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Sociológica (México)

On-line version ISSN 2007-8358Print version ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.23 n.68 Ciudad de México Sep./Dec. 2008

 

Presentación

 

Iván H. Pliego Moreno1

 

1 Profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, México, D. F. Editor de Sociológica. Correo electrónico: ivanpliego@hotmail.com

 

La tentación de hacer un número casi monográfico o conmemorativo de Sociológica, habida cuenta de la "disponibilidad" (entiéndase necesidad de definir un tema para el número 68), en el cuatrimestre en que se cumplía el cuarenta aniversario del movimiento estudiantil de 1968, era muy grande. La sugerencia inmediata de Jorge Volpi para hacerlo, conjugada con la siempre incitante propuesta de Oscar Wilde sobre la mejor forma de deshacerse de una tentación (cediendo a ella), se encargaron del resto.

Desde luego que no se trataba de una cuestión banal. El movimiento estudiantil de 1968 se ha convertido en referencia obligada de la transición política finisecular mexicana. Y los movimientos sociales, sean éstos de carácter gremial, regional o de nuevo cuño, como aprendimos a definirlos en la segunda mitad del siglo XX, han sido la razón de ser de la sociología. Entendemos que el significado e interés analítico de dichos movimientos está en escudriñar en ellos evidencias de transformaciones profundas de la dinámica social, pues lo que está en cuestión es presumiblemente, por un lado, una nueva forma de hacer política y, por el otro, una nueva forma de sociabilidad. Por lo tanto, y siguiendo la propuesta de Elizabeth Jelin (1986), los movimientos sociales son sobre todo movimientos de resistencia y de protesta social.

Tanto en el tejido de los movimientos urbanos como en los movimientos de mujeres, trabajadores, estudiantes, ambientalistas, defensores de derechos humanos o animales, los movimientos sociales tienen una columna vertebral común, amén de su especificidad problemática. En las décadas de 1980 e inmediatas anteriores, por ejemplo, muchos movimientos tenían como objetivo central la lucha por la democracia, a pesar de que cada uno de ellos atendía una agenda de intereses específica.

Sin embargo, un fenómeno histórico, nos señala Marc Bloch (1984: 31-32) –y recordemos que ningún análisis histórico puede ser tal sin su correspondiente análisis político–, "nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento".

El México olímpico fue escenario del parturiente malestar de una sociedad deseosa de presentarse al mundo como una sociedad moderna y civilizada de la segunda mitad del siglo XX, en la que el mundo entero quería aliviar sus heridas del reciente holocausto. Sin embargo, la sociedad mexicana mantenía un régimen autoritario bajo el andamiaje de la retórica revolucionaria que lo condujo al poder, en el cual se enquistó conculcando las libertades sociales y políticas que predicaba al mundo como su tarjeta de presentación.

El movimiento estudiantil de 1968 perturbó la tranquilidad social que reinaba, en apariencia, en la sociedad mexicana. Hizo evidentes, para muchos sectores antes proclives al aplauso irreflexivo a las autoridades, formas de actuación gubernamental poco democráticas y en cambio autoritarias y hasta intolerantes y represivas.

La democracia formal de un régimen que argüía su legitimidad en la retórica revolucionaria de un movimiento social de medio siglo antes, heredero de las tradiciones libertarias y de la justicia social de principios de siglo, sucumbió ante una revuelta estudiantil que puso en jaque, más por instinto que por proyecto, una forma de hacer política y un modelo de expresión cotidiana de asumir las libertades democráticas de un sistema, hasta entonces sólo criticado por pequeños partidos radicalizados y poco representativos de las inquietudes sociales habituales.

En un efecto de bola de nieve, las manifestaciones callejeras se tornaron en seria amenaza para la tranquilidad de una ciudad que estaba a punto de ser anfitriona de la fiesta más universal del deporte. Esta circunstancia, según se pudo apreciar al poco tiempo, urgió al gobierno a tomar medidas represivas sin precedente, mientras que la sociedad mexicana olvidaba muy pronto su quejumbroso asombro para imbuirse del espíritu olímpico. Las circunstancias hicieron surgir, a partir de un frívolo enfrentamiento entre colores colegiales, un movimiento que se ha pretendido piedra angular de la democracia del siglo XXI mexicano.

El presidencialismo, principal característica del sistema político mexicano de entonces, mostró que era el principio y el fin de la política mexicana. Qué grado de influencia tuvo aquel movimiento estudiantil para trastocar su propia conciencia autoritaria e iniciar un viaje de redefinición sistémica es algo que aún sigue debatiéndose.

El contexto internacional, aunque no fuera esencial para el desarrollo del conflicto estudiantil mexicano, no puede hacerse de lado; se trata de la época de las revueltas juveniles que, con mayor razón que antes, y de hecho, con razón o sin ella, por instinto y autodefinición generacional, se manifiestan en contra del orden establecido. A nivel regional, la Revolución Cubana fue un verdadero parte aguas entre dos momentos históricos de la realidad social hemisférica de las década de los sesenta. Atrás habían quedado los grandes momentos de las organizaciones estudiantiles de fines de los cuarenta y principios de los cincuenta, razón por la que se especula que el ambiente internacional, en donde el mayo parisino y la primavera de Praga jugaron un papel motivacional para los jóvenes mexicanos de los sesenta, tuvo en ellos especial influencia. Como lo escribiésemos recién egresados de la carrera de sociología política de la UAM Azcapotzalco en 1989, como estudiantes de alguna forma herederos de las frustraciones de nuestros maestros:

La situación de nuestra generación contrastaba con aquélla a la que pertenecieron muchos de nuestros profesores, la llamada generación de 1968, cuyas características son una síntesis contradictoria, ya que si bien fueron sujetos de una utopía democrática y liberadora, su fracaso político parcial llevó a muchos de ellos a la decepción, la incredulidad y el desencantamiento –de los que en parte el receptáculo fuimos sus alumnos– sobre las posibilidades de un futuro emancipado (González y Pliego, 1989).

Lo que sí es innegable es que dicho movimiento generó una amplia corriente de reflexión crítica sobre la realidad política nacional; a decir de algunos investigadores locales fue el inicio de una autocrítica del Estado mexicano para flexibilizar su proceder, abriendo paso a reformas político-electorales que han ido transformando la realidad de nuestro país hasta nuestros días. Para otros, sin embargo, el 68 no fue sino un eslabón más en el azaroso camino de construcción democrática del siglo XX mexicano.

En este número de Sociológica encontraremos diversas propuestas de lecturas sobre distintos hechos vinculados al movimiento estudiantil de 1968. Son perspectivas diversas, y en ocasiones divergentes, que giran en torno a un hecho histórico que ha dado pie a multiplicidad de interpretaciones y reflexiones académicas que no sólo incumben a la sociología. Nunca mejor sustento concreto para la interdisciplinariedad del análisis político, histórico, sociológico y cultural.

Abre la sección temática el artículo de Mario González Rubí, quien presenta un panorama de las universidades mexicanas en la década de los sesenta. En "La educación superior en los sesenta: los atisbos de una transformación sin retorno", González Rubí nos provee del contexto histórico, académico y cultural de la época. Tradicionalmente elitistas, las universidades eran refugio natural de los vástagos de las clases acomodadas y termómetro de la exclusión social. El trabajo de González Rubí echa luz en los antecedentes del movimiento estudiantil de 1968, abordando la composición en estratos sociales del estudiantado mexicano y su evolución paulatina.

El artículo de Daniel Cazés Menache, "La Universidad en los procesos de democratización", mezcla de manifestación vivencial y de análisis político, es una de esas constantes en la interpretación de la naturaleza del movimiento estudiantil a posteriori, con un análisis histórico de los movimientos universitarios-juveniles y su impronta en diversas latitudes y épocas. Para el caso de México, Cazés incorpora elementos de profundidad ideológica y organizacional que no parecen ser parte constitutiva de los propósitos iniciales del movimiento, sino parte de su autodefinición al calor de los acontecimientos, pero sobre todo de sus años muy posteriores, al dotarlo de la premisa democratizadora de las siguientes décadas. Es a través de esta lente que se mira la acción universitaria en los procesos de formación de los sujetos sociales; en la construcción cotidiana de la hegemonía y el consenso; en la crítica de las relaciones sociales; y en la formulación de proyectos para el cambio. A la manera de Silvio Rodríguez, Cazés parece decir: "Sé demasiado, me convierto en mi saber".

Por su parte, el artículo de Alberto del Castillo, "El movimiento estudiantil de 1968 narrado en imágenes", es una aportación novedosa –algunos dirían extraña– a la sociología analítica. La naturaleza del material de Del Castillo, gráfico y mucho de él inédito, pasado por el tamiz de la autocensura que ciertos medios periodísticos asumieron, hace más que justificable su aparición en Sociológica. Es verdad que no es el típico material de nuestra revista pero, al tratarse éste casi de un número conmemorativo, abre una veta heterodoxa para interpretar un fenómeno social contemporáneo.

Los estudios sobre el movimiento estudiantil de 1968 han subestimado casi siempre el papel de las fotografías y se han concentrado en otro tipo de documentos orales y escritos. En su artículo, Del Castillo realiza un ejercicio particular, "siguiendo las coordenadas canónicas del 68, pero invirtiendo los parámetros convencionales para dar la voz al testimonio de los fotógrafos y al uso editorial de sus imágenes". La "lectura" de las imágenes de diversos hechos ocurridos entre julio y octubre de 1968 en la ciudad de México es una bocanada de aire fresco en estas páginas, acostumbradas a las letras.

Por su parte, con similar sustento dual de vivencia propia y reflexión decantada por los años y por la madurez analítica de su autor, el artículo de Othón Quiroz se propone adentrarse en las entrañas del movimiento estudiantil como expresión colectiva de una manifestación sociopolítica subconsciente, que arrojaría los múltiples efectos culturales e ideológicos que nutrirían las propuestas de distintas corrientes político-partidarias de entonces a nuestros días. En "Nuestros varios sesenta y ochos: memoria y olvido, mitos e institucionalización", Quiroz compara y contrasta diversas visiones de un mismo acontecimiento a lo largo de cuatro décadas. Dichas percepciones, desde las voces críticas hasta las "voces autorizadas", conforman el multicolor panorama del movimiento estudiantil que se asume y se vive con distinta esencia.

En la sección de "Varia sociológica", solitario aparece el trabajo de Nelson Arteaga Botello, "Vulnerabilidad y desafiliación social en la obra de Robert Castel", en el cual se efectúa una disección de dichos conceptos, a partir de la microsociología de Erving Goffman, así como de la teoría genealógica de Michael Foucault. Con ambos autores, sugiere Arteaga, Castel construye una imagen del individuo moderno sustentada en pilares institucionales que son resultado de procesos históricos.

En la sección de "Traducciones y entrevistas" se presenta, como complemento de la sección temática, un artículo de Jean Meyer sobre los movimientos estudiantiles en América Latina en 1968. Originalmente aparecido en Esprit, en mayo de 1969, se publica aquí por primera vez en español, traducido por Mónica Portnoy.

Como parte de las experiencias personales que continúan alimentando el análisis del movimiento estudiantil de 1968 se incluyen dos entrevistas realizadas a sendos líderes estudiantiles de aquel tiempo, protagonistas principales de la odisea, Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla, quienes no sólo tuvieron la oportunidad de re-vivir y re-valorar su participación en dicho episodio, sino de analizar y de evaluar dicho movimiento "desde fuera", al abordarlo como un movimiento social trascendental.

En la sección de "Reseñas" aparece una de Selene Aldana de la obra de Carlos Fuentes, Los 68, París-Praga-México; y otra de Bianca Garduño del libro de Gilberto Guevara, 1968. Largo camino a la democracia.

Ferenc Fehér (1996), quien ha dedicado sus reflexiones, entre otros temas, a la posmodernidad y a sus diversas expresiones, sostiene que es posible señalar que la historia de la modernidad ha revelado que cada solución de un problema social ha producido un nuevo problema social, ad infinitum.

En este número tendremos la ocasión de abrevar en distintas visiones sobre lo ocurrido hace cuarenta años; contrastar con lo dicho hace veinte años; y constatar que el principal lema heredado del movimiento estudiantil del 68 mexicano, que "no se olvida", sigue siendo un acicate para el aprendizaje. En términos sociales, ello representa el sustento esencial de los proyectos de futuro, lo que motiva la acción política de una sociedad que quiere cambiar, moverse continuamente hacia un porvenir mejor. Según nos lo ha propuesto Fehér, es porque se renueva con otros problemas sociales ad infinitum que el "no se olvida" se sigue escuchando, sea por el 2 de octubre o por el 6 de julio.

 

BIBLIOGRAFÍA

Bloch, Marc 1984 Introducción a la historia, Fondo de Cultura Económica, col. "Breviarios", México, D. F.         [ Links ]

Fehér, Ferenc 1996 "Crítica a la política del vacío", Fractal, vol. I, núm. 1, abril-junio, pp. 135-158.         [ Links ]

González Bárcenas, Facundo e Iván H. Pliego Moreno 1989 Política y modernidad. Hacia la refundamentación del proyecto político, trabajo terminal, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, México, D. F.         [ Links ]

Jelin, Elizabeth 1986 "Otros silencios, otras voces: el tiempo de la democratización en la Argentina", en F. Calderón Gutiérrez (comp.), Los movimientos sociales ante la crisis, UNU-CLACSO-IISUNAM, Buenos Aires.         [ Links ]

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