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Investigación bibliotecológica

On-line version ISSN 2448-8321Print version ISSN 0187-358X

Investig. bibl vol.20 n.41 Ciudad de México Jul./Dec. 2006

 

Reseñas

 

MONTES, GRACIELA. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético

 

por Graciela Leticia Raya Alonso

 

México, FCE, 2001.

 

Cuantas veces hemos escuchado las frases: "No tengo tiempo para leer" o "No me gusta leer". Y es que para el joven escolar la lectura en la mayoría de los casos representa una más de sus tediosas obligaciones escolares, mientras que, por lo general, para el adulto no es sino una forma de perder el tiempo, excepto claro cuando se trata de lecturas "serias" abocadas al estudio de un campo de conocimiento específico. Pocas son las personas que, sin importar el tiempo ni las obligaciones, siguen disfrutando de la oportunidad de conocer otros mundos, de viajar por el tiempo, de enfrentarse a una realidad construida a partir de la imaginación; es decir, de gozar con la lectura. Ante esto surge la pregunta: ¿existe alguna razón que determine el gusto por la lectura? La lectura no es una actividad que pueda disfrutarse por decreto, tiene que aprenderse a lo largo de la vida y llegado el momento transmitirse, y cuando logramos aprehender la lectura, se la obsequiamos amorosa y naturalmente al niño, quien al percibir el gusto con que el adulto recrea ese mundo maravilloso, que en primera instancia se encuentra en los cuentos, la recibe abiertamente, e incluso la exige diariamente como un ritual que día a día hace aparecer y desaparecer héroes y piratas, brujas y princesas, animales encantados y hombres desencantados, y poco a poco comprende y va siendo parte de ese código, aún secreto para él, que son las palabras y rápidamente descubre otros significados en los dibujos. Así, para cuando domina la técnica de la lectura ya se ha convertido en un lector voraz que, sin importar el rumbo que tome su vida, tarde o temprano retomara, porque el adulto que ha hecho de la lectura parte de su vida cuenta con un tesoro secreto que al revelárselo al niño lo lleva de retorno a su propia infancia, a ese país imaginario con el que alguna vez se encontró. Este mundo secreto de la lectura es precisamente lo que Graciela Montes nos revela a lo largo de sus breves pero gratos ensayos que a pesar de su aparente ligereza encierran significados profundos.

La frontera indómita nos introduce en primer lugar en ese espacio natural para el niño y generalmente olvidado por el adulto: el mundo de la fantasía y la imaginación, construido a través del artífice de la escritura y reconstruido una y otra vez por medio de la lectura. Espacio en que se entremezcla la realidad con la ficción y que requiere de nuestra complicidad para poder existir. Se trata de un juego entre la escritura y la lectura, entre el escritor y el lector, juego en el que Graciela Montes nos va metiendo desde la primera página, y es que ¿cómo resistirse al encanto de Sherezada, esa contadora y creadora de cuentos. Igual que Scherezada, la autora nos seduce contándonos un cuento que sin apenas advertirlo nos traslada de inmediato al mundo de la infancia. Traslación indispensable porque el cuento, por excelencia forma parte del universo infantil, un mundo donde el juego es la actividad más seria del niño, espacio atemporal regido por sus propias reglas y donde el niño es capaz de vivir tanto o más intensamente que en el mundo real, el mundo del adulto.

Separación pertinente de estos mundos porque a lo largo de los ensayos se encuentran presentes dos ideas fundamentales: la infancia como categoría cultural y la cultura como mediadora entre el mundo real (propio del adulto) y el mundo de la ficción (no necesariamente infantil). Problemas que el escritor, el editor y el propio lector deben enfrentar cuando deciden hacer de la literatura parte de su existencia vital, porque la escritura y la lectura van más allá de los límites que la cultura pueda establecer. Problemática que para Graciela Montes está claramente ejemplificada en torno a la censura, la utilidad y la segmentación que establece el sistema escolarizado vigente, y que puede hacer de la escritura un falso manual de valores morales y reglas sociales siempre cambiantes y adaptables al tiempo presente. Esto se ejemplifica con la frivolidad con que algunas campañas (mal diseñadas) han tratado de simplificar el acto de la lectura, cuando en realidad leer implica un esfuerzo, una disposición y un reto que poco se identifica con las necesidades de un mercado enfocado a las ventas y no a la calidad.

De allí la llamada de atención presente en estos ensayos para tratar de recuperar la escritura–lectura como creación, como ese espacio poético que la autora, siguiendo a Aristóteles, considera que se encuentra justo en el filo entre lo real y lo imaginario, eso que sin ser "verdad" tampoco puede considerarse una "simple" ficción porque se trata de cuestiones verosímiles, fácilmente perceptibles por el niño quien al escuchar, leer o visualizar una historia la cree sin chistar, y que para el adulto resulta de inmediato cuestionable e inaceptable. Por eso la insistencia en la necesidad de renovar el pacto de ficción durante el espacio de lectura, de participar activamente no sólo creyendo temporalmente en la historia que nos es contada, sino haciendo uso de la propia imaginación para, como Sherezada, liberarnos.

La lectura, nos deja claro la autora, es un juego que nos permite ensanchar las fronteras y no solamente escapar de la realidad, y para ello Graciela Montes nos va dando poco a poco las pautas para recomenzar el camino donde el cuento es la principal herramienta, pues en él se encuentran todos los elementos clave para reactivar la imaginación y para, como hace el niño, encontrar nuevos y sorprendentes significados más allá de esa frontera indómita. Para esto Montes se apoya en el psicoanalista heterodoxo Donald Winnicott, para quien existe un espacio o tercera zona (donde interactúan otras dos: la subjetiva y la objetiva), territorio autónomo que, aunque se encuentra presente en la literatura, cada quien debe construir aceptando constantemente ese pacto de lectura. Tercera zona que se caracteriza por ser el ámbito privilegiado del juego, de la creatividad y del erotismo, ámbito donde la corporeidad se recrea con la cultura y el conocimiento, por lo que la lectura se convierte también en un evento de los sentidos, es decir, del cuerpo.

El mensaje de fondo que subyace en este delicioso texto de Graciela Montes es que la auténtica literatura, la que no está sujeta a ordenamientos morales, leyes de mercado ni valores socialmente establecidos, crea un espacio poético al que podemos acceder mediante la lectura. Si logramos superar nuestras propias barreras, a las que estamos atados por nuestra personal (e impuesta) percepción de la realidad, y nos reencontramos con el infantil placer perdido de la lectura, podremos transitar y construir nuestro propio espacio poético.

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