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Revista mexicana de sociología

On-line version ISSN 2594-0651Print version ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.67 n.2 Ciudad de México Apr./Jun. 2005

 

Reseñas

 

Mónica Guitián Galán y Gina Zabludovsky Kuper, coords. Sociología y modernidad tardía: entre la tradición y los nuevos retos

 

Benjamín Arditi*

 

(México: UNAM/Juan Pablos, 2003), 332 pp.

 

* Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Si hubiera que identificar el marco general en el que se mueven los once trabajos incluidos en este volumen colectivo éste sería, sin duda, el contrapunto entre primera y segunda modernidades. El subtítulo del libro (entre la tradición y los nuevos retos) refleja la temática del libro mejor que el propio título.

Dentro de ese marco, los temas y autores abordados son muy diversos y en gran medida sintomáticos del estado actual de la investigación sociológica. Los capítulos tratan la teoría de sistemas, la burocracia en la era postfordista, el redescubrimiento del impacto de los afectos para pensar la racionalidad burocrática, la noción de imaginario social, la sociedad de riesgo, los intelectuales, la noción de extranjero, o más genéricamente, nuestra relación con el otro, etc. Entre los autores citados figuran clásicos como Comte, Durkheim, Marx y Weber, híbridos entre clásicos y contemporáneos como Manheim y Simmel, y contemporáneos como Castoriadis, Luhmann, Beck, Bauman, Giddens, Koselleck y Albrow.

 

ALGUNOS LOGROS DEL LIBRO

El trabajo de Margarita Olvera me parece particularmente lúcido en su esfuerzo por posicionar el campo sociológico precisamente en el tránsito entre la primera y la segunda modernidades. Para ello Olvera invoca una frase de Weber que debería estar grabada en la mente de todo estudiante de sociología, a saber, que las ciencias histórico-sociales son eternamente jóvenes porque sus herramientas cambian a medida que va modificándose el tipo de horizonte de significación cultural que tenemos, lo cual va de la mano con las transformaciones de la propia estructura de las sociedades. No hay invariantes en la producción de conceptos de las ciencias sociales pues esa producción se resignifica a sí misma resignificándose continuamente. Al igual que en el título de un libro de Norbert Lechner, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, podríamos decir que Weber habla de una conflictiva y nunca acabada construcción de los conceptos deseados de las ciencias sociales.

Olvera hace una descripción clara y somera del optimismo de la primera modernidad (cuyo arquetipo en la sociología sería alguien como Comte), con su fe en la ciencia y el progreso, y la creencia en que tarde o temprano podríamos tornar al mundo transparente. Esta fe permitía establecer la superioridad de la modernidad en relación con las épocas anteriores, dando origen a una visión unitaria de la historia y al eurocentrismo presente en las reflexiones de la sociología clásica. En contraste con esto, Olvera asocia la segunda modernidad con el advenimiento de una cierta humildad en las ciencias sociales que dejan de creer en claves universales para descifrar la realidad "tal cual es". Esta segunda modernidad ya no espera llegar en un momento dado a una idea de la humanidad reconciliada consigo misma y acepta la ambigüedad o el carácter contradictorio de la existencia como algo normal y no como anomalía. Además, si el mito movilizador de los pensadores de la Ilustración fue la búsqueda de leyes generales del espíritu humano y del desarrollo social, la segunda modernidad las pone en cuestión dado que se interesa menos por lo necesario que por lo contingente (entendiendo que 'contingente' aquí no se refiere a lo aleatorio, sino más bien a que las cosas siempre podrían haber podido ser distintas).

El trabajo de Mónica Guitián en torno a las sociedades de riesgo retoma el tipo de preocupaciones expuestas por Olvera. Se pregunta acerca del nacimiento de la sociología como disciplina en la segunda mitad del siglo XIX en el contexto de una crisis originada en el tránsito de una sociedad tradicional a una sociedad industrial. Guitián apela a la conocida reflexión de Marx y Engels acerca de la aceleración del proceso de cambio en el Manifiesto, cuando dicen que "todo lo sólido se desvanece en el aire, todas las relaciones anquilosadas saltan por los aires, todo lo que es sacro termina siendo profanado". Éste es el contexto en el que surge la sociología como esfuerzo por comprender lo que está pasando. Quiere producir algún tipo de certezas reordenando el mundo, un mundo que aceptamos, según Weber, como finalmente desencantado, desprovisto de espíritus detrás de los procesos naturales y las relaciones sociales.

A medida en que nos adentramos en la segunda modernidad, la sociología no sólo pregona la humildad de las ciencias sociales, sino que desarrolla también una visión pesimista. Guitián la asocia inicialmente con los diagnósticos de la Escuela de Frankfurt, la cual percibe el irracionalismo de la modernidad allí donde antes las ciencias sociales veían un proceso sin fin de racionalización del mundo. Este irracionalismo tiene cuando menos dos nombres propios y un concepto: Auschwitz e Hiroshima, y el totalitarismo del siglo XX. La razón que nos iba a hacer libres también nos dio Auschwitz y los sistemas totalitarios. Como parte de esta visión pesimista, Guitián se remite a Maquiavelo para recordarnos la importancia de la noción de fortuna en este autor. La usa en el sentido habitual de aquello que rebasa toda acción y decisión humanas, aquello que es impredecible, pero también como síntoma de lo contingente. Propone esto en relación con la tesis de Beck acerca de las sociedades de riesgo y la incertidumbre que instauran. Dicho sea de paso, esto no es muy distinto de lo que plantea Derrida en Fuerza de ley cuando sostiene que toda decisión implica riesgo y que el riesgo necesariamente implica incertidumbre acerca de las consecuencias de cualquier decisión. Guitián agrega que la incertidumbre es un efecto de la propia intervención humana y no de un mundo natural que tarde o temprano podremos domesticar. Podemos construir diques para que no se desborden los ríos, como decía Maquiavelo, pero eso no sirve para la incertidumbre que surge de la intervención humana. Según esta autora, la idea resume la visión de la segunda modernidad leída desde la óptica de la sociedad de riesgo. Como Olvera, nos recuerda que la segunda modernidad ha perdido su fe en el progreso e instaura lo que Giddens y otros llaman la reflexividad generalizada.

El trabajo de Gina Zabludovsky busca poner al día el estudio de Weber acerca de la dominación legal racional de las burocracias modernas. Su tesis básica es que es necesario historizar los tipos ideales de la dominación legal racional, algo que es consonante con la referencia a la eterna juventud de las ciencias histórico-sociales o histórico-humanas de Weber. Cuando Zabludovsky habla de historizar los tipos ideales, nos está recordando que algo ha cambiado. Weber hablaba de la dominación legal racional como un esfuerzo por racionalizar el mundo, lo cual implicaba reglas impersonales, la profesionalización de la administración pública, la pirámide jerárquica en las instituciones, etc. Pero en esta aproximación a la dominación burocrática, las emociones están ausentes o al menos tratadas de manera tangencial. Zabludovsky las recupera, y esta recuperación es parte de lo que ella entiende por 'historizar' los tipos ideales.

Sus principales fuentes son los trabajos de Rossabeth Moss Kanter y Martin Albrow. El estudio de Moss Kanter, que se basa en los niveles medios y altos de la burocracia, descubre la importancia de dos elementos que habían sido pasados por alto en el estudio de las organizaciones: la función de las secretarias ejecutivas y la de las esposas en la carrera de altos funcionarios. Las esposas no figuran en el organigrama de las organizaciones y no tienen la obligación de participar en sus actividades, pero su función informal como diplomáticas, dice Zabludovsky, puede ayudar o perjudicar la carrera de su cónyuge. En este quehacer, la esposa, supuestamente parte del ámbito privado, irrumpe en la esfera de lo público y con ello trastoca las fronteras tradicionales entre lo público y lo privado. Las secretarias hacen otro tanto. Si antes su función era vista como una suerte de anomalía dentro de la racionalidad jerárquica del sistema burocrático, la sociología actual ve en ellas algo distinto, a saber, una manera de romper con el carácter impersonal y rutinario de las jerarquías: las secretarias funcionan como símbolo del estatus de los superiores y su movilidad dentro de la jerarquía de la organización está dada por la movilidad de sus jefes. Zabludovsky conecta esto con la reflexión de Albrow acerca del lado emocional de las organizaciones. Albrow alega que Weber y otros sociólogos descartaron o no le dieron suficiente importancia a emociones como el amor, el odio o, en general, el afecto en la reflexión acerca de la burocracia. Para Zabludovsky la crítica es correcta, pero la matiza diciendo que Weber no se olvidó por completo del lado afectivo o del lado emocional dado que hablaba de la pasión y la entrega que están presentes en la mentalidad empresarial (y sin las cuales no puede haber un buen empresario).

Más adelante Zabludovsky aborda el tema del riesgo —y con ello establece un puente con el escrito de Guitián— diciendo que las sociedades de riesgo han roto con la idea de modelos estandarizados. Sabemos que en la concepción clásica, la burocracia funciona con base en una pirámide y un organigrama regido por el principio de obediencia al superior jerárquico. Las sociedades actuales, en cambio, caracterizadas por la preeminencia de flujos transversales en vez de encierros en espacios disciplinarios, comienzan a parecerse cada vez más a lo que gente como Deleuze y Negri denominan 'sociedades postfordistas'. Éstas privilegian la adaptabilidad ante cambios rápidos y frecuentes, la comunicación e innovación en el lugar de trabajo, la total quality y la producción just in time. Si bien ésta no es la terminología que usa Zabludovsky, su escrito se remite a ella directamente cuando menciona las redes, esto es, las transformaciones del pensamiento sociológico en torno a la dominación legal racional a partir de la noción de redes. Nos dice que las redes funcionan con equipos de trabajo horizontales que van mucho más allá del organigrama y la pirámide organizativa de una empresa o dependencia pública. Algo similar se da en los sistemas de expertos, pues su funcionamiento excede los parámetros jerárquicos de la dominación legal racional.

 

ALGUNOS SILENCIOS TEMÁTICOS

Se trata, pues, de un libro serio, interesante y relevante para estudiantes y profesores de sociología y otras ciencias sociales. Pero también cabe mencionar algunos temas que el libro deja de lado o que están presentes sin ser explicitados.

Uno de ellos es la creencia implícita en que la modernidad reflexiva da en el blanco en su comprensión del mundo. El contraste es claro entre primera y segunda modernidades: fe en el progreso y creencia en certezas 'duras', en la primera, y descubrimiento del irracionalismo que está presente en la propia modernidad cuando se pasa a la segunda. A ratos parece que los autores implícitamente sugieren que la ingenuidad de la primera modernidad ha sido superada en la modernidad reflexiva y que ésta, además, describe mejor al mundo al reconocer la contingencia como un dato constitutivo y no accidental del análisis. Dicho de otro modo, si bien alguien como Marx nos hablaba de la contingencia ya en el siglo XIX al sostener que todo lo que es sólido se desvanece, la segunda modernidad, que acepta abiertamente la ausencia de fundamentos últimos, es la que efectivamente produce un acoplamiento correcto entre conocimiento y mundo en una suerte de teoría de la verdad como correspondencia.

Un segundo tema tiene que ver con el reverso de la segunda modernidad. Guitián menciona algo al respecto cuando se refiere a Auschwitz, Hiroshima y los fenómenos totalitarios en general, pero no hay una puesta en escena del reverso generado por algunos de los supuestos de la propia modernidad reflexiva. Me refiero especialmente a la relación entre particularismo y universalismo. La primera modernidad reivindicó el universalismo, cosa que algunos de sus críticos —en especial Lyotard— pusieron en cuestión al sostener que los grandes relatos de la Ilustración no son universales, sino más bien metonimias de la parte (Europa) por el todo (el planeta). En contraste, la reivindicación de los particularismos en la modernidad tardía sirvió como contrapeso al imperialismo de las grandes narrativas, lo cual resultó ser muy positivo pues permitió rescatar la dignidad de las culturas periféricas. Sin embargo, la propia reivindicación radical del particularismo también generó efectos negativos. Me refiero al propio reverso de la diferencia o de los particularismos. Si anteriormente la relación centro-periferia ponía a las culturas periféricas en una relación subalterna y de dominación en relación con las emanadas del centro, el debate de los años ochenta y parte de los noventa acerca de la 'política de la identidad' y de lo 'políticamente correcto' buscó revertir esta jerarquía, pero al hacerlo, generó un cierto separatismo identitario o endurecimiento de las fronteras entre grupos subalternos. Por ejemplo, si todo universal deviene sospechoso, entonces sólo un particularismo como 'los latinos' está habilitado para hablar legítimamente sobre la latinidad dado que un blanco o una blanca estarían marcados de partida por provenir de sectores dominantes. Habría sido interesante hacer alguna referencia a este reverso ya no del eurocentrismo, sino de su crítica. ¿Qué ha pasado con la reivindicación multiculturalista en términos de las posibles fragmentaciones del espacio social en términos de la dificultad de las articulaciones supraparticulares o supragrupales?

El tercer y último tema es el de la naturaleza del pasaje entre primera y segunda modernidades, pues parecería que hay un apego implícito a lo que Althusser solía llamar 'ruptura epistemológica', esto es, la idea de que lo nuevo se puede liberar de las huellas contaminantes del pasado. Por ejemplo, cuando critica las utopías racionalistas de la primera modernidad, se puede ver en el escrito de Margarita Olvera una inclinación a pensar que esa crítica supone un cambio irreversible. Hay que sospechar de la idea de rupturas sin residuos del pasado, de que la historia no se puede torcer o que el pasado no sobrevive en el presente. La reversibilidad es o debería ser vista como una de las posibilidades estructurales de la segunda modernidad. De lo contrario, no podríamos explicar el resurgimiento de nacionalismos genocidas o fanatismos religiosos en una modernidad que se ha vuelto consciente de la contingencia de la existencia. Ni el nacionalismo ni la religión son utopías racionalistas, claro, pero son síntomas de lo que podría ser un reverso presente en un mundo que ha aceptado la contingencia. ¿Cuáles podrían ser algunos de los límites de la propia contingencia defendida por la modernidad reflexiva?

 

UN POCO DE ESTO Y OTRO POCO DE AQUELLO

Querría también mencionar algunas observaciones adicionales acerca de otros trabajos del volumen. El capítulo de Laura Hernández sobre Luhmann es claro e instructivo, una buena introducción a la teoría de sistemas, pero al leerlo surge la sospecha de una cierta endogamia que comparte con otros investigadores dentro de la tradición de la teoría de sistemas. Hay una tendencia a explicar en qué consiste la teoría de sistemas, la autopoiesis, la observación de segundo orden o la lógica de Spencer-Brown, lo cual es importante en un texto que pretende clarificar a Luhmann y servir como apoyo a la docencia, pero no hay un esfuerzo comparable por tender puentes con debates que están ocurriendo fuera de la teoría de sistemas. Tomemos como ejemplo la tesis de Luhmann de que todo sistema tiene un afuera, que ese afuera es un entorno y que el entorno no es la cosa en sí, sino más bien otro sistema. Esto podría conectarse con lo que sostienen quienes trabajan en la teoría del discurso, sea la tradición anglosajona de juegos y actos de lenguaje (Wittgenstein, Austin, Searle) o la tradición francesa asociada con trabajos de Derrida. Cuando Derrida sostiene que con la muerte de Dios, es decir, con la desaparición de los referentes trascendentales, ya no hay nada fuera del texto, pues todo se vuelve discurso, tenemos algo similar a lo que propone Luhmann al decir que el afuera del sistema no es lo real, sino un entorno sistémico. Éste es sólo un ejemplo, pero hay otros. Hubiera sido interesante ver en el trabajo de Hernández algunos puentes con otras tradiciones.

El capítulo de Héctor Vera sobre los intelectuales tiene, entre otros méritos, el de haber rescatado la acertada distinción que hace Zygmunt Bauman en Legisladores e intérpretes para pensar la autopercepción de los intelectuales en la primera y segunda modernidades: en una son legisladores que ordenan el mundo mientras que en la otra devienen intérpretes de un mundo cuyo sentido último se les escapa. Sin embargo, hay un silencio en cuanto a la relación entre intelectuales y política. Por ejemplo, la noción de 'intelectual orgánico' popularizada por Gramsci, que sigue siendo usada en la reflexión política contemporánea. Alternativamente, si se considera que la idea de intelectual orgánico es sesgada por cuanto se refiere a hombres y mujeres de partido y con un compromiso de clase, se podría haber abordado el tema de la relación intelectual-política viendo, como sugiere Castoriadis, la figura del intelectual como ciudadano, como persona que interviene en la esfera pública sea para diagnosticar un estado de cosas existente, para mantenerlo o para transformarlo. También habría sido interesante, aunque tal vez de manera más tangencial, mencionar a los 'trabajadores de la cultura', otro rostro de los intelectuales en la modernidad, particularmente en la primera mitad del siglo XX. Esta figura incluye no sólo a filósofos e intelectuales asociados con un proyecto político, sino también a artistas plásticos, compositores e intérpretes, literatos, profesores, etc. Esta denominación, que busca desmitificar el trabajo cultural y acercarlo al trabajo del proletariado, está muy relacionada con los fenómenos totalitarios, especialmente el fascismo italiano y el comunismo soviético. A diferencia del trabajador manual, el trabajador de la cultura no genera plusvalor, pero al denominar a este último como 'trabajador', se le dignificaba por asociación con los trabajadores manuales. La categoría 'cultura' dejaba de ser algo superior o especial y quedaba subsumida dentro de las generalidades de la producción.

En el escrito de Deborah Roitman sobre el extranjero hay una referencia sumamente sugerente tomada de Simmel, a saber, que el extranjero es visto como el otro disonante u ofensivo, y es ofensivo porque constituye una proximidad lejana. Lo interesante aquí es el oxímoron 'proximidad lejana', aquello que es familiar pero al mismo tiempo desconocido y tal vez por eso mismo, amenazante. Roitman procede a conectar esta idea de Simmel con la tesis de las múltiples modernidades de Eisenstadt y habla de múltiples formas de ser extranjero: múltiples formas de experimentar esta proximidad lejana de la extranjeridad. Lo que tal vez diminuye un tanto la fuerza de esta sugerente conexión entre Simmel y Eisenstadt es la tendencia del trabajo a pensar al Otro simplemente como excluido, o a pensarlo como aquel que afecta a un cierto nosotros concebido como homogéneo. ¿Qué ocurre cuando el otro se inserta en un medio pero al mismo tiempo evita toda contaminación con ese medio erigiendo una suerte de 'condones culturales' (como los describe el filósofo belga Rudi Visker)? No se trata de lo que se conoce como 'asimilación', sino más bien de una inversión de la 'proximidad lejana' de Simmel: es el entorno el que deviene extranjero, próximo y a la vez lejano. Es posible conectar esto con lo que se ha mencionado acerca del reverso de la diferencia. Si hay múltiples formas de ser extranjero, y éstas invierten la configuración habitual de la proximidad lejana, entonces es posible pensar en una multiplicación de figuras excluyentes del 'nosotros'. En vez de un 'nosotros' los ciudadanos, por ejemplo, habría una serie de nosotros: 'nosotras' las lesbianas, 'nosotros' los musulmanes, 'nosotros' los chicanos y así por el estilo, con sus respectivos 'condones culturales' que llevan a un cierto separatismo el cual dificulta las articulaciones horizontales entre estos distintos 'nosotros' excluyentes. El problema, pues, es qué se hace cuando el otro, para poder afirmar su otredad, termina erigiendo barreras que separan a grupos culturalmente diversos. Una de las posibilidades es una suerte de apartheid progresista en el que el otro no es la víctima de un exclusión forzada, sino más bien alguien que se glorifica a sí mismo en cuanto otro.

En fin, ¿el libro funciona o no funciona? Me parece que sí, pues cumple el propósito para el cual fue pensado, a saber, brindar una reflexión en torno a la modernidad que sirva como apoyo para la docencia. Uno puede simpatizar o no con un abordaje teórico, con el tratamiento de un autor o con el tratamiento de un tema, pero se trata de un volumen interesante e informativo. Cubre a autores que son parte del canon sociológico contemporáneo —Albrow, Bauman, Beck, Castoriadis, Eisenstadt, Giddens o Luhmann, por mencionar sólo algunos— y los debates centrales de esa disciplina. Es un libro recomendable para estudiantes y maestros de ciencias sociales.

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