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Sociológica (México)

On-line version ISSN 2007-8358Print version ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.36 n.104 Ciudad de México Sep./Dec. 2021  Epub Mar 28, 2022

 

Artículos de investigación

Desafíos teóricos en el estudio de los hijos de migrantes mexicanos en Estados Unidos.Críticas a las teorías de la asimilación

Theoretical Challenges in the Study of the Children of Mexican Migrants in the United States. Critiques of Assimilation Theories

Alejandra Aquino Moreschi* 
http://orcid.org/0000-0003-0109-6852

* Profesora-investigadora del CIESAS-Pacífico Sur. Correo electrónico <alejandra.aquinom@yahoo.com>..


RESUMEN

Las teorías de la asimilación que han sido el enfoque dominante dentro de la sociología estadounidense para estudiar la experiencia de los migrantes y sus hijos en Estados Unidos, se sustentan en un paradigma centrado en las relaciones étnicas y en la asimilación como proceso de incorporación a la “sociedad mayoritaria”. En este artículo se discuten los argumentos centrales de dichas teorías en sus versiones contemporáneas, a la luz de las principales críticas que se les han hecho, en particular aquellas formuladas desde un paradigma centrado en las relaciones de “raza”, que le reprochan no tomar en serio el papel determinante que tienen la racialización y el racismo estructural en la vida de las personas que migran y sus descendientes.

PALABRAS CLAVE: migraciones; asimilación; relaciones étnicas; racismo; racialización

ABSTRACT

The assimilation theories that have been the dominant approach in U.S. sociology for studying the experience of migrants and their children in the United States are based on a paradigm centering on ethnic relations and assimilation as a process of incorporating into the “majority society.” In this article, the author discusses the central arguments of the contemporary versions of these theories in light of the main critiques of them, particularly those formulated from a paradigm centering on “race” relations, reproaching them for not taking seriously into account the determinant role of racialization and structural racism in the lives of migrants and their descendants.

KEY WORDS: migrations; assimilation; ethnic relations; racism; racialization

Una preocupación que ha destacado dentro de la vasta literatura que sobre migración se ha producido en Estados Unidos a lo largo del siglo XX consiste en cómo los migrantes, y especialmente sus descendientes, se incorporan y adaptan a la sociedad estadounidense. En el campo de la sociología, las teorías de la asimilación en sus diferentes vertientes han sido dominantes en el estudio de este fenómeno, desde los trabajos realizados por la Escuela de Chicago (Park y Burgess, 1970; Gans, 1992) para explicar las relaciones étnicas derivadas de las migraciones provenientes de Europa, hasta propuestas más recientes que se han adecuado para dar cuenta de las más contemporáneas que se han llevado a cabo desde otros continentes.

Como lo señala Rubén Rumbaut (2015: 81) , pese al uso generalizado del concepto asimilación, tanto en la academia como en el lenguaje común, éste sigue siendo un término escurridizo, confuso y polémico, sobre el que existe mucha ambigüedad en cuanto a su significado, medición y aplicabilidad.1 Actualmente, lo más frecuente es que la asimilación se entienda como el proceso lento y gradual de incorporación de los migrantes y sus hijos a la “sociedad mayoritaria”, lo que en función de cada autor puede implicar distintas cosas, aunque siempre se ve como algo deseable y hasta cierto punto inevitable. Por ejemplo, para Milton Gordon (1964), uno de los autores clásicos sobre el tema, la asimilación requiere de un proceso de aculturación, que consiste en adoptar la lengua y la cultura del grupo dominante en detrimento de las propias. Para otros, además de cierto grado de aculturación, implica movilidad ascendente en términos económicos y educativos, es decir, se tiene que llegar a formar parte de la clase media o media alta “blanca” en términos de bienestar y aceptación social (Portes y Zhou, 1993).

Las teorías de la asimilación están estrechamente articuladas con el paradigma étnico y tienen su sustento conceptual en éste, ya que en última instancia su principal preocupación estriban en cómo los diferentes “grupos étnicos” se relacionan, especialmente a partir de los encuentros que se derivan de las grandes migraciones (Gordon, 1964). En otras palabras, su proyecto intelectual, así como el político, tienen que ver con la organización y la inclusión de la diferencia étnica originada en la inmigración. De ahí que clasifiquen a los inmigrantes y a sus descendientes en función de su origen y que se los trate analíticamente como “grupos étnicos” o “minorías étnicas”, es decir, como un conjunto de personas que comparten una lengua, una herencia cultural, una religión y/o un origen nacional diferente al de la sociedad dominante (Gordon, 1964).

Las teorías de la asimilación han alimentado, aun sin pretenderlo, dos mitos nacionales sobre los que se fundó Estados Unidos: el del melting pot o “crisol de culturas”, como metáfora para hablar y celebrar el proceso de integración de las diferentes culturas en una vida nacional común, una mezcla que se presenta sin conflicto ni relaciones de fuerza. Y el del “sueño americano”, en el que se representa al país como “la tierra de las oportunidades”, en la que cualquier individuo con una ética laboral puede mejorar su vida, un lugar en el que para triunfar lo que más cuenta es el trabajo y el esfuerzo personal, y no el origen ni las jerarquías sociales. En su conjunto, estas metáforas buscan proyectar la imagen de una sociedad incluyente, capaz de recibir y acoger la diferencia cultural para transformarla en un proyecto común.

El presente artículo tiene un doble objetivo, en primer lugar presentar y discutir los argumentos centrales del paradigma de la asimilación en sus versiones contemporáneas -llamadas por Moon-Kie Jung (2009) asimilación neoclásica y segmentada-, poniendo la atención en sus tesis centrales, así como en las interpretaciones que se han hecho para el caso de los migrantes mexicanos y sus hijos. En segundo término, reflexionar sobre algunos de sus principales retos y limitaciones, basándome tanto en las críticas de otros autores (Moon-Kie Jung, Vilma Ortiz, Edward Telles, Zulema Valdez y Tanya Golash-Boza) como en las observaciones derivadas de mis propias investigaciones con hijos de migrantes zapotecos nacidos en Estados Unidos. El conjunto de estas críticas a las teorías de la asimilación, y a su enfoque centrado en el paradigma étnico, son una invitación a reflexionar sobre la necesidad de incorporar nuevas claves analíticas para el estudio de las personas que migran y sus hijos y que pueden resultar de gran interés para todos aquellos interesados en comprender los procesos de categorización, jerarquización, inclusión-exclusión, basados en la “etnia” y en la “raza” para organizar la diferencia, real o imaginada, al interior de cada sociedad.

Teorías neoclásica y de la asimilación segmentada

Hacia la década de 1980 surgen diferentes esfuerzos teóricos para renovar el paradigma clásico de la asimilación, el cual resultaba insuficiente para explicar lo que estaba pasando con muchos migrantes no europeos y sus hijos. Jung (2009) ubica dos vertientes principales, la teoría neoclásica de la asimilación y la de la asimilación segmentada. Ambas representan un avance cualitativo importante, ya que ponen en cuestión dos tesis centrales de su predecesora: 1) que la asimilación siempre vaya en dirección ascendente y 2) que esta implique necesariamente la aculturación total a la imaginada “cultura americana”.

Para determinar el éxito de las diferentes minorías étnicas en el proceso de asimilación estos enfoques han privilegiado el análisis de la situación educativa y económica, así como el grado de dominio de la lengua y la apropiación de otros elementos culturales, teniendo siempre como referente la situación actual del grupo dominante, el cual está representado por los “estadounidenses blancos” de clase media y/o media alta, así como el proceso de asimilación que siguieron los migrantes europeos en las primeras olas migratorias. Una cuestión a la que han dedicado mucha atención es a por qué algunos migrantes se asimilan con mayor facilidad y rapidez que otros, y para hacerlo han recurrido a distintos factores que podemos clasificar en dos grupos y que cobrarán un peso diferente dependiendo del autor que la analice: 1) los que tienen que ver con la situación de los padres y que incluyen: la condición socioeconómica de éstos, su nivel de escolarización, el tiempo que han vivido en Estados Unidos, la estructura familiar (en particular si es un hogar con uno o dos padres), las aspiraciones educativas que los padres tienen hacia sus hijos, la confianza y el optimismo en el futuro, los matrimonios mixtos; y 2) los factores de carácter contextual o “externos”, tales como las políticas migratorias de recepción para cada grupo, la discriminación racial, la segmentación de los mercados laborales, la concentración residencial en áreas urbanas pobres, así como los diversos cambios institucionales -como por ejemplo, los derivados de la lucha por los derechos civiles-.

Teoría neoclásica

En la teoría neoclásica de la asimilación los autores con mayor influencia son Richard Alba y Victor Nee (1997; 2003) quienes, aunque sí revisan y corrigen algunos aspectos de la teoría clásica, consideran que el concepto sigue siendo pertinente para explicar las experiencias de los inmigrantes contemporáneos y de sus hijos, y en sus diferentes investigaciones muestran que en la mayor parte de los casos éstos siguen trayectorias similares a las de los migrantes europeos, es decir, de asimilación ascendente. Una de las diferencias que reconocen consisten en que la mayor parte de sus hijos no han alcanzado la paridad con los “blancos nativos” y que muchos de ellos sufren de discriminación racial, pero señalan que se trata de un fenómeno minoritario que no debe preocupar, ya que aquellos que llegaron de Europa pasaron por experiencias parecidas de discriminación y esto no impidió que lograran asimilarse (Alba, Kasinitz y Waters, 2011; Perlmann y Waldinger, 1997). Para ellos, lo verdaderamente significativo y contundente en todas las investigaciones es que “a todas las minorías de la segunda generación les va mejor que a sus padres”, lo que a su juicio implica una “modesta pero significativa movilidad ascendente al menos en lo que respecta a logros educativos y tipos de trabajo” (Alba, Kasinitz y Waters, 2011: 768).

Estos autores proponen una definición del concepto de asimilación que busca superar el etnocentrismo de sus precursores; por eso no ponen de forma tan evidente a los “blancos” protestantes de clase media como la categoría de referencia normativa a la que hay que asimilarse. Para ellos, la asimilación es “la disminución, y en el punto final la desaparición, de una distinción étnico/racial y de las diferencias culturales y sociales mediante las que se expresan” (Alba y Nee, 2003), y sostienen que ésta se realizará en el momento en que “un grupo deje de ser considerado étnica y racialmente diferente” como sucedió, por ejemplo, con los italianos o los polacos en determinado momento histórico.

Además, para estos autores la asimilación a la “corriente dominante” no implica obligatoriamente ascender a la “clase media”, como suponen otros teóricos, porque desde su perspectiva la “corriente dominante” también está compuesta por miembros de la “clase obrera” y lo que la hace ser dominadora no es tanto el origen de clase, como el hecho de que para ellos “los orígenes étnicos y raciales tengan un impacto menor en las condiciones y oportunidades de vida” (Alba, Kasinitz y Waters, 2011). Para Richard Alba, Philip Kasinitz y Mary Waters (2011: 769), “una ventaja clave de tal definición es que la asimilación no requiere que los individuos se conviertan en miembros del propio grupo mayoritario, o en otras palabras, que se vuelvan blancos, como lo sostuvo la teoría de la asimilación canónica de [Milton] Gordon (1964)”, ya que su proceso de asimilación podría implicar un movimiento de las fronteras étnicas y raciales del grupo dominante. En este sentido, la asimilación no se concibe como un proceso unidireccional hacia el grupo dominante, sino que existe la posibilidad de cambio en los límites étnicos y raciales que lleven a que la propia corriente dominante se transforme en otra cosa (Alba, Kasinitz y Waters, 2011).2

El problema con una definición que considera que para el grupo dominante la etnicidad y la raza “no importan” es que no ve ni toma en cuenta los privilegios que se derivan del hecho de ser “blancos” y de tener orígenes europeos. Es decir, aunque su “raza” y su “etnicidad” sean “invisibles”, o supuestamente inexistentes, éstas los colocan ventajosamente en las jerarquías étnicas y raciales y les otorga múltiples privilegios.

Una de las principales críticas a la teoría de la asimilación neoclásica proviene de los teóricos de la asimilación segmentada, quienes si bien comparten el mismo paradigma, les cuestionan que proyecten la imagen de una sociedad dominante inclusiva, en la que la gran mayoría sigue el proceso canónico de asimilación hacia los estratos sociales mayoritarios (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006). Esta visión optimista de la sociedad responde, según los autores, a un error conceptual en el que Alba, Kasinitz y Waters incurren cuando intentan ampliar el concepto de asimilación y convertirlo en un término paraguas en el que caben todas las situaciones, ya que esto los lleva a considerar que la “sociedad dominante” no sólo está compuesta por la clase media, sino también por la clase obrera, de lo que se deriva que la asimilación puede darse en cualquier nivel social, algo que les parece insostenible, pues para ellos “la sociedad dominante” no puede ser otra que el núcleo que tiene éxito económico (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006: 14).

Teoría de la asimilación segmentada

La teoría de la “asimilación segmentada” ha cuestionado a la vertiente clásica la tesis de que exista una sola vía para asimilarse a la sociedad y que ésta sea la asimilación ascendente (Portes y Zhou, 1993; Portes y Rumbaut, 2005; 2011). Para estos autores, en la situación actual la cuestión fundamental ya no es saber si la segunda generación se asimilará a la sociedad estadounidense, puesto que no hay duda de que lo hará; la pregunta central es a qué segmento de la sociedad se integrará, si a una clase media mayoritaria o a la población empobrecida y marginada (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006: 9).

También han ubicado tres posibles caminos para la asimilación a los que pueden corresponder, en mayor o menor medida, tres tipos de aculturación (Portes y Zhou, 1993; Portes y Rumbaut, 2005 y 2011): 1) la “asimilación ascendente”, que sigue la vía de ascenso descrita por la teoría clásica de la asimilación, acompañada de una “aculturación consonante”, es decir, de un proceso de aculturación que se da de forma gradual y simultánea entre padres e hijos y que permite que estos últimos “transiten” acompañados hacia la sociedad de acogida; 2) la “asimilación ascendente con aculturación selectiva”, que implica que las personas logran un ascenso social pero sin necesidad de perder su cultura y su lengua; en esta trayectoria sólo se retoman algunos elementos de la cultura estadounidense, al tiempo que se afirma la propia etnicidad y se refuerzan los valores, los lazos y la solidaridad con la comunidad étnica de pertenencia. Como lo hace notar Judith Pérez Soria (2017), este proceso será estudiado por diferentes autores como transnacionalismo y, finalmente, 3) la “asimilación descendente” es la que se da hacia los sectores más empobrecidos de la sociedad, que en algunos trabajos se refieren como “subclase” (Portes y Zhou, 1993: 82), y frecuentemente se acompaña de una “aculturación disonante”, donde los hijos se asimilan más pronto que sus padres, lo que puede provocar una inversión de roles y la pérdida de autoridad paterna (Portes y Zhou, 1993; Portes y Rumbaut, 2005).

Si bien los teóricos de la asimilación segmentada en sus investigaciones han encontrado que la mayor parte de los hijos de migrantes están caminando hacia una asimilación ascendente, también advierten que existe una “minoría significativa” que está viviendo una “asimilación descendente”, que podría implicar para ellos “unirse al mundo subalterno de las bandas, las drogas, la cárcel, los embarazos en la adolescencia y el fallecimiento en edades jóvenes, todo lo cual, en resumidas cuentas, conforma la pesadilla del centro urbano de las ciudades estadounidense” (Portes, 2006; Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006; Portes y Rumbaut, 2005 y 2011).

En sus diferentes investigaciones han encontrado que muchos de los casos de “asimilación descendente” se concentran entre los mexicoamericanos, quienes según Alejandro Portes, Patricia Fernández-Kelly y William Haller (2006: 83) tienen el “peor perfil” de los grupos encuestados con respecto al rendimiento académico, el desempleo, el prestigio ocupacional y los ingresos familiares.3 Además, señalan que en los resultados sobre paternidad temprana encabezan la lista con un 41 por ciento de jóvenes que tuvieron hijos en los primeros años de su vida adulta, en contraste con el 3 por ciento de los cubanos (Portes, 2006). Finalmente, para Portes (2006) la evidencia más tangible de un proceso de asimilación descendente son los altos datos sobre encarcelación, en la que los mexicoamericanos de segunda generación también se encuentran a la cabeza, con el 20 por ciento de los jóvenes menores de veinticuatro años que han sido encarcelados, el doble que en el resto de la muestra. Estos datos permiten suponer al autor que es probable que cuando éstos alcancen cuarenta años superen los porcentajes de encarcelamientos de la población negra, que según un trabajo que cita, es del 26.6 por ciento en hombres menores de cuarenta (Western, 2002 citado en Portes, 2006: 84-85).

Para explicar la situación de los mexicanos y de aquellos migrantes en la misma situación, los teóricos de la asimilación segmentada han ubicado tres principales obstáculos (Portes, 2006; Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006; Portes y Rumbaut, 2005 y 2011, Portes y Zhou, 1993): 1) la discriminación racial, 2) la desindustrialización y bifurcación del mercado de trabajo, y 3) el contacto con diferentes “patologías sociales” -como las drogas, pandillas y “estilos de vida desviados”-, que según ellos caracterizan a los centros urbanos de las ciudades estadounidenses donde los migrantes tienden a establecerse por la falta de recursos. Obstáculos que, según la teoría de la asimilación segmentada, los migrantes y sus hijos tendrán que enfrentar echando mano de capacidades y recursos muy desiguales, siendo particularmente importante la clase social de los padres y el capital educativo. Para Portes, Fernández-Kelly y Haller (2006: 22), al final de cuentas, “la asimilación segmentada emerge de las distintas maneras de enfrentarse a estos desafíos por los jóvenes de la segunda generación y sus familias, así como de los distintos recursos con que cuentan para ello”.

En lo que toca a la discriminación racial, las investigaciones se han centrado en analizar las experiencias discriminatorias y las identificaciones raciales de los inmigrantes latinoamericanos y de sus hijos. Uno de los hallazgos de Portes es que la experiencia del racismo y de la segregación que sufren los jóvenes mexicoamericanos los ha llevado a considerar su nacionalidad como si fuera su “raza” biológica, es decir, “no sólo en términos de cultura, lenguaje o religión, sino como un fenotipo genéticamente transmitido” (Portes, 2006). Su argumento y conclusión principal respecto del racismo es que “la creencia, infundada a priori pero socialmente construida, de que los hispanos son una raza y que han de ser tratados de acuerdo con ello, trae consigo consecuencias concretas en los planes, percepciones y acciones de los jóvenes, condicionando su modo de adaptación a la sociedad [estadounidense]” (Portes, 2006) (subrayado mío). El problema es que su argumento pone el foco sobre el impacto que estas percepciones tienen en la confianza de los jóvenes en sí mismos y en sus decisiones y acciones futuras, y no tanto en las barreras estructurales que enfrentan al ser vistos y tratados como si fueran una “raza”. Como señalan Etienne Balibar e Imanuel Wallerstein (1991), ni el racismo ni el nacionalismo, pueden ser reducidos a meras representaciones ideológicas, aun cuando éstos producen etnicidades ficticias y naturalizaciones, porque una cosa es que la nación se legitime mediante el recurso a la ideología y otra, bien diferente, que esté exclusivamente constituida por ella.

En lo que toca a los mercados de trabajo, Portes (2006) explica que en una época era común que los hijos de los inmigrantes de la clase trabajadora pudieran volverse trabajadores calificados y supervisores en las mismas fábricas que habían empleado a sus padres; sin embargo, el rápido proceso de desindustrialización que se inició en la década de 1970 terminó con esta posibilidad. Para el autor, actualmente el mercado de trabajo ha tomado la forma de un reloj de arena, formado por una categoría ocupacional alta que requiere de una educación superior y una baja, de trabajos centrados en los sectores de servicios, construcción y agricultura, que no requieren de un título universitario pero que les aporta poca ganancia salarial (Portes, 2006). En otras palabras, el mercado carece de oportunidades laborales intermedias que permitan a los jóvenes de la segunda generación ascender poco a poco, lo que significa que tienen que superar en un solo periodo generacional la brecha educacional que los hijos de los migrantes europeos rebasaron en varios (Portes, 2006).

Finalmente, el tercer factor que puede llevar hacia la asimilación descendente -y que según Portes es el más peligroso- es el hecho de que los migrantes y sus hijos se establecen en los barrios pobres del centro de las grandes ciudades estadounidenses, en los que entrarán en contacto con “drogas, bandas y estilos de vida desviados”. Además, siguiendo a otros autores también señala: “El atractivo de las bandas y de las drogas como un medio rápido de ganar dinero y poder, y las dificultades en esquivarlas [incluso] para los que intentan continuar su formación educativa, conforman la cotidianidad de las calles de los centros urbanos” (Portes, 2006: 81)

Entre la teoría neoclásica de la asimilación y la de la asimilación segmentada existen diferencias que algunos consideran son de fondo (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006), mientras que otros señalan que sólo “reflejan cuestiones de énfasis” y no “conclusiones empíricas diferentes” (Alba, Kasinitz y Waters, 2011). En 2011 la revista Social Force publicó un interesante debate entre los teóricos de la asimilación segmentada y los de la asimilación neoclásica en el que expresaron sus principales desacuerdos. El punto central del debate tiene que ver con la conceptualización de lo que representa el “grupo dominante” y con qué tan extendida se encuentra la “asimilación hacia abajo”, lo que puede parecer banal pero que, como veremos más adelante, implica consecuencias y reorientaciones teóricas y políticas diferentes.

De manera resumida y simplificando las posiciones, de un lado tenemos a los teóricos de la asimilación segmentada que han encontrado que si bien la mayor parte de la segunda generación “no se encuentra en los niveles más bajos de la sociedad”, sí existe “una importante minoría que tiene muchas probabilidades de descender a ellos” (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006: 52) y de “quedar permanentemente atrapados en la pobreza y la exclusión social, aumentando la ya considerable población minoritaria en los guetos urbanos de la nación” (Portes y Hao, 2005: 38). Del otro lado se encuentran los teóricos de la asimilación segmentada que no coinciden con esta postura y que sostienen una posición más optimista con respecto al futuro de los hijos de los migrantes contemporáneos.

Críticas al paradigma de la asimilación

En las últimas décadas han surgido diferentes cuestionamientos a los supuestos, argumentos y resultados de las nuevas teorías de la asimilación, los cuales las colocan frente a desafíos inéditos y nos llevan a interrogarnos sobre su utilidad y pertinencia para interpretar la situación que enfrentan hoy en día los hijos de los migrantes en Estados Unidos (Jung, 2009; Telles y Ortiz, 2008; Valdez y Golash-Boza, 2017a). He ubicado seis críticas que me parecen fundamentales y que quiero desarrollar a partir de los trabajos de Moon-Kie Jung, Vilma Ortiz, Edward Telles, Zulema Valdez, Tanya Golash-Boza y de mis propias investigaciones con los hijos de migrantes zapotecos en Estados Unidos: 1) en primer lugar, que a pesar de sus esfuerzos para superar el sentido prescriptivo de la teoría clásica de la asimilación, siga siendo una teoría normativa y moral; 2) que aunque considere algunos factores contextuales y estructurales sigue siendo una teoría muy centrada en los recursos y las capacidades individuales, familiares y étnicas; 3) que hayan evacuado de su análisis a los afroamericanos, con las implicaciones teóricas y políticas que esto lleva; 4) que no hayan sido capaces de explicar adecuadamente la situación de los migrantes mexicanos y sus hijos; 5) que no consideren seriamente el papel que juegan la raza, el racismo y la racialización en la determinación de las trayectorias de los migrantes mexicanos y sus hijos, y 6) que no tomen en cuenta el hecho de que ciertos grupos tienen que hacer frente a dos estructuras racializadas -la del país de origen y la del de acogida- que se imbrican para producir mayor racismo y exclusión.

Teoría normativa y moral

Al igual que las teorías clásicas de la asimilación, las nuevas propuestas siguen manteniendo un tono normativo y su argumentación contiene términos cargados de valores morales que no se problematizan. Por ejemplo, respecto de su impronta normativa Jung (2009) apunta que en la teoría de la asimilación segmentada es claro que el camino a “evitar” es la “asimilación descendente” en la “subclase”, la cual se describe exclusivamente en términos negativos y patológicos. En cambio, el camino a seguir es la “aculturación selectiva”, que implica, como ya se ha mencionado, la retención y la afirmación de las raíces étnicas y la cohesión familiar y comunitaria, y desde esta perspectiva la cultura y la etnicidad se describen en términos exclusivamente positivos y se presentan como el “antídoto” que protegerá a la familia de las influencias de la “subclase”.

Si bien considero que en un contexto hostil hacia las personas que migran es importante que desde la academia se produzcan estudios que cuestionen las representaciones y los discursos racistas y nativistas sobre los migrantes y su cultura, el problema es que cuando la teoría de la asimilación segmentada describe y valora ciertos atributos también prescribe las características del “buen migrante”, por ejemplo: que sean “trabajadores”, que conserven una “ética del trabajo”, que posean una “cultura del esfuerzo y la motivación”, que tengan “cohesión familiar y étnica”, que conserven los “valores familiares tradicionales”, como mantener unida a la familia, etcétera (Jung, 2009). Es decir, valores que los refuerzan como mano de obra esforzada, disciplinada y sumisa, ya que en ningún momento de su argumentación se hace visible su capacidad para desobedecer, protestar, producir discursos críticos al sistema y mejorar su situación social por otras vías distintas a la asimilación gradual, como podrían ser el activismo cívico, la protesta social, la lucha en los sindicatos, las huelgas, entre otras (Aquino, 2010a y 2010b). Un segundo problema es que al prescribir una “buena forma” de ser migrantes todo lo que no se ajuste a ella no tiene legitimidad para ser incluido en la sociedad, lo que produce una falsa dicotomía entre los “buenos migrantes” y aquellos que resultan “peligrosos” porque no responden al modelo deseado.

Además, como lo señala Jung (2009), en la teoría de la asimilación segmentada aparecen diferentes términos cargados de valores morales, como por ejemplo, las “patologías”, los “estilos desviados”, la “inadaptación”, las “familias intactas”, los cuales siempre son invocados en desventaja de los afroamericanos y de los pobres urbanos, sin detenerse a problematizar los conceptos. En términos de Pierre Bourdieu (1995) estaríamos frente a la falta de una ruptura epistemológica con el sentido común, pero también con ciertas categorías sociológicas cargadas de valores y prejuicios.

Propuesta centrada en las capacidades y recursos personales, familiares y étnicos

Otra crítica que puede hacerse a las nuevas teorías de la asimilación es que a pesar de haber incorporado factores explicativos de carácter estructural y contextual, como las políticas migratorias hacia los diferentes grupos, las características del mercado de trabajo, la discriminación racial, entre otros, su explicación sobre la orientación de las trayectorias de asimilación siguen centradas en las capacidades y los recursos personales, familiares y étnicos. El problema de este enfoque es que los lleva a concluir que, al final, el camino hacia una asimilación hacia abajo “dependerá de cómo los jóvenes de la segunda generación y sus familias hagan frente a estos desafíos estructurales, echando mano de los distintos recursos con que cuentan para ello” (Portes y Rumbaut, 2005 y 2011). De este modo, y seguramente sin pretenderlo, abonan a las ideologías liberales que explican la desigualdad por las “malas decisiones” de los sujetos o por las “deficiencias culturales”; además, de este tipo de argumentos se deriva que al final de cuentas la inclusión a la sociedad depende de las personas en tanto individuos y familias, o de ellos en tanto minorías étnicas con determinada cultura. Como sostienen Zulema Valdez y Tanya Golash-Boza:

El paradigma de la etnicidad sigue siendo en gran medida una teoría a nivel meso que explica las trayectorias de asimilación de forma prioritaria como resultado de los atributos específicos de cada grupo étnico, que interactúan con los contextos de recepción específicos y que dan lugar a distintos patrones de incorporación (Valdez y Golash-Boza, 2017a: 6).

Jung (2009) también critica que el foco de las teorías de la asimilación esté puesto en cómo las personas responden a las fuerzas estructurales desde una base cultural. Argumentos que según él hacen eco de la tesis de la “cultura de la pobreza”, desde la cual la cultura se concibe como una fuerza relativamente autónoma para producir resultados perjudiciales (Jung, 2009). Eduardo Bonilla Silva (2003) ha mostrado que cuando la desigualdad racial se intenta explicar como el producto de una “deficiencia cultural” estamos frente a un “marco daltónico”, es decir, un tipo de discurso y de prácticas que reproduce el racismo al promover la idea de que la desigualdad racial no tiene nada que ver con el racismo sino que se origina -según su modalidad- en la cultura o en las malas decisiones personales.

No logran explicar la situación de los afroamericanos y los excluyen de su análisis

Si bien la teoría de la asimilación busca, en última instancia, interpretar la inclusión de las diferentes minorías étnicas a la sociedad dominante también excluye de su análisis a otras. En particular, se la ha criticado porque no ha sido capaz de explicar el caso de los afroamericanos y porque de hecho renunciaron a considerarlos como un grupo susceptible de ser estudiado y comprendido dentro de su paradigma (Jung, 2009; Valdez y Golash-Boza, 2017a).4 Les pareció más fácil eliminarlos de su análisis y, como señala Jung (2009), para ello se han escudado en el concepto de la etnicidad y en el de la “inmigración”, dentro de los cuales aparentemente no cabe esta población -dando por hecho que los afroamericanos no son migrantes y que su situación no se puede comprender desde el paradigma de la raza-, aunque no les ha causado ningún problema hacer caber en estos conceptos a muchas generaciones de descendientes de inmigrantes mexicanos nacidos en Estados Unidos (Jung, 2009: 384).

Si bien los afroamericanos no son considerados como minoría étnica susceptible de ser estudiada bajo este paradigma, éstos, “a través de su ausencia, continúan moldeando y persiguiendo la teoría de la asimilación” (Jung, 2009: 383). Por ejemplo, como lo hace notar este autor, en la teoría de asimilación segmentada los afroamericanos pobres figuran veladamente como parte de una “subclase” que cohabita con los hijos de los migrantes en los barrios marginados de las ciudades estadounidenses y representan el “peligro” a evitar para no caer en la asimilación descendente.

La ausencia de los afroamericanos como grupo susceptible de ser estudiado nos lleva a preguntarnos por el lugar que tienen dentro del paradigma de la asimilación los indígenas nativos sobre cuyos territorios se realizó la migración europea y la construcción de Estados Unidos. Si los primeros han sido los “ausentes siempre presentes”, los segundos han sido los “ausentes inexistentes”. Desde el paradigma de la asimilación pareciera no tener ninguna pertinencia analítica el hecho de que la colonización europea se haya realizado sobre territorios indígenas y a costa de su exterminio. Como lo señalan Maylei Blackwell, Floridalma Boj López y Luis Urrieta (2017):

Demasiados estudios sobre la migración coinciden con el mito de que Estados Unidos es una nación de inmigrantes que replica, aunque sea inconscientemente, la lógica colonial de los [primeros] colonos de borrar y eliminar a los pueblos indígenas. Estos estudios reproducen el discurso del terra nullius, según el cual la ocupación y el asentamiento se justifican a través del mito de que la tierra está vacía de los pueblos indígenas y, por lo tanto, es una pizarra en blanco sobre la que los inmigrantes rehacen sus vidas y sus comunidades transnacionales.

Incapacidad para explicar el caso mexicano

El libro Generations of Exclusion: Mexican Americans, Assimilation and Race (2008), de Vilma Ortiz y Edward E. Telles, plantea grandes desafíos teóricos y empíricos a las teorías de la asimilación, ya que sus resultados ponen en cuestión el pronóstico implícito en su proyecto normativo, resumido en la tesis de que al cabo de ciertas generaciones todos, independientemente del origen nacional y cultural, alcanzarán la paridad con los “americanos blancos” de clase media.

Su investigación presenta un panorama muy completo de la situación de los mexicoamericanos a través de cuatro generaciones, algo inédito hasta ese momento. Los autores se preguntan estratégicamente ¿qué tanto se ha asimilado este grupo a través del tiempo?, y para poder evaluar esta situación analizan diferentes factores, algunos de los cuales han sido considerados en los estudios sobre la asimilación; por ejemplo, el nivel de educación alcanzado, el estatus socioeconómico, la adquisición del idioma, la identidad, las prácticas culturales, la residencia y la participación política. No obstante, sus resultados empíricos y conclusiones difieren de manera importante con lo planteado por los teóricos de la asimilación.

Ortiz y Telles, a partir de encuestas cuantitativas, datos cualitativos y un profundo conocimiento del contexto socio-histórico y de las particularidades de la migración mexicana, demuestran que después de cuatro generaciones -aproximadamente la misma cantidad de tiempo en que la mayoría de los europeos estadounidenses se convirtieron en clase media- los mexicoamericanos se trasladaron principalmente a la clase obrera y a la clase media baja, y sólo en menor medida a la clase media consolidada (Telles y Ortiz, 2008 y 2011). Además, encontraron que un número desproporcionado de personas de origen mexicano viven en la pobreza o cerca de ella, y que su nivel educativo de cuarta y quinta generaciones sigue siendo muy inferior al de los europeos estadounidenses (Telles y Ortiz, 2008y 2011). Estos resultados contrastan con los hallazgos de los teóricos de la asimilación, quienes como hemos visto a lo largo del presente artículo han sostenido que la “asimilación a la baja” afecta, en el peor de los escenarios, a una “minoría significativa” (Portes y Rumbaut, 2005), pero sostienen que la mayoría de las personas se encamina hacia una “asimilación ascendente” y que éste será el proceso principal que determine el futuro de los actuales grupos inmigrantes en Estados Unidos (Alba y Nee, 2003; Perlmann, 2005).

Para Telles y Ortiz (2011), el enfoque de la asimilación presenta un retrato optimista basado en evidencia que no se mantiene, y argumentan que este optimismo es profundamente problemático, ya que subestima la gravedad del problema y la necesidad de intervención política y social (Ortiz y Telles, 2012). Además, con sus datos demuestran que las pruebas empíricas no sostienen tanto optimismo, ya que si bien es verdad que como señalaron Richard Alba y Victor Nee (2003), “a la segunda generación le va mejor que a sus padres”, esto no significa que en el largo plazo, y tomando en cuenta a varias generaciones, la tendencia sea una asimilación hacia arriba. El hecho de que la segunda generación experimente una mejoría respecto de sus padres tiene más que ver con el origen modesto de éstos y su bajo acceso a la escolarización que con un avance consistente hacia la paridad con los estadounidenses blancos (Telles y Ortiz, 2008 y Ortiz y Telles, 2012).

Como lo demuestran Ortiz y Telles (2012), el problema de fondo y lo que no cuadra con las teorías de la asimilación es que las generaciones posteriores tengan resultados educativos y económicos similares o inferiores a los de la segunda generación y sigan en profunda desventaja frente a los blancos nativos, lo que significa que su progreso se detiene antes de que la “asimilación” se complete y que su incorporación a la sociedad se dé en los peldaños inferiores de lo que ellos denominan un “orden racializado” (Ortiz y Telles, 2012). Por ejemplo, respecto de la educación encuentran

una disminución progresiva de los años de educación para cada generación subsiguiente desde la inmigración. Los niños inmigrantes que llegaron a Estados Unidos a una edad temprana con sus padres, la llamada generación 1.5, tienen los niveles más altos de escolaridad […]. Tienen aproximadamente medio año más de escolaridad que la segunda generación, que tiene medio año más que la generación 2.5, con medio año más que la tercera. Esta última y cuarta generación son las que menos escolaridad tienen y no hay diferencia entre ellas (Ortiz y Telles, 2012: 130).

Además, como Telles y Ortiz (2008) documentan en su libro, la persistente desventaja educativa de los mexicoamericanos no se limita a este ámbito; también demuestran que en contraposición a lo sostenido por la teoría de la asimilación su estatus socioeconómico no aumenta gradualmente de una generación a otra y cuestionan que Alba y Nee minimicen el hecho de que los migrantes mexicanos, respecto de los europeos, hayan tenido que enfrentar condiciones mucho más difíciles en su proceso de asimilación derivadas de su color de piel, que juega un papel sustancial en las oportunidades para la integración de varias generaciones de sus descendientes, lo que se reflejará en la persistente desventaja económica y educativa a través de las generaciones, así como en la confrontación permanente con el racismo y los diferentes estereotipos discriminadores.

Con todo, la crítica principal hacia las nuevas teorías de la asimilación respecto del caso mexicano no sólo es que minimicen -e incluso invisibilicen- el hecho de que en cuatro generaciones los mexicanos no hayan alcanzado la paridad con el grupo dominante, sino que la crítica central, como se verá en el siguiente apartado, tiene que ver con el tipo de argumentos que han utilizado para explicar dicha situación y los factores que han dejado fuera de su análisis o que han sido marginales.

No considerar seriamente el impacto que tienen la raza y el racismo

La principal limitación de las teorías de la asimilación es no haber considerado seriamente el impacto que tienen la raza y el racismo en el proceso de incorporación de los migrantes y sus hijos (Tellez y Ortiz, 2008; Ortiz y Tellez, 2012; Valdez y Golash-Boza, 2017a y 2017b; Jung, 2009). Como señalan Valdez y Golash-Boza (2017a: 7-8): “Una teoría que se ocupa de los diferentes patrones de asimilación entre los grupos étnicos y raciales minoritarios no puede ignorar cómo el racismo estructural determina las trayectorias de asimilación entre los grupos racialmente oprimidos”.

Como ya hemos visto a lo largo de este artículo, desde las teorías de la asimilación el peso central para explicar las trayectorias de asimilación de las diferentes minorías lo han tenido factores relacionados con las características de los padres, la etnicidad, así como diferentes aspectos contextuales, y aunque algunos autores han incorporado el tema de la discriminación racial, éste sigue ocupando un lugar marginal para explicar dichas trayectorias y las barreras que enfrentan. Para Bonilla-Silva (2003) la minimización del racismo y de sus consecuencias constituye otro “marco daltónico” que produce racismo, ya que al subestimar sus efectos también se busca producir un sentido común en el que las desigualdades que sufren determinados grupos parezca que no tienen conexión alguna con él.

Además, no es sólo que los teóricos de la asimilación no incorporen al racismo como un factor explicativo importante sino que, como señalan sus críticos, resulta problemático que ignoren completamente el paradigma centrado en la raza, así como la numerosa literatura que ha mostrado el papel determinante que ésta y la racialización han jugado históricamente en el proceso de integración de los inmigrantes mexicanos a la sociedad estadounidense (Ortiz y Telles, 2012; Ortiz, 2017; De Genova, 2006).

Evidentemente estos autores conceptualizan la raza y la etnicidad como construcciones sociales que refieren a categorías de personas (Ortiz, 2017 y Valdez y Golash-Boza, 2017a). Sólo que mientras que la etnicidad hace referencia a la pertenencia a grupos que comparten una ascendencia, una lengua y una cultura, las cuales, como se ha planteado desde las teorías de la asimilación, en última instancia, con el paso del tiempo pueden llegar a desaparecer o a perder centralidad como ejes de diferenciación, la raza refiere a grupos a los que se les atribuye externamente las diferencias física, fenotípicas, entre las que destaca el color de la piel, independientemente de la autoidentificación (Valdez y Golash-Boza, 2017a). Como ya lo mostró Frantz Fanon (2000), las relaciones basadas en la raza tienen que ver con una práctica de dominación que sirve para designar, delimitar y clasificar a los diferentes grupos al interior de una sociedad. A diferencia de las étnicas, las relaciones de raza preservan la diferencia de estatus entre grupos, pues lo que buscan es reproducir determinadas prácticas de dominación y explotación.5

¿Cuál sería la ventaja de incorporar el análisis de la raza en el estudio de los hijos de los migrantes, así como las teorías que se han construido para hacerlo? Valdez y Golash-Boza (2017a: 10) sostienen:

Ya se trate del enfoque del racismo sistémico o de una estructura social racializada, los estudiosos de la raza ofrecen un enfoque a nivel macro para comprender la desigualdad racial, desde los actos cotidianos de discriminación hasta el racismo institucional. Estos marcos proporcionan una poderosa explicación de los efectos excluyentes o negativos de las fuerzas estructurales sobre las oportunidades de vida de las minorías raciales.

La investigación de Telles y Ortiz justamente demuestra el papel determinante de la raza como eje de desigualdad en el destino de los mexicoamericanos. Por ejemplo, encuentran que la “falta de avance en la educación de los mexicoamericanos refleja su tratamiento como un grupo racial estigmatizado, en lugar de ser simplemente el resultado de un ‘bajo capital humano de los padres inmigrantes’ o de otras causas sugeridas en la literatura sobre la asimilación” (Telles y Ortiz 2008; Ortiz y Telles, 2012). Para estos autores existe “una serie de prácticas institucionales e interpersonales de discriminación y racismo que limitan el logro educativo de los mexicoamericanos”, entre las que destacan cuestiones como la disparidad en la calidad de las escuelas a las que asisten -ligadas a su segregación habitacional-, la baja expectativa de los maestros respecto de su rendimiento, estereotipos negativos sobre sus capacidades y sus posibilidades futuras, entre otras que afectan sus oportunidades de éxito escolar (Telles y Ortiz, 2008; Ortiz y Telles, 2012), y no sólo tienen que ver con subjetividades y representaciones, sino con una estructura social racializada.

Para Vilma Ortiz (2017), la definición del “estatus racial” de los mexicanos, así como determinar si “son o no blancos”, ha sido tema de un antiguo y acalorado debate en Estados Unidos y se trata de cuestiones que resultan clave para entender el caso mexicoamericano (Ortiz, 2017) y los límites de la teoría de la asimilación. Como lo explican Vilma Ortiz y Edward Telles (2012), desde las teorías de la asimilación -las cuales utilizan el mismo lenguaje y las mismas lógicas del censo- lo mexicano corresponde a una categoría étnica y no racial, que puede ser o no de “raza blanca”. Además, definir a los mexicanos como un “grupo étnico” y mantener cierta ambigüedad respecto de su “raza”, permite a los teóricos de la asimilación neoclásica respaldar su argumento sobre que son “equivalentes a los grupos étnicos europeos anteriores” y que, por lo tanto, “su proceso de asimilación seguirá patrones similares” (Alba y Nee, 2003). Ortiz y Telles (2012) también afirman que en el contexto estadounidense se supone que ser tratado como “grupo étnico” representa ciertas ventajas frente a un trato como “grupo racial”, ya que se presume que el proceso de asimilación hacia los blancos será más fácil y que a través de prácticas como los matrimonios mixtos, los grupos étnicos llegarán a “fundirse” con los blancos tal y como lo hicieron los europeos.6

El hecho de que en el censo, así como en la teoría de la asimilación, los mexicanos sean abordados dentro de la categoría de “grupos étnicos” permite encubrir el proceso de racialización que éstos han experimentado a lo largo de tantas generaciones, así como que en la vida real sean vistos y tratados como un “grupo racial” ubicado en lo más bajo de las jerarquías económicas y raciales de Estados Unidos. En otras palabras, “ser mexicano” se percibe desde fuera y se experimenta desde adentro como una pertenencia racial, la cual conlleva múltiples desventajas y severas barreras sociales que estructuran sus oportunidades en el día a día (Ortiz y Telles, 2012). En tal contexto, resulta grave que los estudiosos de la asimilación ignoren en sus análisis las implicaciones materiales que para los mexicanos tiene cargar con un estatus racial que los ubica como grupo “no blanco” en una estructura social racializada fundada y arraigada en un sistema de supremacía blanca (Valdez, 2011; Bonilla-Silva, 1997). Este punto me parece particularmente importante, ya que constituye el marco contextual y conceptual que debe contener cualquier explicación sobre los procesos de incorporación de los migrantes a la nueva sociedad.

Como lo ha señalado Colette Guillaumin (1992), las relaciones de dominación basadas en la raza tienen una cara material y otra ideal, de tal manera que la primera reenvía a una relación social constitutiva de los grupos sociales y, por lo tanto, a un vínculo de apropiación entre seres humanos tanto de la individualidad psíquica como de la fuerza de trabajo. La racialización de los migrantes mexicanos y sus hijos ha facilitado y justificado la apropiación de su fuerza de trabajo. Por su parte, Douglas Massey (2008) muestra que los mexicanos han sido sujetos a un proceso sistemático de formación racial para definirlos como parte de un grupo explotable y susceptible de exclusión.

La imbricación de dos sistemas clasificatorios nacionales de las relaciones de raza y etnicidad

Por último, quiero señalar que si bien las teorías de la asimilación recurren permanentemente a la comparación de las “minorías étnicas”, entre ellas y frente al “grupo dominante”, para evaluar su avance en el proceso de asimilación, en su análisis no consideran las relaciones de dominación que tienen lugar al interior de las diferentes “minorías étnicas”, es decir, no toman en cuenta que si bien estas “minorías” tienen el mismo origen nacional no son entes homogéneos en armonía que necesariamente comparten el mismo lugar en las estructuras clasificatorias de clase, raza y etnicidad que rigen al interior de cada Estado-nación.

Además de hacer caso omiso de las relaciones de poder presentes al interior de cada grupo nacional, las teorías de la asimilación, en su análisis, no consideran la forma en la que para ciertos migrantes y sus descendientes se imbrican los diferentes sistemas y estructuras clasificatorios nacionales, que obstaculizan su proceso de inclusión. Es lo que pasa con los migrantes que en sus países de origen son clasificados como “indígenas” y considerados “grupos étnicos” minoritarios, pues cuando se establecen en Estados Unidos -sobre todo si lo hacen en una zona con personas del mismo origen nacional- tendrán que enfrentar dos tipos de racialización y de racismo: el que sufren en tanto migrantes mexicanos, considerados como un grupo racial, y el que experimentan como “indígenas”, producto de una relación colonial fundadora de los Estados latinoamericanos. La imbricación de dos sistemas clasificatorios en detrimento de ciertas personas ya ha sido ampliamente estudiada y demostrada por la extensa literatura sobre migración indígena, por lo que resulta sorprendente que no se contemple al momento de evaluar las trayectorias de asimilación de los diferentes migrantes y de analizar las barreras que les impiden, generación tras generación, alcanzar la paridad con el grupo dominante.

Conclusiones

Las teorías de la asimilación han sido el enfoque dominante para estudiar la experiencia de los migrantes y de sus hijos en Estados Unidos. En este artículo he discutido los argumentos centrales de las teorías de la asimilación en sus versiones neoclásica y segmentada a la luz de las principales críticas que se les han hecho. En particular, aquellas que se han formulado desde un paradigma centrado en las relaciones de “raza”, que buscan visibilizar el papel que tiene la racialización y el racismo estructural en la vida de este grupo (Telles y Ortiz, 2008 y 2011; Ortiz, 2017; Ortiz y Telles, 2012; Valdez y Golash-Boza, 2017a; Jung, 2009).

Como se ha mostrado, las teorías de la asimilación han sustentado su argumentación en un paradigma centrado en la etnicidad, de ahí que traten analíticamente a los migrantes como minorías étnicas y se interesen por cómo se procesa e incluye la diferencia cultural al interior de Estados Unidos, particularmente la diversidad derivada de las migraciones. Si bien estas teorías han aportado información valiosa sobre la vida de los migrantes y sus hijos, diferentes autores han señalado que su modelo explicativo de asimilación ascendente hacia el grupo dominante como tendencia mayoritaria no es válido para el conjunto de los mexicoamericanos, quienes después de tres, cuatro y hasta cinco generaciones no han logrado alcanzar la paridad económica, educativa, política y social con el grupo dominante y, por el contrario, se encuentran en una situación de grave desventaja. Por ejemplo, en el mercado laboral siguen ocupando los puestos de trabajo más precarios, habitan en los barrios más desfavorecidos y asisten a las escuelas con menos recursos.

Para explicar la situación de los mexicanos, los teóricos de la asimilación han recurrido centralmente a factores como el capital humano de los progenitores, el modelo de familia, la motivación personal y el optimismo con respecto al futuro de los hijos, es decir, elementos vinculados a las capacidades y recursos individuales, familiares y grupales. En cambio han dejado de lado o minimizado factores explicativos que tienen que ver con el tratamiento de los mexicanos como un “grupo racial”, ya que esto contradice, de alguna manera, el supuesto de que son un “grupo étnico”, así como la premisa implícita de que por lo mismo su integración es sólo cuestión de tiempo y de ganas.

Al no poner el énfasis donde deben y al minimizar el racismo, las teorías de la asimilación corren el riesgo de contribuir a invisibilizarlo y reproducirlo. Como lo han señalado Etienne Balibar y Imanuel Wallerstein (1991), el racismo se ha legitimado sistemáticamente retorciendo el discurso culturalista, promoviendo la ideología de un “racismo sin raza” y recurriendo a los procesos de etnización de base no biológica, en la que esta última se oculta o se desplaza por un concepto explícitamente cultural. Desde esta perspectiva, la raza ya no se ve como algo biológico sino como la expresión de ciertos rasgos culturales primordiales que se mantienen inmutables a través de la historia. El racismo culturalista, si bien no recurre a argumentos biológicos, es también esencialista y tiene la misma función jerarquizadora de la raza, lo que permite mantener y reproducir las estructuras de la desigualdad, la opresión y la explotación (Balibar y Wallerstein, 1991).

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1 En una de sus definiciones clásicas, la asimilación se refiere al “proceso de interpenetración y fusión en el que las personas y los grupos adquieren los recuerdos, sentimientos y actitudes de otras personas y grupos y, al compartir su experiencia e historia, se incorporan con ellos a una vida cultural común” (Park y Burgess, 1970: 735).

2Por ejemplo, los autores argumentan que dadas las características del crecimiento demográfico de la población, en algunos años ya no habrá tantos blancos entrando al mercado laboral como saliendo del mismo, lo que abrirá una oportunidad para que las minorías, incluyendo la segunda generación, disfruten de mejores perspectivas de movilidad ascendente. Lo anterior traerá mucha más diversidad étnico-racial en los niveles medios, e incluso superiores, de la sociedad estadounidense, transformándose así la corriente dominante (Alba, Kasinitz y Waters, 2011).

3Alejandro Portes señala que dos de cada cinco jóvenes (del 38 por ciento) no consiguen ir más allá del bachillerato y poseen el más bajo promedio de años de escolarización de la muestra (Portes, 2006). En otro estudio también se menciona que “el origen étnico mexicano aumenta la probabilidad de abandono y con un margen importante (el 5.5 por ciento, lo que lleva al abandono escolar entre estudiantes de origen mexicano a casi el doble del promedio)” (Portes y Hao, 2005: 33).

4Como lo hace notar Jung, hasta la década de 1980 esto no era así, ya que los teóricos de la Escuela de Chicago sí consideraban que la teoría de la asimilación también debería explicar a los afroamericanos.

5Para una discusión a profundidad sobre las categorías de raza y de etnicidad véanse a Golash-Boza (2016), Valdez y Golash-Boza (2017a), Ortiz (2017) y Omi y Winant (1986).

6Como lo señalan Ortiz y Telles (2012), aunque los hijos de matrimonios mixtos puedan perder cierta conexión con el hecho de ser mexicanos, no se acercan a ser blancos, por lo que seguirán ocupando un lugar racialmente ambiguo y serán percibidos como no blancos.

Recibido: 08 de Julio de 2019; Aprobado: 18 de Noviembre de 2021

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