Nota crítica

 

Trabajo y construcción de masculinidades en el norte de México

 

Work and the Construction of Masculinities in Northern Mexico

 

Óscar Misael Hernández Hernández

 

El Colegio de la Frontera Norte, México. ohernandez@colef.mx.

 

En la década de 1970, en Estados Unidos emergieron los llamados Men's Studies, los cuales tenían como propósito explorar las vidas de los hombres ante una supuesta crisis de sus identidades (Minello, 2002:12). Desde entonces, en los países anglófonos, inicialmente, se propagó el análisis de las masculinidades, teniendo como precedente las teorías feministas y de género (Gutmann, 1997).

América Latina y México, en particular, no fueron la excepción: el estudio de los hombres desde alguna perspectiva de género se dio como resultado de las demandas de relaciones equitativas por parte de grupos de mujeres, así como derivado de talleres de reflexión masculina (Amuchástegui, 2001:108). No obstante, si bien en el país no fue sino hasta entrado el siglo XXI cuando la producción sobre masculinidades tomó auge, ésta se dio mayormente en el centro y occidente y, en menor medida, en el norte de México (Hernández-Hernández, 2008:240), a pesar de que, como afirmó un reconocido ensayista, esta región cultural es refrendo social de la masculinidad y nicho de la virilidad (Monsiváis, 2007:14 y 31).

Dado lo anterior, el propósito aquí es hacer una revisión y reflexión de la producción sobre el tema en el norte de México. Si bien la generada a la fecha es considerable, se retoma un eje de análisis referente al trabajo como núcleo de construcción de las masculinidades en la región; se trata de una representación histórica de los hombres como trabajadores, además de incivilizados (Rajchenberg y Héau-Lambert, 2009; Guerrero, 2007).

Si bien la asociación de los hombres con el trabajo remunerado no es exclusiva de esta región ni del país, la idea de explorar dicho eje de análisis obedece a que buena parte de la producción sobre masculinidades en el norte de México se ha vinculado con el trabajo, de tal forma que, como afirma Hernández-Hernández (2009:105-106) para el caso del noreste, trabajar o chambear legitima a los hombres como proveedores, aunque por otro lado, no hacerlo también los cuestiona como tales.

 

ESTADO, TRABAJO Y MASCULINIDADES

A principios de la década de 1990, Alonso (1992) publicó los resultados de un estudio realizado en Namiquipa, Chihuahua, en el cual analizó cómo para algunos campesinos el trabajo no sólo era una actividad física sino también una forma de recreación social que, a diferencia del trabajo realizado por hombres estadounidenses, en México se disfrutaba.

No obstante, Alonso descubrió que tal percepción del trabajo por parte de los varones se debía, por un lado, a la historia de construcción del Estado mexicano en Namiquipa, con un pasado revolucionario y un presente caracterizado por créditos gubernamental es destinados a los campesinos y, por otro, a una lógica del Estado como el gran patriarca y de los hombres como los jefes de familia al ajustarse a un modelo de masculinidad definido por ser un hombre trabajador y de respeto, mantener a la familia y además tener reconocimiento social en la comunidad (Alonso, 1992:168).

Para la autora, esta lógica se sustentaba, por un lado, en la idea de que los hombres podían desempeñar y disfrutar el trabajo rural con el apoyo de las instituciones del Estado y simultáneamente proveer y controlar a las mujeres y a sus familias, pero por otro, el Estado mismo establecía una forma de dominación masculina vertical ante posibles actos de sedición campesina.

De cierta forma, los hallazgos de Alonso son parecidos a los encontrados por French (2000) en un estudio sobre individuos que se desempeñaban como mineros en el Distrito de Hidalgo, al sur de Chihuahua, en las postrimerías del movimiento armado. El autor plantea que los patrones de las minas inculcaron en los trabajadores una masculinidad sustentada en la idea de ser un hombre responsable y decente.

En primer lugar, en dicho modelo de masculinidad se incluía a varones que deseaban trabajar y eran jefes de familia; es decir, las contrataciones se daban bajo la premisa de que un individuo con familia tendría necesidad y respondería al trabajo duro. En segundo, el modelo incluía a hombres sin vicios ni antecedentes criminales, cuyo honor no estaba manchado y podían responder al trabajo y a las jerarquías masculinas dentro de las minas.

En la parte noreste de México, el estudio de Hernández-Hernández (2012) sobre algunos varones de Tamaulipas pone al descubierto cómo la construcción de masculinidades en este estado estuvo articulada por procesos históricos regionales, pero sobre todo cómo instituciones gubernamentales del país y la entidad moldearon los significados de ser y actuar como un hombre, tanto para los varones como para las mujeres del centro y suroeste de la entidad.

El autor identifica que a través de políticas públicas -como fueron los programas de capacitación rural de mediados del siglo XX- y de leyes que legitimaron a los hombres como los jefes y proveedores de familia, o bien de discursos en torno del trabajo arduo en el campo o la ciudad, el Estado y sus instituciones fueron matizando no sólo una identidad regional, sino también masculina, que se hizo visible en espacios como el hogar, la escuela y la comunidad en general (Hernández-Hernández, 2012:53-77).

 

EL TRABAJO COMO SOCIALIZACIÓN MASCULINA

El trabajo, entonces, es un núcleo o ámbito de construcción de las masculinidades, y ello forma parte de una socialización de género que se da generacionalmente. Tal es el caso de Sonora, en donde Núñez (2007) encontró que, para algunos hombres adultos mayores del río Sonora, el vínculo de pareja se entiende como la obligación de las mujeres de atender a los hombres, y la de éstos de mantenerlas en un acto de reciprocidad cultural, "lo que a su vez les permite a los varones la realización honorable de su sentido de la hombría" (Núñez, 2007:142).

Posteriormente, en un estudio más profundo realizado en la misma región de Sonora, Núñez (2013) identifica, con base en las entrevistas a tres generaciones de varones, que el trabajo, al igual que la sexualidad, es un ámbito de adquisición de la hombría, formando parte de un aprendizaje cultural en esta región norteña, aunque con algunas transformaciones matizadas por conflictos y negociaciones entre hombres jóvenes ante el ingreso de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado.

Estos últimos hallazgos en Sonora son similares a los encontrados en Baja California por Nevares (2014), quien en un estudio reciente centrado en parejas de profesionistas, descubre que si bien el trabajo es un núcleo de construcción de las identidades masculinas, al menos entre las parejas de este estrato está en constante redefinición debido a que las mujeres no sólo trabajan y contribuyen a la economía doméstica, sino también son profesionistas, lo que suscita negociaciones constantes en las relaciones de género.

Desde esta perspectiva, el trabajo legitima a los hombres como tales: los que mantienen o proveen a la familia, y con ello adquieren reconocimiento social no sólo de las mujeres a las que mantienen, sino también de otros de sus congéneres, tal como lo mostró Escobar (1998) a través de los relatos de vida de obreros y mandos gerenciales del Grupo Monterrey, donde encontró que el trabajo bien remunerado no sólo legitimó a los hombres como proveedores económicos al laborar para una empresa de renombre y alto capital, sino también fue una fuente de poder al comparar, los varones, sus ingresos con los de otros, y de opresión al perder dicho empleo y estar a la deriva con sus familias.

En el otro extremo del norte de México —concretamente en Tamaulipas-, Hernández-Hernández (2009), mediante un estudio etnográfico en un sector popular de Ciudad Victoria, también identificó que el trabajo es un núcleo de construcción de las masculinidades. Con base en entrevistas y observaciones, el autor concluyó que, además de ser necesario para sobrevivir, el trabajo es una actividad cultural que redefine las identidades de los hombres desde el inicio laboral, y las refuerza conforme sean mayores el esfuerzo físico y el ingreso.

 

LAS CRISIS LABORALES Y LAS CRISIS MASCULINAS

Si bien para los hombres el tener trabajo y proveer es fuente de construcción de masculinidades, la contraparte del desempleo suscita crisis en sus identidades de género. Al respecto, en una tesis sobre varones de la ciudad de Chihuahua, Hernández-Castañeda (2013) descubre que el desempleo propicia lo que algunos teóricos han llamado crisis de la masculinidad, traducida en el deterioro de los estados de ánimo personales, pero también en conflictos domésticos ante la incapacidad de ser los proveedores económicos o, incluso, de que la mujer sea la que se encargue de ello.

En el mismo sentido se encuentran los hallazgos de López (2007) en la ciudad de Saltillo, Coahuila. La autora identifica que ante esta situación -que en la mayoría de los casos se trata de desajustes estructurales en las economías regionales-, los hombres antes ocupados empiezan a experimentar angustia, tristeza, culpa e incluso ira, lo que los hace cuestionar su identidad como hombres responsables y capaces de proveer, a la vez que reorientan sus relaciones de género con las mujeres y con otros hombres en los espacios familiar y comunitario.

Similar a los estudios anteriores se encuentra el trabajo etnográfico de Hernández-Hernández (2009), quien, con base en entrevistas a hombres desempleados de Ciudad Victoria, Tamaulipas, encuentra que para éstos la experiencia de la cesantía laboral los cuestionó en su desempeño como proveedores y responsables, pero sobre todo se sintieron minimizados ante las mujeres, en especial, al contribuir éstas a la economía familiar y ellos desempeñar algunas actividades domésticas.

 

TRABAJAR Y PROVEER: ¿CUESTIÓN DE (SER) HOMBRES?

Para autores como Olavarría (2001:68), la masculinidad es un referente histórico y cultural que se conforma por una serie de mandatos que los hombres deben cumplir: uno de ellos es trabajar. En este ensayo se ha mostrado parte de la producción sobre masculinidades en el norte de México, específicamente la que analiza el trabajo como núcleo o ámbito de construcción de los significados de ser un hombre, encontrándose que el trabajo no sólo constituye una representación histórica de los varones norteños, sino también una actividad física y cultural articulada con las identidades masculinas.

Por un lado, los hallazgos evidencian cómo en el norte de México, en el marco de procesos históricos regionales, el Estado, a través de sus instituciones y políticas, incidió en un modelo y lógica de la masculinidad en relación con el trabajo; por otro lado, que al menos para algunos hombres de esta región, el trabajo ha sido parte de una socialización de género que los legitima como proveedores y jefes de familia y, finalmente, que ante crisis laborales, los hombres entran en crisis de sus identidades de género.

Por supuesto, se trata sólo de algunos de los estudios sobre el tema. Otros -los menos- han abordado la articulación entre riesgos laborales y efectos en la salud física, como es el caso de algunos jornaleros agrícolas sonorenses que utilizan agroquímicos, quienes, a pesar de ello y sus padecimientos, exaltan la fortaleza e invulnerabilidad masculinas (Calvario, 2007). Por el contrario, en otras investigaciones se aborda el desacato del mandato cultural de trabajar y ser un hombre atenido, como lo muestra un estudio entre varones tamaulipecos, quienes, en su caso, no laboran ni son corresponsables en las tareas domésticas (Hernández-Hernández, 2013).

Más allá de lo anterior, los estudios sobre el tema muestran que, al menos durante el siglo XX y lo que va del XXI, el trabajo remunerado ha estado sujeto a constantes transformaciones, y que si bien se ha concebido como un ámbito supuestamente masculino vinculado con la proveeduría, también se ha redefinido en razón de la contribución económica de las mujeres en las familias, lo que ha suscitado disputas y negociaciones en las relaciones generacionales y de género.

 

REFERENCIAS

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