Es bien sabido que, a la muerte de Alejandro, su recién conquistado imperio se dividió entre sus generales y surgieron, después de cuatro décadas de guerra, tres grandes reinos: Macedonia, bajo la dinastía Antigónida; Egipto, bajo los Lágidas, y el resto con su centro en Siria, bajo los Seléucidas.1
Los cuarenta años de las guerras de los sucesores, o diádocos, consistieron en el intento, vano al final de cuentas, por parte de cada general de apoderarse del imperio. Desde luego, las polis de la Grecia metropolitana, las de la Cuenca del Egeo, jugaron un papel, pues cada pretendiente quería controlar esa área estratégica central.
Fue en ese contexto que, pocos años después de la muerte de Alejandro (316 a. C.), Antígono “Monoftalmo”, o el tuerto, proclamó la libertad, la autonomía y la desocupación de parte de las guarniciones macedonias en Grecia.2
Como no podía ser de otro modo, uno de los factores más importantes de las guerras fue el dominio del mar, ya que el transporte a larga distancia se hacía en barco. Pues bien, en su esfuerzo por ganar su control, los Antigónidas, Antígono y su hijo Demetrio, conquistaron la estratégica Chipre, a medio camino entre Anatolia, el Levante y Egipto. La hazaña les pareció tan considerable que aprovecharon la ocasión para proclamarse reyes, los primeros desde la extinción de la casa de Alejandro, pero ciertamente no los últimos. Puesto que ya habían obtenido la hegemonía sobre el Egeo, Rodas, situada a la entrada oriental de ese mar, se convirtió en el único obstáculo para el dominio total y cabal del Mediterráneo oriental.3
Los Antigónidas entraron en pláticas con los rodios, pero éstas fallaron y Demetrio emprendió el sitio de la ciudad. Primero trató de bloquearla por mar, pero fracasó y tuvo que aislarla por tierra, esto le permitió al rey de Egipto, Ptolomeo, hacerle llegar provisiones y armas que le ayudaron a resistir por un año. Sin duda, éste fue el asedio más famoso de la antigüedad y el que le dio el mote de sitiador de ciudades, o sea poliorcetes, a su asediador. A pesar de sus esfuerzos, Demetrio tuvo que pactar la paz por la que Rodas se hizo aliada de los Antigónidas, pero sin obligarse a atacar Egipto. La independencia de las polis griegas quedó así garantizada hasta la conquista romana ciento cincuenta años después.
Para conmemorar esta victoria, de cuya importancia tenían plena consciencia, los rodios encargaron a Cares de Lindo la construcción de un coloso que representara a Helios, el sol. La razón por la que eligieron esta figura radica en que ellos se consideraban descendientes del titán Helios, quien había dado su nombre al sol.4 El escultor tardó doce años en terminar su obra que acabó por erigirse en 293 a. C. Aunque generalmente se le representa con una pierna apoyada en la boca de la bahía chica de Rodas, las fuentes sólo dicen que el Coloso estaba situado junto al puerto.5
Sesenta y cinco años más tarde, un terremoto azotó el Egeo y derribó lo que ya se conocía como el Coloso de Rodas, que medía 32 m de altura. Los rodios enviaron embajadas a todos los estados griegos y consiguieron recaudar una considerable suma de dinero.
Según Polibio, los donadores fueron Hierón y Gelón de Siracusa, con 75 talentos para el aceite del gimnasio, calderos de plata e hidrias, 10 talentos para sacrificios y 10 más para el incremento del número de ciudadanos, por un total de 100 talentos (Plb., V.88.5-6).
Ptolomeo Evergetes (benefactor) prometió 300 talentos de plata, 1 millón de artabas de trigo,6 madera para construir diez quinquerremes y diez trirremes, cuarenta mil codos de tablas, 10 mil talentos en monedas de bronce, tres mil toneladas de estopa, tres mil velas de navegar, tres mil talentos para la reconstrucción del Coloso, cien maestros de obra y tres mil quinientos albañiles con catorce talentos anuales para pagarles, doce mil artabas de trigo para juegos y sacrificios y veinte mil artabas para alimentar las tripulaciones de diez trirremes (Plb., 89.1-6).
Antígono Dosón (dador) dio diez mil troncos, cinco mil vigas, tres mil talentos de hierro, mil talentos de brea y mil ánforas de resina. Su esposa la reina Criseíde dio cien mil medimnos de grano y tres mil talentos de plomo (89.6-7).
Seleuco Calínico (el vicotorioso bueno) aportó diez quinquerremes, 200 mil medimnos de trigo, diez mil codos de madera, mil talentos de cabello (para las catapultas) y resina (89.8-9).
Así como lo es en cuanto a las donaciones, el autor del testimonio más importante sobre la caída del Coloso y la reacción de los rodios y el resto de los griegos es Polibio de Megalópolis. Estrabón añade (XIV.5.2 [652]) que un oráculo indeterminado les ordenó no reconstruirlo, pero Polibio afirma expresamente que la caída del Coloso fue un pretexto (aformé: 88.1) para la recaudación de fondos.
Si el terremoto inspiró sentimientos religiosos en los rodios, no queda traza alguna de ellos en las fuentes.
El testimonio de Polibio no deja de ser interesante. No hay que buscar su origen en alguna fuente perdida para nosotros puesto que el mismo historiador expresa ideas semejantes al final de su libro VI, cuando alaba al estado romano porque se aprovecha de la religión para controlar al pueblo (VI.56.9-11). Además, forzosamente el proponer que los rodios usaron la ruina del Coloso como un pretexto tiene que ser interpretación del megalopolitano porque los rodios, independientemente de que Polibio tuviera razón o no, debían convencer de su sinceridad. Esto es tanto más fácil si hubo, como dice Estrabón, de por medio un oráculo, cuyo contenido se desconoce. En efecto, como se sabe, todos los oráculos eran sibilinos y debían ser interpretados por los receptores, lo cual daba a los rodios amplia oportunidad para interpretarlo en el sentido de que los dioses se oponían a la restauración de la escultura.
Pero Polibio tampoco era original en esta idea de recurrir a la religión para controlar al pueblo. Ya Platón en la República aconseja hacer correr entre el pueblo mitos que justifiquen las diferencias sociales y hacerles creer que hay una raza de oro (los gobernantes), otra de plata (los guardianes) y otra más de hierro y bronce (los artesanos) (III 415a). Hay que recordar que Polibio cita a Platón como fuente de su teoría de la constitución mixta (VI.5.1), esto demuestra que leyó su obra y, entonces, lo más probable es que haya sacado la idea de la manipulación de creencias religiosas para usarlas como pretexto de este filósofo.
El Coloso era considerado una de las siete maravillas del mundo, pero esa es otra historia.