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Trace (México, DF)

versión On-line ISSN 2007-2392versión impresa ISSN 0185-6286

Trace (Méx. DF)  no.81 Ciudad de México ene. 2022  Epub 01-Ene-2022

https://doi.org/10.22134/trace.81.2022.807 

Sección temática

Entre lo comunitario y la escasez: La práctica de la agricultura urbana en la zona oriente del Valle de México

Between the community and scarcity: The practice of urban agriculture in the eastern zone of the Valley of Mexico

Silvia Iveth Moreno Gaytán* 

* Becaria del Programa de Becas Posdoctorales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM), México, morena.05.yo09@gmail.com.


Resumen:

El objetivo central del presente artículo es abordar la función de la agricultura urbana como práctica de apropiación del espacio urbano y la construcción comunitaria encaminada a generar sistemas alimentarios locales. El texto analiza un triple caso de estudio en el que se aplicaron técnicas cualitativas en áreas periféricas populares al oriente de la zona metropolitana de la Ciudad de México, con lo cual se evidencian las innovaciones y estrategias alimentarias a microescala, que son poco valorizadas fuera del ámbito local, debido al bajo capital tecnológico y digital para la difusión de sus alcances. Los resultados presentan rasgos particulares sobre la revalorización de los espacios ecológicos y ociosos en áreas urbanas, así como sobre la construcción de formas diferenciadas de habitar los contextos urbanos y sobre el modo en el que se teje el sentido de pertenencia de una comunidad que recupera los recursos territoriales a través de reconocer momentos críticos que influyen en la reinvención de prácticas y en la generación de estrategias de apoyo mutuo.

Palabras clave: agricultura; local; urbano; colonias populares; territorio

Abstract:

The main objective of the present paper is to address the function of urban agriculture as a practice of appropriation of urban space and community construction aimed at generating local food. The text analyzes a triple case study in which qualitative techniques were applied in popular peripheral areas to the east of the metropolitan area of Mexico City, which shows the innovations and food practices on a micro scale that are little valued outside of the local sphere due to the low technological and digital capital for the spreading of their scope. The results present particular features on the revaluation of idle spaces and ecological reserves within urban areas, as well as the construction of differentiated ways of inhabiting urban contexts and the way in which the sense of belonging of a community that recovers territorial resources is woven through the recognition of critical moments that influence the reinvention of practices and the generation of mutual support strategies.

Keywords: agriculture; local; urban; popular neighborhoods; territory

Résumé:

Cet article o pour objectif l’analyse des pratiques de l’agriculture urbaine, entendues comme une forme d’appropriation de l’espace urbain et de la construction communautaire visant à établir des réseaux d’alimentation. Le texte offre une triple étude de cas à partir de quartiers populaires de l’orient de la zone métropolitaine de Mexico. Sur la base de techniques quantitatives, l’article met en évidence les innovations sociales et les pratiques pour la souveineté alimentaire à échelle micro, lesquelles tendent à être peu valorisées en raison du bas capital technologique et digital nécessaire pour la diffusion de leur couverture. Les résultats présentent de quelle façon les savoirs d’origine rurale se revalorisent et comment se construisent les formes diférenciées d’habiter les contextes urbains. Ils démontrent la présence d’un sentiment d’appartenance à la communauté, capable de récupérer les ressources territoriales à travers la reconnaissance des moments critiques, de réinventar des pratiques et de générer des stratégies d’appui mutuel.

Mots-clés: agriculture; local; urbain; quartiers populaires; territoire

Introducción

El siglo XXI transcurre marcando la desigualdad social y el poco bienestar en algunos países y en diferentes sectores de la población, problemas agravados como consecuencia de las crisis económicas, sociales, ambientales y de salud por las que atraviesa la humanidad. Las polaridades y devenires en menos de un cuarto del siglo resaltan las contradicciones que enfrenta el modelo económico neoliberal global.

A nivel mundial, el incremento en el precio de los alimentos inició desde 2007 empeorando los índices de hambre en varias regiones. Las causas de la elevación de los costos se vincularon con la carestía de alimentos debido al cambio climático: sequía, incremento de temperatura, huracanes, lluvia excesiva e inundaciones que provocaron la pérdida de cosechas (FAO 2011). Por otra parte, la especulación financiera dañó el mercado global de alimentos y generó pérdidas millonarias en cultivos básicos, como los granos. En conjunto, dichos sucesos vulneraron el derecho a la alimentación y propiciaron que las comunidades organizaran formas alternativas de consumir alimentos sanos y accesibles, generando así el debate sobre el derecho a la alimentación y a la justicia y soberanía alimentarias. En este sentido, una de las poblaciones que vio empeorado su derecho a la alimentación fue aquella que habita en las ciudades porque no cuenta con tierra ni recursos naturales para producir alimentos, pues, mayoritariamente, vive subordinada a los alimentos y a la energía que terceros le proporcionan o acercan. Sin embargo, la población urbana cuenta con una capacidad creativa y un capital cultural (Bourdieu 1979) que le permitió generar y reorganizar la producción de alimentos frescos y nutritivos bajo esquemas alternativos de producción, así como la venta de semillas y alimentos a pequeña escala para contar con cierta independencia del mercado convencional de distribución capitalista. A partir de consolidar sitios pequeños que propician la vida comunitaria y la producción de alimentos sanos se ha logrado alcanzar cierto grado de autoconsumo, con miras a contribuir a la soberanía alimentaria de México. Es por ello que, con el afán de contar con un sistema alimentario sustentable para la ciudad (Lomnitz 1998), la agricultura y los proyectos de incidencia comunitaria en el ámbito urbano comenzaron a emerger para reactivar lazos y redes vulneradas por sucesos globales con incidencia en la escala local.

Este texto aborda la función que ocupa la práctica de la agricultura urbana como forma de apropiación del espacio urbano y de construcción comunitaria encaminada a generar sistemas alimentarios locales. El análisis se realiza con la revisión de tres casos de estudio en áreas populares al oriente de la zona metropolitana de la Ciudad de México que muestran cómo se generan innovaciones y estrategias alimentarias a microescala. Dos de los casos de estudio se localizan en la alcaldía de Iztapalapa. Uno de estos se ubica en la denominada Sierra de Santa Catarina, entre las colonias Lomas Estancia y Coronillas. El segundo se localiza al sur de la alcaldía, en el predio conocido como El Molino, en colindancia con Xochimilco, en el conjunto habitacional Cananea. El último se sitúa en el oriente del Estado de México, en el municipio de Valle de Chalco Solidaridad. En los tres casos, la población inició procesos de recuperación de espacios para la producción de alimentos.

La agricultura en la ciudad

En la última década, la práctica de la agricultura urbana está resurgiendo con fuerza con la intención de mitigar el hambre y generar sentidos comunitarios (Fernández de Casadevante y Morán Alonso 2012). Algunos de los motivos para su emergencia estriban en las crisis económicas, de salud y climáticas que han azotado a la población en el siglo XXI. La agricultura en la ciudad significó un fenómeno vinculado a la propia expansión de lo urbano porque los núcleos agrarios fueron absorbiéndose y abandonándose debido a que, durante el siglo XX, la construcción de las ciudades, por lo menos en México, tendió a expulsar del espacio urbano a todo aquello relacionado con las actividades agropecuarias. Hubo una tendencia a modernizar las ciudades que no contemplaba actividades primarias ni espacios dedicados al cuidado del medio ambiente. A nivel mundial, durante el siglo XX, las ciudades vivieron sucesos que forzaron a las sociedades urbanas a generar estrategias para autoalimentarse y sobrevivir. Como consecuencia de dicho proceso, se organizaron movimientos sociales en los que los actores locales articularon redes de apoyo mutuo (Soja 2014), al mismo tiempo que gestionaron con instituciones y autoridades locales espacios para producir alimentos a partir de la práctica de la agricultura. Esta capacidad de sobrevivencia se relaciona con el resurgir cíclico de la agricultura urbana, constantemente vinculada con episodios de crisis económicas, bélicas, de salud, ambientales y, recientemente, articulada a la resiliencia comunitaria.

A partir de 1980, el hábitat común para la población fue lo urbano y se agudizó con la imposición del modelo neoliberal para construir la ciudad, donde las poblaciones con escasas oportunidades y bajos niveles educativos e instruccionales no podían acceder a mejores empleos dentro del mercado formal y tampoco podían adquirir vivienda en las zonas privilegiadas, resguardadas para aquellos que pudieran pagar el valor del suelo. La Ciudad de México se fue edificando con el estilo impuesto por el urbanismo neoliberal (Janoschka 2011). David Harvey (2013) ha señalado que este tipo de edificación de la ciudad responde a meras demandas de mercancías; la urbanización juega la particular función de acumular el capital por largos periodos de trabajo, dar larga vida a la mayoría de las inversiones y proveer pautas cambiantes de flujo de mercancías. En ese sentido, las ciudades «han sido uno de los medios clave para la absorción de los excedentes de capital y de trabajo durante toda la historia del capitalismo» (73).

En esta configuración capitalista neoliberal de la ciudad, la población que ahí reside es observada como mera consumidora y es reflejo de cómo funcionan los sistemas alimentarios globales. En los modelos de ciudad explicados por Harvey, los habitantes de lo urbano se reducen a consumidores porque no hay interacción entre los productores con aquellos que disfrutan de los servicios o alimentos (consumidores), y existe lejanía entre lo rural y lo urbano, entre naturaleza y sociedad. Esto ha conducido a una decreciente cultura alimentaria y a una aguda carencia en la preparación sana de alimentos. La distribución juega un papel dominante y el supermercado es el templo del moderno sistema alimentario (Patel 2009; Urquía-Fernández 2014). El supermercado representa una invención capitalista ejemplar en la superabundancia alimentaria con una falsa sensación de libertad de elección, supeditada a poseer los recursos económicos para comprar alimentos de calidad. Justo en estos modelos de ciudad sale a relucir el hambre y la malnutrición de sectores de la población que no cuentan con recursos económicos suficientes para adquirir alimentos sanos.

Los alimentos convertidos en mercancías generan dos tipos de oferta: aquellos de excelente calidad que provienen de todas partes del mundo, disponibles para quien pueda pagar sus altos costos; y alimentos baratos, altamente procesados, de pobre calidad y con altos niveles de conservadores, con los que se alimentan diariamente millones de pobres urbanos en el mundo (Sen y Dréze 2002). Estos últimos, a decir de diferentes estudios nutricionales, son causantes de diversas pandemias mundiales como la obesidad, la hipertensión, la diabetes y la deficiencia de micronutrientes en la dieta de poblaciones vulnerables (Rodríguez Vázquez y Gammage 2012). En las zonas urbanas pobres esta distribución de alimentos ha ocasionado el surgimiento del fenómeno conocido como desiertos alimentarios, es decir, espacios urbanos de bajos ingresos donde no existe o es muy limitado el acceso a alimentos frescos variados -frutas y verduras- y de alto valor nutricional -granos y leguminosas-.1 En los desiertos alimentarios no hay acceso físico a alimentos nutritivos y los puntos de venta están muy alejados. Dicha situación condiciona la salud y la alimentación al dinero disponible para tener una dieta adecuada, colocando a los sectores populares en desventaja, ya que los supermercados no se instalan en zonas de alta marginación.

Junto a toda su área de influencia, la Ciudad de México es un vivo ejemplo de cómo se ha creado un sistema alimentario desigual en el que existe disponibilidad alimentaria suficiente pero inaccesible para ciertos grupos de personas que no cuentan con los ingresos económicos para lograr alimentarse adecuadamente (Sen y Dréze 2002; CONEVAL 2010). De tal manera que los habitantes urbanos necesitan de más activos para alimentarse de forma suficiente y con calidad en los nutrientes. Así, se coloca a la población como mera observadora de la construcción de la ciudad mediante algún agente externo: mercado, gobierno, Estado; como si los habitantes no fueran agentes activos y participativos de la construcción espacial de lo urbano. Esta forma de concebir a la ciudad deja de lado a la población, que inyecta de cambios sociales, construye demandas, exige derechos y reinventa la ciudad de acuerdo a sus deseos y necesidades y, además, busca el ejercicio del poder en un marco colectivo (Harvey 2013).

Con las crisis actuales del siglo XXI, se pueden reinventar espacios en la ciudad en el ejercicio del derecho a ella, el derecho a la alimentación y a la construcción espacial de la que debieran gozar las sociedades. La ciudad es capaz de convertirse en un espacio en el que se ejerzan valores comunitarios. La ciudad puede concebirse como un campo de acción que da paso a la conformación de sistemas alimentarios con los recursos locales y de proximidad geográfica, incluso bajo las reglas capitalistas, pero con esquemas que permiten el crecimiento de la solidaridad y la reciprocidad y dar cabida a algunas tendencias, como la resiliencia social.

Este cambio de percepción a nivel local resalta las dinámicas que imperan en la reinvención social y obligan a estudiar fenómenos que ocurren en áreas urbanas, entendiendo que las ciudades están convirtiéndose en los principales territorios de intervención y planificación de estrategias con menores recursos naturales que tienen como objetivo la construcción de sistemas alimentarios sustentables (Appendini, McNair y Stanford 2012). Esto implica un cambio de perspectiva en el que la ciudad se concibe como un espacio de construcción socioespacial donde sus habitantes son activos en la configuración de la dinámica territorial.

En ese sentido, se logra apreciar a la ciudad como un espacio local contemporáneo en donde se desarrollan prácticas de autonomía y autogestión como reacción al deterioro social, combatiendo así la malnutrición que sufren millones de personas. Los habitantes de estos territorios fueron forzados a experimentar políticas públicas de un sistema alimentario que está por encima de las consideraciones ambientales, sociales y de salud.

El contexto de las colonias populares del oriente de la zona metropolitana de la Ciudad de México

La Ciudad de México comenzó a expandirse hacia el oriente sobre suelos ejidales y de uso agrícola en la década de 1970. La región está integrada por Iztapalapa, Tláhuac, Milpa Alta y Xochimilco; colinda con la zona oriente del Estado de México, constituida por 37 municipios, de los cuales La Paz, Ixtapaluca, Chalco, Valle de Chalco, Chimalhuacán y Chicoloapan tuvieron expansión urbana sobre terrenos ejidales en la misma década, presentando una tasa de crecimiento poblacional mayor al 3 % (Moreno Sánchez 2002). Esta gran área tuvo un proceso de urbanización acelerado en el que no se tomaron en cuenta la conservación y el manejo de los recursos naturales y, menos aún, se consideró una relación armoniosa con todas las áreas rurales.

A casi cincuenta años de la consolidación de la ocupación territorial de la zona metropolitana oriente, caracterizada por la conformación de colonias populares, su población exige el derecho a disfrutar espacios para la recreación, el esparcimiento, el deporte y el cuidado del medio ambiente, de reserva ecológica y de vinculación con la tierra ante el deterioro social de barrios con altos niveles de delincuencia, violencia y carencia de sentido comunitario. De este modo, en distintos barrios populares, comenzaron a recuperarse espacios para la práctica de la agricultura urbana como una vía posible para frenar o resarcir la decadencia social y de la misma infraestructura urbana.

Las áreas donde se encuentran los casos de estudio son parte de la expansión de la ciudad y de las dificultades que dicho fenómeno acarrea. No son espacios previamente pensados y diseñados como parte del urbanismo neoliberal, sino espacios autoconstruidos que, una vez consolidada la organización barrial, consiguieron ser dotados de servicios. Los residentes aglutinados en colectivos exigieron una participación en la producción urbana para luchar contra la segregación espacial, la exclusión de residencia, la injusticia ambiental y la estigmatización de la pobreza (Sugranyes 2010). Todo ello puede enmarcarse en varias perspectivas, como el ejercicio del derecho a la ciudad, el derecho a la alimentación y del disfrute del medio ambiente con una clara visión de garantizar su manejo y conservación para que futuras generaciones gocen de los recursos naturales. Tales reivindicaciones se enraízan en el espacio local mediante prácticas de planificación y gestión colaborativa con las que las comunidades se apropian del espacio, lo recrean y piensan en su proyección hacia el futuro.

Por otra parte, existen prácticas para incentivar la producción orgánica y el comercio justo y solidario. Pocos estudios de caso se han realizado en las colonias de los sectores populares donde comienza una preocupación por alimentarse mejor y consumir alimentos libres de agroquímicos, pero que no pueden pagar por alimentos con sellos orgánicos, sino que pretenden recuperar sus conocimientos de agricultura y llevarla a la práctica sobre los espacios que tienen disponibles en sus barrios. Hay casos añejos de agricultura urbana, herederos de la tradición agrícola campesina mexicana, que no abandonaron dicha práctica pese a la expansión de la ciudad, y existen colectivos que están recuperando espacios abandonados o públicos para producir alimentos. La diferencia sustancial entre los casos en las colonias populares y otros casos en la zona central de la ciudad es que entre los productores populares hay poco o nulo acceso a las nuevas tecnologías de la información y conectividad a internet, por lo que los alcances en redes sociales son bajos. La difusión y trasmisión de los logros de la agricultura urbana se realizan en el entorno inmediato, que es de difícil acceso, alejado de medios de transporte masivo (metro o metrobús); añadiendo que los sitios donde se localizan los huertos son considerados peligrosos y con un alto índice delictivo. Por otra parte, el nivel de escolaridad y grado de instrucción de las personas que participan es bajo (de nueve años en promedio, con secundaria terminada), aunque hay personas que tienen niveles educativos superiores. Estas condiciones dificultan la gestión, difusión e impacto comunitario de los alcances de la agricultura urbana (véase fig. 1).

Figura 1 Localización de huertos urbanos en el municipio de Valle de Chalco Solidaridad y alcaldía Iztapalapa. Elaboración propia. 

Nota metodológica

El presente artículo es resultado de una investigación más amplia acerca de la territorialidad y los sistemas agroalimentarios en el oriente del Valle de México. En esta zona aún existen procesos emergentes de autogestión y recuperación de espacios, pese a las configuraciones estructurales del urbanismo neoliberal que relegó al área como periferia, designación con características negativas sobre la población que ahí reside a la que se le atribuyen particularidades casi intrínsecas de pobres y delincuentes que van a trabajar a la zona central de la ciudad (véase fig. 1).

Los datos que se presentan son resultado de la investigación cualitativa en tres casos de estudio, dos de estos en la alcaldía Iztapalapa, en colonias populares pertenecientes a los Programas Parciales de Desarrollo Urbano, antes Zonas Especiales de Desarrollo Controlado (ZEDEC).2 Uno se encuentra en la parte alta de la alcaldía, en la Sierra de Santa Catarina, al que se accede por las colonias Coronillas y Lomas Estancia; otro está en el predio conocido como El Molino, localizado al sur, en colindancia con Xochimilco, específicamente en Cananea; el tercer caso se ubica en el municipio de Valle de Chalco Solidaridad, en el Estado de México. Todas las áreas de estudio tienen índices de alta marginación y un alto nivel delictivo.3

Para recopilar información cualitativa se emplearon herramientas comunes en principio: combinando trabajo de observación participante, asistencia a asambleas y reuniones, asistencia a talleres y eventos organizados en los huertos o en las sedes de los colectivos que gestionan la agricultura urbana. Toda esa información se estructuró y seleccionó para una tarea reflexiva acerca de la construcción de la historia de los huertos y del espacio en la periferia de la ciudad. Se realizaron entrevistas a profundidad a informantes que los participantes reconocen como líderes de los huertos. En las entrevistas se buscó que las personas respondieran a las siguientes inquietudes: ¿Por qué la necesidad de un huerto en la ciudad?

¿De dónde nace la idea? ¿Cuántos años tiene el proyecto? ¿De dónde salió el financiamiento? ¿De quién es el suelo donde se produce? ¿Cómo se ha gestionado el espacio? ¿Cuántas personas participan? ¿Cómo se organizan? ¿Cómo se distribuye el trabajo? ¿Cómo se distribuye la cosecha? ¿Qué has aprendido con tu participación? ¿Qué has enseñado? ¿Qué te impulsa a seguir con tu participación? ¿A dónde va el proyecto? También se georreferenciaron los huertos urbanos, buscando una panorámica territorial de la situación urbana (véase fig. 1).

La pandemia del covid-19 obligó a replantear las técnicas para obtener información cualitativa. Se complicó la observación participante y todo evento presencial. Cabe destacar que, en las zonas de estudio, la curva de contagios, hasta la fecha de envío del presente artículo, es muy elevada, porque la población tiene empleos informales y puede seguir poco las medidas de confinamiento. Durante este periodo, el seguimiento ha sido por teléfono, intercambio de imágenes de la producción, grabaciones de voz y, en pocas ocasiones, videos. Algo trascendental es que los participantes en los huertos estaban muy contentos con los resultados, por lo que no dejaron de compartir evidencias de los logros. Fue hasta el cambio del semáforo de rojo a anaranjado que se pudo constatar la información enviada por los informantes que sí tienen acceso a teléfonos celulares y disponibilidad de datos. Sin duda, las imágenes fueron totalmente contrastantes entre el periodo anterior al confinamiento y el que se vive en la actualidad, bajo el semáforo anaranjado (véase fig. 2).

Figura 2.  A: Terreno usado para la agricultura en la Sierra de Santa Catarina (julio de 2020).B: Huerto antes del covid-19 (marzo de 2019). C: Huerto durante la pandemia (julio de 2020).D: Huerto en Valle de Chalco antes de la pandemia de covid-19 (enero de 2020).E: Huerto durante la pandemia (julio de 2020).  

Agricultura en la Sierra de Santa Catarina

Una práctica de agricultura urbana con varios años de experiencia se localiza entre las colonias Lomas Estancia y Coronillas, en parte del suelo de conservación de la Sierra de Santa Catarina, en lo que los pobladores denominan «joyas». Dos agrupaciones -una de ejidatarios y otra autonombrada Ni un Paso Atrás, de por lo menos quince personas- pretenden preservar la agricultura agroecológica que llevan practicando por lo menos desde hace treinta años. La zona se caracteriza como asentamiento popular, fundado y poblado alrededor de la década de 1970.

En esta zona de la Ciudad de México, las colonias populares se constituyeron sobre tierras ejidales. Posteriormente, o a la par de la construcción de la vivienda, las autoridades gubernamentales dotaron de servicios e infraestructura urbana a las colonias. Esta forma de expansión de lo urbano fue atrapando a los núcleos agrarios, productores de ganado menor y de agricultura intensiva. Sin embargo, con la constitución de las colonias populares, los campesinos fueron abandonando, aunque no del todo, la actividad agrícola y pecuaria. Dicha situación permitió que, hasta el día de hoy, persista la agricultura.

Las colonias populares en Iztapalapa se fundaron con sectores de la población que no contaban con la capacidad y acceso a la adquisición de vivienda, por lo que se aglutinaron en colectivos para realizar asentamientos urbanos en predios que pudieran irse regularizando y equipando. La mayoría de la población que llegó a vivir a estos asentamientos emigró del campo a la ciudad. Al momento de la consolidación de las colonias populares no se desarrollaron, aunque se contemplaron, áreas verdes y espacios públicos para la recreación. A casi medio siglo del nacimiento de esos barrios sobre la Sierra de Santa Catarina, no existe una visión objetiva y clara de cómo y quién preserva el área, por lo que se encuentra en constante invasión y es también usada como vertedero de basura de la construcción (escombro). Pese a que en la Ciudad de México hay un marco legal -como la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal (2017)4, el Reglamento de la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal (2018)5 y la Ley Ambiental de Protección hacia la Tierra en el Distrito Federal (2017)6-, la vigilancia sobre el suelo de conservación por parte de la autoridad competente es insuficiente o se limita a levantar actas de los sucesos a partir de que la población local reporta a la alcaldía. Los funcionarios que acuden a la supervisión del área toman evidencia de los hechos y fotografían, pero no hay sanción alguna.

Ante tales sucesos, colectivos locales y ejidatarios han decido continuar con la práctica de la agricultura agroecológica, seguir utilizando los terrenos más planos en las joyas para evitar que se invadan con fines de construcción de vivienda irregular y, finalmente, frenar el crecimiento del vertedero de residuos de la demolición de edificios. Si bien los pobladores señalan que la agricultura lleva unos treinta años practicándose, en la última década el colectivo Ni un Paso Atrás y los ejidatarios que no desisten en la producción agrícola intentan que la comunidad se integre y conserve los recursos naturales. Para ello han implementado su propuesta agrícola en la ciudad, realizando agricultura agroecológica con cultivos emblemáticos de México, tales como nopal, maíz, maguey, haba y frijol, aunque se comienzan a incluir otras hortalizas para el autoconsumo. Una dificultad para los ciclos agrícolas es el acceso al agua, por lo que se limitan a la temporada de lluvia. No obstante, los participantes en este tipo de iniciativas consideran que la agricultura ha conducido a muchos logros individuales, familiares y comunitarios.

Uno de los primeros que reconoce la comunidad es la gestión de los senderos que sirven de acceso al área de conservación. Uno de ellos se limpió de basura y hierbas silvestres; posteriormente, se instaló un espacio infantil con juegos. Ese fue el primer resultado de una gestión colectiva de recursos materiales compartidos. El segundo aspecto, en el que el colectivo Ni un Paso Atrás pretende tener incidencia, es el de dar mayor impulso a la agricultura; que ha servido para el autoconsumo y que se volvió fundamental durante la pandemia de covid-19. No obstante, el colectivo considera que es una actividad marginada porque, por una buena parte de la población no organizada, se observa a la agricultura como si se tratara de una actividad primaria contaminante; dicha visión es compartida por algunos funcionarios de la alcaldía de Iztapalapa:

Algunas veces ya nos han invitado a removernos de aquí, pero no hacemos caso: ¿Por qué quitar la agricultura y no quitar a los que tiran cascajo? Es una cuestión política o de desconocimiento por parte de las autoridades de cómo se hace la agricultura. La brecha [camino] en donde tiran cascajo era reducida, después llegaron a habitar, después ya se regularizó […]. La agricultura aporta al medio ambiente y permite que la comunidad tenga un uso adecuado del área de conservación. Cuando nos pidieron que dejáramos de usar el suelo de conservación para la agricultura nos amparamos en tres cosas para decir: «No»: 1) que la autoridad demostrara que estábamos dañando o contaminando el suelo de conservación, 2) en la firma que hizo [la] Ciudad de México del Pacto de Milán, 3) y en la Ley de Huertos Urbanos [de la Ciudad de México]. Hemos contribuido a la comunidad con el impulso a la agricultura urbana y con el uso ecológico del área de conservación (Mario, integrante del colectivo Ni un Paso Atrás, 1 de julio de 2020, comunicación personal).

Si bien el colectivo que impulsa la práctica de la agricultura en el área de conservación no tiene un documento oficial ni el aval de toda la compleja colonia popular para usar el suelo, sí existe un reconocimiento de que no dañan la zona; por el contrario, se asume que con sus prácticas la benefician. La otra complejidad es el marco normativo sobre el suelo de conservación en la Ciudad de México y cómo sumar a las comunidades inmediatas que viven ahí.

Por otra parte, los participantes en la agricultura reconocen que durante la pandemia del covid-19 pudieron trabajar su tierra, sembrar nopales y manejar la composta. Algunos comenzaron con la siembra de habas y maíz:

Aquí se necesita sembrar, producir sanamente con técnicas agroecológicas. Ahora nos están diciendo que los mexicanos somos propensos al covid por la mala alimentación; entonces, ¿por qué no nos dejan producir? Sabemos que el suelo no es nuestro, solo queremos llegar a acuerdos, que reconozcan las actividades que lleva el colectivo haciendo, desde por lo menos quince años, de manera ininterrumpida. Nos quitan los tianguis: ¿A dónde vamos a comprar los alimentos frescos de calidad? No hay opciones. La opción es la agricultura, pero para que eso suceda tiene que haber voluntad de la delegación, de la comunidad y de todos los que participamos activamente. Con la agricultura damos vida a la sierra, ya no se puede permitir construir vivienda, eso ya no es posible, ya no podemos subirnos más al cerro. Creo que hay que usar el espacio de manera no perjudicial, hay que beneficiar al ambiente que nos está cobrando todo lo que como sociedad estamos haciendo mal ( Javier, integrante del colectivo Ni un Paso Atrás, 1 de julio de 2020, c. p.).

El Molino

El Molino se localiza al sur de la alcaldía de Iztapalapa, donde se asientan conjuntos habitacionales autogestionados por organizaciones de la sociedad civil emanadas del movimiento urbano popular. Ahí se localizan dos predios con huertos urbanos comunitarios, construidos con recursos públicos del gobierno de la Ciudad de México para implementar agricultura a pequeña escala con técnicas agropecuarias innovadoras en 2008. Los huertos se localizan en Cananea, son autogestionados por la Unión de Colonos e Inquilinos Solicitantes de Vivienda «Libertad» (UCISV), asociación civil legalmente constituida con estrategias y acciones que se suman a demandas y movilizaciones colectivas en escenarios locales. El objetivo de la organización es que las comunidades en la ciudad sean incluidas en la toma de decisiones, delinear estrategias de alimentación sana que puedan encaminar un desarrollo sustentable conforme a sus necesidades e ir edificando soberanía alimentaria desde lo local.

En El Molino, la vivienda en Cananea fue adquirida y planeada conforme a las necesidades de las familias que llegaron alrededor de 1980 (Moctezuma Barragán 2012). En el transcurso de la historia del conjunto habitacional, la configuración del territorio se desarrolló con una visión comunitaria en la que se pudiera dar la convivencia, los espacios para la recreación y las áreas deportivas. Además, se dejaron espacios libres de vivienda con la pretensión de hacer un cinturón verde pensado como zona ecológica para el esparcimiento de la población y para recarga de agua pluvial al subsuelo. Este es el espacio que la comunidad utiliza para sus propuestas y gestiones. Aquí se localizan los dos predios con huertos urbanos, sitios que estuvieron desocupados y eran focos rojos para la delincuencia. La agricultura urbana es un proyecto comunitario joven y se propuso ante la amenaza latente del gobierno de la alcaldía por ocupar los espacios sin consultar a las comunidades y buscando el respeto al proyecto inicial de arquitectura participativa en Cananea, es decir, en el sentido de utilizar el cinturón verde para proyectos sustentables.

Estos huertos urbanos se han convertido en un referente de la arquitectura participativa. En ellos hay por lo menos veinticinco integrantes constantes -dieciocho son mujeres- y participantes intermitentes. Asimismo, los huertos son un ejemplo que usan las instituciones de educación básica de la zona para explicar a los niños de dónde provienen los alimentos, involucrando la agricultura tradicional en el espacio urbano. Todos los integrantes del colectivo se han formado en un seminario agroecológico por seis meses, aprendieron a adaptar sus saberes de la agricultura campesina rural a la producción en la ciudad y están en constantes intercambios y cursos de actualización para mejorar el sistema productivo.

El colectivo se rige bajo una asamblea general, donde se toman las decisiones; además, se cuenta con cinco comités para administrar los huertos, los cuales evalúan las propuestas y administran los recursos materiales y económicos. En el colectivo hay personas con altos niveles de escolaridad (maestría), otros que apenas saben leer y escribir, algunos con empleos formales y muchos se dedican al comercio en el mercado barrial. Su producción la llevan a cabo en dos superficies. La primera de ellas se conoce como La Tabiquera: superficie aproximada de media hectárea, cuenta con 32 camas de cultivo de 15 m x 1.5 m, temazcal (baño de vapor de origen prehispánico), área de composta, sanitario seco, estanque para la producción de peces, dos camas de cultivo de plantas medicinales y aromáticas, invernadero, árboles frutales, tres cisternas de ferrocemento, captación de agua pluvial, habitación oscura para hongos, producción de conejos y avícola. La segunda es la que se opera desde el colectivo Aspe: superficie aproximada de 300 m2, cuenta con tres camas de cultivo de 30 m x 1.5 m, un salón de tinturas, cisterna de ferrocemento con captación de agua pluvial, vermicomposta, dos composteras, salón de reuniones con iluminación a partir de panel solar y sanitario seco. El 75 % de la producción es para el autoconsumo y el 25 % para la comercialización. La venta de las hortalizas y de todos los productos derivados de la agricultura urbana se comercializan en la localidad a precios accesibles (diez pesos), todo lo recaudado sirve para adquirir insumos y realizar todos los eventos sociales comunitarios.

Ante la pandemia ocasionada por el covid-19, los comerciantes que venden en el mismo mercado barrial Cananea cerraron como medida para mitigar el contagio masivo. Esa situación obligó a reforzar la producción en los huertos urbanos porque muchos participantes vieron afectadas sus actividades económicas para la manutención familiar. Pese a las adversidades, en este periodo de confinamiento, el colectivo se organizó para no trabajar todos en los mismos horarios, evitar las aglomeraciones y suspender las asambleas. En un pizarrón se fueron anotando las actividades realizadas por día y se acrecentó la producción por metro cuadrado, llegando a los quince kilos. La producción de proteínas se intensificó a partir de setas, conejos, gallinas y peces. En cada una de las actividades se tomaron las medidas necesarias para desinfectar las herramientas que utilizan de manera colectiva.

Una situación no contemplada fue que, a pesar del confinamiento, más gente de la comunidad se sumó a las actividades de los huertos, porque ven en estos una manera de resolver el acceso a los alimentos. Los motivos por los que decidieron sumarse son variados: se quedaron sin empleo, sus negocios fueron cerrados temporalmente, las noticias señalaban que las personas mal alimentadas son propensas a agravar si se contagian de covid-19 y, por ello, quieren mejorar la alimentación. Asimismo, consideran que trabajar en los huertos es una terapia ocupacional durante el encierro, mejora la alimentación y tienen actividad física. En el periodo de contingencia, estos dos huertos incrementaron su eficiencia productiva por metro cuadrado, las personas que tienen por lo menos una década en la agricultura en la ciudad se convirtieron en trasmisores de conocimientos para sembrar, cultivar, participar, vender y trabajar con y hacia la comunidad.

Los huertos urbanos retomaron la importancia que había sido menospreciada en su propuesta de brindar alimentos sanos, contribuir a la soberanía alimentaria y al cuidado del medio ambiente en la ciudad:

Llevamos muchos años produciendo. Todos nos veían con incredulidad; muchos otros, como soñadores por alcanzar un mundo mejor; otros, como tontos. Algunos quieren estos predios para hacer más vivienda. Hoy se reconoce que nuestra propuesta de agricultura urbana es un camino ante las crisis que se avecina y para mejorar la alimentación, para sacar a la comida chatarra. La preocupación de la comunidad de quedarse sin alimentos la ven salvada en estos proyectos. Algunos pidieron un espacio, pero no fue tan bueno. Muchos no saben nada sobre la siembra, pero se enseñó que puedes tener muchas cosas en casa y que aquí puedes pedir un espacio para producir y no padecer hambre […]. Ahora lo que sigue es que la comunidad que quiere seguir produciendo se ha sumado, vinieron mujeres con sus niños, aunque ya se pidió que no se exponga a los niños a la pandemia, no encuentran qué hacer, los niños están aburridos […]. Ahora lo que sigue en agricultura urbana es mejorar los espacios, sumar a más personas, que los jóvenes se sigan sumando, que se logre trabajar en conjunto para recuperar todos los espacios ociosos en la colonia y unidades habitacionales. La crisis económica viene muy fuerte, pero esperamos que la gente, que el trabajo en la comunidad, se dé cuenta [de] que la agricultura urbana es la alternativa ante los efectos de este sistema que nos quiere vender todo, esperamos que nuestras autoridades también impulsen nuestros proyectos y que dejen de golpearnos con propuestas no viables y sin consultarnos sobre nuestras necesidades. Ojalá que el gobierno se dé cuenta [de] que en nuestras colonias hay propuestas (Mariano, 11 de julio de 2020, c. p.).

Valle de Chalco

Valle de Chalco Solidaridad es el nombre del municipio 122 del Estado de México. Constituido oficialmente en 1994, inició su crecimiento poblacional alrededor de 1970 por el fenómeno migratorio en México campo-ciudad (Hiernaux 1995). «Valle», como lo conocen sus pobladores, permitió a las familias pobres formar una nueva residencia, un modo de vida que dio pie a procesos de transformación del territorio a través de distintos fenómenos que impactaron a toda la sociedad municipal y su exterior.

En Valle de Chalco, el origen campesino y la convivencia con núcleos agrarios y pueblos originarios que históricamente rodearon a la Ciudad de México generaron una nueva forma de habitar y de apropiación simbólica del territorio en una diversidad multiétnica.7 Hacia 2005, una vez consolidado el municipio como instancia política y gubernamental, emergieron las problemáticas que acompañan el acelerado crecimiento urbano. En ese periodo, no solo afectaron al municipio la falta de calidad en los servicios básicos, sino también se incrementó la delincuencia y la violencia, lo cual condujo al fuerte estigma de «municipio peligroso, donde asaltan y matan» (Morales 2018). Además, era evidente la falta de mejora en espacios de recreación para los diferentes grupos de edades y para la diversidad de población (Lindón 2000), incluida la diversidad étnica y rural de la gente y de los residentes originarios del «Rancho de Xico» (Tortolero Villaseñor 2008).

La violencia, tanto la intrafamiliar como la infantil, aumentaron; los feminicidios y la agresión contra las mujeres eran parte de la vida cotidiana (García 2015). Sin embargo, a la par de esos acontecimientos, han surgido diferentes manifestaciones de organización social para combatir la falta de oportunidades y carencias que padece la población del municipio.

Desde las organizaciones de la sociedad civil surgieron iniciativas para socavar la falta de atención a la población por parte de las instancias e instituciones del estado. De ese modo, la sociedad organizó colectivos y grupos autogestivos legalmente constituidos para gestionar y administrar aspectos que consideraron abandonados o poco atendidos desde la esfera institucional. De estas iniciativas de la sociedad emanaron colectivos que iniciaron con la práctica de la agricultura urbana como forma de organización comunitaria para alimentar a las familias de los sectores más vulnerables. Alrededor de 2005, surgieron organizaciones preocupadas por la alimentación de la población vulnerable, en defensa del medio ambiente, por la equidad de género y la erradicación de la violencia. En esta oleada de constitución de organizaciones y asociaciones civiles sobresale Xico Kaa’a Comunicaciones y el Foro Xico, que operan en un mismo centro comunitario. Desde entonces, ambas asociaciones son promotoras de la autogestión y de la preservación de costumbres y tradiciones de la población migrante indígena y campesina, e impulsoras de iniciativas que buscan la mejora del medio ambiente en el municipio. A partir de 2010, en este centro comunitario se dieron a la tarea de recuperar espacios comunes para hacer sembradíos de milpa; en 2011, llevaron a cabo una serie de talleres para la producción en azoteas verdes, guiando así a los participantes en el aprovechamiento de materiales -como tereftalato de polietileno (PET), llantas de automóviles y cajas de diversos plásticos- y la introducción del sistema de hidroponía. Entre 2013 y 2015, con la presión de sus asociados, participaron en instancias del gobierno federal mexicano, como el Instituto Nacional de Desarrollo Social (INDESOL), para recibir financiamiento económico para la ampliación del proyecto Agricultura Urbana en Valle de Chalco. En ese periodo apoyaron la instalación de huertos de traspatio y huertos comunitarios en terrenos privados.

Los huertos construidos se concibieron como huertos familiares con dimensiones de 3 m2, destinados, principalmente, a mujeres jefas de familia en Valle de Chalco, buscando, por un lado, adaptarlos a los espacios disponibles en las viviendas y, por otro, aprovechar los conocimientos de las mujeres en agricultura. La asociación Xico Kaa’a y el Foro Xico promueven la capacitación con otras asociaciones civiles de México, con centros de investigación y universidades, como la Universidad Autónoma Chapingo y la Universidad Autónoma del Estado de México, campus Valle de Chalco; difunden programas con equidad de género, cápsulas de radio y talleres de radio comunitaria. A pesar de sus logros, los integrantes de ambos colectivos reconocen que estos son limitados para realmente mejorar la alimentación de las familias más vulnerables del municipio, muchas de origen indígena. Sin embargo, los alcances son sustanciales:

Se ha logrado que la población hablante de alguna lengua materna se sienta orgullosa de lo que sabe. Aquí conmemoramos el Día [Internacional] de la Lengua Materna y el Día [Internacional] de los Pueblos Indígenas. Las mujeres y personas que participan con nosotros vienen a exponer y transmitir sus saberes. Organizamos ferias artesanales y mercados de productos campesinos; los productores vienen a vender o intercambiar sus productos. Hemos logrado conectar a los productores locales con las señoras de los huertos para intercambiar abonos y que consuman sus productos. Tenemos intercambio de semillas y plantas. Una cosa que destaca es que todo el intercambio para venta y de conocimientos se da entre productores y artesanos. No hemos llegado a donde queremos porque los artesanos y productores tienen conocimientos tecnológicos y digitales muy limitados. Hemos tenido propuestas para vender a través de aplicaciones las hortalizas, pero las señoras no tienen ni celular, menos internet, pero sí hemos logrado sumar a muchos productores locales en nuestros intercambios culturales y ferias. El Foro se encarga de difundir en las redes sociales, pero el alcance es limitado, se busca llegar a gente que comienza a darse cuenta de la importancia de la alimentación, de comer bien, sin agroquímicos, sin pesticidas; a la gente que está dispuesta a realizar trabajo comunitario, sabiendo que no se hará rico, pero que contará con alimentos y productos de calidad, conociendo a quién le compra y generando apoyo mutuo; eso es lo que buscamos, que en Valle haya comunidad (Xóchitl, 1 de marzo de 2020, c. p.).

La dinámica de la asociación civil Xico Kaa’a es variada y ha logrado acercarse a diferentes zonas en el municipio, y ha contribuido a generar en la base local una recuperación de los saberes rurales e indígenas para mejorar la alimentación. Desde 2015 se ha encargado de brindar talleres para aprovechar los conocimientos de las participantes -los cuales incluyen a los huertos urbanos-, promocionando, de ese modo, la mejora de la alimentación de las familias y el uso de las plantas medicinales. Todas las actividades de Xico Kaa’a y el Foro Xico se vieron paralizadas por el covid-19. Sin embargo, durante el cierre de las actividades, se han demandado desde distintos sectores de la población los talleres para la agricultura y han llegado solicitudes para implementar huertos, así como de no interrumpir la venta de productores y las ferias de los artesanos. Muchos de los huertos instalados entre 2013 y 2015 volvieron a reactivarse durante la pandemia porque la gente se quedó sin empleo (véase fig. 1). Durante el confinamiento por el covid-19, las familias trabajaron en sus huertos con un cambio sustancial en la producción y el manejo de estos:

Llevo desde 2015 con mi huerto. Apenas estoy realmente teniendo una producción buena porque tuve que quitarlo de donde lo tenía -me pidieron el terreno-, pero he logrado tener muchas cosas, pero todo es para mi familia, yo no quiero vender nada, aquí todo es de calidad, todo está sin químicos. Me gusta participar en los eventos del Foro, pero no vendo. Me ha costado mucho trabajo producir, pero ahora mis nietos y nietas me ayudan; he tenido muchas plantas: rábanos, berenjenas, quintoniles, verdolagas, acelgas, nopales, zanahorias, col; bueno, muchas cosas. Ahora todo es bueno, la situación es muy difícil, pero con esto nos alimentamos y yo me siento bien, me siento activa (Victoria, colonia Cerro del Marqués, 6 de julio de 2020, c. p.).

Lo comunitario de los huertos en la periferia popular oriente

Los casos de estudio comparten, además de las características socioeconómicas y la vulnerabilidad territorial, objetivos en la producción de espacios de relación entre la naturaleza y la ciudad. De manera diferenciada, los participantes en la agricultura urbana perciben un desarrollo de sentidos comunitarios, aunque las formas dependen de cómo surgió cada huerto y cómo se vinculan con el entorno local. También abarcan mecanismos organizativos más formales para realizar gestiones ante instituciones y gobiernos locales (gestionar donaciones materiales o infraestructura), combinándolos con mecanismos informales para las dinámicas grupales de asignación de tareas.

Los casos analizados en la periferia oriente de la zona metropolitana de la Ciudad de México recuperan rasgos típicos de las sociedades campesinas, vinculados a su origen rural; buscan cierto grado de autosuficiencia alimentaria; intentan cambiar la concepción de lo urbano alejada de la naturaleza y consolidar una cultura agronómica propiciando trabajo comunitario, así como un fuerte uso de los recursos disponibles en sus territorios. Pese a las precariedades en la configuración urbana de sus territorios, estos sectores populares se niegan a ser meros consumidores.

Un hecho que está despertando consciencia en estos sectores populares es la calidad en los alimentos: desde su perspectiva, son ellos quienes más padecen las problemáticas, como la obesidad, relacionadas con la salud y la alimentación. Sin duda, son conscientes de que no pueden comprar alimentos con sellos orgánicos en los supermercados, pero demandan la libertad de producirlos desde los espacios disponibles en sus colonias y barrios, aprovechando y adaptando sus saberes agrícolas y rurales a sus entornos urbanos. Tales elementos contribuyen a la vinculación de sus familias y la comunidad con una cultura alimentaria más saludable y con relación directa al gusto local, en el que el poder adquisitivo para intercambiar dinero por alimentos de calidad no sea la limitante.

En Valle de Chalco y El Molino la instalación de la agricultura urbana se inspira en la autogestión. Aunque no se han cerrado a los programas gubernamentales locales para la infraestructura, saben que las familias difícilmente podrían acceder a todos los materiales que requiere la implementación del huerto. Algo esencial de cómo se concibe la relación entre los que hacen y los que observan la agricultura en la ciudad es la red social de apoyo mutuo para intercambiar conocimientos y materiales especializados para el buen funcionamiento del huerto. Es decir, se han generado relaciones recíprocas y de solidaridad entre las personas que participan en los proyectos de agricultura urbana hacia la localidad que consume y aprende para mejorar la alimentación.

El ejemplo en Valle de Chalco ha llevado a prácticas cotidianas o festivas (ferias y conmemoraciones) que funcionan como elemento de cohesión de ciertos grupos (étnicos) a reproducirse y reconocerse en la misma localidad. En la acción colectiva local se produce comunidad a partir de compartir bienes, acciones y prácticas participativas en el espacio público urbano, recuperando sus saberes rurales e indígenas.

Los casos revisados muestran, a través de las múltiples acciones realizadas en el escenario local, la importancia de la inclusión de los habitantes en la toma de decisiones para delinear estrategias de alimentación sana -conforme a sus necesidades- que buscan garantizar una microsoberanía alimentaria. Estos sectores populares dinamizan espacios subvalorados, se organizan para regenerar a pequeña escala espacios urbanos degradados o poco utilizados para su preservación ecológica, como en la Sierra de Santa Catarina. En este lugar, desde la perspectiva de los colectivos que realizan trabajos de recuperación, urge que la población que habita en el entorno participe, incluso de manera individual (ejercitarse u obtener alimentos) en la revalorización del suelo de conservación para dar valor al suelo ecológico, como espacio de intensificación de las relaciones sociales y como un vínculo de convivencia comunitaria y de pertenencia.

Durante la época de confinamiento por el covid-19, los actores de los huertos urbanos observaron en ellos elementos de orgullo de barrio, constituyéndose como uno de los ingredientes sobre los que se asienta el sentido de pertenencia que significa hacer comunidad (Tuan 2007). A través de los huertos, los productores pudieron brindar apoyo mutuo entre vecinos, así como a su red social y familiar. Por ejemplo, en el caso de Cananea se lograron vender hortalizas baratas y, de ese modo, se enfrentó el cierre del mercado ubicado en la colonia.

Conclusiones

El crecimiento de la ciudad hacia la zona oriente está marcado por la acelerada expansión y participación de la sociedad en procesos de suburbanización y periurbanización de la Ciudad de México. Esto implicó no solo una ampliación de la zona urbana, sino la reconfiguración del espacio agrícola periurbano en la ciudad. Los colectivos y asociaciones civiles productoras de agricultura urbana son creadores y gestores de conocimientos para mejorar la alimentación. Tienen la labor de incentivar el actuar individual y la valorización de los saberes de origen rural de la población que emigró a los barrios populares de la zona oriente de la ciudad, así como repensar la estructura urbana en relación con la naturaleza y el mundo rural.

Los tres casos de estudio resultan valiosos para entender la construcción del espacio urbano que en microescala permite visualizar un cambio en las lógicas de producción y consumo de alimentos. La población, desde lo micro, revaloriza sus saberes de origen rural, demuestra formas diferenciadas de habitar los contextos urbanos en apego al contacto con la naturaleza, y entiende a los recursos territoriales en función de su utilidad para la autoalimentación, a través de producir alimentos agroecológicos.

La práctica de la agricultura urbana actúa como integradora social y territorial al conectar múltiples agentes a nivel barrial; crea lazos y tejidos sociales a nivel local y articula redes; contribuye a la discusión de temáticas macro como una posible vía para mitigar el hambre por falta de empleo tras la crisis económica ocasionada por el covid-19 y, finalmente, favorece que el espacio urbano deje de ser visto solo como un contenedor y a la población que ahí reside como mera consumidora.

Debido a las complejidades que acarrea el crecimiento urbano, la agricultura urbana ha quedado invisibilizada en estos barrios. Sin embargo, resulta de vital importancia en cuanto herramienta cohesionadora, de pertenencia y de tejido social ante el poco capital digital y tecnológico para su difusión. Todos estos elementos pueden repuntar en la medida que instituciones y autoridades locales se sensibilicen y reconozcan la contribución de estos espacios para recomponer el tejido relacional en las comunidades y barrios.

Referencias

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Notas

1Baruch. 2020. «La responsabilidad no es solo de la población con sobrepeso». Medium (blog), 5 de junio, https://medium.com/@datavizero/la-responsabilidad-no-es-sólo-de-la-poblacióncon-sobrepeso-529e8afc9d6c

2Decreto 2008, de 29 de agosto, que Contiene el Programa Delegacional de Desarrollo Urbano para la Delegación Iztapalapa (Gaceta Of icial del Distrito Federal: Órgano del Gobierno del Distrito Federal núm. 433-bis de 2 de octubre de 2008).

3Ibíd.

4Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal. 2017. http://aldf.gob.mx/archivo-7bf386afc8e6c58ccfaacb53059e26ce.pdf.

5Reglamento de la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal. 2018. https://paot.org.mx/centro/reglamentos/df/pdf/2018/RGTO_LEY_DEDESARROLLO_URBANO_DF.pdf.

6Ley Ambiental de Protección hacia la Tierra en el Distrito Federal. 2017. https://paot.org.mx/centro/leyes/df/pdf/2018/LEY_AMBIENTAL_PROTECCION_TIERRA_08_09_2017.pdf.

7Instituto Mexicano de Estadística y Geografía. México en cifras. https://www.inegi.org.mx/app/areasgeograficas/.

Recibido: 28 de Agosto de 2020; Aprobado: 17 de Septiembre de 2021

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