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Revista mexicana de sociología

On-line version ISSN 2594-0651Print version ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.84 n.1 Ciudad de México Jan./Mar. 2022  Epub Mar 22, 2022

https://doi.org/10.22201/iis.01882503p.2022.1.60232 

Reseñas

Nicolás Lynch (2020).Para una crítica de la democracia en América Latina.Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales/Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 136 pp.

Eduardo Enríquez Arévalo1 

1Universidad Andina Simón Bolívar (Sede Ecuador)

Lynch, Nicolás. 2020. Para una crítica de la democracia en América Latina. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 136p.


El libro de Nicolás Lynch, profesor de sociología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Perú, trata sobre uno de los temas generales principales de la región latinoamericana: su política y democracia. Su obra anterior ha girado en torno a los temas, en Perú y América Latina, de la democracia, el populismo, la izquierda política y formas sociales y culturales de la política de su país. Pero el hecho de que se incluya en el título mismo de este libro la palabra “crítica” apunta a que no sólo quiere presentar una visión sobre la democracia en la región, sino también una visión crítica con una forma particular de mirar y analizar aquello.

En el capítulo I apunta a una forma de estudiar la política democrática muy común en ciencia política que parte del “conductismo” (en inglés, behaviorism) que tomó importancia en Estados Unidos para desde allí ser adoptada en América Latina. Esa forma de pensamiento y análisis tiende a enfocarse principalmente en las élites políticas y sus interacciones, al mismo tiempo que se tendería a mirar a la política como un ámbito independiente de la economía, la historia y la sociedad en la cual existe. Como alternativa a aquello, el autor propone un enfoque sobre la democracia en la región que denomina “histórico-estructural”, el cual se observa como un proceso de democratización social y político. Se alude a que la existencia de ese enfoque conductista se habría impuesto en la región en los años ochenta como una reacción excesiva a un percibido determinismo económico marxista y estructuralista en medio del entusiasmo de esa época por el regreso de la democracia.

El libro busca analizar lo que se menciona como “la disputa por el significado de la democracia en América Latina”, y allí ve que esta gira principalmente en torno a si construir una democracia “social y mayoritaria” o, en cambio, una “elitista y procedimental”. Aquello lo opone a una visión que encuentra que la disputa principal es entre democracia liberal y “dictadura populista”. El autor es claro en tomar partido en su libro por la construcción de esa democracia social y mayoritaria.

Su enfoque histórico-estructural decide alimentarse de líneas originales e influyentes de la tradición del pensamiento sociológico y social latinoamericano en la academia y fuera de ella. En el capítulo II el autor se dedica a ligar la reflexión sobre la democracia latinoamericana con la teoría de la dependencia, y señala que la democracia como régimen tiene un problema muy importante, por la continuidad de “la condición dependiente” de la región, que implica el legado colonial previo a la república y que después se insertará en las formas desiguales del comercio y la política internacional. Esta condición, para el autor, determinó la tendencia regional hacia el autoritarismo político, debido a la constante intervención de centros de poder imperiales mundiales; principalmente alude a Estados Unidos. La condición dependiente, sin embargo, no la mira como sólo un asunto de intervención de potencias en la política de los países latinoamericanos, sino como una alianza de estas potencias con las clases ricas latinoamericanas para dominar con ello la política y la economía de los países. El autor describe cómo, a mediados del siglo XX, en Estados Unidos emerge la teoría de la modernización y en contra de esta aparece la teoría de la dependencia en América Latina, a criticar ese ordenamiento internacional y esa visión sesgada desde el Norte global, para ubicar los obstáculos a la democratización y la inclusión económica, que terminan extendiendo y agrandando las desigualdades y exclusiones sociales en la región.

En el capítulo III, el autor continúa analizando los conflictos entre lo que llama la inclusión “nacional-popular” versus esa forma de gobierno oligárquica autoritaria dependiente que después a fines del siglo XX busca adaptarse a lo que sería la democracia liberal. Siguiendo a Norberto Bobbio en su libro Liberalismo y democracia (1991), Lynch señala la contradicción que ha existido entre la parte “democrática” y la “liberal” del concepto de “democracia liberal”. Observa que las élites económicas crecientemente transnacionalizadas en medio de la aplicación de las políticas económicas neoliberales desde fines del siglo XX han tendido a enfatizar lo “liberal” como protección de las minorías privilegiadas por encima de lo “democrático”, que alude más a la soberanía popular mayoritaria. Denomina “movimiento nacional-popular” a uno que combina la justicia y la inclusión social con la reivindicación nacional frente a las potencias extranjeras y las oligarquías locales.

Encuentra que en América Latina éste ha tenido tres etapas primordiales: las luchas anti-oligárquicas, que toman fuerza a mediados del siglo XX alrededor de los gobiernos llamados “populistas”; la transición a la democracia y las luchas contra el neoliberalismo de fines de ese siglo, y el “giro a la izquierda” que se da en el siglo actual y desde 1998. Desde esa periodización histórica afirma la influencia de Gramsci en su propuesta sin ubicarse estrictamente en un esquema marxista de pensamiento, al proponer que los movimientos nacional-populares en la región han venido buscando crear una “hegemonía” nacional-popular como alternativa a la hegemonía oligárquica por medio de luchas sociales y gobiernos que se dieron en esos momentos recién mencionados de la historia regional.

En esa configuración de una concepción alternativa de sociedad, lo nacional-popular se habría hecho complejo, para incluir las reivindicaciones étnicas y de género, además de las de clase de naturaleza más económica. El autor analiza a los gobiernos y movimientos que llama “nacional-populares”, que recurrieron a mitad del siglo XX a menudo a articularse en torno a una personalidad carismática. No niega que en ellos haya existido lo que llama “democratización social” como formas y derechos económicos más inclusivos, pero con poca “democracia política” y con concentración de poder en una persona. Sin embargo, critica a las teorías y análisis sobre el “populismo”, los cuales tenderían a reducir a esos gobiernos de mitad de siglo y a los del giro a la izquierda del nuevo milenio a ser movimientos personalistas autoritarios; afirma que se ignora a los procesos más amplios de subjetivación social y política de sectores populares y subalternos alrededor de esos liderazgos, los cuales van creando en forma creciente, en la memoria colectiva y en el Estado, legados democratizadores de inclusión social y nuevos derechos.

En los capítulos IV y V, el autor describe cómo las dictaduras militares de los años setenta dan paso a las transiciones a la democracia. Lynch ve que la dictadura ha sido el régimen político predominante en América Latina hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se comienza a tener gobiernos elegidos en urnas. Aquello se debería al esquema social y político autoritario y oligárquico de los países, que usualmente estaba aliado a potencias extranjeras. En la región, los regímenes autoritarios principales han sido la dictadura militar tradicional, el régimen burocrático autoritario y la “dictadura militar reformista”.

El legado de los regímenes del Cono Sur de los años setenta fue, para Lynch, poner en funcionamiento el proyecto económico neoliberal en la región, y la represión y el genocidio que aquello implicó en esos países, lo cual motivaría buscar el regreso a la democracia.

En el análisis sobre las transiciones a la democracia, el autor se mueve entre la revisión de los hechos mismos y cómo aquello fue teorizado y analizado por la ciencia política de la época basada en el conductismo; señala que Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter se erigen como principales figuras de la “transitología”, enfatizando los pactos de élites para la instauración del régimen democrático y la postergación de objetivos redistributivos o de reconocimiento social. En tanto, una “visión conservadora” de transición se impuso, lo cual facilitó la implantación del modelo económico neoliberal en la región.

Lynch afirma que las teorías de las transiciones significaron un momento de “regresión” de las ciencias sociales latinoamericanas, al abandonarse el acumulado de pensamiento crítico en torno al estructuralismo y la teoría de la dependencia, para avanzar a un énfasis en la “autonomía de lo político” dentro del surgimiento de la politología conductista. El Estado fruto de aquello se volvió, para el autor, en uno excluyente que parecía adecuarse a la visión de lo que entiende como “marxismo ortodoxo”, donde el Estado moderno estaba principalmente capturado por los grandes propietarios. En forma similar, Lynch, citando al sociólogo peruano Carlos Franco en Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina (1998), indica que la región habría olvidado al estructuralismo y la teoría de la dependencia en el momento justo en el cual profundizaba sus formas “dependientes”. Aquello era visible en la alianza de aquel Estado excluyente y las clases ricas con las intervenciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial dentro del llamado “Consenso de Washington”.

En los capítulos VI y VII, el autor revisa el giro a la izquierda en la región, que inicia con la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 y que lleva a la crisis de esas experiencias de gobierno a mediados de los 2010. Decide llamar a aquello “giro a la izquierda” y no simplemente “gobiernos progresistas” porque esa oleada de gobiernos se asumió como “banderas históricas de la izquierda” de la región, como la democracia, la justicia social, la soberanía nacional y la integración regional. Incluye el autor a Uruguay, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, con Paraguay, El Salvador y Honduras incorporándose en ciertos tiempos, al mismo tiempo que señala, con ciertas reservas, la inclusión de Nicaragua.

En la caracterización de este fenómeno político discute tanto con los puntos de vista liberales como con los marxistas u “ortodoxos”. Lynch escribe que un legado central de este giro a la izquierda ha sido la “recuperación de la política”, debido a que implicó que la izquierda de la región consolide su abandono de la estrategia armada hacia el poder de la Guerra Fría, pero también que se deje atrás la restricción de la democracia a un sentido meramente liberal y “secuestrado por el mercado” que habría tenido en las décadas anteriores. Otro legado importante de ese fenómeno regional sería la recuperación o el “regreso del Estado” hacia funciones de regulación económica y provisión de derechos sociales.

El autor nota que esa oleada produjo importantes avances en reducción de pobreza y desigualdad, así como en inclusión social, pese a los problemas que enfrentó, debido a la herencia de Estados muy deteriorados y la personalización y el “caudillismo” histórico de la política de la región, así como enfrentar casos y acusaciones de corrupción y la dependencia histórica económica en las exportaciones primarias y “extractivistas”.

En el último capítulo, Lynch analiza la crisis de esos gobiernos y su reemplazo en algunos países por gobiernos de derecha en la mitad de los 2010. El análisis puede verse como menos desactualizado y fatalista, en relación con la izquierda de la región, que otros trabajos recientes que han estudiado este tema, que no quisieron o no pudieron hablar de las victorias electorales de Andrés Manuel López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina, o de la tendencia al colapso del modelo económico neoliberal de Chile por las protestas de 2019 y la decisión de generar una nueva constitución.

En general, este trabajo es un importante aporte al pensamiento sobre la democracia latinoamericana y en particular a la sociología de la democracia en esa región. Además, el autor lo hace recuperando y actualizando líneas del pensamiento social latinoamericano más amplias en relación con ese tema.

En cuanto al estado de la democracia a nivel global, existe ya una amplia literatura que no se consolida o se deteriora en medio de la aplicación de políticas económicas neoliberales de las recientes décadas; la pérdida de influencia de los sindicatos y los partidos que antes representaban a las clases bajas, y una correspondiente dispersión y apatía en medio de una elitización tecnocrática de la política. Para dar cuenta de aquello, se han utilizado varios conceptos, como “post-democracia”, “democracias mínimalistas”, “populismo”, “liberalismo autoritario”, “neoliberalismo autoritario”; Ingolfur Blühdorn incluso ha propuesto el de simulative democracy (democracia simulada). También en la década pasada han apareciendo trabajos sobre el concepto de “oligarquía” para aplicarlos a lo que sería el estado de las democracias contemporáneas realmente existentes, que Lynch utiliza en su libro, retomando un término dentro de una clasificación de formas de gobierno que realizó Aristóteles en su Política. Además, se puede observar una creciente preocupación internacional sobre el aumento de la desigualdad económica tanto dentro de los países como a nivel global, y sus implicaciones para la democracia, así como por la crisis inminente del calentamiento climático.

Para que las ciencias sociales puedan contribuir a pensar esos problemas nacionales, regionales y globales, es necesario repensar y problematizar las formas como se ha teorizado y analizado la democracia, la forma primordial de pensar y ordenar hoy la política a nivel global. La sociología, en particular, puede y debería contribuir a esa labor, y el libro de Lynch muestra un camino para que esta disciplina académica haga aquello. Se puede sugerir, con Lynch, que la ciencia política hoy se ha quedado muy cómoda dentro de una particular forma de pensar la política y la democracia, una forma heredada principalmente de una discusión particular de Estados Unidos del siglo pasado, donde se privilegia la técnica y la metodología cuantitativa y se discuten poco los supuestos ontológicos y metodológicos, así como los geopolíticos e incluso los ideológicos (el pluralismo liberal y el relacionado concepto de “poliarquía”) con los que se trabaja. En esa labor, la sociología está en una posición clave en tanto se encarga de pensar a la sociedad y sus ámbitos internos, como la política, la economía o la cultura y su interacción. En tanto, se puede hacer un llamado desde esta reseña a que se siga este camino señalado por Lynch para continuar pensando y analizando la democracia con las herramientas teóricas de la sociología, desde su contexto social e histórico, y crucialmente siendo determinada por éstos.

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