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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.85 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2023  Epub 10-Nov-2023

https://doi.org/10.22201/iis.01882503p.2023.4.61145 

Artículos

El exilio argentino en México. Una lectura latinoamericana de Controversia

Argentine exile in Mexico. A Latin American reading of Controversia

1Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina. Temas de especialización: teoría social y política latinoamericana.


Resumen:

El objetivo de este trabajo es analizar el escenario de producción de la revista Controversia. Para el Análisis de la Realidad Argentina, que fuera animada por un heterogéneo grupo de argentinos exiliados en México entre 1979 y 1981. La hipótesis de trabajo dice que el modo en que se tematizó la derrota política, la “crisis del marxismo”, la lucha armada o los derechos humanos, pero muy fundamentalmente la democracia, es menos el producto exclusivo de una “controversia” argentina que el resultado de la latinoamericanización del exilio y de la influencia de los debates de la izquierda mexicana.

Palabras clave: Controversia; exilio; democracia; América Latina; México

Abstract:

The aim of this work is to analyze the publication of the magazine Controversia. Para el Análisis de la Realidad Argentina, which was animated by a heterogenous group of Argentine exiles in Mexico between 1979 and 1981. The working hypothesis is that the way Controversia thematized political defeat, the “crisis of Marxism”, armed struggle, human rights and, particularly, democracy was less the exclusive product of an Argentine “controversy” than the result of the Latin Americanization of exile and the influence of debates within the Mexican left.

Keywords: Controversia; exile; democracy; Latin America; Mexico

¿Cómo leer Controversia? Este interrogante epistemológico -y, por lo mismo, político- guía las notas que siguen. No se encontrará en ellas una respuesta conclusiva y clausurada, sino algunas conjeturas que apenas buscan plantear una provocación surgida de una incomodidad. La hipótesis de trabajo sería más o menos así: la recuperación de los debates aparecidos en la exiliar revista Controversia. Para el Examen de la Realidad Argentina (1979-1981)1 está marcada por una mirada exacerbada de los problemas argentinos y por una mirada abreviada de los problemas latinoamericanos. Frente a ello, proponemos arrimar una perspectiva latinoamericana que pueda funcionar de manera complementaria con el enfoque “argentinista” y no como simple oposición, antagonismo o lisa y llana incompatibilidad.

Palabras preliminares

En efecto, muchas de las lecturas que se hicieron y se hacen sobre los debates promovidos en las apretadas y coloridas páginas de Controversia suelen estar atravesadas por un criterio que parece privilegiar de manera casi exclusiva esa “realidad argentina” -¿existe algo así como una “realidad argentina”?- que asoma en el subtítulo de la revista. Desde la asunción de la derrota política, pasando por la crítica de la lucha armada, del foquismo, del vanguardismo y del autoritarismo de las organizaciones de izquierda, hasta las discusiones sobre los derechos humanos, la democracia y la “crisis del marxismo”, los debates tienden a ser colocados en el interior de una controversia que sería privativa del caso argentino.2 O, para decirlo con el título con el que se discutieron casi todas las cosas en la década de los años ochenta en Argentina: cada uno de esos tópicos es planteado en los contornos interiores del cerco teórico-político impuesto por la llamada “transición democrática”. Así, se promueve una mirada que se posa mucho en el pasado (la crítica de los años sesenta y setenta, que terminaron en la derrota política) y mucho en el futuro (el retorno democrático de los años ochenta y la posdictadura), pero muy poco en el presente en el que esas páginas fueron imaginadas e impresas (el escenario del exilio en México en el cruce de las décadas de los años setenta y ochenta). De allí se desprende, por ejemplo, tanto la proyección de una suerte de continuidad entre las revistas Pasado y Presente, Controversia y La Ciudad Futura (Yankelevich, 2009: 171-172; Reano, 2012) como el exacerbado privilegio otorgado a los discursos de la izquierda socialista que formaron parte del comité editorial de Controversia (sea el de Juan Carlos Portantiero, sea el de José Aricó, sea el de Óscar Terán) en detrimento de los discursos de la izquierda peronista que también constituyeron ese mismo comité (sea el de Nicolás Casullo, sea el de Sergio Caletti, sea el de Héctor Schmucler).

Quizá la escasa atención prodigada al peronismo revolucionario o al peronismo de izquierda en los estudios académicos sobre Controversia es nada más que un efecto de la hegemonía discursiva que, a la vuelta del exilio, construyen los integrantes de la llamada Mesa Socialista por sobre la Mesa Peronista en el debate público argentino.3 Como sea, el hecho de que el tiempo de la mirada se ubique en el pasado y en el futuro, y que el sitio de esas temporalidades esté puesto al compás de un ritmo exclusivamente argentino, termina por ocluir la categórica importancia que tuvo el presente exiliar en el que la revista fue fraguada, y en el cual, hay que señalarlo, dicha hegemonía aún no estaba asegurada ni mucho menos podía preverse. Es lo mismo que decir que esas lecturas, a las que llamaremos “argentinistas”, obturan la búsqueda de los rastros mexicanos y, por extensión, latinoamericanos, que ese presente dibujó en los días y los años del destierro.

El otro México y el Artículo 33

Se podría sospechar a las lecturas argentinistas como una consecuencia del proceso de academización de los saberes de las últimas décadas. Horacio Tarcus (2020) señala que la consolidación de las normas apa significó el borramiento de la ciudad de edición de las revistas del pasado. En términos estrictamente hemerográficos esta deslocalización implica que revistas homónimas, pero que fueron producidas en diferentes tiempos y geografías, acaben fundidas en un mar de confusión y hasta de indiferenciación. Esto invita a Tarcus a esgrimir una sentencia contundente: “Las revistas del siglo XIX y del siglo XX son absolutamente incomprensibles por fuera de la ciudad que las vio nacer” (Tarcus, 2020: 13). La hipótesis es interesante porque vuelve visible la importancia que tienen los contextos de producción sobre los textos. Y no es que las lecturas argentinistas no adviertan esto. Lo hacen, pero de un modo en el que pareciera que su lectura contextual no termina de superar los límites interiores de la “realidad argentina”. Tampoco es que no tengan buenas razones para hacerlo. De su lado tienen, por ejemplo, el argumento de la casi irrefutable prueba documental que demuestra que, efectivamente, en Controversia hay muchísimos más artículos dedicados al caso argentino que al análisis de América Latina4 o a la reflexión sobre problemas políticos de otros países de la región, incluidos los de México mismo.

No obstante, el argumento de la irrefutabilidad de la prueba deja de lado un elemento fundamental que recorre las entrelíneas de Controversia en particular y del exilio latinoamericano en México en general: la decisiva importancia del Artículo 33 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que prohíbe a los exiliados y/o extranjeros intervenir en los asuntos políticos de ese país. La trascendencia del Artículo 33 invita a imaginar algo que no pasa de ser un simple ejercicio conjetural: que el aludido subtítulo de la revista, Para el Examen de la Realidad Argentina, no es otra cosa que una de las tantas astucias exiliares para eludir la censura y la posibilidad cierta y firme de la expulsión, de la deportación, de un nuevo destierro. Es preciso recordar, y este es otro hecho que tampoco goza de toda la atención que merece, que el México de esos años no es sólo el de la envidiable y ejemplar solidaridad con los exiliados latinoamericanos, ese México que se ofrece como un escenario más que propicio para el desarrollo de sus vidas profesionales y académicas y que, por lo mismo, Carlos Ulanovsky (1980), Óscar Terán (2006) y Juan Carlos Portantiero (en Mocca, 2012) no pueden sino celebrar (sobre esto tendremos que volver).

Ese México legal existe, pero no es el único. También hay otro que convive con él, al lado suyo. O mejor: abajo suyo, porque lo hace de manera subterránea, oculta, escondida, ilegal. Es el México de “la Masacre de Tlatelolco”, del “Halconazo”, de las cárceles clandestinas y de la “guerra sucia” contra las organizaciones armadas y no armadas del campo popular (entre ellas, la Liga Comunista 23 de septiembre, el Partido de los Pobres de Lucio Cabañas y la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria de Genaro Vázquez). Es el México cuya vida política interior está salpicada por hechos de censura como el golpe del presidente Luis Echeverría (1970-1976) contra el periódico Excélsior, que terminó con la destitución de su director Julio Scherer García, la renuncia de Octavio Paz y de todo el consejo editorial de Plural (revista que funcionaba como suplemento del diario) y la denuncia del golpe en una nota pública titulada “El Excélsior y el espacio crítico mexicano”, firmada por Juan Rulfo, José Emilio Pacheco, Pablo González Casanova, Carlos Monsiváis, Renato Leduc y Efraín Huerta, entre otros y otras intelectuales y escritores. Es el México que tiene una democracia carente de un sistema electoral que permita a todos los partidos de oposición participar en los distintos comicios -de hecho, el Partido Comunista Mexicano (PCM) es proscrito desde la década de los años cuarenta y hasta 1977-, una democracia marcada por el tutelaje de los sindicatos por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI), por la violencia y la represión de la protesta social, por la persecución política y por la manipulación de los medios de comunicación, por la falta de libertad y por la permanente violación de las garantías individuales y de la propia Constitución.

Como señala José Miguel Candia, la democracia mexicana de esos años “extendía su mano amable con los recién llegados y cerraba el puño ante los emergentes sociales que escapaban de su control” (2017: 195). La figura de Echeverría parece encarnar ese México bifronte: si durante su presidencia tiene una activa disposición solidaria para con los exiliados en general, y ya como ex presidente la vuelve a tener con los argentinos, en particular al ayudarles a conseguir una sede para la Casa Argentina de Solidaridad (CAS), como secretario de Gobernación de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) había tenido una no menos decisiva y trágica influencia en la “Masacre de Tlatelolco”. Los dos Méxicos como reverso de una misma moneda, pero uno como cara oculta del otro.

Sobre ese México oculto los exiliados callan. Soledad Loaeza sostiene que el silencio de los argentinos, pero también de los brasileños, de los chilenos y de los uruguayos, es el precio del agradecimiento tanto por haber sido salvados como por las inigualables condiciones universitarias y laborales recibidas. La autora, provocativa, lee al exilio como “un regalo del cielo” que le cae a Echeverría, habilitando la profundización de su proyecto de reconciliar al Estado mexicano con las universidades y “redimir la experiencia que permitía hacer de México un país democrático porque recibía a los refugiados de golpes militares” (2017: 297). Esos exiliados que habían promovido un aporte indiscutible “a una reflexión general acerca de la democracia”, en el mismo movimiento le obsequian a Echeverría su silencio sobre el autoritarismo del Estado mexicano, permitiendo así que se siga extendiendo la sentencia que dice que “es por default que México se ha definido como una democracia” (2017: 297-299).

¿Pero eran los exiliados realmente ajenos a ese otro México? Roger Bartra contesta que no, que no lo eran, que ellos también “[…] sufrían esa falta de democracia que ocurría también en México, pero en donde se daba de una manera muy sutil, muy especial: la dictadura perfecta de Vargas Llosa, ¿verdad? Tan perfecta que no todos, sino sólo una minoría de los exiliados sudamericanos se percataba de su profundo carácter antidemocrático” (2017: 237). “Sólo una minoría”, dice Bartra. Y parece acertar, al menos si se le coteja con el recuerdo de Juan Carlos Portantiero, quien alguna vez dijo que mientras ellos vivían en el México de la “generosidad extraordinaria” con los exiliados latinoamericanos, no se enteraban “[…] mucho de lo que pasaba con los campesinos mexicanos” (2017: 162).

Sin embargo, la hipótesis de Loaeza y la evocación de Portantiero dejan de lado, o simplemente no se interrogan al respecto, aquello que también dejó de lado, o simplemente no se interrogó, la perspectiva argentinista: el impacto del Artículo 33. Es cierto que las razones de la denegación no son las mismas, pero los efectos que producen se parecen. En este caso, lo que se desatiende es que las diversas estrategias ideadas por los exiliados argentinos para sustraerse de la persecución, la represión, la tortura y hasta la desaparición física ejercida por la dictadura de su país son, al mismo tiempo, estrategias para evitar la deportación del país de acogida. Es el caso de Jorge Tula y su aparición como J. Tulli en el primer número de Controversia, o el de Nicolás Casullo y Alcira Argumedo y sus artículos exiliares firmados bajo seudónimos como Hernán Castillo, Claudio Aguirre y Elena Casariego, o incluso los de Sergio Bufano, Sergio Caletti y el mismo Casullo como clandestinos asesores de la Secretaría de Prensa del presidente José López Portillo (1976-1982).5 Pero es, sobre todo, el caso de la mismísima revista Controversia nombrando al mexicano Hugo Vargas como editor responsable. ¿Cuál es la función de Vargas en realidad? No la de editor, ciertamente, puesto que, como él mismo señala, es una tarea que nunca ocupa, sino la de ser “responsable ante las autoridades mexicanas por si los argentinos cometían alguna tontería y opinaban sobre asuntos internos” (Vargas, 2021).

Aunque también, y esto no pasa de ser una conjetura que habría que demostrar, la cosa puede ser leída de una manera diferente: los exiliados no callan, sino que parecen callar, simulan callar, fingen callar. Leo Strauss había escrito: “La persecución, entonces, da origen a una peculiar técnica de escritura y, con ello, a un peculiar tipo de literatura, en la cual la verdad acerca de todas las cosas fundamentales se presenta exclusivamente entre líneas” (2009: 33). Pero su hipótesis no termina ahí. Y si no lo hace es porque ciertamente no puede culminar de ese modo, porque necesita, para ser completa, seguir diciendo que esa literatura “disfruta de todas las ventajas de la comunicación pública sin padecer su mayor desventaja: la pena capital para el autor” (Ibid.). Si esto es así, si damos por buena la conjetura de Strauss, entonces las reflexiones exiliares sobre la democracia en general y sobre la democracia argentina en particular también pueden ser leídas como una crítica solapada, escondida o incluso sintomática de esa democracia gobernada por el PRI desde 1929, de esa a la que en algún lugar Mario Vargas Llosa llamó “dictadura perfecta” y contra la cual las izquierdas mexicanas lucharon con aspiraciones nacionales desde al menos 1968.

Quizá ahora sea posible conjugar la hipótesis que dice que el borramiento de la Ciudad de México de Controversia es un producto de la academización de los saberes, con esta otra: la denegación de la interferencia mexicana en los estudios sobre Controversia puede ser pensada como un efecto de la desestimación del Artículo 33. Esa denegación obtura, justamente, la posibilidad de buscar las pistas y los rastros de esas características singulares del contexto mexicano (desde la vida política mexicana hasta su vida universitaria, pasando por sus editoriales y la vitalidad de su universo revisteril) que quedaron marcadas en la subjetividad de los exiliados. Para decirlo de otro modo: el mirador argentinista blinda las modulaciones de las ideas de los desterrados de los debates que se propician en México. Y así termina perdiendo de vista eso que Héctor Schmucler teme que se pierda, esto es, que la condición de exiliado se define “por estar fuera”, y que, por lo mismo, “las construcciones de la realidad argentina están impregnadas de esa condición” (1980: 4, énfasis en el original). O dicho de una manera todavía más definitiva: que entre “la Argentina de adentro” y la “Argentina de afuera” hay una distancia insalvable, constitutiva, imposible de suturar. De ahí entonces la necesidad de complementar las lecturas de Controversia que parten de los debates de la transición democrática con las que intentan indagar los diversos modos en los que el exilio interfiere sobre el texto, sobre el pensamiento, y, para llevar el argumento al extremo, sobre la vida misma de los exiliados. Que es, en suma, la que aquí se propone.

El exilio en México como antídoto latinoamericanista frente al “argentinocentrismo”

Precisamente, uno de los elementos de los que intentan despojarse los protagonistas de Controversia es el atasco epistemológico producido por eso que alguna vez Terán llamó “mi argentinocentrismo” (1985: 10). ¿Qué es el argentinocentrismo? Una invisibilidad hacia lo “latinoamericano” (Terán, 2006: 64), abrir “los diarios en Buenos Aires y [y ver que] Nicaragua no existía, el Brasil tampoco” (De Riz, 2017: 105). El argentinocentrismo en tanto que imposibilidad de ver más allá se expresa, y bien, en la descripción que hacen dos habituales colaboradores de Controversia, Mempo Giardinelli y Jorge Bernetti, sobre el momento de su arribo a México:

La llegada a México constituía, para la gran mayoría de los argentinos, una aventura más angustiosa que excitante […] la gran mayoría no podía siquiera mencionar una calle de México o señalar un punto de la ciudad que le fuera familiar. Quizá, en algunos casos, se conocía el gran mural de Juan O’Gorman que cubre los muros exteriores de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que ha recorrido el mundo entero en imágenes de postal, o se podía tener cierta familiaridad con Cantinflas, Agustín Lara, María Félix o con los enormes y emblemáticos sombreros charros. En esa tosca arquitectura del país, se tenía una visión seguramente idealizada de la Revolución Mexicana de 1910 y un conocimiento más cercano de la matanza de Tlatelolco, en ocasión del movimiento estudiantil de 1968. Pero no mucho más que eso (Bernetti y Giardinelli, 2014: 26-27).

No muy diferente es lo que siente Sergio Schmucler cuando llega exiliado a México a sus 17 años tras su militancia en la agrupación armada Montoneros. El hijo de Héctor Schmucler narra así los signos de extrañeza, que son, al mismo tiempo, los de un desdén a lo latinoamericano no argentino:

México no era nada para mí. No sabía que Armando Manzanero era mexicano. No sabía del tequila, del ron, del pulque, de los mariachis, de Pedro Infante, del PRI, de la revolución. Tampoco de Villa, de Tlatelolco en el 68, de las tortillas, del chile, del Estadio Azteca, del Paseo de la Reforma ni del Ángel. No sabía que aquí habían llegado los republicanos españoles que habían luchado contra Franco y que habían cantado antes que nosotros el ejército del Ebro y si vas a Barcelona. No sabía que el Che había conocido a Fidel aquí, ni que Cuba estuviera tan cerca. No sabía que el DF era una ciudad tan grande, no sabía del smog; no creo haber tenido siquiera idea de su cercanía con los Estados Unidos, el imperio tan temido. México era solamente el lugar vacío, hueco, anónimo, indiferente, ajeno, en donde me decían que iba a poder esperar las condiciones para regresar a la Argentina, sin temor a morir o a ser torturado (Schmucler, 2000: 103-104)

Pero ese “no mucho más que eso” de Bernetti y Giardinelli luego de listar los lugares comunes que se mencionan cuando se pulsa el nombre “México”, o el “nos tocó lidiar con lo desconocido (que era prácticamente todo)” de Ulanovsky (2011: 60), o la descripción de una llegada “con un par de valijas a una tierra donde [uno] no conoce ni dos esquinas juntas” de Casullo (1999: 104-105), o ese país descrito como “lugar vacío, hueco, anónimo, indiferente, ajeno” y que le hace decir a Schmucler que “México no era nada para mí”, ese México visto desde miradores argentinocéntricos es rápidamente revertido, corregido, remediado. Porque, para decirlo con Óscar Masotta (2010), el exilio en México hace algo en ellos.

¿De qué concepción de exilio se trata? Nunca como experiencia abstracta o general, y por eso, más o menos universalizable, esto es, como un no-estar, como desterritorialización, como una suspensión en el tiempo, como un paréntesis entre el pasado y el lugar que con pena se deja atrás y el futuro y la urgencia del retorno al lugar de origen, o, para el caso de Controversia, como una simple transición entre derrota y esperanza, entre lucha armada y retorno democrático. No entonces el exilio vivido como un “limbo”, como un “tiempo suspendido [que no es] ni seráfico paraíso ni infierno aterrador” a la manera de Noé Jitrik (2017: 109), o como una vida vista “detrás del vidrio” según la metáfora de Schmucler (2000), o como un tiempo de “dislocadura” del que habla Tununa Mercado (1999). O mejor: no sólo esa idea del exilio. Esa idea, pero también otra, todavía más dramática y, si se quiere, desdichada, que es la que intenta pensar León Rozitchner desde Caracas y que publica en el número 4 de Controversia. Rozitchner piensa al exiliado de entonces como “ser de excepción”, como alguien sometido a una doble falta: por un lado, la falta que supone no poder desarrollar una vida política plena en el país de acogida -“Se nos recibe con la precaución siguiente: que no vayamos más allá” (Rozitchner, 1980: 8)-; por otro, la falta del “cuerpo común de la población sometida y viviente de la propia nación” (Ibid.). El “ser de excepción” es el desgarrado que, como Casullo, puede decir “yo viví entre argentinos y entre mexicanos, yo viví sin meterme ‘en las cosas de México’ que pisaba todos los días, y ‘metido en las cosas de Argentina’, que iba pasando a ser un país de contornos, voces y secuencias neblinosas, terroríficas, inencontrables” (1999: 110). El “ser de excepción” es aquel que sabe que el exilio es un “crédito inesperado” para seguir viviendo en tanto lo pone a resguardo de la tortura, pero sin ignorar que ese crédito es siempre fallado y fallido, porque recibirlo supone el despojo del “campo de la realidad donde podría verificarse como muerte cierta el terror que llevó a él” (Rozitchner, 1980: 8). El “ser de excepción” se sabe un ser políticamente derrotado, un ser fugado, desquiciado, desgarrado. Con gestualidad brechtiana, Casullo lo describe como aquel que vive “en una historia que te contiene, pero invadida de muertos y desaparecidos” (Casullo, 1999: 103).6

Como sea, el “ser de excepción” también puede convivir, y de hecho lo hizo, con otra figura del destierro, que es la del “exilio como vida”. Y que no es sólo una “vida que se te fuga”, como piensa Casullo (1999), o un no-estar-ahí-donde-se-quiere-estar o un-estar-ahí-donde-no-se-quiere-estar. Más bien se trata de una representación que procura atender los rastros, las huellas y las marcas que la específica escenografía del exilio deja en los protagonistas de Controversia, buscando aprehender desde allí las razones de las inflexiones, desviaciones y modulaciones en sus pensamientos e ideas. Una figura que recoge la “respiración artificial” de Ricardo Piglia, pero sin desatender el hecho de que esa artificialidad puede transformarse en una segunda naturaleza, acaso en una segunda patria, y que en este caso, que es el del exilio argentino en México, es capaz de inventar una nueva identidad: el “argenmex”. Y es que la duración de ese exilio es menos la que imagina Bertolt Brecht (1968b) en la primera parte de un célebre poema que la que sospecha en la segunda, en la que se pone “un clavo en la pared”, se hacen “planes para más de cuatro días”, se riega “el pequeño árbol” y se estudia “una gramática extranjera”.

Ulanovsky lee esa experiencia en clave de enriquecimiento: “[…] entendí, mejor que de cualquier otra manera, la esencia cultural -que a lo argentino natural sumó lo nuevo y desconocido mexicano- que nos modificó para siempre. Ellas son de mente y corazón, de estilos y costumbres argenmex, ese neologismo tan preciso y oportuno que ilustra cómo se enriquecieron nuestras identidades” (2011: 9). Ulanovsky escribe esto en Seamos felices mientras estemos aquí, un libro de crónicas sobre el exilio que continúa la senda iniciada en “Muchas actividades, nuevas inquietudes, mejores personas”, nota publicada en el número 4 de Controversia, y en la que sostiene que el exilio hizo de ellos personas “menos rotas”, y, por lo mismo, “mejores”. ¿En qué sentido? En que les permitió pensar con otro punto de vista, más amplio, más comprensivo, más solidario.

Interesa aquí subrayar la metáfora de la vista que introduce Ulanovsky para pensar algo de lo que México hace en ellos en relación con el argentinocentrismo. Con una gestualidad típicamente porteña, Casullo dice que el país de Villa y Zapata “nos desbarató el provincialismo, nos quebró narcisos malolientes, nos informó que no a todos les gusta el churrasco con fritas y la milanesa a caballo, que había realidades mucho más inteligentes, sabias, tolerantes y enriquecedoras que las del Plata” (1999: 104). Agrega: “Para ese tipo de gente que éramos, el exilio nos abrió mundos” (Ibid.). Portantiero también evoca a México como “un laboratorio extraordinario para nosotros, de apertura en todo sentido” (2017: 166), como “un lugar excepcional en el sentido de que había brasileros, chilenos, uruguayos, gente de Centroamérica. Yo digo que conocí América Latina cuando vine a México. En Buenos Aires uno habla de América Latina pero es retórica absoluta. Acá, efectivamente, uno la conoció porque México es América Latina y porque de repente fue un crisol, donde vino gente de todos lados” (2017: 162). Pero es Aricó quien acaso mejor describa ese desplazamiento en el punto de observación que habilita México. Allí, dice:

[…] se había producido tal vez el fenómeno intelectual más importante en América Latina: una concentración inaudita de corrientes intelectuales originadas por los exilios políticos que habían asolado antes a la España de la guerra civil, y que asolaban ahora a los pueblos sudamericanos y centroamericanos. Fue el entrecruzamiento de discursos disímiles, de experiencias diferenciadas, de experiencias políticas diversas, de matrices culturales distintas, lo que creó la posibilidad de medir efectiva y no ritualmente nuestras ideas con las de los otros. Estoy convencido de que fueron todas estas circunstancias y las que no menciono, pero que se refieren a la configuración de un tejido intelectual plural, las que permitieron que se diera una estación muy fértil del exilio latinoamericano en México, de la que yo me siento un usufructuario privilegiado. ¿Por qué? Porque me permitió darle a mi trabajo intelectual una dimensión, una manera de ver los hechos que acaso no hubiera podido alcanzar en mi país, por lo menos en esa Argentina que yo recuerdo, en la Argentina de mis años. Por supuesto que en la Argentina de mi exilio, la del Proceso, nada de esto era pensable. Pero ¿qué es lo que se produjo en México? En esencia, un cambio del punto de observación, desde el sitio desde el cual pensaba. Y esto tiene relevancia porque nunca cuando se piensa se incorporan en ese pensar las coordenadas del lugar en el que, y desde el cual, se piensa (Aricó, 2014: 242; subrayado nuestro).

Esa nueva visibilidad es la que permite que incluso alguien sumamente informado sobre la cultura de izquierdas como Aricó, recién entonces pueda entender lo que realmente significa el campesinado indígena como sujeto político en América Latina. Comprensión que acaso haya funcionado como experiencia pre-teórica -el termino es de Terán (1985) - para la profundización de su vínculo con la obra de José Carlos Mariátegui. Como sea, México lo dispone a meditar en las implicaciones que tiene ese “hilo invisible que nos une al suelo” (Aricó, 2014: 242; subrayado nuestro) cuando intentamos pensar. Y es que tal vez, como sostiene Boris Groys (2015), pensar no es otra cosa que cambiar permanentemente los pensamientos. Groys lo dice menos como oda al relativismo de las ideas que como postulación de un pensamiento que se sabe dialéctico, contradictorio, paradojal, que se sabe en oposición con otros pensamientos, pero también consigo mismo. Así, el pensamiento como proceso infinito no es un pensar abstracto, etéreo, indeterminado, sino un pensar atravesado por su contexto. Se trata, en definitiva, de la reunión entre texto y contexto.

Terán también participa de la metáfora de la vista para intentar dilucidar qué es lo que México hace en él. Sostiene que la escenografía mexicana le ofrece las condiciones de posibilidad para “adoptar una mirada más atenta sobre fenómenos hasta entonces obturados por mi argentinocentrismo” (1985: 10). ¿Cuáles son esos fenómenos obstruidos, tapados, ocluidos? Los que ocurren en el contexto de un nombre propio hasta entonces negado: América Latina. De modo que antes que un colorido decorado de sombreros charros y murales gigantescos, destilados y picantes, comediantes y cantantes populares, México le “brinda por primera vez una perspectiva latinoamericanista para contrastar los problemas de la cultura argentina” (Terán, 2006: 20). Son las latinoamericanizadas condiciones exiliares mexicanas las que permiten que un argentino formado en filosofía en los muros interiores de la Universidad de Buenos Aires pueda desprovincializar su horizonte de intereses y acceder a ciertos saberes latinoamericanos, que, ahora sí, pueden aparecer como algo mucho más sustantivo que un “modesto bricolage” de conocimientos importados (Terán, 1985). Llevando el argumento hasta el límite, el autor llega a escribir que sin esa experiencia su Discutir Mariátegui jamás podría haber sido escrito -¿no podríamos suponer y hasta aceptar la razonable hipótesis de que el subtítulo de Controversia se inspira en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana?-. ¿Y qué es Discutir Mariátegui? Una indagación sobre los marxismos latinoamericanos, pero también sobre los exilios como miradores privilegiados.

El escenario. Política y cultura en el México de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta

Cada uno de estos relatos forma parte de reconstrucciones retrospectivas realizadas por los protagonistas cuando el exilio ya había terminado. Interesan porque proveen una historicidad propia que los textos acaso niegan. ¿Pero la confirmación de la hipótesis latinoamericana puede basarse sólo en esos testimonios? ¿No deberíamos, con Pierre Bourdieu (1997), desconfiar de la “ilusión biográfica”, esa creación artificial de sentido que intenta presentar una vida como un todo coherente y lineal y que envuelve en una bruma de complicidad a entrevistadores y entrevistados y, por extensión, a quienes creen en ese relato? Seguramente sí. Por eso es preciso reconstruir las relaciones objetivas y el contexto en el que se movieron los animadores de Controversia, sean los integrantes del comité editorial o sus colaboradores más cercanos, con la finalidad de controlar el espacio social como escenario condicionante de sus discursos y estrategias.

¿Cuáles son, en términos objetivos, las latinoamericanizadas condiciones del exilio en México? ¿Cuáles son las aludidas marcas que parecen interferir en Controversia? Es posible enumerar y describir toda una vida cultural conectada a través del mundo editorial, la publicación de revistas, la enseñanza universitaria y la organización de coloquios, jornadas y seminarios, junto a una vida política perforada por el renacimiento público de grandes debates políticos nacionales en el contexto de la “guerra sucia”. Es esa vida político-cultural trenzada por eso que Aricó llama “tejido intelectual plural” la que obliga a interrogar a Controversia como un proyecto colectivo que excede y desborda las páginas de la propia revista.

El México de esos años está atravesado por la ampliación y profundización del campo editorial, proceso que había iniciado en décadas anteriores con proyectos como Fondo de Cultura Económica, Grijalbo y Siglo XXI Editores, y que editoriales como Era, Joaquín Mortiz, Nuestro Tiempo, Juan Pablos y Ediciones de Cultura Popular logran amplificar con la difusión de obras clásicas y contemporáneas de las izquierdas en general y del marxismo en particular, con tiradas de miles de ejemplares y records de venta que se quiebran año tras año. Los integrantes de Controversia participan activamente en este fenómeno. Ricardo Nudelman es designado gerente general de la librería Gandhi y funda y dirige la editorial Folios, en la cual Aricó es nombrado director de la colección El Tiempo de la Política. También en Siglo XXI Editores Aricó dirige las colecciones Biblioteca de Pensamiento Socialista y Cuadernos de Pasado y Presente. Pero su labor excede ampliamente la elección de títulos: compila volúmenes, escribe introducciones, advertencias, estudios preliminares, notas, contraportadas. En esos años, además, Alianza saca a la luz la edición mexicana de su Marx y América Latina. En Siglo XXI Editores también trabaja Tula como editor, traductor y prologuista, y Terán como corrector y traductor. Allí Portantiero publica Estudiantes y política en América Latina y el artículo “Los usos de Gramsci”, que oficia como introducción al cuaderno 54 de Pasado y Presente, y que luego aparecerá como libro autónomo, con más textos pero con igual título, en la colección que Aricó dirige en Folios. Terán tampoco reduce sus actividades editoriales a la corrección y a la traducción: el circuito del libro lo recibe como compilador y autor de largos estudios preliminares a obras como José Ingenieros: antiimperialismo y nación; Aníbal Ponce: ¿el marxismo sin nación?; América Latina: positivismo y nación; Michel Foucault: el discurso del poder y el ya mencionado Discutir Mariátegui, que, a pesar de ser publicado cuando ya había retornado a Argentina, es escrito durante su exilio. Discutir Mariátegui forma parte del catálogo de la Colección Filosófica del Instituto de Ciencias de la Universidad Autónoma de Puebla (ICUAP), dirigida por un colaborador de Controversia: Óscar del Barco. En esa colección, Del Barco compila libros, escribe presentaciones y edita dos obras propias: Esencia y apariencia en El Capital y Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninistas. A éstas suma El otro Marx, libro publicado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Finalmente, Bufano da a conocer Cuentos de guerra sucia y Emilio de Ípola, a instancias de Folios, Ideología y discurso populista.

Lejos de restringirse a la publicación de libros, el mundo editorial mexicano de esos años también es animado por las revistas político-culturales. Las revistas, como alguna vez las definió Claudia Gilman, son “el soporte material de una circulación privilegiada de nombres propios e ideas compartidas, así como el escenario de las principales polémicas” (2012: 77). Antes que “islas de pensamiento” enfrentadas entre sí, funcionan como redes de contacto. Redes que, además, son hiladas en recíproca solidaridad: comparten autores y artículos y sus páginas se ofrecen como espacios de difusión del lanzamiento de futuros números y libros. Pero esa solidaridad no aparece por el solo hecho de tratarse de revistas. O mejor: el artefacto en sí no es productor de solidaridad. Al menos no en esa escenografía mexicana de los años setenta y ochenta. Acá lo que produce solidaridad es el terror, la destrucción y las dictaduras, pero también lo que resiste y persiste: una lengua común, una lengua de izquierdas compartida, sea la del comunismo, la del reformismo, la del trotskismo, la del izquierdismo o la del nacionalismo revolucionario, y una misma vocación latinoamericanista verificable en una mayor proximidad ideológica a la Revolución Cubana que a la Revolución Mexicana. Historia y Sociedad, Coyoacán, El Machete, Nueva Política, Nexos y Cuadernos Políticos, las universitarias Revista Mexicana de Sociología, Dialéctica, Crítica, Buelna, Textual, Estudios Contemporáneos y Comunicación y Cultura o la también exiliar Cuadernos de Marcha son algunos de los nombres que conforman esa red revisteril tejida por exiliados latinoamericanos como Agustín Cueva, Theotonio Dos Santos, Bolívar Echeverría, Gerard Pierre-Charles, Ruy Mauro Marini, Carlos Quijano y René Zavaleta Mercado; desterrados españoles como Adolfo Sánchez Vázquez y Wenceslao Roces; exiliados argentinos como Guillermo Almeyra, Adolfo Gilly, Atilio Boron y Sergio Bagú, e intelectuales mexicanos como Carlos Monsiváis, Pablo González Casanova, Roger Bartra, Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Sergio de la Peña, Marcela Lagarde, Pedro López Díaz, Carlos Pereyra, Enrique Semo y Gerardo Unzueta.7

Aunque seguramente desde un lugar más periférico, Controversia debe leerse como parte de esta vasta red. Y eso no sólo porque sea anunciada en Nexos, en Cuadernos Políticos o en el diario de izquierdas Unomásuno, o porque sus propias páginas difundan los números próximos a salir de Cuadernos de Marcha y Cuadernos Políticos o las novedades de Siglo XXI Editores, Era, Alianza Editorial y la editorial de la UAP, sino también, y sobre todo, porque algunos de sus integrantes son colaboradores en muchas de esas revistas. Así, mientras Bufano es jefe de redacción de la sección latinoamericana de Le Monde Diplomatique, Portantiero escribe en Dialéctica, en Nueva Política, en Cuadernos de Marcha y en la Revista Mexicana de Sociología; Terán, en Plural de Octavio Paz, en Dialéctica, en Cuadernos de Marcha, en Cuadernos Americanos, en Buelna y en Crítica; Carlos Ábalo, en Cuadernos de Marcha; Aricó, en Buelna, en Estudios Contemporáneos, en Textual y en Nexos, y Casullo en Unomásuno, Proceso, Mañana (donde lo hace bajo seudónimo) y en Comunicación y Cultura, de la cual es director y en la que también escriben Schmucler y Caletti, que además forman parte del comité editorial. Por su parte, colaboradores de Controversia como Del Barco y De Ípola publican en El Machete, en Crítica, en Comunicación y Cultura, en la Revista Mexicana de Sociología, en Buelna, en Márgenes, en Espacios, en Arte, Sociedad, Ideología y en Dialéctica, en la cual Del Barco, además, forma parte del comité editorial.

La constelación intelectual latinoamericana que brilla en México también extiende sus luces al universo académico. Además de publicar libros o escribir artículos o dirigir revistas, los exiliados ejercen la docencia universitaria y la investigación, organizan coloquios y participan en congresos. Como señalan Terán (2006) y Pablo Yankelevich (2009), el crecimiento económico del México de esos años, alimentado por las ventas de petróleo, redunda en la expansión del sistema universitario, lo cual incluye la creación de nuevos institutos y sedes universitarias que, por lo general, adoptan una fuerte impronta latinoamericanista que se adivina en sus propias nominaciones. En ese marco, la participación de los argentinos es realmente activa. Schmucler trabaja en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) -al poco tiempo de ingresar, será designado director de la carrera de Comunicación- y es investigador en el Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET), donde también trabaja Casullo. Terán da clases en la UNAM y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y se incorpora como investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (cela) de la UNAM y del Centro de Investigaciones Filosóficas del Instituto de Ciencias de la Universidad Autónoma de Puebla (CIF-ICUAP), en el que también se encuentra Del Barco. A su vez, Portantiero y Aricó dan clases en la nueva sede de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), cuyo primer director es el también exiliado boliviano René Zavaleta, y donde se dicta una maestría en Sociología y Ciencia Política cuya singularidad latinoamericanista reclama una mención especial. Allí se reúnen algunos exiliados latinoamericanos como el propio Zavaleta y Pierre-Charles, Quijano o Susana Bruna, mexicanos como González Casanova, Bartra, Pereyra, Córdova, De la Peña o Guillermo Bonfil Batalla; argentinos y latinoamericanos invitados como Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Francisco Weffort, Leopoldo Zea o José Carlos Chiaramonte, y otros argentinos también exiliados como Bagú, De Ípola, Boron, Ernesto López o Carlos Sempat Assadourian. Y se reúnen, decíamos, para dar forma a un ambicioso programa de estudios que incluye materias que van desde la introducción a la problemática de América Latina hasta problemas latinoamericanos contemporáneos, pasando por la historia del pensamiento socialista en América Latina, la filosofía latinoamericana, la historia contemporánea latinoamericana, la teoría política latinoamericana, la sociología latinoamericana, el indigenismo, el problema de la crisis de hegemonía y el Estado, los modos de producción, problemas de la teoría del Estado en América Latina, estructuras sociales de América Latina y un largo etcétera que considera el estudio del área andina, del Río de la Plata, de Centroamérica y del Caribe.

Como parte de una intensa práctica investigativa, los protagonistas de Controversia participan en congresos y jornadas regionales, sea en calidad de ponentes o de organizadores. Aricó, Portantiero y De Ípola presentan comunicaciones en los seminarios “Hegemonía y alternativas políticas en América Latina” y “Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea” (donde Portantiero y De Ípola intervienen con “Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes”, ponencia que luego saldrá publicada en el último número de Controversia). Aricó organiza y participa en el coloquio “Mariátegui y la revolución latinoamericana”, al cual también acude Terán, en una mesa redonda de igual nombre, en otra titulada “En torno a Mariátegui: a 50 años de su muerte” y en el ciclo “Cultura y política en América Latina en la actualidad”. Portantiero, por su parte, también expone en el seminario “Los dilemas de la democracia en crisis” y en el taller “Política y Estado en América Latina”. Del Barco y De Ípola hacen lo propio en el seminario “El Estado de transición en América Latina” y en el Primer Encuentro Latinoamericano sobre Enseñanza de la Comunicación, respectivamente.

¿Qué nos muestra esta larga pero no exhaustiva reconstrucción de los proyectos académicos y político-culturales que se llevan adelante en escenografía mexicana? Por lo menos, una incesante actividad intelectual de un exilio que, antes que mera anécdota o suspensión del tiempo, deviene, tal como sugiere Terán (1979) en el primer número de Controversia, en mirador epistemológico privilegiado. Un exilio que se deja atravesar por las coordenadas latinoamericanistas que se dibujan en la brújula de la cultura y los debates mexicanos del último tercio del siglo XX. Expone que aquello que se está pensando en las páginas de la revista no es ajeno a lo que se piensa, discute y debate en el campo intelectual de las izquierdas mexicanas. Muestra, en definitiva, que son las peculiares condiciones del clima cultural mexicano de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta las que permiten pensar algunas cuestiones que en otro lado no podían ser pensadas y que, de hecho, no estaban siendo pensadas. ¿Cuáles son entonces esas cuestiones que se impregnan en Controversia?

El exilio latinoamericano y el problema de la democracia en México: elementos de interferencia

El ejercicio de interrogar los contenidos temáticos disponibles en ese espacio social mexicano atravesado por la generosidad de un Estado que, a la vez que permite y fomenta el desarrollo del mundo editorial, revisteril, institucional e investigativo, opera con fuertes dosis de autoritarismo político, acaso sirva para dejar de leer a Controversia bajo el exclusivísimo filtro de la derrota que, por obra y gracia de su editorial inaugural, parece habérsele fijado “como la sombra al cuerpo”. Porque si bien resulta incontestable la afirmación de que es la derrota política la que habilita las discusiones sobre la “crisis del marxismo”, los derechos humanos, el socialismo, el peronismo y la democracia -discusiones que, a decir de un caustico e irónico Casullo, son puestas en función de “una historia que se agrietaba en cuanto a un gran almacén de ideologías y prácticas que habíamos llevado a la acción” (1999: 106)-, no menos cierto es que la derrota de las izquierdas argentinas no es el único evento que las hace posibles. Para continuar con las hipótesis que se vienen arriesgando, los efectos teóricos de la derrota, esto es, el cambio de los productos de ese “gran almacén de ideologías”, son también un efecto de las específicas características del exilio en México. Si se acepta esto, entonces también se podrá reconocer a cada uno de esos debates no ya como el resultado de una motivación únicamente argentina, sino más bien como el fruto de un campo mucho más amplio que admite una recompensa latinoamericana, la cual no se obtiene al margen sino “a partir de la impronta institucional y cultural mexicana” (Candia, 2017: 194).

Que estos desplazamientos subjetivos no son privativos de los “controversiales” argentinos es algo que ellos mismos reconocen. Así, Portantiero puede señalar que los exiliados latinoamericanos

[…] estaba[n] haciendo la misma experiencia que nosotros, en el sentido de hacer un balance de todo lo que había pasado: ¿por qué estamos acá́?, no vinimos de turistas, ¿por qué vinimos? Entonces a esto se empieza a mezclar el tema de cierta apertura del pensamiento marxista, el eurocomunismo, todas estas cuestiones, la llamada crisis del marxismo que fue todo un tópico que duró varios años (Portantiero, 2017: 162).

Para luego agregar:

[…] me parece que no inventamos nada, porque salvo en las dictaduras (al menos en la Argentina, porque en Chile igualmente había prendido) eran temas que ya estaban en la agenda: la necesidad de renovación de las viejas categorías de análisis que venían del marxismo y de las prácticas populistas; también la idea de que había una crisis de un tipo de sociedad en América Latina, la sociedad “estadocéntrica”, cerrada, de industrialización sustitutiva, etc. Que las dictaduras estaban haciendo una tarea de limpieza; que era imposible soñar con un retorno al pasado. En fin, me parece que ese era el cuadro general en el que nos movíamos (Portantiero, 2017: 165; subrayado nuestro).

“Dictaduras” en plural para referirse a una tarea de “limpieza” continental y “nosotros no inventamos nada” son formulaciones que no deberían ser soslayadas, no al menos si lo que se busca es acercarse a una comprensión de las razones que llevan a tan importantes mudanzas ideológicas que no son atribuibles sólo a un puñado de reconocidos intelectuales argentinos en el interior de una revista desgarrada, sino que están formando parte de una transmutación epocal. Una época en la que, para decirlo con el ya célebre axioma de Norbert Lechner (2006), las izquierdas del cono sur del continente pasan de “la revolución a la democracia”. Si bien las marcas, las historias y las líneas teóricas que surcan ese mar exiliar en el que sale a flote la tematización del problema de la democracia son disimiles, divergentes y diversas, la revigorización de su concepto es un elemento común que define a buena parte de ese exilio. Pero que la democracia deje de ser pensada como un tramposo valor burgués, o como algo que sólo puede venir con la socialización de los medios de producción después del “asalto al cielo”, son formulaciones que muy difícilmente pueden ser sólo asignadas a la imaginación de los de los exiliados latinoamericanos y, como consecuencia, a la de los animadores de Controversia.

Bien mirado, el debate sobre la democracia en México está disponible por lo menos desde el surgimiento del movimiento popular-estudiantil de 1968. Son los estudiantes los que abren las condiciones sociales para que la democracia se vuelva parte del debate nacional. En un momento histórico en el que las izquierdas latinoamericanas escogen la opción armada como vía de acceso al poder, las izquierdas mexicanas eligen el camino de la democracia. Pero lo que en esos años podía ser leído como un inequívoco signo de reformismo o de claudicación a la revolución entendida como toma del “palacio de invierno”, en las tierras de Villa y Zapata significa otra cosa. Y se transforma en otra cosa. ¿En qué? Según Luis González de Alba, en apenas “seis peticiones, ninguna de las cuales puede considerarse una reforma medianamente radical en otros países, [pero que] en México se transforman en un verdadero explosivo” (2013: 41). Barry Carr participa de la misma idea: “El programa inicialmente ‘moderado’ de 1968 tomó inevitablemente proporciones revolucionarias” porque “la exigencia de democratización implicaba impugnar las estructuras corporativas que subordinaban a las organizaciones obreras y campesinas ante el estado” (1996: 261).

Los debates sobre la democracia en México vienen a anticipar en al menos 10 años a los debates sobre la transición democrática en Argentina. Pero que nosotros y nosotras sepamos infinitamente menos del verano mexicano que del mayo francés habla más de nuestros eurocentrismos que de una supuesta intrascendencia de esos 68 días en los que los estudiantes dan vuelta el escenario político mexicano de ese año 68 y de, por lo menos, los siguientes 20 años. Y que lo conozcamos más por su trágico final que por el contenido de sus demandas o por el proceso de discusión democrática que con ellos se inaugura también habla más de nuestros argentinocentrismos que de una supuesta insignificancia de un programa que Sergio Zermeño (2010) supo definir como una “democracia utópica”.

Como sea, nuestros desconocimientos no parecen ser razón suficiente como para suponer que los exiliados argentinos también se habrían mostrado indiferentes frente al nuevo devenir de las izquierdas mexicanas. ¿O es acaso dable postular que cuando en las páginas de Controversia discutían y revalorizaban la palabra “democracia”, tensándola con el socialismo, con el peronismo y con el liberalismo, lo hacían abstraídos de la escenografía política y cultural que México les ofrecía? ¿Podían realmente nuestros protagonistas desconocer lo que había significado el movimiento popular-estudiantil de 1968 para la apertura de un debate nacional sobre la democracia? ¿El pasado de Aricó y Portantiero en el Partido Comunista Argentino (PCA), tanto como sus vínculos con el eurocomunista Partido Comunista Italiano (PCI), podían realmente permitirles ignorar que el PCM ya había abrazado el socialismo democrático en su XVI Congreso de 1973? ¿Podían también ignorarlo Terán y Del Barco en tanto miembros de una universidad como la UAP, cuyos rectores Luis Rivera Terrazas (1975-1981) y Alfonso Vélez Pliego (1981-1987) eran reconocidos militantes del PCM? ¿Y el resto? ¿Acaso la fundación del Centro de Estudios Argentino-Mexicano en la CAS no es razón para sospechar que todos ellos sí conocían, y de primera mano, las consecuencias de la Reforma Política de 1977 bajo el gobierno de José López Portillo (1976-1982), la cual sacaba al PCM de una proscripción de más de tres décadas, iniciando así un proceso de unidad de las izquierdas que comienza con la autodisolución del PCM y la formación del Partido Socialista Unido de México (PSUM) en 1981, sigue con la fundación del Partido Mexicano Socialista (PMS) en 1987, la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en el Frente Democrático Nacional en 1988 y culmina con la conformación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989? La respuesta es que no. Que no podían. Porque sus quehaceres estaban demasiado tramados con la realidad mexicana -¿existe algo así como una “realidad mexicana”?-, con su historia, con su intelectualidad y con sus latinoamericanizados debates como para poder mantenerse al margen.

Es Casullo quien vuelve sobre el tópico de la latinoamericanización del exilio, pero esta vez para incorporar el dato nacional mexicano:

En ese entonces México era como una fabulosa tierra de exilio: chilenos, uruguayos, brasileños, nicaragüenses, peruanos, guatemaltecos, argentinos, y la propia izquierda mexicana en plena revisión de sus postulados. Una excepcional fragua de cuadros políticos, intelectuales, profesores, ideólogos, deambulando por el Distrito Federal, escribiendo en suplementos, enseñando en cátedras, opinando en entrevistas, sacando libros (Casullo, 1999: 111, subrayado nuestro).

Bernetti desentierra esa misma memoria para decir: “En el exilio estudiábamos, discutíamos, con los profesores en la UNAM, con los mexicanos que eran amigos nuestros, con otros latinoamericanos que enseñaban” (Bernetti, 2017: 325). El recuerdo de De Ípola resulta todavía más taxativo: “En México no sólo discutíamos los exiliados sino también los mismos mexicanos” (1998: 162). ¿Y sobre que discutían? Es Portantiero quien nos asiste en ese ya imaginable dato, agregándole nombres propios: “Entonces estaba acompañado por gente mexicana que andaba en lo mismo: de Julio Labastida a Rolando Cordera y Carlos Pereyra. Había muchísima gente que también, desde posiciones de izquierda, comenzaba a hacer una reivindicación de cosas que nosotros antes habíamos abominado: la democracia formal y todas esas cuestiones” (2017: 162). No se queda ahí el recuerdo de Portantiero: “El tema era la reivindicación de la democracia como valor. Bueno, también con los intelectuales que forman el PSUM: desde Arnaldo Córdova hasta el Tuti Pereyra, Rolando Cordera, José Woldenberg, Sergio Zermeño, con el cual estábamos bastante cerca” (2017: 164). También retorna Bernetti sobre el mismo tópico para decir:

[…] el proceso de la propia izquierda mexicana y latinoamericana formaba parte de nuestros debates cotidiano [sic]. El proceso de la izquierda mexicana era muy curioso, porque había estado fuera del campo electoral, y quería participar […] Entonces esta gente se incluía en la democracia política mexicana, aceptaba las nuevas corrientes de la izquierda, el feminismo, por ejemplo, formaba parte del partido de izquierda, y nosotros no podíamos creerlo. La modernización política de estos sectores de la izquierda mexicana, frente a la vieja izquierda de México, y frente a la pretendida “nueva” izquierda argentina, por lo menos a mí, me impresionaba mucho (Bernetti, 2017: 319).

La importancia de esa izquierda mexicana es nuevamente ponderada: “‘Tiene que haber un cambio democrático avanzado en América Latina’ decíamos […] En esa línea, para mí fue muy importante la lectura o seguimiento de los debates de la democratización mexicana y de los debates de los cientistas sociales mexicanos de la época que surgía desde la propia universidad” (Bernetti, 2017: 319-320).

De modo que la latinoamericanización del exilio, filtrada por la escenografía mexicana, permite anudar el viejo anhelo del socialismo con la antes desdeñada idea de democracia. Esas marcas pueden verse, por ejemplo, en un texto como “Los dilemas del socialismo”, artículo en el que Portantiero (1980) define a la democracia como “producción popular” y como “conquista histórica de las masas”, y al socialismo como una “profundización de la democracia”. También aparecen en “Ni cinismo ni utopía”, donde Aricó (1980) relee la experiencia del “socialismo real” como una historia que se narra a partir del divorcio entre socialismo y democracia, cuya consecuencia fue la imposibilidad de arribar a un verdadero socialismo. Es en suelo mexicano, y en los mismos años en los que Montoneros prepara su “Contraofensiva”, cuando los integrantes de Controversia dejan de pensar la revolución como toma del Estado para comenzar a imaginarla como conquista de la democracia. Y esa mudanza viene acompañada de una idea de socialismo que ya no es invocada sólo en nombre de la igualdad, sino también de la libertad. Con inspiraciones luxemburguianas, el socialismo debe ser también libertad sindical, de prensa y opinión, pluralidad de partidos, elecciones generales libres. Todo eso que al ala socialista de Controversia parecía venirle de sus relaciones con el PCI, también estaba disponible en el debate nacional democrático abierto por el movimiento popular-estudiantil de 1968 en México. Si el “socialismo real” aparecía como el registro negativo de la conjugación entre socialismo y democracia, la lucha del movimiento popular estudiantil y su continuación en las disputas y debates de los años setenta y ochenta en México se presentan como inspiración de un proyecto de izquierda novedoso con centro en la democracia formal y la edificación de instituciones que lo sostengan.

Como sea, la pregunta por las interferencias mexicanas en las ideas vertidas en Controversia no debería ser respondida a partir de una perspectiva textualista que venga a demostrar positivamente la presencia explícita de ciertas citas o textos que las harían inobjetables. Tampoco a la inversa, señalando que su ausencia ya sería razón suficiente para desechar la hipótesis. Resulta que las marcas contextuales no aparecen así como así, y menos en una situación como la del exilio en México. Las relaciones entre texto y contexto son más complejas: nunca uno es el reflejo exacto del otro. ¿Cómo interrogarlas entonces? Quizá aquí pueda hacérselo por vía comparativa. ¿Qué segmento de la intelectualidad argentina de izquierdas estaba pensando en esos mismos años la articulación entre socialismo y democracia como lucha contra las dictaduras y como proyecto de futuro tal como se estaba intentando en México? Basta ver, en principio, la ausencia de esa variante en suelo argentino en los años de la última dictadura cívico-militar. Un rápido repaso de revistas como Punto de Vista o Crítica & Utopía nos asistiría en esa conjetura. También se dejaría ver en el modo en el que lo vivieron los propios protagonistas al regresar del exilio. Reconociéndose en una gestualidad ya no argentinocéntrica sino “porteñocéntrica”, De Ípola relata sus sensaciones desde la lejanía: “Cuando estaba en México suponía que todo lo que nosotros estábamos discutiendo estaba siendo también puesto en cuestión en Buenos Aires, engañado con la nostalgia de la maravillosa vida cultural porteña” (citado en Trímboli, 1998: 162). Que eso no fue así lo deja en claro Portantiero:

Nadie sabe, o nadie tiene por qué saber qué estábamos discutiendo en México; no había por qué imaginar qué habíamos pensado durante esos siete años […] Durante ese tiempo sacamos una revista, Controversia, con Casullo, Toto Schmucler, Caletti, yo, Emilio, Aricó… Todo ese debate aparece aquí [Argentina] cuando nosotros llegamos, pero nosotros ya lo habíamos procesado (Portantiero, 1991: 7).

Menos optimista, Casullo creyó que esa distancia entre lo que habían pensado y lo que se encontraron al volver era insalvable:

Porque cuando volvemos no podemos volcar todo eso: era como hablar en japonés. Así nos pasó. Era una infinidad de elementos, consideraciones, libros subrayados, discusiones, entrevistas, en donde aparecía toda esta discusión y reflexión, que cuando vinimos a la Argentina, que recién se abría y que estaba paralizada en su izquierda del 74-75, nos resulta muy difícil discutir (Casullo en Gago, 2012: 55-56)

Y para rematar el desencuentro, una nueva autocrítica: “En gran parte no acertamos, ni con la idea de un nuevo peronismo ni un nuevo socialismo para cuando regresase el tiempo democrático” (Casullo, 1999: 108). De modo que la conjugación entre socialismo y democracia no sólo era un producto exclusivo de los controversiales argentinos en México, sino que tampoco había podido ser pensada ni en los años oscuros de la última dictadura-cívico militar ni en los del retorno democrático, dominados ya por el binomio liberalismo/democracia.

Breves palabras (sin) finales

Volver con estas coordenadas sobre el exilio argentino en México puede servir como antídoto contra nuestros argentinocentrismos (¿nuestros “narcisos malolientes”?), pero también para entender de otro modo los desplazamientos políticos y categoriales que se imprimen en Controversia, con especial énfasis en el debate sobre la democracia. Es preciso tomar la sugerencia de Mercado (1999) y dejar de pensar el exilio como “aventura extravagante”, pero también dejar de invocarlo como paréntesis, como suspensión del tiempo, como una vida que no está aquí ni está allá, o, en su extremo, como un no-lugar, para pasar a examinarlo como tierra de aprendizajes, de cambios en los puntos de vista, de cruces de geografías políticas y culturales en la que viven y se desplazan estos “seres de excepción”. Esta forma de leerlo podría conducirnos a la nada pretensiosa conclusión de que los desterrados argentinos, como sugiere Verónica Gago (2012), hablaron con, pensaron en, y escribieron a, la lengua del exilio. Lengua que, en su turno, ayudaron a potenciar, imprimiéndole modulaciones propias. Porque, hay que decirlo, su paso por México no debe interpretarse como la historia de unos actores pasivos dispuestos a receptar una información nueva, sino más bien como un conjunto heterogéneo de historias en las que las distintas partes co-implicadas salieron distintas de como empezaron.

Quizá no deje de sorprender que, en este caso, el subjetivismo propio de la ilusión biográfica coincida con las relaciones objetivas tramadas en escenario mexicano. Quizá no deje de sorprender que la reconstrucción retrospectiva del pasado exiliar coincida con cierta prueba documental para venir a decirnos que tanto Controversia como los libros publicados en México, los temas de los seminarios a los que asistieron y los nombres de los espacios institucionales a los que pertenecieron los protagonistas de esta historia llevan inscritos en su nombre las palabras decisivas de esos años y de ese exilio: América Latina. Leída así, Controversia es otra.

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1 Para una profundización sobre la historia de la revista Controversia y sus debates, ver Reano (2012), Giller (2016, 2017) y Reano y Garategaray (2021).

3Hay que aclarar que cuando retorna la democracia a Argentina los discursos de los protagonistas de la Mesa Socialista no van a ser exactamente los mismos que habían animado sus años exiliares. Por razones de espacio no es posible desarrollar esta hipótesis, pero dejemos anotado que si en México la palabra “socialismo” todavía podía ser pensada como parte de un futuro a conquistar, en los años de la posdictadura esa misma palabra apenas designará a un grupo de discusión con nombre de club: el Club de Cultura Socialista.

4Va de suyo que esto no significa que los artículos “latinoamericanos” hayan sido pocos. Basta una mirada atenta al índice de cada uno de sus números para advertir que el más canónico de los textos sobre América Latina —nos referimos a “América Latina como unidad problemática”, de Aricó, publicado en el número 14— no es el único trabajo que busca indagar a la región como problema. En el número 5 apareció “Experiencia sandinista y revolución continental”, de Julio Godio; en el 6, “Internacional Socialista: el descubrimiento de América”, de Óscar González; “La izquierda latinoamericana ayer y hoy”, de Héctor Béjar, y “La presencia de Poulantzas en América Latina”, de Emilio de Ípola; en el 7, “Las sorpresas del desarrollo en América Latina”, de Fernando Henrique Cardoso, y en el 11-12, “América Latina: exilio y literatura”, de Julio Cortázar.

5Esto último lo cuenta Bufano en la mesa redonda “A 40 años de Controversia. Memoria y actualidad de una experiencia intelectual”, organizada por el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires. Se puede ver en el siguiente enlace: <https://www.youtube.com/watch?v=rVDeEVzZ4R8>.

6En su poema “Sobre la denominación de emigrantes”, Brecht (1968a) escribe: “¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund! / Llegan gritos hasta nuestros refugios. / Nosotros mismos casi somos como rumores de crímenes que pasaron la frontera”.

7Para una profundización del escenario mexicano en relación con sus revistas, ver Giller (2020).

Recibido: 17 de Mayo de 2022; Aprobado: 10 de Agosto de 2023

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