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Literatura mexicana

On-line version ISSN 2448-8216Print version ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.22 n.2 Ciudad de México Dec. 2011

 

Reseñas

 

Esther Martínez Luna. A, B, C, Diario de México (1805-1812). Un acercamiento

 

A, B, C, Diario de México (1805-1812). Un acercamiento, by Esther Martínez Luna

 

Azuvia Licón

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Colección de bolsillo, no. 36, 2009, 124 pp.

 

Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional Autónoma de México azzzuvia@hotmail.com

 

La amplia trayectoria de Esther Martínez Luna como estudiosa de la prensa y la cultura letrada de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX mexicano se ve reflejada en A, B, C, Diario de México (1805-1812), una entrega más de la colección de bolsillo del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En este volumen, Martínez Luna nos presenta un acercamiento al primer cotidiano de la Nueva España, en cuyas páginas podemos observar algunos de los ensayos iniciales de una nueva forma de pensamiento y sociabilidad al margen de los intereses de la Corona.

Como bien señala la autora al inicio de su obra, las páginas del Diario de México resultan un espacio sumamente rico para la investigación: en tanto que documento histórico brinda un amplio registro de los hábitos y prácticas de la sociedad del momento, y plantea un reto para la historiografía literaria tradicional. Este reto fue asumido por Martínez Luna hace ya tiempo y ha caracterizado otros trabajos anteriores, como el Estudio e índice onomástico del Diario de México. Primera época, 1805-1812, y Fray Manuel Martínez de Navarrete. Ediciones, lecturas, lectores. La respuesta a este reto se convirtió en una de las principales aportaciones de la autora: la poesía que apareció en el Diario de México lejos de definirse por un carácter evasivo e imitativo, responde a la tradición neoclásica de la época, al tiempo que contribuye a la discusión acerca de la preceptiva, del uso y de la corrección del lenguaje, la gramática y las formas literarias, discusión que, según la autora, sentaría las bases de nuevas visiones y construcciones respecto a la identidad nacional que va a caracterizar la producción literaria de las siguientes décadas.

En el primer apartado del A, B, C, Diario de México, Martínez Luna nos presenta las principales características del cotidiano. Entre ellas destaca el formato del diario y la variedad de temas de los que se ocupaba —desde los descubrimientos científicos de la época hasta consejos sobre cómo tratar a una parturienta—; la relevancia del teatro en la época, visible tanto en la publicación de la cartelera y los datos acerca de los artistas como en la promoción de la creación dramática. Destaca también la presencia de los cuadros de costumbres, en los que los defectos atribuidos a un grupo social (los médicos, los boticarios y los abogados por ejemplo) son, en cierto sentido, el reverso de los valores propuestos por quienes escriben estos cuadros, es decir, de los criollos ilustrados y hombres de letras.

Existe una característica del Diario de México que Martínez Luna nos ofrece como la de mayor relevancia para los estudios literarios: el primer cotidiano de la Nueva España fue un espacio de diálogo abierto al público lector. Los editores del cotidiano instalaron buzones en los que se invitaba a los lectores a depositar sus colaboraciones. A pesar de que los buzones fueron pronto prohibidos por el virrey Iturrigaray, esto no detuvo la participación de los lectores-escritores. A la pregunta de qué significa que el Diario de México fuese un espacio de intercambio de información fuera del margen de las instituciones virreinales, la autora responde en este apartado que la aparición de una voz colectiva y plural en la que "los hombres comenzaban a tener opinión y a ser vistos como ciudadanos" (19) jugó un papel fundamental "en la construcción de una nueva sociedad que buscaba explicarse a sí misma" (67).

El que el Diario de México fuera pensado como un espacio de participación pública y como un lugar de intercambio hace que resultase natural que las colaboraciones incitaran no solo respuestas (un poema satírico dirigido a cierto colaborador y la posterior respuesta de este, con otro poema satírico) sino que se abriera el debate a otros tópicos a partir de las colaboraciones, por ejemplo, sobre la validez de la sátira como forma poética o de las reglas a las que esta debía sujetarse.

Otra de las características del cotidiano que resulta valioso destacar en el trabajo de la autora es el de la peculiar relación entre el Diario de México y la política. Fue condición para el otorgamiento de la licencia de publicación del Diario el que este no incluyera noticias económicas y políticas, competencia única de la Gazeta de México —órgano ofical del virreinato—, y que el mismo virrey fungiera como censor del cotidiano. Sin embargo, y a pesar de muchas de las críticas que se le han hecho al Diario y a sus colaboradores en cuanto a haber permanecido al margen de los acontecimientos políticos del momento (baste mencionar el inicio de la Guerra de Independecia), Esther Martínez nos demuestra cómo la política estuvo presente en las páginas del Diario, en especial en la poesía que se publicaba.

Para ejemplificar lo anterior, la autora señala que durante los primeros años del cotidiano, Napoleón Bonaparte aparecía como protagonista de poemas en los que se celebraban sus victorias, mientras que para 1808, Fernando VII se convierte en el objeto de estas alabanzas y Napoleón cambia su lugar de héroe al de traidor. Atinadamente, la autora señala que el que los editores del Diario se cuidaran de incluir decretos, notas y bandos oficiales, más que una señal de debilidad era un acto de prudencia y que este tipo de acciones permite especular que "simbólicamente se quería mostrar que la península se encontraba en crísis" (56).

En el segundo apartado del libro que reseñamos, Esther Martínez continúa con el tema de la poesía en las páginas del Diario de México, esta vez, a través de un estudio rico y novedoso acerca de la Arcadia de México —la primera asociación literaria mexicana— que tuvo su lugar en las páginas de nuestro primer cotidiano. Aquí la autora cuestiona las lecturas tradicionales que ubican a la Arcadia como un "lugar de evasión y de juego" (70), demostrando que, por el contrario, la existencia de esta asociación y las discusiones que surgieron entre sus miembros forman parte de la construcción de la opinión pública.

Según la autora, es posible rastrear los orígenes de la Arcadia de México en el cotidiano, casi desde sus inicios, en alusiones que a ella se hacen en sonetos y otros poemas. Sin embargo, Martínez Luna, gracias al extenso trabajo que ha realizado adentrándose en las páginas del Diario, señala que el 16 de abril de 1808 se hizo pública la constitución de la Arcadia Mexicana, invitándose a los poetas interesados a sumarse a esta asociación virtual. El carácter virtual de la Arcadia responde a que en ningún momento se planteó la reunión física de los árcades sino que se alentaba a hacer del Diario de México el escenario en el que se compartiera y discutiera la producción literaria.

A los pocos días de haberse formado esta asociación, y basándose en el reconocimiento que como poeta contaba al ser un asiduo colaborador del Diario, fray Manuel Martínez de Navarrete fue nombrado como mayoral de la Arcadia, cargo que ocupó hasta su muerte. Martínez de Navarrete, al igual que el resto de los árcades, firmaba sus obras con seudónimos, lo cual, señala la autora, nos habla de cómo en este momento la obra era privilegiada por encima del autor, hecho que iría cambiando conforme avanzaba el siglo: desde el poeta romántico cuya vida resultaba igual de importante que su obra hasta la figura del intelectual como profesional de las letras de finales de siglo.

Ahora bien, en su tarea de demostrar la importancia de la Arcadia de México, Esther Martínez responde a la pregunta de qué buscaban los árcades: para ella, "[s]e trata de una comunidad simbólica de pastores reunidos en torno a un capital cultural común, y a una publicación periódica en la cual se pone en juego dicho capital" (80-81).

El que la Arcadia estuviera formada por hombres de diversas posturas ideológicas (desde conservadores fieles a la Corona hasta liberales que formaron parte de la sociedad independentista Los Guadalupes) contribuyó a que, bajo la consigna común de educar a la plebe, surgieran discusiones respecto a la forma de hacerlo, en particular sobre el uso del lenguaje y a la (des)obediencia de las normas literarias y gramaticales imperantes en la época. Estos debates resultan sumamente interesantes si tomamos en cuenta que las discusiones sobre la preceptiva buscaban, por un lado, demostrar la calidad de los poetas de América y sus obras frente a Europa y, por otro, diferenciarlos, es decir, señalar el carácter propio de lo mexicano.

La autora concluye su libro haciendo una invitación a seguir explorando la valiosa información que guarda el Diario de México para la historia del periodo y, he de agregar, para la historia literaria y cultural mexicana en general. En el A, B, C, Diario de México, Esther Martínez lleva al lector a un recorrido no solo por las páginas del primer cotidiano de la Nueva España, sino que lo lleva —de la mano de los árcades— al sitio en el que germinaron muchas de las ideas que conformarían las bases ideológicas de la nueva e independiente identidad nacional.

 

Información sobre la autora

Azuvia Licón Villalpando. Es licenciada en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente cursa la maestría en literatura en la Universidad de los Andes, Colombia, en donde participa como asistente graduada del Departamento de Humanidades y Literatura. Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora en 2008 en el área de investigación artística en la disciplina de Letras con un trabajo sobre la poesía de Abigael Bohórquez. Sus principales líneas de interés son los estudios de género, la construcción de la nación y la literatura del siglo XIX.

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