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Estudios demográficos y urbanos

On-line version ISSN 2448-6515Print version ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.37 n.3 Ciudad de México Sep./Dec. 2022  Epub Nov 21, 2022

https://doi.org/10.24201/edu.v37i3.2096 

Artículos

La banqueta insegura en una colonia en vía de gentrificación: la construcción de los otros desde las relaciones vecinales

The unsafe sidewalk in a gentrifying neighborhood: The construction of the others from local relationships

Miguel Ángel Aguilar Díaz1 
http://orcid.org/0000-0002-1694-7886

Guénola Capron2 
http://orcid.org/0000-0002-5886-4552

1Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, Departamento de Sociología. Dirección: San Rafael Atlixco 186, Leyes de Reforma 1ra Secc., Iztapalapa, 09340, Ciudad de México, México. Correo: mad@xanum.uam.mx

2Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, Departamento de Sociología. Dirección: San Pablo Xalpa 180, Reynosa Tamaulipas, Azcapotzalco, 02200, Ciudad de México, México. Correo: guenola.capron@gmail.com


Resumen.

El análisis del uso y significado de las banquetas en las ciudades permite entender las relaciones sociales entre vecinos, lo mismo que su gestión formal e informal. En el bienestar de un entorno local, la calidad, caminabilidad y uso de las banquetas son elementos importantes. Se presenta aquí una experiencia de investigación realizada en un barrio central de clase media y en proceso de gentrificación, en la Ciudad de México, sobre la vida social alrededor de las banquetas, los conflictos que surgen, la atmósfera de inseguridad que se ha construido en el barrio y algunas maneras de hacerle frente.

Palabras claves: banqueta; barrios; gentrificación; inseguridad; Ciudad de México

Abstract.

The analysis of the use and meaning of the sidewalks allows the understanding of social relations among neighbors and their formal and informal management. In the well-being of a local environment, the quality, walkability and use of the sidewalks are an important issue. Here is presented a research experience about the social life around the sidewalks in a middle class central neighborhood in Mexico City that is undergoing a gentrification process. Also are ana- lyzed the conflicts that arise among neighbors, the atmosphere of insecurity and different strategies to cope with it.

Keywords: sidewalks; neighborhoods; gentrification; insecurity; Mexico City

Introducción

Las banquetas de las ciudades suelen parecer desapercibidas, sin embargo, son un eslabón esencial del espacio público de las calles. La manera en que las ciudades tratan las aceras es significativa sobre cómo los gobernantes tratan a los ciudadanos. En efecto, “la banqueta no representa únicamente una parte de la infraestructura de transporte, sino, también, un elemento esencial para la vida social y las necesidades ligadas al espacio público” (Capron, Monnet y Pérez, 2018, p. 35). Una ciudad que tiene banquetas accesibles, caminables, agradables, cómodas, con identidad, seguras, tiene más probabilidad de ofrecer una buena calidad de vida y urbanidad (Jacobs, 2011; Gehl, 2014; Speck, 2012) y permite a todos los habitantes, incluso a los más vulnerables, disfrutar del espacio público (Terrin, 2011). Además, la banqueta, bisagra entre el espacio público (arroyo vehicular, parques, etc.) y el espacio privado (fachadas de los edificios, comercios, etc.), es un prisma para analizar las relaciones entre los actores que construyen y gestionan las aceras, en particular los gobiernos y los vecinos, quienes, en algunos contextos geográficos (por ejemplo, América del Norte),1 tienen injerencia en su cuidado, a escala de las calles y los barrios. Sin embargo, a partir de lo micro se pueden observar dinámicas a otras escalas. La banqueta habla de la ciudad, de nuestra relación con la ciudad.

La mayoría de los trabajos sobre banquetas, a excepción de unas notables excepciones (Kim, 2015), tratan del tema en ciudades del Norte en las zonas densas y compactas. En una metrópoli del Sur global como la Ciudad de México, fuera principalmente del Centro Histórico donde existe una preocupación por arreglarlas (corredor de Madero, calles 16 de septiembre y 20 de noviembre), las banquetas están en malas condiciones, desgastadas, mal concebidas, con materiales pobres (cemento), inseguras, cuando existen, y en los barrios de autoconstrucción y fraccionamientos de nivel bajo o medio pueden encontrarse en un estado de abandono casi completo. En este contexto vale la pena recordar el papel que tienen las aceras como elemento urbano que permite el contacto entre los habitantes.

A partir de las ideas de Jane Jacobs (2011) sobre la “calle segura”, es posible reconocer el papel que juegan las banquetas al permitir a personas diversas, sean vecinos, prestadores de servicios, o simplemente paseantes, establecer algún tipo de relación que puede ir de lo fugaz hasta el reconocimiento. La estructura de contactos crea, a partir de su repetición, un elemento central en la vida vecinal: la confianza. En los encuentros cotidianos entre usuarios de la banqueta surgen vínculos informales que configuran la vida social de la calle. Estos lazos no apuntan a la homogeneidad, tampoco constituyen un entorno armonioso; el uso de la banqueta supone un aprendizaje de las formas de relación con los otros usuarios, también formas de diferenciación y eventualmente de surgimiento y resolución de conflictos.

En una colonia en vía de gentrificación2 como es el caso de la Roma Sur, localizada en el sur del área central de la Ciudad de México, en la cual nos apoyaremos, nos preguntamos si esta sociabilidad de la banqueta es un elemento persistente en un contexto local relativamente menos inseguro que el contexto nacional y metropolitano. En la colonia ocurren principalmente robos a transeúntes, robos de autopartes y, en menor medida, robos a casa-habitación sin violencia y a locales comerciales. Estamos lejos de la violencia homicida que se ha desatado en gran parte del país. Sin embargo, las banquetas, espacios de flujos de conocidos y desconocidos, de usos múltiples, estables o cambiantes, son un espejo de la falta de seguridad sentida por los agentes sociales y de las incertidumbres que rigen la vida en la gran metrópoli. En la noche, salvo en las colonias céntricas o cerca de los grandes centros de transporte, las aceras suelen vaciarse.

De hecho, la falta de seguridad es una de las principales preocupaciones de los habitantes de la ciudad y un motivo potente de organización entre los vecinos, en particular de clases medias y altas (Zermeño, Gutiérrez y López, 2002; Capron, 2019). Si bien mucha de la literatura sobre el temor y la inseguridad en ciudades de países marcados por un crimen elevado se centra en la violencia, que según Carrión (2008) es un conjunto de relaciones sociales que tienen historia y son históricas, o en el encierro de las clases media-alta y alta en las urbanizaciones con dispositivos de seguridad (véase, entre otros, Caldeira, 2007; López Levi, 2011; Capron y Alvizar, 2019), no permite entender cabalmente las formas de segurización en colonias abiertas de clase media y media-alta, que conocen un proceso paulatino de cambio social. La seguridad es tanto producida como productora (Glück y Low, 2017), por lo cual interesa analizar qué produce la banqueta insegura sobre el tipo de orden urbano del entorno abordado, las dinámicas microlocales del habitar, las formas de apropiación de las banquetas, y las representaciones y vivencias de otredades.

En efecto, la colonia Roma Sur, tradicionalmente de clase media, se vio muy afectada por el terremoto que azotó la Ciudad de México en 1985, y hoy en día atrae a la clase media-alta. Lo que nos interesa aquí no es el caso en sí, sino que ejemplifica una colonia de una metrópoli del Sur que experimenta un proceso de cambio poblacional, sin mayores problemas de inseguridad dentro de un contexto general muy violento. Es de considerar la transgresión de un orden moral que define límites de acción posibles, en el que se enmarca la práctica de agentes sociales urbanos (Nieto, 2014). Así en la dinámica del habitar está presente la posibilidad de la transgresión, de la cual la violencia es una de sus facetas. Este orden es configurado desde dinámicas sociales en las que la transgresión forma parte de la misma constitución de las maneras de estar en la ciudad. El tema de la dinámica seguridad-inseguridad convoca un gran número de tópicos que se anudan alrededor de políticas privadas, acciones, experiencias y atmósferas vecinales. El habitar urbano contemporáneo integra las ansiedades derivadas de las atmósferas de inseguridad y posiciona a los habitantes y vecinos en un orden particular.

Por lo que hace a la vigilancia policiaca, son relevantes las reflexiones de Loukaitou-Sideris y Ehrenfeucht (2009) en el sentido de que una mayor vigilancia descansa en la definición de un conjunto de comportamientos sociales como indeseables, lo cual remite a preguntar quién define lo “no permitido” y lo “normal” y los límites de estas categorías. El sentimiento de inseguridad puede tener el efecto de aminorar el uso de la calle y así volverla extraña y amenazante. Este círculo vicioso (menos uso, mayor pérdida de confianza) redunda en una generalización de la inseguridad.

Partimos de una propuesta metodológica de corte cualitativa y exploratoria en la que se hace uso de entrevistas y observaciones para recuperar evaluaciones, narración de experiencias y situaciones cotidianas por parte de los vecinos y comerciantes de dos calles (aquí llamadas Jacarandas y Acacias para mantener el anonimato de los informantes), con casas principalmente unifamiliares, de clases media y media-alta, en proceso de gentrificación, situadas en una colonia del sur del área central de la Ciudad de México. En las dos calles se recopiló información de manera intensiva en cinco tramos de ellas, es decir, el área que va de esquina a esquina. En la fachada de las viviendas se encuentran ventanas que dan directamente a la banqueta, de tal manera que el contacto con lo que ocurre en ella (visibilidad, escucha) es muy fluido. La estrategia de investigación ha permitido abordar cómo se recrea la acera en sus usos, conflictos y formas de definir y afrontar situaciones de transgresión definidas como inseguridad. En la mirada a detalle de algunas situaciones asociadas con la inseguridad se busca mostrar el sustrato empírico de los casos de transgresión que alimentan y reafirman la atmósfera vecinal de vulnerabilidad. Todo ello bajo el principio de que las dinámicas vecinales formadas a través del tiempo constituyen un marco relacional a partir del cual los actos de violencia son interpretados, experimentados y puestos en actos.

En particular, el análisis se apoya en un trabajo de campo realizado en 2017-2018, a partir de observaciones sobre el uso y características materiales de las banquetas; se realizaron 27 entrevistas, principalmente a residentes y comerciantes, pero también a oficinistas y empleados, miembros del comité vecinal y policía. Con residentes en un rango de edad de los 40 a los 81 años, se realizaron 15 entrevistas; en el caso de empleados en pequeños comercios y prestadores de servicios y oficinistas, se efectuaron 12 de ellas. Las entrevistas se llevaron a cabo en el domicilio de las personas; éstas fueron contactadas a partir de redes interpersonales generadas durante el trabajo de campo. Las observaciones se hicieron en días laborables y fines de semana, predominantemente de día. En las entrevistas se indagó sobre las características de la banqueta, la calle, las relaciones entre vecinos, la seguridad local y sus transformaciones a través del tiempo. La información recopilada brinda un panorama sobre el uso de las banquetas en el que es posible vincular aspectos materiales, construcción y mantenimiento, con las dinámicas sociales alrededor de ellas, como cuidados y apropiaciones. Esta información permite trazar líneas de relación entre características materiales de la acera, la vida social presente en ella y el tema de la inseguridad, recurrente en los discursos de los vecinos.

1. Usos, apropiaciones y conflictos en torno a las banquetas

Para el desarrollo de este apartado es relevante preguntarse qué son las banquetas para los vecinos. De hecho, en las entrevistas realizadas no se pidió una definición nominal, pero bien puede pensarse que el sentido de un objeto está en su uso (véase Blumer, 1982), así que, remitiéndonos a lo que los vecinos dicen que hacen en las banquetas y a las observaciones realizadas, se puede tener una buena aproximación sobre cómo son definidas en la práctica. Las banquetas suscitan un discurso fluido; los usos predominantes remiten a paseos, desplazamiento de personas, salir con las mascotas -que en ocasiones dejan huellas indeseables-, socializar de manera fragmentaria con vecinos y conocidos. Las banquetas igualmente pueden ser intervenidas al colocar macetas o plantas en ellas, o de manera más directa, al construir entradas para autos que limitan el paso de los vecinos por la construcción de una pendiente hasta el estacionamiento dentro de casa. Observando las banquetas en que se realizó el trabajo de campo en diferentes horas del día, se pudo constatar su carácter de espacio para el flujo peatonal. Sobre la calle Acacias, una de las dos calles estudiadas en la colonia Roma Sur, con tipo de vivienda unifamiliar y uso residencial (además de oficinas instaladas en las casas), circulan principalmente caminantes solos y cuando es una pareja quien lo hace, una de las personas suele caminar atrás de la otra o por el arroyo, ya que, dado lo estrecho de la acera y la vegetación ubicada hacia el arroyo, no caben dos personas en paralelo. En la calle Jacarandas, cuyo uso de suelo es mixto (habitacional y comercial), con banquetas más anchas, es posible caminar en paralelo. El tránsito de las personas puede ser hacia el mercado, escuelas, para acceder a avenidas principales, o para hacer uso de los locales de comercios y servicios en estas calles.

Esta descripción da una primera idea del tipo de banquetas y su uso. Una dimensión más densa emerge al preguntar a los vecinos sobre de quién son las banquetas. Aquí surge una de las tensiones que configura las relaciones con la acera y entre los vecinos: se trata de la disputa entre lo público y lo privado. Una de las maneras de posicionarse en esta discusión es afirmar que la banqueta es pública ya que está ubicada frente a la fachada de la propia vivienda, aunque con algunas reservas. Esta perspectiva ambigua es señalada en algunas entrevistas por mujeres mayores de 65 años y con un amplio tiempo de vivir en la colonia, más de cincuenta años. La lógica de esta respuesta es obviamente extensiva: si la casa es propia, entonces el espacio abierto frente a ella debería de serlo también, y cuando se les pregunta cuál es “su” banqueta, casi todos dicen espontáneamente que es el espacio delimitado por los límites de su casa. Esta noción de lo público como algo que “es de todos”, en una definición que también incluye a los dueños de la vivienda, conlleva la práctica del cuidado de la banqueta por parte de quien así lo desea. Lavar, barrer, orientar la iluminación desde la vivienda hacia afuera, son algunas de las cosas que se hacen. La idea de la acera que es también propia se argumenta a partir de los derechos adquiridos con el pago del predial. El impuesto al predio y la construcción que se habita posibilitaría entonces el uso exclusivo de la banqueta. Más aún, no se trata sólo de resguardar la banqueta, el ánimo de privatización comprende también el arroyo de la calle frente a la casa. Esto hace entonces que el espacio en principio público pueda ser considerado como de uso propio cuando se trata de estacionar el auto frente a la casa. Se trata entonces de un posicionamiento ambiguo que oscila entre la banqueta de todos y “su” banqueta.

Con todo, la manera predominante de considerar la banqueta es como bien público, de acceso irrestricto. Por lo general, a pesar de creer que la acera es un bien público, se reconoce que el cuidado de ésta y las pequeñas modificaciones que se deseen hacer corren por cuenta de los ocupantes de la casa frente a ella. Esto igualmente supone el principio de que los demás vecinos podrían hacer también esas pequeñas modificaciones sin que sean cuestionados por los demás habitantes. Otro matiz en esta valoración fue expresado con claridad por un residente:

Para el uso peatonal la banqueta es pública, pero para el mantenimiento siempre es privada, o sea, siempre te hacen responsable de la banqueta [Entrevistado, comunicación personal, mayo 2018].

Esta primera indagación sobre la propiedad posible de las banquetas abre la discusión del orden doméstico y privado en relación con el orden público. Como lo hemos señalado, a partir de los aportes de Giglia (2012) se puede afirmar que el proceso de habitar está vinculado a la idea de orden, a la disposición de objetos y la distribución de espacios siguiendo una lógica cultural (“esto va aquí, esto no puede ir allá”). Podemos pensar que este habitar no se circunscribe sólo en el interior de una construcción, se extiende al exterior tanto en un sentido de presentación hacia afuera, fachada, como de colocación de elementos materiales, vegetación, bancas, etc. Todo esto hace que el exterior se modifique de acuerdo con los deseos y estéticas culturales actualizadas por los ocupantes. Esto ha sido caracterizado por Capron (2017) como un orden doméstico y residencial que se encuentra en relación con el orden público, relación que se desarrolla a partir de negociaciones y disputas entre múltiples actores.

Se tiene entonces que la banqueta en este contexto urbano se presenta como una entidad ambigua, no es totalmente pública como tampoco es totalmente privada, y esa falta de definición permite múltiples usos situados en estos dos polos. O, para ser más precisos, es situacionalmente pública y situacionalmente privada, con lo cual se precisa conocer las normas particulares que rigen cada uso. Esta ambigüedad se acompaña de una relación fragmentada entre vecinos, hay vínculos esporádicos, en algunos casos prima cierta desconfianza y mayormente la relación de vecinazgo es caracterizada como de “hola, buenos días o tardes, y ya”; con todo, hay algunas señoras que platican diariamente en el zaguán de su casa o fuera de ella en la calle Acacias y a menudo se invitan a tomar un café en su domicilio. Algunas personas incluso se definen como “misántropos amistosos”. Si bien Lyn Lofland (1998) identifica tres “reinos” o ámbitos (y no espacios): lo público, lo privado y lo parroquial -este último “caracterizado por un sentimiento de comunidad entre conocidos y vecinos que participan en redes interpersonales que se encuentran ‘dentro’ de las comunidades” (p. 10)-, las banquetas de la calle Acacias, principalmente de uso vecinal, difícilmente puedan ser caracterizadas como pertenecientes sólo al ámbito parroquial, pero tampoco realmente a lo privado o a lo público; están situadas, como lo advierte Lofland (1998), en un punto del continuum entre los tres ámbitos. En efecto, las relaciones entre vecinos son un poco distantes y éstos no forman una comunidad homogénea, a pesar de que las posturas hacia los extraños, como lo veremos más adelante, tienden a conformar un nosotros -sin embargo, fragmentado- y un amplio ellos (los extraños, los transeúntes). En este contexto, los acuerdos sobre los usos de las aceras son escasamente hablados; son, en todo caso, puestos en escena o mostrados desde apropiaciones de la banqueta que generan negociaciones a partir de actuaciones de otros involucrados. Son entonces un discurso puesto en actos.

Las dinámicas en relación con la banqueta para apartar lugares y estacionar los autos ilustran bien estos procesos ambiguos de su pertenencia y el lenguaje en que se expresan. La cercanía con un mercado ampliamente concurrido atrae muchos autos que buscan un lugar para estacionarlo, esto hace que el espacio para ello sea escaso. Los vecinos a su vez valoran poder estacionar el auto directamente frente a su casa “por la inseguridad” y probablemente por la comodidad. Al señalar los conflictos que surgen de sentir que ese espacio ha sido “invadido” por un auto ajeno, los vecinos hacen referencia a dos tipos de normatividades, una de corte formal y otra informal. La normatividad formal tiene que ver con la existencia en el pasado de un reglamento, probablemente en buena medida imaginario, que asentaba el carácter privado del arroyo vehicular frente a la vivienda. El pago del impuesto predial es también interpretado como el pago de ese derecho. Resarcir las dificultades del presente apelando a una normativa administrativa del pasado es probablemente un acto de nostalgia de un orden urbano mayormente inexistente. Las normas informales para el manejo de conflictos pueden ilustrarse con lo ocurrido a un entrevistado quien cuenta que un día su hermano fue a visitarlo y dejó el auto a cuatro o cinco casas de distancia, al salir su auto estaba lleno de basura: le habían vaciado un bote de basura encima. A pesar de saber quién fue (la señora de la casa morada frente a la cual estaba el auto), no hubo reclamo, sólo le dejó de hablar a la vecina en cuestión. Este caso, un poco extremo, muestra la forma en que se desarrolla un conflicto en relación con el espacio ocupado por el auto y las tensiones presentes en el uso de un espacio que podría ser para cualquiera, pero regido por prácticas y normas invisibles para los no iniciados.

Igualmente, la basura en el cofre del auto revela otro difuso malestar vecinal, y sin embargo está muy presente en las relaciones entre los colonos locales. Los habitantes tradicionales de la colonia, familias que han vivido ahí por cuarenta años o más, enfrentan la llegada de nuevos vecinos que han comprado o rentado propiedades en la zona, amén de la instalación de locales de comercios y servicios recientes. La convivencia entre vecinos tradicionales y los recién llegados se manifiesta en tensiones por las normas y hábitos no compartidos. Aquellos que viven en una de las dos cuadras que constituyen la calle Acacias consideran a los de la otra cuadra como los “recién llegados”, opinan que hay poca cohesión social entre ellos y que hay poca gente en la calle, por lo cual hay más inseguridad, y viceversa. Se reproduce así la lógica de discriminación simbólica entre los habitantes de Winston Parva, la localidad obrera imaginaria creada por Norbert Elias (1998), entre viejos y nuevos vecinos (menos solidarios, menos comprometidos, más ruidosos, mal portados, etcétera).

Algunos vecinos, que podemos llamar tradicionales, plantean que ellos sí saben cómo funcionan las normas y los otros no. Cuando las cosas fluyen adecuadamente, la persona que deja el auto frente a la casa de un vecino avisa y pide permiso para hacerlo. El dueño de la casa en cuyo frente está el auto dirá si está o no de acuerdo. Se reconoce el derecho del vecino sobre lo que ocurre frente a su casa. Este proceso, nombrado como “tener conciencia y ser educado”, apunta a la preservación de relaciones interpersonales consideradas propias de la calle que se habita, y establece un punto de diferenciación entre unos (originarios y educados) y los otros (recién llegados -aunque puedan tener más de diez años viviendo ahí- y diferentes). Sin embargo, también está el caso de nuevos vecinos que juzgan que son los residentes tradicionales los que “usan mal la banqueta” por la cantidad de cosas que ponen para apartar el espacio de los coches. Esto revela una arena de disputas en cuanto al uso de la banqueta en donde no existe un único uso legítimo aceptado por todos.

A partir de las entrevistas es posible trazar las diferentes estrategias en el manejo de la basura doméstica por parte de los vecinos. Temprano en la mañana entra en escena el barrendero, empleado de la alcaldía, quien sólo barre el arroyo vehicular. Posteriormente, se recurre al camión de basura que pasa por la calle en días determinados de la semana; entonces el habitante o la trabajadora doméstica deja la basura directamente en el camión y es opcional dejar una propina en un pequeño bote ubicado para tal efecto. Ésta sería la opción formal. A partir de aquí hay diversas posibilidades. Habitualmente alguien pasa con un carrito y un tambo y se le da cierta cantidad de dinero a la semana. Hay también otra persona que barre la calle de manera voluntaria a cambio de una propina de diez pesos, esa persona no pertenece al sistema de limpieza y es una presencia habitual en la colonia. Eventualmente se encuentran bolsas con basura en la calle que son dejadas por algún transeúnte, en este caso el habitante la recoge y se la da al camión o al señor del tambo.

En este tema de la basura, a pesar de los diversos actores involucrados, no existe un conflicto en torno a su manejo. La misma lógica que hace que los vecinos consideren como propia el área frente a la vivienda, genera que ellos mismos, o las empleadas domésticas, barran y cuiden la banqueta. Incluso es una suerte de norma implícita que la banqueta debería de estar limpia como parte de la imagen de la calle. Puede haber quejas por las demoras en el tiempo que pasa el camión o la persona del tambo, pero el servicio con sus múltiples aristas no es visto como problemático. Sin embargo, la presencia de basura en la banqueta y la falta de cuidado por los vecinos se relacionan localmente con la situación de inseguridad. Las esquinas donde se acumula la basura son percibidas como más peligrosas. Los vecinos aconsejan no estacionar autos en estas esquinas. La basura de la que nadie se responsabiliza por su recolección evoca gran cantidad de asociaciones simbólicas. Abandono, presencias “indeseables”, forasteros, invasión, son algunos de los términos que dan cuenta de estas posibilidades.

2. La banqueta y la calle inseguras: temporalidades, relaciones y atmósferas

El propósito de este apartado es poner en relación la vida social alrededor de la banqueta con el sentimiento de inseguridad entre los habitantes. Se buscará caracterizar el sentimiento / atmósfera de inseguridad y sus riesgos (la intolerancia), el papel que desempeña la tecnología (grupos de WhatsApp), las grupalidades imprecisas que se forman entre vecinos (ellos, nosotros, los de afuera), y las temporalidades a las que remiten (antes / ahora).

El tema de la inseguridad se ubica, de acuerdo con la perspectiva de los vecinos, en el eje temporal antes / ahora. El antes remite a relaciones intensas entre vecinos marcadas por la confianza y la poca reflexividad sobre su naturaleza. Es un tiempo construido alrededor del temblor de 1985, pero no destruido por él, ya que las relaciones vecinales solidarias continuaron después del sismo. Para los habitantes en la colonia de larga data, más de cuarenta años de residencia, se narra que antes la comunicación con los vecinos era muy cercana, se hacían visitas en Navidad, los niños jugaban en el arroyo vehicular ya que no había tanto tráfico y se festejaban los cumpleaños de los hijos en común. En el ahora continúan las antiguas amistades, sin embargo, emergen factores de ruptura como lo es la aparición de nuevos vecinos y comercios que han desplazado espacios y prácticas tradicionales. A los nuevos se les asocia con el trastocamiento de normas implícitas y con una situación de robos persistentes, principalmente de autopartes, difíciles de medir por la ausencia de denuncias, pero que azotan la vida cotidiana en las calles. No son mencionados los nuevos residentes como la causa de la inseguridad, pero ambos temas se relatan de manera paralela, con lo cual se establece una relación. El presente es entonces un habitar trastocado por nuevas formas de estar en común.

El ahora es descrito a partir de transformaciones que se muestran en cambios relativamente súbitos: surgimiento de nuevos comercios y edificaciones, expulsión de habitantes o comercios tradicionales por la venta de casas o ante la imposibilidad de pagar rentas. Algunos entrevistados señalan transformaciones en el uso del suelo, en donde locales comerciales en los que se enmarcan cuadros se vuelven pequeños cafés, o bien una vivienda unifamiliar se multiplica en un edificio con tres departamentos. Estos cambios generan reacciones adversas en algunos vecinos; una residente de 59 años, quien ha vivido toda su vida en la colonia Roma, afirma: “con la llegada del exceso de extranjeros a estas colonias se aceleró la desvalorización, esto de no tener valores, no tener moral”. Añade que el temblor de 1985 significó también que:

[...] hubo gente que llegó de otras colonias, no por menospreciar a las personas, pero de diferente cultura… yo no tengo nada en contra de las personas, pero son de diferente nivel cultural, nivel social, y así pasó en diferentes partes de aquí de la colonia, porque mucha gente, por ejemplo, viene de Tepito […] [Entrevistada, comunicación personal, febrero, 2018].

Por el contrario, Rosario, de 40 años, quien llegó con su esposo y dos hijos a la calle Jacarandas hace cuatro años, comenta que algunos de los vecinos residentes desde hace mucho tiempo pueden ser muy quejumbrosos, ya que ante cualquier mínimo cambio (cierto ruido, visitantes “exóticos”) protestan y no quieren entablar comunicación, “son muy cerrados”, aunque también hay vecinos sumamente amables y considerados.

En este ahora, relatado desde la idea de transformación y pérdida, se puede pensar que la inseguridad se muestra como fantasma de la ciudad neoliberal. Procesos comerciales y especulativos expulsan a los habitantes locales que, con sus prácticas en y sobre los lugares, han dotado a los barrios de una atmósfera persistente a través del tiempo, atmósfera que al ser comercializada se traduce en un aumento en el valor del suelo y atrae a nuevos habitantes o comerciantes con más alta capacidad económica. El sentimiento de inseguridad que llega con lo nuevo representa de alguna manera, para los habitantes y prácticas tradicionales vueltos ahora fantasmas, presencias indeseables que subsisten a pesar de haber sido expulsadas. Más aún, la misma idea de inseguridad aparece como fantasmal, está en todos lados y en ninguna parte, puede ocurrir en cualquier momento y cualquiera puede ser víctima (al menos es lo que se percibe). Parece predominar esta atmósfera de inseguridad que los rodea a todos sin que se conozca bien su origen y, salvo algunos pocos, los vecinos, hombres y mujeres (más aún las mujeres, quienes mencionan haber sido seguidas por hombres malintencionados) tienen miedo de caminar en una calle donde no ocurre mucho. Los relatos de los vecinos señalan robos de autopartes y comercios, algunos a casa-habitación. El sentimiento de inseguridad remite a lo fantasmal en todos los sentidos de la palabra, provoca temor, podría estar aquí y a la vez no está.

La sensación de inseguridad imprecisa recurre en su configuración a experiencias personales y casos de robos conocidos a nivel local o con cierta relevancia mediática. Como bien señala Reguillo (2008), en la elaboración del miedo se imbrica lo que tiene existencia efectiva y lo que es representado, es decir, la simbolización que se hace de lo cercano que entra en contacto con imaginarios compartidos. En el caso de la colonia Roma Sur lo cercano se presenta de múltiples maneras. Veamos tres experiencias. La primera: una comerciante de artículos usados y con un local en un garaje en la calle Jacarandas cuenta que “una mujer con acento colombiano en un minuto me amenazó y se llevó toda la ganancia del día”. La segunda: el asalto al Cine Jacarandas en agosto de 2017, que tuvo un impacto vecinal y mediático relevante. Tres personas asaltaron a los asistentes al cine y café, les robaron celulares y tarjetas de crédito. En un tweet desde la cuenta del cine se escribió: “Es muy triste ver cómo la delincuencia se ha salido de control y ha llegado a lugares que no imaginábamos vulnerables”. Después del asalto muchas empresas de seguridad privada se acercaron al cine para ofrecer sus servicios, incluso la misma alcaldía recomendó a algunas de ellas que les parecían confiables. Finalmente, el cine contrató a una empresa, y al mismo tiempo una patrulla pasa frecuentemente frente a éste; a los patrulleros les ofrecen un café o un refresco como agradecimiento. Buscaron reuniones con los vecinos para una organización común, pero “los vecinos son un poco apáticos” y no resultó el intento de trabajar en común. Por último, una pizzería, un local abierto hacia afuera en la calle Acacias, ha sufrido un par de robos. Después del primer robo la encargada fue a una reunión de vecinos sobre el tema de inseguridad, se propuso pagarle a la policía para hacer rondines más regulares, con todo, la idea no prosperó cuando alguien dijo que eso era corrupción. De cualquier manera, como en el cine Jacarandas, se les invita a los policías algún refresco cuando pasan por ahí. Estos tres casos son compartidos por los vecinos en pláticas cotidianas y ha acercado a las personas que han sido víctimas de robo a la presencia policiaca. Los comercios no sólo son objeto de robos, son también los ojos en la calle (Jacobs, 2011), pueden mirar y vigilar lo que está pasando ahí, dan seguridad a los vecinos porque saben que hay movimiento en los locales y alguien mira a la calle.

Las reuniones entre vecinos con el tema de la seguridad se originaron en la preocupación por el robo de autopartes y la vulnerabilidad personal. A partir de contactos personales de los vecinos se pidieron algunas reuniones con funcionarios públicos de la alcaldía. Esos contactos han funcionado para pedir apoyo ante la ausencia de luminarias y eventualmente aumentar el número de rondines realizados por las patrullas. Para ir más allá de la sola vigilancia con patrullas se decidió poner mantas en la calle Acacias, con la imagen de dos cámaras de vigilancia y el texto: “¡¡ALERTA¡¡ ¿Vienes a robar? Piénsalo dos veces. VIGILANCIA CONSTANTE. Vecinos Organizados y en Autodefensa contra la Delincuencia” (véase la Fotografía 1). La idea principal de la manta es mostrar la organización de los vecinos y de alguna manera cierto estatus moral, ya que se puso mucho cuidado en que en la manta no hubiera provocaciones ni insultos. De acuerdo con los vecinos, a partir de que se instaló la manta han bajado los robos de manera importante. La seguridad se vuelve un factor a la vez cohesionador (cuando los vecinos se adhieren) y divisor (para los que se oponen a las medidas propuestas, que incluyen el cerrar la calle). Hace comunidad, aunque frágil y momentánea, que se mantiene mientras el problema sigue (Zermeño, Gutiérrez y López, 2002). En el contexto latinoamericano la inserción social en la ciudad ha implicado una dinámica compleja de acciones ubicables en lo informal, y en algunos casos en lo ilegal, en relación al acceso a bienes y servicios básicos como suelo, agua, luz eléctrica (Alvarado, 2012). En este sentido, vale la pena considerar que la participación social en seguridad pública, si bien tiende a verse de manera positiva, no está comprobado que disminuya la inseguridad (Alvarado, 2012), y puede llevar a formas de organización no democráticas y por ende producir formas de exclusión.

Fuente: Fotografía de los autores.

Fotografía 1 Manta de advertencia 

De hecho, en relación con la pertinencia de la organización de vecinos, hay voces discordantes. Una pareja, él colombiano de 68 años y ella mexicana de 59, toman distancia de estas formas de acción. En palabras de él:

Yo le tengo cierta fobia a la organización de vecinos con el tema de seguridad. En Colombia eso terminó en financiamiento de bandas paramilitares. Yo nunca salgo a ninguna reunión, no me interesa cómo la clase media resuelve el tema de la seguridad, porque siempre lo hace mal [Entrevistado, comunicación personal, diciembre 2017].

Su compañera abunda:

Asistí a una reunión, pero realmente el tema de la reunión, además con policía involucrada y participantes vecinos, es gente que puede estar todo el tiempo viendo y vigilando de manera prejuiciosa. Por ejemplo, si se sentaba enfrente un señor indigente, ya querían llamar a la policía [Entrevistada, comunicación personal, diciembre 2017].

Otra forma de enfrentar la inseguridad con la colaboración de autoridades de la alcaldía fue a través de la instalación de alarmas vecinales conectadas con las líneas telefónicas en las casas. De acuerdo con los vecinos, la alarma vecinal nunca funcionó cabalmente, generaba una constante interferencia en la línea telefónica, y de pronto se activaba por sí sola. Los vecinos dejaron paulatinamente de usarla.

El mismo ánimo de vigilancia produce cuerpos sospechosos. Tienen en común el de ser diferentes a la norma aceptada desde la sensibilidad de los vecinos al mostrar un rasgo que los ubique fuera de lo conocido. Una persona tatuada que esperaba fuera de una casa fue motivo de mensajes en el grupo de vecinos en WhatsApp, finalmente resultó ser el paciente de un psicoanalista que esperaba su hora de consulta. El mismo chat también se usa “para cuidarnos en el caso de si hay un coche raro o hay un chavo que se acaba de llevar unos espejos” (Entrevistada, comunicación personal, noviembre 2017). Se considera como algo que sale de lo “normal” estar sentado en la banqueta o bebiendo algo fuera de un edificio, tomar fotografías de las casas, o bien, simplemente estar en la calle sin caminar. En las banquetas de esta calle, de uso principalmente residencial (sin una arquitectura sobresaliente), éstos son comportamientos desviantes que merecen ser señalados al subdirector de policía del sector, quien está incluido en el chat de vecinos y acude cada vez que éstos señalan a alguien sospechoso.

En estos espacios transitados y vividos bajo el principio de la inseguridad, los cuerpos son interpretados de acuerdo a diferentes ejes espaciales: afuera / adentro; cerrado / abierto; público / privado. Refieren tanto a su ubicación material y simbólica, el dónde están se convierte en un cómo son y de ahí se infiere algún tipo de intencionalidad. Estos ejes iniciales se ven continuamente vulnerados por intromisiones, develaciones, porosidades generadas desde dimensiones sensibles como sonidos, miradas, escuchas. La ubicación en que se encuentran estas corporalidades son mutables, no están totalmente afuera, o en lo abierto, o en lo público, de ahí que la ambigüedad sea interpretada como algo amenazante, sospechoso. El ruido de los vecinos y los cláxones llegan al interior de las casas; quien camina con la mirada fija en el asfalto es visto por otros transeúntes; otros paseantes observan lo que hay más allá de las rejas que dan a la calle o buscan atrás de las cortinas; todo esto configura una situación imprecisa. En un trabajo sobre corporalidad y emociones en una colonia popular en la Ciudad de México (Soto, 2013), se constata que la figura del otro amenazante corresponde no sólo con una figura masculina, sino también con rasgos en el entorno que son masculinizados, basura, grafitis; de esta forma, la idea de la otredad adquiere una valencia de género e interpela de una manera particular a las mujeres desde la vulnerabilidad.

En el chat de información de los vecinos hay muchos elementos que dibujan el cuerpo del sospechoso: a qué se parece (énfasis en su vestimenta, usualmente con gorra), sus posturas (se queda estacionado un largo rato en el coche, duerme ahí, está sentado frente a una casa y no se mueve), etc. Nunca resultó que uno de estos sospechosos fuera un delincuente. Cuando la policía arresta a un infractor (normalmente durante el robo de autopartes), se envían fotos entre vecinos y muchos felicitan al oficial. Lo mismo pasa cuando un vecino documenta fehacientemente el robo de autopartes. La figura del justiciero, policía o vecino, es altamente valorada; se enfatizan los rasgos personales de valentía o arrojo como una manera de solucionar problemas, más que valorar una acción institucional o ciudadana. Cuando el ladrón escapa o el agente policial no llega a tiempo, el mismo oficial que horas antes era visto como héroe, se convierte en el policía ineficiente y corrupto, la otra cara de las fuerzas de seguridad.

3. Discusión

Para el desarrollo del tema es oportuno tener presente la distinción que hace Kessler (2009) entre delito y sentimiento de inseguridad, y que la inseguridad va más allá del miedo ante la delincuencia; es, como lo destaca Bauman (2007), un temor frente al otro y a la incertidumbre de la vida en las grandes ciudades que implica el cambio. Mientras que el delito refiere a la transgresión efectiva de normativas legales, el sentimiento de inseguridad se ubica en una trama más amplia de representaciones de los otros, del régimen de comunicabilidad del delito en los medios de comunicación y del cuestionamiento implícito respecto a la capacidad de instituciones del Estado para hacerle frente, lo cual tiene implicaciones sobre su legitimidad. La relativa autonomía del delito en relación al sentimiento de inseguridad deriva en procesos de etiquetamiento social, de creación de sospechosos y de un ánimo de participación social o vecinal por fuera de las instituciones gubernamentales de vigilancia. Por lo mismo, las geografías del miedo no coinciden con las geografías del delito, entran en juego las representaciones sociales y las emociones. Si bien la delincuencia es mucho más baja en la colonia Roma Sur que en el resto de la ciudad, no es que los habitantes vivan en una isla, el miedo también está socializado y alimentado por los medios de comunicación (Cisneros, 2008, p. 69), a la vez que es generado por delitos de bajo impacto como los robos de autopartes, pero que azotan la vida de los vecinos por su repetición continua que no parece tener remedio. La “comunidad” de los vecinos está fragmentada por múltiples quejas y conflictos internos, tácitos, en particular en cuanto al uso de las banquetas. Más que un miedo al delito, los residentes de esta colonia en vía de gentrificación sufren más bien de una inseguridad ontológica (según Bauman, 2007, quien a su vez se apoya en el concepto de Giddens); la confianza que para Jacobs (2011) alimenta la vida social en las banquetas, se encuentra fracturada en el contexto de una situación sumamente violenta en el país y su correlato de impunidad generalizada.

En el caso de las calles de la colonia estudiada, el temor no coincide con una división social entre ricos y pobres, alude más bien a una diferenciación simbólica entre antiguos vecinos y nuevos, así como a un temor hacia los extraños cuya actitud (estar sentado varias horas en un coche, sacar fotografías de las fachadas o estar bebiendo una cerveza sentado en la banqueta) llega a ser sospechosa en los ojos de algunos vecinos. En este sentido, el miedo es corporizado (el joven tatuado, con cachucha, etc.), generando inseguridades difusas que afectan los usos de las aceras. Al respecto apunta Segura (2009) que la construcción del “otro” incide en los modos de sociabilidad en el espacio urbano y configura la sospecha y el temor como una constante en las valoraciones de la ciudad, aspecto que se cumple a nivel local en el caso abordado.

La idea de orden urbano en relación con el habitar permite enmarcar las formas de relación vecinales en un contexto de normas, prácticas y expectativas. Plantea Giglia:

[...] al habitar como el fenómeno por el cual los sujetos interactúan con el espacio, establecen su presencia en él, colocándose en una posición específica dentro del orden urbano característico de ese espacio en particular [Giglia, 2017, p. 262].

De aquí se puede entender la estructuración de actores y acciones en un contexto de relaciones situadas tanto en el espacio como en el tiempo. En el caso abordado, este orden se configura desde elementos temporales (distinción entre antiguos o nuevos residentes), tipos de uso de suelo (predominantemente residenciales), y dinámicas de transformación y gentrificación en el que el recambio de habitantes se acompaña de la aparición de nuevas construcciones. El habitar ocurre en el contexto de los elementos anteriores, en donde habitantes y usuarios negocian de manera consistente las normas que han de regir la convivencia cotidiana.

El orden del habitar en un contexto de gentrificación, como es el caso estudiado, permite entender los desencuentros entre prácticas vecinales que remiten a diversas maneras de estar juntos. Se puede compartir el espacio local, sin embargo, las maneras de vincularse con las banquetas y la vida social alrededor de ellas pone de manifiesto la pertenencia a diversos órdenes de vida urbana. Las formas de diferenciación entre vecinos y de resolución de conflictos muestra la emergencia de formas complejas del habitar.

Cabe señalar que, en el caso abordado, la temporalidad resulta un elemento crucial para los procesos de distinción entre vecinos. El tiempo de vivir en la colonia no sólo remite a la capacidad de reconocer transformaciones y persistencias en edificaciones y habitantes, señala también la existencia de diversos patrones / modalidades del habitar. Las formas de interacción, de establecer una presencia y de ubicarse en un orden urbano, están ancladas en el tiempo acumulado desde que se llegó a vivir o de vivir en la colonia. El habitar la banqueta tiene entonces una historia que no necesariamente es asumida homogéneamente por los habitantes de la colonia. Con la llegada y salida de nuevos vecinos en determinados momentos en el tiempo, como después del sismo de 1985, se ponen en juego nociones heterogéneas del habitar. La manera de gestionar el área para estacionar el auto afuera de la vivienda, los saludos cotidianos, poner plantas en el exterior y demás hábitos similares, están anclados a un tipo particular del habitar puesto en práctica por los vecinos.

La vida alrededor de las banquetas en una colonia en proceso de gentrificación pone en juego distintas maneras de concebir el habitar, muestra también la forma en que éstas se relacionan entre sí, crean nociones de aquello que es compartido y establecen puntos de diferenciación. La distinción entre nosotros y los otros encuentra en el contacto entre formas de habitar su punto de partida. La conflictividad vecinal alrededor de las banquetas surge precisamente cuando las nociones del habitar son diversas y se manifiestan en prácticas visibles no necesariamente compartidas para todos los demás vecinos.

Se puede pensar entonces que las atmósferas vecinales vinculadas con el temor y la inseguridad surgen cuando las concepciones del habitar sostenidas en la confianza, la repetición y la estabilidad son vulneradas desde esta presencia amplia y heterogénea que son los otros (véase Elias, 1998). Eventos disparadores que vienen de fuera y atribuibles a otros, sean vecinos o personajes indefinibles, actualizan atmósferas sociales supralocales generadas en la preocupación recurrente por la inseguridad. Situaciones como robos de autopartes, ruidos nocturnos, paseantes inclasificables, son interpretadas como una amenaza a la noción del habitar desde la que se vive y, sin embargo, esta atmósfera de inseguridad y sospecha se vuelve parte del habitar y potencia su relevancia cotidiana. En una investigación sobre los determinantes de la sensación de inseguridad en México, Vilalta (2012) constata que esta sensación de inseguridad es alta ahí donde los vecinos participan para protegerse de la delincuencia. Este dato podría parecer paradójico ya que en principio se supondría que la cooperación deriva en un mayor sentimiento de seguridad. Sin embargo, ocurre lo contrario al poner el tema de la seguridad en la agenda de preocupaciones cotidianas y en el esfuerzo por lograrla. Más aún, la preocupación persistente por la seguridad implica poner en juego una mirada en donde aquello que esté fuera de los patrones de estar en la localidad, que se considere como no legítimo, es rápidamente fuente de sospecha.

En las banquetas de colonias donde ocurren sobre todo delitos de bajo impacto, el miedo está entre los objetos (las cámaras de vigilancia, las rejas en las ventanas, las mantas que indican mensajes hacia los delincuentes, la basura en las esquinas o al pie de los árboles que genera un clima de inseguridad, etc.) y los sujetos, es la razón por la que es más bien una atmósfera que se encarna en los lugares, las banquetas, los cuerpos, sus usuarios, y los envuelve. La lectura que hacen Boudreau y De Alba del texto de Anderson (2009, citado en Boudreau y De Alba, 2011), sobre atmósferas afectivas, nos pareció esclarecedora para el caso de la inseguridad en las banquetas de una colonia como la Roma Sur:

Para él, las atmósferas representan afectos colectivos. Son una clase de experiencia que ocurre antes y junto a la formación de la subjetividad, a través de materialidades humanas y no humanas, y de distinciones entre sujeto / objeto [Boudreau y De Alba, 2011, p. 78].

Las atmósferas son el ambiente creado por los flujos afectivos entre las personas y entre las cosas, y por la experiencia personal de sentir esta atmósfera. Como tal: “son impersonales porque pertenecen a situaciones colectivas y, sin embargo, pueden sentirse intensamente personales” (Anderson, 2009, p. 80). Anderson agrega que las atmósferas afectivas son ambiguas, entre presencia y ausencia, objeto y sujeto, materialidad e idealidad, lo definido y lo indefinido, son incorporadas a la vez que exceden los cuerpos de donde emergen. La inseguridad está en todos lados, ya que en cualquier momento se corre el riesgo de ser víctima de algún delito, y a la vez es fantasmal porque, finalmente, en comparación con colonias pobres, no ocurren muchos delitos y éstos son poco violentos, y los delincuentes, sobre todo los que roban autopartes, son invisibles, a menos que la policía difunda por las redes la cara borrosa y anónima de un delincuente arrestado in fraganti. De hecho, las redes que reportan casi diariamente cada caso sospechoso o cada pequeño delito ayudan a que la inseguridad esté “en el aire”.

En el contexto de calles abiertas de uso local residencial y mixto de una colonia en gentrificación del área central de la Ciudad de México, poco azotada por el delito en comparación con gran parte de la ciudad, la inseguridad permea las banquetas, pero siendo algo sumamente difuso, una atmósfera que envuelve a todo, humanos y no humanos, sujetos y objetos, y cuyas señales en las aceras son menos evidentes. Las calles podrían casi parecer tranquilas en los ojos de un extranjero. Pero la banqueta, percibida como insegura por muchos de sus ocupantes diarios, refleja el conflicto entre distintos órdenes urbanos subyacentes del habitar -privado, público, residencial, comercial- y las formas de apropiación de las banquetas que tienen distintos grupos sociales, en particular antiguos y nuevos residentes. En un ámbito caracterizado por cierto interconocimiento entre vecinos y comerciantes, permitido por una densidad habitacional mediana, la calle se vuelve problemática a partir de la otredad de los transeúntes con sus actitudes y apariencias corporales diferentes a las de los residentes, pero también a la de los habitantes que no siguen las normas y costumbres informales de la calle; todo esto genera conflictos tácitos del habitar, desconfianza y temor en las banquetas, a pesar de la presencia de comerciantes, ojos de la calle que también son blanco de la delincuencia. Las distintas formas de habitar la banqueta que trastocan el orden material, social y hasta moral de la calle, se vuelven una arena de disputa entre vecinos y paseantes que contribuye en la percepción de inseguridad de los residentes. Estamos lejos de la calle segura que describía Jane Jacobs (2011). En efecto, las atmósferas afectivas son otro rostro de la inseguridad, vinculadas con las figuras de la otredad. También deberían interpelar a las autoridades públicas, ya que generan otro tipo de respuestas políticas, la de restablecer la confianza entre habitantes, volver las banquetas más seguras y reducir el miedo al otro.

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1 Para Estados Unidos, véase Loukaïtou-Sideris y Ehrenfeucht (2009); para Canadá, Valverde (2012); para México, Ugalde (2016).

2 No entraremos en los detalles de si la colonia Roma Sur es o no una colonia en vía de gentrificación y, sobre todo, no profundizaremos en la definición del concepto de gentrificación, pues no es el objeto del presente artículo. Es bien sabido que el concepto fue elaborado por Ruth Glass (1963) a inicios de los años 1960 para mostrar cómo familias de clases media y superior se instalan en barrios populares céntricos londinenses, rehabilitando la vivienda y reemplazando la población inicial. Luego, el concepto fue popularizado por el geógrafo estadounidense Neil Smith (1996), quien describe la manera en que el gran capital invierte en barrios donde los precios inmobiliarios son deprimidos (rent gap), construyendo vivienda para sectores altos y provocando un cambio social y el desplazamiento de los sectores populares. Este enfoque marxista y crítico se opone a una corriente más culturalista, liderada por el geógrafo canadiense David Ley sobre el deseo de urbanidad y el papel de las clases medias en las políticas urbanas. En sus inicios, en los años treinta, la colonia Roma Sur fue una colonia para sectores sociales medios, inquilinos, artesanos y pequeños comerciantes. El sismo de 1985 agudizó el deterioro social. Sin embargo, en los veinte últimos años, el perfil comercial de la colonia fue cambiando y, aunque subsisten comercios más tradicionales, se instalan otros dirigidos a una clase social más adinerada (bares, cafés y restaurantes, tiendas de bicicletas, tiendas de cuidados de perros, etc.). Paralelamente, el perfil social de la población se va modificando y el sector inmobiliario dirigido a poblaciones más pudientes es activo, sobre todo a raíz del Bando Dos impulsado por el gobierno de Manuel López Obrador entre 2000 y 2006. Tal vez pudiéramos hablar de una situación intermedia entre la teoría de Smith (aunque sin rent gap claro) y la teoría de Ley (el consumo de las clases medias-altas).

Nota de los autores: El artículo difunde resultados del proyecto “La producción material y social de las banquetas en la Zona Metropolitana del Valle de México”, coordinado por Guénola Capron, Ruth Pérez y Jérôme Monnet, y financiado por el programa Ciencia Básica de Conacyt (proyecto núm. CB-2015-255645-S).

Recibido: 04 de Agosto de 2020; Aprobado: 19 de Enero de 2021

Miguel Angel Aguilar Díaz es doctor en Ciencias Antropológicas y maestro en Ciencias Antropológicas, ambos por la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa (UAM-I); es maestro en Urbanismo por la Universidad Nacional Autónoma de México; y licenciado en Psicología Social por la UAM-I. Sus líneas de investigación son: corporalidad y vida urbana, dimensión sensorial de la experiencia urbana, inseguridad en la ciudad desde la perspectiva de los habitantes. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I. Actualmente es profesor- investigador en el Departamento de Sociología de la UAM-I, donde imparte docencia en la licenciatura y el posgrado en Psicología Social, y en el posgrado de Ciencias Antropológicas. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1694-7886

Entre sus publicaciones se encuentran:

Aguilar, M. Á. (2020). Centralidad de los sentidos: desplazamientos de una persona ciega por el centro de la Ciudad de México. Encartes Antropológicos, 3(5), 29-55. https://encartesantropologicos.mx/aguilar-desplazmientos-persona-ciega-mexico

Aguilar, M. Á. (2018). Memoria y afecto en el caminar urbano. En E. Calderón Rivera y A. Zirión Pérez (coords.), Cultura y afectividad. Aproximaciones antropológicas y filosóficas al estudio de las emociones (pp. 65-86). Ciudad de México: UAM / Ediciones del Lirio.

Aguilar, M. Á. (2016). El caminar urbano y la sociabilidad. Trazos desde la Ciudad de México. Alteridades, 26(52), 23-33. https://www.redalyc.org/pdf/747/74748826003.pdf

Guénola Capron es doctora en Geografía y Ordenamiento Territorial por la Universidad de Toulouse-2 le Mirail. Es exalumna de la Escuela Normal Superior de Fontenay-Saint Cloud, y exinvestigadora del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos. Desde 2010 es profesora-investigadora en el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, nivel II. Sus líneas de investigación son: espacio público, prácticas y representaciones urbanas, movilidad cotidiana, seguridad ciudadana. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5886-4552

Entre sus publicaciones se encuentran:

Capron, G. (2019). Coproducción de la seguridad pública en urbanizaciones cerradas de la Zona Metropolitana del Valle de México. Nueva Antropología, 32(91), 10-25. https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/articulo%3A20873

Capron, G. y Alvizar, O. (2019). Vivir tras los muros: malestar urbano, miedo e inseguridad en un sector de urbanizaciones cerradas. En M. Moreno Carranco y G. Crysler (coords.), Espacios de miedo: cuerpos, muros y ciudades (pp. 135-176). Ciudad de México: UAM Cuajimalpa.

Capron, G., Monnet, J. y Pérez, R. (2018). Infraestructura peatonal: el papel de la banqueta (acera). Ciudades, 119, 33-40. https://hal.archives-ouvertes.fr/hal-01921551

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