay que mencionar que los indios verdaderos y reales, contemporáneos de estos escritores, permanecieron al margen de esta abstracción embellecedora.11

Junto con la patria viene como corolario indispensable la exaltación del valor para defenderla. El término "valor" aparece en el primer cuento seis veces, y otras nueve su acompañante adjetivo "valiente". Uno de los numerosos ejemplos: "Netzula dio aquella noche la noticia a los ancianos, y les llevó cartas de Oxfeler; en ellas vieron que aunque la derrota era considerable, el valor, más fuerte que las armas, ardía aún en el pecho de los soldados" (29-30, ed. facs.).12 Esta es la actitud: la derrota es inminente, pero ello no merma la pasión en la defensa de lo propio. Y eso es lo que vale destacar. En el mismo tono, hay veinticuatro incidencias de la palabra "héroe" y veinte de "gloria". En "La batalla", héroe aparece cuatro veces; heroína, una. "Patria", en este segundo cuento, se reitera en ocho ocasiones.

Las simpatías del narrador, no asombra en este contexto, caen plenamente del lado de los indígenas. La identificación del narrador y la que se le pide al lector hacer, es con este grupo de valientes en el proceso de ser vencidos. Hay que insistir en que es claro que es posible encontrar una coincidencia entre la actitud de estos personajes y la de los mexicanos recién independizados, dado que ambos han luchado contra los españoles (los mismos enemigos), así sea con tres siglos de distancia. La gran diferencia entre unos y otros, es evidente, es que los del siglo XIX vencieron y lograron independizarse. Los enfrentamientos —en el siglo XVI, en el XIX— aparecen de alguna manera como parte del mismo movimiento, de la misma lucha, y en ese sentido, se reconoce a los indios como precursores de la defensa de la patria (la actual de los escritores), y, aunque hayan sido derrotados y sometidos, se admira y encomia el valor que tuvieron para morir por ella. De igual manera, se hace un equiparamiento entre la patria india del siglo XVI y la patria mexicana del XIX: todo es parte de la misma identidad.

Walter Scott ha sido señalado como el inventor de la novela histórica. Su novela inaugural de este subgénero, Waverley (1814), así como las siguientes, utilizaron este recurso: desarrollar una trama en el pasado, con referentes históricos, a partir de la cual los lectores del presente podrían establecer comparaciones entre las condiciones políticas y sociales de su presente y las del pasado. Las novelas del escocés, es sabido, tuvieron amplias repercusiones en todo el mundo occidental.13

El presente de los indios en "Netzula" es terrible, ante el avance inminente de los conquistadores. Aunque hay algún grado de esperanza y ciertamente el deseo de oponerse y defender lo propio es la fuerza dominante y profunda que los motiva, es perceptible un desasosiego con respecto a la fuerza de los conquistadores, a quienes incluso ya se denomina como "el vencedor", desde el segundo párrafo de la narración, en la voz de la tercera persona.14 En particular, el panorama es desolador para los viejos guerreros como Ogaule e Ixtlou, porque por razón natural y su edad, ya no están en condiciones de poder luchar contra el invasor, y simplemente están condenados a observar, inermes, el paso devastador de la conquista. Esa tarea recae ya en la siguiente generación, en sus hijos Oxfeler y Utali, respectivamente —guerreros como ellos. Cada uno por su lado, estos padres y viejos combatientes se han internado en el bosque, impulsados por la impotencia, donde esperan la muerte. Hay una continua añoranza por el pasado, que siempre fue mejor, cuando los líderes eran jóvenes y estaban en la cima del poder y la gloria. El futuro, ya lo mencioné, es incierto, en realidad pesimista, amenazante. Es posible que el narrador y sus contemporáneos hayan compartido al menos la incertidumbre de este futuro de un país que empieza un proceso de formación algo accidentado y atropellado. El aliciente, sin embargo, es la consolidación de la independencia.

La huida de los viejos me parece un poco incongruente con la continua exaltación de su valor, de su capacidad guerrera, de su situación de líderes. No es muy creíble que, siendo una suerte de generales, ambos hayan desertado, tanto de sus ejércitos como de sus poblaciones, para ocultarse en la naturaleza —sobre todo dada la insistencia en el relato en el amor y la defensa de la patria, del orgullo. Más que a la lógica, obedece posiblemente a una necesidad del relato, pues el narrador quería que la joven y el guerrero se conocieran en un encuentro "accidental", que bien podía ocurrir en el trayecto de una de las visitas de Netzula a su padre. Asimismo, tal vez necesitaba que los dos viejos amigos y guerreros se reencontraran en un ambiente aislado, para que así pudieran lamentarse y sufrir juntos y también concertar el matrimonio de sus hijos. La posibilidad de ese enlace entre Netzula y Oxfeler es el único aliciente de la generación anterior, que al menos como posibilidad, asegure la continuación de las familias, del grupo étnico, ante el avance inminente de los conquistadores. El que este matrimonio quede frustrado señala metafóricamente la imposibilidad de los indígenas de continuación de la especie, de perpetuación, de asegurar el futuro del grupo.

Otro hecho un poco artificial es que las familias de estos dos líderes no se conozcan, ni siquiera se hayan visto nunca. Esto también es indispensable para la narración, pues Oxfeler y Netzula deben enamorarse sin saber que están destinados a casarse, en una decisión tomada por sus padres.

Tristemente para los viejos, no será así. El mejor de los guerreros, Oxfeler, morirá irremisiblemente, y con él la esperanza del amor para Netzula y de la continuación de la línea, de la defensa de la patria, para la generación anterior y todo el grupo étnico.

La muerte de los amantes, de los indígenas, de los guerreros, de los defensores de su nación, y su posibilidad están presentes a lo largo de toda la narración, a modo de anticipaciones trágicas y románticas, que preparan al lector para el desenlace fatal. Los viejos guerreros esperan la muerte, como ya se dijo, al igual que la madre de Netzula, enferma y anciana. El tiempo es de crisis extrema. (Desde luego, los lectores contemporáneos del cuento ya sabían que los indios serían vencidos y conquistados...).

El sentimentalismo también está presente casi en todo momento: las emociones que experimentan todos los personajes, sea por tristeza, por impotencia, amor, cariño, se manifiestan en no pocas ocasiones acompañadas de un abundante derramamiento de lágrimas. No solo las mujeres lloran, como será más usual en narraciones posteriores a lo largo del XIX; los hombres manifiestan también así sus emociones. Los personajes masculinos en la literatura mexicana de este siglo, al igual que los literatos, son capaces de llorar sin mayor pudor. Altamirano, a fines del siglo XIX, por ejemplo, reconoció sinceramente haber llorado cuando leyó La Calandria, que fue publicada en 1890.15

Los valores que exaltan los padres guerreros, entonces, son el honor, el orgullo de la pertenencia al grupo, a su nación, a su patria; la exaltación de la unidad familiar, de la amistad, de la obediencia; la lealtad. Sobre todo, el amor a la patria, porque después de la derrota al menos vendrá la gloria de no haber cejado, de haber muerto en la defensa de lo más preciado, sin lo cual no puede darse lo demás: la familia, el amor, la amistad.

Netzula es una virgen, en la plenitud de la juventud, de la sensualidad, de la belleza. La primera descripción que tenemos de ella es sugerente: lleva el pelo suelto y camina descalza. Aunque también, y sobre todo, es tierna, atenta, obediente y respetuosa con los ancianos, "su alma no experimentaba otras emociones que las del amor hacia estos objetos de su ternura, y su corazón ardiente deseaba estas impresiones vivas, aunque estaban muy distantes de satisfacerle" (23). Sus sentimientos anhelan lo desconocido —experiencia romántica—, que vendrá en la forma de un hombre.

En el primer encuentro con el guerrero desconocido, ella está a punto de preguntarle por Oxfeler, su prometido, pero opta por el silencio. Es claro que no es el momento de la revelación, puesto que el amor debe crecer y la identidad de ambos debe permanecer anónima. El narrador ofrece una inversión del momento de la tentación primera en el jardín del Edén. Aquí es él quien le pide a la doncella que le ofrezca "la fruta de tus jardines", con una patente resonancia sexual y bíblica —huelga decir, ajena a los indios. Las palabras patrióticas del guerrero, dispuesto a morir en la batalla del día siguiente, conmueven y "agitan" el corazón de Netzula. No puede ser indiferente a su exaltación, a su pasión, a su carisma: el sentimiento patriótico y el sentimiento amoroso se vinculan inextricablemente.

El amor imposible, el amor interrumpido, será una constante en estas y otras narraciones similares, de las que "Netzula" es el primer ejemplo.16 Aquí, los españoles, la Conquista, son los causantes directos de la interrupción del amor entre Netzula y Oxfeler. Para muchos románticos, el amor entre un hombre y una mujer era la pasión más intensa y sublime que se podía experimentar; este sentimiento noble y profundo es el que se frustra con la llegada de los españoles. En numerosos casos, como "Una pasión" de Domingo Revilla, el amor por la nación disputa el lugar primordial en el corazón del protagonista masculino. En este caso, además, está el componente adicional del amor por la palabra "patria"; aparece, significativamente, en quince ocasiones, en un texto de veintidós páginas tamaño carta. En "La batalla de Otumba" aparece ocho veces.

Las coincidencias románticas también forman parte de la narración, dado que Netzula ha sido prometida a Oxfeler, sin haberlo visto nunca, y se enamora de un guerrero anónimo que "accidentalmente" se atraviesa en su camino. El flechazo entre ambos es instantáneo. Como en muchas novelas y cuentos posteriores a lo largo del siglo, este primer encuentro será capaz de engendrar un amor a prueba de todo, con intensidades insospechadas —por ejemplo, en "María, la hija del sublevado" (1845) de Adolfo Ecarrea de Bolla (seudónimo de Rafael Carvajal). Como puede anticiparse, este guerrero y el prometido serán la misma persona, cumpliendo así una idea de destino. La aparición ciertamente es impresionante:

Era un guerrero; su cabeza estaba cubierta con plumas blancas y encarnadas; el oro y las piedras cubrían su cuerpo; una grande hacha en su mano y un escudo de un tamaño enorme en su izquierda; su talla era gigantesca, y un manto encarnado guarnecido de oro contribuía a hacer su aspecto majestuoso. Estaba fatigado, y sus facciones conservaban aún el ademán terrible del combate (27).

Si bien, como ya se dijo, ambos quedan prendados, el guerrero sabe que debe anteponer el deber de defender la patria al amor recién nacido: "La patria me llama, no me detendré, linda virgen, tu memoria me seguirá a todas partes, y tu imagen vivirá siempre en mi corazón; volveré a verte cuando el fuego de los combates haya consumido al poderoso extranjero, cuando las aves del cielo celebren festín sobre el campo de su derrota" (28). La derrota de los invasores, lo sabemos, será imposible.

La segunda vez que se encuentran, el guerrero adoptará más bien la vestimenta de un cazador. Curiosamente, va cubierto por una piel de oso —difícilmente un animal común en el valle del Anáhuac. Hubo algunos de estos plantígrados en los bosques del norte del país, y tal vez queden algunos pocos en las montañas de Chihuahua y Coahuila. Esta incongruencia —o licencia poética— posiblemente proviene de Atala, ubicada en Canadá, donde ciertamente había y hay osos (tanto en la novela como en la realidad). Tal vez el vestido sea metafórico, en tanto que el hombre sigue a la caza de la virgen. Se alude a la parte bestial, instintiva, valiente, imponente del animal, que se transporta al cazador.

Las alusiones eróticas y sexuales son de nuevo claras en este segundo encuentro. Al escuchar los bramidos de un animal, Netzula "temblaba como un ciervo cuando es sorprendido por un cazador" (32). Poco después, descubre que este ha clavado "un dardo ensangrentado" en el lobo, que exhala su último aliento. Ya se ha hecho el paralelo entre ella y un ciervo a punto de ser cazado; la comparación sexual sigue en la imagen del dardo clavado, del lobo gimiendo —todo lo cual alude claramente al acto sexual.

Pese a la fuerte atracción que la joven siente por el desconocido, ha decidido aceptar plenamente la disposición de su familia, e intenta alejar de sí la imagen seductora. Netzula es una doncella dócil, una virgen impecable, una hija obediente, una idealización absoluta del ser mujer en el siglo XIX. Pero su decisión volverá a tambalearse, pues hay un tercer encuentro con el misterioso guerrero, cuando aparece en su casa, llevando en brazos a la enferma y frágil Octai, madre de Netzula, alargando un poco más su débil existencia. La ha descubierto desmayada, en medio de una tempestad. En el siguiente encuentro, el personaje volverá a representar el papel de héroe: en esta ocasión su sola presencia parece bastar para alejar a unos soldados españoles que han apresado a Netzula, de vuelta a casa después de visitar a su padre. Ante la insistente negativa de ella de aceptar el amor del guerrero, este le anuncia su decisión de enfrentarse a la muerte en la batalla contra los conquistadores. Oxfeler, como otros personajes masculinos en otros cuentos similares,17 sublimará el amor romántico con la pasión por la batalla: de Eros a Tánatos. Habría que mencionar aquí que Oxfeler, en tanto que hombre, no duda en intentar "engañar" a su prometida Netzula, con esta misteriosa joven —aunque sea la misma persona. Sigue, sin mayores reflexiones, el instinto amoroso, el instinto carnal. Ella, por su parte, si bien se siente atraída por él, logra resistir la tentación. De nuevo, la idea de estos papeles tiene más que ver con el ideal femenino de Lacunza, compartido por muchos hombres del siglo XIX Las mujeres —las puras, las obedientes, las virtuosas, es claro— parecen ser las encargadas de mantener un cierto orden moral en la sociedad. Los hombres, por su parte, pueden ser más arrojados, más precipitados —y tampoco parece estar mal que así sea.

Como en otras novelas y cuentos románticos, el desenlace trágico es señalado por las anticipaciones, por las premoniciones. Después de confirmar el compromiso de Netzula con Oxfeler, ella sonríe, "pero esta sonrisa tenía cierta melancolía amarga, como la que inspiraran los sentimientos secretos y tristes del corazón, cuando prevemos un mal indefinido o incierto" (30). Por su parte, la moribunda Octai sufre: "los pesares y los tristes presentimientos de su corazón agravan sus males" (36).

Oxfeler ha mostrado tres facetas a Netzula, todas igualmente atractivas y loables: la del valiente guerrero, que es la predominante, la del cazador —que lo pinta como un buen proveedor—, la del hombre fuerte pero compasivo, capaz de proteger a los débiles como Netzula y su madre.

La joven declara que no será de otro, pero tampoco de él. Los votos, las promesas, la obediencia a las órdenes paternas, son sagrados para ella. En este punto hay una coincidencia con el voto de castidad que Atala hizo a su madre moribunda. Pese al amor que siente por Chactas, opta por el suicidio, a fin de no sucumbir a la tentación. Netzula tiene un respeto categórico por los deseos de sus padres y tampoco cede; incita al enamorado a luchar con valor por la patria. En cuanto a Oxfeler, la decisión forzada por el rechazo de la amada (como también sucederá en "Una pasión"), cumple un doble propósito: por un lado se arroja con toda la pasión de la que es capaz a luchar en contra de los enemigos de la patria, y por otro cumple con un deseo romántico de suicidio, de sacrificio. De nuevo, la pasión política, bélica, se mezcla con la amorosa, con la erótica, como ha documentado Sommer con respecto a las narraciones latinoamericanas fundacionales del siglo XIX.

La moribunda madre es enterada de las tribulaciones amorosas de su hija, de su desgarramiento entre el enamorado y el elegido por los padres. Si Netzula no acepta el compromiso, no podrá casarse con otro; sabiéndolo, la joven opta por esta penosa solución. En las novelas posteriores del XIX, esta decisión es la equivalente a la reclusión voluntaria en un convento (Clemencia, en la novela homónima, hace lo propio, por ejemplo, luego del suicidio de Fernando Valle). Aquí la variación es mínima: de hecho, se menciona un par de veces que ella ha considerado dedicarse a las sacerdotisas del Templo del Sol.

El marido ha abandonado su exilio voluntario para acompañar a la esposa enferma. La escena es conmovedora y emotiva. Para Netzula, al dolor de la imposición de la conquista, se aúna la forzosa renuncia al amado, y ahora la muerte de la madre. La muerte y la tragedia los envuelve a todos. Para el viejo guerrero, se trata también de la pérdida de su amada compañera y esposa, junto con la invasión e impotencia por no poder ya luchar. Después de esta escena, el siguiente apartado abre con una triste consideración del narrador: "¿Qué es la vida? El sueño del infortunio. El llanto en la cuna, los pesares en la juventud, el sepulcro por término de la carrera. Tal es la suerte del hombre" (48).

Luego de una visita a la tumba de su madre, Netzula se dirige a una ubicación cercana al campo de la última y decisiva batalla entre indios y españoles, acompañada de los dos viejos guerreros, Ogaule e Ixtlou. Un guerrero les indica el sitio adonde se ha colocado a los heridos y moribundos; entre ellos está Utali, hermano de Netzula, hijo de Ixtlou, quien acaba de morir. Ogaule, por su parte, ha reconocido a su hijo. Es el momento del reconocimiento (anagnórisis), de la coincidencia, de la resolución: Netzula se percata de que el amado desconocido y el guerrero prometido son la misma persona. A la felicidad del descubrimiento, se impone el profundo dolor de la inminente pérdida de ambos. Oxfeler muere en brazos de la amada.

La tragedia quedará doblemente sellada en los siguientes momentos: los españoles vencedores llegan y matan también a Netzula. Si bien el amor ha quedado interrumpido en este mundo, hay la sugerencia romántica —como en otros cuentos románticos— de que estarán juntos en la eternidad. Han muerto, sí, pero fieles a sus valores, al amor entre hombre y mujer, pero sobre todo, al amor a la patria. Estos papeles ideales —la mujer como guardiana de la moral, de la virtud, de la familia (una anti-Eva, una digna emuladora de la virgen María, así sea entre los indígenas precoloniales); el hombre como defensor de la patria, como valiente arrojado— parecen ser los deseables para el nuevo país en ciernes.

Hay en este cuento un adecuado equilibrio entre la historia íntima, amorosa, de la pareja, planteada sobre todo desde el punto de vista de Netzula, y el contexto más amplio de la inútil lucha hasta la muerte de los antiguos mexicanos. No prevalece ninguno y ambos están entretejidos de modo balanceado. El personaje con más matices es Netzula, una suerte de doncella idealizada, bella, obediente, fiel a la familia y amorosa con sus padres, preocupada por la situación crítica de su familia, de su gente. Su conflicto interno, el desgarramiento entre la obediencia a los padres, la promesa de matrimonio con Oxfeler y su enamoramiento de un anónimo guerrero, son el meollo del asunto —todo ello, en el marco activo de los últimos días antes de la caída final del reino de Moctezuma. Oxfeler, por su parte, experimenta con igual intensidad el amor y la defensa de la patria, así como el amor por la bella desconocida. Para él, curiosamente, a diferencia de para ella, no parece haber duda alguna entre la pasión que siente por la joven, y el compromiso hecho por los padres de ambos. Con el mismo arrojo con el que defiende y lucha por su pueblo, parece estar dispuesto a seguir con la apasionada relación con la joven. Lo único que lo detiene es la negativa de ella, dividida entre la promesa y el amor.

Aunque los indios son vencidos y el amor entre los enamorados interrumpido, de acuerdo con la actitud romántica, hay gloria y honor en la derrota.18 Según esta actitud, aun cuando se pierda, si se ha luchado con la suficiente entrega y pasión, si se ha hecho heroicamente, con plena convicción, incluso ante la certeza del fracaso ("el fracaso es más noble que la derrota"), es posible sublimar la pérdida en una victoria interna, moral.

Si bien se exalta la obediencia a los padres y la lealtad a la familia, Netzula experimenta un momento de incertidumbre emocional cuando los ancianos han convenido en casarla con Oxfeler. Sus vacilaciones contribuyen a redondearla como personaje, a darle más matices —y aquí hay otro paralelo con Atala, en sus fluctuaciones entre cumplir la promesa a su madre moribunda y seguir los dictados de su corazón. Así, se pregunta: "¿Es lo mismo la admiración que el amor? ¿Puede llenar un simple orgullo el lugar del más puro sentimiento del hombre?". En otras palabras, la duda surge ante la importancia dada en el romanticismo a los sentimientos, en particular al amoroso. Seguirá irresuelta esta pregunta, e incluso cobrará mayor importancia cuando la joven conozca accidentalmente al guerrero, de quien se enamorará. Pero será respondida cuando quede claro, casualmente, aunque sea demasiado tarde, que el enamorado anónimo y el guerrero prometido son la misma persona. Esta fusión del hombre de quien se ha enamorado y el hombre a quien ha sido prometida, sugiere la idea romántica de destino, de fatalidad. La tragedia también está imbricada con el sentido de destino. De Netzula, dice el narrador: "¡Oh! La joven bellísima del Anáhuac no tenía escrita la felicidad en su hoja del libro del destino" (34). Doble predestinación: el guerrero y la virgen deben conocerse, deben enamorarse, pero él morirá en medio de la batalla y ella le seguirá minutos después, ambos victimados por los españoles, por los enemigos.

Predomina la tercera persona, sin menoscabo de algunas intervenciones de la voz del narrador, como en el siguiente párrafo:

[Netzula] Estaba resuelta a no asustarse de nuevo por estos ruidos; pero a pesar de esto, al pasar por aquel lugar apresuraba el paso y palpitaba aceleradamente su corazón. No tenemos dominio sobre nuestros sentimientos: nos arrastran involuntariamente, y somos su víctima, el juguete de las ilusiones del alma (18-19).

La narración arranca en la tradicional tercera persona, para dar paso luego a un comentario de parte del narrador, que en este caso es importante por el énfasis que otorga a la fuerza de los sentimientos, de la pasión, congruente en este momento del movimiento romántico. Se trata de los sentimientos en sentido amplio, aunque en este caso se refiere claramente al temor. Este sentimiento es congruente con la idea de la época de las características de las mujeres: Netzula es frágil y por ello debe estar acompañada en la vida por algún hombre que la cuide y la proteja.

 

"La batalla de Otumba"

Como se mencionó al principio, Eulalio María Ortega (1820-1875) tenía apenas 18 años cuando publicó este texto. Al igual que Lacunza, aunque mucho menor que él, formaba parte del grupo inicial de las reuniones de la Academia de Letrán. Su padre, Francisco Ortega, como anota Tola, fue animador de otra tertulia literaria que luego se unió a los de la Academia, a partir de la segunda sesión. Eulalio llegó a ser un abogado prominente en su edad adulta, que participó en numerosas situaciones importantes para la vida nacional, por ejemplo, como parte del equipo de los abogados defensores de Maximiliano de Habsburgo, junto con Mariano Riva Palacio —tal vez el nombre más mencionado en esta capacidad—, Rafael Martínez de la Torre y Jesús María Vázquez. (Curiosamente, en este momento histórico, estaba del otro lado político de Lacunza, quien, como ya se mencionó, formó parte del gabinete del emperador austriaco.) También participó en el proceso de la fundación de la Preparatoria Nacional, pues estuvo, en 1867, en la comisión reorganizadora de la instrucción pública, junto a Francisco y José María Díaz Covarrubias y otros personajes. Litigó en derecho administrativo e incluso penal, como consta en algunos de los informes legales de su autoría, que se conservan en la Biblioteca Nacional. María del Carmen Ruiz Castañeda y otros críticos afirman que escribió una biografía de José María Heredia, pero no aparece fichada en ningún lado. Si bien parece que abandonó el campo de la creación literaria, en el Diario Oficial de la Federación, de 1917, se le asienta como el autor de una comedia en tres actos: Artista, que no he localizado en biblioteca alguna. Ortega apareció también como el denunciante de la falta de registro de imprenta en la novelita Memorias de Paulina de José Negrete, de quien también censuró su inmoralidad.19

Tanto "Netzula" como "La batalla de Otumba" responden a una de las intenciones —ya mencionada— de los miembros de la Academia de Letrán: la mexicanización de la literatura.

Aquí, la barbarie española ocupa un lugar importante en la intención de sentido del texto. En "Netzula" no se abunda en las características negativas de los españoles, salvo, por contraste, en la exaltación de las virtudes de los indios que defienden su patria, y en su nefasta intervención para la separación de los amantes. En este segundo cuento, desde las primeras líneas es visible dicha intención, pues el paisaje participa de la sangre de las batallas: "El sol se hundía ya en el horizonte: sus rayos iluminaban apenas las cúspides de las montañas, dándoles un color tan sangriento como el que tenían los llanos que habían sido el teatro de las horribles crueldades de la barbarie española" (180). Significativamente, no se menciona el derramamiento de sangre entre los españoles, ocasionado por la parte india.

A diferencia de "Netzula", los nombres propios son auténticos en náhuatl: Xóchitl y Cualpopoca. E incluso, Ortega usa algunos históricos, como Guatimotzin (Cuauhtémoc), Cihuacatzin y el propio Cualpopoca.

La batalla de Otumba fue uno de los momentos decisivos para la caída del imperio azteca ante la conquista española. Para lo referente a esta batalla, sigo a Francisco Javier Clavijero, puesto que posiblemente fue la fuente de Ortega, dado que su libro Historia antigua de México había sido traducido del italiano y publicado en 1826. Uno de los méritos de Clavijero es que hace explícitas sus fuentes y deja ver en qué caso sigue a tal o cual autor, así como las razones por las que lo hace. Otras obras que consulté fueron las Cartas de relación de Hernán Cortés y la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara.

Con respecto a la fecha de la batalla, Clavijero, siguiendo a Cortés, afirma que fue el 7 de julio de 1520. Después de la derrota de Cortés en Tenochtitlán, cuando los españoles tuvieron que abandonar la ciudad (la "noche triste"), se encaminaron hacia Tlaxcala, cuyos señores y pueblo eran sus aliados.

Cuitláhuac, el nuevo emperador después de la muerte de su hermano Moctezuma, envió a otro hermano, Matlatzinatzin, que ocupaba el cargo de Cihuacóatl, como general de los ejércitos reunidos para pelear contra los españoles y sus aliados. Este cargo era una suerte de asesor, de segundo al mando del emperador. Querían emboscar a Cortés antes de que llegara al señorío de los tlaxcaltecas. Esta posibilidad era viable, sobre todo por el lamentable estado en que se encontraba el ejército de los españoles, que habían perdido parte de los caballos, la artillería y los arcabuces.

La marcha hacia Tlaxcala duró alrededor de cinco días, durante los cuales casi no hubo tiempo para descansar y el agua y el alimento eran escasos. Parecería que los mexicas tenían amplias posibilidades de doblegar a los españoles y sus aliados en el siguiente enfrentamiento. Sin embargo, en el curso de la cruenta batalla para ambos lados, en el valle de Otompan —como lo llama Clavijero—, Cortés llevó a cabo un golpe osado y maestro: en medio del fragor de la lucha, junto con un manojo de soldados, ubicó el estandarte de los mexicanos, portado por Matlatzinatzin. Cortés recordaba que cuando el estandarte era tomado por los enemigos, o el general perecía, el ejército solía caer en la confusión, dispersarse e incluso huir. Acompañado de varios españoles, ubicó el estandarte, hizo caer al piso al Cihuacóatl, quien fue muerto por Juan de Salamanca. El estandarte pasó a manos de Cortés.20 Efectivamente, al caer aquél, los indios se sumieron en la confusión y se replegaron. Los resultados fueron terribles para ambas partes. Se dice que hubo alrededor de 20 000 muertos, de un total de alrededor de 200 000 hombres. Se dice que la mayor parte de los tlaxcaltecas murió y que de los sobrevivientes del lado español, casi todos resultaron heridos.

Después de esta victoria, los españoles y sus aliados entraron en Tlaxcala. Cuitláhuac (Cuitlahuatzin, dice Clavijero) envió luego emisarios a los tlaxcaltecas, proponiéndoles la paz a cambio de que entregaran a Cortés, pero su oferta fue rechazada y este grupo siguió asociado a los españoles, y fueron más tarde indispensables en la reconquista de Tenochtitlán. Parecía que los mexicanos empezaban a tener la situación controlada cuando lograron expulsar a los españoles de Tenochtitlán, pero sufrieron un importante revés en esta batalla, después de la cual todo fue ya en descenso, hasta la victoria final de los conquistadores y sus adeptos. Es decir, esta narración tiene una base histórica más sólida que la de la anterior, si bien el desarrollo y la factura son menores que los del cuento de Lacunza.

En este texto corto, el guerrero y la mujer ya están en una relación amorosa: se trata del Cihuacatzin y su enamorada Xóchitl. Se encuentran en vísperas de la batalla que da nombre al relato. (En este punto hay que mencionar una pequeña imprecisión histórica. Como se mencionó arriba, el emperador en ese momento era Cuitláhuac, no Guatimotzin.) Cihuacatzin es orgulloso y soberbio: el emperador ha decidido unirse a él. (Otra imprecisión: como mencionamos, Cihuacatzin era un puesto, el segundo en el poder; Ortega lo trata aquí como si fuera la cabeza de otro grupo, de otro pueblo.) Cualpopoca aparece como el padre de Cihuacatzin, que murió en la hoguera, por órdenes de los españoles. López de Gómara relata cómo este señor de Nahutlán resultó instrumental para las acciones de Cortés. En la realidad, el Cihuacatzin no era hijo de Cualpopoca.

Cualpopoca se muestra valiente en este diálogo: "Cortés probará mañana que los pechos desnudos de los mexicanos, pero animados por el amor de la patria y religión, se lanzan a la muerte sin temor, protegidos por la justicia y defendidos por los dioses" (180). Hay que resaltar en estas líneas que, además del amor por la patria, el guerrero habla de la defensa de la religión; la protección que afirma tener se debe a su certeza en la justicia de la causa y a la confianza en los dioses. Además de acabar con los conquistadores, el guerrero desea cruzar los mares y acabar con los españoles en su propia tierra. Xóchitl lo alienta en esos sentimientos. En este cuento, "patria" aparece ocho veces en seis páginas, es decir, un poquito más que una vez por página.

Con respecto a la historia de Cualpopoca, podemos anotar que Pedro de Hircio había sido enviado a vigilar la costa en Nahutlan, las tierras del señorío de Cualpopoca. En un enfrentamiento murieron algunos españoles (unas veces se habla de dos, otras de cinco o de siete) a manos de los guerreros del señor de Nahutlan. Cortés utilizó este hecho para reclamar a Moctezuma. El señor de Tenochtitlán mandó llamar a Cualpopoca y se lo entregó a Cortés, quien lo quemó públicamente en la plaza. No contento con ello, con la acusación y el pretexto de connivencia, Cortés encadenó a Moctezuma, quien hasta ese momento solo había estado cautivo en su propio palacio. En realidad, cualquier otro pretexto habría servido para que Cortés avanzara en sus propósitos conquistadores.

En "La batalla de Otumba" al narrador le conviene que el guerrero sea el hijo del jefe ajusticiado por Cortés, quemado en la plaza, junto con uno de sus hijos y algunos miembros de su corte; el hijo hará eco del grito que hace exclamar al jefe: "Odio eterno a la España". El agravio es doble: por la muerte de su padre y por la invasión y desolación que han sembrado los conquistadores. Simbólicamente, es la muerte de la generación anterior, del modo de vida de los padres, de los antepasados.

En la víspera de la batalla, Cihuacatzin tiene la certeza de la victoria sobre los españoles, y su discurso está lleno de valor, odio, venganza, pasión. Después de la derrota de los enemigos, sigue el guerrero, los indios aprenderán de los conquistadores la fabricación y el uso de las armas, y viajarán a su país, para vencerlos ahí mismo y borrarlos de la faz de la tierra. El discurso es arrebatado, como digo, y tal vez un poco iluso e infantil —dicho sea como descripción, no en tono peyorativo. Como en "Netzula", los indios están orgullosos de su pueblo, de su nación.

En medio de su furor de venganza y de odio, el guerrero es presa de una suerte de paroxismo, posiblemente de un ataque epiléptico, que tiene un eco romántico en la furia de la naturaleza, pues en ese preciso momento la luna se oscurece, sopla el viento con fuerza, y arranca de sus raíces a un sabino, haciéndolo caer junto con rocas, en medio de la lluvia y el granizo. Como varios de sus predecesores occidentales, el guerrero hablará con los dioses en medio de la exaltación mental.

Antes del ataque, el hombre tenía la certeza de la victoria. Sin embargo, una vez que vuelve en sí, el guerrero se sume en graves dudas, pues le pide a su amada que, en caso de que la suerte le sea adversa, junte sus cenizas con las de su padre, y humedezca ambas con sus lágrimas. Xóchitl le reprocha sus palabras, distintas de las confiadas y seguras que antes expresó. Cihuacatzin le revela que en su delirio ha escuchado la voz de Huitzilopochtli, quien le ha anunciado la derrota de su pueblo. Y no solo eso, sino su propia muerte. Xóchitl intenta convencerlo de lo contrario, pero Cihuacatzin no duda ya. Todo terminará mañana. La tempestad natural que ahora se cierne sobre la tierra mexicana es similar a la que anunció la llegada de los españoles. En este momento se muestra más realista: los conquistadores tienen la ventaja de los arcabuces y las armaduras, de las que carecen los indios.

La noche previa a la batalla, Cihuacatzin no puede dormir después de haber escuchado esos presagios onerosos (elemento romántico). Entretanto, escribe el narrador, los sacerdotes extraen los corazones palpitantes de sus víctimas, y es interesante lo que agrega después:

con la misma destreza con que lo hicieron en otro tiempo los satélites de Pedro I de Portugal con los asesinos de la interesante y desgraciada Inés de Castro. Y examinando las entrañas aun palpitantes, fingían agüeros absurdos; superstición común a los que llaman bárbaros americanos con los habitadores civilizados de la Grecia e Italia (186).

Con estas líneas, el narrador relativiza y equipara la tan mencionada barbarie de los aztecas con la de otros grupos europeos en distintos momentos históricos, en este caso, nada menos que con la cuna de la civilización occidental y su propagador.

La batalla queda despachada en un párrafo. La victoria, que hubiera debido ser de los mexicanos, cae del lado español. El campo queda, previsiblemente, cubierto de cadáveres de ambos lados. En este momento leemos: "Viene la noche y los vencedores se retiran. No se oye más que algún quejido de un guerrero moribundo y el triste canto del búho, que parece llora este día desgraciado que por tres centurias sujetó a mi patria al bárbaro yugo de los indignos sucesores de Pelayo" (187). Me interesa resaltar la expresión "mi patria", de parte del narrador, con la que, en el mismo movimiento, se apropia de la cultura indígena y declara ajena la española —aunque para decirlo use la lengua de los conquistadores.

La última sección transcurre con cierta torpeza veloz, al igual que las últimas líneas. Como anunció Huitzilopochtli, Cihuacatzin agoniza. A su cuerpo vencido se acercan Xóchitl y Guatimotzin. El mandatario resume: "día de horror y desesperación". A lo que el moribundo replica: "— Te engañas. Guatimotzin, día de felicidad: Huitzilopochtli me ha ofrecido que yo, tú y Xóchitl atormentaremos en la otra vida a los españoles. Hasta la eternidad". De nuevo, el final denota la juventud de su autor, que intenta tener la última palabra, con la victoria última —así sea en el otro mundo. La secularización del siglo XIX no se ha hecho sentir aún y predomina la idea de la justicia después de la muerte.

Este cuento trasmina sentimientos de odio y venganza, más primarios, más primitivos, más elementales, más impetuosos, más jóvenes, menos sofisticados que los de Lacunza. También la entrega literaria es más directa, menos elaborada. Aunque este texto tiene más sustento histórico que el anterior, la factura es menor. Parece haber más sustrato y conocimiento de los sucesos; sin embargo, sí existen aspiraciones poéticas sentidas y exaltadas, varias de ellas logradas.

***

En resumen, es significativo que estos dos cuentos tempranos en la historia de la literatura mexicana se ocupen de los indios prehispánicos, en el momento mismo de la conquista, en un tiempo crítico y terrible. A ambos autores les interesa establecer un paralelo implícito en la lucha contra los españoles: en el siglo XVI, infructuosa; en el XIX, vencedora. En los dos cuentos hay una pareja de amantes, cuya relación cae en el tópico del romanticismo del amor interrumpido. En ambos casos, los responsables de la interrupción son los españoles, los enemigos. Sin embargo, queda el consuelo de la unión de la pareja en el otro mundo. Asimismo, ambos establecen una suerte de continuidad histórica entre las culturas prehispánicas y los mexicanos recién independizados, y en los enemigos españoles, ya sean los conquistadores o los españoles del virreinato. Si bien ambos cuentos terminan en tragedia, con cuerpos regados por doquier, el sentimiento que se desea transmitir es el de la importancia suprema de la pasión de la lucha, de la entrega en defensa de la patria —casi independientemente del resultado. Hay, igualmente, en ambos casos, un entramado similar entre la pasión amorosa y la pasión patriótica. Se exalta, también, la importancia de la familia, de la obediencia, de la lealtad —sin menoscabo de la preponderancia romántica de la pasión por sí misma.

 

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Notas

1 Este artículo es una versión modificada de una pequeña parte del estudio introductorio, actualmente en proceso, a quince cuentos de tema histórico. En ese estudio, al igual que en este artículo, me refiero a los textos recopilados con el nombre genérico de "cuentos", haciendo de lado la difícil dilucidación de cuándo un texto es cuento largo o novela corta. Estoy consciente de que Celia Miranda recopiló "Netzula" en un libro que se llama La novela corta en el primer romanticismo mexicano.

2 Para un comentario de esta revista, véase el espléndido estudio preliminar a la edición facsimilar, de Fernando Tola de Habich.

3 Si bien el tema de la literatura nacional, de la literatura mexicana, no es lo mismo que el de "lo mexicano", tal como se han referido a él algunas plumas a lo largo de la historia, pasando por Bernardo de Balbuena, Samuel Ramos, Octavio Paz, Roger Bartra, y recientemente, incluso Jorge Castañeda, es claro que están vinculados entre sí. La idea de lo mexicano está implícita en la de literatura nacional.

4 Otros escritos con el mismo tema, posteriores a estos dos cuentos, son "La profecía de Guatimoc" (1839) de Ignacio Rodríguez Galván y "Las aztecas" (1854) de José Joaquín Pesado. Previo al primer volumen de El Año Nuevo, hay que mencionar Xicoténcatl (1826) de José María Heredia.

5 En este sentido, hay que recordar los dos párrafos sin firma, que preceden a los textos de El Año Nuevo: "si alguno al [leer estas piezas] encuentra pintados en ellas sus placeres o sus pesares, sus entusiasmos, sus ilusiones o sus delirios; sepa que ha habido un corazón que se ha regocijado o ha padecido como el suyo, que hay una alma que se ha exaltado, que ha meditado, que ha delirado en armonía con la suya" (iv).

6 Sobre sus escritos se basó también Federico Gamboa, para escribir su obra, publicada completa póstumamente: "La confesión de un palacio", actualmente en revisión editorial.

7 Antes, están las muy influyentes novelas de Samuel Richardson, Pamela (1740) y Clarissa (1747-1748).

8 La especialista en náhuatl Mercedes Montes de Oca, a quien consulté, me señaló que en esa lengua no existe la f ni la g.

9 Se conocía la Historia antigua de México (1780) de Francisco Xavier Clavijero, uno de los textos que estos primeros mexicanos tuvieron a la mano. Desde luego, queda por rastrear si la utilizaron para los cuentos aquí mencionados, o no. En la Biblioteca Nacional hay un ejemplar de la obra, de 1826, traducida del italiano.

10 Uno de cuyos representantes fue Carlos de Sigüenza y Góngora.

11 Algo similar le sucedió antes a Sigüenza y Góngora, como señala Ruiz Naufal (47), con respecto a las revueltas indias durante la Colonia, que le produjeron una enorme preocupación, aversión y temor, expresados en Alboroto y motín de los indios de México (1692). Los indios verdaderos, reales, no se parecían a los prehispánicos literarios, que recreó antes, en Teatro de virtudes políticas... (1680). En la plástica sucedió algo similar, más adelante en el siglo XIX, como muestra el artículo de Víctor Ruiz Naufal, "El indio real y el indio ideal: un dilema en el arte académico del siglo XIX".

12 Todas las citas de estos dos cuentos son de la edición facsimilar, por lo que en lo sucesivo se omitirá este dato.

13 En México, se puede mencionar un ejemplo posterior y sobresaliente: La hija del judío (1848-1849), novela de Justo Sierra O'Reilly, que puede leerse en un nivel inmediato, como una historia folletinesca de identidades equívoca, de secretos; pero en otro, de igual relevancia, puede leerse como un comentario a la distancia, no solo geográfica, sino política, de la península yucateca con respecto al centro, en los tiempos del propio Sierra O'Reilly. Las imposiciones políticas desde España, en la novela, equivalen a las provenientes desde el centro en el siglo XIX —por mencionar solo uno de los posibles niveles de lectura.

14 Ixtlou se ha exiliado a una cueva en la montaña. "Allí esperaba la muerte, y el sepulcro debía ser el escudo que le librase de la furia del vencedor" (15).

15 Carta a Rafael Delgado, del 8 de marzo de 1892 (272).

16 Las otras narraciones son las que formarán parte de la recopilación que llevo a cabo. Entre ellas, "Una pasión", que menciono en el siguiente párrafo, además de "El criollo", "María, la hija del sublevado", "Una catástrofe...".

17 "El criollo", "Agravio y venganza", "María, la hija del sublevado", "Una catástrofe.".

18 "Los valores a los que [los románticos] les asignaban mayor importancia eran la integridad, la sinceridad, la propensión a sacrificar la vida propia por alguna iluminación interior, el empeño en un ideal por el que sería válido sacrificarlo todo, vivir y también morir" (Berlin: 27-28).

19 Véase mi artículo "La censura y Memorias de Paulina'. Literatura Mexicana. XVII.2 (2006): 5-24.

20 La marquesa Calderón de la Barca, al describir los temazcallis, menciona que le informaron que a Cortés le curaron una herida, después de la batalla de Otumba (154).

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