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Frontera norte

On-line version ISSN 2594-0260Print version ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.13 n.26 México Jul./Sep. 2001

 

Reseña bibliográfica

 

El norte de México y Texas (1848-1880)

 

Manuel Ceballos Ramírez*

 

Mario Cerutti y Miguel Á. González Quiroga, México, Instituto Mora, 1999

 

* Investigador de El Colegio de la Frontera Norte. Dirección electrónica: ceballos@colef.mx.

 

La modificación virtual de los elementos que definen la estructura de la frontera norte mexicana y sur de Estados Unidos durante los últimos años ha hecho que se replanteen de diverso modo las múltiples perspectivas con las que puede observarse esta extensa región de más de tres mil kilómetros de longitud. Como lo aseguran los autores de este libro, "es una de las áreas del planeta vinculadas territorialmente al más grande mercado nacional creado por el capitalismo". Y es además una "prolongación territorial del más dinámico mercado nacional surgido en el mundo atlántico". Para analizar la frontera norte mexicana, y en especial el noreste, hablan de la peculiaridad estratégica que ésta tiene frente a Estados Unidos y de la interacción que establece con el Golfo de México y Europa.

Esta peculiaridad la enfocan en la región más dinámica entre Estados Unidos y México en un periodo específico, es decir, en el iniciado después de la guerra entre ambos países a mediados del siglo XIX. Para entonces, como escribió Lucas Alamán, muchas cosas habían cambiado en México:

Ha cambiado su nombre, su extensión, sus habitantes en la parte influyente de su población, su forma de gobierno, sus usos y costumbres, y esto no sólo por las grandes revoluciones que en ella hemos visto atropellarse unas en pos de otras, sino también por efecto del cambio completo que todo ha experimentado en el mundo en la misma época.1

Y eso que Alamán, escribiendo en 1852, no presenció los cambios operados en México por la Revolución de Ayuda, la Constitución de 1857, la Guerra de Reforma, el Segundo Imperio, el triunfo del liberalismo y los inicios del prolongado régimen porfiriano. En este cambio completo de circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales, la región noreste mexicana experimentó también el reacomodo de los elementos que la definían. De ello da cuenta pormenorizada este texto en dos de sus aspectos más importantes: el económico y el laboral, justamente, en un periodo que comprende desde el nuevo trazo de la frontera prescrito por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo hasta la introducción del ferrocarril en el lado mexicano, es decir, entre 1848 y 1880.

Los autores analizan las actividades comerciales y los desplazamientos de la fuerza de trabajo estableciendo dos ejes geoeconómicos y geopolíticos que subsisten hasta hoy. Como lo demuestran, un primer eje lo constituye el Río Bravo; el otro, el trazo que se establece entre las ciudades de Monterrey y San Antonio. A partir de las centralidades intrarregionales, se establece un polígono de poblaciones que se entrecruzan para formar lo que en otro lugar hemos denominado "el noreste histórico mexicano".2 Esta vasta región se encuentra entrelazada por lo menos desde mediados del siglo XVIII, en lo que entonces se llamó las Provincias Internas de Oriente. Como lo comprobó Juan Fidel Zorrilla, tres instancias agruparon a la región: el obispado de Linares (1777), la Comandancia General de las Provincias Internas de Oriente (1788) y, ya tardíamente, la Diputación Provincial. Se unió así desde el punto de vista eclesiástico, judicial y político. La Constitución de Cádiz de 1812 reconoció también esta demarcación, sin duda, por la convicción de la unidad nororiental de Miguel Ramos Arizpe, y luego la Constitución de 1824 volvió sobre el mismo asunto al unir Coahuila y Texas en un solo estado.

Todo este proceso de conformación del noreste contribuyó a crear una manifiesta interdependencia entre las diversas poblaciones que se integraron entre sí para formar el noreste histórico. Así, el doble eje que hemos señalado se encontró sostenido por una serie de poblaciones que le dieron consistencia. Se formó, entonces, un polígono de ciudades que, partiendo del corredor Parras-Saltillo-Monterrey, se prolonga a Monclova, Piedras Negras-Eagle Pass, los dos Laredos, San Antonio, Corpus Christi-Galveston, Brownsville-Matamoros, Reynosa-McAllen, San Fernando, Tampico y Ciudad Victoria-Linares. En la interacción que se estableció entre estas poblaciones, ninguna de éstas se puede considerar a sí misma una self made city. Antes al contrario, como lo prueba El norte de México y Texas, la interdependencia ha sido una de las características del pasado del noreste histórico. Esto es especialmente referido por Cerutti y González Quiroga a la interdependencia de las operaciones financieras y de las actividades laborales.

Evadiendo fechas, decretos internacionales o limitaciones judiciales o migratorias, los hombres y mujeres de esta región se han desplazado indistintamente por ella formando familias, pueblos y patrimonios. Sobresale en ella la franja del Nueces que, perteneciendo a Tamaulipas en 1848, fue desgajada del tronco estatal e integrada al estado de Texas, a pesar de que el negociador norteamericano del tratado, Nicolás P. Trist, intentó conservarla para México. Sin embargo, no obstante que han prescrito los derechos políticos de México sobre ella, ha sido desde entonces un bastión de los norestenses, como también lo demuestra este estudio. Por otra parte, es necesario destacar que el desplazamiento de quienes pasaban de un lugar a otro en el noreste siguió un patrón común a la región. Así, por ejemplo, las llamadas villas del norte y otras poblaciones neosantanderinas fueron fundadas en su mayoría por nuevoleoneses a mediados del siglo XVIII. En el XIX, la villa de Mier y Terán, en Nuevo León, pretendió ser fundada por tamaulipecos de Laredo y Guerrero; pero en 1892, Colombia fue, por decirlo así, la fundación más típicamente norestense, pues se estableció por decreto del gobierno de Nuevo León, en un antiguo territorio coahuilense, con población básicamente tamaulipeca, frente al estado de Texas. Es importante también considerar los nombres de los actores mexicanos, norteamericanos o europeos de esta historia. Quizá sea más fácil recordar de modo más concreto a quienes se dedicaban a las actividades económicas y políticas: De Llano, Vidaurn, Milmo, De la Garza, Rivero, Zambrano, Madero, Hernández, Albo, San Román, Chapa, Maiz, Duelos, Calderón, Kenedy, King, Stillman, Leyendecker, Lacoste, Kleiber. Pero resulta muy interesante también para la historia social el análisis del origen y destino de los hombres que aportaron su fuerza de trabajo para la creación de la región. Sus apellidos tampoco nos son desconocidos: Peña, Benavides, Treviño, González, Ramón, Dovalina, Ramírez, Martínez, Cantú, Garza, Guerra, Anosola, Salinas, Molina, Mendiola, Farias, y tanto otros que se desplazaron por la región.

Los autores del libro aportan también un muy conveniente análisis historiográfico, ya que hacen una extensa exposición sobre los autores que antes que ellos se han ocupado del asunto. Además de que destacan la importancia del noreste tanto en los momentos de predominio político de Santiago Vidaurn como en los de la Guerra Civil norteamericana. Cuando hace algunos años Friedrich Katz desarrolló su tesis de la conversión del norte de México de espacio con indios nómadas en frontera con los norteamericanos, ciertamente no estaba considerando al noreste mexicano.3 Aquí no tuvieron efecto tampoco las intenciones de Sebastián Lerdo de Tejada cuando pretendía que entre México y Estados Unidos prevaleciera el desierto. Desde los últimos años del virreinato y primeros del México independiente, la inmigración extranjera a Texas puso a los hombres del noreste en contacto con otras sociedades. Como lo muestra este libro, a medida que pasó el tiempo las actividades económicas los entrelazaron, ya fuera por la economía de guerra y de frontera, ya por la demanda de fuerza de trabajo.

El libro es oportuno y necesario, pues llega en un momento en que, como decíamos al principio, la frontera norte en general, y en especial la frontera noreste, se encuentra en un momento de redefinición de los elementos que conforman su estructura y sus espacios. Vanos grupos de personas pueden aportar elementos para que esta redefinición sea hecha de modo atíngeme: los que viven en ella, los que tienen ahí sus intereses económicos, los que la estudian y, finalmente, quienes toman las decisiones. La visión histórica no sólo es ilustrativa sino decisiva para todos ellos. Las medidas aberrantes que en ocasiones toman los administradores federales de ambos países sobre la frontera forman parte del desconocimiento de la historia y de los procesos económicos que en ella se han originado o, lo que es más cierto, que la han originado a ella, como la "zona libre". El asunto se complica cuando del estudio de las ciencias sociales y de la historia se deduce que la frontera tiene que ver con aspectos sociales, políticos, urbanísticos y demográficos, y no, como en ocasiones se conceptuaba y se cree, que la vida en la frontera sólo se determina por cuestiones comerciales, económicas y fiscales. Este libro nos muestra la interdependencia de las poblaciones, de los capitales y de los hombres de trabajo en la formación de la región. Región que, por cierto, evade los estrechos criterios estatales e internacionales. Cuando éstos privan, se pierden los consensos y las estructuras de largo alcance se desfiguran. Se piensa, entonces, en más accesos, más carreteras, nuevas zonas francas, elementos necesarios, obviamente, en el desarrollo de una frontera común; pero se olvidan cuestiones fundamentales, como son el ordenamiento urbano y de las actividades económicas, la elaboración de planes de desarrollo de largo alcance, la subsistencia de miles de personas, y la intensificación de la educación y la cultura. Lo que se sigue es que los grupos de personas a que nos hemos referido constituyan la inteligencia ordenadora del desarrollo regional y hagan de la frontera lugares de intensa vida social, en el sentido que Luden Febvre daba al término.4

En síntesis, este libro nos muestra que el desarrollo comercial y laboral evade las guardarrayas y planea la frontera como un amplio espacio de vida social y económica. Ciertamente, en un periodo de intensa interacción, desde el fin de la guerra con Estados Unidos hasta la entrada del ferrocarril, pasando por la Guerra de Secesión. Cuando el ferrocarril hizo su aparición en el lado mexicano de la frontera en la década de 1880, el desarrollo y la interdependencia fueron aún mayores: se alteraron las centralidades de los pueblos y las ciudades, las actividades económicas de las poblaciones se modificaron, la migración continuó y la región se consolidó aún más. Pero ésa ya es otra historia y otro libro.

 

Notas

1 Lucas Alamán, Historia de México, v. 5, México, Instituto Cultural Helénico/ FCE, 1985, p. 871.         [ Links ]

2 Manuel Ceballos Ramírez, "La invención de la frontera y el noreste histórico" en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, t. 42,1999, pp. 183-184.         [ Links ]

3 Friedrich Katz, La guerra secreta, México, ERA, 1983.         [ Links ]

4 "No hay historia económica y social. Hay la historia sencillamente, en su unidad. La histona, que es social enteramente, por definición" (Luden Febvre, "Vivir la historia: palabras de iniciación", en Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1982, pp. 37-58).         [ Links ]

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