Introducción
En diciembre de 1979, la producción de cacao (Theobroma cacao) en Costa Rica fue atacada por una masiva epidemia de monilia (Moniliophthora roreri). La monilia provocó pérdidas devastadoras y, para 1983, la producción nacional se había reducido en un 72 % y las exportaciones en un 96 % (Phillips Mora 1983). Producto de la enfermedad y el derrumbe de los precios internacionales del cacao en la década de 1980, muchos cacaoteros de Talamanca perdieron sus cosechas y abandonaron la producción para cultivar commodities, como el banano o el plátano (Roseboom, De Oñoro y Waaijenberg 1990), o dejar sus fincas (Villalobos Rodríguez y Borge Carvajal 1995). Las pérdidas por enfermedades y la baja productividad en finca siguen siendo dinámicas productivas cotidianas del cacao en la actualidad (MAG e IICA 2018).
Simultáneamente a la devastación del cacao talamanqueño por la monilia, grupos de expertos del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) identificaban al cacao como ideal para articular el crecimiento económico, el bienestar social y la sostenibilidad ambiental (Somarriba 1994). Tales expertos señalan que, modificando las formas de agroforestería tradicional indígena por otro tipo de sistemas agroforestales basados en cultivos comerciales, se puede hacer al cacao viable para la agroexportación, la conservación del bosque y el bienestar socioeconómico de los productores (Rodríguez Echavarría 2020). De esta forma, desde la década de 1990, la intervención histórica del cacao talamanqueño cambió, volviéndose un sitio de intervención de largo plazo para el CATIE y otros organismos internacionales como la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y entidades estatales como el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) (Rodríguez Echavarría 2021).
Aunque se ha generado mucho conocimiento científico sobre el cacao, este no ha generado un aumento significativo de la producción nacional ni el mejoramiento de las condiciones de vida locales. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés),1 la producción de cacao en Costa Rica en 2018 fue de 550 toneladas métricas, una cantidad incomparable con las 9551 toneladas producidas en 1979 antes de la monilia (SEPSA 1984), e insignificante comparada con los competidores regionales e internacionales.2 Enfrentados por esta realidad, los promotores del cacao concuerdan en que el principal problema es la baja productividad de las fincas cacaoteras (MAG e IICA 2018, 5, 11-13; SEPSA 2017, 8, 35-36, 73). Talamanca ha sido considerada un foco particular de intervención (véase fig. 1), pues el rendimiento productivo aquí (100-150 kg por hectárea) está muy por debajo de las expectativas del MAG, que argumenta que, con el mejor material genético y cuidados adecuados (ambos diseñados por el CATIE) se podrían producir 1000 kg de cacao seco por hectárea (SEPSA 2017, 73). Ellos aducen que la baja productividad es producto de «que [los agricultores] no aplican suficiente tecnología, cuentan con materiales genéticos susceptibles a enfermedades, de baja producción y muchos productores han sembrado en sus fincas con semilla no mejorada, sin evaluar su productividad» (SEPSA 2017, 73).
Este artículo pone en perspectiva histórica las intervenciones para la modernización del cultivo de cacao en Talamanca, explorando el discurso sobre la baja productividad del cacao talamanqueño. Como veremos más adelante, este diagnóstico oficial no es nuevo. Al contrario, se probará que la construcción histórica de la agricultura indígena como improductiva ha sido una legitimación histórica para «modernizar» la región, articulándola con el capitalismo global. En este artículo se explora cómo los proyectos actuales están enfocados en promover la modernización de la finca talamanqueña mediante la producción de cacao sostenible, y se basan en formaciones discursivas históricas que presumen la relación entre los indígenas y la naturaleza como irracional y problemática, dada su baja productividad. Se explicará cómo, desde inicios del siglo XX, el Estado, en conjunto con centros de investigación y empresas privadas, demandó la optimización de los usos agrícolas del suelo en territorios indígenas, promoviendo commodities para la exportación, como la única solución posible. Este alegato -incluyendo las construcciones racistas sobre los indígenas- siguen siendo indispensables para comprender las lógicas de intervención del cacao hoy. Para esto, partiremos del estudio del caso de Talamanca, el cual nos permite demostrar cómo es que el desarrollo imprime valores monoculturales y cómo es que estas ideas son implementadas y resistidas. Así, este trabajo analiza cómo el énfasis desmedido en estos factores constituye una de las razones del fracaso de dichas intervenciones, pues el diagnóstico también tiende a ignorar las facetas reales de la economía política local del cacao que provocan esta baja productividad.
Para Tania Murray Li (2007), debe cuestionarse la manera en que el desarrollo discute los usos agrícolas y forestales en territorios indígenas, pues existe el riesgo de que provoque el debilitamiento de la autogestión local. Aunque se posicionan como soluciones «técnicas» para mejorar la vida de las personas, estos proyectos son eminentemente políticos, pues abordan la agricultura indígena de «baja intensidad» como un problema a resolver mediante la promoción de nuevos valores basados en la mercantilización, la alta productividad y otras prácticas capitalistas (Scott 1999). Este estudio de caso busca explicar la manera en que se promueve el desarrollo como un proyecto discursivo y material cuyos contornos son constituidos (al menos parcialmente) por la acumulación de capital, y cuyo propósito es producir sujetos para la intervención, los cuales son problematizados con la intención de determinar deficiencias percibidas y prefigurar intervenciones técnicas que naturalizan y vuelven deseables metas propias del capitalismo (Ferguson 1994).
Desde el punto de vista metodológico, este artículo es resultado de una amplia investigación de campo desarrollada en diferentes proyectos de investigación3 que desde la etnografía crítica y la ecología política estudiaron la cadena productiva del cacao. Para esto, se realizó una importante observación participante en numerosas actividades del Programa Nacional de Cacao (PNC), una plataforma del MAG con participación de múltiples contrapartes públicas y privadas que orquesta la política de cacao en Costa Rica. Además, se realizaron más de cincuenta entrevistas a profundidad a representantes del MAG, del CATIE y de la UICN, a organizaciones locales de productores y productoras cacaoteras en Talamanca, como la Asociación de Pequeños Productores de Talamanca (APPTA), la Asociación Comisión de Mujeres Bribris de Talamanca (ACOMUITA), la Cooperativa de Productores de Cacao y Servicios Múltiples del Caribe Sur (COOPECACAO AFRO) y el Corredor Biológico Talamanca-Caribe (CBTC). También se realizó una revisión bibliográfica y documental de literatura gris producida por el MAG y el CATIE, como informes, diagnósticos y guías de campo para cacaoteros.
Intervención por despojo: Cacao a inicios del siglo XX
Los indígenas, así como la población afrocaribeña y campesina mestiza, han experimentado una larga historia económica y cultural con el cacao. Talamanca es una de las regiones productoras de cacao más importantes del país (SEPSA 2017) y el cultivo tiene relevancia para la población local como artefacto cultural y mercancía (Borge Carvajal 2011). Antes del cacao comercial, los indígenas de Talamanca acostumbraban mantener cacaotales cerca de sus hogares para suplir necesidades domésticas (Fernández 2006), y su producción se basaba en sistemas de agricultura itinerante centrados en el maíz (Villalobos Rodríguez y Borge Carvajal 1995). La bebida de cacao era importante en el repertorio culinario y se usaba en actividades rituales, desde la siembra de maíz hasta la limpieza de tierras de cultivo (Boza Villarreal 2014). Estos usos no buscaban altos rendimientos productivos y se combinaban con sistemas de subsistencia más complejos que combinaban otros cultivos. El cacao se consideraba un árbol sagrado con un dueño espiritual con importancia ritual para garantizar buenas cosechas (Bozzoli 1979). Esta era una demostración de respeto por la naturaleza. Estudios más recientes reconocen la permanencia de aspectos residuales de estos sistemas de creencias en las formas locales de manejo (Borge Carvajal y Castillo 1997; Orcherton 2005).
Históricamente, las intervenciones agropecuarias han motivado el reemplazo de este paradigma de baja intensidad. Desde la Colonia, el cacao ha sido considerado como un cultivo que permitiría la integración con la economía-mundo en Costa Rica (MacLeod 1996)4 y, desde 1840, se le impulsó junto con el café usando incentivos legales para la colonización agrícola de tierras consideradas improductivas por el Estado para el disfrute de individuos y empresas privadas, bajo la condición de su uso capitalista (Guevara Berger y Chacón Castro 1992). El Estado también garantizó condiciones favorables de exportación (Quesada Camacho 1987). Para inicios del siglo XX, en el marco del aumento de los precios internacionales del cacao, se le promueve para romper con la dependencia nacional al café (Viales Hurtado 2006).
La producción comercial de cacao se consolida en la década de 1910, cuando la transnacional estadounidense United Fruit Company (UFCO) empezó a sembrarlo como estrategia compensatoria por las pérdidas generadas por la fusariosis en el banano (Acuña Sossa 2007). La UFCO estableció plantaciones de cacao al margen de sus plantaciones bananeras y construyó secadoras de cacao a lo largo de la línea férrea construida por ellos entre el cantón de Talamanca y Changuinola, en Panamá (Quesada Camacho 1987). Entre 1917 y 1929, el área cultivada de cacao creció de 7730 ha a 26 023 ha en diferentes partes de la provincia de Limón (Viales Hurtado 1998). La UFCO motivó a pequeños y medianos productores a cultivarlo para suplir su cadena logística y también hubo inversionistas que adquirieron tierras con fines especulativos (Quesada Camacho 1987). Pero, tras década y media de expansión, el área se contrajo por el efecto combinado de la crisis de 1929 y la reducción del precio internacional por la sobreproducción de cacao en Brasil y las colonias británicas y francesas en África Occidental (Leiter y Harding 2004). Pronto, la UFCO dejó de producir cacao en Costa Rica, pero continuó comercializándolo.
La producción y comercialización del banano y el cacao de la UFCO reorganizó el paisaje talamanqueño (Villalobos y Borge Carvajal 1995). Los asentamientos indígenas del Valle de Talamanca fueron removidos violentamente entre 1900 y 1920 para dar paso a estos monocultivos (Boza Villarreal 2014). A diferencia del cultivo indígena de cacao, las plantaciones comprendían áreas de varios centenares de hectáreas con promedios de 1100 plantas por hectárea, sembradas con separaciones de tres metros entre sí para maximizar su producción. Las semillas eran desarrolladas selectivamente en viveros centralizados de la UFCO y luego distribuidas para venta entre productores, usando servicios de extensión agropecuaria (Viales Hurtado 2006). Los árboles eran seleccionados con base en la productividad, la resistencia a enfermedades y la mejora de características organolépticas. En efecto, muchas de las prácticas de desarrollo tecnológico que hoy se implementan en los cacaotales indígenas se originaron en esfuerzos de la bananera para garantizar un alto rendimiento productivo (Viales Hurtado y Montero Mora 2015).
Ideológicamente, la promoción de nuevas commodities, la privatización de tierras y el establecimiento de nuevas plantaciones en Talamanca se sustentaron en ideas liberales sobre la relación entre propiedad privada y productividad, las cuales han calado en los repertorios de intervención agropecuaria en Costa Rica.
Hasta mediados del siglo XX, la gobernanza de tierras suponía que el bosque y las tierras improductivas eran un obstáculo para el progreso social y económico nacional (Goebel McDermott 2007).5 Por eso, hasta finales de la década de 1980, las leyes agrarias costarricenses ofrecían incentivos para la colonización mediante la conversión de bosques públicos en tierras agrícolas o ganaderas privadas (Brockett y Gottfried 2002). En efecto, predominaba una narrativa que construía la deforestación por usos agropecuarios como ejemplo de progreso rural (Llaguno Thomas 2012).
Un correlato de esto era que las tierras indígenas eran vistas como improductivas y contrarias a estos principios liberales, dado el uso de sistemas de baja intensidad. A finales del siglo XIX, el discurso agropecuario también era abiertamente racista, derivando en que los indígenas fueran vistos comúnmente como retrasadas (Guevara Berger y Chacón Castro 1992). Múltiples políticos, empresarios y analistas de la época describen a los indígenas talamanqueños como personas incapaces de usar la tierra de forma productiva y moderna (Boza Villarreal 2014; Lansing 2014). William Gabb, antropólogo estadounidense que realizó los estudios oficiales de Talamanca durante el siglo XIX para el gobierno costarricense, fue una voz particularmente influyente sobre las limitaciones productivas de los indígenas.6 En efecto, sus hallazgos orientaron las políticas agrícolas del Estado costarricense en la región y la eventual adquisición de tierras de la UFCO (Ferrero 1978). Su pensamiento, fuertemente influenciado por el liberalismo de la época, concluye sobre la incapacidad natural de las poblaciones indígenas de hacer un uso productivo de la tierra:
es debido a la indolencia incuestionable de esta gente. Aunque ellos podrían, con un pequeño esfuerzo y poco trabajo invertido, alcanzar buenas cosechas de maíz, arroz y legumbres nutricionales, y a pesar de la abundancia, de carnes de res, cerdo y pollo, su falta de previsión alcanza el extremo de no criar más animales de los que ocupan para uso inmediato y ellos no dudan de matar o vender hasta su última vaca, cerdo o gallina, en lugar de conservarlos para la crianza. Ellos están felices viviendo el día entero con plátanos y chicha. La consecuencia natural de su voluminosa, pero poco nutricional dieta, es un estado inferior de vitalidad que los deja sin capacidad de combatir las enfermedades. (Gabb 1978, 77).
En síntesis, aunque existe una larga historia de interacciones entre los indígenas talamanqueños y el cacao, las intervenciones agropecuarias de inicios del siglo XX no retomaron mucho esto. Bajo la rúbrica de interpretar la poca productividad capitalista como una afronta civilizatoria y una conducta negligente, el Estado y la UFCO removieron estas poblaciones y dieron cabida a programas de extensión agropecuaria para aumentar la productividad y la calidad de los productos con la intención expresa de integrar a Talamanca a la economía global. Los imperativos de mejorar el material genético, las técnicas de cultivo y la calidad de los procesos de postcosecha se reiteran en las campañas que el CATIE y, luego, el MAG y el PNC han promovido desde la década de 1940.
Del banano al cacao: Talamanca tras la salida de la UFCO
El discurso de «baja productividad» que justificó el despojo de las poblaciones indígenas en favor de las plantaciones a inicios del siglo XX comienza a cambiar después de la salida de la bananera. Muchas de las tierras que ocupaba la UFCO en el Caribe costarricense habían sido concesiones estatales y, por tanto, fueron devueltas con su salida. Otras tierras quedaron abandonadas y la UFCO optó por arrendarlas para evitar el precarismo -por ejemplo, la apropiación ilegal por parte de campesinos o indígenas sin tierra- (Villalobos Rodríguez y Borge Carvajal 1995). Esto provocó un debate sobre qué hacer con estas «tierras vacías», el cual fue trasladado al Estado. La preocupación de que el desempleo rural causara migraciones masivas a las ciudades y el convencimiento en el ideal de poner las tierras improductivas a trabajar, llevaron al Estado a asumir el control de la colonización agrícola y el mejoramiento de la tierra (Viales Hurtado 1998). Por este motivo, desde la década de 1930, el Congreso y, posteriormente, el MAG (creado en 1948) y el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO, creado en 1963) promovieron la creación de colonias agrícolas en que se otorgaban hectáreas de tierra a campesinos con la intención de que se dedicaran a la producción de mercado (Viales Hurtado 1998).
Originalmente, la intención era promover la migración de colonos «blancos» del interior del país, los cuales, se pensaba, podían ser más fácilmente inculcados en usos productivos. No obstante, en Talamanca, hubo un marcado precarismo rural que permitió que agricultores afrocaribeños e indígenas se hicieran del control de tierras para sembrar cultivos de subsistencia y cacao (Boza Villarreal 2018). Los colonos «blancos» no confiaban en el cultivo del cacao, a diferencia de agricultores afros e indígenas, quienes ya tenían experiencia previa (Viales Hurtado 1998). En particular, la población afrocaribeña -compuesta notablemente por extrabajadores de la UFCO- había sido entrenada para desarrollar este cultivo, y le veía más futuro. De este modo, la producción de cacao se mantuvo de diferentes formas, con prácticas de baja intensidad en algunos casos y sistemas intensivos para la venta a la bananera en otros (Villalobos Rodríguez y Borge Carvajal 1995). Aunque estuvo lejos de parecerse al área sembrada durante la década de 1920, para 1955, se reportaban 19 500 ha de cacao en Limón, de las cuales solo 7000 habían sido sembradas originalmente por la UFCO (Viales Hurtado 1998). Del área sembrada, 6300 ha pertenecían a plantaciones con extensiones de menos de 70 ha, a cargo de pequeños o medianos productores.
No obstante, hubo aumentos significativos en las exportaciones de cacao y la cantidad de fincas productoras, especialmente entre 1951 y 1961 (Picado Umaña, Hernández Aguirre y Porras 2017). El aumento de las fincas cacaoteras -de 1847, en 1950, a 4745, en 1963- y el tamaño promedio de las áreas de producción -de entre 6.3 y 8 ha, según el censo de población, vivienda y agropecuario de 1963- dan cuenta de una marcada fragmentación de la propiedad cacaotera (Picado Umaña, Hernández Aguirre y Porras 2017). La exportación de cacao en bruto estuvo predominantemente dirigida a Estados Unidos de América7 y se vio acompañada de la venta interna para la elaboración de otros subproductos del cacao, dado los aumentos simultáneos en exportaciones de cacao en polvo, manteca y pasta de cacao, chocolates y dulces al mercado centroamericano,8 producto de procesos concurrentes de industrialización nacional e integración económica regional (Herra Barrantes 1973).
En Talamanca, el cacao sustituyó rápidamente al banano como cultivo de exportación, al mismo tiempo que la UFCO y sus subsidiarias siguieron siendo las principales compradoras (Bourgois 1994).9 Aunque el cacao siguió siendo producido, excepto por un pequeño proyecto agrícola de corta duración en la década de 1960, Talamanca recibió poca atención por parte de agencias de promoción de desarrollo hasta después de la década de 1970 (Villalobos Rodríguez y Borge Carvajal 1995). No obstante, estudios técnicos de la época documentan el problema del bajo nivel técnico de los sistemas de cultivo de los cacaotales costarricenses y talamanqueños, en especial, la presencia de árboles con tres o cuatro décadas de edad, la ausencia de material genético optimizado y prácticas productivas inadecuadas (véase Lindo Bennett 1970; Córdoba 1967; Paredes 1949).
Este periodo de crecimiento del cacao culminó en 1979 con la llegada de la monilia, que arrasó con su producción en Talamanca. La monilia es un hongo de difícil control, cuyas esporas microbianas se adhieren a las mazorcas de cacao, infectándolas y provocando su podredumbre (Bailey et al. 2018). Desde finales de la década de 1970, y en un contexto definido por una caída del precio internacional,10 la producción cacaotera talamanqueña sucumbió. El MAG -junto al CATIE- intervinieron fuertemente la zona mediante el Programa Nacional de Cacao (PNC),11 el cual fue creado en 1981 con la intención de fomentar la siembra del cultivo y estabilizar la producción mediante la introducción de nuevo material genético y programas de extensión agropecuaria orientados al combate de la monilia (BCIE 1982).
No obstante, después de seis años de esfuerzos, en 1986, el MAG abandonó el cacao, reorientando sus recursos a la promoción del monocultivo de plátano (Rosenboom, Oñoro y Waaijenbeg 1990). Para mediados de la década de 1990, Talamanca había pasado de ser la principal zona productora de cacao a convertirse en la principal zona productora de plátano, un uso de suelo que persiste hoy. Precisamente, esta transformación a esquemas de monocultivo con poca cobertura forestal es lo que empieza a motivar nuevos proyectos de desarrollo agropecuario, centrados en la recuperación de la agroforestería del cacao con fines conservacionistas (CATIE 1992).
El problema de la agricultura indígena
Como se dijo anteiormente, las discusiones políticas y técnicas de inicios del siglo XX rara vez señalaban la agricultura indígena como racional. Al contrario, se asumía que los indígenas eran incapaces de producir económicamente y solo aprovechaban la producción inercial del paisaje natural, sin promover una agricultura ordenada o progresiva. Sin embargo, a partir de la década de 1950, con la aparición del movimiento indigenista y nuevas investigaciones antropológicas, se comienza a hablar de una agricultura indígena. Por ejemplo, los recuentos etnográficos de Stone (1961) analizan las formas de adaptación de la agricultura indígena respecto a diferentes patrones de lluvia, mientras que Bozzoli (1979) desarrolla descripciones detalladas de las herramientas y actividades de cultivo y su conexión con rituales bribri. Posterior a la llegada de la monilia, surge un interés mayor de los proyectos de desarrollo de profundizar estos estudios de la agricultura indígena. Este interés surge en el contexto de la transformación de Talamanca de una frontera agrícola a un territorio para la conservación.
Desde inicios de la década de 1970, el Estado comienza a desarrollar esfuerzos para remediar la deforestación provocada por sus políticas de colonización agropecuaria. La intención original no era contrarrestar el desarrollo agropecuario, sino proteger algunos bosques por su belleza paisajística (Campbell 2002).
En Talamanca, este esfuerzo se materializó con la creación del Parque Internacional La Amistad (pila) y la Reserva Biológica Hitoy Cerere, en 1978, y el desarrollo de una estrategia de mayor acercamiento entre las autoridades estatales y ONG interesadas en la conservación de la naturaleza con las poblaciones indígenas que la circundan y habitan. Ambas áreas protegidas fueron creadas en zonas montañosas que traslapan o limitan con las reservas indígenas (véase fig. 2). En efecto, agencias estatales, cooperantes y ONG han abordado las poblaciones indígenas bajo el imperativo de que «es posible fortalecer una buena relación sinérgica entre las áreas silvestres protegidas y los territorios indígenas, en torno a una política basada en la prevención, la conservación y el desarrollo sostenible» (MINAET 2012, 66). De este modo, el Estado costarricense considera a las reservas indígenas tanto como zonas de amortiguamiento (buffer zones) que permiten la protección de las áreas protegidas como áreas de uso socioeconómico sostenible (MINAET 2012). Así, desde 1982, los proyectos de desarrollo en la zona han contemplado un importante componente de conservación que se manifiesta en los territorios indígenas en la promoción de estrategias de desarrollo sostenible para convencer a estas poblaciones de que colaboren con el mantenimiento de la cobertura forestal en el área de amortiguamiento del pila (Ramírez Cover 2017).
Construcción propia, con base en datos del Atlas del Instituto Tecnológico de Costa Rica (Ortiz Malavasi 2014).
Los proyectos de desarrollo y los escritos académicos sobre Talamanca desde la década de 1980 empiezan a orbitar alrededor de los problemas percibidos de sostenibilidad de la agricultura indígena. En especial, la literatura señala dos problemas puntuales que deben indicarse aquí. El primero es el abandono de prácticas ecológicamente amigables de agricultura -como la agricultura de subsistencia y la agroforestería del cacao- a favor del cultivo intensivo del plátano (véanse CATIE y UICN 1992; Somarriba y Beer 1999; Orozco et al. 2008). El segundo es el rápido crecimiento poblacional en Talamanca y el prospecto de que este se convierta en una amenaza para la sostenibilidad de los ecosistemas (Borge Carvajal 2006). La preocupación compartida es que, si no se hace una intervención pronto, las poblaciones indígenas crecerán sin control y apostarán por formas menos sostenibles de agricultura (Borge Carvajal y Castillo 1997; Somarriba y Harvey 2003).12
Leída la situación en estos términos, la solución propuesta por los proyectos de desarrollo en la zona, generalmente, se ha centrado en dos actividades: primero, introducir nueva tecnología al espacio local para fomentar actividades económicas rentables y sostenibles, primordialmente en la forma de variedades híbridas de cacao que puedan resistir a infecciones de monilia, al tiempo que garanticen una alta productividad; y segundo, encontrar una forma de aumentar el valor económico de la agricultura local, ya sea promoviendo la venta de commodities, como productos orgánicos para la exportación, o bien promoviendo la mezcla de especies y cultivos de alto valor económico -como maderas preciosas y especias (pimienta, nuez moscada, vainilla, etc.)- dentro del espacio de la finca cacaotera o bananera (Parrish et al. 1999).
Esta lógica se ve expresada en la mayoría de los proyectos promovidos en Talamanca desde la década de 1990, especialmente el Proyecto Conservación para el Desarrollo Sostenible en América Central (OLAFO, 1989-1995), Namasöl (1996-1999) y BID-MAG (2006-2016). Lansing (2011) ya ha ofrecido un análisis detallado de Namasöl, el cual merece atención porque es el proyecto que cuenta con diagnósticos más profundos sobre la agricultura indígena. El objetivo era promover un cambio en la producción talamanqueña mediante la promoción de cambios tecnológicos que permitieran «evolucionar» la cultura bribri y cabécar (Borge Carvajal y Laforge 1996). Puntualmente, el argumento es que los agricultores talamanqueños son actores económicamente racionales que buscan maximizar la utilidad de su trabajo. Esto se hace mediante el uso de la agricultura tradicional como un subsidio económico para financiar cultivos orientados al mercado. Por ende, lo tradicional puede ser reconvertido para servir a la producción moderna de mercado. Proyectos posteriores han asumido esta hipótesis:
El desarrollo se construye a través de nuevos procesos productivos los cuales pueden ofrecer valor agregado a la producción tradicional, elevando la productividad y la calidad productiva, creando nuevas formas de empleo en nuevos sectores económicos no necesariamente agrícolas, como el turismo y la construcción, controlando los mecanismos que guían la intermediación comercial con el resto del país y vendiendo servicios ambientales, tal y como la protección de la biodiversidad, cuencas hidrográficas, conservación de paisajes y protección de las reservas biológicas, etc. (Borge Carvajal 2006, 33).
Basados en esta nueva lectura de la racionalidad de la agricultura indígena, nuevos análisis han señalado al cacao como un cultivo que puede resolver el problema dual de la agricultura indígena, como una commodity sostenible que sirva de alternativa a otras que no lo son. Al requerir poca cobertura forestal y sembrarse en zonas planas cercanas a los ríos y requerir un uso intensivo de pesticidas y fertilizantes, el monocultivo del plátano es considerado ecológicamente insostenible (Polidoro et al. 2008). El sistema tradicional tampoco se considera una alternativa, pues no hay garantías de que la productividad sea capaz de alcanzar los requerimientos proyectados de alimentos de la población en el futuro cercano, sin implicar mayor deforestación (Somarriba et al. 2003). En este contexto, el cacao se prefigura como la solución al problema de la agricultura indígena, ofreciendo una commodity, pero que es parte del sistema tradicional y que puede producirse en sistemas agroforestales. Así, ha surgido como la solución y el núcleo de las intervenciones agropecuarias del MAG y el CATIE de los últimos veinte años en Talamanca.
El CATIE y la intervención del cacao talamanqueño
El CATIE es un instituto de investigación académica para el desarrollo de la agricultura que también tiene incidencia en el diseño de políticas agropecuarias en Costa Rica y Centroamérica. Desde su fundación, ha sido crucial para la expansión del cacao en Costa Rica desde la década de 1950. Además, desde la década de 1980 emprendió un proceso de transferencia tecnológica alrededor del cultivo del cacao de Talamanca a través del Programa de Mejoramiento Genético del Cacao, el cual se ha enfocado desde hace más de treinta años «en crear variedades de cacao mejoradas, con el propósito de ponerlas a disposición de los productores para así aumentar su nivel de vida» (Estrada, Romero Castellano y Moreno Peraza 2011). Es así como se creó una importante colección de clones de cacao a partir del material genético encontrado en Talamanca (Rodríguez Echavarría 2020, 140).
Si bien el cacao costarricense no experimentó la Revolución Verde de la misma forma que hicieron otros cultivos comerciales, como el café,13 el CATIE colaboró con el Estado en políticas de promoción con un énfasis centrado en la maximización de rendimientos mediante material genético de alta productividad (véase fig. 3) y técnicas de cultivo (CATIE 1975). Eventualmente, el CATIE asumió un rol clave dando fundamento científico a las intervenciones del MAG para contener la monilia a inicios de la década de 1980 (SEPSA 1984). Este centro produjo las campañas de concientización y el material genético que el MAG utilizó para promover la remoción de las plantaciones infectadas y la resiembra del cacao hasta el cierre del Programa Nacional de Cacao en 1986.
Importa decir que el contexto económico-político más amplio del cacao costarricense cambió significativamente durante la década de 1980. Primero, la introducción de sistemas de cultivo intensivo de cacao en África Occidental y la entrada de competidores del Sureste Asiático, como Indonesia, provocaron la inundación del mercado internacional con cacao barato y una subsecuente reducción de los precios internacionales, los cuales no se han recuperado respecto a sus niveles en 1974 (Gilbert 2016). Segundo, las guerras civiles centroamericanas provocaron el colapso del Mercado Común desde la década de 1970, con serios efectos en la demanda interna ligada a la producción y exportación regional de derivados del cacao (Picado Umaña, Hernández Aguirre y Porras 2017). Finalmente, el cierre del PNC no puede desligarse del proceso de reforma interna que experimentaba el MAG, tras la Crisis de la Deuda y la subsecuente reforma neoliberal.
En efecto, el cierre del PNC implicó un cambio en el rol del CATIE, pues quedó sin una contraparte pública para desarrollar sus proyectos. Para Óscar Brenes, miembro y director del programa hasta 2018, «aunque el proyecto era positivo, el Estado decidió transferir el cacao al sector privado dada la carencia de recursos para financiar a los oficiales de extensión que se requerían».14 Este vacío provocó que actores no gubernamentales tomasen parte. El CATIE quedó a la cabeza de estos agentes de desarrollo. Simultáneamente, la naturaleza de la intervención del CATIE comenzó a cambiar dado que asumió un rol más activo en el desarrollo de proyectos de conservación y promoción del desarrollo sostenible en zonas de amortiguamiento de las áreas silvestres protegidas (CATIE y UICN 1992). El CATIE fue la entidad responsable de elaborar el primer plan de manejo del pila en 1982, así como el primer plan de manejo de la Reserva de Biósfera La Amistad en 1991, la cual incorpora a los territorios indígenas talamanqueños. Entre 1985 y 1995, la institución también desarrolló el Proyecto Conservación para el Desarrollo Sostenible en América Central (OLAFO, 1989-1995), el cual tenía como propósito identificar actividades económicas que pudieran proponerse a las poblaciones de indígenas que habitaran en o cerca del pila, con la intención de convencerlos de colaborar con la conservación. Precisamente, en el marco de este y otros proyectos paralelos, el CATIE comienza a concentrarse en la promoción de objetos específicos de intervención como la «agroforestería» (CATIE 1995).
La agroforestería fue identificada como un mecanismo que podía unir la experticia histórica del CATIE relativa al fomento del cacao con el nuevo interés de la cooperación internacional de promover el desarrollo sostenible y la conservación alrededor de áreas silvestres protegidas. Entendiendo la agroforestería como un sistema mezclado de cultivos agropecuarios y especies forestales para el mercado, el CATIE empezó a practicar con formas particulares de agroforestería en la que combinó el uso de árboles comerciales con el cultivo de cacao y otras especies durante la década de 1990 (Somarriba, Domínguez y Lucas 1994). Esta experiencia le permitió mantener su intervención sobre el cacao, replanteando la agroforestería como un instrumento de desarrollo para optimizar el medio ambiente y el sustento de las poblaciones locales. Durante los 2000, el CATIE también se involucró en un proyecto orientado a la maximización de la eficiencia económica de la finca cacaotera, promoviendo especies forestales de alto valor y luego combinando la agroforestería del cacao con pagos por servicios ambientales en bosques (Somarriba et al. 2008). En efecto, gran parte de los estudios del CATIE en esta década se concentraron no solo en argumentar que la agroforestería era un uso económicamente eficiente de la finca acorde con la agroexportación, sino también una práctica agrícola amigable con áreas silvestres protegidas y corredores biológicos (véanse Parrish et al. 1999; Polidoro et al. 2008; Somarriba 2004).
Este argumento se ha vuelto un componente central del dispositivo discursivo que ha tomado lugar en Talamanca y que hoy guía los proyectos de desarrollo. La alta susceptibilidad de las especies locales de cacao a la monilia ha justificado que el MAG señale que deben introducirse clones producidos por el CATIE, los cuales se valora que son más resistentes y cuentan con mayores rangos de productividad (MAG e IICA 2018). Al mismo tiempo, estos nuevos clones requieren la reeducación de las poblaciones locales en nuevas prácticas de cultivo. Intervenciones más recientes sugieren que es imperativo elevar la rentabilidad de la producción mediante la orientación de esta hacia mercados orgánicos, o bien aumentando las áreas productivas de cacao y su interrelación en sistemas de policultivo con especies de árboles comercialmente rentables. En pocas palabras, la agroforestería del cacao en Talamanca ha sido presentada como un uso eficiente y ecológicamente amigable del paisaje rural, pero con constreñimientos económicos y biológicos que requieren aún más intervenciones de desarrollo para facilitar su dispersión por Talamanca.
En el campo, los oficiales de extensión del MAG presentaron estos paquetes de técnicas en varios talleres con agricultores indígenas y campesinos durante la ejecución de esta investigación. Entre las prácticas promovidas está el aumento del espaciado entre las plantas de cacao para reducir la incidencia de la monilia, el uso de hileras diseñadas de plantas según sus potenciales de polinización, nuevas técnicas de podado y deschuponado de la fruta y el desarrollo de fertilizantes orgánicos (MAG e IICA 2018). En general, los casos más exitosos han sido las familias dueñas de las llamadas «fincas demostrativas». Estas son fincas apoyadas integralmente por el MAG para servir como ejemplo, reclutar a las demás familias agricultoras y promover la adopción de estas prácticas, lo cual corresponde con una práctica normal de acercamiento de esta y otras entidades a estas poblaciones. Aunque, incluso con ese apoyo, no se logran alcanzar los rendimientos productivos señalados por el CATIE en esas fincas, se puede afirmar que son más altos que el de otras fincas locales (comunicación personal, cacaotero de Cahuita).15 No obstante, incluso con estos casos demostrativos, la adopción de estas prácticas entre indígenas y campesinos no ha sido tan entusiasta como los personeros del MAG quisieran.
El cacao y el bienestar de los productores indígenas
A pesar de los esfuerzos de los profesionales del MAG y el CATIE para promover el cacao y estas nuevas prácticas de cultivo, el éxito ha sido limitado. La frustración entre los agrónomos entrevistados es común, muchas veces dirigida a la adopción superficial de sus instrucciones entre los beneficiarios. Como señaló un técnico del MAG:
Uno va a las fincas y se da cuenta de que no han removido las matas infectadas con monilia, incluso cuando sabían que tenían que cortarlas para producir. Ellos se vuelven descuidados, le ponen a uno excusas y terminan haciendo nada. Y, por favor, tome en cuenta que es muy sencillo, es solo podar las matas; pero no lo hacen adecuadamente, ni en el tiempo adecuado (2015, comunicación personal).
Otros expertos retoman viejos cuestionamientos sobre la falta de productividad a la hora de valorar la ausencia de efectividad de los proyectos, como señaló Eduardo Somarriba, agrónomo del CATIE:
Hay una cierta inercia en el sistema de producción indígena que tiene que ver mucho con el ocio y el esfuerzo, ¿no? Si vos ves el sistema de producción de cacao, es un sistema de producción con una inversión en mano de obra de alrededor de treinta jornales por hectárea. Con treinta jornales por hectárea, eso te fija un techo de lo que puedes esperar de productividad; nosotros pensamos que la inversión en términos de esfuerzo en mano de obra familiar para una hectárea de cacao manejada para lograr una productividad de seiscientos setencientos kilos debe subir a alrededor de setenta jornales. Y eso no están dispuestos a poner (2018, c. p.).
Lo mismo se revela a nivel de intervenciones. El Proyecto de Desarrollo Sostenible de la Cuenca Binacional del Río Sixaola (BID-MAG) fue implementado en 2009 con un préstamo de 30 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El BID-MAG promovía cultivar cacao en sistemas agroforestales con la intención de reducir el riesgo a desastres de las poblaciones talamanqueñas (Nessim et al. 2004). Para lograr esto, se distribuyeron miles de plantas híbridas de cacao capaces de alcanzar una mejor productividad y mayor resistencia a la monilia, entre centenares de agricultores indígenas junto con algunas herramientas e insumos orgánicos; y paralelamente se hicieron talleres con expertos para «educarlos» en nuevas técnicas de cultivo (MIDEPLAN 2003, 10). De este modo, aunque había un reconocimiento nominal de las culturas indígenas del cacao, los objetivos de BID-MAG eran económicos y centrados en la productividad. Lo comprueba el director del PNC en 2015:
Nuestra prioridad consiste en garantizar que la asistencia técnica llegue al productor y que esto se traduzca en un mejoramiento de su productividad. Nuestro objetivo es superar los niveles actuales de producción del área, que son, en promedio, de unos cien kilogramos por hectárea por año, y tomarlos por encima de los mil kilogramos, dado que eso es lo que el material genético utilizado nos permite.
No obstante, la resistencia de los productores indígenas se sustenta en una serie de problemas intrínsecos a la comercialización de cacao, como bajos precios y poca atención en apoyos gubernamentales fuera del mejoramiento tecnológico.16 Diez años después del inicio de ejecución del BID-MAG, momento en el cual las nuevas plantas de cacao son más productivas, los cacaoteros de Talamanca expresan sus preocupaciones sociales y económicas. Los precios de mercado se encuentran normalmente por debajo del precio internacional y fluctúan frecuentemente. No hay sistemas de información que ofrezcan precios actualizados de compra y esa incertidumbre, aunada a los pocos compradores en la región, hacen que los intermediarios y procesadores tienen un poder significativo en la cadena de mercancía local. Son muy pocos los agricultores que comparan precios de mercado, una razón probable es que un mejor trabajo de inteligencia del mercado regional de los productores no sería compensado por mejores precios. Por ejemplo, en Talamanca, el precio de mercado del kilogramo de cacao en baba (sin secar) no supera los 1.03 dólares, con una variación entre compradores finales e intermediarios de entre 0.069 y 0.17 centavos de dólar en 2019 (IICA 2018).
Efectivamente, para Gerardina Morales y Faustina Torres, lideresas de la ACOMUITA (véase fig. 4), la experiencia con los clones del CATIE no fue positiva. Ellas afirman que «la experiencia mala fue la del CATIE, ellos les duele mucho decir que nosotros digamos esto, pero es cierto, pasaron como diez años con injertaciones que sinceramente nos dejó endeudados [...] nunca cosecharon, nunca produjeron» (5 de marzo del 2019, c. p.). Los productores cacaoteros de Talamanca expresan sus preocupaciones sociales y económicas relativas a un acceso limitado a insumos productivos y servicios de extensión, a debilidades organizativas, a opciones limitadas para aumentar los beneficios, a los bajos precios de compra y a una marcada dependencia de muy pocos compradores e intermediarios a nivel local, nacional e internacional. Todos los cuales son temas que no han sido abordados de la misma manera que la productividad en los treinta años de intervenciones.
En la tabla 1, se ofrece un resumen de las 36 iniciativas públicas y privadas de fomento de cacao que se han implementado en Talamanca desde la década de 1960 y que fueron mapeadas para este artículo. Están clasificadas según el actor que las propuso (por ejemplo, Estado, organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales, empresa privada, etc.) y categorizadas según sus áreas de acción y objetivos de proyectos. Como se puede ver, la gran mayoría de las intervenciones y, en especial, las que asignan mayores cantidades de fondos se han dedicado al mejoramiento de los materiales productivos mediante la entrega de clones y, desde la década de 1990, a la diversificación productiva en finca. Sin embargo, proyectos de información de mercado, apoyo a organizaciones de productores, calidad y mejoramiento del producto y comercialización no han sido atendidos. Esto sucede a pesar de que productores entrevistados identifican los bajos precios de compra, las asimetrías de la cadena y la limitada información de mercados como los problemas más importantes.
Objetivos | 1960-1964 | 1965-1969 | 1970-1974 | 1975-1979 | 1980-1984 | 1985-1989 | 1990-1994 | 1995-1999 | 2000-2004 | 2005-2009 | 2010-2014 | 2015-2020 |
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Expansión de cacaotales | E | E | E | E | ||||||||
Rehabilitación de cacaotales | E | E | ||||||||||
Mejoramiento de materiales | E | EO | EO | E | E | O | E | EO | EO | E | ||
Mejoramiento de productividad | E | O | E | E | ||||||||
Control de pestes y enfermedades | EO | EPO | E | E | ||||||||
Calidad y manejo del cacao producido | P | |||||||||||
SAF y recursos naturales | O | O | O | O | ||||||||
Diversificación de ingresos al productor | O | O | E | EO | EO | |||||||
Financiamiento de la producción | E | E | ||||||||||
Comercialización y cadenas productivas | OC | E | ||||||||||
Información de mercado y precios | ||||||||||||
Estándares de sostenibilidad | O | EO | ||||||||||
Apoyo a organizaciones de productores | E | O | O | |||||||||
Mejoramiento de infraestructura | E | OC | O |
E: intervenciones estatales, O: intervenciones de organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales y académicos, P: intervenciones de la empresa privada.
Construcción propia a partir de la revisión de archivos de proyectos de promoción del cacao.
Así, la única alternativa para los productores es la venta a empresas chocolateras locales, las cuales venden al turismo en Puerto Viejo y Puerto Limón, y en pocos casos exportan bienes terminados al extranjero (véase fig. 5). Dados los requerimientos de un cacao de alta calidad para su producción, estas empresas suelen comprar a precios más altos (hasta 1.74 dólares por kilogramo de cacao seco). No obstante, las empresas chocolateras locales compiten en un mercado pequeño y vinculado a temporadas de alta visita. De este modo, sus compras son irregulares en el año y se concentran en productores con quienes tienen convenios de compra y pueden financiar un manejo adecuado de sus fincas para garantizar calidad. Dado el costo -en insumos y mano de obra-, para hacer esto solo unos pocos indígenas estarían en condiciones de producir en esta cadena particular. Además, importa decir aquí que, si bien el actual Plan Nacional de Cacao del MAG -a ejecutarse entre 2018 y 2028- señala el interés de que Costa Rica desarrolle cacao de alta calidad como su elemento diferenciador, esta nunca ha sido la apuesta nacional, incluso en el último ciclo de auge del cacao durante la década de 1960, y difícilmente se logrará alcanzar una reputación como esa hoy, considerando que el cacao exportado anualmente por Costa Rica se estima en menos de un 5 % del que se exportaba en 1963 (Picado Umaña, Hernández Aguirre y Porras 2017).
Los productores talamanqueños están justificadamente preocupados de que el cacao no constituya una fuente adecuada de ingresos. Estudios del Instituto Nacional de Transferencia Agropecuaria (Sánchez 2019) confirman esta situación, al reconocer que la única forma de que una finca cacaotera garantice un retorno equivalente al salario mínimo es si tiene un área superior a cinco hectáreas. Bajo este supuesto, la producción indígena de cacao es insostenible, pues, según el censo agropecuario nacional de 2014, un 65 % de las fincas de Talamanca son menores de dos hectáreas. Si a esto se suma que muchos cacaotales en fincas más grandes tienen edades superiores a treinta años y que no hay programas de crédito para rehabilitar fincas, no se puede evitar la conclusión de que el cacao «es bastante riesgoso, un bajonazo en el precio puede significar situaciones muy difíciles» (Sánchez 2019). Al no ser rentable y considerando que la inversión en la finca debe hacerse cinco años antes de tener producción estable, la productividad es razonablemente baja. Está claro que las pocas posibilidades de un retorno razonable para la rehabilitación hacen que la opción menos riesgosa para el productor sea beneficiarse de la producción incidental de su plantación y reducir costos de manejo.
Conclusiones
La monilia fue un desastre agropecuario que destruyó el sustento de miles de agricultores y sus familias, pero también fue una oportunidad para el desarrollo, específicamente, para fomentar el abandono del conocimiento local, en favor de naturalezas globalizadas y tecnificadas. El cacao -cultivado en el Sur Global para ser mayoritariamente consumido como chocolate en el Norte-, para el Estado costarricense, tiene sentido solamente con relación al mercado. Aunque pueden genuinamente buscar el mejoramiento de la vida de las personas pobres, los proyectos de desarrollo también son vehículos para reorientar la relación sociedad-naturaleza, reformulándola según los requerimientos del capital (Li 2007). Posicionándose discursivamente como «soluciones técnicas», estas intervenciones abordan lo que perciben como problemas inherentes de la agricultura indígena de baja intensidad, la cual se presenta como atrapada en una condición de pobreza debido a su aislamiento del conocimiento occidental y la economía capitalista (Ferguson 1994).
En este artículo se ha argumentado que los proyectos para el mejoramiento del material genético y las prácticas productivas del cacao en Talamanca se enmarcan históricamente en una misión económica y cultural más amplia de «modernización» de las prácticas ambientales y de subsistencia de las poblaciones indígenas de Talamanca desde el siglo XIX (véase tabla 2). La política de transferencia tecnológica implementada en Talamanca ha servido para promover sistemas modernos de producción de alimentos a costa de otras formas de manejo. Tras su comercialización capitalista, basada en el despojo y la exclusión social de indígenas de la producción verticalmente integrada de la UFCO entre 1910 y 1948, el cacao adquirió una atención mayor.
Época | Economía política global/nacional | Periodización específica para Talamanca | Forma de integración económica del cacao talamanqueño | Mecanismos del «productivismo» en Talamanca |
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Liberalismo (1870-1930) | Capitalismo agrario, régimen alimentario imperial17 y economía de enclave | Entrada y permanencia de empresas predecesoras a la UFCO (1890-1910)18 y establecimiento y «abandono» de la UFCO en Talamanca (1910-1948). | Transnacional. Producción de cacao por empresas transnacionales verticalmente integradas que cultivan, compran cacao a gente local y exportan, en bruto y sin mucha diferenciación. | Denuncias de tierras a favor de agroexportación y expropiación violenta de indígenas por plantaciones agroexportadoras; exclusión de indígenas de participación en la UFCO como fuerza laboral; la UFCO experimenta y difunde variedades de cacao con altos rendimientos productivos. |
Desarrollismo (1950-1980) | Industrialización por sustitución de importaciones, Mercado Común Centroamericano y régimen alimentario intensivo | Periodo postabandono de la UFCO. Estado comienza a intervenir Talamanca mediante programas de redistribución de tierras y atención al precarismo (1950-1980). | Transnacional y nacional. Producción local de cacao en bruto para la UFCO y subsidiarias que comercializan y exportan, pero también cacao para suplir mercado nacional y regional de subproductos protegidos por el MCCA. Énfasis en cacao en bruto sin mucha diferenciación. | Revolución Verde: modernización basada en técnicas productivas y difusión de variedades con altos rendimientos; terminan los denuncios, pero se promueven unidades campesinas orientadas a la agroexportación y producción nacional |
Atención de la monilia y abandono de la producción (1978-1985) | Programas de ajuste estructural y políticas de diversificación de las exportaciones agropecuarias | Cacaotales enfermos, empieza un proceso de reducción de la producción. Se reduce en un 90 % la exportación de cacao. | El cacao fue sistemáticamente abandonado, tanto por agricultores como el MAG. Integración desde la investigación y la conservación (mejoramiento genético y cacao para apoyar la conservación ambiental). | Introducción de variedades genéticamente modificadas y resistentes a la monilia en Talamanca. Renuncia al proceso de producción tradicional y al cacao criollo y transición a la producción agroforestal. |
Neoliberalismo (1985-hoy) | Capitalismo corporativo, régimen alimentario corporativo | Políticas de ajuste estructural y libre comercio (1980-actualidad), producción de cacao post-Monilia (1978-actualidad), esfuerzos de conservación en zonas de amortiguamiento cerca de áreas protegidas (1990-actualidad). | Transnacional, basada en integración con cadenas globales de alimentos controladas por grandes transnacionales extranjeras. Énfasis en promover cacao nicho de alta calidad (por ejemplo, orgánico y sostenible; cacao fino). |
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Elaboración propia.
En el contexto del desarrollismo y la Revolución Verde, el cacao fue promovido enfatizando la eliminación de especies locales y la promoción de variedades de alta productividad y sistemas de plantaciones para la agroexportación, muy similares a la producción transnacional del periodo previo. Luego del advenimiento de la monilia, el fomento del cacao ha seguido un curso ligeramente distinto. Ahora está más orientado a la promoción de cultivos amigables a la conservación, pero en los cuales siempre se promueven prácticas agrícolas que modifican usos tradicionales de suelos (Ramírez Cover 2017). La optimización económica de las fincas cacaoteras talamanqueñas, esta vez centradas en variedades de alta productividad resilientes a enfermedades en sistemas agroforestales, siempre se basa en la premisa de que el problema de la agricultura indígena es su baja productividad.
Esto demuestra la relevancia de una crítica poscolonial de la política agraria costarricense. Se ha demostrado cómo, mediante el relato de la larga historia de formaciones discursivas que re-construyen la relación entre indígenas y naturaleza, los proyectos de promoción del cacao prefiguran la mercantilización del territorio indígena como la única solución de desarrollo. También se ha probado cómo, a pesar de las intervenciones de los últimos treinta años, el cacao sigue siendo poco práctico económicamente. En efecto, los mercados de cacao son asimétricos, débiles, fluctuantes y poco beneficiosos para las comunidades indígenas.
Si bien es cierto que ha habido numerosas y diversas intervenciones para el mejoramiento del cacao -tanto antes como después de la llegada de la monilia (véanse Quesada Camacho 1987; Somarriba y Beer 1999)- y que todas estas han existido durante el periodo que el financiamiento de cada proyecto permite, en conjunto, estos proyectos forman parte de un mismo repertorio de acción, compuestos de formas heterogéneas de conocimiento práctico, vocabularios, técnicas y tipos de autoridad, o lo que Foucault (2006) llama «dispositivo». Específicamente para Talamanca, este dispositivo problematiza las tradiciones agrícolas de los indígenas talamanqueños, considerándolas poco productivas y demandando intervenciones técnico-políticas que promuevan su rectificación mediante la optimización económica del material genético y las técnicas de cultivo, para facilitar la comercialización de commodities articuladas al capitalismo global.