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Archivos de neurociencias (México, D.F.)

On-line version ISSN 1028-5938Print version ISSN 0187-4705

Arch. Neurocien. (Mex., D.F.) vol.9 n.2 Ciudad de México Jun. 2004

 

Arch Neurocien (Mex) Vol. 9 No. 2: 2004
E D I T O R I A L

 

Tres siglos de un editor

 

Para corresponder aunque sea parcialmente a sus atenciones permitan compartir algunas reflexiones que se me ocurrieron al recordar los años transcurridos y mi también cambiante entorno ambiental, así como lo que imagino posiblemente, aguarda en el futuro.

Nací en mayo de 1928 es decir en el Siglo XX; sin embargo, la Ciudad de México entonces era aún muy Siglo XIX; por lo que me tocó vivir los últimos años de esa forma de existencia en mi niñez, en primer lugar la población era de un millón de habitantes, había pocos automóviles y dos compañías telefónicas, pero pocos teléfonos, en la casa un radio que si podíamos usar y dos estaciones de radio XEB y XEW y un radio de ojo mágico que estaba prohibido tocar y en el que según mi papá se oía Europa.

En las calles se vendían traídos del lago de Texcoco patos y chichicuilotes que todos los niños queríamos y la basura la recogían unos carretones tirados por mulas de los cuales sólo ha sobrevivido la expresión de hablar como carretonero.

En cuanto a la salud, todos los niños tuvimos las llamadas enfermedades de la infancia, incluyendo la tuberculosis, por lo que los de mi edad tienen su nódulo de Gon. También como en casi todas las familias mi hermano Víctor Manuel de dos años falleció de deshidratación por diarrea.

No existían ni antibióticos ni sulfas. Alrededor de los ocho años por alguna infección ótica me hicieron, desde luego, sin anestesia una punción de tímpano, que aún recuerdo con horror y me inyectaron rubiaisol, antecesor de las sulfas con el cual se pintaba el cuerpo de rojo.

En la primaria la educación era socialista que según se decía pretendía tener un concepto racional y exacto del universo, conocimiento por demás difícil, pero si aprendimos a sumar, restar y dividir con sólo papel y lápiz, la única calculadora era el ábaco.

Desde luego, los niños íbamos solos a la escuela a pie o en tranvía y nadie tenía miedo de caminar en las calles a cualquier hora del día o de la noche.

Los viajes al extranjero eran muy poco frecuentes y aunque mi padre y abuelo habían vivido alguna parte de su vida en los Estados Unidos de Norteamérica, este país estaba aún muy separado en costumbres al nuestro y sólo una amiga de mi mamá había estado en Berlín donde había conocido a Hitler, lo cual era motivo de admiración para nosotros los niños.

Cuando estaba a punto de empezar la Guerra Mundial todos los expertos aseguraban que dados los adelantos técnicos, esta solo duraría unos meses. Los expertos se equivocan con frecuencia entonces y hoy. Los señores tomaban cogñac y las señoras rompope y los albañiles tequila.

La estancia en la preparatoria en el Colegio Francés fue un tiempo muy agradable y allí los maestros maristas lloraron, izaron la bandera y cantaron la Marsellesa el día que fue liberado París.

Para ese entonces, México se había transformado bastante por el influjo económico de las fábricas que exportaban y que principiaron a traer población del campo a la ciudad para convertirlos en obreros sin pesar que después estos también se convertirían en material de exportación a los Estados Unidos de Norteamérica.

Además en México vivían el Rey Carol de Rumania y otros millonarios europeos que habían escapado del conflicto, pero todavía la plaza de toros estaba en la calle de Durango donde esta ahora el Palacio de Hierro y existían famosos lugares como el río Rosa y aun recuerdos de Calles y Obregón en el restaurante Sonora Sinaloa en la esquina frente a la plaza.

El ingresar a la Facultad de Medicina fue bastante complicado por las colas tan frecuentes en nuestro país y después ser perro, estudiar anatomía rapado, pintado y obligado a bailar en el centro del patio de Santo Domingo trato que hacía honor a su antiguo dueño, la Inquisición. Pero transcurrieron los años y apareció mi interés por el sistema nervioso, en los años de la Castañeda, aprendí a dar electrochoques y choques de insulina. Allí existían pabellones completos de neurosífilis donde se aplicaba neosalvarsan y estabisol y se usaban los abscesos de fijación con trementina para controlar a los enfermos agitados.

Así llegamos realmente al Siglo XX a mediados de éste, las sulfas, la penicilina, los antibióticos y el radio portátil.

Los señores y las señoras tomaban whiskey y los albañiles tequila.

La ciudad crecía aumentaba el tránsito y desaparecían los tranvías y en agosto de 1951 el examen profesional, en la noche en una pequeña aula junto a la escalera de la facultad donde afortunadamente esta San Lucas y al fin el título de médico y la emigración masiva de mi generación rumbo a Estados Unidos de Norteamérica y a Europa donde por muchos años aumentaron los conocimientos y cambio la forma de ver la vida al estar en contacto con ciudadanos de todo el mundo, muchos de los que aún siguen siendo mis amigos.

Regresar a México después de muchos años fue una mezcla de temor y esperanza, pero existió la oportunidad del Centro Médico Nacional, todo nuevo, bien equipado y lleno de médicos jóvenes recién llegados y con ganas de hacer en México lo que habían aprendido en el extranjero. Puedo decir, que fue un episodio extraordinario en la medicina mexicana y en un momento el 80% de las publicaciones médicas allí se originaban, así como que los jefes de servicio pasaron a ser miembros de la Academia Nacional de Medicina y de la Academia Mexicana de Cirugía y presidentes de sus sociedades de especialidad y profesores de la UNAM.

En este tiempo después de muchos años de hacer neumoencefalogramas con vuelta de campana y cuando se acababa de inventar el aparato Mimer para simplificar el procedimiento se inventó la tomografía computada y al poco tiempo, la resonancia magnética y la angiografía con catéteres para hacerla selectiva, así como el PET y el SPECT, lo que modificó radicalmente simplificándolo al diagnóstico neurológico, como lo conocemos hoy en día. Las salas de operaciones también cambiaron su aspecto y se hizo omnipresente el microscopio quirúrgico, el coagulador bipolar, inventado por un compañero de residencia Leonard Mallis.

Toda esta estructura fue sacudida por los terremotos políticos de 1965 y 1968 Y un terremoto real en 1985 que lo destruyó aunque no del todo porque pronto volvió a funcionar parcialmente en el antiguo edificio del Instituto de Cardiología. Producto de ese tiempo son los cursos universitarios, las sociedades, los consejos, los congresos nacionales, los latinoamericanos y el mundial, con lo que cambio la posición de nuestra sociedad a nivel internacional, a su nivel actual.

En una forma un poco anticipada entramos al Siglo XXI con los viajes espaciales y submarinos predichos por Julio Verne, con la computadora, el teléfono celular, el internet, al conocimiento del genoma y al aviso de esa medicina que promete en un próximo futuro el poder hacer tratamientos a la medida del individuo y a detectar las enfermedades antes de que principien los síntomas, poder localizar las lesiones internas con medios desarrollados para arrojar bombas inteligentes y a tener robots que operen a los pacientes guiados por expertos localizados a miles de kilómetros y también reconstruir un órgano dañado a partir de una célula primitiva incluyendo al cerebro. Ahora los señores y las señoras toman tequila y los albañiles inhalan thinner y todos tenemos miedo de salir a la calle.

Por eso puedo decir, que en estos 73 años de vida y 50 de médico he vivido las situaciones de tres siglos.

Espero que la mayoría de ustedes vean las maravillas que se esperan de este Siglo XXI y que no olviden que muchos de nuestros compatriotas viven aún como si estuviesen en el Siglo XVI y que si por algún motivo se rompiese nuestra estructura social y económica podríamos retroceder en confort, higiene e incidencia de patología a esas épocas de nuestros ancestros como lo hemos visto suceder en Africa, Palestina y los Balcanes para vergüenza de nuestra civilización.

Mi deseo es que esto no suceda nunca e nuestro país y ustedes reciban mis votos para que en el futuro que están construyendo logren todo lo que desean y que además, allograrlo alcancen la felicidad que esperan.

Un recuerdo agradecido a quienes me dieron la vida, un cariñoso saludo a quienes se las di y un afectuoso abrazo a quienes como ustedes me han hecho grata. Gracias.

 

Dr. José Humberto Mateos Gómez
Editor

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